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Una historiasencilla
Leonardo Sciascia
Traduccin de Carlos Manzano
Tusquets Editores, Buenos Aires, 1990
Ttulo original:Una storia semplice
Adelphi Edizioni, Milano, 1989
La paginacin se corresponde con la
edicin impresa. Se han eliminado las
pginas en blanco.
http://letrae.iespana.es/8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla
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Una vez ms quiero sondear
escrupulosamente las posibilidades
que tal vez queden an a la justicia.
Justicia,Drrenmatt
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La llamada telefnica se produjo a las
9.37 de la noche del 18 de marzo, sbado,
vspera de la rutilante y retumbante fiesta
que la ciudad dedicaba a san Jos Carpin-
tero: y al carpintero precisamente se ofre-
can las hogueras de muebles viejos que esa
noche se encendan en los barrios popula-
res, casi como promesa a los carpinteros
an en ejercicio, pocos ya, de que no les
faltara trabajo. La comisara, aunque ilu-minada la iluminacin vespertina y noc-
turna de las comisaras, tcitamente pres-
crita para dar la impresin a los ciudadanos
de que en esas oficinas siempre se velaba
por su seguridad, estaba casi desierta,ms que otras noches a esa hora.
El telefonista anot la hora y el nombre
de la persona que telefoneaba: Giorgio
Roccella. Tena una voz educada, plcida,
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persuasiva. Como todos los locos, pens
el telefonista. En efecto, preguntaba el
seor Roccella por el comisario: una lo-cura, especialmente a aquella hora y en
aquella noche particular.
El telefonista procur poner el mismo
tono, pero le sali una imitacin caricatu-
resca, al responder con la frase que las fre-cuentes ausencias del comisario haban
convertido en ritual: Pero, si el comisario
nunca est en la comisara a esta hora!. Y,
encantado de contrariar al inspector, que,
claro est, estaba a punto de abandonar el
despacho precisamente en aquel momento,
aadi: Le paso con el despacho del ins-
pector.
En efecto, el inspector estaba ponin-dose el abrigo. Cogi el telfono el sargen-
to, cuyo escritorio era contiguo al del ins-
pector. Escuch, busc por la mesa un l-
piz y un trozo de papel y, mientras escri-
ba, responda que s, iran lo antes posible,en cuanto pudieran, recalcando la posibi-
lidad para no infundir ilusiones sobre la
presteza.
Quin era? pregunt el inspector.
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Una persona que, segn dice, tiene
que ensearnos urgentemente una cosa que
ha descubierto en su casa.Un cadver? brome el comisa-
rio.
No, ha dicho exactamente una cosa.
Una cosa... Y cmo se llama, esapersona?
El sargento tom el trozo de papel en
el que haba escrito el nombre y la direc-
cin y ley:
Giorgio Roccella, en la zona de Co-tugno, a cuatro kilmetros del cruce para
Monterosso, siguiendo la carretera de la
derecha, o sea, de aqu.
El inspector volvi de la puerta a la
mesa del sargento, tom ese trozo de papel
y lo ley como si creyera que iba a encon-
trar all algo ms que lo que el sargento ha-
ba dicho.
No es posible dijo.
Qu cosa? pregunt el sargento.
Este Roccella dijo el inspector es
un diplomtico, cnsul o embajador no s
dnde. Hace aos que no ha venido por
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aqu, tiene cerrada la casa de la ciudad,
abandonada y casi en ruinas la del campo,
por la zona de Cotugno precisamente... Laque se ve desde la carretera: en lo alto, que
parece un fortn...
Una antigua alquera dijo el sar-
gento, he pasado muchas veces por all.
Dentro del cercado, que lo hace
parecer una alquera, hay un chalet muy
gracioso; o al menos lo era... Gran familia,
la de los Roccella, ahora reducida a ese
cnsul o embajador o lo que sea... No pen-
saba siquiera que an viviese, hace tanto
que no se lo ve.
Si quiere dijo el sargento voy a
ver qu ocurre.
No, no, estoy seguro de que se tratade una broma... Maana, si acaso, y si tie-
nes tiempo y te apetece, ve a echar un vis-
tazo... A m, pase lo que pase, maana no
me busquis: voy a celebrar la fiesta de san
Jos a casa de un amigo mo, en el campo.
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El da siguiente, el sargento fue de pa-
trulla a Cotugno, con el estado de nimo
l y los dos agentes que lo acompaa-
ban de quien da un paseo: estaban se-
guros, por lo que haba dicho el inspector,
de que aquel lugar estaba deshabitado y de
que la llamada de la noche anterior haba
sido una broma. Un riachuelo, que corra
al pie de la colina, era ya slo un lveo pe-
dregoso, de piedras blancas como huesos,pero la colina, con aquella alquera ruinosa
en la cima, verdeaba. Tras hacer una ins-
peccin ocular, su propsito era el de po-
nerse a recoger esprragos y chicorias: los
tres, como campesinos que haban sido,eran expertos en reconocer las buenas ver-
duras silvestres.
Entraron en el cercado, que no estaba
hecho, como se poda creer mirando desde
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abajo, de simples muros: eran almacenes,
con las puertas cerradas con cerrojos lus-
trosos, que circundaban el chalet, en ver-dad gracioso y con muchas seales de dis-
gregacin, de ruina. Dieron una vuelta en
torno a l. Todos los postigos estaban ce-
rrados, salvo una ventana por cuyos cris-
tales se poda mirar dentro. A la deslum-brante luz de aquella maana de marzo, al
principio les cost ver con claridad el in-
terior: despus empezaron a distinguir y,
tras repetir la prueba colocndose las ma-
nos de pantalla contra el sol, a los tres lespareci indudable que haba un hombre
sentado de espaldas a la ventana y abatido
sobre un escritorio.
El sargento adopt la decisin de rom-
per el cristal de la ventana, abrirla y entrar
en el cuarto: ese hombre poda haber cado
vctima de un ataque, tal vez hubiera tiem-
po de socorrerlo. Pero estaba muerto y no
de sncope o infarto; en la cabeza, apoyadasobre el escritorio, entre la mandbula y la
sien, tena un cuajaron de sangre.
El sargento grit a los dos agentes, que
tambin haban entrado saltando por la
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ventana: No toquis nada!, y, para no
tocar el telfono, que estaba sobre el escri-
torio, orden a uno de ellos que volviera ala comisara, contara lo que haban visto y
mandase venir en seguida al mdico, al fo-
tgrafo y a los dos o tres de la comisara
que tenan la consideracin y el privilegio
de expertos cientficos: segn el sargen-
to slo el privilegio, pues hasta entonces no
haba experiencia de un solo caso en que
hubiesen hecho una contribucin resolu-
toria; ms bien lo que hacan era confundir.
Tras dar esas rdenes y repetir al agente
que se haba quedado con l que no tocara
nada, el sargento empez a hacer su trabajo
de observacin con vistas al informe escrito
que despus haba de redactar: tarea bas-tante ingrata siempre, pues sus aos de es-
cuela y sus poco frecuentes lecturas no bas-
taban para hacerlo sentirse seguro con el
italiano. Pero, curiosamente, el hecho de
tener que escribir sobre las cosas que vea,la preocupacin, la angustia casi, daba a su
mente una capacidad de seleccin, de elec-
cin, de esencialidad, gracias a la cual lo
que despus quedaba en la red de la escri-
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tura acababa siendo sensato y agudo. Tal
vez ocurra lo mismo a los escritores italia-
nos meridionales, en particular los sici-lianos: pese al bachillerato, la universidad
y las numerosas lecturas.
La impresin inmediata era la de que
ese hombre se haba suicidado. La pistola
estaba en el suelo, a la derecha del silln
sobre el que haba quedado sentado: arma
antigua, de la guerra del 14, alemana, uno
de los recuerdos que los veteranos se lle-
vaban a casa. Pero haba un detalle queanulaba en el sargento la impresin inme-
diata del suicidio: la mano derecha del
muerto, que debera haber colgado al nivel
de la pistola cada, estaba, en cambio, sobre
el plano del escritorio, aferrada a un folioen el que se lea: He descubierto.. Ese
punto despus de la palabra descubierto
se encendi en la mente del sargento como
un flash, despleg, rpida y esquiva, la es-
cena de un homicidio tras la del suicidio,
construida con poca exactitud. El hombre
haba empezado a escribir He descubier-
to, igual que en la comisara haba dicho
haber descubierto en casa algo que no es-16
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peraba: y estaba a punto de escribir sobre
lo que haba descubierto, dudando ya de
que llegase la polica y tal vez comenzando,en la soledad, en el silencio, a sentir miedo.
Pero haban llamado a la puerta. La po-
lica, pens, pero era el asesino. Tal vez
se presentara como polica y el hombre lo
hiciese entrar, volviera a sentarse en el es-
critorio, empezara a contar lo que haba
descubierto. Tal vez estuviera sobre el es-
critorio la pistola, con el miedo en aumento
probablemente hubiese ido a sacarla de al-
gn escondrijo que recordaba (el sargento
no crea que los asesinos se armaran con un
instrumento tan viejo). Al verla sobre la
mesa, tal vez pidiera el asesino infor-
macin sobre el arma, comprobase su fun-cionamiento, la apuntara de improviso a la
cabeza del otro y disparase. Y despus el
gran hallazgo de poner el punto despus de
he descubierto: he descubierto que la
vida no vale la pena, he descubiertola nica y extrema verdad, he descubier-
to, he descubierto: todo y nada. No se
sostena. Pero por parte del asesino ese
punto no era, al fin y al cabo, un error:
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para la tesis del suicidio, que se planteara
sin duda (el sargento estaba seguro de ello),
de ese punto se extraeran significados exis-tenciales y filosficos y, sobre todo, si la
personalidad del asesinado ofreca algn
pretexto. Sobre el escritorio haba un ma-
nojo de llaves, un viejo tintero de peltre, la
fotografa de una comitiva numerosa y ale-
gre tomada en el jardn al menos cincuenta
aos antes: tal vez justo ah fuera, cuando
en torno a la casa deba de haber rboles
armoniosos y umbrosos, ahora slo hoja-
rasca y maleza.
Junto al folio con el he descubierto,
la estilogrfica cerrada: sutileza del asesino
(el sargento estaba cada vez ms conven-
cido de que se trataba de un homicidio)para dar la impresin de que con ese punto
el hombre haba puesto precisamente pun-
to final a su existencia.
El cuarto tena, en torno, estanteras,
casi todas vacas. Los libros que quedaban
eran volmenes encuadernados de revistas
jurdicas, manuales de agronoma, fasc-
culos de una revista titulada Naturaleza y
arte. Adems, haba, apilados, algunos18
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volmenes que deban de ser antiguos, en
cuyo lomo el sargento ley Calepinus. El
siempre haba credo que el calepino era unlibrito para llevar en el bolsillo, una libreta,
un prontuario: le pareci curioso que ese
nombre para librillos se debiera a esos li-
bros, cada uno de los cuales pesaba diez ki-
los por lo menos. La preocupacin por nodejar huellas dactilares lo disuadi de abrir
uno de los volmenes y, con la misma
preocupacin, recorri la casa, seguido del
agente, sin tocar muebles ni picaportes y
slo entr por las puertas que estabanabiertas.
La casa era mucho mayor de lo que po-
da pensarse al mirarla desde fuera. Haba
un gran comedor con una mesa maciza deroble y cuatro aparadores, de la misma ma-
dera, con platos, soperas, vasos y jarros
dentro, pero tambin viejos juguetes, pa-
peles, ropa interior. Alcobas haba tres,
dos con colchones y almohadas amonto-nadas sobre los somieres y una con una
cama en la que pareca que alguien hubiese
dormido la noche anterior y tal vez otras
tras las puertas que el sargento no abri. La
casa haba estado abandonada y tambin19
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despojada de muebles, libros, cuadros y
porcelanas (se adverta alguna seal de las
cosas robadas), pero no daba la sensacin
de estar deshabitada. Haba colillas de ci-
garrillos en los ceniceros y gotas de vino en
los vasos cinco trasladados a la cocina,
seguro, con la intencin de enjuagarlos. La
cocina era espaciosa, con fogones de lea,
horno y azulejos valencianos en las pare-
des; ollas de cobre y cazuelas colgadas de
las paredes centelleaban bastante, con la es-
casa luz, si bien ya verdeaban por el sul-fato. De la cocina se abra una puertecita a
una escalera que suba estrecha y obscura y
no se vea dnde acababa.
El sargento mir a ver si haba una luz
que encender para iluminar aquella escale-ra. Al no ver otro interruptor que el que
encenda las lmparas sobre los fogones, se
aventur a subir aquella escalera. Pero tras
cinco o seis peldaos comenz sin dejar
de subir vacilante a encender cerillas.
Encendi muchas antes de llegar, en la
cima, a una especie de buhardilla, un cuar-
to de la altura justa para que alguien de es-
tatura normal tocara el techo con la cabeza,
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pero de la misma anchura que el comedor
de abajo. Estaba lleno de divanes, sillones
y sillas desfondadas, cajas, marcos vacos,colgaduras polvorientas. Alrededor haba
bustosrelicario de santos una decena,
dorados, pero sobresala entre ellos un
busto mayor, con el pecho de plata, la
manteleta negra y la cara enojada. Los bus-tos dorados llevaban, bajo el barroco pe-
destal, el nombre de cada santo; el sargento
no tena suficiente experiencia de santos
para reconocer en el otro mayor y ms ta-
citurno a san Ignacio.
El sargento encendi la ltima cerilla y
volvi a bajar rpidamente. Un desvn lle-
no de santos, explic al agente que lo es-
peraba al pie de la escalera. Se senta comosi le hubiesen cado encima polvo, telaraas
y moho. Volvi a saltar por la ventana para
encontrarse de nuevo con la maana fra y
esplndida, el sol, la hierba cubierta de go-
tas de escarcha.Con el agente siempre a dos pasos de-
trs de l, dio la vuelta en torno a la casa.
Entre zarzas y hojarasca haba un claro
que, evidentemente, haba servido para
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maniobras de automviles, tal vez de ca-
miones. Ha habido trfico, aqu, dijo el
sargento. Despus, indicndoselos al agen-te, pregunt: Qu te parecen esos cerro-
jos?: los que cerraban las puertas de los
almacenes o establos que circundaban la
casa como un fortn de westernamericano.
Son nuevos dijo el agente.
Eres un hacha dijo el sargento.
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Poco menos de dos horas despus, lle-garon todos los que deban llegar: el co-
misario, el fiscal, el mdico, el fotgrafo,
un periodista predilecto del comisario y
una multitud de agentes, entre los cuales se
distinguan por su seriedad los de la cien-tfica. Seis o siete automviles que aun des-
pus de haber llegado siguieron zumbando,
retumbando y aullando, igual que haban
salido del centro de la ciudad despertando
la curiosidad de los ciudadanos y tambinefecto que el comisario deseaba lo ms
tardo posible la de los carabineros: por
eso, el coronel de carabineros con cara
hosca, irritadsimo, preparado para pelear,
con el debido respeto, con el comisario
lleg una media hora despus, cuando ya
se haban abierto todas las puertas con esas
llaves que haba sobre el escritorio, ya se
haba iniciado la inspeccin un poco al azar
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y se haba fotografiado al muerto desde to-
dos los ngulos. Con furor contenido, el
coronel dijo: Pero poda haberme avisa-do. Disclpeme, dijo el comisario,
pero todo ha sucedido tan precipitada-
mente, en cuestin de pocos minutos. S,
s..., dijo irnico el coronel.
Levantaron la pistola introduciendo unlpiz en el asa del gatillo, la depositaron
con todo cuidado sobre un pao negro y la
envolvieron con delicadeza. Las huellas,
rpido, dijo el comisario. Ya haban to-
mado las del muerto.
Trabajo intil sentenci des-
pus, pero hay que hacerlo.
Por qu intil? pregunt el co-
ronel.Suicidio dijo, solemne, el comisa-
rio, con lo que contribuy a que el coro-
nel comenzara a cultivar la opinin con-
traria.
Seor comisario... intervino el sar-
gento.
Lo que tengas que decir lo dirs des-
pus en tu informe... Entretanto... pero
no saba qu se haba de hacer o decir en-24
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tretanto, salvo repetir: Suicidio, un caso
evidente de suicidio.
El sargento lo intent otra vez: Seorcomisario.... Quera hablarle de la lla-
mada telefnica de la noche anterior, del
punto detrs del he descubierto. Pero el
comisario lo cort: Queremos el infor-
me, indic al fiscal y a s mismo, mir el
reloj, a primera hora de la tarde. Y vol-
vindose al fiscal y al coronel: Este es un
caso sencillo, hay que procurar no desor-
bitarlo y despacharlo cuanto antes... Ve a
escribir el informe, rpido.
Automticamente, el coronel vio, en
cambio, el caso muy complicado y, de to-
dos modos, no como para despacharlo
cuanto antes. Entre las dos institucionesel arma de carabineros y el cuerpo de po-
lica y fueran cuales fuesen las personas
que las representaran, se manifestaba al ins-
tante una irreductible disparidad de crite-
rios. Las divida un largo contencioso his-
trico: y todos los ciudadanos que queda-
ban en medio acababan discutiendo dra-
mticamente al respecto.
El sargento dijo: S, seor y sali a25
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buscar el coche de patrulla con el que haba
llegado y que ya haba regresado. Pero,
como el comisario lo haba enojado ycareca casi totalmente de lo que suele
llamarse espritu de cuerpo es decir, con-
siderar parte mayor que el todo el cuerpo
al que perteneca, juzgarlo infalible y, en
caso de falibilidad, intocable, cargado derazn, sobre todo cuando estaba equivo-
cado, se le ocurri una idea burlona.
Sentado al volante del automvil en que
haba llegado el coronel estaba el sargento
(de carabineros) que lo conduca. Nues-
tro sargento fue a sentarse a su lado, pues lo
conoca bien, aunque no tena confian-
za con l: y le cont todo lo que saba del
caso, todas sus sospechas. Le indic tam-
bin, en las puertas de los almacenes, esos
cerrojos nuevos, lustrosos, y volvi a la co-
misara, como aliviado, a escribir en dos
horas y pico lo que al compaero de su mis-
mo grado haba contado en cinco minutos.
As, al volver a la ciudad, el coronel de
carabineros supo por su sargento los de-
talles que complicaban el caso ms de lo
que deseaba el comisario.
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Pese a ser domingo y fiesta de san Jos,en seguida afluyeron a la comisara y a la
comandancia de carabineros todos los da-
tos del padrn y del catastro, las informa-
ciones ms o menos confidenciales. Las
mismas, o casi, de fuentes y confidentesiguales: aquello que, si hubieran trabajado
en armona, habra ahorrado a una de las
dos partes tiempo y esfuerzo que habra
podido emplearse con mayor utilidad, pero
se es un anhelo tan imposible como la co-laboracin entre un constructor y un di-
namitero (y, como se comprender, a nin-
guna de las dos partes cuadran funciones
semejantes).
La identidad de la vctima: Giorgio
Roccella di Monterosso, nacido precisa-
mente en Monterosso el 14 de enero de
1923, diplomtico jubilado. Haba sido
cnsul de Italia en varias ciudades europeas
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y al final se haba establecido en Edimbur-
go, donde viva, separado de su esposa, con
un hijo de veinte aos. No haba vuelto aItalia desde haca casi quince aos salvo
para morir trgicamente el 18 de marzo de
1989. Haba sido el nico de la familia en
conservar pero sin ocuparse de ellos
algunos restos de una propiedad vasta y
variada: una casa semidestruida en la ciu-
dad, aquel chalet con poca tierra alrededor.
Haba llegado a la ciudad aquel preciso da,
el 18; haba comido en el restaurante Le trecndele, donde haba pedido espaguetis
con salsa de sepia y pulpo con ensalada; ha-
ba llamado a un taxi para que lo llevara al
chalet. Se haba asegurado, segn dijo al ta-
xista, de que las llaves que llevaba funcio-naban para abrir la puerta, tras lo cual lo
haba despedido y le haba dicho que vol-
viese a recogerlo la maana siguiente a las
once. Padezco insomnio, explic: voy
a trabajar toda la noche. Pero la maana
siguiente a las once, al ver todo aquel mo-
vimiento de polica y carabineros, el taxista
haba dado media vuelta sin subir al chalet.
Tal vez fuera ese hombre pens un
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prfugo peligroso. Y para qu meterse en
un embrollo?
El comisario, bastante irritado por el
informe que sospechaba un homicidio
del sargento, consider la informacin de
que la vctima se haba separado de su es-
posa (o, segn prefera, la esposa de l) un
argumento que abonaba su hiptesis del
suicidio. La pregunta de por qu haba lla-
mado antes a la polica se la plante, pero
no lo inquiet: quera se respondi
matarse ante los ojos de la polica, para
dar mayor originalidad y clamor a su gesto.
Presa de la locura, en una palabra. Pero el
sargento, prestando ms atencin al des-
pacho informativo, hizo notar al comisario
que la separacin de la mujer se haba pro-
ducido doce aos antes. Por doloroso que
sea, un caso as es difcil que llegue al col-
mo de la desesperacin doce aos despus.
En cambio, la irritacin del comisario para
con el sargento lleg al colmo. No se per-
mita esas observaciones, dijo, y haga re-
gresar en seguida al inspector, est donde
est.
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El inspector, tal como haba anunciadoel sbado, estuvo ilocalizable hasta el lunes
por la maana. A las ocho entraba en el
despacho, donde ya estaba el sargento, con
el abrigo, el sombrero y los guantes pues-
tos y envuelto en una bufanda que le cubrahasta la boca. Se quit toda la ropa de abri-
go y se estremeci: Hace fro aqu dentro:
casi tanto como fuera; aqu los pjaros cae-
ran fulminados.
Segn dijo, se haba enterado de lo su-cedido por la radio y los peridicos. Ley
sin comentarios el esqueltico informe del
sargento y sali a hablar con el comisario.
Al volver, pareca enfadado con el sar-
gento. No hagamos novelas, le advir-
ti. Pero la novela estaba ya en el aire. Dos
horas despus, se sentaba en el despacho
para alimentarla el profesor Carmelo Fran-
z, viejo amigo de la vctima. Cont que31
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el sbado 18, inesperadamente, haba visto
llegar a su casa a Giorgio Roccella. Expli-
cacin de aquel viaje repentino: haba re-cordado que en un bal que deba de estar
an en el desvn del chalet haba paquetes
de cartas antiguas uno de Garibaldi a su
bisabuelo, otro de Pirandello a su abuelo
(haban hecho juntos el bachillerato) yhaba sentido deseos de recuperarlas, de
trabajar un poco en ellas. Le pidi que lo
acompaara por la tarde al chalet, pero el
profesor, precisamente esa tarde, tena que
hacerse la peridica e ineludible dilisis, so
pena de pasarse, si no, das inmoviliza-
do con la intoxicacin. Le habra encan-
tado volver, despus de tantos aos, a ese
chalet y participar en la bsqueda. Se des-
pidieron dndose cita para el da siguiente,
domingo, pero, mira por dnde, el domin-
go por la noche escuch en la radio la no-
ticia de la muerte de su amigo.
Pero haba de aadir el profesorotras informaciones: y fundamentales. La
noche del sbado, recibi una llamada de
su amigo. Telefoneaba desde el chalet y lo
primero que dijo fue: No saba que hu-
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bieran puesto aqu el telfono; aadi
que, al buscar en el desvn las cartas, haba
descubierto, mira por dnde, el famosocuadro. Qu cuadro?, haba pregunta-
do el profesor. El que desapareci hace
unos aos; no te acuerdas?, haba dicho
Roccella. El profesor no estaba seguro de
haber adivinado de qu cuadro se trataba;en cualquier caso, le aconsej que llamara
a la polica.
Qu historia ms complicada! dijo
el inspector entre incrdulo y preocupa-
do: El cuadro, el telfono, dos cosas que
el seor Roccella, en el momento en que ha-
bl con usted, acababa de descubrir... Y,
an ms incrdulo, al profesor: Usted
le crey?
Le he credo toda la vida: por qu
habra de empezar precisamente el otro da
a no creerle?
Entretanto, el sargento haba cogido la
gua de telfonos, la hoje, busc y ley:Roccella, Giorgio di Monterosso,
Cotugno, 342260... Figura en la gua.
Gracias dijo, mordaz, el inspec-
tor. Pero lo que me interesa no es que
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figure; lo que me intriga es que no lo su-
piera.
Podemos... comenz el sargento.
Puedes y lo vas a hacer ahora mis-
mo... Ve a la oficina de telfonos y entrate
de todos los detalles de la solicitud, de la
fecha de instalacin, de los recibos paga-
dos... Fotocopias de todo, mejor... Y al
profesor: Volvamos al famoso cuadro:
desaparecido, reaparecido ante su amigo y,
es de suponer, de nuevo desaparecido...
Usted, me ha parecido, tiene idea de a qu
cuadro se refera su amigo...
Y usted? replic el profesor.
Yo, no dijo el inspector. No en-
tiendo de cuadros: y de los desaparecidos,
que en Italia son muchos, es especialista uncolega mo de Roma. Lo consultaremos...
pero, entretanto, dgame de qu cuadro de-
saparecido se trata, en su opinin...
No soy especialista en cuadros de-
saparecidos dijo el profesor.Pero una opinin tendr.
Es la misma que debera tener usted.
La virgen: siempre as... Hasta con
los profesores.34
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Hasta con los inspectores replic,
mordaz, el profesor.
El inspector se contuvo: si hubiera sidootra persona, tal vez lo habra arrojado al
calabozo, pero el profesor Franz era co-
nocido y respetado en toda la ciudad: ge-
neraciones de alumnos tenan un recuerdo
grato y afectuoso de l. Conque:Haga el favor de repetirme lo ms
fielmente posible lo que le dijo su amigo en
persona y por telfono.
El profesor, nervioso, tan nervioso,
que hablaba silabeando, se puso a repetir.
No estar omitiendo algo? se ven-
g el inspector.
Tengo buena memoria y la costum-
bre de no omitir nada.Bien, biendijo el inspector, pero
tenga presente que dentro de poco deber
repetir todo lo dicho, palabra por palabra,
al juez.
El profesor sonri entre indulgente y
desdeoso. Pero entr el comisario, que
haba sido alumno del profesor, y puso fin
a la discusin.
Profesor, usted aqu?35
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Y con un relato interesante dijo el
inspector.
Pero el regreso del sargento provocuna conmocin.
Estaba la solicitud: de hace tres aos,
pero con firma falsificada... Lo han averi-
guado los carabineros.
Maldicin! grit el comisario,
pensando en los carabineros.
36
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Pero, desechada, por el testimonio delprofesor, la tesis del suicidio, que el co-
misario haba aceptado al principio y el
coronel de carabineros se haba apresurado
a rechazar, sus superiores los exhortaron a
reunirse a intercambiar informaciones, hi-ptesis y sospechas. Se reunieron, por as
decir, con los dientes apretados, pero no
lograron mostrarse del todo imprecisos e
insensatos.
Reconstruyeron: el seor Roccella,
presa del capricho de recuperar las cartas de
Garibaldi y de Pirandello, haba regresado
de improviso, despus de tantos aos; ha-
ba ido a ver a su amigo; haba comido en
el restaurante; tom en la casa de la ciudad
o las llevaba consigo las llaves del cha-
let y se traslad a l en taxi. All, tras com-
probar que las llaves an servan, se haba
quedado a buscar las cartas. Pero, qu ha-37
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ba sucedido a partir de aquel momento?
Haba encontrado instalado un telfono,
pero, por lo que contaba el profesor, nopareca que le hubiera sorprendido dema-
siado. Lo que quera decir que tena idea
de quin lo haba mandado instalar. En
cambio, le haba sorprendido mucho y
tal vez atemorizado descubrir ese cuadroen el desvn donde haba ido a buscar las
cartas. De ah la llamada a su amigo, la lla-
mada a la polica. Y, como la polica
tardaba en llegar, haba empezado a escri-
bir: He descubierto.... Pero, presa delmiedo, seguro, haba ido a buscar la vieja
Mauser. Y en ese preciso momento, pro-
bablemente, oy que llamaban. Por fin, la
polica. Fue a abrir: pero era su asesino.
Detalles que comprobar: de verdad se
haba instalado el telfono sin que l lo su-
piera? Se haba debido de verdad su re-
greso al deseo de recuperar las cartas de
Garibaldi y de Pirandello? Haba visto
de verdad ese cuadro o se haba tratado de
un cuadro de la familia del que ya no se
acordaba y que haba reaparecido entre los
numerosos trastos del desvn?
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Haba que hacer una nueva y ms mi-
nuciosa perquisicin en el chalet. Pero,
mientras la decidan, ocurri un hecho queprovoc mucha actividad frentica y per-
turbacin.
Un tren local, a aquella hora las dos
de la tarde por lo general abarrotado de
estudiantes, se haba visto detenido en el
semforo situado antes de la estacin de
Monterosso por la seal de parada. Haba
esperado a que cambiara la seal, pero lle-
vaba ya media hora ante la luz roja del se-
mforo.
La carretera nacional corra paralela a la
va del tren. Estudiantes y ferroviarios ba-
jaban a ella en tropel e imprecaban al jefe
de estacin de Monterosso, que o haba ol-vidado dar va libre o se haba quedado
dormido.
Por la carretera, a aquella hora, pasaban
muy pocos automviles y slo uno se de-
tuvo a preguntar qu haba sucedido a
aquel tren. Un Volvo. El jefe del tren pidi
un favor al conductor: que subiera a la es-
tacin de Monterosso a despertar al jefe de
estacin. El Volvo subi hacia la estacin,39
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lo vieron detenerse en ella y despus de-
saparecer. Evidentemente, haba bajado
por otro ramal de la carretera.
Como el semforo segua en rojo, al
cabo de un poco el jefe del tren, seguido de
algunos pasajeros, subi a pie quinientos
metros a la estacin: pero descubrieron
con horror que el jefe de estacin y el guar-
dava dorman, s, pero el sueo eterno.
Los haban matado.
Imparcialmente, llamaron a los cara-
bineros y a la polica, que en seguida sepusieron a buscar al hombre del Volvo.
Bsqueda fcil, teniendo en cuenta que
Volvos, en toda la provincia, no haba ms
de treinta: as lo consider tambin el hom-
bre del Volvo, cuando se enter por la ra-dio de que la polica lo buscaba, y com-
prendi que no tardara en encontrarlo.
Conque se present en la comisara de mala
gana y con aprensin, pero, como const al
comienzo del acta, espontneamente.Nombre y apellido, lugar y fecha de na-
cimiento, domicilio, profesin y si haba
tenido algo que ver alguna vez con la jus-
ticia.
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Ni siquiera por una contravencin
dijo el hombre. Pero la profesin decla-
rada, representante de casas farmacuticas,dio al inspector la indecible alegra de poder
comenzar el interrogatorio con dureza.
Es usted propietario de un Volvo?
Evidentemente.
No diga evidentemente, cuando me
responda a m... Su Volvo es bastante caro.
El hombre asinti.
Entre los medicamentos que usted
vende, figuran la herona, la cocana, elopio?
Mire dijo el hombre conteniendo
la ira y el miedo, he venido aqu, espon-
tneamente, slo para contarle lo que vi
ayer por la tarde.Cuente, pues dijo con aire incr-
dulo el inspector.
Sub a la estacin, como me haba ro-
gado el jefe del tren. Llam a los cristales
de la oficina del jefe de estacin, meabri...
Quin?
El jefe de estacin, creo.
Entonces usted no lo conoca.41
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No. Le dije lo que el jefe del tren me
haba encargado decirle. Apenas mir den-
tro de la oficina: haba otros dos hombres,que estaban enrollando una alfombra... Y
me march.
Pero por otra carretera dijo el ins-
pector, ya que nadie lo vio bajar... As
que estaban enrollando una alfombra.
El cuadro se le escap al sargento.
El inspector lo fulmin con una mirada:
Te lo agradezco, pero para eso no ne-
cesitaba tu ayuda.
Pero, por Dios dijo el sargento,
yo no me permitira... Y con ingenui-
dad, confuso, balbuciente, aadi: Us-
ted tiene ttulo.La rplica, que son irnica al inspec-
tor, lo hizo enfurecer del todo, pero contra
el hombre del Volvo.
Lo siento, pero debemos retenerlo
aqu: tenemos que hacer muchas averigua-
ciones.
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El sargento Antonio Lagandara habanacido en un pueblo tan cercano a la ciu-
dad, que ya se poda considerar parte de
ella. Su padre, jornalero que haba sabido
elevarse al rango de podador experto, so-
licitado, haba muerto al desplomarse deun cerezo alto que estaba escamondando,
cuando l estaba en el ltimo ao de un
curso de economa y comercio. Haba sa-
cado el ttulo, pero, al no saber qu hacer
ni encontrar otra cosa, se haba enrolado enla polica y, cinco aos despus, haba lle-
gado a suboficial. El oficio le apasionaba,
por lo que quera hacer carrera. Se haba
matriculado en la facultad de Derecho,
asista a clase cuando y como poda, estu-
diaba. La licenciatura en Derecho era la
ambicin suprema de su vida, su sueo: in-
genua era, pues, la rplica que al inspector
pareci mal intencionada. An estaba re-
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sentido, cuando el sargento regres de
acompaar al calabozo al hombre del Vol-
vo, cuyos gritos de protesta resonabanahora por toda la comisara.
Conque tengo ttulo, eh?... An no
s si eres de verdad un incauto o si finges
serlo... Ttulo! En un pas en que ya tienen
ttulo los ordenanzas, los camareros y hastalos barrenderos.
Disclpeme dijo sincero, pero aris-
co, el sargento.
Dejmoslo... Yo voy ahora a ver alcomisario: dentro de un cuarto de hora
acompaa hasta su despacho al hombre del
Volvo.
En el despacho del comisario estaba el
coronel de carabineros: el inspector infor-m a los dos. Cuando entr el hombre del
Volvo con el sargento, el comisario dijo al
instante:
As que usted vio, en la oficina del
jefe de estacin, a tres hombres que enro-llaban una alfombra. Haba un cadver
dentro?
Un cadver? No, seguro que no.
Qu anchura tena la alfombra?
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Pues no s... Tal vez un metro y me-
dio.
Cmo puede afirmar que era una al-fombra? pregunt el coronel.
No afirmo nada: me pareci una al-
fombra.
Descrbala.
Estaban enrollndola, me pareci, al
revs: tela basta, spera...
Pero el revs de una alfombra no es
as. No estaran enrollando una pintura?
Es posible dijo el hombre.Pasemos a otra cosa... Los hombres,
ha dicho usted, eran tres.
S, tres.
El comisario le ense dos fotografas:
Aqu tiene a dos de ellos, los reco-
noce?
Estaban intentando hacerlo caer en una
trampa; el hombre los maldijo para sus
adentros.
Qu los voy a reconocer! A estos
dos creo que no los he visto en mi vida.
Sabe quines son? El jefe de estacin
y el guardava: precisamente los que fueron
asesinados.45
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Pero, yo no los vi!
Pero, si ha dicho que vio al jefe de
estacin y habl con l!
Con alguien que crea que era el jefe
de estacin.
Lo siento dijo el comisario, pero
me veo obligado a retenerlo an aqu.El desventurado volvi a gritar su pro-
testa.
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El comisario y el coronel recapitularon
sus instrucciones con el magistrado ins-
tructor. El magistrado adopt un aire de
profunda reflexin y despus dijo:
Saben lo que creo? Que, por casual
que pueda parecer, el hombre del Volvo
entr en la oficina del jefe de estacin, vioesa pintura, se encaprich de ella como en
un flechazo, elimin a los dos hombres y
se la llev.
Comisario y coronel intercambiaron
una mirada perpleja e irnica.
Es un personaje, este del Volvo, por
el que he sentido un afecto inmediato. Ra-
ras veces me equivoco con mis intuiciones.
Tnganmelo a la sombra. Los despidi,
tena que or al viejo profesor Franz.
Al salir, el comisario dijo:
Dios mo!
Espantoso! exclam el coronel.
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Entretanto, el magistrado se haba le-
vantado para recibir a su viejo profesor.
Qu placer volver a verlo, despusde tantos aos!
Muchos: y me pesan convino el
profesor.
Pero, qu dice? Usted no ha cam-
biado nada, de aspecto.
Usted, s dijo el profesor con su
franqueza habitual.
Este maldito trabajo... Pero, por
qu me habla de usted?
Como entonces dijo el profesor.
Pero ahora...
No.
Pero, se acuerda de m?
Claro que me acuerdo.
Me permite una pregunta?... Des-
pus le har otras, de otra clase... En las
redacciones de italiano usted siempre me
pona un tres de nota, porque copiaba.
Pero una vez me puso un cinco: por qu?
Porque haba copiado de un autor
ms inteligente.
El juez se ech a rer.
El italiano: estaba bastante flojo en48
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italiano. Pero, como ve, al fin y al cabo no
se ha perdido nada: aqu me tiene, de fis-
cal...El italiano no es el italiano: es el ra-
zonamiento dijo el profesor. Con me-
nos italiano usted habra llegado an ms
arriba.
Era una rplica feroz. El magistrado pa-
lideci. Y pas a un duro interrogatorio.
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El hijo de la vctima y la esposa llegaron
de Edimburgo y de Stuttgart, respecti-vamente el mismo da. Fue un encuen-
tro, entre madre e hijo, y tambin para los
investigadores, muy desagradable. La mu-
jer, evidentemente, haba acudido para
arrancar lo que pudiera del patrimonio; elhijo, para impedrselo, pero sobre todo
para averiguar cmo y por qu haban ma-
tado a su padre y quin.
El encuentro se produjo en el despacho
del comisario. No se saludaron, el saludodel hijo fue un seco:
Puedes volverte a Stuttgart, no hay
nada para ti.
Eso lo dices t.No lo digo yo, lo dicen los papeles
que mi padre mand registrar hace unos
aos.
No estoy segura de que esos papeles
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tengan valor, de que no sean impugna-
bles... Pongmonos de acuerdo, vendamos
todo y marchmonos.No vendo: yo tal vez me quede aqu.
Vine, y me qued por mucho tiempo, hace
aos: an estaban mis abuelos. Tengo un
recuerdo muy hermoso... S, tal vez me
quede... Mi padre y yo pensbamos confrecuencia en volver, en quedarnos a vivir
aqu.
Tu padre! exclam, sarcstica, la
mujer.Quieres decir que no era mi pa-
dre?... Mira: las madres no se pueden ele-
gir, pues a ti no te habra elegido, eso por
descontado... Por otra parte, t segura-
mente no me habras elegido como hijo...Pero a los padres se los elige: y yo eleg a
Giorgio, lo am, lloro su muerte. Era mi
padre. T atribuyes demasiada importancia
al hecho de haberte acostado con otro... o
con otros.
La mano llena de sortijas y con las
uas pintadas de la madre centelle sobre
la mejilla del hijo. El muchacho le vol-
vi la espalda y se puso a mirar el estante
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de libros como si de verdad le interesaran.
Estaba llorando.
El comisario dijo:
Eso son cosas suyas. Yo quiero sa-
ber de usted, seora, si tiene alguna ra-
zn o sospecha sobre el asesinato de su
marido.
La seora se encogi de hombros.
Era siciliano dijo y los sicilianos
ya hace aos que se matan entre s, vaya
usted a saber por qu.
Juicio indefectible dijo, irnico, elhijo, al tiempo que volva a sentarse ante
el escritorio del comisario.
Y usted, Qu piensa? Qu sabe?
le pregunt el comisario.
Sobre las razones por las que ha sido
asesinado, nada; ahora, que espero, tarde o
temprano, enterarme por usted... Por lo
dems... Cont la decisin de su padre
de volver a recuperar las cartas de Garibaldi
y de Pirandello, su pesar por no haber po-
dido acompaarlo, la llamada telefnica
con la que su padre le asegur que haba
llegado bien. Nada ms.
Dgame algo sobre sus propiedades53
8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla
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de aqu. Es verdad que estaban abando-
nadas?
S y no. De vez en cuando mi padreescriba a alguien, un sacerdote, creo, para
preguntarle por su conservacin.
Pero, estaba el sacerdote encargado
de su conservacin?
No precisamente, creo.
Le mandaba dinero su padre?
Me parece que no.
Responda a las cartas de su padre?S, deca siempre que, pese al aban-
dono, todo se conservaba bien.
Tena el sacerdote las llaves de la
casa de la ciudad y del chalet?No lo s.
No recuerda su nombre?
Cricco, me parece... Padre Cricco.
Pero no estoy seguro.
54
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El padre Cricco hombre apuesto,
alto y solemne en su hbito afirm quenunca haba tenido las llaves: contemplaba
por fuera la casa de la ciudad y el chalet y
sus noticias se limitaban a asegurar que se-
guan en pie, sin grietas a la vista ni erosio-
nes irreparables.
El inspector interrogaba respetuoso,
atento y el sargento tomaba acta. Co-
menz:
Usted es uno de los pocos sacerdotesque an visten de sacerdotes. Es algo que,
no s bien por qu, me resulta alentador.
Soy un sacerdote chapado a la anti-
gua y usted es un catlico chapado a la an-
tigua. Mejor para nosotros, digo yo pre-
suntuosamente.
Como sacerdote, como hombre in-
teligente, como amigo del muerto, qu
opina de este caso?55
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Pese a toda la novela que se est
creando en torno a l, confieso que no lo-
gro quitarme de la cabeza la hiptesis delsuicidio. Giorgio no era un corazn con-
tento.
Ya: esa esposa, ese hijo que no era
hijo suyo...
Pero parece que la polica cientfica...
S, ha encontrado en la pistola varias
huellas del muerto, pero precisamente en
los puntos en que debera haberla empu-
ado para dispararse estn como borradas,
como si la hubiera empuado una mano
enguantada... Pero yo, con todo el respeto
por la polica cientfica, me fo poco de ese
dictamen.
El sargento, que no perda el vicio de
intervenir, dijo:
Tambin yo me fo poco y casi nada.
Pero es imposible imaginar que un hom-
bre, tras haber manejado una pistola, en el
momento de suicidarse se ponga el guante,
se dispare y tenga despus tiempo de volver
a quitarse el guante y hacerlo desaparecer.
Cosa de hellzapoppin.
Te diviertes, eh?... Sigue, sigue di-
virtindote dijo, mordaz, el inspector.56
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Las autoridades policiales y judiciales
decidieron hacer otra perquisicin en el
chalet, acompaadas de la esposa y el hijoy tambin el profesor Franz. Fueron el
inspector, el sargento y una multitud de
agentes. El padre Cricco rehus la invita-
cin a acudir: lo emocionaba demasiado y
su presencia habra sido totalmente intil.A recoger al profesor a su casa fue el
sargento. Hicieron el corto viaje ellos dos
solos, con gran alegra por parte del sar-
gento, al que hablar con personas que te-
nan fama de inteligentes y cultas infunda
una especie de ebriedad. Pero el profesor
habl de sus achaques y dej al sargento la
frase memorable (pero no compartible en
la energa de sus treinta aos) de que en de-
terminado momento de la vida no es que la
esperanza sea lo ltimo en morir, sino que
morir es la ltima esperanza.
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El profesor conoca el lugar, haba pa-
sado en l muchas horas de su infancia y
juventud con su amigo. Nada ms entrar enel cercado, dijo indicando los almacenes:
En tiempos eran las cuadras. Pero el sar-
gento se llev la sorpresa de ver las puertas
abiertas de par en par y sin los cerrojos.
Pens que habran sido los carabineros, selo dijo al inspector y despus, tras entrar
en la casa, telefonearon a los carabineros.
Ellos no haban sido, no saban nada de
eso.
El sargento, nervioso, inspeccion unopor uno los almacenes. Despedan un tenue
olor a azcar quemado, a hojas de eucalip-
to maceradas, a alcohol: algo indefinible,
en una palabra. Dijo al inspector:
Nota el olor?
No huelo nada, estoy muy resfriado.
Habra que mandar venir a algn ex-
perto, algn qumico, y los perros de los
aduaneros.
El mejor perro eres t dijo el ins-
pector. De todos modos, traeremos a ex-
pertos y perros.
Los otros esperaban ante la puerta del
58
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chalet. Las llaves las tena el inspector,
quien se las dio al sargento diciendo: Abre
y haz de gua: yo es la primera vez que ven-go aqu.
Entraron todos en tropel: los agentes
con un mpetu que pareca que fueran a
sorprender a un ladrn, el muchacho mi-
rando a su alrededor con los ojos brillantesde emocin, la mujer muy fra, como abu-
rrida.
En la planta baja no haba, para los
agentes, nada que no se hubiera visto ya.
Subieron al primer piso, entraron en la co-
cina. La puertecita que conduca al desvn
estaba misteriosamente abierta. Se detuvie-
ron ante ella; despus el inspector se ade-
lant, subi gil y seguro la escalerita de
madera y, al llegar arriba, inund de luz el
desvn. Y a los otros junto a l.
El sargento, movindose con cautela
entre todas aquellas cosas amontonadas,
miraba y volva a mirar las paredes.Qu buscas? le pregunt el ins-
pector.
El interruptor.
Ah, s: t nunca has conseguido en-59
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contrarlo. Pero no es difcil: est detrs del
busto de san Ignacio.
Pero no se ve dijo el sargento.
Intuicin dijo el inspector. Y bro-
me: No me vayas a decir que lo he des-
cubierto porque tengo ttulo. Pero los
ojos se le haban puesto vidriosos como de
terror.
No se lo dir replic el sargento:
arisco.
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En el bal haba quedado, limpia de la
espesa capa de polvo que cubra todo, laseal de que algo haba reposado sobre l
por mucho tiempo. La pintura enrollada,
pens el sargento: y lo dijo. Por eso, el po-
bre Roccella la haba visto an antes de
abrir el bal y buscar las cartas, que estabanah, empaquetadas: las de Garibaldi, las de
Pirandello. El profesor ya las haba visto,
muchos aos atrs. Hoje las de Pirande-
llo, se detuvo en alguna frase. A los die-
ciocho aos, Pirandello pensaba en lo que
escribira hasta pasados los sesenta.
En el viaje de regreso, el profesor dijo
al sargento:
Estas cartas de Pirandello me gustaraleerlas detenidamente.
No creo que sea difcil conseguir que
se las confen. Pero pensaba en otra cosa:
taciturno, inquieto, nervioso; senta la ne-
61
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cesidad de confiarse, de desahogarse. En
determinado momento detuvo el coche y se
ech a llorar nervioso. Llevamos tresaos juntos, en el mismo despacho.
Comprendo dijo el profesor. El
interruptor?
El interruptor... Haba dicho que no
haba estado nunca en esa casa: usted tam-
bin lo ha odo... Yo haba gastado una caja
entera de cerillas buscando ese interruptor;
despus haban venido los otros a buscarlo
con linternas... Y, en cambio, l lo ha
encontrado en seguida, a la primera.
Un error increble por su parte dijo
el profesor.
Pero, cmo ha podido hacerlo?
Qu le ha sucedido en ese momento?
Tal vez un fenmeno de desdobla-
miento repentino: en ese instante se ha
convertido en el polica que se cazaba a s
mismo. Y, enigmticamente, como ha-
blando para sus adentros, aadi: Piran-
dello.
Quiero contarle todo lo que, partien-
do ahora del interruptor, estoy juntando
aritmticamente.62
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Aritmticamente... sonri el pro-
fesor. Pero siempre quedar por disipar
alguna duda.Por eso le pido que me ayude.
En lo que pueda... Pero suba a mi
casa: estaremos ms tranquilos.
Tras hablar durante horas, llegaron a laconclusin de que la pintura haba sido una
veleidad imprudente, una actividad margi-
nal, casi un capricho. Algo muy distinto se
haca en aquel lugar: por eso, el pobre Roc-
cella, al llegar por sorpresa, haba sido ase-sinado.
En la puerta, en el momento de des-
pedirlo, el profesor pregunt:
Tiene usted intencin...?No lo s dijo el sargento, no lo
s extraviado, trastornado.
63
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La maana siguiente el inspector lleg
al despacho a la hora de costumbre con suhabitual buen humor, rayano en la euforia.
Se quit el sombrero, los guantes, el abri-
go, la bufanda, de color vivo pero elegante;
guard los guantes en el bolsillo del abrigo
y colg todo en el armario. Los guantes.Mientras el inspector se estremeca por el
fro del despacho, diciendo como todas las
maanas que all los pjaros habran cado
muertos, el sargento, ya en su escritorio,
se estremeca con otra clase de escalofro.Los guantes, eso es, los guantes.
Ya trabajando dijo el inspector a
modo de saludo.
Qu voy a trabajar! Estoy hojeando
los peridicos.
Y qu hay de bueno?
De bueno nada, como de costumbre.
Haba entre ellos, bajo ese intercambio
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de frases usuales y triviales, un malestar,
una frialdad, algo de preocupacin y te-
mor.El interruptor. El guante. El sargento
nada saba de una famosa serie de grabados
de Max Klinger, titulada Un guante, ni la
habra apreciado, pero en su mente el guan-
te del inspector corra, volaba, se alzabacomo ahora en la fantasa de Max Klinger.
Sus escritorios estaban dispuestos en
ngulo. Sentado cada uno delante del suyo,
el inspector finga estar absorto en la lec-tura de los papeles que tena delante y el
sargento en la lectura de los peridicos.
El sargento estuvo varias veces a punto
de levantarse e ir a ver al comisario para
contarle todo: pero lo retena la idea de quelo que tena que contar habra parecido del
todo inconsistente al comisario. El inspec-
tor el sargento lo advirti de repente
tena otra idea, ms inmediatamente mor-
tfera.
En determinado momento el inspector
se levant, se acerc a un armarito y sac
un frasco de aceite lubricante, un trapo de
lana y una escobilla. Dijo: Hace aos que
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no limpio esta pistola. La sac de la funda
que llevaba sujeta al cinturn y la dej so-
bre la mesa. Despus la abri y dej caerlos cartuchos sobre la mesa.
El sargento comprendi. En el peri-
dico que tena delante y que finga leer, las
palabras se aglomeraron, se fundieron y se
deslindaron en el ttulo que el inspectorcrea poder leer en los peridicos del da
siguiente: Un inspector de polica mata por
error a un subalterno.
Dijo:
Yo siempre limpio la ma... Pero,usted es buen tirador?
Excelente dijo el inspector.
Y el sargento, como advertencia y des-
cargo de conciencia:Mire que acertar en el centro de un
blanco no basta para ser considerado buen
tirador. Hace falta destreza, rapidez...
Lo s.
Pues no, pens el sargento, no lo sa-bes: o, al menos, no lo sabes como lo s
yo.
Todas las maanas dejaba su pistola en
el cajn superior derecho del escritorio. Lo
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abri lenta, silenciosamente con la mano
derecha, mientras con la izquierda se ta-
paba con el peridico. Sus manos se habanvuelto ms giles y parecan haberse mul-
tiplicado, todos sus sentidos se haban agu-
dizado. Vibraba todo en l, como en una
cuerda metlica fina y tensa. El atvico ins-
tinto campesino de desconfianza, de vi-
gilancia, de sospecha, de previsin y
reconocimiento de lo peor se le haba
despertado hasta el paroxismo.
El inspector acab de limpiar la pistola,
la volvi a cargar, la empu fingiendoapuntar a la lmpara, a un calendario, a un
picaporte, pero en el momento en que con
repentina rapidez la apunt al sargento y
dispar, ste ya se haba arrojado al suelo
con toda la silla, haba retirado el peridicoque sostena con la mano izquierda y con
el que tapaba la pistola que haba sacado del
cajn y haba disparado un tiro certero al
corazn del inspector, que se desplom so-
bre los papeles que tena delante y los en-
sangrent profusamente.
Era un buen tirador dijo el sargen-
to mirando el orificio del proyectil detrs
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de su escritorio, pero yo le haba adver-
tido agreg como si hubiera vencido en
una competicin. Pero un instante despusprorrumpi en llanto y rechinar de dientes.
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Resumamos dijo el comisario.Resumamos y decidamos... Es decir, de-
cida el seor fiscal; dentro de poco vamos
a tener a los periodistas a la puerta.
En el despacho del fiscal. Estaba tam-
bin el coronel de carabineros y delante deellos, como un acusado ante el tribunal, el
sargento.
Resumamos, pues... Segn el relato
del sargento, no carente de elementos de
prueba, de indicios que yo, confieso mi
error, no tuve en cuenta como deba, los
hechos son los que voy a exponer breve-
mente. La tarde del dieciocho se produce
la llamada telefnica del seor Roccella a la
comisara: pide que alguien vaya a su casa
a ver cierta cosa. Responde el sargento que
alguien ir, lo antes posible. Comunica el
contenido de la llamada al inspector, se
ofrece a ir, pero el inspector dice que no
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cree en el regreso, despus de tantos aos,
del seor Roccella; considera que se trata
de una broma. Dice al sargento que el dasiguiente se d una escapadita hasta ese lu-
gar y se marcha diciendo que durante todo
el da siguiente, fiesta de san Jos, estar
ilocalizable: y lo estuvo, en verdad... Es
fcil sospechar que avisara a sus cm-
plices sobre el imprevisible regreso del
seor Roccella y an ms fcil que fuera en
persona, llamase y entrara como inspector
de polica, se sentase junto a Roccella al es-
critorio en que ste haba empezado a es-
cribir sobre el cuadro que haba descubier-
to y, en el momento preciso, tras coger esa
pistola que inesperadamente se encontraba
sobre la mesa, la empuara con mano en-guantada y le disparase a la cabeza. Des-
pus haba puesto un punto a la frase he
descubierto y se haba marchado y haba
cerrado tras s la puerta, que tena cerra-
dura de resorte... Debo decir, como au-tocrtica, que ese punto despus de he
descubierto, cuya incongruencia me se-
al el sargento, no me pareci significa-
tivo entonces. Pens que Rocella haba en-
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loquecido, que haba llegado a descubrir en
el suicidio una solucin y que se le haba
ocurrido suicidarse ante los ojos de la po-lica... Pero el da siguiente descubriran sin
duda al muerto: de ah la necesidad del de-
salojo. Por la noche, llamaron a toda la
banda para que se reuniera: trasladaron el
cuadro y otros instrumentos de trabajo
clandestino.
Adonde? pregunt el juez.
El sargento opina, y yo tambin, que
a la estacin de Monterosso, donde el jefede estacin y el guardava formaban ya par-
te de la banda, aunque marginalmente, en
calidad de difusores, de correos... Indu-
dablemente, al ver llegar todo aquel mate-
rial voluminoso y comprometedor, el jefede estacin y el guardava se espantaron.
Protestaron, amenazaron acaso: y fueron
asesinados. Cuando lleg a la estacin el
hombre del Volvo, ya los haban matado,
lo que explica su precipitada fuga... Elhombre del Volvo no vio al jefe de estacin
y al guardava: vio a sus asesinos... Eso lo
hemos averiguado mostrndole las fotogra-
fas del jefe de estacin y del guardava: ja-
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ms los haba visto... Despus vino el epi-
sodio del interruptor: que no fue al sargen-
to al nico que impresion.Qu cretino! dijo el magistrado:
en elogio fnebre del inspector. Y des-
pus: Pero, querido comisario, querido
coronel, esto es demasiado poco... Y si
probsemos a rebatir esta historia consi-derando que el sargento miente y que es l
el protagonista de los hechos de que acusa
al inspector?
El comisario y el coronel intercambia-
ron con la mirada ese Dios mo! y eseEspantoso! que das antes haban inter-
cambiado de viva voz.
No es posible, dijeron los dos al mis-
mo tiempo.
Despus el comisario invit al sargento
a salir:
Espera en la antesala: te llamaremos
dentro de cinco minutos.
Lo volvieron a llamar ms de una horadespus.
Accidente dijo el juez.
Accidente dijo el comisario.
Accidente dijo el coronel.
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Por eso, en los peridicos: Un sargento
mata accidentalmente, mientras limpiaba la
pistola, al inspector jefe de la polica judi-cial.
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Mientras en la comisara haba un au-tntico hervidero con la preparacin de la
capilla ardiente para el inspector (las exe-
quias iban a ser solemnes), el hombre del
Volvo, al que haban sacado de la crcel,
fue conducido a comisara para las forma-lidades burocrticas gracias a las cuales
quedara libre, por fin.
Cumplidas dichas formalidades, sala
desgreado y angustiosamente alegre, cuan-
do en el umbral se encontr con el padreCricco, vestido con bonete, sobrepelliz
y estola, que llegaba para bendecir el
cadver.
El padre Cricco lo detuvo con un gesto.
Dijo:
Me parece conocerlo: es usted de mi
parroquia?
Qu parroquia ni qu nio muerto!
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Yo no tengo parroquia dijo el hombre y
sali con mpetu alegre.
Encontr en el estacionamiento su Vol-
vo, con una multa. Pero estaba tan conten-
to, que le pareci cosa de risa.
Sali de la ciudad cantando. Pero en de-
terminado momento detuvo de golpe el co-che y volvi a entristecerse y angustiarse.
Ese cura, se dijo, ese cura... Lo habra
reconocido al instante, si no hubiese ido
vestido de cura: era el jefe de estacin, el
que cre que era el jefe de estacin.Pens en dar media vuelta, regresar a la
comisara. Pero un momento despus: A
qu voy a ir a meterme en un lo mucho
ms gordo an?.
Reanud cantando el camino hacia su
casa.
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