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Agradecimientos Agradecemos a todas aquellas personas las cuales con su interés,
colaboración y apoyo incondicional se pudo sacar adelante este proyecto.
Igualmente a todos los lectores, que con su entusiasmo nos dan el ánimo
necesario para trabajar en nuevos libros. ¡Gracias!
Rodoni
Aciditax
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Milyepes
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Hanna
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KatieGee
LadyPandora
Lilikabaez
LuciiTamy
Maia8
Vericity
viqijb
Hanna, Julieta_Arg, LadyPandora & Maia8
Francatemartu
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Índice Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Epílogo
Sobre la autora
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Sinopsis
Traducido por Rodoni
Corregido por Maia8
uando Psique recibe una profecía que sale terriblemente mal, se da
cuenta de que, incluso, la chica mas Bella en Grecia puede tener un
horrible futuro. ¿Su destino? Enamorarse de la única persona que
hasta los dioses temen.
A medida que se siente más cerca de caer en los brazos de la profecía,
Psique deberá elegir entre el toque terriblemente tierno al que es casi
imposible resistirse y a la única constancia en su vida a la que se a
acostumbrado:
No puedes escapar de lo que se ha destinado.
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Capítulo 1
Traducido por Rodoni
Corregido por Vericity
i estómago se revolvió con el olor del carbón y el petróleo casi
rancio untado sobre mis párpados. Quien decidió que la grasa
debía ser parte de una rutina de belleza diaria merecía el exilio
permanente.
El olor no parecía molestar a Maia, sin embargo. Tarareaba en voz baja
mientras estratificaba el pegote, y me estaba volviendo loca. Mis dientes
se enterraron en la mejilla hasta que me las arreglé para destrozar otro
pedazo de piel.
—¿Quieres dejar de estar inquieta? Voy a untar toda esta pasta para los
ojos en tu cara si no te quedas quieta.
Sirvienta o no, Maia era buena en mantenerme en mi lugar.
—Lo siento. —Me detuve de masticar mi mejilla a favor de crispar el pie.
Maia colocó su recia mano contra mi frente, sus ojos arrugados en los
bordes con preocupación.
―No pareces tú misma hoy. ¿Estás segura que estás bien?
Mis ojos se clavaron en el pájaro sentado en mi estantería. Maia siguió mi
mirada y se quedó sin aliento.
―Dios mío, Psique. ¿Cómo entró una paloma aquí?
Dejó caer el maquillaje en mi tocador e hizo el ademán de espantar al ave.
Instintivamente, la tomé por la muñeca.
―No, no lo hagas. La dejé entrar. ―Me detuve, debatiendo si valía la pena
corregir que el ave en realidad era un pichón, y no una paloma. O hacerle
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notar que el pichón se convertiría en Afrodita tan pronto como Maia se
fuese.
Mejor sólo dejarlo ir.
—Me gusta tenerla aquí. Estoy preocupada de que Padre me haga
deshacerme de ella. ―Encontré los ojos de Maia e hice mi mejor sonrisa...
Afrodita me ayudaba a dominarla cuando no era un pájaro.
Los hombros de Maia se relajaron y empezó la fase II de mi régimen de
embellecimiento: rubor con mora triturada. Pero no hubo relajación para
mí. Algo estaba pasando. Este era el quinto día consecutivo en que
Afrodita había venido a visitarme. Claro que había aparecido un par de
meses atrás, justo después de empezar a tener admiradores diariamente
en mi ventana. Había dicho que le gustaba ver que la belleza recibía la
atención que merecía. Era parte de su dominio, después de todo. Y
entonces había venido de forma aleatoria después de eso, pero no diaria.
A pesar de que fingía que nada era diferente, sabía que quería algo. Algo
más. Las Diosas simplemente no pasan el rato con los mortales por el
gusto de hacerlo. ¿Pero qué? ¿Estaba de alguna manera absorbiendo la
energía de la multitud afuera? Si era así, ¿querría que me parase junto a
esta ventana cada mañana por el resto de mi vida? Y entonces, ¿qué
pasaría cuando ya no fuera lo suficientemente joven, o lo suficientemente
bonita para ella?
Tragué saliva cuando me llamó la atención una idea aún peor: ¿y si estaba
espiando, observando cómo reaccionaba cada mañana? ¿Me condenaría
por Hubris después de que ella fue la que me animó a desplazarme
realmente entre la multitud?
Mi pecho se contrajo por el peso de mis preocupaciones, mis nervios se
sentían desgastados, como el final de la cuerda que golpea por demasiado
tiempo la brisa del mar Egeo.
¡Maia tiene que parar de zumbar!
Comencé a girar la cabeza para que pudiera decirle que ya era suficiente,
pero ella simplemente peinó más fuerte mi maraña de rizos cuando me
moví.
―Maia, por favor ―gemí―, ¿podrías parar con el zumbido ahora?
Con Maia ahora en silencio, me quedé sólo con el cepillado rítmico de mi
pelo y acariciando al pichón a medida. Sus uñas golpeaban contra el
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estante de madera donde paseaba. Tan honrada como estaba de su
presencia, casi me hubiera gustado poder revertir los últimos meses. Si no
me hubiera sentado para el retrato en la academia de arte, el artista no
habría conseguido volverse famoso por dibujar mi rostro. Mi rostro no
habría terminado dando vueltas por Grecia. Y los griegos no habrían
comenzado a aparecer en mi puerta para ver si de verdad me veía tan bien
como en las pinturas.
Incluso las señales de admiración que traían con ellos no eran suficientes
para pagar todo lo que había perdido. Los cofres de mis padres estaban
robustos y jugosos, pero mi vida se estaba secando. Quería ir de compras
al Ágora con Madre, incursionar en los Baños con mi hermana, galopar a
través de los campos con mi caballo, todas las cosas que me habían
negado en nombre de la seguridad.
Mientras Maia terminaba de sujetar mi banda favorita de plata en el
cabello, el ave Afrodita aleteó hasta mi tocador para una inspección más
cercana.
―Shoo. ―Maia sacudió la mano hacia Afrodita antes de que pudiera
detenerla―. Aléjate, tú, sucia, cosa vieja.
―Détente. ―Saltando a mis pies, tomé a la diosa-pájaro en mis manos.
Las plumas alrededor de su cuello se levantaban hacia fuera y balanceaba
la cabeza frenéticamente mientras balbuceaba un ahogado sonido de
arrullo.
―No, no ―canturré mientras la acariciaba con mi dedo―. Maia no quiso
decir eso.
Maia resopló.
―No sé por qué me molesto en tratar de ayudarte a veces.
―Maia ―le dije, arrastrando su nombre y dándole mi mejor puchero―.
Sabes que te quiero. No te vayas enojada, ¿de acuerdo?
Suspiró.
―Lo sé. Sólo me iré. ―A medida que se acercaba a la puerta de caoba,
Maia dio una mirada mordaz sobre su hombro a mi ventana―. Tus
admiradores esperan. No querrás decepcionarlos.
―¿Qué se supone que… ―empecé antes de que la puerta se cerrara―
...significa?
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Cuando me di la vuelta, Afrodita estaba sentaba en mi tocador de mármol,
con las piernas cruzadas en la rodilla mientras se reclinaba.
―Ella ―Asintió Afrodita con la cabeza a la puerta antes de chasquear un
zarcillo de oro sobre su hombro―, no es divertida.
Me senté abajo en el taburete a su lado, alegrándome al ver que no parecía
tan enojada como había temido.
―Maia no es tan mala. Simplemente no creo que le gusten todas las
personas que merodean afuera. Se ha vuelto mucho peor últimamente.
Afrodita levantó una estrecha ceja.
―¿Peor? Tienes admiradores que acuden desde todos los rincones de
Grecia para poner regalos a tus pies a cambio de ver tu cara. Eso no es
algo malo.
Asentí con la cabeza, pero no respondí. Las Diosas podían disfrutar de
recoger los tributos, pero yo me sentía mal.
Afrodita cogió una botella de aceite de lirio perfumado de almendra de mi
tocador y lo frotó sobre sus brazos.
―Ya has oído lo que ha dicho, ¿no? ―preguntó Afrodita.
―¿Sobre mí decepcionando a mis admiradores?
Negó con la cabeza.
―No eso. Me dijo que era vieja.
―No seas… tonta. ―Casi digo 'ridícula', pero luego recordé con quien
estaba hablando―. Eres la diosa más bella de Grecia. No eres vieja.
Dejó a un lado el aceite y apretó mi cara entre sus manos.
―No, tiene razón. Tengo un hijo de tu edad. Eres la nueva belleza de
Grecia, Psique. Lo eres tú ahora.
Guau. Estaba bastante segura que aceptar el elogio me haría ganar tortura
sin fin en el Tártaro algún día. Mientras todavía estaba balbuceando algo
que decir, Afrodita ágilmente saltó sobre sus pies y dio una vuelta a la
habitación.
―Puedo sentirlo. Hoy es el día.
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Sus ojos cristalinos estaban muy abiertos y salvajes y no me gustaba la
dirección que estaba tomando esta conversación.
Con más drama que cualquier actor, echó los brazos alrededor de los
postigos de madera que todavía cerraban mi ventana.
―Ve a tu gente. Te están esperando.
―¿Qué? ―Salió más como un tartamudeo que una pregunta real. Ellos no
eran míos. Eran sujetos de sus propias ciudades, devotos de los dioses.
¿Pero míos? Nunca.
Cuando sus ojos se encontraron de nuevo con los míos, una sonrisa
radiante apareció en su rostro. En un movimiento rápido, cogió mis
manos. Su toque se sintió como una piedra calentada por el sol.
―Esto es lo que he estado esperando. Este día. He aprendido de mis
errores con Helena. ¿Pero tú? ―Sacudió la cabeza y sonrió―. Oh, Psique,
vas a hacer que me sienta orgullosa.
Tal vez Maia tenía razón y estaba enferma después de todo, porque estaba
bastante segura de que tenía una enfermedad que hacía que mi lengua se
hinchara y mi mandíbula se cerrara.
¿Estaba realmente comparándome con Helena? ¿El rostro que lanzó mil
naves? ¿La zorra que comenzó la guerra de Troya con su amante?
No podía compararme con Helena. No quería compararme a Helena. Esa
no era yo.
Devanándome los sesos, traté de recordar qué papel jugó Afrodita en la
guerra. Qué lecciones podría haber aprendido. Pero me quedé en blanco.
Mi cerebro era un perro que perseguía su cola, nunca la conseguiría.
Con un giro suave, Afrodita me plantó delante de la ventana y quedó claro
que ella tiró aparte las persianas. La luz del sol y los aplausos
ensordecedores empaparon mi habitación antes de que del cielo
comenzara a llover piedras preciosas. Perlas y oro, diamantes y monedas.
Cualquier cosa para mostrar la multitud que adoraban al ídolo de la
belleza.
―Atrápame ―susurró Afrodita antes de cambiar de nuevo en su forma de
ave. Sus plumas blancas se elevaron en un amplio arco fuera de mi
ventana y luego de nuevo. Obediente, tendí las manos ahuecadas para
ponerla en la tierra.
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Si la multitud estaba animada antes, ahora estaba sometida a una
erupción. Me parecía ser la única que no sabía lo que estaba pasando.
Claro, yo sabía que los pichones eran pájaros sagrados de Afrodita, pero
mi pichón había estado yendo y viniendo durante una semana entera y
esta reacción era la primera.
¿Tal vez había algo especial en que nos vieran juntas?
Entonces, un nombre cortó a través de las voces, tomando forma poco a
poco, poco a poco, hasta que todos los de abajo gritaban lo mismo:
Afrodita. Miré hacia abajo a mi mentora emplumada y ella me devolvió el
guiño antes de revolotear lejos.
Demasiados pensamientos se agolpaban en mi cerebro para que
cualquiera se aclarase. ¿Creen que yo soy ella? ¿Ella quiere que piensen
que soy ella? ¿O es que saben que el pichón era ella? Oh dioses, ¿qué
significa esto?
―Vuelve ―grité, desesperada por respuestas y pensando que nadie me
escucharía con la multitud ensordecedora.
Frenéticamente analicé en busca de cualquier rastro de la paloma -
rastrillando más caras, echando a un lado carne en mi búsqueda de
plumas. Pero me detuve cuando un par de ojos desde la parte posterior
del grupo me atraparon. La mujer se abrió paso hacia adelante y la
multitud se apartó para dejarla pasar, como si fuera un imán presionando
fuera una fuerza de oposición. Casi hipnóticamente, el canto cesó y la
atención se centró en ella.
Mientras estaba de pie justo debajo de mi ventana, una fuerte brisa
agitaba su túnica, llevando la fragancia inconfundible del lirio perfumado
de aceite de almendras. Sus ojos cristalinos se encontraron con los míos y
yo sabía que era ella.
Afrodita.
Ella se quedó allí, dejando el glamour de su disfraz místico extenderse
sobre la multitud. Si no la conociera mejor, habría pensado que era una de
las gitanas adivinadoras de la fortuna.
―Finalmente, ella hace que su hija nos conozca. ―Afrodita levantó una
mano, ahora arrugada y empujado hacia atrás la capucha de su túnica
color vino. Su cabello plateado caía por su espalda en una trenza gruesa―.
¡Nuestras atenciones no han sido en vano! ¡Afrodita finalmente nos envió
a un niño para difundir su belleza mortal por el mundo!
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Yo nunca había oído rugidos de este tipo en toda mi vida. La gente
alrededor de ella saltó y subió, sin embargo, ella permaneció quieta, en
una isla de calma. En el alboroto, Afrodita articuló cinco palabras para mí
antes de desvanecerse.
Te lo explicaré más tarde.
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Capítulo 2
Traducido por Rodoni
Corregido por Julieta_arg
ntes de que pudiera procesar completamente lo que pasaba afuera
de mi ventana, mi nombre entró en erupción desde el pasillo como
un volcán Santorini.
—¡PsiQue!
Mi padre siempre hacía hincapié en la Q de mi nombre cuando se
encontraba enojado o excitado, y yo no estaba segura de qué manera iba
esto.
Después de un adiós rápido a la multitud, golpeé mis persianas cerradas y
apreté la espalda contra ellas. Tomando una respiración profunda, puse
mi mejor cara seria y marché desde mi habitación y a las paredes forradas
de pergamino de la biblioteca. Como siempre, mis padres estaban allí,
esperando contar con los tesoros que hubiera recibido esa mañana. El
sudor frío que corría por mi espina dorsal se evaporó cuando vi sus
rostros.
Exuberante.
Afrodita me enseñó esa palabra esta semana. Ella piensa que la belleza es
aún más potente cuando está respaldada por el conocimiento. E insistió
en que "sin duda debía saber una palabra que describiera a una persona
alegre y enérgica como yo." Hoy día, la palabra encajaba con las
expresiones de mis padres. Sus ojos brillaban como si mil velas ardieran
dentro de sus cabezas y en sus sonrisas se grababan permanentemente
amenazadoras líneas de la risa en sus mejillas.
—Hoy. En la ventana... —Madre se tapó la boca con sus manos diminutas.
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—Bueno, ¿ya sabes lo que esto significa? —Padre la cortó—. Afrodita ha
hablado. —Él me apretó contra su pecho en un abrazo hasta que mi espina
crujió. Me soltó cuando mis huesos en realidad aparecieron.
—Lo siento, cariño —dijo—. Es simplemente…hemos esperado tanto
tiempo para esta noticia. Todas las señales estaban ahí, las multitudes, las
ofrendas. Aun así, empezábamos a pensar que no ibas a ser elegida.
Madre extendió la mano. Tomándola, me hundió a su lado en el sofá.
—Por supuesto —dijo ella—, nunca hemos dudado de ti. Pero sólo han
pasado dos generaciones desde Helena, así que pensamos que tal vez ella
todavía esperaba su tiempo antes de tomar otra hija.
—¿Qué quieres decir con… hija? Yo no soy su hija —tartamudeé.
Las lágrimas se filtraron en la esquina de los ojos de mamá. Se los frotó al
tratar de sonreír.
—Es una forma de hablar. Más simbólico que otra cosa. Afrodita tiene una
historia de escoger a una chica mortal para servir como su hija. Algo así
como que Apolo tiene a Pitia de Delfos. —Su mirada se posó en mi frente
mientras estudiaba mis características, como ella.
—Me sorprende que no te lo haya explicado hasta ahora. —Cuando sus
ojos de esmeralda se movieron a Padre, se mordió el labio—. ¿Es una mala
señal que ella no viniera a Psique antes del anuncio?
Aquí vamos —signos, presagios, supersticiones. Madre estaba a punto de
subir a una tangente imparable a menos que diera un paso atrás.
Padre se acarició la barba.
—No estoy seguro de si debería llamar a…
—No es una señal —le interrumpí—. Me ha visitado antes. Me hizo
prometer que no le dijera a nadie, y bueno... —Levanté las manos a sus
miradas incrédulas—. ¿Qué querían que hiciera? Ella es una maldita
diosa.
Había leído lo suficiente para saber que el desobedecer a los dioses era
una mala noticia. ¿Has algo que te dijeron que no lo hicieras? Fin del
Juego. De ninguna manera rebelaría el secreto de Afrodita, aunque sus
visitas eran las mejores y más aterradoras cosas que jamás había
experimentado.
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Padre le sonrió a mamá.
—Bueno, supongo que no tienes que preocuparte por la decisión ahora,
¿verdad?
Soltando mis manos, madre alisó los pliegues de su túnica antes de
aumentar lentamente el ritmo hacia la ventana. Pensé que estaría aliviada
al oír que no había malos presagios que descendieran en nuestro palacio.
—¿Phoebe? ¿Estás bien? —preguntó Padre.
Ella sorbió mientras negaba.
—Estoy... estoy preocupada. Habrá un montón de expectativas sobre
Psique ahora. La hija mortal de Afrodita. Es una gran responsabilidad.
Padre dio a su hombro un apretón suave.
—Y el primer mortal puro también. —Su mirada, tan llena de orgullo, la
misma expresión que usaba cada vez que regresaba de un duelo exitoso o
un rey vecino venía a rendirle homenaje se apoderó de su rostro—. Helena
era tan hermosa porque era medio inmortal.
Y yo no lo soy.
Me pregunté si eso me hacía más o menos especial.
—Guau. —Encogí las piernas cerca de mi pecho y les di un apretón—.
Ustedes deberían haberme dicho. No tenía ni idea. No sé ni qué decir o
hacer cuando vuelva. —Miré hacia arriba y me encontré con los ojos de
Madre. Ella era la que siempre tenía respuestas para mí—. ¿Se supone que
debo actuar como si yo fuera parte de la familia olímpica ahora o algo así?
Con un estremecimiento, Madre giró a los brazos de Padre y sollozó.
Escalofríos sacudían su pequeño cuerpo, lo único que él podía hacer era
suavizar su cabello y susurrarle.
—¿Qué puedo decir?
Padre me miró.
—Ella simplemente está molesta porque te vas a casar tan pronto ahora.
Estoy segura de que pensó que tenía más tiempo con ustedes, chicas.
Espera, ¿qué? Acababa de ser adoptada por una diosa hoy—¿no era una
cantidad suficiente de cambios por un tiempo?
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Me froté el puente de la nariz mientras los inicios de un dolor de cabeza
comenzaban a florecer detrás de mi frente.
—¿Cómo es que yo, la hija adoptada de Afrodita, requiero un marido?
—Cariño, tu madre y yo ya hablamos de esto. Decidimos que si Afrodita te
escogía, entonces ambas deberían ser elegidas para el matrimonio
inmediatamente. Es la diosa del amor, así que naturalmente querrá que
nuestra familia lo represente para ella.
—¿Y qué? Tengo toda mi vida para hacer eso. Pero sé que Afrodita no
escogió para Helena a Paris de Troya hasta mucho después de que ya
había estado casada con Menelao. —Y sin darse cuenta inicio la mayor
guerra de la historia—. ¿Por qué piensan ustedes...?
Entonces algo que Afrodita dijo en la mañana salió del fondo de mi
mente. He aprendido de mis errores con Helena. Tal vez eso quería decir
que no pensaba esperar conmigo, dejarme encontrar mi propio camino
antes de que ella interviniese. Iba a controlarlo desde el principio,
¿verdad?
Padre estaba hablando, probablemente respondiendo a mi pregunta aún,
pero había dejado de escuchar. Chara era mayor que yo, y aún no estaba
casada—no quería estarlo. Nos encantaba vivir en Sikyon. No queríamos
dejar atrás los artistas que pintaron retratos para un óbolo, o las obras de
teatro trágico que fluían a través de nuestros teatros con los cambios de
estación. Esta era mi casa, y aunque yo siempre supe que algún día
tendría que irme, no estaba lista para eso todavía.
—Psique, ¿estás escuchando?
La voz de Padre me sacó de mi trance.
—Dije, ve a decirle a Chara que vamos a empezar a aceptar pretendientes
mañana.
Si hubiera habido cualquier color que quedara en mi cara antes, tenía que
haber desaparecido. ¿Mañana? Parpadeé, obligando de nuevo al borde del
pánico que sentí, subir desde el fondo de mi estómago.
—No hay necesidad de apresurarse en esto. Quiero decir, Afrodita ni
siquiera pasó por la casa para ver a su "hija" desde el gran anuncio.
Padre se inclinó hacia delante y susurró:
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—Tú eres obviamente muy buena para guardar secretos, así que voy a
confiar en que no compartas esto con tu hermana. Pero además de honrar
a Afrodita en su unión, el precio de Chara como novia va a ser mucho
mayor en estos momentos debido a sus noticias.
Hubiera estado menos sorprendida si el techo de nuestro palacio se
derrumbase sobre mi cabeza. ¿Madre y Padre nos querían vender ahora
porque estábamos en el pico de nuestro precio como novias? ¿En serio?
Afortunadamente, Maia me encontró antes de que pudiera empezar a
gritarle a mis padres o arrancar mi cabello como una loca de atar.
—Psique, niña, necesito tu ayuda por un minuto. Mientras hacía su cama,
volvió su mascota. —Ella bajó la voz para que sólo yo pudiera oír—. Y ha
traído un amigo.
La presión en el pecho se aligero aún cuando mi corazón latió de forma
errática. Tal vez Afrodita tendría algunas mejores respuestas.
Seguramente diría que mis padres estaban locos y obligar a las princesas
de Sikyon a matrimonios precoces no había sido parte de su gran plan.
—¿Una mascota? —reflexionó Padre—. Psique no tiene una…
Madre se separó de sus sollozos el tiempo suficiente para averiguar lo que
realmente quería decir Maia.
—Afrodita volvió en su forma de pájaro, ¿no es así?
—Probablemente —admití, y a toda prisa caminé hacia la puerta—. Pero
quiero verla a solas primero. Toma un poco de tiempo la vinculación
madre-hija.
Y ver quien en el Hades que trajo con ella.
¿Tal vez era una de las tías diosas? ¿Atenea aparecería como una paloma,
o sólo haría la cosa de la lechuza? ¿Qué pasaba con Hera?
Pasando a Maia, corrí por el pasillo. La curiosidad aparte, mi nueva
madre y yo teníamos algunos asuntos de qué hablar sobre los ciertos
planes a una boda próxima. Después de recordarme que tenía que darle
las gracias por haberme escogido antes de descargar todo mi drama
familiar, abrí la puerta y di un paso al interior.
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Capítulo 3
Traducido por Rodoni
Corregido por KatieGee
uando la puerta se cerró, me di la vuelta, ansiosa por ver a quién
había traído Afrodita con ella.
Estaba a dos pasos en mi habitación cuando cambiaron. Esperando
una diosa, no podría haber estado más sorprendida por el visitante
adicional.
O equivocada.
Los suaves rizos rubios y ojos azules penetrantes no pertenecían a
ninguna diosa. ¿Sólo al más increíble hombre-dios? Yo nunca había visto
tales ojos.
Mi corazón entró en carrera y la sangre subió a mis mejillas. Él me lanzó
una sonrisa tímida que hizo que mi estómago se inquietara con una
desconocida alegría. Así que cuando un par de alas blancas salieron
desplegadas de su espalda, mis rodillas casi se doblaron. Y yo que había
pensado que no podría ser más magnífico. No había duda al respecto, este
tipo era divino.
Afrodita me abrazó, pidiendo que pusiera mi atención en ella.
―Entonces, ¿estás sorprendida? ―preguntó.
Aunque nunca me había abrazado antes, sabía qué era lo que ella quería
que yo hiciera. Devolver su abrazo y mostrarme a mí misma agradecida de
mi nuevo papel como su hija mortal.
―Sorprendida no es ni la mitad ―murmuré, entrando en un abrazo torpe.
Sus brazos se apretaron a mí alrededor mientras se mecía de lado a lado.
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―Esto es muy emocionante para ti. Y para mí. ―Me empujó hacia atrás en
la longitud de sus brazos y me miró a la cara, sus ojos buscando los míos—
. Tú eres la que yo he estado esperando. Sólo puedo decirlo.
A su lado, las alas del muchacho se rizaron.
―Han tenido su pequeña reunión madre-hija. ¿Podemos irnos ahora?
Aun manteniendo un brazo sobre mi hombro, Afrodita envolvió al chico
con su otro brazo. Estábamos tan cerca que casi podía olerlo, sólo un
toque de sol resistente.
―No seas tonto, Eros. Todos tenemos mucho que discutir.
¿Eros? ¿Al igual que el dios-del-amor, dispara-a-todo-el-mundo-con-
mágicas-flechas, el hijo de Afrodita, Eros?
―¿Tenemos que hacerlo aquí? ―Su mirada recorrió la habitación y el
disgusto evidentemente apareció por las comisuras de sus labios,
enjugándose esa sonrisa deliciosa—. Es tan…. rural.
¿Qué se supone que significa eso? Mi tentación de morderle su cabeza fue
atenuado sólo por mi necesidad de permanecer en el tema.
―Afrodita ―empecé―. No tengo que llamarte "mamá" ahora ni nada,
¿verdad?
La infame sonrisa tiró de sus labios apretados y un hoyuelo perfecto
estalló en la mejilla derecha.
―Todavía no, cariño. En poco tiempo ―replicó ella con una mirada de
complicidad a Eros―, pero todavía no.
Me sentía como si tuviera que sentarme. ¿La sala giraba?
Frotando mis sienes, lo intenté de nuevo.
―Está bien. Estoy segura de que no entiendo la mayoría de lo que está
pasando hoy en día, pero realmente tenemos que hablar. Porque lo que
mis padres están planeando no tiene sentido tampoco. ―Afrodita se sentó
en el borde de mi tocador y ladeó la cabeza como si estuviera esperando
que yo continuara―. Mira, aquí está la cosa. Mis padres están muy
contentos.
―Ellos deberían estarlo. ―Eros medio tosió en su puño.
Le lancé una mirada antes de seguir mi discurso incoherente.
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―Pero, ellos creen que quieres que me case de inmediato. Lo cual es una
locura, ¿verdad? Quiero decir, dijiste que te ayudaría a promover el culto
a la belleza, pero nunca hablaste de tus otros... bueno, atributos. Y así, de
todos modos, mis padres están enviando las solicitudes de pretendientes,
y mi hermana se va a casar también, y esto está sólo... mal. Por favor,
dime que esto está mal.
―Completamente mal ―confirmó Afrodita con un gesto de la mano. Me
di cuenta de lo bien que había estado apretando mis dedos hasta que me
dejaron ir y la sangre corrió de vuelta―. Bueno, quizá no la parte de tu
hermana, pero sin duda tu casamiento. ―Ella dio esta risa gutural que
borró toda la instancia de alivio que había tenido hace un segundo―. Tus
padres no te escogen un marido. Yo lo hago.
Eros resopló y se dejó caer en un taburete trípode en el otro lado de mi
habitación.
―Sí, y todos sabemos lo bien que resultó la última vez.
Afrodita se levantó y caminó hacia su hijo.
―¿Qué sabes tú acerca de Helena? ―Su voz bajó una octava mientras
susurraba entre dientes―. Ni siquiera habías nacido, tú, imbécil ingrato.
Eros giró sus ojos hacia su madre. Cuando finalmente respondió, su voz
estaba nivelada.
―Sé que comenzó la peor guerra de la historia de Grecia y todo giraba en
torno a una cara bonita. ―Volvió la mirada fija en mí y asintió―. Así que
ahora has encontrado otra. Bravo, madre. ¿Qué va a ser esta vez? ¿La
puedes utilizar para iniciar una plaga de diez años? ¿Hambruna tal vez?
Afrodita levantó la mano como si fuera a darle una bofetada, pero luego se
detuvo. Su puño cerrado, bajó el brazo y poco a poco se volvió hacia mí.
Ella podría haberlo hecho lava congelada en el verano.
―Lo siento, Psique. Si yo hubiera sabido que mi hijo iba a ser tan... mal
educado, puede que te hubiera dicho esta noticia en privado.
Mis ojos se movían de Afrodita a Eros y hacia atrás. Se aclaró la garganta
mientras se acercaba y estrechó mi mano entre las suyas.
―Psique, cariño, ¿sabías que habría un momento en que iba a necesitar
algo de ti? ¿Un pequeño servicio?
Asentí con la cabeza. Aquí venía.
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Ella levantó mi mano hasta cerca de su corazón.
―Yo lo consideraría un favor personal si tú me haces el honor de casarte
con mi hijo.
Mi mandíbula cayó floja y traté de retroceder, pero Afrodita tenía un
apretón de muerte en mi mano. Eros, en la otra mano, no tuvo tal
restricción. Repentinamente salto del trípode.
―¿Estás bromeando? ―Sus alas se extendieron amplias detrás de él
mientras se hinchaba como un pavo real gigante y atacaba a su madre―.
¿Crees que me voy a casar con ella?
―Sí, de hecho, lo hago. ―Afrodita torció la boca en una mueca
sonriente―. O la próxima vez que Zeus quiera despojarte de tus flechas,
no voy a detenerlo. ―Ella finalmente me soltó de la mano para acariciar a
Eros en la mejilla.
Sus labios se apretaron con tanta fuerza que parecía en peligro de
desaparecer por completo.
―¿Un mortal o mis flechas? ¿Esa es mi elección?
Afrodita suspiró, larga y pesadamente.
―Sé que ella luce como la anterior, pero Psique es mucho más bonita, ¿no
te parece? ―Ella se volvió hacia mí y me empapó con una sonrisa
maternal―. Y no va a romper tu corazón.
Un músculo en la mejilla de Eros tembló y tuve la repentina sensación de
que estaba a punto de aceptar. No es que sintiera la más mínima
compasión por él, pero no tenía el menor interés en pasar el resto de mi
vida con el mayor idiota que he conocido. Teniendo en cuenta algunos de
los senadores que habían llegado a nuestro palacio, estaba diciendo algo.
Antes de que pudiera detenerme, las palabras salieron de mi boca.
―Tal vez podamos resolverlo. ―Ambos pares de ojos azules me miraron
fijamente clavándome en el suelo―. Quiero decir, no estoy lista para
casarme todavía. Y en realidad, Eros y yo nos acabamos de conocer, y
bueno, no estoy segura de que seamos la mejor pareja. Sin ofender.
―Maldición. Eso salió totalmente mal. ¿Acababa de decirle a una diosa
que su elección de partido no me convencía, en este caso?―. Estoy segura
de que nos veríamos realmente bien juntos y todo, pero tal vez nuestra
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personalidad no encaje exactamente. ―Yo estaba tratando de sonreír,
pero se sentía mucho más como una mueca.
―Habla por ti. Ningún dios se ve bien llevando consigo un equipaje
mortal.
¿De verdad me había dicho eso a mí?
La lengua de Afrodita fue más rápida que la mía para responder.
―Y supongo que eso es por lo que utilizas tus flechas para hacer que Zeus
se enamore de todas esas chicas mortales. ¿O por qué te enamoraste tú
mismo? ¿Debido a que son equipaje? ―Salió y apretó mi brazo antes de
empujarme a su hijo―. Yo encuentro a la chica más hermosa de toda
Grecia, ¿y así es como me lo agradeces?
Eros alzó las manos.
―¿Quieres que te de las gracias? ―El me miró de arriba abajo, con los
ojos lentamente rastrillando sobre mi cuerpo, de la cabeza a los pies―.
Gracias, pero no, gracias.
Arrebatando mi brazo para que quedara libre de Afrodita, me abalancé
sobre Eros. Instintivamente, mi dedo le dio un golpecito en el pecho como
si estuviera regañando a un niño.
―Ahora escúchame. Me importa una mierda lo que eres. Tu madre ha
sido más que buena conmigo y no puedes hablarle de esa manera en mi
casa.
Los dedos de Eros se apretaron alrededor de mi muñeca, enviando una
pequeña carga corriendo a través de mi cuerpo. Cuando sus ojos se
abrieron brevemente, yo estaba segura de que él también lo sintió.
Nuestras miradas se bloquearon, a sólo unos centímetros de distancia.
Incluso podía sentir su aliento cosquilleando en mis labios mientras
trabajaba para frenar su respiración.
Tan pronto como llegó el momento, se había ido. Eros dejó caer el brazo y
lanzó una mirada a su madre.
―¿En serio? ¿Crees que me voy a casar con esto?
Ugh. Ya tenía suficiente de él. Mis manos le golpearon su pecho lo
suficiente para mecerlo un paso atrás.
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―Yo nunca, nunca, me casaré contigo. Así que ni siquiera pienses que
puedes rechazarme, tu pomposo, arrogante... cretino. Porque yo te
rechazo. ¿Me escuchas? Fuera de mi habitación.
El aspecto inicial de shock en la cara de Eros fue arrasado por puro placer.
Sus ojos brillaban y bailaban como ascuas que se elevan sobre una
hoguera.
―Con todo el placer. ―Hizo una reverencia y se volvió hacia su madre―.
Creo que deberías asentar las cosas aquí, ¿no?
Antes de que ella pudiera responder, él se transformó en paloma y
revoloteó a través de la abertura de grietas en las persianas.
Yo había pensado que toda la tensión dejaría la habitación con esas alas,
pero me encontré sola con una diosa cuyo generalmente rostro de
porcelana estaba ahora visiblemente rojo. Claro, había venido a mí antes,
resoplando sobre desaires o infracciones. Como la vez en que un granjero
se refirió a ella en una oración como Ojos de Buey, cuando todo el mundo
sabe que ese es el apodo de Hera. Pero en este momento, se puso como
una langosta al vapor de vergüenza y tuve un mal presentimiento de que
estaba a punto de tomar el peso de su ira.
―Una cosa. Todo lo que pido es una cosa, una pequeña cosa, ¿y no lo vas
a hacer?
―Él empezó. ―Qué forma de ser madura. Me di un giro de ojo mental y
seguí adelante―. Además, se suponía que me pidieras que hiciera algo
relacionado con la belleza, no con el amor o el sexo o las otras cosas.
―¿Qué te hizo pensar eso? Mis términos quedaron siempre abiertos. Tú
aceptaste mi consejo, te levantaste en la fama, llené las arcas de su
familia. ―Ella hizo un gesto salvajemente a mi ventana, moviendo todo su
cuerpo lo suficiente como para sacudir los collares de concha de oro
alrededor de su cuello―. No te he pedido que seas una puta en mi templo.
Tú te casarías con un dios.
Cuando lo dijo así, ella tenía razón. Aún así... necesitaba pensar y su
mirada estaba deteniendo mi cerebro. Poco a poco, di un paso atrás hacia
la puerta de mi dormitorio. Tal vez podría facilitar la salida. Estaba
bastante segura de que no me seguiría en su cuerpo real y que claramente
necesitaba un poco de tiempo de reflexión.
―Lo lamen… ―empecé.
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―Yo te hice mi hija. ―Se hizo eco de su voz como un trueno en las paredes
de mosaico de mi habitación―. ¿Y luego te niegas a mi hijo? ¿Un niño de
mi real sangre?
Seguí de espalda contra la pared y traté de pensar en una forma de
detener la ira.
―Simplemente, dame un poco de tiempo, ¿de acuerdo? Dije que lo sentía.
―Detrás de mí, mi mano encontró la perilla de la puerta y me volví―. Él
no puede decir esas cosas a ti. No está bien.
―No era tu lugar. ―Su grito me siguió por el pasillo mientras escapé de
mi cuarto por segunda vez ese día.
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Capítulo 4
Traducido por Maia8
Corregido por Viqijb
na nota para mí: cuando intentas esconderte de una diosa, piensa
más allá de tu habitación. Mi cerebro revuelto me condujo por el
pasillo, muy gastado, a la habitación de mi hermana y eso fue lo
más lejos que llegué.
—¡Oh, dioses! —chilló Chara cuando irrumpí en su habitación. Sus rizos
rubios se arremolinaban alrededor de sus hombros como un remolino de
oro cuando rebotó.
Al parecer, ella no se dio cuenta de que yo estaba enloqueciendo mientras
ella bailaba y aplaudía.
Corriendo junto a ella, me zambullí en la cama y tiré las mantas de seda
por encima de mi cabeza. Casi al instante, Chara me abordó y la cama se
sacudió bajo sus continuos saltos.
—¿Qué estás haciendo, tonta? Sal. —La voz de Chara sonó ligera y lo
suficientemente aireada para volar.
Cuando no respondí, ella finalmente detuvo su rebote incesante.
—¿Psique? —Sacudió mi hombro—. ¿Está todo bien?
No. No está bien. Ni para mí. Ni para ti. No hay nada siquiera cerca de
bien.
—No realmente —grazné yo.
Las mantas cayeron lejos y miré hacia arriba para ver a Chara de pie
junto a mí.
—Suéltalo. ¿Qué pasa?
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Recubrí mi cara con las manos.
—No quieres ni saber. En serio. Es tan malo.
Tiró de mis manos.
—Vamos. No puede ser tan malo. Eres hija de Afrodita ahora.
Estuve a punto de vomitar sobre la cama.
—Está bien. —Me senté y respiré hondo—. Aquí está la versión corta. Todo
el mundo quiere que me case. Como ayer. Afrodita exigió que me casase
con Eros, pero no funcionó...
—Whoa. Espera —me interrumpió—. ¿Eros? ¿Ella quiere que te cases con
su hijo?
—La palabra correcta es quería. Tiempo pasado. Él prácticamente me
odia, era un idiota y le eché de mi habitación.
El silencio de mi hermana confirmó que sí, que sonaba tan malo como
pensaba. Continué, decidida a llegar a la parte que la afectaba también.
—Así que, eso era ella y ahora está bastante enojada y todo, lo cual es una
cosa. Pero mamá y papá están todavía alborotados, planificando una boda
doble o algo así y enviando anuncios para ambas.
Chara soltó mis manos para aplaudir sobre su grito silencioso. O tal vez
estaba a punto de vomitar también.
Cuando finalmente habló, sus palabras salieron tan temerarias como
rápidas.
—Eso es imposible. ¿Estás segura? Se suponía que debías tener otro año.
Lo único que podía hacer era acurrucarme con ella a medida que
formábamos nuestro propio montón de lágrimas, sollozos nasales y
maquillaje.
—Lo siento mucho —gemí—. Yo sabía que ella querría algo, pero no sabía
que sería esto. Debería haber preguntado.
Chara me miró, su mirada me decía que yo había cometido un desliz,
incluso antes de que la acusación saliera.
—¿Qué quieres decir con “debería haber preguntado”? ¿Conocías a
Afrodita antes de hoy?
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Tragando saliva, me di cuenta de que Chara había pasado de compartir mi
agonía a estar dispuesta a echarme a los leones.
—No es lo que piensas.
Mentirosa, mentirosa.
—Ella sólo me visitaba. Mayormente como un pájaro. A veces me ayuda
con el panorama. —Me froté la nariz con el dorso de la mano—. No fue tan
fácil, ¿sabes?
—¿Desde cuándo? —exigió.
—No lo sé. —Me encogí de hombros—. Dos meses. Tal vez tres.
—¡Tres meses! —Su grito casi me asustó más que el de Afrodita—. ¿Has
tenido visitas de una diosa durante tres meses? ¿Qué te pareció que
estaba pasando? Tenías que haberlo sabido.
—No lo hacía. Te lo juro. Ella sólo me dijo que su poder aumentaba
cuando la belleza era importante y que yo la estaba ayudando. Eso es todo
lo que sabía.
Chara saltó de la cama, tirando de las sábanas con ella.
—Increíble.
—Lo sé —supliqué—. Ayúdame. ¿Qué voy a hacer?
—¿Tú? —La mirada de Chara era incrédula—. ¿Ayudarte? Se supone que
debo tener por lo menos un año más antes de tener que jugar a niñera de
algún rey antiguo. Me gusta estar aquí, muchas gracias. Pero, ¿y ahora
qué? ¿Ahora tengo que sufrir porque eras muy tonta para ver lo obvio?
Mientras buscaba las palabras que posiblemente podrían explicarme,
Chara salió la habitación.
—No puedo estar aquí ahora.
La puerta se cerró detrás de ella como el chasquido de un hacha.
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Capítulo 5
Traducido por Maia8
Corregido por Jut
ros azotó por el aire fresco de la noche, todavía luchando para
controlar su temperamento. La audacia de su madre había
alcanzado un nuevo nivel.
No podía creer que le hubiera dicho que se casara con una mortal. Sabía
cómo se sentía acerca de ellos desde... no se atrevía a pensar siquiera su
nombre.
Esa cicatriz se había curado por fin y él no estaba dispuesto a abrirla de
nuevo. Especialmente no con Psique, una chica que al parecer le detestaba
claramente.
Lo que necesitaba era una distracción. Algo para evitar que su mente
diera vueltas de nuevo al arco de la atracción que había sentido cuando
tocó a Psique esa mañana. O la forma en que el simple hecho de mirar a
alguien tan hermosa como ella le daban ganas de sellar su corazón en una
caja de metal. No se dejaría herir de nuevo. Nunca.
Guardando sus alas, Eros aterrizó justo fuera de una masa palpitante de
personas. La fiesta de toda una noche de Dionisio sin duda haría de
distracción. En medio de mujeres semidesnudas que realmente no
ansiaba, pensó que bebería hasta la saciedad. Y encontraría a alguien que
le hiciera olvidar los ojos verdes de Psique y lo mucho que le recordaban
a... ella.
Empujándose a través de una multitud de ninfas chismosas, Eros se
acercó a Dionisio. Como Eros esperaba estar en la final de la noche,
Dionisio estaba cubierto por chicas. Sostenía una copa de vino,
derramando su contenido en el suelo de color carmesí.
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—Dionisio, viejo amigo —dijo Eros, dando unas palmaditas al inmortal
fornido en la espalda—, parece que empezaste la fiesta sin mí.
Dionisio giró la cabeza temblorosamente hacia la voz y trabajó por
entrever a Eros.
—Zou lo hiciste… —arrastró las palabras—. ¡Toma un poco de vino! —
Dionisio levantó su copa y el vino salpicó en el pecho de la mujer sentada
a su derecha.
Aunque Dionisio hizo un lío ayudando a la señora a secar su toga, un
juerguista agitó otra y colocó una copa en la mano de Eros. Bebió el vino
en un largo trago.
—Aquí, déjame conseguirte una para ti. —Eros se giró para encontrar a
una ninfa que había conocido durante años para que llenase su vaso.
—¡Kalisto! —Eros echó un brazo alrededor de la ninfa—. Me alegro de
verte de nuevo.
—Tú también, Eros. —Su cabello castaño brillaba a la luz de las antorchas
casi tan fascinantemente como su sonrisa.
Eros se inclinó más cerca de Kalisto y bajó la voz.
—¿Desde cuándo te convertiste en uno de los seguidores de Dionisio? No
pensé que te gustaran este tipo de cosas. —Él asintió con la cabeza en
dirección a un grupo de mujeres arremolinadas.
—Una chica tiene derecho a cambiar de opinión. —Kalisto se cepilló el
flequillo de la frente—. Probablemente, he cambiado mucho desde que
me viste por última vez.
—Dime —contestó Eros, terminando su vino y levantando su copa para
rellenarla.
—Tal vez. Primero quiero saber acerca de Eros. ¿Has cambiado algo? —
preguntó Kalisto mientras servía. Eros enarcó una ceja.
—¿Yo? ¿Por qué debería cambiar? —Apretó su hombro con el suyo—. Soy
bastante perfecto así, ¿no te parece?
—Mmm… —Kalisto le pasó la mano por el hombro—. Eres un placer para
la vista, pero eres un asesino para el corazón.
Eros se rió y bebió otro trago de vino.
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—¿Yo? No sabes ni la mitad. —Él había visto asesinar un corazón, pero no
era obra suya. Kalisto entrecerró los ojos cuando se inclinó para sisearle
en el oído.
—Tienes que parar con las flechas, ¿de acuerdo? Sé que has estado con un
perfil bajo durante unas semanas, pero Zeus me ha enviado para
confirmar que ya está hecho. Habla en serio esta vez. No hay más
mortales para él.
No hay más mortales para cualquier persona, si Eros tuviera voz y voto en
el asunto.
—Y tienes que trabajar para Hera —continuó Kalisto—. Has estado
bastante en casa.
Eros dejó caer la cabeza hacia adelante. Deseó no estar teniendo esta
conversación esta noche. O nunca.
—¿Qué es lo que quiere? —gimió.
Kalisto puso su brazo sobre el hombro de Eros.
—Deja que alguna diosa agradable haga un hombre honesto de ti. Ya
sabes cómo es ella sobre la familia. Cálmate, deja de enviar a su marido
tras la persecución de chicas mortales, y todo será perdonado.
Hablando de una broma. Zeus había estado persiguiendo mujeres desde
mucho antes de que Eros naciera. Pero, ¿qué podía decir a la pequeña
ninfa mensajera que no lo hiciera volver de nuevo a los gobernantes del
Olimpo? Nada.
Eros le arrebató la jarra de vino y volvió a llenar su vaso.
—¿Lo sabes, Kalisto? Tú eres la segunda persona hoy que ha tratado de
tenderme una trampa.
Los labios de Kalisto se torcieron en una mueca.
—Oh. ¿Alguien más ya hablo contigo acerca de Iris, entonces?
Eros casi escupió el vino.
—¿Iris? ¿Ese espectáculo de monstruo multicolor? Dioses, eso es casi
peor que un mortal.
Kalisto golpeó con los nudillos en su hombro.
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—No seas estúpido. La idea fue de Hera. —Cuando Eros no respondió,
añadió:
—A ella realmente le gustaría ver que te estableciste.
—Sí, bueno, a mi madre también. —Él bebió de nuevo otro trago de
vino—. La gente va a tener que aprender a lidiar con la decepción.
El rostro de Kalisto palideció mientras su mirada se fijaba en algo detrás
de Eros.
—¿Qué? —preguntó, volviéndose.
Afrodita estaba tan cerca, que tenía que tropezar hacia atrás para no
pisarla.
—La decepción es un eufemismo, ¿no te parece?
—No aquí —dijo—. No hablaré de eso esta noche. Con cualquiera de las
dos —agregó, mirando de vuelta a Kalisto.
Los ojos de Afrodita quemaron a la ninfa mientras giraba a su hijo en la
dirección opuesta.
—Discúlpanos.
—Dije que no ahora. —Eros hizo un gesto con el brazo para soltarse de su
agarre y se detuvo—. No me importa lo que digas, no me voy a casar con
una mortal, ¿entendido?
Afrodita niveló sus intensos ojos azules a los de él.
—Está bien.
Um, ¿qué? Eros cuadró los hombros y metió las alas en su lugar.
—Así que, ¿por qué estás aquí?
—Es dolorosamente obvio que no hay mucho que pueda hacer por ti al
haberte negado mi disposición. Ella, por su parte, es una historia
diferente.
—¿Y has venido a decirme eso?
Afrodita arrebató la copa de la mano de Eros y la tiró al suelo.
—No, he venido aquí para decirte que te encargues de su castigo. ¿Ella
rechaza a mi hijo? Bien. Has que se enamore de algún despreciable y
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repugnante mortal. No me importa quién, francamente. Sólo asegúrate de
que sea tan horrible con las mujeres de su vida como tú.
***
Un portero se asomó al comedor cuando Eros estaba terminando de
desayunar.
—Mi Señor, Afrodita manda decir que se ha ido de vacaciones al mar.
Dice que se asegure de hacer su trabajo de forma rápida por lo que no
tendrá que molestarle con los detalles.
El tenedor de Eros resonó en el plato. Cerró los ojos ya que el ruido hizo
eco en su cerebro como platillos. Maldita sea. Después de tres días de
merecidas festividades, se había olvidado de que su madre le había hecho
su chico de los recados de nuevo. ¿Qué era lo que quería?
Su cerebro se sentía como pulpa. Algo sobre Psique, recordó. Y no tener
que casarse con ella. Esa sola noticia justificó su juerga de tres días. Su
estómago se relajó cuando los recuerdos se abrieron paso.
—¿Habrá algo más, señor?
Eros se limpió la boca con una servilleta.
—Vigila que nadie entre. Al parecer, tengo trabajo que hacer.
A medida que el hombre se escabullía, Eros tomó un último sorbo de
ambrosía y se dirigió al patio. Pero sus pies no querían hacer el viaje.
Los ojos esmeraldas de Psique brillaban en su cerebro, tan llenos de fuego
y vida. Por supuesto, él no quería tener nada que ver con ella y la angustia
inevitable que ella traía. Pero odiaba pensar que sería él el que la echaría a
los leones.
¿Cuándo habían organizado sus flechas tanto desorden? Echaba de menos
los primeros años, inocentes, cuando sus flechas hacían sólo una cosa:
hacer que la gente que se suponía que estaba enamorada siguiera así. Sin
embargo, ¿qué otra opción tenía? Si no le daba a su madre lo que ella
quería, no se sabía qué retribución habría planeado ella.
Convenciendo a su cuerpo de moverse por fin, Eros se dirigió al patio y se
reclinó contra un banco de oro. Se echó hacia atrás y se centró en una
zona vacía de la pared. El paisaje griego parpadeaba detrás de sus ojos, su
clarividencia perfeccionándose.
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Las visiones le provocaron náuseas. ¿Cuánto vino bebí? Respiró hondo
para no vomitar su desayuno y trató de pensar en qué debía estar
buscando. Buscar al azar cuando se sentía como un marinero pusilánime
claramente no era en sus mejores intereses.
¿Tal vez un cíclope? No, lo más probable era que crujiera sus huesos en
trozos pequeños. Tan cruel como sabía que su belleza podría ser si alguna
vez se acercaba, la muerte no era una frase que quería imponer. Y por
suerte no era lo que le había sido encomendado.
¿Qué hay de Argus? Eros apostaba a que no podría encontrar la manera
de romper su corazón con 100 ojos mirándola fijamente. No es que le
gustase mucho la idea de que ella tuviera perpetuamente los pelos de
punta, pero ella se acostumbraría. Argus no era una mala opción
realmente. No en verdad, era sencillamente asqueroso. Afrodita estaría
probablemente satisfecha con eso.
Pero esa opción estaba fuera también. El hombre dotado con tales ojos
servía como vigilante a Hera. Buena decisión, en realidad. Pero eso
significaba que estaba demasiado cerca de los dioses para ser
miserablemente suficiente para los propósitos de su madre.
Gimiendo, Eros dejó caer la cabeza hacia atrás contra el banco. Tendría
que utilizar las flechas como se le había ordenado. ¿Pero no se daba
cuenta su madre de que sólo pensar en ella estaba empezando a abrir la
herida? ¿Por qué tendría que fijar el objetivo también? Ah, sí, porque
Afrodita claramente no quería ser molestada con los detalles. Mientras
ella estaba de —vacaciones al mar— como su portero había anunciado,
ella no sería capaz de usar su clarividencia incluso si quisiera.
Qué conveniente para ella.
Eros se pasó los dedos por el pelo enredado. Algo pegajoso se atrapó en
ellos y resurgieron las náuseas. Ni siquiera quería saberlo. Gracias a los
dioses que no había espejos en el patio. Él probablemente se veía lo
suficiente desaliñado para asustarse de sí mismo.
Ahora hay una idea, pensó. Alguien que se ve (y siente) tan mal como él
lo hacía en estos momentos.
Sabía exactamente lo que estaba buscando entonces. Habría habido un
rumor acerca de ello extendiéndose durante las fiestas, y era lo
suficientemente cierto. El revuelo se proyectó en su cerebro, lo que
condujo a su visión con facilidad al objetivo.
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Sus cejas se fruncieron mientras miraba la pared vacía sin ver la piedra en
absoluto. La escena se desplegó tal como él había esperado. Una multitud
cantaba:
—¡Debemos poner fin a la sequía! ¡Terminar con Pharmakos!
Las caras estaban retorcidas en gruñidos furiosos, la víctima era
empujada hacia adelante en los brazos de sus captores.
Tragando de nuevo el nudo en la garganta, se dijo que era la decisión
correcta. Afrodita pidió alguien horrible y Pharmakos lo era. Pero después
de profundizar en el hombre por un momento, Eros recogió unos pocos
rasgos positivos también. No era duro, no tenía una lengua afilada, y Eros
estaba bastante seguro de que adoraría el suelo que Psique pisase.
No sabía por qué, tal vez era sólo el afecto persistente que sentía por ella,
pero Eros realmente no deseaba que Psique pagase. Sabía que su madre
estaba exagerando, como había hecho cientos de veces antes. Pero ella
siempre se salía con la suya. Si él no se imponía a la pena, Afrodita
encontraría una manera para que fuera aún peor.
Para ambos.
Al darse cuenta de que estaba sin opciones, Eros tomó su elección. Podía
condenar a Psique a la vida como un vagabundo si la persona que sujetaba
su mano fuera su pareja para siempre. En el fondo, era lo que su
naturaleza lo llevaba a hacer, hacer buenos partidos, no usar sus talentos
en venganza.
Aquí entraba la esperanza de que tener pareja fuera algo que todo el
mundo pudiera vivir.
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Capítulo 6
Traducido por OnnanohinoGin, Rodoni
Corregido por JenB
urante los siguientes días no hubo pájaros. Ninguna visita de mi
hermana. Estaba sola con mi multitud. Su constante estruendo
sordo tocado como la canción de mi corazón. Una infinita subida
y bajada que no se definía. Como una sombra sin bordes. Y aunque el
sonido era pulsante y se retorcía a su propio ritmo, la torpeza lo hacía
parecer irreal.
Todo me parecía irreal.
La multitud, suspiré asqueada. Mi hermana, pensé con ansias. Cada día
que pasaba sin ella lograba que mi alma sangrara. Podía sentir los muros
que nos separaban. Los golpes a su puerta que no obtuvieron respuesta. O
cómo ella abandonaba un cuarto todas las veces que yo entraba.
Algunas cosas podían perdonarse. ¿Pero esto?
No sabía ni quería que pasara esto. Aun. Tal vez me mereciese su
implacable odio. Deseaba poder volver atrás en el tiempo. Al momento en
que ese pájaro blanco lechoso entró revoloteando por mi ventana por
primera vez. Se lo contaría todo. Incluso aunque Afrodita me hiciera
prometer que no diría ni una palabra. Le contaría todo a Chara, y ella
guardaría mi secreto, y ninguna de nosotras estaría donde estábamos
ahora.
Estos eran los sueños de mis lágrimas. Me daban consuelo en las horas en
que no dormía.
Hasta que finalmente alguien llamó a mi puerta.
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Arrastrándome fuera de la cama, me apresuré hacia la puerta. Estaba
absolutamente segura de que encontraría a Chara al otro lado. No me
atrevía a esperar que me hubiese perdonado, pero esperaba que estuviese
de humor para hablar. Para escuchar mi versión. Para ayudarme a
encontrar una solución buena para todos nosotros.
No pude contener la sonrisa, estaba tan feliz de que finalmente hubiese
venido.
La verdadera identidad de mi visitante me golpeó como si me hubiesen
empujado contra una losa de mármol. El mensajero de mi padre
esperaba, erguido como una columna, cuando abrí la puerta de un tirón.
Sus ojos miraban fijamente algún punto por encima de mi cabeza. Nada
de contacto visual.
―Mi Señora, su padre me envía a comunicarle que debe estar lista para la
puesta de sol. El primer pretendiente ha llegado. No se le permite
abandonar sus aposentos hasta ese momento.
Como si tuviese a donde ir…
Se inclinó, evitando mi mirada, y se fue con su toga ondeando por detrás
mientras se apresuraba a escapar de mi presencia.
Al cerrar la puerta, me hundí en una pila en el suelo. Estaba aquí. Ya.
Había pensado mucho en este momento, estaba segura de que haría lo
correcto por mi hermana. Y lo único que tenía alguna posibilidad de
salvarme.
Había tenido muchos pensamientos que me llevaban a un callejón sin
salida; caminos que bajaban a un laberinto del Minotauro sin final. Sólo
una idea parecía plausible. Me aseguraría de que mi primer pretendiente
quisiese casarse conmigo. Mi estómago se cerraba mientras repasaba mi
razonamiento por millonésima vez.
Si yo me casaba primero, la dote necesaria para casarse con Chara bajaría.
Y entonces, no importaría cuándo sería su boda, Mamá y Papá la dejarían
esperar. Como siempre habían planeado.
Además, si Afrodita realmente creía en lo que me dijo sobre aprender de
sus errores con Helena, entonces ella tendría que abandonar el papel de
celestina una vez que yo encontrase marido. No más guerras provocadas
por mujeres, ¿verdad? Simplemente tenía que estar de su lado de la única
forma que me era posible.
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En todo el tiempo que había pasado sola en mi habitación en los últimos
días, no se me había ocurrido otra solución.
¿Entonces por qué me estaba presionando a mí misma para llevar a cabo
la jugada más difícil que alguna vez había tenido que hacer?
****
Mientras el sol se escondía, empecé a bajar por las largas escaleras de
mármol. Había elegido un vestido de color verde oliva que resaltaba el
verde de mis ojos. Maia había envuelto mi cabello en un recogido suelto y
había hecho que mi piel brillara con el perfume de salvia y lilas.
Mis admiradores me habían dejado dolorosamente claro que ya era
preciosa sin el esfuerzo añadido, pero le pedí a Maia que hiciese su mejor
trabajo esta noche. Si quería casarme con este extraño para salvarme a mí
y a Chara, necesitaba que él sólo estuviese pendiente de mí. Sospechaba
que el precio que pedían por mí era más alto que el que pedían por mi
hermana. Además, como había llegado tan rápido, significaba que su
ciudad estaba cerca. Mi parte más egoísta estaba encantada con la idea de
no mudarme demasiado lejos de casa.
Encontré a mis padres y a mi hermana entreteniendo a nuestro invitado
en el patio real. Él aparentaba la edad de mi padre, pero parecía ser
mucho más ágil. Aunque calvo, su cara larga y angulosa estaba enmarcada
por unas cejas pobladas y oscuras, y una barba bien recortada. En
conjunto se veía como alguien distinguido, de una forma áspera y de
persona entrada en años.
Cuando crucé el rellano para entrar en el patio, todo el mundo dejó de
hablar y fijó sus ojos en mí. La atención no era nada nuevo, hice lo que se
esperaba de mí: irradiar una sonrisa de cortesía.
Mi padre se aclaró la garganta:
―Psique, me gustaría presentarte al rey Andreas de Corintio. ―Bajando
mis pestañas, asentí con la cabeza en agradecimiento.
―Me place darle la bienvenida. Gracias por haber realizado este viaje.
―Por supuesto, Corintio no estaba para nada lejos (¡Tenía razón!), pero
esa no era la cuestión. Mi intención era dejarlo encantado y halagado.
Me miró de pies a cabeza. Sus ojos pasaron como una brisa escalofriante
por todo mi cuerpo. Después de varios segundos, se volvió hacia mi padre.
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―Darion, ella es tan hermosa como aseguraban los rumores que corren
por ahí. ¿Cuánto pides por ella?
¿Eso era todo? ¿Eso era lo único que necesitaba saber antes de intentar
comprarme para que fuera su esposa? Andreas ni se había molestado en
hablarme.
―Señor ―corté yo, de pie entre él y mi padre―. Perdóneme por
interrumpirle, pero pensaba que tal vez le gustaría llegar a conocerme
antes de proponerme matrimonio. ―Su mirada calculadora volvió a
recorrer mi cuerpo:
―No hay nada más que necesite saber, a parte del precio. Y si puedo
asumirlo o no.
Retrocedí un paso, sintiéndome de pronto mareada y mortificada. La
vergüenza invadía mis mejillas y las hacía arder, como si me hubiesen
golpeado. Mi hermana había tenido razón al estar asustada. Esto era peor
que nada que hubiese podido imaginar. Estaban discutiendo mi precio de
compra justo delante de mí.
Mi pulso se había disparado, como si una estampida estuviese corriendo
por mis venas. Había aprendido la lección de meterme con hombres
importantes, insultarles a base de empujones, pero mi presión sanguínea
respondía a Andreas con la misma hostilidad que sentí cuando había
estado frente a Eros. Me fui antes de hacer algo igualmente estúpido que
pensar que todo esto sería una buena idea.
―Doy por hecho que alguien me contará si ha ganado la subasta, Señor.
Feliz transacción. ―Con una rápida reverencia, me di la vuelta y salí
huyendo del patio.
El aire húmedo y fresco de primavera no me trajo el alivio que estaba
buscando. Y entrar en la oscuridad del anochecer después de pasar por el
brillo del vestíbulo iluminado me hizo contraer los ojos, como si el sol
estuviese sangrando en el cielo, mientras se escondía.
Mientras atravesaba los jardines, totalmente absorta en mis
pensamientos, mis caderas chocaron contra un hombre escondido detrás
de un arbusto. Él saltó y me enlazó para poder mirarnos cara a cara,
haciéndome retroceder un paso. A través de la luz sombría, noté que la
cara del extraño era delgada, con unos dientes algo grandes, y un cabello
que le caía sobre los ojos. Entre eso y lo de esconderse en un arbusto, él
me hacía sentir totalmente fuera de lugar.
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―Lo siento ―dije―, no pretendía asustarlo así.
―Para nada ―respondió―, sólo estaba estudiando estas flores tan
inusuales. Nunca había visto nada igual.
―¿Suele estudiar las flores? ―pregunté, intentando no reírme.
―En realidad, sí. Las he estudiado en Atenas ―dijo apartando el cabello
de sus ojos de un soplo, revelando unos atractivos ojos de color marrón
oscuro.
―Oh. ―Reí nerviosa, de repente alegre por no haber asumido que era uno
de los sirvientes de Andreas. Los sirvientes no estudiaban en Atenas.
―Sé que es un gusto algo extraño ―continuó―, pero sólo de pensar en
guerras o deportes me aburro. La historia nunca cambia y lo mismo pasa
con los deportes. Sin embargo las flores son distintas. Son puras y frágiles,
como la vida, supongo.
¿Era este hombre un segundo pretendiente? Estaba segura de que el
mensajero de mi padre sólo me había informado de la llegada de un
pretendiente. ¿Pero qué más podía estar haciendo aquí este hombre? Era
educado, atractivo y obviamente un buen partido. ¿Sería egoísta querer
quedármelo? Tal vez dejar que Chara se lo quedase sería una buena
ofrenda de paz.
―Lo siento, tengo tendencia a divagar. Puede que haya pasado demasiado
tiempo estudiando filosofía. Esa es la moda en Atenas, después de todo.
Por cierto, soy Rasmus. Rasmus de Micenas. ―Extendió su mano y le
ofrecí la mía.
Era un pretendiente entonces, tenía que serlo. El silencio se instaló entre
nosotros, mientras mi cerebro intentaba desesperadamente lidiar con mis
opciones. ¿Qué podía decir que pudiera interesarle? ¿Cómo podía
resultarle atractiva, a parte de por mi cuerpo? ¿Y quería gustarle o debía
dejar que se lo quedase Chara? Entonces, me di cuenta de que ni siquiera
me había presentado. ¡Y aun estaba sosteniendo su mano!
Dejé caer su mano con demasiada rapidez para ser sutil.
―Oh, debería present... quiero decir... soy Psique.―Me pateé
mentalmente a mí misma por no ser capaz de escupir una frase coherente.
Luego agrego―. Lo siento, estabas aquí solo. Fue grosero de nuestra parte
no ser más hospitalarios.
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—Eso está bien. Me he estado divirtiendo. ―Su tono me dijo que hablaba
en serio. Algunos otros nobles habrían sido postergados por no estar
dotados, pero él no lo estaba. Si yo estuviera verdaderamente
desinteresada, sabía que Chara merecía a este hombre. Sin embargo, mi
mente no hizo que me alejara.
Después de mirar por encima del hombro para asegurarme de que mi
familia no había decidido perseguirme abajo, volví mi atención de nuevo
sobre Rasmus.
―Le puedo mostrar los jardines si quiere. Hay una zona un poco más
arriba que siempre he querido. Tal vez usted vea algunas flores nuevas
antes de que el sol baje.
―Me gustaría eso ―dijo Rasmus―. Pero no estoy seguro de que las flores
sean las cosas más bellas en el jardín.
Wow. Tal vez enseñan el arte de dar elogios en Atenas también.
Realmente me podría llegar a gustar este tipo.
Llevé a Rasmus por un sendero de piedra caliza y bajo un dosel de árboles
de olivo. Mientras caminábamos, Rasmus me habló de su familia. Tenía
dos jóvenes hermanas, pero su madre había muerto hace varios años.
Cuando no estaba estudiando en Atenas, ayudaba a su padre, viajando por
él para que el viejo rey no tuviera que salir de casa.
A medida que hablaba, lo sentí relajado y parecía a gusto conmigo. A
medida que mi fama había crecido en estos últimos meses, sólo mi familia
parecía cómoda en mi presencia. Lo que era aún más que un regalo,
aunque sólo estábamos teniendo una conversación. Rasmus estaba
hablando conmigo como un viejo amigo. Y no era sobre la cera de ojos o
las últimas sedas. No me había dado cuenta de lo mucho que necesitaba
esto.
Llegando al final del camino y deteniéndome ante una puerta alta de
hierro, flanqueada a ambos lados por setos más altos que nuestras
cabezas.
―Yo no sé tú ―dije―, pero la guerra de Troya siempre me ha fascinado.
Quién sabe ―añadí, encogiéndome de hombros―, tal vez sacaba el
glamour a causa de este lugar.
Las cejas de Rasmus se unieron.
―No estoy seguro de cómo se puede embellecer una guerra.
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Giró la cabeza hacia los jardines y abrí la puerta, invitándolo al patio
pequeño. El suelo estaba alicatado en un mosaico colorido imaginando
una escena de batalla. En el centro del patio había una fuente esculpida a
semejanza del caballo de Troya. Elaborados bancos de piedra lisa
rodeaban la fuente, tallada con imágenes de nuestros héroes: Aquiles y
Agamenón, Odiseo y Áyax.
―Este es el tributo de mi familia a la batalla de Troya. Mi bisabuelo viajó
con el rey Menelao para recuperar a Helena de París.
―Es... impresionante. ―Rasmus se giró, como si la nectarina de las flores
nos sonrieran en toda su cobertura.
―Nuestros jardineros dicen que estas flores provienen de las costas de
Troya. ―Cuando él no respondió, añadí―… Pero podría estar equivocada.
No sé muy bien sobre las flores como tú lo haces.
Rasmus vio las flores y el resto del patio en silencio. Finalmente dijo:
―Gracias por traerme aquí. Puedo ver por qué este es uno de tus sitios
favoritos. ―Sus ojos seguían vagando por el patio―. Aun así, no podemos
estar de acuerdo en que haya nada glamoroso en la guerra. ―Él se inclinó
para darle un juguetón codazo al mío―. Tú tal vez, pero no la guerra.
Eso era filtrear, ¿verdad?
Tuve que morderme los labios para que no estallara una sonrisa en mi
cara.
―Me alegro de que te guste. No he tenido a nadie para compartirlo en
mucho tiempo. ―Porque no traje a Afrodita hasta aquí. Miré a mis pies,
pateando una piedra pequeña―. Tal vez usted pueda volver de nuevo.
Conmigo.
Cuando me asomé por debajo de mis pestañas, Rasmus estaba mirando el
cielo púrpura. Una triste sonrisa se dibujó en sus labios. Luego se volvió
hacia mí, sosteniendo mi mirada con sus intensos ojos oscuros.
―Psique, no hay nada en el mundo me gustaría más. Pero me temo que
eso no debe de ser.
Mi mente daba vueltas. ¿Cómo puede ser eso? Me gustaba. Yo sabía que
me gustaba. Había prácticamente acabado de decir que me gustaba, ¿no?
Mi mandíbula se abrió. Pude sólo formar una palabra:
―Pero... ―Salió como poco más que un susurro.
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Rasmus tomó mis manos entre las suyas y me guió hacia uno de los
bancos.
―No sé por dónde empezar ―dijo. Hizo un gesto hacia el caballo de
Troya―. La belleza de una sola mujer comenzó una guerra de diez años.
―Él resopló―. Mi padre decidió que ya no está en el mejor interés de
nuestra ciudad casarse con la mujer más hermosa en el mundo. Troya
todavía está demasiado fresco en su mente. No van a cometer el mismo
error como Menelao.
―¿Tu padre? ―le pregunté―. ¿Qué hay de ti? Yo... yo no lo entiendo.
―Psique, no estoy aquí por mí. He venido en nombre de mi padre. Me
envió a traer a tu hermana de vuelta para ser su nueva esposa. Ya he
arreglado todo para que Chara vuelva conmigo.
Las lágrimas se llenaban en mis ojos y yo luchaba por contenerlas. No
quería que Rasmus me viera llorar, pero había perdido mi esperanza para
salvar a Chara. Le fallé.
Soy un fracaso.
Mientras estaba sentada allí, en un estúpido silencio, un pensamiento
vino a mí tan rápido que mi boca empezó a formar palabras antes de que
mi cerebro realizara el cálculo.
―Pero si Chara... tu padre... entonces tú podrías...
Rasmus se miró las manos mientras se desplazaba en el banquillo.
―Mi padre ya ha arreglado mi matrimonio con otra persona. Es lo que
hay en el mejor interés de nuestra ciudad. ―Él miró hacia mí―. No tengo
duda de que mi novia palidece en comparación contigo.
Rasmus se inclinó hacia delante y enjuagó la lágrima que finalmente se
derramó por mi mejilla.
―Por favor, no llores. Las lágrimas no hacen favor a ese hermoso rostro.
Esnifé, conseguí una media sonrisa y tragué el nudo en mi garganta.
―Voy a estar bien.
Líneas profundas se graban en la frente de Rasmus. Al parecer, no estaba
convencido.
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―¿Qué? ―pregunté, limpiándome una lágrima con el dedo―. ¿Crees que
no puedo conseguir un marido o algo así?
Al menos eso sacó una sonrisa de él. Yo había tenido suficiente culpa para
que me durara toda la vida, no tenía que preocuparme por si lo hacía
sentir demasiado mal.
―En serio ―le dije―, voy a estar bien. Sólo quiero estar sola un rato.
Rasmus se puso de pie y me miró.
―Por supuesto. Gracias de nuevo por compartir tu jardín conmigo. ―Sus
labios se apretaron como si estuviera ocultando algo―. Siempre
recordaré... esto.
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Capítulo 7
Traducido por Rodoni
Corregido por bibliotecaria70
ros pudo haber mentalmente tomado su decisión, pero su cuerpo
se negaba a ejecutarla. En su lugar, vio el exilio Pharmakos
desplegarse como una enferma tragedia. La estupidez era casi
inconcebible.
¿Cuánto tiempo hacía que los griegos creían que podían librar a sus
ciudades de los problemas principales -el hambre, la enfermedad, la
peste, la sequía- por la expulsión de un Pharmakos? Era ridículo. ¿Como
si sólo porque un cojo saliera de la ciudad, todo lo malo le seguiría?
Mientras Eros observaba, cuatro hombres empujaron a Pharmakos hacia
adelante, volviendo hacia las puertas. La multitud que los rodeaba
prepararon sus piedras. Arrastrando su pie derecho detrás de él, el chivo
expiatorio luchado por mantener el ritmo de sus captores.
Con una oleada final, implacable, la multitud empujó al hombre hacia
adelante más allá de las puertas. Trató de correr, pero su pierna lisiada le
ralentizaba. Dos piedras apuntaron en el medio de la espalda, casi
haciéndole caer, antes de que lograra salir fuera de su alcance.
Decidiendo que tenía que darse prisa antes de que perdiera la pista del
desgraciado, Eros saltó a sus pies. De repente deseó poder imponer la
sentencia de su madre sobre la mujer que básicamente había masticado y
escupido su corazón. Sin embargo, se recordó, había ciertamente
decisiones más dolorosas que podía haber tomado.
Y por lo menos de esta manera, Psique nunca tendría la oportunidad de
destruir el orgullo de un hombre.
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Cuando Eros llegó a Sikyon, se escondió entre las sombras de un bosque
de árboles de hoja perenne. Allí, se disfrazó como un viajero, poniéndose
un poco de viruelas en la cara, el pelo oscuro grasoso, y cubriendo sus alas
que se estremecieron con la pesada capa. Al mirar a Psique con su
segunda visión, vio que estaba sola en una parte aislada del jardín de su
familia. El momento había llegado. Las palmas de Eros empezaron a
sudar mientras silenciosamente se deslizaba hacia adelante.
Eros se dijo sólo pensar en ella, la única que había congelado su alma. No
dejaría que rompiera su fachada. Habría de cumplir con su misión y
avanzar con su vida. Una vez que la tarea se completara, nunca tendría
que pensar en ello, o Psique, o ella, nunca más.
Cuando Eros se acercó a la alcoba del jardín, vio a Psique tumbada boca
abajo sobre un banco. Sus hombros visiblemente temblaban en sollozos.
Suaves rizos oscurecían su rostro, manteniendo sus verdes ojos hipnóticos
lejos de su vista.
Silenciosamente, Eros deslizó el arco del hombro. Tirando de una flecha
de debajo de su capa, se la llevó a los labios y susurró: Pharmakos.
Entonces, repitió el familiar proceso de colocar la flecha en la cuerda de
su arco y retroceder el misil. Eros apuntó y se preparó para lanzar la
flecha.
Pero vaciló.
Algo en el fondo de su mente -o tal vez el fondo de su corazón- le impedía
atenerse a ellas. Había sido enviado para destruir al segundo mortal que
le había rechazado, pero en ese momento ella ya parecía arruinada. Se
preguntó por qué Psique estaba sollozando. ¿Acaso alguien la hirió de la
misma manera en que su corazón había sido aplastado?
En los segundos que se detuvo, Psique levantó la cabeza. Limpiando su
cara llena de lágrimas con el dorso de la mano, se levantó del banco como
el humo que emana de un incendio.
—No sé quién eres, pero si crees que un tipo con una flecha es mi mayor
preocupación en este momento, estás equivocado. —Ella cuadró los
hombros y se echó el pelo detrás de sus hombros—. Vete.
Si hubiera estado escuchando, habría oído a Psique echarlo de su casa por
segunda vez. Pero sus palabras no fueron registradas. ¿Cómo la había
echado de menos? Ella no era como la primera chica en absoluto. En la
superficie, eran tan similares, pero en el fondo sus núcleos eran
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completamente diferentes. Había dejado caer su guarda el tiempo
suficiente para realmente sentirla, conocerla, de la forma en que podría
hacerlo con cualquier mortal si le prestara atención suficiente. Incluso con
senderos lacrimógenos aún frescos en sus mejillas, Psique brillaba desde
adentro hacia afuera.
Cuando una suave brisa llevó su perfume embriagador a Eros vagamente
oyó repetir la orden de que se fuera. Las palabras no realizaron su
intención, sino que llevaron su alma. Sus emociones le rociaron; se
derramaron sobre él en suaves ondas. Su ira y miedo latían en la
superficie, pero por debajo de los ritmos estaba el coro de su espíritu ―el
amor, la ternura, las buenas intenciones― un paquete que hacía a Psique
muy diferente.
Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, Eros bajó el arco.
—Psique —murmuró antes de la flecha le rozara la rodilla. La punta dejó
sólo el más pequeño rasguño, pero fue suficiente.
Eros se apresuró por instinto, agarrando el brazo de Psique y
arrastrándola cerca de su pecho. Sus labios se congelaron en una "O",
mientras sus ojos se agrandaban por el miedo.
¿Qué estaba haciendo? Eros sacudió la cabeza como si los sentimientos
repentinos por los que acababa de ser abrumado pudieran ser dejados de
lado tan fácilmente como sacudir unas pocas gotas de lluvia.
Dejando caer el brazo de Psique, él retrocedió. Esto no era él. No se
enamoraba de los mortales. No se enamoraría de los mortales. Y
ciertamente no con el pequeño dominio de su madre...
Afrodita. ¿Podría haber planeado esto de alguna manera? ¿Estaba ella
forzándole a amar a Psique, así cambiaría de opinión acerca de casarse
con la chica? Su pecho se trabó en respiraciones irregulares mientras su
ira se levantaba. No permitiría que ella lo manipulara así. Había hecho su
elección. Psique había hecho su elección.
Esto no podía estar pasando.
Y sin embargo allí estaba: una necesidad en su núcleo que se le hizo
imposible hacer otra cosa más que mirar fijamente los ojos verdes más
hermosos que jamás había visto. Su respiración lenta, calmada se apoderó
de él, sabiendo que podría encontrar la paz de nuevo en los brazos de
alguien. Era aterrador y emocionante, todo a la vez.
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Sus ojos se arrancaron de los de ella y viajó por sus brazos hasta que
encontró sus manos. Las manos de Psique podían darle la comodidad que
le habían negado la última vez que había tratado de amar. ¿Por qué
apretaba los puños a su lado cuando lo único que quería era acariciar su
mejilla? ¿Cómo podía no estar sintiendo su conexión?
De repente Psique se abalanzó, haciendo un movimiento para algo que
estaba detrás de él. La flecha. Él pisó la punta antes de que pudiera llegar
a ella, por lo que se disolvió en un charco de luz. Psique se extendía hacia
adelante, agarrando el arma desaparecida. Incapaz de sacar sus rodillas
del suelo, Eros se inclinó y la levantó suavemente en sus pies.
A pesar de que Psique temblaba bajo sus manos, tocándola desató un
estallido de conmoción en sus nervios. Antes, con ella, no había sentido
esta fuerza. Esto era algo totalmente nuevo, casi como si estuviera bajo un
hechizo.
La realización hizo rodar un escalofrío por su espina dorsal. ¿Se había
hecho esto a sí mismo? Su mente girando hacia atrás. Había susurrado el
nombre de Psique, lo que podría haber cambiado el destino. ¿Y se
apuntó? No podría ser, la flecha no se había disuelto. Había tenido que
aplastarla en el olvido. Pero, de nuevo, nunca disparó a nadie con
suavidad, antes tampoco. ¿Era el impacto y no el uso lo que hacía
desaparecer las flechas?
Psique se rompió libremente, deslizándose de nuevo a su banco como si la
piedra la protegiera. Su corazón casi se apretó cuando sintió su miedo al
descubierto. Él anhelaba sentarse a su lado, tirar de ella en su regazo,
calmar sus preocupaciones. No quería nada más aparte de que se amaran.
¿Qué importaba si estos sentimientos eran autoinfligidos? Estaba en lo
más alto y nunca quería bajar. Y quería a Psique. Quería su amor. La
quería a su lado. Lo quería todo.
Pero necesitaba tiempo para pensar. La maldición de su madre había
puesto ciertos acontecimientos en movimiento. Tomar a Psique ahora
tendría consecuencias. Tal vez incluso las que él no quería enfrentar.
Tenía que salir de allí antes de que hiciera algo aún más colosalmente
estúpido que pegarse un tiro.
—Ve adentro, Psique. Alguien vendrá por ti pronto. —Si Eros volvía y
dejaba a Pharmakos en su puerta, de un modo u otro, alguien iba a venir.
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Deteniéndose sólo el tiempo suficiente para captar a la creciente luz de la
luna reflejada en sus ojos, Eros se volvió y corrió hacia el bosque.
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Capítulo 8
Traducido por Rodoni
Corregido por LilikaBaez
aminé hasta donde pensaba que el extraño con la flecha había
estado de pie, pero no pude ver ninguna huella. No había ninguna
señal de que el camino que conducía a la selva hubiera sido
perturbado. Un pino solitario torcido en la hierba era el único signo de
movimiento.
Debí imaginarlo; debí de haberme dormido en el banco y soñado todo el
asunto. Todo había parecido tan real, pero de nuevo, los sueños a menudo
se hacen, en su mayoría presagios.
¿Un presagio? ¿Podría ser? Si el extranjero en mi sueño había dicho que
alguien iba a venir por mí, tal vez se refería a un marido. Tal vez no era
demasiado tarde para salvarme de Afrodita después de todo. ¿Eso sería
más bizarro que casi ser atravesada por una única flecha del cazador que
dio la vuelta y se fue?
Recogiendo la longitud de mi vestido, corrí de vuelta al palacio. Las
habitaciones del vestíbulo y el comedor estaban vacías, así que corrí a la
habitación de mi hermana. Chara estaba terminando su equipaje. Baúles
de madera estaban esparcidos por su habitación, llena de sus posesiones y
materiales diversos. Ella cantaba en voz baja para sí misma y sus
movimientos eran como una danza a la luz de las velas mientras se
deslizaba de un lado para guardar un camisón y al otro lado de la
habitación para recuperar un espejo de mano olvidado.
Chara era normalmente una persona burbujeante, pero esto se sentía mal.
¿Era ésta la misma chica que me había desterrado de su habitación por
ponerla en posición de tener que casarse con un rey viejo? No sabía qué
tan viejo era el papá de Rasmus, pero no podía ser joven.
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Cuando Chara me vio de pie en la puerta, ella corrió y me llevó a sus
brazos, y me dio un abrazo rápido pero aplastante.
—Psique, no quiero que nos digamos adiós en malos términos, ¿de
acuerdo? Te perdono.
Traté de sonreír, pero estaba demasiado confundida. ¿De qué me estaba
perdiendo?
Chara aparentemente confundió mi desconcierto con celos y se rió.
—Estoy segura de que lo querías para ti misma. Pero en serio, déjame
disfrutar de tener algo especial por una sola vez.
Antes de que pudiera preguntarle sobre qué diablos estaba parloteando,
Rasmus llegó a mi lado en el umbral.
—Psique, no quiero interrumpir, pero si has terminado con tu hermana,
tengo una novia para llevar a casa conmigo.
—¿Se van esta noche? —tartamudeé—. ¿No pueden esperar hasta
mañana?
—Cuanto antes empecemos, mejor. Mycenae espera con impaciencia la
llegada de tu hermana.
Chara cerró de un golpe la tapa del maletero.
—Si llamaras al criado de vuelta aquí para el último de los equipajes,
estaré lista. —Cuando Rasmus se marchó a cumplir sus órdenes, ella
susurró:
—Voy a ser una princesa de Mycenae. Y es tan joven. —Volviendo a su voz
normal, añadió:
—Esto es mucho mejor de lo que yo podría haber esperado nunca. Lo
siento, estaba enojada contigo toda la semana. ¿Podemos ser amigas de
nuevo? ¿Por favor?
Antes de que pudiera contestar, Rasmus volvió y tomó la mano de Chara.
—¿Nos vamos? —preguntó.
Chara me dio una sonrisa esperanzada y se deslizó fuera de su suite.
Quería gritarle a Rasmus que era un gran mentiroso, refregarle todo lo
que me había dicho en el jardín, pero luego volvió a mirarme. La mirada
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en sus ojos era a la vez suplicante y dura, rogándome y advirtiéndome de
no contarle a Chara lo que sabía.
Mis ojos se abrieron como platos mientras apartaba la mirada de Rasmus.
Por supuesto que Chara estaba actuando como una tonta enamorada. Ella
pensaba que se iba a casar con Rasmus. No debió haberle dicho que a
pesar de que sería una novia, no iba a ser su esposa. Me pregunté si eso
había sido idea de su padre o de la inspiración de los míos. Estaba segura
de que el Rasmus que acababa de conocer no estaría dispuesto a engañar
a nadie. Pero aquí estaba, llevando mi dolorosamente inconsciente
hermana lejos.
¿Qué pasaría si le advirtiese? ¿Podría salvarla de lo que ya estaba hecho al
decirle? ¿O sólo le quitaría prematuramente su alegría?
En el segundo que me detuve a decidir, Padre se mudó a mi lado y pasó
un brazo alrededor de mi hombro. Sus ojos oscuros me perforaron, por lo
que me sentí pequeña e indefensa.
—Esta es una buena alianza para nuestra ciudad, ¿no te parece?
¿Qué podía hacer sino asentir en consentimiento? Chara se dirigía a ser
una reina. Ni siquiera una princesa, sino la reina de una ciudad poderosa.
Por supuesto, era bueno para Sikyon, cuantos más amigos teníamos,
mejor. Pero la sensación del deseo de vomitar era demasiada poderosa
para permanecer allí. No podía despedirme. No así.
Caminando de regreso a mi cuarto, me metí en la cama con una de mis
tragedias favoritas, Oedipus Rex. Tal vez podría convencerme de que su
vida estaba más jodida que la mía. No es que eso debería hacerme sentir
mejor, pero me gustaba la idea de no ser la única que tenía una familia en
mal estado. Y si no encontraba consuelo en los rollos, por lo menos podría
contar con mi cama y envolverme cómodamente hasta que el vacío de los
últimos dos días hubiera desaparecido.
No había estado leyendo por mucho tiempo cuando oí un golpe suave.
Madre dio un codazo a la puerta abierta, pero esperó en el umbral para
ver si la invitaba a entrar.
—¿Andreas? —pregunté.
—Se fue —respondió ella—. Al parecer Corinto no está dispuesto a pagar
por la nariz de una princesa de lengua afilada.
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Gracias a los dioses. Al menos una cosa que había hecho esta semana
había trabajado en mi favor. Madre se sentó en el borde de la cama y me
dio unas palmaditas en la rodilla.
—¿Cómo lo llevas? —preguntó.
—¿Te importa?
Sí, fue grosero, pero la última vez que realmente había hablado conmigo,
estaba histérica con la noticia de que su hija había sido adoptada por
Afrodita. Entonces ella me evitaba tanto como Chara estos últimos días.
No estaba de vuelta de mi lado sólo para aparecerse.
—Psique, no seas así. —Las líneas alrededor de los ojos se arrugaron—.
Siempre has sido la comprensiva. Trata de ver las cosas desde nuestra
perspectiva.
—¿Qué perspectiva es esa? —Tiré el libro a los pies de la cama y empecé a
agitar los brazos mientras mi voz se balanceaba en el borde de los gritos—.
¿La perspectiva de que decidiste vender a tus hijas porque estamos en la
cúspide de nuestro precio de novias, a pesar de que le prometiste a Chara
que esperaría por lo menos un año más? ¿O la perspectiva de que acabas
de dejar a Chara ir a su boda sin siquiera saber quién va a ser su marido?
Madre no respondió, así que me deslicé fuera de la cama, incapaz de
mantenerme sentada a su lado por más tiempo.
—¿Cómo voy a confiar en ti?
Ella suspiró, largo y pesado, como si sopesara las posibles respuestas.
Finalmente, dijo:
—Sabías de Chara, ¿eh? ¿Por qué no le dijiste?
Ahora era yo la que no tenía una respuesta. No quería admitir que había
tenido demasiado miedo para actuar. Que las miradas de Rasmus y Padre
me habían congelado. Que me había convencido a mí misma que la
felicidad temporal de Chara sería mejor para ella que la verdad.
—Lo sé, Psique —dijo—. Las cosas no siempre son tan sencillas como
parecen.
Manteniendo mi espalda hacia ella, reorganicé los frascos de perfume y
loción de mi tocador. La repentina sensación de perder todo lo que me
importaba, incluso Afrodita, casi me abrumó. No había vuelto desde
nuestra pelea y la extrañaba deslizándose a través de mi habitación,
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jugando con mi pelo, dejándome probar cada nueva fragancia en ella
primero. ¿Acaso las pláticas femeninas no significaban nada para ella?
¿Estaba extrañándome, en absoluto?
Cuando el perfume de la loción de lirio que había usado en Afrodita me
golpeó, tuve que tragar un sollozo que amenazaba con salir. ¿Cómo había
llegado mi vida a estar completamente mal en tan sólo cuatro días?
Para no llorar, tiré de mi cabello en una trenza apretada, tiraba más fuerte
cada vez que pensaba que sentía las lágrimas formándose. Y centré mi
atención en Madre.
—¿De quién fue la idea de dejar ir a Chara así? Dime que no fue tuya.
En el espejo, vi mirándose las manos entrelazadas.
—No mía, no, pero soy tan culpable como cualquiera. No lo detuve.
Me di la vuelta para mirarla de frente.
—¿Por qué? ¿Qué razón podrías tener para engañarla de esa forma?
Los ojos de Madre cortaron mi tono acusador.
—¿La has visto los últimos días? Ha sido hosca y retraída. No había
manera de que ella fuera a casarse a menos que pensara que se dirigía con
alguien como Rasmus.
—Todavía no entiendo por qué pasó. ¿Por qué no esperaron a otro
pretendiente? No tenía por qué ser el primero que llegara.
Madre se sentó, recta como una flecha.
—El papel de la hija real es solidificar alianzas con su matrimonio. ¿Sabes
lo poderoso que es Mycenae? Nosotros no estábamos dispuestos a
rechazarlos porque Chara llorara.
Estaba demasiado conmocionada para responder. Era una de las cosas
más frías que nunca la había oído decir. Pero mientras ella miraba a mi
ventana cerrada, la llama de mis lámparas de cabecera amplificó la
humedad acumulándose en sus ojos.
—¿Crees que tu padre montó en un caballo blanco y lo llegué a elegir entre
otros pretendientes? Nuestro matrimonio fue arreglado apenas antes de
que tuviera la edad suficiente para comprender lo que significaba esa
palabra. —Sus palabras se redujeron a apenas más que un susurro—. Fue
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a través del tiempo y una visión compartida de esta ciudad que hemos
llegado a amarnos el uno al otro.
Mi conmoción cayó al darme cuenta de que había pasado exactamente lo
mismo con ella. Tal vez fue tan horrible que estaba dispuesta a vender a
sus hijas, o tal vez era sólo la manera en que funcionaban las cosas y nadie
podía cambiar eso. De cualquier manera, me sentí como si viera a mi
madre desde un ángulo ligeramente diferente. Como si sus cicatrices se
hubieran hecho visibles bajo una luz diferente. ¿Tenía otras heridas
demasiado ocultas para que supiera? No quería guardar rencores contra
ella que no pudiera soportar.
Debió haber visto que me apaciguaba. Cuando ella dio unas palmaditas en
la cama junto a ella, obediente, fui.
—Entonces, ¿cómo sabes de Chara?
Le hablé sobre cuando encontré a Rasmus solo y la charla que tuvimos en
la alcoba, pero dejé los detalles que sugirieron que habíamos estado
coqueteando. Mejor no dejarla pensar que me había aventurado
demasiado lejos en mi camino de Afrodita. Entonces le conté mi sueño
extraño y sospeché que podría haber más.
Mientras lo describía, Madre apretaba los labios en sus pensamientos.
—No sé si alguna vez lo he dicho, pero nuestra familia tiene un historial de
recibir sueños proféticos.
Rodé los ojos. Ella podría haberlo mencionado una o dos veces.
Poco a poco, ella repitió las palabras de mi sueño.
—Ve adentro, Psique. Alguien vendrá por ti pronto. —Ella negó con la
cabeza—. No lo sé. Las profecías pueden ser muy de doble sentido.
Me dejé caer de nuevo contra mi cama y dejé mis brazos extendidos a los
lados.
—Típico. Finalmente consigo un poco de esperanza y... —Hice una pausa,
parpadeando para detener las lágrimas frescas—. No creo que pueda
manejar alguna otra mala noticia hoy, madre.
Ella apagó mi lámpara y me alisó los mechones de cabello alrededor de mi
cara que no había forzado en una trenza.
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—Sólo ve a dormir, nena. Mañana es un nuevo día y tengo la sensación de
que la profecía se revelará pronto.
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Capítulo 9
Traducido por Aciditax
Corregido por andreasydney
an pronto como Eros se lanzó hacia su casa, empezó a conspirar.
Por supuesto, Afrodita no podía saber acerca de esto, ya que
aparentemente odiaba a su nueva hija. Y ella había exigido que
Psique se enamorara de alguien miserable.
Así que si Afrodita no podía saber acerca de sus planes, eso significaba
que tenía que mantener a Psique en la oscuridad, hasta cierto punto
también.
Hablando de “odiar” algo.
La idea de nunca mostrarse a sí mismo a Psique lo golpeaba más fuerte
que una patada en los riñones. Ella merecía algo mejor que no saber el
nombre del hombre que la amaba, no volver a ver su cara mirando hacia
abajo sobre ella cuando abrió por primera vez sus ojos en la mañana.
¿Pero cuánto tiempo puede un mortal mantener su identidad en secreto?
Era un riesgo que no podía permitirse el lujo de tomar. No, sabía que la
única manera de garantizar que Afrodita no entendiera las cosas era
garantizar que Psique nunca lo sabría.
Pero entonces, ¿qué significa eso ―de mantenerse un secreto a sí mismo?
¿Cómo pasas el resto de tu vida con alguien y no sabes su nombre real?
¿Cómo evitas volver a ver su rostro?
Podía dejar a Psique ciega, pero eso sería una tortura para los dos. Sin su
vista, ella no podía ser feliz. Ella nunca sería capaz de leer, o ver una obra
de teatro, o disfrutar de las flores que florecen de nuevo. No sacrificaría
gran parte de lo que le gustaba de la vida para su propia felicidad.
T
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Sólo eso tenía que ser un signo seguro de que él estaba realmente
enamorado ―la felicidad de Psique le importaba mucho más para él que
la suya propia. Eros casi se golpeó por ser tan inocente.
Pero no podía estar enojado consigo mismo cuando pensaba en Psique.
Retrocediendo hasta el patio de su palacio, él entrenó a su clarividencia
sobre Psique. Por el momento, verla era todo lo que necesitaba. El pulso
de sus labios mientras hablaba le llenaba, el aleteo de sus ojos lo
restauraba.
Mientras las horas transcurrían, los sirvientes se apresuraron a traerle
algo al dios para despertarlo de su trance, pero Eros no podía moverse.
Todo lo que quería era mirar a Psique hasta que pensó en una manera de
mantenerla sin poner en riesgo la vida de ambos.
Vida.
Eso es lo que él quería con ella. Pero, ¿cómo? ¿Cómo, cuando su madre se
lo tenía prohibido? ¿Cómo, cuándo Psique lo despreciaba? ¿Cómo,
cuándo la manera de conseguir lo que quería implicaba engañar a las dos
únicas mujeres que le importaban en su vida?
Mientras Eros miraba, una caravana de pretendientes se acercaba a las
puertas de Sikyon; nobles con sus caballos y carros desfilaron hasta la
colina del puerto. Un brillo de sudor frío cubrió la frente de Eros. La
amenaza de perder a Psique por otra persona, y no llevar a cabo la
sentencia de su madre, le dio una palmada en su cerebro en movimiento.
Finalmente, Eros sabía lo que tenía que hacer.
Su primera parada fue el palacio de Afrodita. La elogiadora de Zeus estaba
de vacaciones. Nunca dejaba ver a nadie en el antídoto natural a sus
poderes, y mucho menos tomar un poco de sí misma. No habría manera
de explicar lo que él estaba haciendo si ella lo sorprendia ayudando a las
poderosas aguas. El llenó dos frascos de Primavera de Abstinencia,
sorprendentemente encantado con la idea de que los pretendientes
disfrutaran de un mes completo de absolutamente ningún sentido del
amor o la lujuria. Usualmente se enorgullecía de infligir una tortura tan
dulce, pero tal vez la falta de pasión era algo aún peor.
Con sus frascos llenos, Eros se disfrazó como un viejo criado y corrió a las
puertas de Sikyon mientras los pretendientes se acercaban.
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―Dios los salve, ¡Señores buenos! ―Eros llamó a los hombres. ―Mi amo,
el Rey Darion, espera su llegada en su palacio, pero él sabe que tienen
algo de distancia que recorrer antes de llegar. Por favor, acepten un poco
de agua en nombre del rey para hacer el resto de su viaje más cómodo.
―Ahora bien, esta es la hospitalidad ―dijo uno de los hombres,
arrebatando bruscamente el frasco de la mano de Eros. Después de tomar
un trago largo, tiró el frasco a otro de los nobles―. Krios, yo no te
recuerdo enviar portadores de agua cuando vine a visitarte.
―¡Eh! Tienes suerte de que aún te deje entrar en mi ciudad.
―¿Afortunado en que me dejes entrar? Tú eres el que debe darme las
gracias por honrar ese agujero de ratas con mi presencia.
―Ah, sí, se me olvidaba ―respondió Krios―. El tío del primo segundo de
tu bisabuelo fue relacionado por matrimonio con un dios. ¿Por qué,
prácticamente no te conviertes en Dios?
Mientras las barbas volaban, los pretendientes se pasaban los frascos
entre ellos, riendo y bebiendo. Cuando habían vaciado los frascos, los
pretendientes continuaron su camino hacia el palacio, sin mirar hacia
atrás al anciano siervo que ya había desaparecido.
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Capítulo 10
Traducido por Rodoni
Corregido por LuciiTamy
a tarde después de mi sueño, eché un vistazo por la ventana para
ver una línea de pretendientes que marchaban hacia nosotros. Por
una vez, el escepticismo de Madre estaba fuera de lugar. Mi sueño
era una profecía buena que ya se estaba haciendo realidad.
Vi como no menos de una docena de reyes y príncipes llegaban a través de
la multitud y daban la bienvenida a nuestro hogar. Después de un tiempo,
Maia se acercó y me dijo que los hombres habían cabalgado juntos desde
el puerto de Corinto. También me dijo —en términos muy claros— que
mis padres querían que me quedara en mi habitación hasta que me
mandaran a llamar. Estaban planeando un banquete y Maia tenía órdenes
estrictas de tenerme oculta hasta entonces.
Como si estuviera esperando que si no me veían de alguna manera se
sumaría a mi encanto o algo así.
Giré los ojos y pensé en tratar de salir a pesar de su desafío, pero eso no
me llevaría a ninguna parte. Sin duda Madre tenía planes elaborados para
esta noche y yo no quería ser la que los arruinara.
Pero la espera se me hizo ansiosa. En el momento en que el sol estaba
bajo en el cielo, me había probado casi todos los vestidos en mi armario y
había hecho que Maia rehiciera mí cabello tres veces antes de que
finalmente tuviera que dejarme para ayudar a preparar a Madre. No
estaba segura de por qué me importaba como lucía. Mi hermana se había
ido y yo no sabía nada de Afrodita en días. Si casarme primero era un
juego, ya había perdido. ¿Qué sentido tenía seguir jugando? ¿Aparte de lo
que Madre dijo para consolidar una alianza para nuestra ciudad?
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Que alguien me impidiera desmayarme, el romance puro de todo esto tal
vez me abrumaba.
Cuando por fin llegó la oscuridad, Maia volvió a mi habitación.
―Todo está listo, hija ―me dijo―. Pero si me permites el atrevimiento
quiero agregar una cosa. ―Maia sacó una corona de laurel de oro detrás
de su espalda. La corona brillaba aún en la penumbra de las lámparas de
aceite. Cada hoja era diferente, con venas establecidas en plata y
diamantes diminutos que descansaban sobre algunas de las hojas en
forma de rocío. Sabía que era la corona incluso antes de hablar. Fue la que
mi madre se había puesto cuando se casó con mi padre.
―Ella quiere que usted la use esta noche, ―Sin decir una palabra más,
Maia como una experta sujetó mis rizos alrededor de la corona. Dio un
paso atrás para estudiar su obra y sonrió―. No le hace justicia, pero va a
hacer lo mismo.
Tiré mis brazos alrededor de su cuello.
―Eres demasiado buena para mí, Maia. ¿Qué haríamos sin ti?
―Supongo que aprenderás cómo hacerlo si vas corriendo a casarte con
uno de estos patanes. ―Ella me observó con tanto orgullo como si fuera
su propia hija―. No deberías ser tan dura contigo misma, ¿sabes?
La sonrisa que le había dado se fue marchitando. Ella estaba equivocada.
Había sido una amiga horrible para mi hermana, mantenía secretos de mi
familia. En todo caso, yo no estaba siendo lo suficientemente dura
conmigo misma. La corona de repente se sintió muy pesada, las hojas
hurgaron en mi cuero cabelludo como jabalinas mientras yo negaba con la
cabeza "no".
―Ella nunca me perdonará, Maia.
Me levantó la barbilla con un dedo torcido, y no me dejó otra opción más
que mirarla a los ojos.
―Ustedes son hermanas. Nada es más importante que la familia y Chara
se dará cuenta de eso dentro de poco.
Empujé la corona, que se sentía como si estuviera estrechando mi cabeza.
Pensar dañaba a mi cerebro, pero la sensación era peor. No podía
soportar la sensación de que mi hermana nunca me hablara de nuevo. Mi
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mente daba vueltas a través de un mantra de «yo no puedo seguir con
esto», cuando Maia me apretó la mano y me condujo hacia la puerta.
―Ahora, sal de aquí. No hay nada peor que llegar tarde a tu propia fiesta.
A medida que me espantaba desde mi habitación, vi que el patio se había
transformado en una fiesta que brillaba intensamente. Las lámparas de
aceite emitian su luz sobre los invitados bailando. Sirvientes estaban
vertiendo el vino en copas de ónix y algunos de los pretendientes se
balanceaban ya. El patio estaba lleno de charlas, risas y vida.
Después de aquel vacío de mi habitación, todo parecía irreal.
Al llegar al umbral, Padre vino a mi lado y cruzó codos conmigo. Lo que
probablemente parecía un escolta amigable para todos los demás, para mí
se sentía como una abrazadera de hierro.
―¿Ves qué tan duro trabajó tu madre para preparar tu fiesta? ―dijo en su
más profundo suspiro. No era una cuestión tanto como una amenaza—.
No te atrevas a arruinar esta noche para ella.
Asentí con la cabeza y me dio unas palmaditas en la mano.
―Me alegro de que nos entendamos, entonces. ―Me llevó a los músicos y
les ordenó dejar de tocar.
El abrupto final a la música llamó la atención de todos.
―Perdón, señores ―dijo mi padre―. En primer lugar quiero darle las
gracias por hacer este largo viaje para estar con nosotros esta noche.
Mientras que ustedes, mis amigos, son siempre bienvenidos en mi casa, sé
que no soy yo a quien han venido a ver. Me gustaría que conocieran a mi
hija, y ahora la hija de Afrodita. ―Eso recibió una ronda de conocidas
risas―. Psique. Ella vendrá a reunirse en torno a cada uno de ustedes en
persona y estoy seguro de que van a encontrarla tan atractiva como
hermosa. Al mismo tiempo, disfruten de su vino y la comida estará lista
en breve.
Sólo porque había pasado meses haciendo una reverencia a la multitud
era que estaba en condiciones de funcionar. Ojos desconocidos en mí, tan
cerca, tan punzantes, me dejaron desnuda y cruda. La sensación de querer
vomitar estaba volviéndose demasiado familiar.
Pero a medida que la música empezaba de nuevo, pegué una sonrisa
permanente en mi cara y cumplí con cada uno de los pretendientes de uno
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en uno. Cuando ya había hecho mis rondas, traté de añadir a cualquier
discusión para unirme. Si los hombres estaban hablando de política,
añadí las últimas noticias de nuestro propio Senado. Si ellos estaban
hablando de guerra, recitaba las batallas que había leído en mis
pergaminos.
Había un equilibrio entre actuar como si uno lo fuera todo y hacerles
saber que podía hablar de cualquier tema que les interesase. Realmente
disfruté del desafío de encontrar algo profundo o humorístico que decir
sobre temas tan diversos. A pesar de las implicaciones obvias de la tarde,
resultó ser una mejor distracción de mis preocupaciones de lo que
esperaba.
Después de que había charlado con todos, sólo conocí a uno de los
hombres que realmente pudo captar mi atención: un joven rey, Krios de
Tegea. Me pareció de buen carácter y más interesado en mí que en él. Me
detuve cuando nos conocimos, y después de que mis rondas se hicieron,
volví a él para que pudiera sentarme junto a su lecho durante la cena.
El banquete puede haber sido en mi honor, pero las mujeres no cenamos
en los sofás de mi casa.
Jalando un asiento suave, de acuerdo, me senté lo más cerca que pude,
esperando a que los otros pretendientes tomaran pista de que yo había
hecho mi elección. Por supuesto, la elección no era exactamente mía para
hacerla.
Mientras comíamos, me habló de su ciudad, las montañas verdes, las filas
interminables de olivos, los ríos gemelos que siempre llevaban agua fresca
y fría, y las cosechas abundantes que los agricultores que trabajan duro
producían. De la forma en que lo describió, ya podía imaginarme a mí
mismo en casa. Yo nunca había necesitado de una gran ciudad para
hacerme feliz. De hecho, separarme de las multitudes probablemente
sería una delicia bienvenida. No estaba segura de que su pequeña ciudad
fuese exactamente la "alianza" que mis padres estaban esperando, pero yo
ya estaba soñando con volver al desvanecido anonimato.
―Suena perfecto ―le dije.
―Ah, Psique. Lo perfecto está sentado aquí a mi lado. Pero Tegea es un
cercano segundo lugar.
Miré hacia abajo mientras un rubor caliente se deslizaba hasta mis
mejillas.
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―Dime que no te he hecho sonrojar, Psique ―bromeó Krios, inclinándose
más cerca―. Ciertamente, usted ha recibido mayores elogios antes.
―No de alguien cuya opinión realmente importa.
Ahora fue el turno de Krios para ruborizarse.
La sala de banquetes estaba llena de ensordecedores traqueteos y sonidos
de comer, pero lo único que oí fue el silencio que flotaba entre nosotros.
Después de unos momentos, Krios finalmente dijo:
―Usted puede que también lo sepa. ―Sentí que mis mejillas caían flojas
mientras me preparaba para su intento de una suave decepción. En serio,
¿por qué cada hombre en el que estaba interesada me desechaba?
Los ojos de Krios taladraron a la multitud.
―Todos nosotros salimos a conocerte a ti y a tu hermana. Tenía la
esperanza de que tal vez tendría una oportunidad con Chara, pero nunca
soñé con casarme con la gran Psique.
―No soy la gran Psique ―interrumpí, agarrando la mano de Krios.
―No, Psique, escucha. Esto es importante. Usted merece saber esto.
Ninguno de estos hombres, incluyéndome a mí, vino a casarse contigo.
―Krios se detuvo para corregirse él mismo, su boca en una mueca de
espasmos leves―. Bueno, tal vez al principio lo hicimos, pero algo cambió
en el camino. En el momento en que llegamos a su palacio, acordamos
que ninguno de nosotros podría asumir la obligación de protegerte.
―¿Protegerme de qué? Mi padre no ha tenido ningún problema en cuidar
de mí ―dije, soltando la mano de Krios.
Krios cerró los ojos y exhaló.
―Yo simplemente no tengo los ejércitos, Psique. No puedo permitirme
una guerra por ti. ―Agregó en un susurro de disculpa:
―Ninguno de nosotros puede.
A pesar de que sabía de lo que estaba hablando, yo no podía creer que
toda Grecia estaba tan consumida por el miedo de otra guerra de Troya.
―¡Yo no soy Helena! ―Estaba de pie y gritándole a Krios.
La conversación y la comida se detuvieron ya que todos los ojos se
volvieron hacia mí. Sentía las miradas clavadas en mi espalda mientras
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me cernía sobre Krios, apretando los dientes para evitar escupir mis
acusaciones.
―Ni siquiera me conoces, pero supones que soy el tipo de persona que se
hubiera fugado con otro hombre. ¿Por qué? ¿Porque tengo una cara
bonita? ¿Porque soy la nueva hija de Afrodita? ―Apreté mis manos en
puños para evitar que temblaran a mi lado―. Usted me ha juzgado mal.
Soy tan ferozmente leal como cualquier mujer que alguna vez hayas
conocido.
Mi padre corrió a mi lado.
―Psique, nadie está cuestionando tu lealtad, o incluso a Helena. Helena
era incapaz de resistir la voluntad de Afrodita.
―Ella es una diosa, no un titiritero ―grité dándole la indignación a mi
padre―. Rechacé su elección de matrimonio una vez y lo haré de nuevo si
tengo que hacerlo.
Los dientes de Padre crujieron cuando él apretó las mandíbulas de nuevo
juntas. Supongo que me había olvidado de mencionar toda la cosa de
Afrodita-y-su-propósito-de-casarme-con-Eros.
Más malditos secretos. Yo estaba acabada.
Empujé por delante de mi padre, y salté al centro de la habitación.
―Mi hermana se ha ido y si no quieren casarse conmigo, supongo que
están aquí sólo para comer nuestros alimentos. Tal vez escuchar una
buena historia. Bueno, ¿cómo va esto para el chisme? Afrodita me pidió
que me casara con su hijo, y yo dije que no. ―Coincidí con cada una de
sus miradas silenciosas y di unas palmaditas en mi corazón―. Sí, me
negué a un dios arrogante, pomposo, porque sabía, en el fondo, que uno
de ustedes sería mejor. Pero al parecer, estaba mal. ―Dejé que se
hundieran por un minuto―. ¿Puede ser que ninguno de ustedes sea lo
suficientemente valiente como para asumir a una mujer bonita?
Nadie respondió.
Vacilé. El reto había funcionado y mi padre se dirigía hacia mí.
―Psique, ya es suficiente. ―Mi padre me hizo girar lejos de los hombres
antes de entregarme a Maia, que había corrido como si fuera una señal.
Al hablar lo suficientemente alto como para que toda la sala lo oyera,
Padre le avisó Maia.
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―Psique esta, obviamente, sintiéndose enferma. Ve que ella reciba el
descanso que necesita. ―Mientras Maia me llevaba, yo podía escuchar a
mi padre pidiendo disculpas por mi arrebato y explicando que estaba
abrumada por mi hermana saliendo tan recientemente.
En circunstancias normales, prometió, nunca sería tan audaz y sería una
esposa obediente, muy respetuosa, etcétera, etcétera.
Pero yo sabía que estaba perdiendo sus palabras. Krios no había estado
mintiéndome. ¿Por qué iba a hacerlo? No tenía nada qué ganar con una
mentira. Mientras subía lentamente los escalones a mi habitación, sabía
que ninguno de estos hombres me llevaría a casa.
El cual era un pensamiento que debería haberme traído alivio. Después de
todo, no quería casarme todavía. Al pensar de nuevo en ello, yo ni siquiera
sabía por qué había desafiado a aquellos hombres a que se casaran
conmigo. Lo reconocerían como una explosión de estúpido orgullo
sacando lo mejor de mí. ¿Por qué estoy tan molesta por todo esto?
Mientras cruzaba mi habitación, me di cuenta. ¿El que nunca encontrara
un marido era un castigo de Afrodita por rechazar a Eros? No
necesariamente quería casarme ahora, pero lo quería algún día. Una
princesa sin marido no era nada una vez que sus padres mueren.
Probablemente tendría que depender de Chara sólo para sobrevivir. Y,
¿qué tan probable sería que ella me ayudara?
Hundiéndome en mi cama, estudié mi reflejo en un espejo de mano.
Aunque la habitación sólo estaba iluminada por lámparas de aceite, pude
ver todas mis características. Inspeccionando cada centímetro de mi cara,
como si fuera la culpable de mi larga cadena de fracasos. Pero no había
ningún error en el reflejo. La falla estaba dentro de mí.
Grité en frustración, tiré el espejo en la pared de piedra al otro lado de mi
habitación. El espejo se rompió en pedazos diminutos e irregulares que se
arrojaron a través de mi piso.
Maia se apresuró a limpiar el desastre, pero mi madre se lo impidió.
―Puedes dejarnos. Lo limpiara ella misma. ―No había oído a Madre
entrar.
Maia bajó la cabeza y huyó de la habitación, murmurando disculpas a mi
madre cuando ella se fue. Me di vuelta y la miré.
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―¿Asé que ahora he pasado de ser la segunda hija de Afrodita a una
sirvienta?
―Tienes suerte de no terminar sin hogar después de ese truco que acabas
de sacar. ―Ella sacudió la cabeza―. Nunca pensé que la atención distante
te haría tan descarada. O tal vez es Afrodita. ¿Crees que en realidad eres
su hija ahora?
―Por supuesto que no. ―Me tiré contra la cama―. Ella me odia después
de negarme a su hijo. No la he visto desde el día de la convocatoria.
Ella se paseó por la longitud de mi habitación, murmurando casi para sí
misma.
―Bueno, eso explica la falta de una propuesta, por lo menos. Enfureciste a
la diosa del amor y ella te está negando un marido. Es bastante obvio.
Me alegré de que lo pensara, porque me había tomado un tiempo el
averiguarlo.
Cuando se detuvo, sus ojos color esmeralda oscuros agujerearon en mí,
llenos de ira y decepción.
―Yo solía pensar que te conocía tan bien. Pero no te entiendo en absoluto.
Es como si hubieras considerado cada acción razonable y luego hicieras
exactamente lo contrario.
―Eros era un imbécil y habló a Afrodita como si fuera un trapo. Si alguno
de esos hombres allá abajo te hablara así, me negaría a casarme con ellos
también. ―Sentí que lágrimas ardientes emanaban de mis ojos otra vez―.
Y si te refieres a esta noche, tengo miedo, ¿de acuerdo? Estoy bastante
segura de que Afrodita me odia después de... ―Apreté mis dedos contra
los ojos mientras pensaba―. Cuando Krios dijo que ninguno de los
hombres se casaría conmigo, me entró el pánico.
―Oh, Psique ―suspiró Madre cuando ella se sentó a mi lado en la cama y
me envolvió en sus brazos―. Sé lo que es ser joven e impulsiva. ―Ella me
dio un apretón extra―. Confía en mí, lo sé. Pero al final del día, la
discreción es la mejor parte del valor.
Abrí un ojo para mirarla y dejar muy claro que no tenía idea de lo qué
estaba hablando.
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―Mantén la boca cerrada ―respondió ella―. Si cometes un error, sigue
adelante. No vayas a difundir la noticia a través de Grecia. Dar ideas de
chismes finalmente perjudica a aquellos que más quieres.
Mi confuso cerebro sabía lo suficiente como para registrar que ella estaba
hablando por experiencia, pero no tenía la energía para hacer palanca. En
cambio, lo único que podía pensar era cómo su consejo era seguir
guardando secretos cuando lo único que quería hacer era desnudar mi
alma.
―Así que dime qué hacer ahora. Estoy perdida. ―Parpadeé y una lágrima
caliente de sal se escapó―. Arruiné la fiesta. Estoy segura de que todo el
asunto de Afrodita va a entrar en erupción pronto. No sé qué más hacer.
Ella empujó mi cabello de mi frente y me dio un beso en la sien.
―Siéntate pacientemente y espera a que tu padre regrese de Delfos.
Decidió consultar al Oráculo. No vamos a tomar ninguna decisión hasta
que él vuelva, ¿trato?
Asentí con la cabeza, sin saber si podía hablar y contener un mar de
lágrimas al mismo tiempo.
Mi padre iba a Delfos para saber mi destino. Sin saber si lo que iba a
pasarme era lo bastante aterrador. Enterarse de que iba a saber qué
destino me aguardaba me trajo terror.
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Capítulo 11
Traducido por Onnanohino Gin
Corregido por Maia8
ros se estremeció de satisfacción mientras volaba. Asegurarse de
que los pretendientes no quedarían cautivados por Psique le había
traído una inesperada sensación de paz. Ahora, solo necesitaba
encontrar a Hermes para finalizar su plan. Pero incluso para un
experimentado rastreador como Eros, Hermes era demasiado rápido para
ser detectado únicamente por medio de la clarividencia. Al no poder
rastrear a su amigo, Eros se apresuró al templo más importante de
Hermes.
El imponente santuario estaba recargado por estatuas de oro y marfil,
decorado para satisfacer al joven dios. Eros subió las escaleras al trote, en
dirección a la cámara principal. En la esquina más alejada del templo, uno
de los sacerdotes, medio borracho por el vino, acababa de limpiar los
restos de su comida y levantaba una jarra.
—¡Tú! —ladró Eros. Al sacerdote se le cayó la jarra de cerámica. El sonido
del crujido al chocar con el suelo de mármol fue interrumpido solo por
una oscura mancha de vino—. ¿Dónde está tu maestro?
—S-se-se acaba de ir —tartamudeó el sacerdote.
—¿A dónde? —gruñó Eros. Su recientemente estrenada tranquilidad
ahora estaba tan destrozada como la jarra. Tenía que cumplir un plazo
después de todo. El Rey Darion no llegaría a Delphi hasta dentro de unos
días, pero si su plan no era puesto en práctica antes, sería demasiado
tarde.
—No lo sé, mi señor. Fue convocado para escoltar a un fantasma
importante al Inframundo, pero no sé quién ha muerto ni dónde.
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—¡Maldición! —Eros golpeó uno de los trozos de la jarra, provocando que
el vino se esparciera por el suelo.
—Si me permite el atrevimiento, tal vez debería esperar en el Lago
Alcyonian. Hermes llevará al fantasma allí para subir al barco hacia el
Inframundo.
Eros hizo crujir su mandíbula y habló a través de sus dientes
entrecerrados.
—No tengo tiempo para esperar.
Bajando la cabeza, el sacerdote respondió:
—Por supuesto, mi Señor.
—Puedes retirarte ahora —exhaló Eros. Era cierto: no podía esperar. Pero
como la clarividencia no le servía, tampoco tenía otra opción.
Cuando llegó, la orilla del lago estaba vacía. Eros no sabía si Hermes ya
había estado allí y se había ido; o si aún no había llegado. Recordando
cómo había sido el día, Eros paseó por la costa, intentando encontrar a
Hermes sin éxito. El descenso del sol dejaba paso a la niebla que cubría el
lago como si fuera un espeso velo.
En la comodidad de la noche, Eros se arrodilló en la orilla y tomó un poco
de agua fría formando una copa con sus manos. El líquido se deslizó por
sus largos dedos mientras los movía lentamente. Sin pensar en nada en
concreto, hundió sus manos y dejó que el agua se filtrara en ellas varias
veces más, decidiendo si sería seguro beber de ahí.
El Lago Alcyonian era la fuente de los ríos que se adentraban en el Hades,
¿pero el agua de estos regresaba al lago? Claro, los rumores que había
oído decían que una vez que bebías del lago, morías y estabas condenado
a ir al Inframundo; pero él era inmortal. Era imposible que el agua lo
dañara. Además, el atardecer de primavera había sido caluroso.
Extrañamente caluroso.
Eros volvió a hundir las manos para recoger agua. Juntó los labios para
sorberla, cuando una voz habló desde la oscuridad.
—Yo no haría eso si fuese tú. —Eros dejó caer el agua, devolviéndola al
lago—. Pero por supuesto no soy tú, así que prosigue. —La voz se empezó
a reír con una risa ronca que acabó dando paso a un ataque de tos.
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Eros escudriñó la niebla, deseando que su vista nocturna fuese mejor. No
estaba asustado, pero un cosquilleo inquietante le recorría la piel.
Eros se quedó mirando la niebla, y poco a poco empezó a distinguir la
forma de un esqueleto humano en un barco que se acercaba. La piel
desgastada por la vejez se le pegaba a los huesos, sin carne ni músculos
para sostenerla. Su alargada nariz destacaba del resto de la cara como un
pico ganchudo, mientras que sus ojos estaban hundidos en sus cuencas.
Un desastroso pelo grisáceo, cubierto de sudor y mugre, colgaba a ambos
lados de su huesudo cráneo. Haciendo un gran esfuerzo, el hombre
sumergía los remos en el agua, moviéndose hacia la zona menos profunda
del lago.
Eros nunca había visto a Caronte, pero debía ser él. El barquero de Hades,
quien llevaba a las almas de la orilla de la vida a las profundidades del
Inframundo. Por un pequeño precio, por supuesto. Nada en la vida, ni en
la muerte, era gratis.
—¿Dónde están tus monedas chico?
¿Chico? ¿Caronte acababa de llamarlo chico? Eros se enderezó para
parecer más alto, y extendió sus alas. Su muestra de bravura hizo que
Caronte soltara una carcajada.
—Deberías tener cuidado de quién te burlas, anciano.
—¿O qué? No hay nada que puedas hacerme. Los dioses me necesitan.
—Imbécil. Los dioses no te necesitan. —Eros avanzó un paso para impedir
que el anciano retrocediera—. Yo no te necesito.
—¡Ja! Si yo no llevara este barco a Hades, tu preciosa tierra estaría llena
de fantasmas. ¿En qué se convertiría entonces tu campo de juegos? Me
gustaría verte intentando cortejar a una mujer, con toda su difunta familia
observando. Caronte volvió a reírse, y esta vez sus labios delgados y
pálidos se curvaron en una sonrisa.
—Además, chico, tú sí necesitas algo de mí. ¿Información, tal vez?
Eros se quedó mirando a Caronte. Lo observaba con su mirada fría como
el hielo, intentando decidir si sería buena idea preguntarle por Hermes.
Caronte le devolvió la mirada, negándose a bajar la vista.
—Vamos, chico, pregúntame. Dime qué quieres saber.
—¿Cuánto me costará?
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—Así que eres inteligente. No te preocupes por el precio esta vez. Muy
pronto tu madre me pagará el peaje.
Eros se abalanzó sobre el barquero.
—¿Cómo te atreves a hacer tratos con la vida de mi madre?
Caronte se lo quitó de encima, con un rápido movimiento que Eros no se
esperaba y que le hizo caer de bruces al lago, empapándose hasta el borde
de la túnica.
—No es un trato, chico. No existe una fuerza en la Tierra ni en el Olimpo
capaz de matar a esa mujer. Pero confío en que pronto enviará a alguien a
encontrarse conmigo, y ese será el precio que te cobraré.
—Coleccionas oro, no almas —acusó Eros. No se fiaba de Caronte, ni de su
promesa de responder a cualquier pregunta gratis.
—Podría construir una escalera al Olimpo con todas las monedas que he
recolectado. ¿Qué pueden comprarme? ¿Pueden liberarme de esta tarea
interminable? ¿Pueden comprarme un descanso en un magnífico palacio?
¿O el amor de una mujer hermosa?
Eros de repente pudo entrever la fragilidad humana de Caronte. Una
debilidad que él podía explotar. Por supuesto, al igual que todos, Caronte
quería ser amado, ¿no es así?
—¿Es amor lo que quieres? No necesitas esperar a mi madre. Tan solo
pídemelo.
Caronte volvió a soltar una carcajada que le hizo quedarse sin aire. Se
dobló hacia delante y se tambaleó hacia atrás, con cuidado de no caer al
agua. Cuando Caronte finalmente acabó de reírse dijo:
—¿Amor? El amor es para tontos, chico. Tan solo estoy cansado de ver
fantasmas de ancianos, decrépitos y enfermos. Quiero un rostro que
ilumine mis días. La cara de…
El peso de las palabras de Caronte atravesó a Eros como si lo hubiesen
apuñalado.
—Jamás tendrás a Psique —dijo Eros.
—No puedes detener a tu madre, chico. Enviará a Psique al Inframundo
de una forma u otra. Recuerda mis palabras.
—Te haré pagar por ellas —gruñó Eros, con los dientes entrecerrados.
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—Tu madre ya me las ha pagado —replicó Caronte—. Y respondiendo a tu
pregunta, Hermes no está aquí. Aún no ha venido. Por supuesto, le espero
para dentro de dos, tres, tal vez cuatro días.
Eros miraba a Caronte en total silencio; sus dedos se cerraban en puños
cargados de tensión a ambos lados de su cuerpo. Se esforzaba en hacer
que su respiración siguiera con un ritmo pacífico, mientras que parte de él
quería arrancar la cabeza de Caronte de su cuello delgaducho.
—Veo que mi visita te ha dejado exhausto —dijo Caronte—. Tal vez
debería irme.
Con unos pocos movimientos de remo, Caronte de disolvió en la niebla.
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Capítulo 12
Traducido por Rodoni
Corregido por Jut
ros apenas durmió esa noche. Se arrastró hacia las ramas de un
árbol cercano a las puertas del Hades y replegó sus alas gruesas y
de color blanco. La noche de primavera no era helada, pero un
incómodo frio se filtraba en sus huesos.
Cada ruido rompía el sueño frágil. No se atrevió a dormir a través de
cualquier sonido por temor a perder su encuentro con Hermes cuando le
entregase la sombra a Caronte y nuevamente se fuera. Pero Hermes no
vino, esa noche o la siguiente. El tiempo de Eros se estaba acabando y no
había nada que él pudiera hacer, salvo esperar.
Observaba obsesivamente al Rey Darion y su progreso hacia Delfos. Si
Eros estaba en lo cierto, el rey llegaría a Delfos en menos de un día. Los
mares habían estado tranquilos y los vientos rápidos. Por supuesto que
los tenían. Afrodita estaba bailando sobre las olas. Los marineros estaban
siempre de suerte cuando ella jugaba en el océano. Pero aún así, Darion lo
hizo más rápido de lo que Eros había predicho.
Si no podía obtener ayuda de Hermes con su plan a tiempo, Darion
recibiría una verdadera profecía del Oráculo. Cuando Eros accedió a hacer
que Psique se enamorara de un miserable, su destino estaba escrito en las
estrellas. Y si el oráculo predijo ese destino, Eros sería impotente de
cambiarlo.
Tendría que hacerla amar a otro.
Apenas unas horas antes de que se le acabara el tiempo, Eros se había
sumido en un estado de frenesí de pánico. Sintió que su dominio sobre la
realidad se escapaba, pensando que escuchaba sonidos que nunca había y
viendo visiones que nunca existieron. Por eso cuando Eros oyó a dos
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hombres que peleaban en la distancia, preguntó si sus oídos lo engañaban
de nuevo. Pero los hombres se acercaban y los sonidos de su charla se
hicieron más fuertes.
—Tú no sabe con quién estás hablando. Quítame las manos de encima.
—¡No me importa quién eres, estás muerto. M-U-E-R-T-O; muerto!
Cuanto antes aceptes que eres una sombra ahora, mejor.
Eros podía oír el gruñido de un hombre y su tensión.
—Senador, deja de lado ese árbol. Ira al Hades aun si tengo que
arrastrarlo todo el camino allí yo mismo. ―Eros sabía que tenía que ser
Hermes, llegando con la importante sombra al final.
Entonces Eros escuchó un sonido ligeramente metálico, como una
moneda que se lanzaba contra una roca, y luego un plink, ya que se dejó
caer en el lago.
—Oh, ¿por qué hiciste eso ahora? Es necesario tirar la moneda al aire
para dar con Caronte.
La sombra parecía exuberante.
—¡Exactamente! No moneda, no ferry. No voy a ninguna parte.
—Sí... tú... vas. —Hermes arrastró a la sombra por el codo hacia la orilla
del lago.
Esto es todo, Eros pensó. Ya está aquí. Eros se lanzó hacia su amigo.
—¡Hermes! Hermes, necesito un favor tuyo.
Hermes le tendió la sombra a Eros.
—Mantengan a este viejo idiota quieto mientras consigo su moneda de
vuelta. —Hermes se metió en el agua, mirando por debajo de las ondas
por la moneda.
—Hermes, ¿no me oyes? Mi vida está en juego aquí.
—Solo un minuto —murmuró Hermes, seguía buscando.
—Yo no tengo un minuto —espetó Eros. Miró por encima del agua por un
momento, luego se agachó y sacó la moneda. La devolvió con una
palmada en la mano a la sombra—. Aférrate a tu moneda.
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—Gracias —dijo Hermes—. Este tipo no ha sido más que problemas. No
puedo convencerlo de que está muerto. No vas a creer como tuve que
arrastrarlo aquí...
—Hermes —cortó Eros—. Lamento que este tipo haya sido un problema,
pero necesito tu ayuda. Ahora.
Hermes estudió a su amigo y movió sus cejas espesas.
—¿Le has jugado otra mala pasada a Zeus de nuevo? Si quieres que oculte
tus flechas hasta que él se calme, no estoy seguro de que incluso pueda
volar lo suficientemente rápido.
—No, no. No es Zeus quien está detrás de mí. Va a ser mi madre si no
tengo cuidado, y prefiero tener un centenar de Zeus enojados conmigo
que una Afrodita.
—¿Cómo te las arreglaste para enojar a tu madre?
—Es una especie de una larga historia. Te lo diré mientras llevamos a este
tipo a Caronte. —Mientras iban de camino, con a la sombra a cuestas,
Eros explicó.
—Ni siquiera estoy seguro de lo que sucedió realmente —dijo Eros—. Un
minuto estaba allí de pie, a punto de disparar a Psique y al siguiente... no
pude hacerlo. —Él se frotó las sienes con las yemas de los dedos—. Estar
cerca de ella era intoxicante o algo así.
—Dime que esto no termina como pienso que termina. —Hermes dejó de
caminar y miró incrédulo a su amigo.
Eros se miró las polvorientas sandalias.
—Cuando bajé la flecha, rasguño mi rodilla.
Hermes se encogió de hombros y miró a Eros como si fuera un idiota.
—¿Qué no entendiste de la lección de cómo-no-dispararte-a-ti-mismo-
con-tu-propio-flecha? ¿Cómo diablos te disparaste?
Eros resopló.
—Acabo de decirlo. Ella me embrujó o algo así.
—¿Esperas que me crea que un mortal te hizo perder tu coordinación ojo-
mano? Creo que algo más está sucediendo aquí. —Hermes lo estudió—.
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¿Estas tratando de vengarte de Afrodita por ser una arpía toda tu vida?
Porque no hace falta estar en el lado opuesto que el de ella.
Eros dio un paso atrás y dejó caer los hombros.
—Está bien, ¿quieres la verdad? Sí. Sí, una mortal me hizo amarla. —
Cerró los ojos, recordando—. El alma de Psique me canta como una
sirena. De alguna manera sabía que necesitaba elegirla y lo hice.
Hermes dio la vuelta y comenzó a caminar de nuevo.
—Entonces des-elígela. Solo haz que tu mamá deshaga la magia. No me
necesitas para eso.
—No lo entiendes —llamó Eros, corriendo de nuevo al lado de Hermes—.
Yo la necesito ahora. No quiero que esto se deshaga. La quiero a ella.
Hermes se detuvo en seco.
—Escúchame. Déjala ir. Ella es solo una niña.
—De ninguna manera. —Eros sacudió la cabeza—. Es más que eso. Ella
es todo.
—¿Hablas en serio? —preguntó Hermes, su ceja arqueada dando a
entender que él era más que escéptico.
Eros asintió. Hermes solo desvió la mirada, sacudiendo la cabeza.
—Por favor, Hermes, necesito esto.
—Está bien, ¿qué quieres que haga?
—Necesito tu ayuda con la última parte de mi plan. Tuve la oportunidad
de desviar a los pretendientes de Psique por haberlos hecho beber del
manantial de la castidad antes de que puedan llegar a su palacio, pero-
Hermes lo interrumpió.
—¿A los pretendientes de Psique? ¿Les diste agua de castidad a los
pretendientes de Psique? —La frente de Eros se arrugó.
—Sí. ¿Y qué?
—Esos hombres me hicieron ofrendas y oraban para que los mantenga a
salvo en su viaje a Sikyon. ¿Cómo se supone que voy a ayudarte ahora?
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—¿Cuál es tu problema? Les di un poco de agua. Nunca sabrán la
diferencia.
Hermes negó con la cabeza.
—Negativo. Has arruinado todo el punto de su viaje.
—Vamos. Relájate un poco, amigo.
—Lo digo en serio, Eros. Los viajeros son algunos de mis seguidores más
devotos. Si los traicionas, no puedo ayudarte.
Eros se dobló. Había llegado tan lejos; esperó tanto tiempo. ¿Para qué?
Esto no podía terminar así. Tenía que tener a Psique.
Cayendo de rodillas, Eros agarró la capa de Hermes y levantó la mirada
hacia él.
—Hermes, te lo ruego. No, te rezo para que tú, como un viajero quien
viajó a las puertas del Inframundo para encontrarte. No puedes darme la
espalda. Yo seré tu sirviente más fiel. Voy a...
—Te lo está pidiendo tan bien, que realmente deberías ayudarlo —cortó la
sombra—. Yo siempre usé mi posición en el Senado para ayudar a la
gente.
Hermes le lanzó una mirada glacial que decía "cállate y ocúpate de tus
asuntos".
Luego suspiró ruidosamente cuando su cabeza cayó hacia atrás.
—Esto es lamentable. Levántate, tu tonto idiota enamorado. —Hermes
arrancó su capa de las manos de Eros—. Además, no quiero a un tonto
por un sirviente. Psique puede tenerte.
Eros se encaramó de nuevo a sus pies.
―¿Me ayudas entonces?
Hermes sonrió.
—Estoy tentado a decir que no solo porque me gusta verte retorciéndote
de amor en lugar de que sea al revés.
La boca de Eros se apretó en una línea en su usual junta de los labios.
—Supongo que me lo merezco —dijo mientras cruzaba los brazos sobre el
pecho.
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Hermes se chupó los dientes con una bofetada.
—Oh, deja de ser una niña. ¿Qué es lo que quieres?
Eros sacó un trozo de pergamino doblado de debajo de su túnica y lo puso
en la mano de Hermes.
—Te necesito para llevar este mensaje a Apolo. No le puedes decir que es
de mí. Él nunca estaría de acuerdo a ayudarme el mismo.
Hermes resopló.
—Esa es la verdad. Creo que nunca superará la vez que utilizaste tus
flechas contra él.
—Pero él te ayudara. Tú eres su hermano.
—Mediohermano —corrigió Hermes.
—Estás cambiando de tema. ¿Vas a ayudarme o no?
—Ya te dije que lo haría —dijo Hermes—. ¿Qué es exactamente lo que
quieres que le diga a mi medio hermano?
Eros rodó los ojos.
—Solo dale la nota. Dile que tuviste una visión del futuro de Psique y
deseas que el Oráculo le dé a Darion tu profecía.
Hermes solo parpadeó a Eros. Hasta la sombra se movió incómoda.
—Vamos —dijo Eros—. No es muy diferente de lo que el propio Apolo
hace. Él creerá que tú tuviste esta visión.
—Así que, vamos a ver si lo entiendo. ¿Quieres que le diga a mi hermano,
el Señor Supremo del Futuro, que tengo una predicción aleatoria sobre
una princesa y que debiera dejarme usar su precioso Oráculo para probar
mi mano en la adivinación sobre toda la cosa? ¿En serio?
Eros apretó los dientes.
—No estás exactamente vendiéndolo cuando lo dices así.
Hermes llevó la mano a la frente y cerró los ojos.
—Solo te estoy dando una verificación de la realidad, hombre. No hay
manera de Apolo acepte esto.
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Eros volvió su mirada de Hermes por un momento y dejó que sus ojos se
pusieran vidriosos cuando él usó su visión para mirar al Rey Darion. Tan
pronto como él había apartado la mirada, los ojos de Eros volaron a su
amigo.
—Si no te das prisa, nunca vamos a saber si Apolo aceptara o no. Las
naves de Darion han anclado en Delfos.
Sacudiendo la cabeza, Hermes miró a su amigo.
—Estás loco. Ya lo sabes, ¿verdad?
—Por favor, Hermes. Por favor.
—Está bien. Me voy —dijo Hermes—. Te dejo a cargo de la sombra. No te
vayas hasta que suba al ferry.
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Capítulo 13
Traducido por Nessie
Corregido por Vericity
a espera era insoportable. Deseaba que mis padres me dejaran
marchar sola con mi padre a Delphi. Podría consultar el Oráculo de
Apolo por mí misma. ¿Por qué debía permanecer en casa cuando mi
futuro pendía de un hilo? Además, un viaje por el golfo de Corinto y
visitando Delphi hubiera sido una distracción necesaria. Cualquier cosa
era mejor que esperar.
Mi mente corría sin cesar sobre los diferentes escenarios que podrían
desarrollarse cuando mi padre regresara. Sabía que había una buena
probabilidad de que trajera malas noticias. Podría comprender que yo
estaba destinada a no tener nunca un esposo como me temía.
O el Oráculo podría decirle a mi padre que podría iniciar a planear mi
funeral. Afrodita era conocida por despedazar hombres a causa de delitos
menores a un insulto personal. A estas alturas no estaba segura de qué
podría ser peor.
Para ordenar mis pensamientos, leí todo lo que pude acerca del oráculo.
Acerca de chicas que se convirtieron el oráculo, ofreciendo sus vidas a
cambio de conocer lo divino.
Mientras leía, podía imaginármela. Podría ser una chica de la nobleza. No
una princesa, por supuesto, pero tan bella como una. Después,
desperdiciando toda su juventud en servicio de Apolo, sería elegida para
volverse la más importante sacerdotisa de Apolo, la Pitonisa1, cuando la
Pitonisa antes que ella moría.
1 Pitonisa: o Pitia, es un personaje que suele presentarse tanto en los relatos antiguos como en
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Ella no tendría que esperar mucho tiempo. Servir a Apolo en un nivel tan
alto tenía sus consecuencias en todas. Nadie vivía mucho tiempo después
de ser elegida Pitonisa. Y aun así esas chicas lo hacían de todos modos. Ir
de buena gana en servicio de un dios. Entregando las predicciones de
Apolo a los griegos quienes iban a que les dijeran sus fortunas.
Una vez nombrada Pitonisa, a la chica no se le permitía tener conexión
alguna con su familia, sus amigos o su vida anterior. Cualquiera que
hubiera sido su nombre, sería conocida como Pitonisa hasta su muerte.
¿Cómo era esa chica totalmente diferente a mí? Ella no tenía contacto con
su familia pero se encontraba con el mundo. Yo solo tenía contacto con mi
familia mientras mantenía el mundo a raya. Ella era amada por un dios y
yo era odiada por una diosa.
Supuse que teníamos una cosa en común: yo estaba inquietantemente
segura de que ninguno de las dos viviría por mucho tiempo.
las leyendas y mitologías. En Grecia, estas mujeres eran un elemento sumamente importante para las grandes jerarquías, dado que gracias a ellas, éstos podían llegar a conocer la voluntad de los dioses.
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Capítulo 14
Traducido por Cpry
Corregido por Julieta_arg
ros no podía hacer nada salvo esperar sentada esperando a Caronte para
presentarse y llevar al anciano a Hades. Hermes vio entregar el mensaje
a Apolo, pero Apolo no había dicho nada. Él frunció el ceño.
Maldita sea.
Eros tendría que esperar a la profecía para saber si Apolo había ido por su plan.
Ahora que había sabido que su mensaje había sido entregado, Eros había
querido que Darion se diese prisa.
Como si hubiera obedecido la orden silenciosa de Eros, Darion busco a los
sacerdotes de Apolo en cuanto tocó tierra y presento su ofrenda. Había traído
una lira ricamente enjoyada en homenaje de Dios.
Eros negó con la cabeza mientras miraba. Los mortales eran tan predecibles.
Traer una lira de Apolo, como si nadie hubiera hecho eso antes.
Sin embargo, los sacerdotes quedaron impresionados por el espectáculo de la
riqueza, y Darion se trasladó a la parte delantera de la línea en vez de tener que
echar suertes para determinar su lugar. Darion se acercó al templo con pasos
medidos, llevando la lira ante él extendida sobre sus brazos. Parecía como si
esperara al dios, agacharse y aceptar personalmente el regalo. Pero mientras
estaba parado en la sombra del enorme templo, con los brazos carnosos, Darion
comenzó a debilitarse. Estaba obligado a presentar su homenaje en la base del
templo. Al igual que todos los demás.
Después de liderar una procesión de suplicantes a una entrada lateral del
templo, Darion descendió en el Santuario de la Oracle. La habitación estaba a
oscuras y había humedad, el parpadeo de linternas iluminando apenas la
caverna. Su silencio fue interrumpido solo por los regueros de la corriente de
agua a través de canales en el suelo.
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Darion se acercó a la pantalla que le separa de la Pitia y puso su mano sobre la
tela gruesa. Eros compartía la angustia de Darion. La chica en el otro lado de la
pantalla celebró sus dos mundos en sus manos. Darion tenía la frente mojada
también presionada contra la pantalla. Eros contenía el aliento.
Un sacerdote se aclaró la garganta cerca.
—Señor, la Pitia está esperando. Usted necesita hacer su pregunta.
Darion levantó la cabeza, pero no se alejó de la pantalla. Su voz se quebró al
hablar.
—Ptia, sagrado de Apolo virginal, vengo a aprender el destino de mi hija, Psique.
¿Qué hay en la tienda para ella?
La Pitia se sentó en silencio en su trípode, pellizcos hojas de laurel entre sus
suaves dedos y la mirada perdida en un caldero de agua sin gas. Poco a poco,
profundamente, inhalan los vapores que surgen de una grieta en la tierra. Su
cámara de techo bajo llenó con el aroma embriagador del dios, que gira
alrededor de ella, invitándola a probar la inmortalidad. La luz, el sonido
tintineante de la corriente sagrada llenó la caverna mientras esperaba para
recibir el mensaje de Apolo.
La Pitia empezó a balancearse mientras se balanceó en su trípode. Sus brazos
extendidos a los lados, las palmas hacia arriba, dejando que las hojas caigan.
Pasaron los segundos por Eros y sintió a su corazón retumbar cada latido en el
pecho. De repente, la Pitia estalló en una carcajada, echando la cabeza hacia
atrás con tal abandono que ella hubiera caído de su taburete si un sacerdote
alerta no la había atrapado.
—Prepárense —susurró el sacerdote a Darion—. Está llegando.
Con los ojos en blanco en su cabeza y jadeando, la Pitia exhalaba su profecía.
Anunciando el futuro de Psique.
Darion se dejó caer de rodillas, como la Pitia se derrumbó esperando los brazos
del sacerdote.
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Capítulo 15
Traducido por Rodoni
Corregido por KatieGee
ás de dos semanas después de que mi padre partió para Delfos,
los sonidos de la marcha me despertaron de un sueño
intranquilo. No pasó mucho tiempo para que la neblina se
desvanezca. La marcha solo podía significar una cosa. Corrí a la ventana y
vi a soldados de mi padre escoltando al Rey a la puerta del palacio.
No me moleste en vestirme antes de salir de mi habitación y volar por las
escaleras para darle la bienvenida. Él estaba saliendo por la puerta
cuando arrojé mis brazos alrededor de él.
―¡Padre, estás en casa! Lo hiciste. ¿Qué dijo?
Me sentí como un niño otra vez, aferrándome a mi papá y pidiendo una
golosina. Solo que cuando hice una pausa para respirar finalmente me di
cuenta de su expresión.
Él no me respondió. En cambio, envolvió sus brazos alrededor de mí y me
atrajo hacia su pecho. Su barbilla descansaba en la parte superior de mi
cabeza mientras lentamente me acariciaba el pelo. Me aparté un poco y lo
miré a los ojos. Los ojos color ámbar de Padre brillaban por lo general con
la vida, pero hoy estaban aburridos, vacíos. Él inclinó la cabeza hacia atrás
y parpadeó, en un evidente esfuerzo por mantener las lágrimas que se
acumulan en las esquinas de sus ojos sin derramarse. Nunca había visto a
mi padre así incluso llegando cerca a las lágrimas antes. Verlo como
estaba me hizo temblar.
―¿Qué es? Dime qué dijo. ―Mis súplicas eran apenas más que un
susurro.
Después de una larga pausa, dijo:
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―Debemos encontrar a tu madre primero.
―Estoy aquí. ―Su voz se quebró cuando ella gritó desde una sombra en el
vestíbulo. Ninguno de los dos había notado su silenciosa entrada. Me di
cuenta por su expresión que también sabía que la noticia era mala.
Padre le extendió un brazo y corrió a unirse a nuestro abrazo. Nos
quedamos así, los tres juntos, por lo que parecieron horas. Era como si
creyendo que el tiempo que estuviéramos juntos, el Oráculo no podía
tocarnos. Que sería inmune al destino que estaba puesto delante de
nosotros.
Yo fui la primera en apartarse.
―Saber nada es peor que saber la verdad. Solo dime. ―Padre no me
respondió todavía. Mi voz explotó con desesperación y pánico―. ¡Padre,
por favor!
Cerró los ojos y respiró profundo. Poco a poco, recitó el mensaje que
había recibido de la Pitia.
Viste Psique en tela negra de luto,
Y déjala en la cima de una escarpada montaña.
Su amante no nació de sangre humana,
Pero, es tan terrible y feroz como una serpiente buscó.
Él vuela con alas por encima de los cielos estrellados,
Conquistando incluso a los dioses que parecen tan sabios.
A su antojo todas las criaturas caen en el dolor,
Con él siempre Psique permanecerá en amor.
La sangre abandonó mi rostro tan rápidamente como mis mejillas se
entumecieron. Había tenido razón para sospechar que Afrodita me
odiaba. Pero no había visto esto venir.
El amor y la pasión eran sus herramientas, su bendición y su maldición.
La posibilidad de que nunca lo hubiera considerado era claramente el
peor destino imaginable. Tendría que negociar mi muerte para vivir en los
brazos de un monstruo. O tal vez una muerte segura era lo que me
esperaba en esos brazos. La profecía decía que me vistiera con traje de
luto.
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La cabeza me daba vueltas mientras trataba de envolver mi mente en
torno a las palabras de la Pitia. Me imaginé a una serpiente enorme,
enrollando su cuerpo con escamas alrededor de los tobillos y doblándome
en un abrazo y en sus alas aceitosas, de color negro azabache. Vi su rostro
subiendo lentamente para mirarme con los ojos entrecerrados, amarillos
antes de lanzarse una veloz, bifurcada lengua hacia mis labios.
Lo último que recuerdo antes de que la sala se quedase a oscuras era
oírme a mi misma gritar.
***
No sé cuánto tiempo estuve fuera, pero me sentía extrañamente tranquila
cuando me desperté. Cuando abrí los ojos, estaba mirando la cara llena de
lágrimas de mi madre. Ella estaba sosteniendo mi cabeza en su regazo y
acariciando los largos rizos de mi pelo.
―Psique ―susurró―. Yo... no debería permitir que vayas. Ojalá fuera yo.
―Está bien, mamá. ―Me senté y me volví para mirarla, pero ella no podía
encontrarse con mi mirada. Observé impotente cómo ella empezó a
temblar y romper en sollozos. Entonces cayó hacia adelante sobre mis
rodillas y lloró. No podía hacer nada más que acariciarle el pelo como lo
había hecho conmigo.
Cuando estaba llorando y finalmente dejó de temblar, suspiró y me miró.
Sus ojos estaban enrojecidos, y por primera vez, esos ojos mostraban su
edad. Ella parecía más vieja y viva y menos a mí. Mi corazón se rompió
cuando la miré a los ojos y comprendí que ya estaba de luto como si yo
estuviera muerta.
―No, por favor. No me he ido todavía.
―Tienes razón. ―Ella agarró mi mano entre las suyas―. Vamos a arreglar
esto. Tiene que haber algo que podamos hacer.
Simplemente negué con la cabeza, incapaz de aplastar sus esperanzas con
mis palabras.
―No ―protestó, retorciendo los dedos duros―. Vamos a recurrir al
ejército para custodiar el palacio. La bestia nunca lograra pasarlos. No
tienes que ir. Podemos detener esto, Psique. Podemos parar esto. ―Sus
palabras eran apresuradas. Nunca la había visto antes tan frenética.
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―Shhh ―la callé, tirando de ella en mis brazos―. Vas a hacerte enfermar.
Odio verte así.
―Tenemos que intentarlo. ―Su voz rota casi se atragantó con otro sollozo.
―No ―dije en voz baja―. Tú eres la que siempre me decía: “No se puede
escapar de lo que está destinado”.
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Capítulo 16
Traducido por Rodoni
Corregido por Viqijb
unca pensé que vería mi propio funeral. Pero en menos de dos
días después de que mi padre regresó de Delfos, era exactamente
donde me encontraba.
Las ruedas de la carreta empujaban por los caminos de piedra áspera
mientras hicimos nuestro camino hacia el sur hasta la cima de las colinas
escarpadas que se encontraban más allá de las puertas de la Ciudad.
Salimos del palacio antes del amanecer, envueltos en la negrura. Probé la
sangre mientras masticaba y destrozaba el interior de mi mejilla.
Con cada salto de la carreta podía sentir el áspero manto negro que
llevaba rozando contra mi piel. El aire del amanecer era demasiado frío
para tal fino vestir, provocando un estremecimiento involuntario que se
arrastraba por mi columna vertebral como una araña. Los aros de oro en
las orejas y alrededor de mi cuello se sentían demasiado pesados.
Mientras cerrabas mis manos en los bordes de la cesta para el equilibrio,
la desgastada madera astillada y tierra en mis manos.
Al frente de la procesión, las plañideras tocaban música estridente y
dolorosa en sus flautas. Por supuesto que conocía la música. Yo había
estado en funerales antes. Pero algo sobre las canciones, esta vez, fueron
más tristes. Un recordatorio doloroso de que una suerte semejante a la
muerte me esperaba en la parte superior de la colina.
Mezclado con las flautas estaban los gemidos tristes de mi familia.
Caminando detrás del carro, mi madre gemía y gemía, sonidos lastimeros
que incluso no llegaban a formar palabras.
Mi padre y primos marcharon delante de la carreta. Ellos también se
lamentaban, profiriendo gemidos una y otra vez. Con ellos, se llevó un
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masivo toro negro que sería sacrificado como parte del ritual funerario.
Sus cascos, junto con los pasos de las dos mulas que tiraban de mi carro,
crearon un tambor rítmico al batir juntos todos los sonidos horribles.
Podía oler el ganado por delante de mí, una mezcla de heno rancio viejo y
estiércol. El olor espeso y húmedo de las lámparas de aceite que llevan la
procesión flotó de nuevo, picando mi nariz con cada respiración. En
segundo lugar los aromas picantes, pero no obstante presente, era el olor
ligeramente dulce a la deriva del pastel de miel que estaba sentado
precariamente en mi regazo.
Debido a que la profecía de la Pitia era vaga, no estábamos seguros de si
en realidad estaba frente a la muerte, o si simplemente mi suerte sería tan
terrible como la muerte. En cualquier caso, mi padre había insistido en
llevar la torta en caso de que sí encontrara a la muerte en la cima de la
colina. Necesitaría el pastel de miel para alimentar a Cerbero, el perro de
tres cabezas que guardaba el inframundo. Ninguna sombra pasaba
delante de él, a menos que se le distrajera con comida. También tenía una
moneda para pagar a Caronte, solo por si acaso.
Mientras mi procesión se acercaba a la cima de la colina, el sol comenzó a
subir. Brillaba tan fuerte que era casi blanco, rodeado por un aura de
color rojo y naranja. Fuera de la luz brillante, el resto del cielo era de un
púrpura lechoso, como ningún color que haya visto en los cielos antes.
Mientras miraba el cielo con temor, una enorme águila se elevó en el
horizonte, a la deriva, de izquierda a derecha. Sabía que tanto el águila y
su curso predecía la buena suerte, pero no me atrevía a poner mi
esperanza en las alas de un pájaro.
Mi carreta se detuvo repentinamente en la parte superior del acantilado.
Mire desde donde estaba sentada a mi madre corriendo por detrás de la
procesión. Ella buscó mi mano hasta que la sostuvo con fuerza, pero
temblaba. Su rostro estaba manchado de polvo y suciedad que se había
pegado en su desgarrada cara empapada.
Volví a mirar al hermoso cielo de la mañana robando mi valor y luego me
baje del carro, con cuidado de no dejar caer mi pastel de miel o la
moneda. Mi madre me envolvió en sus brazos y comenzó a llorar en mi
hombro. Me entraron ganas de llorar con ella, pero estaba demasiado
entumecida con las lágrimas por venir.
Con el tiempo la aparte y se la pase a Maia. Yo sabía que iba a cuidar de
Madre hasta que el mundo se acabara, si eso es lo que ella necesitaba.
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No estaba segura ni siquiera a donde iba, pero seguí adelante a través de
la multitud de dolientes hasta llegar a la cabeza de la procesión.
Padre había sacrificado solo el toro negro. Su sangre surgió del corte en su
garganta y se derramó por el suelo rocoso, con el tiempo llego a rodear
mis sandalias. Inclinándome, acaricie la cabeza del enorme animal
muerto. Lamentaba que haya tenido que dar su vida para que yo pudiera
ser adecuadamente enterrada, o lo que sea que estaba a punto de suceder.
Padre entregó el cuchillo a uno de los otros dolientes y se volvió hacia mí.
Me tomó la cara entre sus manos. Lágrimas que habían luchado tan duro
por contener dos días se derramaron libremente por su rostro.
Su dolor me rompió el entumecimiento y mis ardientes lágrimas
burbujeaban y se deslizaban por mis mejillas.
―Adiós, papá ―le susurré.
―Me quedaré contigo hasta que venga ―respondió. El dolor en su voz era
evidente.
―No, por favor vaya. Usted no tiene que ver esto.
Mi padre dejó caer la cabeza y la sacudió de lado a lado en señal de
protesta.
―Por favor ―insistí―. Yo quiero que tengas recuerdos felices de mí.
Padre me miró a los ojos por más tiempo. Era como si estuviera buscando
mi alma para ver si podía hacer esto sola. Por fin, él me atrajo a un fuerte
abrazo y me cabrío la frente y las mejillas de besos.
―Nunca sabrás cuánto lo siento, Psique. Ojalá hubiera prestado más
atención, aconsejado mejor. No mereces morir por tus errores.
―No lo hagas. Por favor, no lo hagas. ―Sacudí los hombros suavemente y
los apreté―. No puedes culparte a ti mismo por mis decisiones. Y mamá
necesita que seas fuerte para ella en este momento, ¿de acuerdo? ―Darle
una charla realmente me hizo sentir mejor de alguna manera.
Tenía los ojos cerrados y arrugó la frente en la angustia.
―Te amo ―susurró.
Me puse de pie en puntillas y lo bese en la mejilla.
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—Te amo demasiado, papá. Ahora vete. Tengo que cumplir con mi destino
sola.
Poco a poco, soltó mis manos y retrocedió. Cuando nuestras manos se
vinieron abajo, yo sabía que era la última vez que las tocaría de nuevo.
Lo miré y a la procesión partir, por solo un momento antes de que les
diera la espalda a todos y mire hacia el horizonte.
El sol había subido más alto en el cielo y el color rojo naranja se
desvaneció casi inmediatamente. En su lugar había un acerado gris
azulado. Entonces el viento se arremolino, girando una mortaja alrededor
de mis piernas. Mi pelo azotado, golpeando mi cara y siendo fiel a mis
húmedas pestañas.
Mientras me sacaba un mechón de pelo de mi boca, vi lo que parecía una
nube húmeda descendiendo sobre mí. La nube se precipitó detrás de mí y
me sorprendió como un amortiguador cuando una ráfaga de viento me
empujo atrás. De repente, estaba en el aire y volando por encima del
borde de la colina. Ni siquiera había tenido tiempo de recoger mi moneda
o pastel de miel antes de ser lanzada hacia el cielo. Miré hacia abajo
mientras volaba y sabía que si me caía, estaría muerta.
Realmente me hubiera gustado tomar con más fuerza a la moneda y la
torta.
La nube se abalanzó hacia el valle de abajo. Cuando nos acercábamos a
tierra, la nube cayó tan rápido que no tuve tiempo de plantar los pies. Me
caí de bruces contra el suelo y me apresure a darme vuelta. Empujándome
en mis codos, mi corazón tronó mientras me preparaba para el
ataque del monstruo.
Llegué a pensar que podría estaba lista para pelear.
Pero la pelea no llegó y no apareció ningún atacante. En su lugar, escuché
una voz grave y retumbante que parecía venir de todo a mí alrededor.
―Ha sido un placer para mí acompañarla a su nuevo hogar. Su palacio
está esperando.
Mirando hacia atrás por encima del hombro, vi un palacio tan magnífico
que me hizo jadear. Las paredes eran de alabastro blanco cegador. Incluso
sin los rayos del Sol, que brillaban como si fueran incrustaciones de un
millón de diamantes. Y el techo era de oro puro, brillante como si ninguna
gota de lluvia había caído alguna vez en sus aleros.
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Cada una de las enormes columnas que soportan el techo era de una
figura tallada. Algunos eran hermosas mujeres, con sus vestidos
ondeando en torno a ellos. Otros eran atléticos jóvenes mostrando su
musculoso torso. Las dos columnas del centro, que soportaban las puertas
de entrada, tenían dos masivas figuras cada una. En una, un hombre y
una mujer abrazados, mirándose fijamente a los ojos. En la otra, la pareja
besándose de una manera suave y conmovedora.
Me tomó un tiempo para procesar la inmensidad y la belleza de lo que
veía. Ni siquiera puedo decir cuánto tiempo fue que me senté allí mirando
sobrecogida el palacio.
Cuando por fin regresé a mis sentidos, le dije la voz invisible.
―¿Eres tú con el que se supone que debo encontrarme aquí ―Pensé que
sonaba considerablemente mejor a, ¿eres tu el que me mantendrá
prisionera?
La voz se rió tan fuerte como el trueno.
―No, mi señora. No soy más que un humilde servidor. Puedes llamarme
Favonio, o simplemente el viento del Oeste.
Debería haber estado sorprendida por hablar con las partículas del aire.
En su lugar, le pregunté:
―¿Mi sirviente? ¿Eso significa que me puede llevar de vuelta a casa?
―No ―respondió―. Yo te sirvo solo porque lo sirvo a él. Y no le gustara
que te robe.
Había sabido incluso antes de oír su respuesta que sería "no". Aún así, me
retorcí la nariz para contener las lágrimas frescas que sentía por llegar.
―No te desesperes, Psique ―dijo, y luego se había ido.
Mientras Favonio se iba, la neblina había llenado el valle y se levantó tan
rápido como si se estuviera alejándose en la cola de un cometa. El sol
irradiaba ahora a mí alrededor y el magnífico palacio que se abría ante mí
brillaba tentadoramente.
Lo cual me recordaba a otro de los dichos de la madre:
Si algo parece demasiado bueno para ser verdad, probablemente lo es.
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Capítulo 17
Traducido por Equi
orregido por Maia8
Di una mirada alrededor del Valle en busca de una ruta de escape,
pero no había ningún lugar a donde pudiera correr. Detrás de mí
había un gran acantilado escarpado, era imposible trepar por él. Delante
de mí estaba el palacio. Todo lo demás estaba cubierto por el bosque
espeso, oscuro y negro. Los árboles lucían tan estrechamente entrelazados
que ni siquiera estaba segura de si podría caminar a través de ellos, y por
supuesto mucho menos correr.
Además, ¿por qué querría escapar? Ya había aceptado mi destino. Me dije
que no había porqué sentir temor y alarma del palacio que se erguía sobre
la colina o por la muerte. Si acaso el opulento palacio fuese una especie de
trampa, que así fuera. Seguro habría lugares mucho peores en donde
morir.
Caminé hacia la entrada, deteniéndome frente a las puertas del palacio.
Eran tan altas como los árboles y de oro sólido, estaban decoradas con
gemas incrustadas representaban un jardín. Flores de rubíes y zafiros
florecían sobre lechos de esmeraldas. Por lo menos, no podría quejarme
del aspecto exterior del lugar.
Golpeé con mi puño la puerta, y luego lo retiré. ¿Se suponía que tenía que
tocar? Si esta iba a ser mi casa, los golpes en la puerta no serían
necesarios. Sin embargo, no podía imaginarme irrumpiendo en el palacio
como si fuera mío. Levanté mi mano de nuevo, pero la puerta se abrió
antes de que incluso lograra tocarla.
—Bienvenida, mi señora. Hemos estado esperándola.
Me asomé por la puerta y vi todo el salón del palacio, pero no había nadie.
Por lo menos, nadie que pudiera ver.
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Una mano fuerte se apoderó de mi brazo y me condujo adentro.
—No tenga miedo. Entre. —Quien quiera que fuese, era totalmente
invisible.
La puerta se cerró detrás de mi empujándome y haciendo eco a través de
toda la impresionante sala. Mi pecho se estrechó dolorosamente al pensar
que estaba dentro de una tumba sellada y más elaborada que había visto.
—Soy Mathias —dijo la voz—. Puede llamarme para lo que necesite. —Su
mano todavía sostenía mi brazo guiándome mas adentro.
Estaba demasiado impresionada por todo lo que estaba ocurriendo. Ni
siquiera podía hablar. Mientras más nos adentrábamos en el palacio este
se volvía más lujoso y opulento. Las paredes estaban cubiertas por
hermosos tapices con escenas de dioses y criaturas vagando a través de los
bosques y nadando en ríos, estaban increíblemente detallados. Los
mosaicos en los pisos eran tan variados y sus colores eran como el de las
perlas.
Dejamos de caminar cuando llegamos a una sala de estar. Esta estaba
inundada por la luz de la mañana, haciendo que el lugar brillara con
calidez. Los sofás desbordaban almohadas de seda y mantas en tonos
amarillos y suaves y cremosos anaranjados y jugosos limones. Era como si
el verano entero se hubiera adelantado dándome la bienvenida entre sus
acogedores brazos. Ni en un millón de años me hubiera podido imaginar
una habitación tan convenientemente perfecta como esta.
Me deslicé en uno de los sofás, hundiéndome en las almohadas,
atrayéndome a sentirme relajada. Me dormí. No creo haber dormido
desde que mi padre habría regresado con la profecía.
—Perdone mi intromisión —dijo Mathias—, pero tal vez le gustaría tomar
un baño caliente antes.
Bajé la vista e inmediatamente fruncí la nariz. Aún llevaba ese horrible
velo negro y mi piel estaba cubierta de polvo y suciedad debido a mi viaje
en el carro.
—Lo siento —dije balanceándome sobre mis pies—. No fue mi intención
ensuciar el sofá.
Apenas acababa de hablar, cuando una hermosa voz de mujer se escuchó.
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—No te preocupes. Todo lo que necesitas es un reconfortante baño. Tengo
todo preparado.
La persona invisible detrás de la voz mostró poco entusiasmo, me tomó de
la mano y empezamos a alejarnos. El palacio era un laberinto de pasillos,
alcobas y habitaciones.
—No puedo explicarte lo emocionada que estoy de tenerte aquí. Por
supuesto, todos estamos emocionados. Pero estoy muy emocionada en
verdad. Esto va a ser mucho más divertido ahora que estas aquí. Y
créeme, le lugar te va a encantar.
Esta chica invisible hablaba demasiado rápido para mi aturdida mente.
Simplemente dejé que me guiara a través del laberinto.
—Lo que si puedo decirte es que vas a encajar de maravillas aquí —dijo
parloteando—. Vas a ver como este palacio fue hecho para ti, y estoy
segura de que tú y yo seremos grandes amigas.
¿Una amiga? Eso sería algo maravilloso.
—Oh, estoy hablando demasiado. Como te he dicho, es que estoy muy
emocionada. De todos modos, aquí esta”, dijo abriendo una adornada
puerta dorada.
Dentro había una enorme bañera de grueso mármol, cortinas de brocado
cubrían las ventanas, bloqueando la mayor parte de la luz del sol. Cientos
de velas rodeaban la bañera, las pequeñas flamas danzaban
armoniosamente. Vapor rosado salía desde la tentadora agua caliente de
la tina.
—¿Necesitas ayuda para desvestirte? —preguntó.
—No”, espeté antes de que la chica que acababa de conocer se molestara.
—Gracias, pero no”.
Después de desatarme las sandalias, metí el dedo del pie con cuidado en
la bañera para verificar que el agua no estuviera demasiado caliente,
sorprendentemente estaba perfecta.
—No voy a mirarte —dijo la niña—. Adelante, entra.
Dejé caer mi vestido, me hundí en el agua y cerré los ojos.
El aroma a lavanda me envolvió y sentí como la tensión de los últimos
días se iba liberando lentamente de mis adoloridos músculos.
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—Te voy a dejar en paz por un rato. Si necesitas algo, llámame.
—¿Cómo? —pregunté. Mis ojos apenas podían permanecer abiertos—. Ni
siquiera sé tu nombre.
—¡Oh dioses! Suelo ser tan tonta a veces. Soy Alexa. Solo llámame si
necesitas algo. Si estas en el palacio, seguro te escucharé.
—Gracias Alexa —murmuré cuando la puerta se cerró.
Permanecí en la bañera durante lo que parecieron horas, pensé que el
agua estaría fría, pero se mantuvo caliente todo el tiempo. Me relajé lo
más que pude, pero mi cabeza empezó a llenarse de preguntas.
¿Porqué eran invisibles los sirvientes? ¿Cómo podría Alexa escucharme
desde cualquier lugar de este enorme palacio? ¿Cuánta información
podría darme Alexa? ¿Y podría confiar en ella? ¿Cuándo conoceré a la
bestia y si tratará de comerme o no? ¿Sabrán mis padres que me
encuentro bien? ¿Estoy bien? ¿Nunca volveré a verlos?
No podía quedarme más ahí. Frente a la bañera, mire alrededor, pero no
vi ninguna toalla. Y suspire.
—Alexa —la llamé en voz baja, siendo que estaba hablando yo sola en una
habitación totalmente vacía—. ¿Podrías traerme una toalla?
Las palabras apenas habían salido de mi boca cuando la puerta se abrió.
Lujosas toallas entraron flotando a la habitación.
—Aquí tienes —dijo. Puso una toalla alrededor de mis hombros y frotó
suavemente mi piel con la toalla quitando así el exceso de agua que
escurría por mi espalda. Luego entonces rodeo mi cabello que escurría
con otra toalla—. ¿Te sientes mejor ahora?
—¡Un poco! —respondí. Y era cierto. Todas las preguntas que tenía, se
estaban empezando a aclarar desde que llegué.
—Entonces vamos a que te vistas —dijo Alexa y tomó nuevamente mi
muñeca para llevarme a una habitación adyacente—. Este es tu cuarto —
dijo mientras balanceaba la pesada puerta de madera.
Mi mandíbula cayó al mirar el interior. El salón de banquetes del palacio
de mis padres no era ni siquiera tan grande como este. A la derecha,
contra la pared, había una cama con sábanas de seda. La cabecera de un
caoba profundo era enorme, se levantaba hasta la mitad de la pared.
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Por encima de la ventana, cortinas de gasa colgaban de barras doradas. La
brisa que entraba de los jardines sopló las cortinas de una manera que
parecía irreal.
Frente a la cama estaba una chimenea tan grande que mi cama fácilmente
hubiera entrado en ella, esta ya estaba preparada, con la parrilla que
sostenía los troncos maduros y que evitaba cualquier incidente.
No tuve más tiempo para admirar la habitación antes de que viera que
Alexa se acercaba a mi. Bueno, no me había dado cuenta. Solo vi que traía
el vestido rojo más hermoso que jamás hubiera visto. Solo me quedé
mirándolo.
—Lo mandó a hacer especialmente para ti —me dijo Alexa, oyendo una
risa en su voz—. Te va a quedar perfecto”.
Di un grito ahogado. En un instante, Alexa me había despojado de mis
toallas y había pasado ya por mi cabeza el fabuloso vestido. No sabía si
podría acostumbrarme a tener sirvientes invisibles tan eficientes, que no
podía darme cuenta de lo que iban a hacer. Pero Alexa era rápida, y ya
estaba completamente vestida antes de que pudiera empezar a quejarme.
Pude sentir como sus manos me empujaban suavemente en dirección a un
gran marco dorado. Antes de que pudiera evitarlo. Al igual que otras
tantas cosas que había visto en las últimas horas, el reverso de este tenía
una escena hermosamente detallada y forrada en oro.
—No espíes —resopló.
Tanta opulencia empezaba a molestarme. Nunca me había gustado que
las personas alardearan de su riqueza. Todos y cada uno de ellos eran
egoístas, groseros y vanidosos. Tal vez era un castigo para mí.
—¿Está todo hecho de oro en este lugar? —pregunté.
—Bueno, no. Por supuesto que no —respondió Alex rápidamente. Ella
debió escuchar el tono de mi voz—. Solo que… bueno… después de todo
eres una princesa—. ¿No te gusta el oro?
—Claro, ¿a quién no?, pero esto es un poco exagerado. Es realmente tan
pagado de sí.
—Nada de esto es para él —dijo y oí como su sonrisa había vuelto—. Esta
habitación solo existe para ti. Si no te agrada, podemos cambiarla.
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—¿Para mí? —Di un grito ahogado, y se dio la vuelta—. ¿Qué quieres decir
con que esto es para mi? ¿Hace cuánto tiempo sabe que venía? Una
habitación como esta no surge de la noche a la mañana.
Ella se comenzó a reír, pero yo estaba furiosa. ¿Cuánto tiempo había
estado este monstruo a mi acecho? ¿Acaso mi vida había sido una cruel
broma del destino?¿Qué me había hecho pensar que podría llevar una
vida normal, pero lo que realmente pasaba es que estaba destinada a este
animal desde mi nacimiento?
Mis fosas nasales estaban dilatadas mientras respiraba hondo para tratar
de calmarme un poco. El único sonido en la habitación era mi respiración.
Si no fuera por el hecho de que un cepillo dorado flotaba frente a mí,
habría pensado que Alexa se había esfumado.
—Dime hace cuánto tiempo —repetía a través de mis apretados dientes.
—Si te digo la verdad, pensarás que estoy mintiendo. Si miento, te
enojarás. Lo siento Psique. Es que no sé que hacer.
—Te voy a creer —dije fríamente—. Me han llevado a mi propio funeral,
volé por una ladera con el viento del Oeste, entré a un fabuloso palacio y
estoy siendo atendida por sirvientes invisibles. Todo en un solo día.
Pruébame.
—Esta bien —suspiró—. Dos semanas.
Miré a mi alrededor una vez más. La chimenea habría llevado por lo
menos dos meses para se construida.
—¿Dos semanas?
—Si realmente quieres saber la verdad… —añadió al instante.
—Sí.
—En realidad, bueno… todo el palacio fue construido para ti en dos
semanas. —Se atragantó con las palabras, como si con eso pensara que yo
no iba a entender.
—Eso no es… —Mi voz se apagó mientras miraba el suelo. Yo iba a decir
que podía ser posible, pero nada de esto podía serlo. Todo lo que estaba
pasando era increíblemente imposible, no tenía más remedio que
empezar a creerlo.
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Después de un rato en silencio, Alexa empezó a trabajar en mi cabello.
Creo que me advirtió que lo iba a hacer, pero yo estaba absorta en mis
pensamientos para oírla, ella apenas se dio cuenta. Puso en mi cara y en
mis ojos un poco de maquillaje y un poco de brillo en mis labios. Cuando
terminó me dio la vuelta y giró el espejo.
—Estupenda —dijo con orgullo.
Cuando me miré al espejo, vi el reflejo de una persona que yo apenas si
reconocía. El talento de Alexa era impresionante, expertamente había
hecho un moño hermoso en mi cabello en la parte superior de mi cabeza
adornado por una corona de plata.
En lugar de las pesadas joyas de oro que me habían obligado a usar en mi
funeral, dos delicados aros de plata colgabas de mis orejas. No llevaba
ningún collar, pero el vestido no necesitaba ninguno.
La seda del vestido cubría mi hombro derecho y baja por mi brazo
izquierdo, dejándolo totalmente desnudo. La tela era ridículamente suave,
pero no era suficiente para cubrir cada curva. El vestido estaba atado con
un lazo de plata, que cruzaba de un lado a otro y alrededor de mi cintura,
donde finalmente terminaba en un gran lazo en la parte baja de mi
espalda cayendo casi hasta el suelo. La cola del vestido era realmente
larga.
Yo había crecido siendo una princesa muy mimada, pero nunca en toda
mi vida había tenido un vestido como este.
—Gracias Alexa —dije finalmente—. No es por esto, quiero decir. —
Señalando mi cara y mi cuerpo—. Es por se tan agradable. Hoy se supone
que era el día más desagradable de mi vida… te lo garantizo todavía
podría serlo, pero… lo que quiero decir es, que lo has hecho un mejor mal
día. Realmente mejor. Por si no estoy aquí mañana para darte las gracias
así que… gracias.
—¿Qué quieres decir con que no podrías estar aquí mañana? —
Quedándose sin aliento—. No vas a huir ¿verdad?
Dejé escapar una risa nerviosa.
—No me había imaginado que viviría lo suficiente para tener la
oportunidad de escapar —dije empujando las cutículas de mis dedos.
Oí a lo lejos como suspiraba Alexa. De pronto sentí como sus invisibles
brazos me rodeaban.
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—Psique —dijo—. Me creíste cuando te dije que este palacio había sido
construido para ti ¿verdad?
—Entonces por favor, por favor créeme cuando te digo que te preocupas
demasiado. La cosa más verdadera es que te quiere con todo su corazón y
todo su ser. Nada malo te va a pasar. Nada que venga de él.
Una risa nerviosa se escapó de mis labios mientras estrujaba mis manos la
una con la otra. Ni siquiera me conoce. ¿Cómo podría amarme?, aunque
quisiera confiar en Alexa, la idea era absurda.
Miré por la ventana y vi como el sol empezaba a bajar. Cerré los ojos y
respiré profundamente. Luego lentamente exhalé. Alexa estaba esperando
por mi respuesta.
—Te creo —susurré, diciéndome—. Que no me haría daño. Ni en u millón
de años se me hubiera ocurrido que un monstruo podría amar.
Me abrazó nuevamente, solo que esta vez más fuerte.
—No eres más maravillosa de lo que él había dicho.
Ahora era yo la que ponía mis ojos en blanco. Me tomó de la mano y tiró
de mi para que la siguiera fuera de la habitación.
—Espera. ¿A dónde vamos ahora?
—A que comas algo, por supuesto —respondió—. No puedes conocerlo con
el estomago vacío.
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Capítulo 18
Traducido por OrMel
Corregido por JenB
ros se paseó por lo profundo del bosque cerca de su nuevo palacio.
El sol ya se había sumergido en el horizonte, dejando poca luz
entre los árboles.
—¿Puedes calmarte, hombre? —dijo Hermes entre mordidas de manzana
mientras se extendía por debajo de un roble—. Funcionó, ¿no es así?
Apolo le dio a Darion tu profecía y Psique está aquí —Él hizo un gesto con
la manzana a medio comer en dirección al palacio—. Todo lo que tienes
que hacer es ir allí y conocerla. Otra vez.
—Eso es de lo que estoy preocupado —soltó Eros—. Ella no quiere
conocerme.
—¿En serio? ¿Cómo puedes estar preocupado por algo como eso? —
preguntó Hermes—. Tú puedes cambiar eso en un segundo con tus
flechas.
—No voy a hacerle eso a ella. —Eros detuvo su paseo para pasar los dedos
a través de su cabello—. No entiendes como es. Estar obsesionado con el
amor que hace a tu alma sentirse como si… no lo sé, estuviera siendo
aplastada fuera de tu cuerpo. No puedo pensar en nada más que en ella. —
Eros golpeó el roble—. No voy a hacerla sufrir por este gran amor.
—Eres un pedazo de trabajo —dijo Hermes, tirando el corazón de la
manzana en la tierra mientras saltaba sobre sus pies—. Estás tan cerca de
tener todo lo que quieres y no estas dispuesto a cerrar el trato.
—No voy a usar mis flechas en ella. Fin de la discusión.
Hermes golpeó el hombro de Eros.
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—Entonces, buena suerte lidiando con la chica que piensa que eres un
monstruo. Si fuera yo, sin embargo, haría uso del regalo con el que nací.
Piénsalo.
Hermes le guiñó el ojo a Eros mientras se lanzaba hacia el aire.
—¿A dónde vas? Todavía no es tiempo. No puedes dejarme aquí a esperar
por mi mismo —llamó Eros tras el.
—Vas a estar bien —gritó Hermes—. Tengo mucho trabajo que hacer como
para seguir escuchando como te quejas. Nadie dejó de morir solo porque
Eros se enamoró.
Eros se giró y pateó el corazón de la manzana de Hermes, lanzándola
profundo entre los árboles. Luego se sentó bajo el roble a esperar hasta
que fuera tiempo de conocer a Psique.
Con suerte no tendrían una repetición de la última vez que él estuvo en su
dormitorio. No estaba seguro de poder manejar el que ella lo echara
ahora.
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Capítulo 19
Traducido por nessie
Corregido por bibliotecaria70
l salón de banquetes habría sido lo suficientemente largo para
contener cuarenta mesas y sillones, pero solo unos cuantos se
encontraban en el centro. Candelabros de latón martilleado
cuelgan del techo y sus miles de velas hacen bailar la luz a través de la
habitación. Hice una pausa antes de cruzar el umbral, como si la
enormidad de todo esto me succionara. Alexa me empujó a un sillón. A
pesar de que no podía ver a nadie, la sala latía con vida.
Tentativamente me recliné en las almohadas. No solía comer en sillones,
desde que en mi casa estaban reservados para los hombres. Pero ahí me
había guiado Alexa, de modo que me senté. Mientras me instalaba los
músicos comenzaron a tocar arpas y flautas. La canción era mucho más
feliz de lo que había sido mi procesión hasta la colina esta mañana. ¿Eso
realmente había pasado hacía solo unas horas?
Platos de comida y una copa de vino flotando hacia abajo se posaron en la
mesa cuadrada frente a mí. Reconocí algunas comidas tradicionales de
bienvenida: rebanadas de granada, canastas de pan, miel y semillas de
sésamo. Pero había mucho más. Mis sirvientes invisibles trajeron plato
tras plato de delicias. Mientras comía, cintas invisibles hacían acrobacias
alrededor de la sala en una danza hipnótica. Deje que la música y el
movimiento llevaran mi cansado cerebro lejos a un lugar donde no tengo
que preocuparme, pensar, o pretender ser alguien más que yo misma.
¿Así es como el alivio realmente se siente?
Cuando estaba totalmente llena, un pequeño pastel bailó hacia mí.
—Oh, no puedo comer otro bocado —protesté.
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—Tienes que probar esto —dijo Alexa tras de mí. Había estado tan absorta
en la comida, música y baile, que olvidé que Alexa aun estaba conmigo—.
Este pastel es realmente increíble.
¿Quién era yo para rechazar el postre?
—Si insistes —susurré, metiendo el tenedor y tomando una gran bocado.
El pastel se derritió en mi boca. Era más dulce que la madreselva y
goteaba caramelo líquido. Rodé mis ojos mientras tragaba.
Cuando solo quedaba una mordida de pastel, lo hice a un lado.
—No puedo comer nada más. Estoy a punto de reventar en este vestido —
dije dando palmaditas a mi vientre lleno.
Mientras colocaba el tenedor junto al plato Alexa dijo:
—Ahora sí. ¿Quién está lista para una primera noche?
—Yo supongo —convine—. Pero esto no ha terminado todavía. Él ni
siquiera está aquí, o… —Bajé la voz—. ¿Él es invisible también?
—No, no es invisible —aseguró—. Lo sabrás cuando llegue.
Pensé sus palabras por un minuto.
—No es lo mismo que decir que lo veré. Me estas ocultando algo.
—Ahí vas, preocupándote de nuevo. —Alexa se mostró indiferente, así que
supe que tenía razón.
—No me hables con acertijos Alexa. Yo solo…
Ella me interrumpió con una voz ligera, como si no me hubiera estado
escuchando en absoluto. —Así que me imagino que por la mañana
daremos un recorrido adecuado. No has visto más que tu propia
habitación y estoy segura de que te van a encantar los jardines. Además te
quiero mostrar la biblioteca y…
—Solo detente. —Mi voz fue tan baja y temblorosa, apenas lo oí—. No
puedo pensar en el mañana, no cuando me pregunto si el sol se elevará
incluso para mí.
—¿Otra vez? Pensé que lo acabábamos de discutir.
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—Sí, bueno. Tal vez mi mente no puede superar el miedo que me
entumece los huesos con tanta facilidad. Toda esta comida me hace sentir
como un cordero sacrificial2, solo los ceban para masacrarlos o algo.
—Tu mente esta envenenada en su contra —me dijo en voz baja. La sentí
arrodillarse delante de mí y tomó mis manos entre las suyas—. Mira a tu
alrededor. Ninguna chica en la historia de Grecia nunca ha sido tan bien
cuidada. ¿No puedes ver el amor que puso en la creación de este palacio
para ti?
Sus palabras me suplicaron que abriera mi mente. Y yo quería, pero aún
estaba tan llena de dudas.
—Pero ¿qué pasa si toda esta belleza es solo una tapadera para una
monstruosidad?
—No lo es. Psique, no lo es. Por favor, dioses, ¿qué se necesita para
convencerte? ¿Te sentirías mejor sabiendo que tomaría el “monstruo” en
un instante si lo quisiera? Porque lo haría.
Aparté la vista del lugar que sabía que ocupaba. Alexa había llegado
finalmente a través de mí, un poco, pero todavía no me sentía segura.
¿Cómo podría? Ni siquiera lo había conocido antes de hoy. ¿Se supone
que yo confiaba en ella ahora porque era la mejor artista del cabello y
maquillaje de toda Grecia? Sin embargo, no rechazaría algo que tan
obviamente quería para su beneficio. No tiene sentido ser cruel.
—Tienes razón —dije finalmente—. ¿Cuándo estará aquí?
Alexa lanzó un suspiro de alivio.
—Pronto, muy pronto. —Ella me sacó de la cama y corrió conmigo pasillo
abajo—. Tenemos que retocarte antes de que venga.
Acabamos de dar vueltas por todo el laberinto de pasillos y llegamos a mi
habitación. La chimenea había sido encendida mientras estaba en la cena,
llenando la habitación con un embriagador aroma a cedro. Alexa me llevó
de nuevo a la vanidad de mis últimos retoques. Me volvió a aplicar barra
de labios y sacudió rubor en mis mejillas.
—¿Mejor? —preguntó, girando a mi alrededor.
2 Cordero sacrificial: Las ofrendas que daban a los dioses.
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En vez de ser de oro, el tocador y el espejo ahora eran de plata. Me di la
vuelta con los ojos muy abiertos de asombro.
—¿Cómo es esto posible? —pregunté Alexa apuntando a la mesa
cambiada.
—Todo es posible aquí. —Ella me empujó hacia el borde de la cama y me
apretó la mano para indicar que debería sentarme. La cama rebotó un
poco cuando, obviamente, se sentó a mi lado. Alexa esperó conmigo para
que llegara y me apretó la mano con tanta fuerza que estoy segura de que
debieron dolerle los dedos.
Mientras se acercaba, oí el batir de alas, como un águila demasiado
grande. El sonido se disolvió cuando aterrizó en el borde de la ventana
abierta. Una ráfaga de viento voló por delante de mí y apagó las llamas en
la chimenea. Estrellas brillaron detrás de él, pero su figura estaba rodeada
de negro. En cuanto entró, Alexa me soltó la mano. ¿Cómo podía dejarme
ahora? Detrás de mí, oí cerrar la puerta cuando ella salió de la habitación.
Aunque no podía verlo, estaba demasiado asustada para mirar hacia otro
lado. Quería echar un vistazo detrás de la nube oscura que rodea su
cuerpo. Miró fijamente, tratando de concentrarme en las características
que podrían definir. Necesitaba ver su rostro, sin embargo horrible. ¿Qué
esconde? ¿Estaba realmente tan repulsivo como la Pitia había advertido?
El pánico creció a través de mí mientras permanecía frente a mi captor.
No estoy segura de como detuve a mis piernas de seguir a Alexa afuera.
Cuando miré sobre mi hombro para ver que tan lejos estaba por si me
decidía a mostrar oposición, se deslizó delante de mí y tiró de mis manos
entre las suyas.
Contuve un grito asustado, horrorizada por la criatura sosteniendo mis
manos tan suavemente como si pudiera desmoronarme.
—Mírame, Psique. —Su voz era hipnótica, casi familiar. Me quedé en la
oscuridad en torno a su forma y encontró un par de hermosos ojos azules
mirando hacia mí—. Sé que me temes, pero te lo ruego, créeme que nunca
voy a herirte.
—¿Por qué no te muestras entonces? ¿Si no hay nada que temer?
Su voz se volvió a mí compasivo, pero firme. —No he dicho que no hay
nada que temer. Dije que nunca te haría daño. No hay que confundir los
dos términos.
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La buena sensación de estoy-apunto-de-vomitar me hizo desear no haber
comido cada bocado de comida en mi plato esta noche. Alcancé de nuevo
la cama, lo que me facilitó averiguar qué podría ser más aterrador que la
bestia invisible en mi nuevo dormitorio. O quién más quería hacerme
daño ahora que ya había sido condenada a un destino peor que la muerte.
Extendió una mano satinada y suave a mi cara y dejó que su dedo
recorriera mi mejilla por debajo de mi línea de la mandíbula.
—Psique, no soy un monstruo. Te amo, y te amaré siempre.
—Ni siquiera me conoces —dije, dándole un manotazo a su mano—.
¿Cómo puede ser posible que me ames? —dolor llenó esos suaves ojos
azules y los cerró por lo que pareció una eternidad—. ¿Quién eres? —
susurré finalmente.
Sus ojos se abrieron de nuevo con un destello de esperanza. Como si le
hubiera lanzado una cuerda a un hombre que se ahoga.
—Aristeo, pero por favor, llámame Aris.
Eso no era exactamente lo que yo quería decir, pero no pude contener la
respuesta literal en su contra.
—Está bien, Aris —Hice una pausa, absorbiendo una respiración
profunda, irregular y preparándome a hacer la verdadera pregunta—,
¿qué eres?
—Vas directa al grano. —Su forma oscura retrocedió unos pasos hasta que
parecía que él estaba sentado en el taburete en frente de mi tocador de
plata. Le di la bienvenida al espacio extra entre nosotros, pero el peso de
aquellos ojos que yo conocía me observaban desde el otro lado de la
habitación todavía lo sentía intensamente.
—Soy el hijo de una arpía. De ahí las alas. —El aire de la noche se agitó
con el sonido de las plumas batiendo una vez y luego replegándose en su
lugar.
Bueno, eso era nuevo. No sabía que incluso había arpías hombres, no es
que nunca lo hubiera considerado, o creía que las arpías eran algo más
que un cuento de miedo para hacer que los niños se encerrasen e ir a
dormir. Pero hijo-de-una-arpía sonaba bastante mal presentimiento.
Quiero decir, las arpías eran los que supuestamente torturaban almas en
su camino al Tártaro. Y el torturar un alma me dio una pista de por qué
incluso podría temerle a los dioses. Solo esperaba que su supuesto amor
por mí fuera suficiente para mantener a su lado tortuoso bajo control.
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Tragué saliva fuertemente.
—Así que, um. —Miré alrededor de la habitación cubierta de negro,
aferrándome a alguna forma de salvar nuestra conversación antes de que
él se aburriera y decidiera entretenerse con un poco de sadismo—.
Cuéntame algo más de ti.
Se levantó y se acercó. Cuando estaba justo en frente de mí, se dejó caer
de rodillas, nivelando su mirada con la mía.
—Sé que no lo puedes creer todavía, pero lo único interesante de mí es lo
mucho que siento por ti.
¿En serio? ¿El tipo me dice que es una criatura mitológica y sus
sentimientos son lo más interesante de él? La oscuridad no puede haber
sido suficiente para ocultar la incredulidad salpicada a través de mi cara.
Con un movimiento sin esfuerzo, él me arrastró a sus brazos y me puso
suavemente sobre la cama.
—Sé que estás cansada. Y estresada. Puedo sentirlo salir de ti. —Sus labios
rozaron mi frente y sentí un suave jirón de un rizo siguiendo su estela—.
Duerme, mi amor —susurró—. Has tenido un día largo. Pero sé una cosa.
—Enfocando mis ojos en los suyos, ahora solo a unos pocos centímetros
de mi cara, temiendo las palabras que se vienen—. Voy a ganar tu amor.
Como la idea me puso los pelos de punta, mis músculos se relajaron. Una
gran calor recorrió mi cuerpo, a partir de donde había colocado el beso en
la frente y bajando. Me sentí tranquila. Y con sueño. La alarma tirando a
través de mis venas se desvaneció, así como yo he intentado tirar de ella y
mantenerme despierta. El sueño se apoderó de mí, de alguna manera
sabía que por lo menos pasaría esta noche intacta.
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Capítulo 20
Traducido por hanna
Corregido por LilikaBaez
e vuelta al otro lado de la habitación, Eros veía a Psique mientras
dormía, obteniendo el dulce aroma de su cabello y disfrutando del
suave subir y bajar de su pecho al respirar profundamente. Le
encantaba cómo se veía en paz. Y anhelaba que estuviera más relajada con
él mientras estaba despierta.
Finalmente atreviéndose a acercarse a la cama junto a ella, Eros
desenrolló el cabello de Psique desde lo alto de su cabeza y dejó que se
esparciera a través de las almohadas. Le acarició los mechones largos y
castaños, con cuidado de dejarlos fuera de su cara. Cuando las palabras
amenazaron con rasgar su pecho si no las hablaba, Eros susurró en su
oído:
—Nunca te haría daño, Psique. Te amo más que a mi propia vida.
Quiéreme, por favor —rogó—. Ámame.
Psique apenas se movió cuando Eros se declaró en voz baja en su oído. Tal
vez esperaba que ella abriera los ojos y se comprometiera en amor eterno
con él también.
Pero no era así como su magia funcionaba.
Poco a poco se levantó, con cuidado de no despertarla. Respiró hondo
para asegurarse de que estaba a punto de hacer lo correcto. Eros quería
que Psique lo amara por su cuenta, pero no podía esperar.
Cuando aterrizó en el alfeizar esa noche, deslizó fuera su carcaj y lo
escondió detrás de las cortinas. Metió la mano en su escondite y sacó una
de sus flechas largas y poderosas.
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Las palabras de Hermes esa misma noche se reprodujeron en su cabeza.
—Puedes cambiar todo esto en un segundo con una de tus flechas...
Hermes tenía razón. Todo lo que tenía que hacer era un corte en la piel de
Psique con una flecha y ella estaría tan perdidamente enamorada de él
como él lo estaba de ella.
Por supuesto estar con Psique era lo que él realmente quería, al menos
subconscientemente. Estaba bastante seguro de que ella aún no compartía
el mismo sentimiento. Eros lentamente giró la flecha en su mano y miró a
Psique.
Ella estaba tan profundamente dormida, nunca se daría cuenta de la
picadura de la flecha rozándole la piel. Y ésta vez no tendría que
dispararle. Simplemente la pincharía con una caricia. No con la liberación
impersonal de un arco. No cazándola sino marcándola con su propia
mano.
Extendió la mano, con la flecha a punto de tocarla, pero se apartó. Apretó
la mandíbula y arrugó sus ojos cerrándolos. Algo parecido al dolor físico le
impedía hacerle daño. Eros sabía muy bien que las flechas harían a Psique
sufrir. Durante las horas del día cuando ni podía estar en el palacio, ella lo
necesitaría tanto que su corazón iba a doler.
Eros no quería que sus días fueran infelices. Simplemente quería su amor.
Sentado en la cama, Eros dejó caer la flecha de la punta de sus dedos,
disipándose mientras la magia no utilizada se liberaba en el suelo.
Tendría que hacer lo que había prometido.
Tendría que ganarse su amor.
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Capítulo 21
Traducido por nessie
Corregido por amy_andrea
ientras abría lentamente mis ojos en la habitación, me di cuenta
de que estaba sola. Me incorporé y me estudié. Estaba entera.
Definitivamente seguía viva. Y mi vestido estaba intacto, aunque
arrugado de dormir con él. Cualquier cosa mala que un chico arpía deba
ser, por lo menos no me había hecho daño mientras dormía.
Tan silenciosamente como pude, salí de la cama y por el pasillo. Tal vez
podría echarle un vistazo a él en la luz. La tensión de no saber cuál era su
aspecto parecía casi peor que el simple hecho de ver lo que estaba
tratando de hacer y seguí adelante.
Mis pies apenas tocaron los mosaicos mientras me deslizaba por el
pasillo. Cuando llegué al final de la primera sala, puse mi espalda contra
la pared, respiré hondo y asomé tan poco de la cabeza por la esquina
como me fue posible.
Como no podía ver ninguna toallas flotantes o charolas dirigiéndose hacia
mí, yo pensé que estaba despejado. Mientras me preparaba para salir
corriendo por el pasillo al lado, una voz sonó en mi oído.
―Te has levantado. ¿Has dormido bien?
Salté con un chillido asustado.
―Oh, lo siento. No fue mi intención asustarte. ―Era Alexa, por supuesto.
―Si eres invisible y no quieres asustar a nadie, debes dar algún aviso
antes de ir a hablar al oído ―solté, más avergonzada que enojada.
Alexa no parecía darse cuenta.
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―Así que... ―Ella sacó la palabra como si estuviéramos en una
conspiración juntas―. Dime cómo te fue anoche.
Increíble. ¿Pensaba realmente que haría cualquier cosa con él? ¿O decirle
al respecto si lo hiciera? Me encogí de hombros.
―Bien, supongo.
―¿Está bien? ¿Eso es todo? ―se preguntó Alexa, apretando mi mano―.
Es maravilloso, ¿no? Te dije que no tenías nada de qué preocuparte.
―¿Todavía está aquí?
―Oh no. Él siempre va a salir antes del amanecer.
―¿Por qué? ―pregunté―. ¿Por qué no puedo verlo?
―Esa es la manera que tiene que ser. Es más seguro así ―explicó.
Me apoyé en la pared y suspiré.
―¿Tú también? ¿Qué es seguro para mí no saber nada de él?
―Deja de exagerar. Solo porque no puedes verlo no quiere decir que no lo
puedes conocer. ¿Qué pasaría si fueras ciega? ¿Significa eso que nunca
conocerías a nadie a tu alrededor?
Mi cabeza cayó hacia atrás contra la pared de mármol frío. Ella tenía
razón. Una vez más. Si sigue así, se va a convertir en algo muy molesto.
―Dime lo que estás pensando ―preguntó Alexa.
―Puedo confiar en ti ¿no? ―Me di cuenta tan pronto como lo dije, era una
pregunta tonta. Como cualquiera diría que no a eso―. Quiero decir, me
vas a decir la verdad si te pregunto algo, ¿no?
―Por supuesto. ―Ella tomó mis manos entre las suyas―. Estoy aquí para
servirte, pero yo quiero ser tu amiga. Yo nunca te mentiría. Lo prometo.
Tenía miedo de hacer la pregunta que rondaba mi mente, pero tenía que
saber.
―¿Qué aspecto tiene? Me dijo que era un chico arpía, pero no sé lo que
eso significa. Bueno o malo, solo creo que me sentiría mejor sabiendo.
―No puedo decirte eso.―Su voz era una disculpa, apenas más que un
susurro.
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―Acabas de prometer que me dirías la verdad.
―Te estoy diciendo la verdad. No puedo decirte eso. Está prohibido.
―¿Es realmente tan malo? ―gemí.
―¿Vamos a pasar por esto todos los días? No todo lo que no entiendes es
malo.―Ella me envolvió en un cálido abrazo―. Por favor, Psique. Él te
ama. ¿No lo sentiste anoche?
Me tragué el nudo en la garganta y traté de calmar mi corazón que latía
con fuerza. Esta era mi vida, todo alrededor de mí en este palacio. Mi
futuro estaba en las paredes. Sirvientes invisibles, sobre todo
¿pretendiente-invisible? ¿novio? Yo ni siquiera sabía lo que se suponía
que éramos. Cualquiera que sea sentía repulsión hacia la idea, sin
embargo, tenía que admitir que era mejor que lo que yo había temido
después de escuchar la profecía de la Pitia. Y si todos los días era
básicamente una repetición de ayer, podría manejarlo. Tendría una amiga
en Alexa y, finalmente, me gustaría pasar de no ser capaz de ver Aris. No
es que yo planeaba amarlo ni nada, pero ¿qué tan difícil podría ser solo
hablar?
***
Mientras desayunaba, Alexa me acribilló con preguntas. Sobre todo le
respondí distraídamente. Alexa estaba tratando de entablar una
conversación cortés, pero ninguna de sus preguntas me interesaba. Miré
por encima de los jardines del palacio y chupé el jugo de melón dulce de
mis dedos.
―¿Psique? ―preguntó ella tímidamente.
Aquí viene, pensé. Ahora ella me va a hacer algo más personal.
―¿Qué se siente ser famoso?
¿Cómo responder a esa pregunta? Apoyé la cabeza contra el respaldo del
sofá y pensé. Me gustaban mis visitas con Afrodita, ahora que lo pensaba
eran divertidas, mientras duraron. Pero el resto...
―Estaba bien, supongo. No lo amaba ni nada.
―¿Por qué? ―preguntó Alexa con una nota de incredulidad―. ¿No fue
sorprendente conseguir todos esos regalos y que la gente quiera
conocerte, quiera ser tú?
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―Tal vez al principio. Pero acabé cansándome. Solo quería volver a ser
normal después de un tiempo.
―¿Es por eso que tu madre quería que te cases? Así podrías volver a una
vida normal?
Agarré una almohada del sofá y la apreté contra mi pecho. Pensando en
mi madre, y que nunca volvería a verla, cortó un poco profundo.
―¿Podemos hablar de otra cosa?
―Claro ―respondió Alexa―. ¿Quieres contarme lo de tu hermana?
―No. Algo más. ―No solo nunca vería a Chara de nuevo, probablemente
también me odiaría para siempre.
―Por lo menos solo tienes una hermana ―dijo Alexa―. Tengo un montón
y la mayoría de ellas ni siquiera saben mi nombre.
―¿Qué? ―Yo no había pensado mucho en lo que Alexa era, además de
invisible, y ciertamente no la había imaginado junto a sus hermanas.
Pero, ¿cómo no iban sus propias hermanas a saber su nombre?―. ¿Por
qué no?
―Porque hay cincuenta de nosotras. Y soy la tercera más joven, lo que
significa que también soy invisible en casa.
―¿Cincuenta? Nadie tiene cincuenta hermanas. ―Aparté la almohada de
mi pecho cuando me senté con sorpresa.
―No para una ninfa. Las ninfas tienen muchos niños todo el tiempo.
Quiero decir, mi bisabuela era una de tres mil personas.
―¡Ah! ―jadeé―. Eres una oceánide. ―Los Oceánides eran las únicas
hermanas que había oído hablar de cuales contaban tres mil.
―Yo no, no ―dijo Alexa―. Mi bisabuela fue una de las Oceánides, sin
embargo. Solo soy un descendiente.
―Así que tú eres una ninfa... ―reflexioné por un momento, tratando de
aprovechar lo poco que sabía acerca de ellas―. ¿Qué más se puede hacer
además de permanecer invisible?
Ella suspiró.
―Nada. Soy la ninfa más aburrida que jamás haya conocido.
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―Bueno, yo no creo que seas aburrida ―le dije a Alexa―. Pero si no tienes
ningún poder especial, ¿por qué no puedo verte?
―Porque eres humano. Poderes o no, los seres humanos solo pueden
vernos si queremos que lo hagan.
―¿En serio? Muéstrate a mí. ¡Por favor!
―Ojalá pudiera, Psique, pero no puedo.
―¿Por qué? Es otra de sus reglas?
―No exactamente ―respondió ella.
―Bueno, ¿por qué? ―Miré tan suplicante como pude en la dirección de mi
amiga invisible.
―¿Alguna vez has oído hablar que algo bueno le suceda a un ser humano
que ve una ninfa?
Tuve que pensar en ello. Yo no sabía mucho acerca de las ninfas en
realidad. Yo había oído hablar de las Oceánides, por supuesto, y yo sabía
que la mayoría de las ninfas protegían algún tipo de elemento natural,
como un río o una flor o algo así. Algunos dioses también se hacían
compañía de ninfas ya que estaban un escalón por encima los seres
humanos, pero ahí es más o menos donde terminó mi banco de memoria.
―No lo sé ―le respondí finalmente―.Por la forma en que hiciste la
pregunta, sin embargo, creo que no.
―Es solo el orden natural de las cosas. Algo malo no puede suceder de
inmediato, pero lo haría eventualmente. Solo estoy supone que sea
invisible para ti. Si dejo que me veas, la mala suerte te encontraría.
Ella puso su mano sobre la mía.
―Y creo que has tenido una suerte bastante mala para una vida.
Puse mi otra mano encima de la de ella, deseando poder verla. Pero
después de mi encuentro con Afrodita, sí que había tenido mala suerte
suficiente para cinco vidas. Si verla quería decir que tendría más de lo
mismo, entonces solo tendría que permanecer invisible.
―¿Quieres dar un paseo? ―pregunté―. No he visto los jardines todavía.
―¡Sí! ―exclamó ella, tirando de mí a mis pies―. Él sabe cómo te gustan
los jardines y éste es increíble.
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Con Alexa liderando el camino, nos encontramos juntas por otro pasillo
largo y pasamos a través de un par de puertas de madera en el patio. Ante
nosotros se extendía un césped inmaculado, tan amplio una pista de
carrera entera podría haber sido fácilmente construida en el espacio.
Más allá del césped era un laberinto de setos de hibiscos con flores que
van desde el amarillo, al salmón, al granate. A lo largo del césped en el
laberinto habían estatuas de bronce y mármol. La más cercana a mí
mostraba a Helena y Paris de Troya. Paris tenía un brazo alrededor de la
cintura de Helena y con la otra mano sostenía una manzana. Helena había
vuelto hacia su cuerpo a París, con sus brazos envueltos alrededor de su
cuello amorosamente.
Al mirar alrededor varias de las estatuas, todos parecían ser parejas
encerradas en una especie de abrazo. Eso definitivamente no era típico.
―¿Qué pasa con estas estatuas? ―pregunté―. Me di cuenta de las
columnas en el frente son parejas también. Eso es muy raro.
―¿Qué tiene eso de raro? Son solo las parejas.
―La mayoría de las esculturas no son parejas, eso es lo que es raro en
ellas. Y nunca he visto una columna tallada como dos personas.
―Supongo que acaba de ser inspirado por su amor por ti ―respondió ella.
―¿Aris ha hecho estos por sí mismo?
―Por supuesto. Ya te dije anoche, hizo todo esto por ti.
Me detuve en seco.
―No, no, no. Me dijiste que todo esto se había hecho por mí en las últimas
dos semanas. Quiero decir, eso es lo suficientemente duro de creer. No me
dijiste quien lo hizo. ¿Ahora que estás diciendo Aris hizo todo él mismo en
menos de un mes?
―Lo siento ―se disculpó Alexa―. Yo sigo diciendo demasiado, demasiado
rápido.
Tomé una respiración para no perder la calma.
―Está bien. Me acostumbraré. Simplemente, no lo sé... me dicen que se
sienten o algo antes de dejar escapar algo como eso.
Su risa bailaba luz a través de los jardines.
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―Voy a tratar de recordar eso.
Puse los ojos en ella y se sentó en un banco. Habíamos caminado a una
porción circular del laberinto del jardín. Una fuente imponente de pie en
el centro de una piscina. Al igual que todas las otras pantallas en el jardín,
la fuente manaba de figuras entrelazadas. Esta pareja en particular fue
Perseo y Andrómeda. Estaban de pie en la cima de la serpiente del mar
picado.
Solo de pensar en la pobre Andrómeda me hizo estremecer.
―Mi madre nunca me hubiera dejado morir por ella. Ella ha tomado mi
lugar hasta ayer en que la montaña si podía haberlo hecho. ―Pensando en
ella de nuevo trajo la amenaza de las lágrimas.
―Pero gracias a los dioses que no podía. ―Alexa me dio un golpe pequeño
en las costillas con el codo―. Uno nunca hubiera conocido a su Perseo
personal.
―No estoy segura de que puedas comparar un engendro arpía con
semidioses, pero está bien.
Cayó una risita de Alexa en los rápidos chorros pequeños.
―Engendro de arpía es definitivamente una manera de decirlo.
Cerré los ojos y sacudí la cabeza.
―¿Estas tratando de molestarme intencionalmente?
―No. ―Ella me frotó la espalda en unos pocos trazos y rápidos―. Es que
su madre es una, bueno, arpía, que engendró arpías parece preciso
―Genial―murmuré―. Espero que no se presente pronto.
―Ambas ―dijo Alexa, tirando de mí antes de que me llevara a andar por
otro camino. Caminamos por las rosas y los lirios y un montón de otras
flores que no podía nombrar. Mientras paseábamos, volví mi rostro hacia
la luz del sol caliente, inhalando el olor dulce y terroso a mí alrededor. De
repente me sentí más viva que de lo que me había sentido en años y el
ensueño me paró en seco.
¿Cómo podía sentirme tan contenta cuando estaba aquí?
La grava crujía mientras Alexa volvía a mi lado.
―Siempre puedes ser tan feliz como desees.
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¿Leía las mentes también?
―Yo no… Yo no sé de qué estás hablando―, tartamudeé, avergonzada por
el sol en la tranquilidad de una mañana de primavera, cuando todavía
debería estar temblando en la cama.
―Yo quiero que seas feliz aquí.― Ella le dio a mis dedos un ligero apretón.
―La felicidad siempre será tu mejor elección.
Miré a mí alrededor en la brillantez del palacio y los jardines. Y pensé en
Aris, que había parecido bastante inofensivo bajo el manto de la
oscuridad.
¿Quién era yo para juzgar si él no quería que yo viera las características
arpías que había heredado? Yo podría vivir con todo eso por la sencilla
razón de que estaba bastante segura de que en realidad iba a vivir.
Apenas ser feliz.
Realmente no me parece mucho pedir.
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Capítulo 22
Traducido por Equi
Corregido por LuciiTamy
ara el baño de esa noche, decidí que Alexa debía darme algunas
respuestas más.
—¿Cómo terminaste en este lugar? —le pregunté—. ¿No se supone
que tendrías que estar cuidando de alguna flor o algo por el estilo?
Alexa frotó mis brazos con una esponja vegetal.
—Me ofrecí para venir aquí, las ninfas que no tienen que proteger por lo
general terminan de vigilantes durante su juventud. Pero tú eres muy
joven.
—Madre mía, ningún objeto natural del cual encargarte y te quedaste de
niñera por mí. Lo siento.
—Confía en mí, no me hace falta nada. Pasé un montón de tiempo
visitando a mi hermana mayor que cuida de los narcisos. Y su trabajo es
realmente aburrido.
—De acuerdo. ¿Pero por qué aquí? ¿Cómo se termina siendo voluntario en
este palacio?
Alexa estaba en silencio mientras enjabonaba una toalla y empezaba a
tallar mi espalda.
—Yo no elegí el lugar. Te elegí a ti —dijo finalmente.
Levanté la vista hacia el lugar donde sabía que ella estaba y empecé a
sentir que mis ojos empezaban a humedecerse.
—¿Tú me elegiste a mí? Eso es lo más bonito que…
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—Oh, vamos, no te pongas cursi. Solo significa que eres mucho más
interesante que un objeto inanimado.
Alexa se rió. Sonrió de oreja a oreja mientras yo la salpicaba con el agua,
esperando que las ninfas invisibles pudieran mojarse.
—Muy graciosa, muy graciosa —dijo hasta que dejé de salpicarla—. De
todos modos, cuando Aris anunció el trabajo, no dejé pasar la
oportunidad. En serio, el fondo sabía que de alguna manera seríamos
buenas amigas.
Extendí mi mano y le apreté el brazo.
—Gracias. No te merezco.
—Yo creo que sí —me aseguró—. Mi trabajo es asegurarte que me
mereces, y todo lo que hay aquí. Y asegurarme de que tu futuro sea tan
maravilloso como debe ser.
—Pero heme aquí, mi futuro ya se ha escrito.
Alexa comenzó a lavarme el cabello.
—Nada es tan cierto como lo que te han enseñado. A los humanos les
gusta creer en el destino para así no tomar ninguna responsabilidad por
sus acciones. Pero tú todavía tienes algunas opciones que considerar.
Puedo ayudarte con tus decisiones, te ofrezco mi consejo. Pero al final,
todas las decisiones que tomes serán solo tuyas. Tienes la llave de tu
propia felicidad. Nunca te olvides de eso. Solo sé feliz.
Al levantarme de la bañera, una hoja de lila que aparentemente sería mi
vestido para esa tarde flotó hacia mí. Algo nuevo. Nunca había visto nada
parecido. No tenía ningún tirante para mantenerlo en su lugar. No había
ningún detalle bordado, ni costuras en el borde. Levanté mi ceja,
frunciendo el ceño, cuando Alexa se acercó.
—¿No te gusta?
—No es eso, de verdad. Es solo que... ¿qué es eso?
—Es un vestido sin tirantes, tonta. Muy pronto va a ser la nueva tendencia
en Grecia y tú tienes el original del diseñador.
—¿Quién es el diseñador?
—Yo —exclamó—. Es uno de mis pasatiempos. Solo espera a verlo puesto
en ti.
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Seguí el vestido a medida que avanzamos por mi recámara. Envolvió la
bata a mi alrededor, metiéndolo con cuidado por debajo de mis brazos y
tirando con fuerza hacia mi espalda.
—¿Cómo se supone que va a permanecer en su lugar?
—Con este broche. —Alexa hizo un hermoso broche de plata, casi del
tamaño de mi mano.
—Caray, es realmente hermoso.
Con el broche, Alexa sujetó el vestido, antes de sentarme frente a mi
tocador para arreglarme el pelo y el maquillaje.
—Este vestido es para algo más informal y elegante, no quiero que te veas
demasiado arreglada esta noche —me informó mientras trabajaba.
—Estoy segura que lo que hagas será perfecto.
En poco tiempo dio la vuelta al espejo plateado para poder ver mi reflejo.
Era su marca. Mi pelo estaba recogido hacia atrás y pequeños rizos sueltos
caían sobre mi cara como una especie de marco. Había hecho con tanta
pericia mi maquillaje que yo ni siquiera lo hubiera podido imaginar. Yo
solo brillaba como si el sol hubiera bajado del cielo y me hubiera besado.
—Eres increíble —le dije.
—Tengo un sujeto bastante fácil. —Sonrió, abrazándome por los
hombros—. Vamos, quiero que veas el vestido.
Me llevó al otro lado de la habitación frente a un espejo de cuerpo entero.
Yo no tenía expectativas tan altas. Parecía demasiado extraño y bonito
para ser verdad. Pero cuando lo vi en el espejo, era todo lo contrario a lo
que había pensado. El vestido dejaba ver mis hombros de una manera
nueva y sorprendente a la vez. Quería mirar hacia atrás. Alexa había
reunido la tela y la dobló, dejándola caer en una cascada hasta el suelo. El
broche descansaba maravillosamente en el centro de mis omóplatos.
Era realmente todo el adorno que el vestido necesitaba.
—Eres un genio —le dije a Alexa—. Deberías estar diseñando los vestidos
para los dioses en lugar de ser mi niñera.
—Tengo que empezar en alguna parte, ¿no? —Pude oír su sonrisa en su
voz.
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1
***
Me senté en el borde de la cama a esperar, mirando por la ventana
abierta. Hacer esto por mi cuenta era más significativo que cuando Alexa
me había acompañado la noche anterior. Era incapaz de mantenerme
sentada, así que caminé hacia mi tocador para retocar mi lápiz labial y
comprobar mi cabello. Pero no había ningún detalle que agregarle o
corregir del trabajo de Alexa, así que regresé y tomé asiento nuevamente
en el borde de la cama.
Mientras esperaba, empujé la piel alrededor de mis uñas. ¿Qué le estaba
tomando tanto tiempo? No había tardado tanto tiempo en venir la noche
anterior. ¿Y si decidió que ya no me quería? No es que yo lo quisiera, pero
no estaba segura si podría manejar su rechazo yo sola. Soportar
pretendiente tras pretendiente deseando a mi hermana en vez de a mí
sería un fuerte golpe para mi ego.
Ansiosa, me acerqué a la chimenea para examinar el mosaico y todo lo
que le rodeaba. Los millones de pequeñas piezas de vidrio que componían
la imagen me sorprendieron y me perdí tratando de averiguar cómo
incluso el artista pensó en iniciar este proyecto.
Estaba todavía estudiando el mosaico cuando la habitación se oscureció y
sentí sus fuertes brazos alrededor de mi cintura desde atrás. Me giré lo
más rápido que pude, para mirarlo, pero nuevamente solo pude ver sus
brillantes ojos debajo de una nube de oscuridad.
—Eres increíble —me dijo mientras empujaba un mechón de cabello de mi
rostro y lo ponía detrás de mi oreja—. Recuérdame que le dé las gracias a
Alexa por ese vestido.
Su cálido aliento rozaba mi oreja y mientras hablaba trazaba con sus
dedos mi mandíbula y bajaba por mi garganta, hasta acariciar mi
expuesta clavícula.
Debí verme o sentirme como un cerdo engrasado al deslizarme de su
agarre.
—Esto de los abrazos no funciona conmigo. —La piel que sentí cuando lo
empujé lejos era suave, sin dudas podría ser un abrigo de plumas. Esa fue
una sorpresa muy agradable. Sin embargo, eso no significaba que pudiera
rodearme con sus brazos como si fuéramos una pareja. Porque profecía o
no, no había manera de que permitiera que empezara a darme besos.
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—Por favor, Psique —suplicó, tirando suavemente mis manos para tratar
de acercarme a él—. Sabes que te amo, ¿Acaso tú no?
Apunté mi dedo a su pecho y moviendo la cabeza le dije:
—No. No, no. Le prometí a Alexa que iba a tratar de ser feliz. Pero tienes
que parar de decirme que me quieres, o comenzarás a asustarme en serio.
Retrocedió lejos de mí.
—Todo el mundo quiere ser amado.
—Lo hago. Quiero decir. Sí, quiero. —Me froté el puente de la nariz
tratando de formular una frase que sonara lo bastante coherente—. Es
solo que no me gustas, obviamente, ya que apenas nos conocemos desde
ayer, por lo que no es posible que te ame.
Suspiró y soltó mis manos.
—Si supieras.
Dioses, que serio se escuchaba. Estaba bastante segura de no querer
saberlo, pero ¿qué otra cosa podía hacer si no preguntar?
—Inténtalo.
Yo conocía esa mirada. Era la misma que había visto en mi padre cuando
regresó de Delphi. Se estaba derrumbando por dentro y sus ojos
expresaban ese dolor.
—He estado enamorado antes, pero no era nada como esto, por eso sé que
te amo. —Dejo caer mi mirada y desvió la suya—. Si me pides que deje de
decirlo, lo haré. Pero eso no cambiará las cosas.
Mordí nerviosamente mis uñas, sintiéndome culpable en silencio de que
sus sentimientos no fueran correspondidos. Por supuesto que yo siempre
había tenido la esperanza de algún día poder estar con alguien que me
amara. En eso tenía toda la razón. Pero me imaginaba sintiendo algo de
vuelta. Yo ni siquiera sabía lo que el amor era o cómo se sentía. ¿Esto era
todo lo que podría esperar? ¿Y si lo fuera, sería justo?
—¿Me hablarás de ella? —le pregunté, dándole un pequeño apretón a su
mano—. De la chica que amabas.
La desesperación en sus ojos fue reemplazada inmediatamente por una
mirada fría.
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—¿Por qué?
Me encogí de hombros.
—Tal vez pueda darle algún sentido a esto si te conozco mejor. Es decir,
saber más sobre quién eres en vez de qué eres.
Al fin un destello regresó a sus ojos. Exhaló profunda y lentamente, antes
de contestar.
—Su nombre era Lelah. Me dejó sin aliento desde el momento en que la vi
por primera vez.
Me recosté en la cama, sobre una pila de almohadas y me puse cómoda
para escuchar su historia. Al mismo tiempo, me abofeteó el sentimiento
de celos. Eso era definitivamente algo que no me gustaba.
—Yo estaba en media durante un breve tiempo de exilio y ella estaba allí.
—La cama se hundió cuando él se sentó junto a mí—. Me había dejado
caer por allí en una especie de ceremonia, supongo que para ver las
diferencias con Grecia y ella estaba meciéndose cerca del fuego. Las
llamas se elevaban casi hasta el techo del templo, pero ella acercó sus
manos a las flamas. Como si quisiera atraer el calor que ofrecían. Nunca
olvidaré el momento en que esos ojos verdes se posaron en mí,
asomándose por detrás de ese grueso y oscuro cabello. Ya estaba perdido
incluso antes de compartir una palabra.
El me miró y parpadeó, pero sus ojos no estaban para nada enfocados en
mí.
—Ella fue muy amable al principio y verdaderamente cuidadosa. Sentí lo
mucho que me amaba. Y cuando finalmente me besó, sentí como un rayo
surgía de mi piel. Juntos éramos casi la perfección.
Y yo que pensé que lo que había sentido eran… ¿celos? Ahora sí que
estaba totalmente rebosante.
—¿Y qué pasó?
Soltó una risita ahogada.
—Llámalo diferencias religiosas.
Me senté y lo miré a hurtadillas.
—A ver si lo entiendo, ¿estabas totalmente enamorado de una chica y la
dejaste solo por su religión?
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—Más bien fue ella quién me dejó. —Debió haber cerrado sus ojos, porque
el azul que los caracterizaba desapareció—. No sé porque estoy
contándote todo esto.
Con cuidado, extendí mi mano para tocar su brazo. Retrocedí cuando mis
dedos sintieron su suave piel. Traté de calmarlo haciéndole saber que
entendía como se sentía.
—Me alegra que me lo hayas contado —suspiré—. En serio. —Pasé mis
manos por sus brazos hasta que apretó mis dedos—. Y lo siento si
recordarla te hace daño.
Tomó mis manos entre las suyas.
—Valió la pena.
Mis hombros se hundieron. De alguna manera volvimos a mí. ¿Cómo
podría compararme con la chica de sus sueños? Claro, compartimos el
color del cabello y de los ojos, pero la forma que ella le hacía sentir, era
algo que yo no podría hacer. ¿Acaso también tenía yo problemas con la
cuestión religiosa?
—Quiero saber lo de la parte de la religión. ¿Por qué fue tan importante?
—Los Medianos practican el Zoroastrismo. Básicamente tienen un único
Dios que es el principio y fin de todo. Cuando le dije quién y qué era yo,
pensó que estaba loco. No había lugar en su mundo para nuestros dioses.
—¿Así que cuando le dijiste que eras descendiente de los dioses, ella te
mandó a volar?
—Más o menos. — Lo oí tragando saliva—. Pero sé que tú lo crees, dada tu
relación con Afrodita.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, haciendo que los pelos de mis brazos se
erizaran.
—¿Cómo sabes tanto de mí? Mi familia apenas sabe lo de las visitas de
Afrodita.
—De la misma manera por la que sé que te amo. Te siento. —Tocó mi
pecho justo a la altura de mi corazón—. Uno de mis dones, supongo.
Arrugué mi frente tratando de pensar, pero nada de esto tenía sentido.
—No lo entiendo.
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Sus azules ojos ardían con la misma intensidad que el centro de una
llama.
—No estoy hablando de contacto física. Estoy hablando de lo que tu
corazón y tu alma sienten. Cualquier persona puede ver y pensar que eres
hermosa. Pero yo puedo ver que eres hermosa porque puedo sentir lo que
tú sientes.
—¿Así que sabes lo que estoy pensando? —Me sentí completamente sucia,
como si me hubieran desnudado enfrente de una multitud sin previo
aviso. Mis ojos se llenaron de lágrimas y tuve que luchar físicamente por
no irme dos noches seguidas luché porque estas no se derramaran frente a
él apenas de conocernos solo dos días—. Lo siento —dije pasando mis
manos por mi cara—. Eso es… espeluznante. No me gusta pensar que
puedes ver a través de mí, no de esa manera.
—¿Pero no lo entiendes? —preguntó inclinándose un poco—. Cuanto más
veo, más te quiero. Has sido muy amable con Alexa. Has sido tan fuerte,
después de haber pasado todo lo que has pasado estos dos últimos días. —
Dejó caer la cabeza en mi regazo, sacudiéndola ligeramente de lado a
lado—. Eres increíble. No sé qué más decirte.
Poniéndolo así. ¿Cómo podía quejarme? Puse mi mano sobre su cabeza,
un nido de gruesos rizos se enredaron en mis dedos. Su pelo era
tentadoramente suave, no podía dejar de jugar con él.
Lo siguiente que supe es que estaba totalmente dormido.
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Capítulo 23
Traducido por Equi
Corregido por Maia8
o primero que pensé al despertar: Es mi cumpleaños y ni una sola
persona en este lugar va a saberlo.
Tal y como había pensado, Alexa nunca lo sacó a relucir, nunca me
felicitó por mi cumpleaños. No es que yo supiera cuando era el suyo, ni
nada. Pero la indiferencia dolió y me hizo extrañar más a mi familia de lo
que ya la había extrañado. Este día nunca hubiera pasado inadvertido si
hubiera estado en casa.
Esa noche, me senté en la cama y miré la puesta de sol tras los jardines,
arrojando un resplandor de rojos y anaranjados brillantes por todo el
paisaje. Al igual que como lo había hecho las dos noches anteriores, la
forma oscura de Aris entró por la ventana. Mi aliento se quedó atrapado
en mi garganta, mientras miraba aquella poderosa criatura parada frente
a mí.
No habló inmediatamente, luego se aclaró la garganta.
—Lo siento por haberme quedado dormido sobre ti anoche. No era
exactamente lo que tenía planeado hacer.
Me encogí de hombros.
—No te preocupes. En serio. Evidentemente necesitabas descansar. No
importa.
—Sí, bueno. Es que sentí como si el que hubiera estado hablando toda la
noche hubiera sido yo y quiero saber más acerca de ti. Yo ya conozco mi
pasado.
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—Pensé que ya sabías todo sobre mí. —No pude evitar mostrarle la lengua
de forma juguetona; probablemente guiñándole un ojo a la vez.
Él se rió entre dientes y oí algo diferente.
—No sé lo suficiente. Así que pensé que podrías hacerlo, sobre la
marcha....
Tomé el paquete que sostenía frente a mí. Una vez que desaté el lazo y
arranqué la tela que lo cubría, lo que vi fue increíble, un pastel de queso.
—Cumpleaños feliz—cantó en voz baja.
—¿Cómo lo supiste? —le pregunté.
—Pensé que era algo que debía recordar. —Se aclaró nuevamente la
garganta—. Espero que te guste el pastel de queso.
—¿A quién no? —Me deslicé sobre el taburete de mi tocador, acercando
con cuidado el pastel, cortando un pequeño trozo para poder llevarlo a mi
boca.
Detuvo mi mano antes de que pudiera ponerlo en mi boca y disfrutar.
—Espera… este juego tiene reglas.
Lo miré con los ojos entrecerrados.
—¿Desde cuándo comer pastel de queso tiene reglas?
—Quiero un hecho por cada bocado —dijo—. Habla primero, come
después.
A regañadientes, dejé a un lado el pastel. Si quería hacer un juego de este
intercambio de información, ¿quién era yo para quejarme?
—Bien. Eso es bastante sencillo —dije—. ¿Qué es lo que quieres saber?
—Vamos a empezar con algo fácil. Háblame de tu familia.
Le di los nombres y edades de los miembros de mi familia. Realmente
información básica y me metí un bocado del pastel en la boca. Sonreí
como una diablilla mientras masticaba.
—Hmmm… —gruñó, pero su mirada era divertida—. Esa no es
exactamente la información que estaba buscando. Dime algo sobre ellos
que yo no sepa.
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El pastel estaba exquisito y me quedé meditando un minuto. Quería
contarle algo agradable sobre mi familia, algo que describiera la forma en
la que nos llevábamos antes de lo sucedido. Pero me estaba costando
trabajo ver más allá de la última semana que habíamos pasado juntos.
—Mi madre y mi padre estaban muy preocupados cuando me fui. Lo más
difícil que he hecho en esta vida es ver a mi padre llorar cuando se
despidió de mí. —Se me hizo un nudo en la garganta cuando recordé aquel
doloroso momento—. Hasta que vino de Delphi, parecía ser tan fuerte.
Nunca pensé que podía llorar.
Acarició mi brazo con su mano, aliviando mi culpa lo mejor que pudo.
—Van a estar bien, Psique. Eres una buena hija por preocuparte por tus
padres más de lo que te preocupas por ti misma.
—Me das demasiado crédito. Estaba muy preocupada por lo que pudiera
ocurrirme.
—Pero su dolor te hace daño —dijo—. Puedo sentirlo.
—Creo que eso forma parte de ser humano.
Giró la cabeza y me miró a los ojos.
—No, Psique. Eso es parte de ser tú. Lo más profundo de tu corazón fue lo
que me atrajo de ti. No te subestimes.
Poco a poco, puso mi cabeza en su hombro y no lo detuve. Cuando cerré
mis ojos, el fresco aroma de su piel, la suave caricia de sus dedos sobre la
parte trasera de mi cuello, jugaron con mi mente. ¿Algo que olía tan bien,
podría ser malo? ¿O sentirse tan bien? Pero más que nada, dejé que lo
hiciera porque era agradable sentirse tan comprendido.
Durante meses, le guardé secretos a mi familia, fingía ser una diva y haber
hecho todo lo posible por impresionar a Afrodita con cada una de mis
palabras. Ahora, Aris me reclamaba y ya me conocía; mis defectos e
imperfecciones, mi verdadero yo y, al parecer, él me quería de todos
modos. Al menos por esta noche, me gustaba sentir esa sensación. Sin
preocuparme por el mañana, ni por quién era realmente Aris; sin
preocuparme de nada.
Estaba a punto de quedarme dormida sobre él cuando rompió el silencio
que había entre nosotros.
—¿Quieres salir de aquí?
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—¿Podemos hacer eso? —Levanté mi cabeza instantáneamente y estuve
más despierta de lo que había estado durante el día.
—Te mereces un mejor regalo que un pastel que te hizo sentir tan triste. —
Sin embargo, hizo una pausa y me mordí el labio esperando a que
continuara—. Pero tienes que confiar en mí.
¿Confiar en Aris a cambio de una salida temporal? Tardé más en
pestañear que en lo que decidí qué hacer. ¿Qué podría hacerme allá afuera
que no me pudiera hacer aquí dentro del palacio? Valía la pena
arriesgarse.
Le sonreí, la ganadora sonrisa que Afrodita me enseñó y esperé a que mi
sonrisa lo derritiera un poco, no sé si por vanidad u otra cosa pero quería
ser la chica de los ojos verdes de sus sueños.
—Hecho. ¿Ahora a dónde vamos?
—Es una sorpresa. —Se acercó, envolvió mi cintura con sus gruesos y
fuertes brazos y oí como se desplegaban sus alas—. Sostente.
Conforme sentía mis pies alejándose del suelo, no tuve más remedio que
aferrarme a su cuello. Pasamos fácilmente a través de la ventana y sobre
el jardín. Miré por encima de mi hombro, los setos y las fuentes se veían
borrosos en la oscuridad. Volamos hacia arriba en espiral, el ritmo
constante de sus alas hacía que mi cabeza diera vueltas.
Sus brazos me sujetaban con fuerza.
—¿Estás bien? —El calor de su aliento en mi oído envió un escalofrío por
mi espalda.
—Se podría decir que sí. —Logré darle una pequeña sonrisa para que no
pensara que estaba a punto de desmayarme, pero creo que no pude
engañarlo.
Justo en ese momento pasamos por una nube, ases blancos de luz de luna
se reflejaban en su superficie. Detrás de nosotros, miles de estrellas
brillaban en la negrura de la noche. Por un momento, pensé que estaba
flotando como en un sueño y que la sombría figura que me sostenía solo
era producto de mi imaginación hiperactiva. Pero él rompió mi fantasía
tan rápido al hablarme.
—Prepárate, esta es la mejor parte. —Nos inclinamos hacia la tierra y salió
volando. El fuerte viento soplaba sobre nosotros, enredando mi pelo y
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empujando sus alas con tanta fuerza que pensé que sus plumas quedarían
destrozadas. Involuntariamente, solté un grito antes de que pudiera
callarlo y me aferré a él con demasiada fuerza. Puedo jurar que escuché
cómo se reía.
Con un aleteo de sus alas, disminuyó nuestro descenso. Cuando tocó
tierra, mis dedos rozaron la superficie de lisas piedras calientes y tuve que
encontrar el equilibrio en las resbaladizas rocas. Sin el viento en mis
oídos, un nuevo sonido se apoderó de mí. Era el romper de las olas
golpeándome al mismo tiempo el aire salado y caliente que llenaba mis
pulmones.
Él me había traído al océano. ¿Sabía que no había estado aquí desde que
era niña? ¿Que yo siempre había soñado en regresar y ver el mar en una
noche como esta y ver la playa bañada con la luz de la luna?
Me soltó y me dirigí a las olas. La primera ola que me tocó estaba helada y
grité como una niña. Decidí apartarme de la siguiente, pero me armé de
valor y fui en busca de la tercera. A medida que el agua se arremolinaba
alrededor de mis tobillos, el frío intenso disminuyó y di un paso más.
Mirando hacia atrás por encima de mi hombro, vi una figura oscura
descansando en la playa.
—¿Vienes? —le pregunté.
—Creo que me quedaré aquí sentado, pero ve tú.
Subí mi vestido hasta mis rodillas. Cuando el frío tocó la parte posterior
de mis rodillas, me di la vuelta y huí de allí, corriendo como una loca por
la playa.
—No importaba —jadeé al colapsar junto a él—. Eso está demasiado frío.
—Me gustaría calentarla para ti, si pudiera. —Sus ojos se perdieron en el
espacio que había entre nosotros. ¿En realidad, porqué me senté tan cerca
de él?
Puede que no tuviera el control de las aguas, pero el calor que su cuerpo
emanaba era lo suficientemente fuerte para calentar el espacio entre
nosotros. Cuando lo miré a los ojos, inclinó su cabeza. Mi corazón latía
con fuerza dentro de mi pecho y mi garganta parecía cerrarse. ¿Era esto
temor o deseo? Su nariz rozó la mía mientras se inclinaba peligrosamente
cerca y sentí su cálido aliento rozando mis labios.
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Cuando su mano se deslizó alrededor de mi cintura y me acercó una
fracción de centímetro a él, el encanto se rompió. No importaba que él me
hubiera tocado durante todo el trayecto hacia este lugar, su toque me hizo
estremecer.
—Gracias por haberme traído hasta aquí —dije, volviendo la cabeza y
alejándome de él mirando nuevamente hacia las olas. Su mano se deslizó
fuera de mi cintura y suspiró largo y suavemente, apartándose de mí.
—Me alegra saber que confiaste lo suficiente en mí para hacer este viaje.
Acerqué mis piernas hasta mi pecho y las rodeé con mis brazos. Mirando
por encima de mi hombro hacia él, pude decir que estaba concentrado
observando las olas. En cualquier lugar menos en mí.
—Escucha —dije, intentando con una oferta de paz—, aún te debo algunos
hechos.
Su mirada se fijó en mí bruscamente.
—Unos pocos.
—Nombra tu tema —le ofrecí.
Silencio. Su nube se extendió y era evidente que estaba recostado sobre
las piedras, mirando la luna.
—Yo —dijo finalmente.
—¿Perdón?
Se aclaró la garganta.
—Quiero saber lo que piensas de mí.
¿Cómo responder a eso?
—No estoy segura de qué pensar realmente —admití.
—¿Por qué?
—¿De verdad tienes que preguntar? —Enumeré las razones con mis
dedos—. En primer lugar, está la profecía. En segundo lugar, está el hecho
de que no te dejas ver. En tercer lugar, creas cosas de la nada. Y cuatro...
—Me quedé sin razones para alejarlo de mí.
—¿Sí?
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—Vuelas muy rápido.
Su risa rebotó por la playa.
—¿Serías más feliz si volara más despacio? ¿Por qué, de todos modos?
Asentí con mi cabeza.
—Eso sería un muy buen comienzo.
Se sentó y oí cómo sacudía sus manos.
—De acuerdo, hecho. ¿Qué más? ¿Qué más puedo hacer?
—Dime por qué no puedo verte. En serio. ¿Eres una ninfa o algo así como
Alexa y sería de mala suerte?
—Te lo he dicho, no soy una ninfa. ¿Pero mala suerte? Sí, se puede decir
así.
—No quiero que lo pongas así —protesté—. Quiero que me lo digas.
Me susurró al oído:
—No vuelvas a repetir eso en voz alta. Nos pondrías a los dos en grave
peligro. ¿Entiendes?
Se retiró un poco y me estudió, asegurándose de que había entendido lo
graves que eran los hechos. Tragando saliva, asentí.
Continuó su historia.
—Yo hice que esta profecía se cumpliera.
—¿Tú qué? —espeté.
—Calla. ¿Quieres conseguir que nos maten?
—Lo siento, lo siento. Continúa.
—Cuando hiciste la afrenta a Afrodita, ella te maldijo para que te
enamoraras de una criatura tan horrible que no pudieras describirla con
palabras. Pero yo sabía que podía ayudar e intervine y redacté mi derecho
en la profecía. El truco era que solo tendrías que pasar unos días o noches
conmigo. Pensé que sería una mejor alternativa.
Respiré profundamente.
—¿Tú me salvaste? ¿Por qué?
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—Pensé que no querías que te dijera más que te amo. —Genial. Estaba
jugando conmigo. Y yo no estaba pensando claramente en este momento.
Se giró y me levanté poniéndome de rodillas para poder susurrarle al oído
más fácilmente:
—¿Entonces por qué la oscuridad? ¿Los susurros? Si me salvaste, ¿por
qué tenemos que escondernos?
—¿Qué crees que pasaría si Afrodita se enterara de que su maldición no
salió como lo había planeado?
Esa pregunta me hizo sentarme de nuevo. Nada bueno, era la única
respuesta que se me ocurrió.
—Sí —respondió a mi silencio—. No sería bonito.
—Entiendo. —Mordí mi labio preguntándome si debía seguir adelante—.
¿Así que realmente eres el hijo de una arpía?
La sombra de su cabeza se desplazó de lado a lado.
—Sí y no. ¿Qué tal si lo dejamos ahí por el momento?
¿Cómo podía decir que no? ¿Qué más faltaba que me dijera ahora si sabía
que la profecía había sido falsa? ¿Y él me había salvado de la furia de
Afrodita?
—¿Será siempre así? Entre nosotros, quiero decir.
Me besó suavemente en el hombro.
—Si dejas que me quede, seremos todo lo que siempre has querido. Y más.
Apoyé mi cabeza en su hombro y dejé que mi cuerpo se relajara junto a él,
su brazo rodeó mi cintura, pero esta vez, no lo aparté.
Mientras las olas iban y venían sobre la playa y su mano jugaba
lentamente y sin parar a través de mi pelo, me dejé llevar, por más
extraño que hubiera sido el día de mi cumpleaños.
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Capítulo 24
Traducido por Susanauribe
Corregido por Jut
iempo de despertarse, dormilona —dijo Alexa en una
voz cantarina que habría puesto celosas a las aves. Solo
me hizo querer golpearla.
—¿Eres consciente de que anoche no me dormí hasta muy tarde, cierto?
—gruñí mientras tiraba de las sábanas por encima de mi cabeza para
bloquear el sol brillante.
—Um—hum —respondió, quitando las cobijas—, por lo cual te dejé
dormir. Son casi las tres de la tarde.
Sentándome, froté el sueño de mis ojos con un nudillo y me estremecí.
—¿He estado dormida doce horas?
—Debes estar teniendo unas buenas noches.
—No es así —espeté—. Quiero decir, no es que te importe. Ni debería
estar hablando sobre esto. O... —Me dejé caer de nuevo en mi
almohada—. Creo que necesito dormir más.
—No, no lo necesitas. —Ella agarró mi mano y me alejó de la cama—. Si
no te levantas ahora, nunca volverás a dormir antes del amanecer.
Además, necesitas comer. Vas a tener una cena tardía.
De repente estaba despierta.
—¿Por qué? Él no va a llegar tarde, ¿verdad? —Por alguna razón pensar
en él no llegando en cuanto la oscuridad conquistara la luz en verdad me
molestó.
—T
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—¿Hoy no estamos paranoicas? —molestó ella—. Estoy segura de que
estará a tiempo. Pero tendrás que esperar para cenar hasta que llegue.
—¿Cenar? ¿Él va a venir a cenar conmigo?
La calidez de la emoción subió por mi cuello. Primero un pastel de
cumpleaños y un viaje al océano. Ahora una cena. Podría acostumbrarme
a estas sorpresas.
Con una claridad repentina, me di cuenta de que no estaba simplemente
acostumbrándome a su atención, la deseaba.
***
—Así que, ¿exactamente cuánto de tardía va a ser la cena? —pregunté
cuando mi estómago rugió con una ruidosa protesta. No había comido
mucho en el almuerzo y ahora estaba pagándolo.
Alexia cepilló mi cabello hacia atrás y posicionó una diadema plateada
alrededor de mis rizos.
—Pronto, Señorita Impaciente. ¿Ya está oscuro?
—Lo bastante cerca —dije con un puchero—. Desearía que los días no se
estuvieran volviendo más largos. De ahora en adelante, no me levantes
temprano.
Ella se rió.
—Yo no llamaría a las tres temprano exactamente. —Le dio a mis rizos
una última cepillada—. Listo, terminado.
—Perfecto, vamos. —Agarré su muñeca y salté con ella, arrastrándola.
—Ni siquiera miraste —se quejó.
Ahora estaba tan consciente de su trabajo para saber que cualquier cosa
que tocara terminaría con su marca de perfección. Mirar no era necesario.
Rodeamos la esquina del comedor, pero estaba vacío. No había platos
puestos ni copas esperando. Ningún sonido de músicos afinando sus
instrumentos o el sonido de las preparaciones de último minuto de los
sirvientes.
—Si te molestaras en disminuir el paso por un minuto, te habría dicho
que estás yendo por el camino equivocado.
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Mis ojos se movieron en la dirección de Alexa.
—¿Qué sucede? Me estoy muriendo de hambre.
Justo en ese momento, todas las velas y faroles se extinguieron y la
habitación fue habitada por la oscuridad. Alexa se liberó de mi agarre
pero en realidad no traté de detenerla. Él estaba aquí. Su esencia, una
mezcla de aire fresco de primavera y un sutil pino, anunció su llegada
tanto como la oscuridad. ¿Cuándo había memorizado cómo olía? Mi
pecho se contrajo como la vez que metí muy profundo en el río cuando era
niña; una presión intensa, aplastante y emocionante. Tu cuerpo sabiendo
que está más vivo que nunca por estar en el centro de algo peligroso.
Su voz retumbó en el mismo instante que esos ojos hipnóticos color azul
emergieron de las sombras.
—Lamento tenerte esperando. —Poniendo mi mano en su codo, me
movió hacia el patio—. Entiendo que estés un poco hambrienta.
—Sobreviviré, supongo —dije y sonreí, esperando que él entendiera mi
sarcasmo.
Nos sentamos juntos en un sofá de mármol, reclinándonos contra las
almohadas para mirar las estrellas. Brillaron y se desvanecieron, radiando
con una luz brillante.
—¿Cuál es tu favorita? —preguntó, sus dedos entrelazados con los míos.
—¿Una estrella favorita? ¿Cómo puedes escoger una que sea diferente a
las demás?
—No estás mirando de verdad. —Él alejó sus dedos. Poniendo sus manos
encima de las mías, guió mi dedo índice para señalar el cielo—. ¿Ves esas
estrellas? Es la constelación de Leo. Ves, ahí está su cabeza. —Nuestras
manos trazaron un patrón invisible en el aire—. Este es su cuerpo y su
cola se curva de esta manera hacia la derecha.
Su toque envió rayos de calor por mi brazo hasta que me sentí lista para
zumbar.
—Sorprendente —susurré y él liberó mi mano—. Oh no, muéstrame más.
—Con mucho gusto, pero pensé que estabas hambrienta.
Rodé en mi costado para mirarlo.
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—La comida puede esperar, supongo.
Sus ojos se movieron detrás de mí y juro que vi una sonrisa en ellos.
—Tal vez —dijo—, pero dudo que a Mathias no le importe estar de pie
mientras nosotros miramos las estrellas.
Sintiéndome avergonzada por casi sollozar, salté a mis pies y enderecé mi
vestido de seda.
—No hay necesidad de levantarse, señorita —dijo Mathias—.
Simplemente pondré su comida en el trípode de aquí. Llámeme si necesita
algo.
—Sí, por supuesto —dije rápidamente, sintiéndome incómoda todavía.
Mis manos necesitando hacer algo, así que me puse a destapar los platos
de delicias—. Umm... hojas de uva, calamar. —Levanté otra tapa—. Eso
parece brochetas de cordero aquí. ¿Por dónde deberíamos empezar?
—Tú escoges —respondió él—. Pero este juego también tiene reglas.
Mis manos cayeron a mis costados.
—¿Qué pasa contigo y las reglas? ¿No puedo comer simplemente?
—Ven aquí. —Él extendió una mano ennegrecida y yo obedecí, trayendo
el plato de cordero. Mientras me hundí en el sofá, tomó el plato y me guió
hasta que estuve reclinada de nuevo—. Solo una regla, esta vez. Tienes
que dejarme alimentarte.
—¿Qué? —pregunté, tratando de sentarme. Su mano atrapó mi hombro,
presionándome suavemente otra vez en las almohadas.
—Aprendí algo nuevo anoche: me encanta verte comer. Es hermoso, la
manera en que lames las pequeñas migajas de las esquinas de tus labios.
La forma en que pones tus ojos en blanco cuando muerdes algo que
disfrutas. Por favor —pidió—, déjame darte eso.
Él cortó uno de los trozos de la brocheta de cordero Mis labios se
partieron y mis dientes se hundieron en la jugosa carne. Un jugo corrió
por mi barbilla pero él lo limpió con una larga caricia de su dedo. No pude
superar el sentimiento de ser observada mientras mastiqué. Cubriendo mi
boca para poder hablar con la boca llena, pregunté:
—¿No vas a comer?
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—Claro —dijo. Partiendo otro trozo de cordero, lo lanzó al aire y lo atrapó
con su boca cuando cayó.
Tragué.
—Fanfarrón.
—Solo estoy empezando —respondió—. Tengo mejores trucos que ese. —
Sus ojos se posaron en los míos y no pude apartar la mirada.
Inclinándome, pude sentir su propio aliento cálido mientras mi propia
respiración se atascaba en mi pecho. Sus labios estaban casi en los míos
cuando mi estómago rugió de nuevo. Fuertemente.
—Aparentemente un trozo de cordero no fue suficiente —dije, dándome
una vergonzosa palmada en el estómago.
—Hmm... —él rugió mientras se retiró—. Supongo que no estoy haciendo
un buen trabajo al alimentarte entonces. —Se inclinó y acercó el trípode—
. ¿Confías en mí?
Una sonrisa tironeó mis labios.
—¿No establecimos eso anoche?
—Entonces cierra los ojos. Es mejor si es una sorpresa.
Obedientemente, cerré mis ojos.
—Está bien, abre. —Una tira de calamar crujiente entró en mi boca, la
comida de mar mezclada con un suave puré de tomate.
—Eso es genial —dije, mirándolo.
—Ojos cerrados, por favor. —Él se movió para bloquear la visión del
próximo plato.
—Lo siento —dije tragando. Con los ojos cerrados, pregunté—: ¿el
siguiente?
Un trozo de jugo de melón se disparó en mi boca mientras mis dientes se
hundían en la fruta fresca. Siguiendo al calamar, el melón era más dulce.
Mi lengua se disparó para lamer el jugo de la esquina de mis labios. ¿Eso
es lo que él piensa que es lindo? Nunca antes había notado que lo hacía.
—Ahora el gran final —prometió. Mi boca se abrió mientras esperé. Sus
suaves dedos encontraron mi barbilla, abriendo más mi boca. Un montón
de pastel de chocolate se derritió en mi boca.
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—Mmmm —murmuré, incluso cuando sentí mis ojos poniéndose en
blanco. Supongo que en realidad también hacia eso—. Tienes que probar
esto —dije.
—Justamente estaba esperando que lo pidieras.
Sus labios cayeron a los míos. Comida, incluso chocolate, fueron
olvidados mientras me bebía. Su mano agarró mi cabeza mientras nuestro
beso se profundizaba. Lentamente, su mano bajó por mi cuello hacia mi
hombro, apartando la tira de mi vestido.
Mi corazón saltó en mi garganta, corriendo como un conejo. Sus labios se
apartaron con un tirón reacio.
—No estés nerviosa. —Besó mi hombro desnudo—. Es solo que me gustas
demasiado sin tirantes. —Sus ojos se enfocaron en los míos—. ¿Me
permites?
Asentí y él retiró el otro. Dedos, tan suaves como piel de bebé, trazaron el
contorno de mi clavícula y hombros. Mi pechó se alzó ante su toque,
deseando la sensación gentil de su caricia, persiguiendo el movimiento de
sus yemas.
—Eres divina —susurró en mi cuello antes de regalarme uno más de sus
besos amables—. Pero en verdad debemos ir adentro —murmuró.
Mis ojos se cerraron por el repentino vacío de perder su toque. ¿Cuándo
me había vuelto tan adicta a él? Hace dos días, hacía mi piel doler, ahora
mi piel temblaba bajo sus dedos.
—¿Por qué? —jadeé.
—Porque si no dejo de besarte, puede que nunca te deje ir.
Abrí mi boca para protestar, decirle que podíamos quedarnos bajo las
estrellas un poco más, pero él tenía razón. Mientras la subida de
adrenalina se acababa, mi coraje se iba con ella. ¿Por los Hades? ¿Qué
estaba haciendo? ¿Y por qué me estaba gustando tanto?
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Capítulo 25
Traducido por OrMel
Corregido por Vericity
e agité cuando sentí unas mantas metiéndose alrededor de mí.
Revoloteando mis ojos abiertos, pude decir que el amanecer
estaba justo pasando sus rosados dedos a través del horizonte,
extendiendo un toque de luz a través de mi ventana.
—Me tengo que ir —susurró Aris antes de sellar sus labios contra los míos.
Eso es cierto, ahora lo hacemos.
Un rubor corrió a través de mi cuerpo, dejándome caliente y fría al mismo
tiempo. Si no hubiera estado tan agotada, podría haberle traído de regreso
a mí; negarme a dejar que se fuera. El toque de sus labios contra los míos
era una adicción que no quería alejar.
Sus labios rozaron mi sien mientras empujaba mis rizos hacia atrás de mi
cara.
—Duerme bien, amor. Te veré por la noche. —Mientras me iba a la deriva
de regreso a dormir, repitiendo las dos últimas benditas noches que
compartimos, algo que dijo llamó mi atención. Cuando le pregunté si era
realmente el hijo de una arpía, dijo “sí y no.”
Eso significaba algo.
Entonces me acordé de los jardines y la forma en que Alexa había dicho
que su madre era una arpía. Pensé que eso era una cosa bastante tonta
para decir en ese momento. Quiero decir, si era el hijo de una arpía
entonces obviamente su madre era una arpía.
¿Pero y si estaban usando arpía como una metáfora? ¿Qué lo hacía eso?
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—Y bueno, Alexa —pregunté cuando finalmente tiré de mi cansado cuerpo
fuera de la cama y fui pesadamente al comedor para el desayuno—, me
preguntaba cómo funciona tu magia. Es decir, ¿cómo es que puedes ser
invisible?
—No lo sé —respondió—. Solo lo pienso y lo soy. Lo mismo con ser visible.
Es solo una cuestión de intención.
—¿Eres capaz de hacer solo una parte de ti visible? —Me dejé caer en el
sillón y tomé un tazón de fresas—. Como si quisieras mostrarle a uno de
nosotros, simples mortales, solo tu cabello, ¿puedes pensar en eso
también y hacer que pase?
—¿Tan ingenua crees que soy, Psique?
—¿Qué? —Mordí la fresa y amplié mis ojos, intentando parecer inocente.
Dejó escapar un profundo suspiro.
—No puedo decirte nada que pueda delatar su identidad. —Recitó las
palabras en tono monótono como si fuera algún credo que había sido
obligada a memorizar.
—Oh, vamos —dije, mordiendo otra fresa—. No puedes culparme por ser
curiosa. Quiero decir, si estuvieras interesada en alguien, ¿no querrías
saber todo sobre él?
—Tienes que ser la persona más testaruda que he conocido.
—Bueno, ¿no es así? —insistí.
Escuché a Alexa flotar hacia la ventana.
—Por supuesto que lo haría. Pero eso no significa que vaya a decirte algo.
—Solo una pista. Dame algo —dije, poniendo las fresas a un lado y
moviéndome hacia ella—. Todo lo que realmente estoy preguntando es
sobre qué poderes tiene una ninfa, ¿cierto? Deberías poder hablarme
sobre ti misma.
—No.
—¿No?
—No, no puedo solo enseñar una sola parte de mí. Soy o toda visible todo
el tiempo o no.
Dirigiéndome a los hombros de Alexa, le di un rápido abrazo.
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—Ves, eso no fue tan duro.
Soltó un bufido.
—Bien, entonces —continué—, ¿podría un semidiós ser parte invisible si
quisiera?
—No lo sé, tendrías que preguntárselo a uno —dijo—. Ve a comer tus
huevos antes de que se enfríen.
De ninguna manera. Tenía demasiada información nueva que digerir
como para querer comida.
—Vendré por un bocadillo en un segundo —dije—. Quiero visitar los
jardines antes de que se haga muy tarde.
Prácticamente huí de Alexa.
Deshojando una flor de hibisco, torcí sus pequeños tallos entre mis dedos.
El suave rosa se mezcló en una apagada mancha mientras los pétalos
giraban tan rápido como mis pensamientos. Trabajando con mi nueva
información y algunas suposiciones bastante sólidas, estaba reduciendo la
lista de posibles identidades.
Taché dioses de la lista, el único al que conocía con alas detestaba la
visión de mí. Y el sentimiento había sido bastante mutuo. No había
manera de que mi hombre misterioso fuera Eros.
Parecía improbable que Aris fuera un semidiós, pues Alexa había
contestado mi pregunta sobre si ellos podían ser parcialmente visible: No
lo sé, tienes que preguntárselo a uno. No creo que me mintiera y su
respuesta implicaba que ella no conocía a ningún semidiós, lo que incluía
a Aris.
Abandoné mi teoría inicial de que podría ser un héroe, ya que nunca había
oído hablar de un héroe que tuviera alas, o pudiera crear palacios, o
disfrazarse a sí mismo.
Lo que dejaba a las ninfas. Tenía sentido que una ninfa tuviera a otra
ninfa como empleado, ¿no? Y sabía que ellos no podían ser parcialmente
visibles, lo que explicaba porque tenía que esconder el resto de sí mismo
bajo una nube para mostrar sus ojos.
Claro, todavía podía estar enamorándome de un monstruo, pero no lo
pensaba. Ya no. No después de sentir esos labios…
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Hundiéndome en un banco con un suspiro, rocé la flor bajo mi barbilla.
Demonios, desearía saber más sobre las ninfas. ¿Uno podría ser lo
suficientemente travieso para asustar a los dioses? ¿Había alguna
metáfora que me estaba perdiendo? No es que el oráculo era conocido por
su claridad, pero aun así. Sentía que estaba muy cerca de algo y aún
seguía perdiéndomelo.
Y también estaba molesta por el hecho de que nunca había visto a Alexa
crear nada. Tenía un increíble oído, pero no había notado ningún otro
poder. ¿Estaba escondiendo eso también? O tal vez había un súper ninfa
del que nunca había oído hablar. Como un príncipe ninfa que era más
poderoso que los demás.
—Agh. —Arrojé la flor hacia un seto bien cuidado y me recosté sobre el
banco, doblando mis brazos sobre mis ojos. Ahora estaba inventando
realeza ninfa. Muy productivo.
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Capítulo 26
Traducido por Xhessii
Corregido por Julieta_arg
ros y Hermes estaban sentados al lado del río, mirando a un grupo
de ninfas mojándose y salpicándose.
—¿Entonces no te interesan? —preguntó Hermes, señalando con la
cabeza a las chicas.
—No. —Eros se inclinó hacia atrás y se apoyó en sus codos.
—¿Seguirías sin lanzarles la flecha?
—¿Por qué habría de hacerlo? —preguntó Eros. —Hermes miró a las
ninfas y meneó sus cejas. Eros hizo una mueca—. ¿A ellas? No son nada.
—Entonces, creo que las cosas van bien —dijo Hermes—. ¿Seguirás mi
consejo y usarás tu flecha en ella?
—Nah. Ella se merece algo mejor.
Hermes se encogió de hombros.
—Sí, bueno, no cualquiera de nosotros puede anotar con una chica que
nos mire.
Eros ladró una risa.
—Cierto, como si nunca tuvieras problemas.
—Solo lo digo.
Eros se sentó de nuevo y miró al río.
—De hecho, ella no puede verme.
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—¿Qué? —Las cejas de Hermes llegaron a la cima de su cabeza—. ¿Está
ciega o algo así?
Eros juntó las palmas y las sacudió para limpiarse el polvo.
—No. Es solo… que no puedo probar suerte, ¿sabes? Mi madre haría… —
La voz de Eros se apagó.
—Mátala —empastó Hermes—. Sí, eso lo resume bastante.
Los dioses se sentaron en silencio por un momento mientras las ninfas
jugaban y se reían en el agua. Finalmente, Hermes sacudió la cabeza.
—Hombre, no puedo creer que tomes la ruta de la invisibilidad después de
lo que el Oráculo le dijo.
Eros miró a sus pies.
—Tampoco soy exactamente invisible.
—¿Cómo es eso?
—Me he estado encubriendo. —Él sacudió la cabeza—. Más como una
nube negra, nada que puedas tocar. Cubre todo menos mis ojos. Ella
puede alcanzarla, pero no puede ver a través de ella.
Hermes frunció el ceño.
—Es extraño.
—¿Qué? —preguntó Eros encogiendo los hombros.
—Ella va a ver una nube negra con ojos mirándola y se asustará.
—Bueno, funciona, ¿sí? —saltó Eros.
—Lo que sea. —Hermes volvió a encogerse de hombros—. Solo no me
culpes cuando recobre su sensatez.
—No va a pasar —dijo Eros y se puso de pie—. Puedo sentirlo.
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Capítulo 27
Traducido por hanna
Corregido por KatieGee
ara mi gran decepción, la cena regresó al comedor y Aris llegaba
tarde. Hundida boca abajo sobre la cama, había comenzado a
quedarme dormida cuando finalmente sentí un toque suave sobre
mis hombros.
Mis párpados se abrieron pesadamente.
—Llegas tarde.
—Tenía que ocuparme de algo. —Sus manos masajearon mis hombros y
los recorrieron—. Confía en mí, me hubiera gustado estar más contigo.
Pensé por un momento en darme la vuelta, pero su toque era demasiado
potente. Alejándome de las fuerzas de voluntad que hubiera estado
dispuesta a convocar. Sus dedos se hundieron una y otra vez en mi carne,
trabajaban en alejar los nudos creados esta última semana. Y la
habitación se llenó de un aroma a lavanda y verbena, relajándome hasta el
punto en que tenía que esforzarme para mantener el exceso de baba fuera
de la almohada.
—¿Funcionó? —le pregunté.
—¿Hmm? —Sus dedos amasaban mis hombros y el cuello. Pensé por un
momento fugaz que si podía hacer que mi cuello se sintiera tan bien,
entonces podía tocarme donde fuera.
—¿De lo que tenías que ocuparte? ¿Estabas trabajando?
—En realidad, sí. A veces tengo un jefe muy exigente.
No hice más preguntas, pero archivé su respuesta para pensarlo después.
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Sus hábiles manos trabajaron mi espalda, arrastrándose bajo mis caderas.
A pesar de haber estado relajada, me tensé de nuevo mientras exploraba
partes de mi cuerpo que ningún hombre había tocado nunca.
—Relájate, Psique —susurró a mi oído—. Sabes que no te haré daño.
—Lo sé —Respiré—, pero...
Un entendimiento hizo click en mi cerebro brumoso. Realmente sabía que
no nunca me haría daño. Con el conocimiento firmemente en su lugar, mi
corazón rebosaba de algo que dudé en etiquetarlo como amor, pero no era
menos que un enamoramiento de los que lo consumen todo.
Rodando, envolví mi brazo alrededor de su cuello y encontré sus labios.
Mis músculos casi se derritieron cuando su cálida boca selló la mía. Su
contacto cambió de calmado a apasionado, con sus manos en busca de
mis caderas. Mientras él mismo bajaba hacia mí, su peso se mezcló en mi
cuerpo como si estuviéramos hechos el uno para el otro.
Tomó mi cabeza con sus manos mientras buscaba en la masa de mis rizos,
agarrando puñados y tirando de ellos más cerca. Mi pecho floreció con
emoción, capa tras capa, floreciendo con intensidad creciente. La alegría,
la confianza, la necesidad, la pasión. Mi lengua lo buscó, tratando de
beber en la esencia de todas esas emociones que fluían como una
corriente entre nosotros. Y él respondió a mi anhelo con tal deseo propio
que sentí como si me hubiera quemado bajo el calor del mismo.
Su mano se había deslizado justo debajo de mi hombro cuando se
congeló. Su cabeza se levantó y sus ojos parecían fijos en la cabecera.
—Maldita sea —maldijo por lo bajo.
—¿Qué sucede? —Sería mejor que algo estuviera mal para que él se
detuviera en estos momentos.
—Me tengo que ir. —Me dio un rápido beso en la frente—. Lo siento. Ve a
dormir.
Sí, claro. Como si ahora pudiera dormirme. ¿Después de esto? Y
entonces, como si tuviera mi primera noche, la orden para dormir me
envolvió y mis ojos fueran incapaces de permanecer abiertos.
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Capítulo 28
Traducido por Onnanohino Gin
Corregido por Viqijb
ué épico desastre había protagonizado la noche anterior. Cuando
sintió a Afrodita llamándole, entró en pánico. Sabía que ella no
podía verlo. Lo sabía. Y aun así se había asustado. No podía
golpearse lo suficientemente fuerte por haber dejado que ese
momento se le escapara entre los dedos. Peor aún, podría considerarse
afortunado si esa noche no tenía que empezar desde cero. Había pasado
demasiado tiempo con mujeres como para saber que no puedes dejarlas
plantadas una noche y besuquearlas a la siguiente. Estúpido, estúpido,
estúpido.
Mientras la noche se acercaba, Eros vagó hacia su casa en el Olimpo,
demasiado ansioso en que llegara la oscuridad como para hacer nada que
no fuese ir y venir por ahí.
Cuando atravesó el patio, los susurros suplicantes de una creyente lo
arrancaron de su propio malestar. No tenía planeado recibir plegarias esa
noche, pero de alguna manera esta había llegado hasta él. Una madre
viuda lo llamaba. Su voz abatida le desgarró el corazón tan eficazmente
como un cristal.
—Dios Eros, bienaventurado seas. El amor que tenía con mi marido era
más de lo que nunca había soñado. Amarus lo era todo para mí. Mi todo.
—Su voz se quedó atascada en su garganta cuando un sollozo salió de sus
labios. Eros se quedó congelado, estaba paralizado por su desesperación—
. Pero ahora se ha ido y mi tío me obligará a casarme con otro dentro de
una semana. Sé que debo. Mis hijos necesitan a alguien que los proteja.
¿Pero cómo podría? —Hizo una pausa y Eros la oyó suspirar—. Tan solo
arregla esto. Necesito que todo se arregle.
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Su plegaria fue simplemente demasiado. Ella quería poder seguir adelante
para casarse, no necesitaba una sentencia de muerte. Eros echó una
rápida mirada hacia Psique. Se estaba bañando. Su humedecido cabello
flotaba a su alrededor en la bañera como un halo castaño. Sus ojos se
cerraron al hundirse profundamente en el cálido abrazo del agua. Él no
quería llegar tarde a verla dos noches seguidas. Pero también sabía con
inquebrantable certeza que Psique habría querido que él ayudara a la
mujer. Así que decidió utilizar los minutos que faltaban para el anochecer
en aliviar el dolor del corazón de otra persona.
Cuando Eros la encontró, la viuda estaba llorando en su altar. Estaba
acostada sobre él, con la cabeza descansando sobre sus brazos y su cuerpo
temblando de dolor. Su hijo más pequeño daba vueltas por la habitación,
seguía jugando, aparentemente ajeno a la angustia de su madre. Pero las
dos niñas mayores le acariciaban el cabello e intentaban hacerle beber un
vaso de agua.
Eros se quedó de pie en una esquina, como un observador invisible y su
corazón doliendo por esa mujer. ¿Qué haría él si perdía a Psique? Después
de todo, ella era mortal y algún día la perdería. No podía imaginarse cómo
sería la cascara sin vida que dejaría él cuando eso pasara. Si pensaba en
que había suspirado por ella, ahora que la conocía, que la había sentido y
amado, ¿qué haría cuando ella se fuese?
Sin perder ni un segundo más, sacó una flecha de su carcaj y apuntó. La
mujer jadeó y alzó la cabeza, sus ojos buscaban algo en la habitación
frenéticamente. Había sentido el pinchazo. Muy pocos lo notaban, pero tal
vez la repentina re inyección de amor la distraería de esa sensación tan
inusual.
Eros se mantuvo invisible observando su éxito. Bajo circunstancias
normales, habría disfrutado observando la metamorfosis completa de la
mujer, que volvería a participar en el mundo de los vivos. Pero Psique
estaba esperando.
* * *
Apareció en el alféizar de la ventana y la habitación se quedó a oscuras al
apagarse las velas y el fuego. Aun así, sus ojos rompían la noche,
buscando a su preciosa Psique. Ella no se arrojó a sus brazos. Tampoco lo
estaba esperando en la cama. Habría sido una alternativa de bienvenida.
De hecho, no estaba en ninguna parte de la habitación. ¿Pero qué…?
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Él la había visto en el palacio cuando se bañaba. Eso significaba que la
habrían llevado a cenar y después regresaría a su cuarto. Ella nunca
estaba allí cuando él llegaba. Por supuesto, solo había estado un par de
veces, pero su ausencia aquella noche hizo que a Eros se le helara la
sangre. ¿Y si tenía la intención de castigarlo por haberla dejado la noche
anterior? O peor… ¿Y si Hermes estaba en lo cierto? ¿Y si Psique se había
pensado mejor eso de besar a una forma oscura y se había asustado?
Rápidamente revisó el comedor y la cocina, pero Psique no estaba. No
estaba en la biblioteca, ni en el baño, ni en ninguno de los numerosos
cuartos del palacio. La sensación de alarma que le corría por las venas
aumentó, ¡no estaba en el palacio!
Y entonces, un pensamiento incluso peor atacó a Eros: ¿Y si Psique no se
había ido sola? ¿Su madre se había dado cuenta de dónde había estado él
estas últimas noches? ¿Lo había estado buscando mientras él volaba
asustado y la había llevado directamente a su nuevo palacio? Si era eso,
Psique se habría ido y él no tenía manera de recuperarla.
Eros se hundió en el borde de la cama y dejó caer su cabeza entre sus
manos. Tanto si se había ido sola como si no, Psique no estaba. Minutos
antes él se había estado preguntando qué tipo de cáscara vacía quedaría
de él sin ella, pero no esperaba averiguarlo tan pronto.
Su rostro se arrugó y se esforzó para seguir aspirando aire, en forma de
pequeños jadeos, mientras el dolor lo atravesaba. Él quería volar en busca
de ella, para salvarla de sí misma o de su madre. Pero si ella se había
marchado por su cuenta, se sentía obligado a respetar su decisión. Y si
Afrodita le había... bueno, Eros esperaba que ella lo hubiera dejado por su
cuenta. Un gemido, más angustioso que el de la viuda, brotó de su
garganta.
—¿Estás bien?
Eros levantó la cabeza y al darse la vuelta se encontró con Psique de pie en
la puerta. Antes de responder, se apresuró hacia ella, la levantó y se
consumieron en un fuerte abrazo.
—Estas arruinando las flores —se quejó Psique.
—¿Eh? —dijo Eros soltándola y dando un paso atrás.
—Las flores —explicó Psique, recogiendo un ramo de flores aplastado e
intentando revivirlas—. Como no puedes estar aquí durante el día para
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verlas, pensé en traerte algunas orquídeas, —Le ofreció unas pequeñas
flores blancas y púrpuras—. Pero creo que ahora se han arruinado.
Eros tomó los delicados tallos y los arrojó por encima de su hombro.
—Eh —empezó a protestar Psique, pero Eros la atrajo de nuevo a sus
brazos, silenciándola con un beso.
—Gracias —susurró, apoyando su frente contra la de ella.
—No es nada.
—No por las orquídeas. Por estar aquí. —Le besó la nariz y los párpados—.
Por ser tú.
Psique puso los ojos en blanco y sonrió:
—No es que tenga otra opción.
Envolvió sus hombros con su brazo para acercarla y la acunó haciéndole
inclinar la cabeza con su otra palma:
—No me dejes nunca, por favor.
Psique extendió sus brazos alrededor del cuello de Eros y rió.
—¿De eso se trata todo esto? ¿Cómo no estaba aquí sentada esperando
que vinieras pensaste que me había ido?
—No lo sé. Después de salir corriendo la otra noche… —Su voz se apagó—.
Podrías haber reaccionado de muchas maneras, la mayoría malas.
—Sí, bueno, tienes un jefe exigente, ¿no? —dijo guiñándole un ojo—.
Además, puede que esté empezando a gustarme estar aquí.
—¿Sabes lo mucho que te quiero? —Eros frotó la punta de su nariz contra
Psique y volvió a besarla.
—Me hago una idea —respondió, mirando cómo bailaban sus ojos azules.
Alzó una mano hacia su cara y dejó que sus dedos recorrieran la masa de
rizos que ahora conocía bien por haberla tocado—. Cuéntame algo.
Eros aflojó su abrazo para prepararse para otra ronda de preguntas de
“quién eres tú”. Las únicas que podía responder. Las únicas que quedaban
que los mantenían unidos.
—¿Por qué todo el mundo es invisible pero tú no?
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Una señal de alivio casi imperceptible escapó de los labios de Eros, al
darse cuenta de que Psique no estaba intentando volver a entrar en un
camino sin salida.
—Quiero decir —continuó—, que tú obviamente no quieres que te vea, así
que por qué no ser invisible como todos los demás. ¿Por qué solo me
visitas por la noche y en la oscuridad?
—¿Por qué crees que podría ser invisible? —preguntó.
Psique alzó las cejas y miró alrededor de la habitación:
—Umm… porque puedes hacerlo todo. Supongo que la invisibilidad no es
gran cosa para ti.
Eros le sonrió:
—Tienes razón. Podría ser invisible. Pero quiero que me veas. Quiero más
que nada poder estar contigo en un lugar iluminado.
—Entonces por qué…
Apoyó los dedos en sus labios:
—Y como no puedo hacer eso, esto es la segunda mejor opción. Puedes
verme los ojos, Psique. Todo lo que necesitas saber sobre mí puedes verlo
en mis ojos.
Ella lo miró con atención:
—Puedo vivir con eso.
Eros la levantó y giró con ella en brazos.
—Sabía que había una razón para que te quisiera tanto.
—Oh espera —dijo Psique, haciendo que Eros se detuviera—. Eso me
recuerda que quería contarte algo.
El corazón de Eros rugió en su pecho. ¿Iba a decirle la única cosa que
podría hacerlo feliz para siempre?
—¿Sí? —preguntó, la palabra se le había escapado de sus labios.
—Gracias.
El corazón de Eros se hundió, pero intentó sonreír. Su amor ya llegaría, se
aseguró a sí mismo.
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—¿Por qué?
—Por amarme lo suficiente como para salvarme —susurró.
—Ha sido realmente un placer.
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Capítulo 29
Traducido por Onnanohino Gin
Corregido por Jut
ara el momento en que salí de la cama a la “mañana” siguiente, los
empleados ya estaban sirviendo el almuerzo. Después de tomar un
pan de pita con atún, me encontré con Alexa en los jardines.
Estábamos tendidas sobre el césped y ella me hablaba sobre la vez en que
su hermano número diecisiete escondió un pez muerto en el vestidor de la
hermana número doce, cuando oí gemidos en la distancia.
—Sabes, ese pan de pita tiene muy buena pinta. ¿Entramos para que
pueda ir a agarrar uno? —preguntó Alexa apresuradamente y me tomó de
la mano.
No me moví.
—¿Qué es ese ruido?
—Probablemente un animal herido. Deberíamos entrar por si es
peligroso.
La ignoré y me acerqué al sonido. Y entonces oí los gemidos con más
claridad.
—¡Mi hermana! Pobre Psique. ¡Pobre, pobre Psique!
Chara. Ella debía de haber regresado de Mecenas para ir a llorarme al
acantilado. El alivio de saber que no me odiaba después de todo lo que
había hecho ayudó un poco a disminuir el dolor de cabeza y la culpa que
trituraban mi estómago. Aquí estaba, feliz e inconsciente en mi pequeño
nuevo mundo, y mi familia pensaba que estaba muerta. Era la peor de
todas las hermanas.
Alexa tiró de mi brazo con más fuerza:
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—Date prisa, Psique. Entra en el palacio. Antes de que sea demasiado
tarde.
Su voz sonaba urgente, suplicante y asustada. Aun así me las arreglé para
retorcerme y liberarme de su agarre.
—¿De qué estás hablando? Esa es mi hermana llamándome. No hay
peligro.
Salí a la carrera hacia los lamentos de mi hermana, seguí su voz de regreso
al acantilado donde mis padres se habían visto obligados a dejarme. Alexa
siguió mi estela, suplicándome desesperadamente que regresara. Pero no
podía detenerme. Chara estaba allí, de pie. Estaba muy lejos por encima
de mí, y yo aquí abajo, donde el Viento del Oeste me había depositado,
escondida por un bosque fresco hojas y ramas.
—¡Chara! —grité a todo pulmón.
Una brisa pesada me removió el vestido y devolvió el grito a mis propios
oídos, como si hiciera eco. La llamé una y otra vez, pero todas las veces el
viento acallaba mi voz y evitaba que elevara el tono.
—¡Favonio, detén esto! —le grité—. Necesito que mi hermana me
escuche. ¡Deja que me escuche!
Las lágrimas y el pánico se apoderaron de mí. Tenía que hacerle saber que
Aris no me había hecho daño.
Y entonces el viento se detuvo y fue como si nunca hubiese estado
acariciando mis tobillos en primer lugar. Llamé a mi hermana otra vez y
en ese momento ella dejó de lamentarse.
—¡Chara! Soy Psique.
—¡Psique! ¿Eres tú? —La voz de Chara me llamaba.
Alexa colocó su mano sobre mi brazo otra vez.
—Psique, tenemos que volver. No sabes lo que haces. Esto es un error.
La ignoré.
—¡Sí! —le respondí a Chara—. Estoy bien. No te preocupes más, ¿de
acuerdo?
—¿Cómo puedo bajar hasta ahí? —gritó.
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—Favonio, por favor trae a mi hermana hasta aquí abajo.
Todo se quedó inmóvil.
Esperé a que Chara apareciera en el claro, pero no llegó. El viento no dio
señales de haberme escuchado.
—¿Psique? ¿Aún estás ahí? —me llamó Chara otra vez.
—¡Sí! Estoy intentando hacer que bajes aquí.
—Solo dime qué tengo que hacer. Dónde está el camino.
—No hay camino —respondí gritando—. Necesitas la ayuda del Viento
del Oeste. ¡Favonio! —Volví a convocarle, buscando en el cielo algún
rastro de la brisa—, ¡tráeme a mi hermana!
Todo siguió inmóvil, pero la voz atronadora del Viento me sacudió desde
el interior como respuesta:
—Aris lo prohíbe.
—¡No puede! —sollocé—. Tiene que permitirle venir a verme. Para que al
menos pueda ver por sí misma que sigo viva.
El Viento no respondió. Ya me había dado su respuesta y ahora se había
ido. Me estrujé el cerebro para saber qué hacer con mi hermana, que
seguía llamándome:
—No te he entendido. ¿Me has dicho que el camino está hacia el oeste?
—¿Podrías volver mañana? —le grité.
—No quiero dejarte —me contestó Chara.
—Estoy bien. Lo prometo. Diles a Madre y Padre que estoy bien.
—Padre está enfermo —gritó—. ¿Puedes venir a casa?
—No lo creo, no lo sé. —Apenas podía seguir gritando a través de las
lágrimas. Padre estaba bien cuando me fui, hacía cinco días. ¿Qué podía
haber salido mal?—. Regresa mañana. Podrás visitarme. Por favor.
—De acuerdo —respondió—. Regresaré mañana.
Me tomé mi tiempo para volver al palacio, apenas escuchando a Alexa
arrastrando sus pies detrás de mí por encima de mis propios sollozos.
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Tenía un problema. Le había prometido a mi hermana una visita aunque
sabía que Aris ya me lo había prohibido.
¿Pero por qué se había negado antes de que yo llegara a preguntarlo?
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Capítulo 30
Traducido por OrMel
Corregido por JenB
aseó por el bosque, apenas oculto de la vista, esperando que cayera
la noche para poder regresar a Psique.
Sabría si Chara vendría. Ella le había rezado a Hermes por un viaje
seguro a Sikyon.
Y Hermes le había advertido a Eros. Sabía que si Chara estaba regresando
a casa tan pronto después de su matrimonio, solo podía ser para
acongojar a Psique. Lo que significaba que ella se dirigiría a los
acantilados.
Eros hizo todo lo que pudo para tratar de evitar que Psique y su hermana
se reunieran. Él le advirtió a Alexa, le hizo prometer que no dejaría a
Psique cerca de la cima de la colina. Alexa le había asegurado que no sería
un problema; Psique solo se quedaba en los jardines.
Nadie había imaginado que Chara podía lamentarse tan fuerte.
Eros había mantenido la vigilancia sobre Psique todo el día. Vio la
atención de Psique rompiendo de repente hacia la colina. Vio a Alexa
tirando de la muñeca de Psique, suplicándole que volviera a entrar. Y vio
que la terquedad de Psique se impondría mientras se encogía de hombros
librándose de Alexa y se apresuraba a la base de la colina.
Mirar la escena que se desarrollaba había sido tortuoso. Eros quería
intervenir. Para salvar a Psique de ella misma. En su corazón sabía que
Psique exigiría una visita con Chara. ¿Qué hermana no lo haría bajo
circunstancias normales?
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Pero las cosas entre Psique y Chara no serían normales nunca más. El
odio de Chara por Psique aumentó en los días siguientes a su matrimonio
arreglado. Chara era miserable y culpaba a Psique. Su dolor en los
acantilados era bastante real. Eros podía sentir eso. Pero ella estaba más
de luto por toda la relación que tenían. Y sollozando por la miseria en que
se había convertido la vida de ambas en tan poco tiempo.
Cuando Chara y Psique finalmente se alejaron una de la otra, Eros colapsó
contra el estuco fresco en su muro del patio. Chara se dirigía a casa; no iba
a intentar encontrar un camino dentro de su valle. Él se limpió el sudor de
la frente con el dorso de la mano y resopló. ¿Qué bien tenía ser un Dios si
todo lo que podías hacer era sentarte de brazos cruzados y observar? No
quería volver a vivir nunca un momento como ese.
Pero también sabía que todavía no estaba del todo fuera de peligro. Céfiro
había respondido con la verdad cuando Psique preguntó por qué él no
llevaría a Chara abajo, Eros, o Aris mejor dicho, lo había prohibido. Y por
esa decisión, Eros supuso que probablemente sufriría un rato bajo la ira,
decepción o dolor de Psique. Al menos esperaba que fuera una de esas
emociones más benignas. Porque enfrentar su odio era algo para lo que
nunca estaría preparado.
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Capítulo 31
Traducido por OrMel
Corregido por bibliotecaria70
orrí durante la cena y me apresuré a regresar a mi habitación antes
de que el sol se hubiera ocultado por completo. Cuando entré en mi
habitación, me detuve en seco.
El cuarto estaba desbordante de fragancias, flores blancas. Rosas y lirios.
Orquídeas y crisantemos. Me incliné sobre un ramo de rosas e inhalé. Su
olor era tan perfectamente dulce que casi era intoxicante. Saqué una de
las bellezas de largo tallo de entre las demás y la tracé por debajo de mi
nariz. Se sentía como suave terciopelo.
Mientras me apartaba para admirar las flores más plenamente, me di
cuenta de cómo los blancos pétalos brillaban misteriosamente en la luz de
las velas. Cómo el embriagador aroma de las flores frescas se envolvía
alrededor del cuarto como un acogedor edredón. De algún modo era
gracioso el hecho de cómo había lanzado lejos las orquídeas que yo le traje
la noche anterior solo para reconciliarse conmigo con esto. Sin duda,
ganaba puntos por estilo.
Pero luego recordé que había prohibido que mi hermana me visitara. No
importaba lo mucho que apreciaba todo lo que me había dado, no podía
permitirle alejarme de mi familia.
Especialmente ahora.
La oscuridad apenas comenzaba a envolver el palacio cuando Aris voló a
través de la ventana y me atrajo a sus brazos. Me besó profundamente. No
apasionadamente, pero como si tuviera miedo de poder perderme si me
dejaba ir.
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Alcé la mirada a su rostro, deseando por una millonésima vez poder ver
las perfectas características que sabía que estaban escondidas allí. Todo lo
que había de él para mirar eran sus deslumbrantes ojos. Decía que todo lo
que necesitaba saber de él estaba en sus ojos, pero esa noche eso no
parecía del todo cierto. Algo estaba apagado y ya fuera yo, él o ambos, no
lo sabía.
Finalmente, rompió el pesado silencio.
—Necesito que me prometas algo, Psique. —Sus manos sacudieron
suavemente mis hombros, como si las palabras fueran como harina
necesitando ser tamizada dentro de mi cerebro—. Prométeme que nunca
volverás a intentar hablar con tu familia.
—¿Qué? —No estaba segura de qué era peor, el hecho de que me hubiera
estado espiando o la promesa que quería que le hiciera—. ¿Estás loco? ¡Es
mi familia!
—Debiste haber dejado que pensasen que estabas muerta. Era más
seguro.
—¿Ese es el pequeño hilo del que vas a tirar para salirte con la tuya todo el
tiempo? Esto no es seguro. Aquello no es seguro. ¿Seguro de qué? ¿Qué
piensas que mi familia va a hacerme que sea tan peligroso?
—Psique, déjame expli…
—No, quiero terminar —dije, tirando los pétalos de la rosa que estaba
sosteniendo—. Obviamente, tú sabías que Chara estaba viniendo, puesto
que ya le prohibiste a Favonio traerla abajo. —Cuanto más lo pensaba,
más enojada me ponía—. ¿Por qué estas intentando mantenerme lejos de
ella? —Aris dio un paso hacia atrás. Probablemente estaba sorprendido de
que hubiera alzado mi voz contra él. Tenía que admitir que eso también
me sorprendió un poco a mí.
Al final dijo:
—Lo hice por nosotros.
—¿Nosotros? Solo ha habido un nosotros —dije, indicando con mi dedo
entre nuestros pechos—, durante cuanto, ¿dos días? ¿Cómo piensas que
sacar a mi familia del cuadro nos ayudaría?
—Porque si no puedo mantenerte a salvo, no hay un nosotros.
¿Entiendes?
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—No, no lo hago. Estamos dándole demasiadas vueltas. Mi familia no es
un peligro para mí. —Sus ojos se habían vuelto metálicos y sentí que
estaba perdiendo, así que cambié de táctica.
Juntando su mano con la mía, lo tiré hacia abajo para que se sentara en la
cama junto a mí.
—Tú no sabes lo que hoy fue para mí… escucharla allá arriba, sabiendo
que mi padre está enfermo. Todo lo que quiero es que venga a visitarme
un día, incluso solo una tarde. Se merece saber que estoy a salvo. —Apreté
sus dedos—. Que estás manteniéndome muy a salvo.
—Su visita no va a hacerte feliz. —Su respuesta sonó más como un suspiro
que como palabras dichas.
—Si solo trae malas noticias, podré lidiar con eso. Demonios, podría venir
aquí abajo, decirme que me odia y sería más feliz de lo que soy justo
ahora. Mi familia necesita saber que estoy bien.
—Psique —dijo, con sus dedos entrelazándose con los míos—. No quiero
pelear contigo. —Extendió la mano y acarició un mechón de cabello fuera
de mi cara—. Si quieres ver a Chara, entonces puede venir. No voy a
detenerla.
Mis ojos se cerraron en alivio.
—Gracias.
—Pero quiero una promesa diferente de ti en su lugar. ¿De acuerdo? —
preguntó.
No pude soportar abrir los ojos y mirarlo cuando estaba atando cuerdas a
mi última visita con mi hermana.
—¿Qué es?
—Prométeme que no vas a decirle nada sobre mí. Ni escuchar nada de lo
que te diga sobre mí —añadió—. ¿Prometido?
— Prometido.
Eso debería ser bastante fácil, ya que difícilmente sé algo sobre ti por mí
misma.
Él se inclinó, como si fuera a intentar plantar uno de sus fascinantes besos
en mis labios. Pero giré mi cabeza hacia otro lado. No estaba lista para
besarnos y hacer las paces. En ningún frente.
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Sin besos.
Sin reconciliaciones.
Hasta que al día siguiente no viera a mi hermana y supiera que estaba
cumpliendo con su parte del trato, no estaría lista para dejar de estar
furiosa.
—Todo este polen me está dando dolor de cabeza —le dije—. Creo que será
mejor que solo lo consideremos una noche.
Sus ojos se vieron brumosos.
—Entiendo.
Después de plantar un beso en mi frente, desplegó sus alas y voló fuera
del palacio. Cuando parpadeé, las flores también habían desaparecido.
Todas excepto la deshojada rosa que todavía sostenía. Cayendo de nuevo
contra las almohadas, me di cuenta de que no había pronunciado su
invocación al sueño cuando me dio un beso de despedida. De todas las
noches. Entre estar excitada por nuestro argumento y saber que mañana
vería a mi hermana, parecía que no iba a ser fácil que llegara el sueño.
Algunas veces odiaba tener razón.
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Capítulo 32
Traducido por Susanauribe
Corregido por LilikaBaez
uando Eros se fue, le dirigió una última mirada a Psique. ¿Ella
podría mantener su promesa? Sólo era humana después de todo.
Se veía tan pequeña y frágil contra su enorme cama. Él quería
ignorar su sugerencia de que se fuera. Aún más, quiso romper sus propias
reglas y quedarse junto a ella todo el día. Pero sólo era un día. Podría ser
uno difícil, pero uno que superarían. Y las cosas regresarían a la
normalidad.
Sus poderosas alas lo llevaron de vuelta a su palacio en el Olimpo. Eros se
empujó por la puerta de oro sólido y se dejó caer en un sofá cubierto por
almohadas. Había planeado pasar la noche y el día siguiente en ese sillón,
haciendo una vigilancia silenciosa a la hermana pequeña de Psique para
asegurarse de que no interfiriera mucho. Pero no mucho después de
haberse reclinado, escuchó la voz de su madre detrás de él.
—¿De nuevo afuera hasta tarde? —preguntó Afrodita con una ceja alzada y
un brillo de conocimiento en sus ojos.
—¡Madre!
Él saltó tan rápidamente que casi perdió el equilibrio. Sólo posando una
mano en el sillón fue capaz de sostenerse, pero eso causó que un montón
de almohadas cayeran al suelo. Afrodita se rió, gutural y seductoramente.
Su risa característica.
—¿Qué? —le espetó Eros, agarrando los cojines esparcidos.
—¿Ahora esa es la forma de saludar a tu madre? —ronroneó—. Me has
tenido esperando media noche.
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Eros sintió ríos de sudor brotar en su frente. ¿Lo sabía? No podría haberlo
visto, pero, ¿lo había escuchado?
—Sabes, te has estado quedando fuera hasta tarde —dijo ella mientras
caminaba hacia su hijo—. Me asusta que estés ocultándome algo. —
Afrodita pasó sus largos y delicados dedos por el antebrazo de su hijo. Él
no pudo evitar estremecerse un poco.
—¿Y hay algún problema? Tengo una vida, lo sabes.
—No estés tan a la defensiva, querido —dijo, alzando su mano de manera
inocente hacia su pecho—. Se te olvida que estás hablando con la diosa del
amor. Sé de necesidades.
—No voy a tener esta conversación contigo —dijo Eros mientras se dejaba
caer de nuevo en su sillón. Cruzó sus brazos por encima de su pecho y
cerró los ojos, como si pudiera ignorar a su madre.
Ella se sentó junto a su hijo.
—No te estoy juzgando, hijo. Simplemente no quiero que seas herido de
nuevo.
Eros dirigió su mirada hacia su madre, sin saber a dónde iba con esto.
—Simplemente no quiero que pases mucho tiempo con la misma chica.
Como pensé que habías aprendido, no es… sensato que nos encariñemos
mucho con los mortales. —Se inclinó más cerca—. No serás capaz de
mantenerla.
Los ojos de Eros se ampliaron sólo un poco cuando se dio cuenta de que
su madre no tenía ninguna idea de Psique. Simplemente pensaba que
estaba teniendo un romance muy extenso con alguna mortal anónima.
Podía funcionar con eso.
Eros curvó la esquina de su boca en una sonrisa diabólica.
—Está bien. La dejaré. Pero no sigas esperándome en casa. Hay muchas
más de donde vino.
—Lo mismo pienso —dijo Afrodita—, por lo cual quiero que conozcas a
alguien.
No, no, no. No está tratando de emparejarme de nuevo. Por favor,
díganme que no es así.
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—Simplemente adorarás a Iris —continuó ella—. Es brillante, creativa y
aparece en los lugares más hermosos.
—Es un jodido arcoíris. Por última vez, no voy a salir con ella,
¿entendido?
Afrodita dejó caer la agradable fachada.
—Mira alrededor. No es como si hubiera muchas diosas disponibles ahí
afuera. Ya rechazaste la única mortal que te ofrecí. Pero te estás haciendo
muy viejo para mantener esto. Si no te estabilizas pronto y dejas de ser
una peste, Zeus te quitará tus lanzas.
—No le he disparado en meses. ¿Qué lo tiene así?
Afrodita puso sus brazos en su pecho. Miró por una ventana, decidiendo
no responder su pregunta.
—No es él —finalmente gruñó—. Es Hera.
—¿Por qué tiene prisa?
La mandíbula de Afrodita se tensó, con las pequeñas venas cerca de sus
orejas saltando.
—¿Por qué, Madre? —presionó Eros.
—Se dio cuenta de que, cuando escogí a Psique como mi hija mortal, había
más sobre ella.
Eros se sentó, de repente mucho más interesado.
—¿Y qué se supone que eso significa?
Afrodita puso sus ojos en blanco.
—Tal vez Leda no fue la única que hizo un bebé cuando un dios vino de
visita.
—¿Qué estás…? —Frustrado, Eros saltó del sillón—. Sólo dime lo que estás
tratando de decir y deja que hacerme adivinar.
—Poseidón es el padre de Psique. Cuando Hera adivinó eso, reabrió viejas
heridas sobre Zeus engendrando con Helena. Tanto como odia que tú
envíes a Zeus a tener aventuras, la idea de tenerlo teniendo más hijos
medio humanos la vuelve loca. Y Psique le recordó lo posible que es eso.
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La mandíbula de Eros se desencajó. El amor de su existencia no era una
completa mortal después de todo. ¿Eso cambiaba algo? Y más importante,
¿cómo hacía eso que Hera se enojara con él?
—Guau. Ni siquiera había nacido para Helena y probablemente seguía
siendo un infante cuando Psique nació. No. Es. Mi. Culpa.
Afrodita se puso de pie y suavizó su largo y blanco vestido.
—Sí, bueno, ya sea tú culpa o no, el asunto proverbial reside en ti en el
momento. Te sugeriría que hicieras algo para calmar los ánimos.
Eros se recostó contra la pared, sus brazos cruzados por encima de su
hombro.
—Puedo ver que ya tienes algo en mente, así que dímelo.
—Tienes que llevar a Iris a la reunión del consejo del Olimpo de esta
tarde.
Oh, oh. De ninguna manera iba a dejar hoy el palacio.
—Hoy no. Tal vez en otro momento.
—No estoy pidiéndotelo. Llevarás a Iris.
Eros apretó los dientes.
—No puedes venir aquí simplemente y ordenármelo. No soy tú pequeña
marioneta.
Con una dulzura asombrosa, Afrodita puso sus manos en la pared a cada
lado de su cabeza, acorralándolo.
—No eres nada excepto lo que diga que eres. —Un borde de desprecio se
infiltró en su voz—. Tienes poderes del dios del amor sólo porque te di un
poco de mi provincia. Te la quitaré tan fácilmente como te la di.
Eros la miró. Afrodita palmeó la mejilla de su hijo dos veces y se retiró.
—Hasta el Consejo entonces, por la tarde. Esperaré verte a ti y a Iris allí.
Afrodita se dio la vuelta y desapareció en una nube de arena y bruma
marina. Eros odiaba que se fuera de esa forma. Se limpió el sabor salado
de brisa marina de sus labios y se quitó la arena de su túnica. Encorvado
en el sillón, trató de pensar en una manera de salir de esto. Se había
olvidado por completo de la reunión del Consejo. Y por supuesto, tenía
que ir. Incluso si no llevaba a Iris, una orden que ignoraría, no se atrevía a
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faltar a una de las reuniones mensuales de Iris. Especialmente dado que
acababa de ser advertido de que Zeus y Hera ya estaban molestos con
él. Pero el tiempo no podría haber sido peor. Si estaba en el Consejo, no
podría vigilar a Psique y a su hermana. Exhaló una bocanada de aire
cuando se dio cuenta de que sus planes del día tendrían que cambiar. En
realidad no tenía otra opción, lo cual era una realidad que le molestaba
más que cuando tuvo que dejar a Psique sola, esperando a su hermana.
Este día iba en picado.
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Capítulo 33
Traducido por Maia8 (911) y Milyepes
Corregido por amy_andrea
ncapaz de estar más en la cama, abrí las persianas y miré a los
jardines, aspirando el aire de la mañana aún fresco. Era espeso con los
olores de la primavera: pétalos de rosa y rocío, la hierba y la pureza.
Hoy sería un buen día. Podía sentirlo.
—Alexa —grité—. Ven a disfrutar de esta hermosa mañana conmigo.
Alexa vino a mi lado, pero no con la rapidez habitual.
—¿Tú llamaste? —Su tono era sombrío.
—¿Qué te pasa? ¿Cómo no puedes ser feliz en una mañana perfecta de
esta manera?
—Has dormido durante todas las mañanas durante los últimos cinco días.
Todas han estado igual de bien en realidad.
Lancé una mirada crítica en su dirección.
—En serio, ¿qué te pasa hoy? ¿Te he despertado o algo así?
Alexa resopló.
—Ese será el día. Cuando me despiertes.
—¿Te hice algo?
—Podría ser —espetó Alexa.
—Honestamente, no tengo ni idea de qué estás hablando. Dime qué te
tiene tan molesta o descarga tu propio mal humor en algún otro lugar.
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—¿No sabes de lo que estoy hablando? —Alexa estaba casi gritando, pero
su voz tembló de una manera que decía que estaba al borde de las
lágrimas—. Estás apartándonos solo para poder tener una visita más con
tu hermana. ¿Tienes alguna idea de cuánto daño le has hecho? ¿Cuánto ha
sacrificado tratando de hacerte feliz?
Mi corazón estaba dividido en dos direcciones diferentes. Odiaba
escuchar a Alexa tan molesta. Odiaba escuchar que estaba molesta. Pero
también estaba enojada porque daba sus opiniones acerca de mis asuntos
personales. Yo ya había tenido esta discusión anoche y prometido a Aris
que le mantendría al margen en la conversación con mi hermana. Eso fue
entre nosotros dos y se terminó, en lo que a mí respecta.
—No te atrevas a tratar de juzgarme en esto. Mi hermana está de visita
ahora y no será la catástrofe que todo el mundo parece pensar.
Oí a Alexa pisotear hacia la puerta.
—Antes de que te vayas —le dije a sus espaldas—, te recuerdo que tratarás
a Chara con el respeto que se merece.
—Sí, señora. —Alexa cerró la puerta detrás de ella.
¿Qué estaba pasando aquí? Había pasado casi una semana junto con
Alexa y Aris, ciertamente sin pelear con ninguno de ellos y ahora ambos
estaban enojados conmigo. ¿Porque quería ver a mi hermana? ¿Saber de
mi padre enfermo?
Bien, en ese caso podían quedarse enojados.
Me salté el desayuno, así que fui de nuevo a la montaña y saludé a Chara.
Vestirse llevó más tiempo de lo normal porque no me atreví a pedirle
ayuda a Alexa, así que terminé medio corriendo hacia la parte delantera
del palacio.
—Es el momento —le grité a los criados—. Chara estará aquí pronto.
Necesito que se comporten lo menor posible. Alexa, ¿quieres venir
conmigo a buscarla?
No hubo respuesta.
—¿Alexa? ¿Estás aquí?
—Los planes para la llegada de tu hermana no están lo bastante
preparados. No esperábamos visitantes, ya lo sabes. Debería estar aquí
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para asegurarme de que todo es perfecto. —El sarcasmo y el resentimiento
derramaban de Alexa más rápido que arrojar vino de una urna rota.
—Oh, está bien. Entonces volveremos pronto —canté yo, esperando que
mi felicidad fuera tan molesta para Alexa como su amargura lo era para
mí. ¿No entiende que yo necesitaba saber sobre la salud de mi padre? No
es que hubiera rogado a ver a mi hermana simplemente para sentarnos y
beber vino toda la tarde.
Las masivas puertas delanteras se cerraron detrás de mí, mientras me
lanzaba por la montaña.
—¡Favonio! ¿Está aquí ya? ¿Mi hermana volvió?
Con una repentina ráfaga, mi vestido crujió alrededor de mis tobillos y el
viento casi me levantó de mis pies
—Sí —tronó—, pero voy a estar feliz de llevarla de regreso de nuevo si lo
desea.
—Tráela ante mí en este instante.
Favonio se rió. Una risa creciente e imponente que me sacudió hasta la
médula.
—Como quieras.
Tan pronto como llegué a la base del acantilado, Chara fue arrojada a mis
pies. Al parecer, Favonio había tomado de la colina y zambullido con poco
cuidado por su seguridad. Mientras mi hermana se sentaba aturdida,
tratando de orientarse y arreglar su vestido desaliñado, corrí a su lado y
coloqué mis brazos alrededor de su cuello.
―Chara —dije, besando sus mejillas—. Estoy tan contenta de que estés
aquí. No sabes cuánto te he echado de menos.
Agarrándole de las manos, la ayudé a levantarse. Chara se agachó para
recoger un pequeño cofre de madera que había estado llevando antes de
levantarse.
―Déjame que te lo lleve —le ofrecí.
Chara pareció aliviada de no tener que llevar dicha carga, a pesar de que
no era más grande que mi mano.
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—Es para ti, de todos modos —dijo—. Madre envió uno de sus pasteles de
miel, pero me comí la mitad mientras estaba esperando a llegar hasta
aquí.
Hmm... No era exactamente el tipo de saludo que me esperaba. Tal vez
todavía estaba aturdida por su vuelo en una nube.
—Oh, bueno, si tienes hambre, podemos ir al interior —dije—. Podemos
tener todo lo que quieras para comer: ostras, codorniz, carne de cerdo...
Mientras enumeraba algunos de los mejores alimentos que se me ocurría
ofrecer, de repente, Chara se detuvo en seco. Habíamos llegado en torno a
la base del árbol y mi palacio estaba a la vista. Todavía era tan prístino
como el día en que había llegado, con el sol brillando cegadoramente del
techo de oro y paredes de mármol.
—¿Esa es tu casa? —preguntó Chara. Sus cejas se arquearon hacia su
frente.
—Es algo, ¿no?
Mientras nos acercábamos la puerta se abría en invitación. Mi portero,
Mathias, nos dio la bienvenida.
—Mis señoras, bienvenidas —dijo.
Los ojos de Chara se posaron de un lado a otro tratando de encontrar el
origen del saludo.
—Lo siento. Debería haberte advertido que los criados aquí son invisibles.
—Me incliné para susurrarle—. Son ninfas, así que ni siquiera pienses en
pedir verlos.
La puerta se cerró detrás de nosotras y nos detuvimos en el enorme
vestíbulo de la entrada.
—¿Hay algo que pueda hacer por ustedes? ¿Tal vez un vaso de agua o vino
hasta que se sirva el almuerzo? —ofreció Mathias.
Mi hermana parecía demasiado asustada para contestar y se quedó
mirando estúpidamente en la dirección de la voz de Mathias.
—Gracias, Mathias —respondí por ella—. Las dos querremos un poco de
vino.
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—Por supuesto —respondió cortésmente. Al menos podía contar con él y
sus modales. El sonido silbante de su luminosa túnica se alejó para ir a
buscar las bebidas.
—Vamos a los jardines —invité—. Es una hermosa mañana y las rosas
están floreciendo. Es mi lugar favorito hasta ahora.
Me dirigí allí mientras Chara me seguía. Cuando nos acercábamos a la
puerta, se abrió delante de nosotras. Chara dio un chillido asustada.
—Después de ustedes —dijo Alexa. Le lancé una mirada severa en su
dirección, advirtiéndole de no asustar deliberadamente a mi hermana.
—Chara, te presento a Alexa. Ha sido como una hermana para mí
mientras he estado aquí.
Chara arrugó los labios, incómoda.
—No es que pudiera reemplazarte —añadí apresuradamente—. Es que...
bueno, ya sabes lo que quiero decir. Ha sido realmente genial.
Chara asintió con una sonrisa torcida.
—Por supuesto. Las hermanas son siempre geniales la una con la otra,
¿no?
Oh, dioses. Me odia. Sabe que yo sabía lo de Rasmus y ahora me odia. La
noche anterior había dicho que podía hacerlo, pero la realidad me golpeó
más fuerte de lo que esperaba.
—Tienes que entenderlo, Chara, no lo hice...
—¿Qué es este lugar? —Interrumpió Chara.
Me reí nerviosamente, encogiéndome de hombros.
—Nada. O sea, solo es un palacio. ¿Qué quiere decir con qué es? —En
silencio me dije que tenía que dejar de tartamudear. Alexa le dio a mi
mano un apretón tranquilizador.
Chara salió al patio y entró en los jardines. Después caminó de nuevo a
mí, agarrando mis hombros un poco demasiado fuerte.
—Dime lo que está pasando aquí —ordenó. Sus ojos encontraron los míos
y lo único que quise era apartar la mirada.
Justo en ese momento, Mathias entró en el patio. Nuestras bebidas se
cernían sobre una bandeja de plata, flotando en sus manos invisibles. Nos
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entregó a cada una copas con incrustaciones de rubíes y llenas hasta el
borde con el vino tinto.
—Vamos a sentarnos. —Hice un gesto a algunos taburetes acolchados que
habían sido colocados en el patio para nosotras. Nos sentamos
incómodamente en el borde de nuestros trípodes y tomamos un sorbo de
nuestras bebidas.
Tragué saliva.
—¿Qué quieres saber?
—¿Dónde está el monstruo que te llevó? —preguntó Chara mientras
miraba por encima del hombro.
Me eché a reír nerviosamente. ¿No había prometido a Aris que no
hablaríamos de él? Mierda. Esto no iba bien.
—No es realmente un monstruo. La profecía era un poco errónea en eso.
Pero él está cazando en estos momentos. —Lo que parecía una explicación
probable. Padre solía ir de caza durante días cuando era más joven—. Por
desgracia, no va a estar de vuelta a tiempo para conocerte.
Los ojos de Chara se estrecharon en mí.
—Si no es un monstruo, ¿qué es entonces?
Mis ojos se abrieron mientras mi corazón retumbaba en mi pecho. Yo
sabía que tenía que dirigir esta conversación en una nueva dirección. Y
rápidamente. La mano de Alexa apretó mi hombro. ¿Qué estaba tratando
de decirme?
Antes de poder contestar, Chara hizo sus propias suposiciones.
—No sabes lo que es, ¿verdad?
—Yo, ah... bueno...
—Cállate —susurró Alexa en mi oído, tan bajo que solo yo pude oírla.
—Sé que a veces puedes ser un poco estúpida, pero esto desafía toda
lógica. —Chara me miró—. Sabes lo que el oráculo predijo.
—Sí, bueno, tal vez no es tan malo como pensábamos —escupí.
Chara negó con la cabeza.
—Increíble. Es como si ahora solo vieras el mundo en tonos de oro.
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La ira hirviendo en mis venas comenzó a marearme. ¿Dónde estaba
Mathias con la comida? Necesitaba comer algo antes de que tuviera un
ataque de pánico o algo así.
Pero Chara, obviamente, no detuvo su conferencia.
—Has sido tan engañada por todas estas riquezas, no puedes ver que estás
viviendo en una tumba. Vamos, vamos a salir de aquí ahora. —Ella agarró
mi mano y trató de ir en línea recta hacia la puerta trasera.
―¡Ya basta! —gritó Alexa detrás de mí—. No sé de qué estás hablando.
—El Oráculo nunca se equivoca —escupió Chara devolviéndole la sonrisa.
Alexa deslizó su brazo alrededor de mi hombro protectoramente.
—Psique, por favor, no la escuches. Has vivido aquí. Sabes que es verdad.
Que es real. Ella no.
¿Lo sabía yo? Sabía lo que me habían dicho, pero realmente, ¿qué sabía
yo? Sabía que el Oráculo había profetizado que me enamoraría de un
monstruo. Alguien de quien incluso los dioses temían. Pero yo tenía
pruebas de que él no era realmente así. Todas aquellas conversaciones
que nosotros habíamos compartido. Y los besos.
¿Me habían hecho olvidar la profecía?
—Te equivocas —le dije a Chara, mientras que la confusión trabajaba
quebrándome la voz—. Él no es un monstruo.
—Entérate, Psique. —Me regañó mientras dejaba caer mi mano—. Dado
que él aún no te ha matado, probablemente solo está esperando cebarte
para que seas una comida decente.
Cubrí mi cara con mis manos mientras lágrimas calientes fluían hacia mis
mejillas.
—No lo conoces —grité.
—No, ella no lo conoce. —Me aseguró Alexa. Sus suaves manos invisibles
me quitaron las lágrimas—. Y pienso que ya es hora de que se vaya. Ella
no es bienvenida si te perturba tanto.
—¿Vas a confiar en ella antes que en mí? —preguntó Chara—. ¿Alguna vez
se te ha mostrado a ti? Ella podría ser tan monstruosa como esa cosa con
la que vives.
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Mi cabeza se arremolinaba. Alexa me sostuvo fuerte, pero no sabía en
quien confiar. No quise su brazo alrededor de mí más tiempo y lo sacudí.
—Para, Psique —imploró Alexa—. ¿No lo ves ahora? Por eso él no quería
que viniera. Él sabía que te trastornaría con su ignorancia. No dejes que lo
haga, Psique. Confía en tus instintos.
—¿Sus instintos? —Chara se rió—. ¿Te refieres a aquellos que le dijeron
que debía callarse lo de ser amiga de Afrodita? ¿O aquellos que
rechazaron una propuesta de matrimonio de Eros? ¿O qué tal sobre
aquella noche en la cena? —Ella me miró con las cejas levantadas—. Los
rumores sobre su pequeño discurso esa noche volaron a mí más rápido
que si Hermes los hubiera traído.
—Por favor, deja de gritar —le rogué—. Solo déjame pensarlo por un
minuto.
La voz de Alexa era consoladora.
—No pienses en esto, Psique. La única verdad es que Aris te ama.
—Él realmente me advirtió —le confesé suavemente—. Y le prometí… le
prometí que no escucharía nada que ella dijera sobre él.
—¡Eres tan tonta! —gritó Chara—. ¿Por qué crees que te haría prometer
algo así a no ser que supiera que iba a decirte la verdad?
Podía sentir mi pulso saltando bajo mi piel. Mientras los nervios se
arrastraban sobre mí, mis piernas comenzaban a temblar. Por mi propia
salud, esta conversación tenía que terminar.
—Siento que pienses eso. —Miré rápidamente a Chara antes de apartar la
mirada—. En serio, tenemos que dejar de hablar de esto ahora, ¿de
acuerdo?
Los ojos de Chara podrían haberme atravesado como una lanza.
—Tal vez seas feliz holgazaneando mientras esperas ser almorzada, pero
yo no. Me marcho.
—Espera. —Salté frente a ella antes de que pudiera marcharse—. Todavía
no me has contado lo de Padre. Estoy mucho más preocupada por su
salud que por la mía. Por favor, ¿podríamos entrar y hablar de ello
durante el almuerzo?
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Mientras me giraba para enseñarle el camino, un dolor ciego destelló en
mi cabeza y mi visión se oscureció. Los azulejos del patio parecían
balancearse bajo mis pies mientras luchaba para mantener el equilibrio.
Con una mano me sujeté la cabeza, mientras que la otra buscaba alcanzar
algo para estabilizarme. No podía caerme. Pero con el pálpito en mi
cerebro, tampoco podía seguir de pie.
En un instante, el brazo de Alexa me envolvía y Chara corrió a mi lado,
pero ella solo se quedó mirándome.
—Mathias —gritó Alexa—. ¡Ven a ayudarme!
—Mi cabeza —gemí. Antes de que pudiera tratar de recuperar el
equilibrio, Mathias estaba en el patio y me recogía en sus brazos.
—Creo que tiene migraña —explicó Alexa—. Llévala a su habitación para
que pueda descansar.
Mientras Mathias me llevaba dentro, le pedí que esperara.
—Tengo que despedirme de mi hermana.
Me di la vuelta lo mejor que pude en los brazos de Mathias para mirarla,
pero cerré los ojos de nuevo cuando la luz del sol incrementó el dolor
punzante en mi cabeza.
—No te vayas todavía. Al menos quédate para el almuerzo. A lo mejor
desaparece.
—Increíble —murmuró Chara—. Está bien. Voy a almorzar aquí y luego
me voy. Si no estás levantada para entonces, iré a buscarte para
despedirme.
Mientras Alexa le susurraba algo a mi hermana, platos y copas flotaron al
comedor y Mathias me llevó arriba.
Me puso cuidadosamente sobre mi cama y apoyé la cabeza y los pies sobre
almohadones de seda. Luego cubrió mis ojos con una bufanda para
bloquear la luz.
—Ya está. Descanse un poco y olvídese de todas esas tonterías.
—Um Hmm —murmuré en acuerdo.
Pero cuando me quedé sola, una repentina oscuridad de pánico me
inundó. Mi pecho se comprimió mientras mi cabeza daba vueltas con un
mareo asfixiante. ¿Qué iba a hacer? ¿A quién se suponía que tenía que
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creer? Me puse al lado de Alexa en el patio, pero volví a cuestionar mi
decisión. A medida que mi mente nadaba en preguntas, el dolor en mi
cabeza se intensificó y me sumí en un sueño intranquilo.
La siguiente cosa que supe es que Chara estaba agachada al lado de mi
cama, urgiéndome con un suave susurro a que despertara.
—Psique, no tengo mucho tiempo. Alexa vendrá a buscarme pronto.
Solamente escúchame.
Levanté mis codos y parpadeé el sueño de mis ojos. La intensidad de
Chara era atemorizante.
—Si quieres salvarte, escúchame. Oculta un cuchillo y una linterna debajo
de la cama. Esta noche, después de que él se duerma, mátalo. Y sé rápida
en ello. Una bestia como él no te dará una segunda oportunidad de hacer
lo que tiene que hacerse.
— Yo no podría… te lo dije. Él no es así.
—Solamente piensa en ello. Tan preocupada como estoy por ti, no quiero
verte muerta. ¿Me entiendes?
En ese momento la puerta se abrió abruptamente y golpeó la pared de
mármol.
—¿Qué haces aquí? —demandó Alexa en un tono atronador que nunca
había escuchado antes.
Chara se elevó sobre su altura en un modo que estoy segura buscaba verse
orgullosa e intimidante.
—Yo solamente estaba despidiéndome de mi hermana. Y disculpándome
por trastornarla. ¿No es así, Psique?
Temblaba demasiado como para discrepar. Cabeceé débilmente, ya que
no quería otro choque estrellándose a mi alrededor.
—Bien, debes conseguir algo de descanso. Necesitas tu fuerza. —Los ojos
de Chara calibraron los míos mientras me miraba. Ella era demasiado
alta, demasiado imponente, mirándome así. Quise tirar las frazadas sobre
mi cabeza y esconderme.
Quería que se fuera, para que el dolor en mi cabeza también se marchara.
—Viaja seguro —dije, agitando mi mano en despedida.
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Alexa cerró mi puerta otra vez después de que Chara se marchara y
regresé a mis almohadas. Estaba tan cansada. Y confundida.
Y dolorida.
Miré al techo y me pregunté si no estaría enfermándome con gripe.
Recordé los terribles estremecimientos y las arcadas que había tenido
hace unos años y fue una situación miserable. Si Padre estaba sintiéndose
así de enfermo… ¡Padre! Seguía sin saber que le pasaba. Esa era
realmente la razón por la cual necesitaba que viniera mi hermana.
Saliendo de la cama, me apuré por el pasillo para pillar a Chara antes de
que se marchara. Estaba girando la esquina hacia el vestíbulo de la
entrada cuando me congelé en mis pisadas.
Parada frente a las puertas doradas de la entrada, despidiéndose de mi
hermana, estaba una muchacha que daba alegría mirar. Su vestido era del
color azul brillante del río cuando éste se encuentra con el mar y su pelo
ámbar fluía como ondas que se agitaban bajo su espalda. Habría
reconocido su voz en cualquier lugar. Alexa.
Me apoyé en el pasillo para esconderme y escuchar.
—Entonces ya ves —decía Alexa—, es mejor para Psique que no sea capaz
de vernos. No estamos seguros de que pueda manejarlo todo.
Mi hermana cabeceó y rió a sabiendas.
¿Qué le había dicho Alexa sobre mí? ¿Cómo podía dejar que mi hermana
la viera, pero esconderse de mí? Si Alexa me había mentido sobre la mala
suerte de ver a una ninfa, ¿sobre qué otra cosa me había mentido?
En ese mismo momento tuve un pensamiento enfermizo. ¿Qué tal si todo
lo que yo pensaba no era verdadero? La arquitectura podría ser una
astucia complicada para confundirme. Mi nuevo amigo, un espía para
engañarme. Después de todo, tal vez la única verdad era lo que mi
hermana había estado tratando de decirme.
¿Tan estúpida había sido?
El sonido metálico de la puerta de la calle al cerrarse me sobresaltó. No
podía dejar que Alexa me viera aquí. Si tenía alguna posibilidad de
sobrevivir, ella no podía saber que había oído esto por casualidad.
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Capítulo 34
Traducido por hanna
Corregido por LuciiTamy
ros no solo perdió la oportunidad de ver a Psique y a su hermana,
sino que desperdició tres horas por lo demás perfectamente buenas
de su vida escuchando la charla de Iris en un parloteo sin sentido.
Su estómago dio un vuelco cuando casi frunció los delgados labios y bateó
sus pestañas con la esperanza evidente de recibir un beso después del
Consejo. Pero Eros dejó a Iris en la puerta, dándole sólo un rápido:
—Nos vemos en la próxima reunión. —Antes de lanzarse hacia su palacio
en el Olimpo.
Eros atravesó la puerta y se lanzó a su lecho, deteniéndose en el borde.
Con los dedos juntos, empezó a escanear.
Un remolino púrpura mezclado con nubes le llamó la atención en primer
lugar. Favonio llevaba de regreso a Chara a la montaña. Eros no sabía si
sentirse aliviado de que ella se había ido o enojado porque él se había
perdido toda la visita.
Antes de que pudiera decidir, sus pensamientos volvieron a Psique.
¿Cómo la había sostenido?
Eros escaneó a través del patio del palacio y los jardines. Psique no estaba.
Hizo búsquedas en el comedor y la biblioteca sin suerte tampoco. Apretó
los dedos juntos con más fuerza. Por último, comprobó su dormitorio, y
allí estaba ella. No había pensado encontrarla allí ya que era la mitad del
día. Pero ahora, su casi pánico a no encontrarla inmediatamente parecía
tonto. Ella le había mostrado tan solo hace unos días que él no tenía por
qué preocuparse de que faltase ahí.
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Convencido de que Psique se había dormido, Eros ignoró la luz del sol y
voló hacia su palacio para encontrar Alexa.
—Bueno —le susurró cuando la encontró—, dime lo que pasó.
—¡Ack! —comenzó Alexa, empujándose a sí misma con su aguja de coser
lo suficiente para extraer la sangre—. ¡Mira lo que me hiciste hacer! —
Alexa atrapó el dedo herido en la boca—. Nogh soghprensas a la gente —
dijo.
Eros dejó escapar un largo suspiro.
—Lo siento. Entonces, ¿qué pasó?
Las cejas de Alexa se fruncieron.
—¿No estabas mirando?
—Tuve Consejo hoy —explicó Eros mientras se dejaba caer en una silla
cubierta de cuero en la esquina de la sala de Alexa.
—Bueno, te perdiste un show. La hermana de Psique trató de volverse en
contra tuya, como pensaste que lo haría. Chara se enojó tanto que tiene
una migraña, incluso. Pero Psique era fuerte. Ella cambió de tema y va a
estar bien.
Eros exhaló el aliento que no se había dado cuenta que había estado
conteniendo.
—¿Está bien?
—Fue el estrés. Estoy segura de que va a estar mejor ahora que Chara se
ha ido.
—Supongo que eso explica por qué está durmiendo la siesta —murmuró
Eros.
—¿Quieres oír la parte realmente buena? —Los ojos de Alexa eran
enormes de la emoción—. Psique ya estaba descansando cuando Chara se
fue, así como que no le importara que se fuera, como yo le mostré. —Sus
dientes brillaron debajo de su sonrisa traviesa.
—Aprecio el gesto, pero no estoy seguro de que ella se merece lo que viene
ahora.
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—No lo entiendo —se quejó Alexa—. Ella insistió en llamarte monstruo. Y
trató de que Psique saliera con ella. Definitivamente merece la mala
suerte que recibe.
Los dientes de Eros crujieron mientras pensaba. Chara trató de llevarse
lejos a Psique. Él prefería ser fusilado a perderla. Finalmente, asintió.
—Hiciste lo correcto.
Quizás sintiendo su tensión, Alexa se volvió solemne.
—Favonio no la dejó caer en el camino de vuelta hasta el acantilado,
¿verdad? Yo no estaba tratando de matarla ni nada.
—Lo sé —le aseguró Eros—. Y no, vi a Chara volver. Pero sabes que algo
está por venir. Ningún ser humano nunca escapa a la mala suerte de
seguir viendo una ninfa.
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Capítulo 35
Traducido por Equi
Corregido por Maia8
espués de ver a Alexa y a Chara juntas, me deslicé de nuevo a mi
habitación y me eché boca abajo en mi cama. Tuve que morder mi
almohada para ahogar los sollozos que amenazaban con salir de
mi garganta a gritos. Igual que el vidrio helado rompiéndose, mi corazón
se sentía como si se hubiera fragmentado en un millón de fragmentos
dentados.
No era ni siquiera que yo sabía ahora que Aris era un monstruo.
Eso parecía insignificante en comparación al conocimiento de que
cualquier sentimiento que estuviera empezando a tener por él, lo había
manipulado. Esos tiernos momentos que habíamos compartido, las dulces
promesas que había plantado como besos en mi alma, eran todas
mentiras. Había prometido amarme siempre y yo le había creído de buena
gana. ¿Cómo no había visto que solo estaba adormeciéndome en una falsa
sensación de seguridad?
De repente me sentí tan enojada que me hubiera gustado poder hundir
mis uñas en la suave carne de bebé, de su cara sintiéndose perfecta y
rasgar. Separar puñados de rizos de su cuero cabelludo. Cavar por debajo
de la negra máscara de perfección que llevaba y descubrir al monstruo
interior.
Me sentí como si hubiera estado viviendo en el mejor sueño del mundo
por los últimos días, sólo para despertar justo donde caí dormida:
temblando en esta cama, esperando a que un grotesco monstruo viniera a
reclamarme.
Sólo que esta vez, yo estaría lista.
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Sentándome para limpiar mis lágrimas, decidí que había tenido suficiente
de simplemente sentarme y aceptar la vida que el destino me entregó. No
me ofrecería como un sacrificio, no importa lo que alguna profecía
estúpida dijera.
De todas las cosas, ¿por qué mi hermana tenía que estar en lo cierto
acerca de esto? Cerré los ojos, preparándome para la prueba que
esperaba.
Chara me había dicho qué hacer. Una linterna y un cuchillo era todo lo
que necesitaba. Yo podría conseguir un cuchillo de la cocina y estaba
bastante segura de que había visto una linterna en la biblioteca cuando
Alexa me dio mi gira oficial.
Localizarlas sería la parte fácil. Recuperarlas de forma desapercibida en
una casa llena de sirvientes invisibles sería más difícil.
Subí mis piernas hacia mi pecho y abracé mis brazos alrededor de ellas.
Apoyando mi cabeza sobre mis rodillas, intenté encontrar la manera de
conseguir lo que necesitaba. La clave sería una distracción Alexa, la bruja
traidora. Tan pronto como supiera que yo estaba despierta, ella querría
chismear acerca de lo horrible que era mi hermana y no se iría. Habría
gritado si tuviera que escucharla hablar mal de Chara como si ella fuera el
mal.
Tal vez yo podría decirle que había pensado en el diseño de un vestido
nuevo y quería que ella empezar a trabajar en él de inmediato.
Que yo quería sorprender a Aris con él tan pronto como sea posible.
Ella podría comprar eso, pero no la mantendría lo suficientemente lejos. Y
si necesitaba cualquier tela o hilo, o cualquier otra cosa que sirva para
hacer un estúpido vestido, ella podría salir de su habitación y atraparme
escurriéndome.
Yo la necesitaba fuera del palacio.
Y entonces se me ocurrió.
—Alexa —llamé, con dulzura atada con acritud. Era lo mejor que podía
hacer.
Ella estaba a mi puerta con su inmediatez de costumbre.
—¿Estás sintiéndote mejor? —preguntó con evidente preocupación. Falsa.
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—¿Sabes lo que realmente me gustaría —pregunté—. Algo de torta de
miel. Ver la torta de miel de mi madre hoy me hizo antojarla, pero Chara
casi se la comió toda.
—Eso es bastante fácil. El chef puede preparar tantos panes como tú
quieras.
Suspiré y e hice una mueca enfurruñada.
—Pero así no sería lo mismo —me quejé—. Mi madre siempre utiliza miel
fresca que ella misma obtiene de las colmenas. ¿Podrías ir a buscarme
algo fresco... por favoooooor?
—¿En serio?
—Significaría mucho para mí. Voy a ser tu mejor amiga.
Ella suspiró.
—Por lo general te diría que te quedes con la miel que ya tenemos, pero
teniendo en cuenta el día que has tenido...
Hice una actuación aplaudiendo con entusiasmo.
—¡Gracias, A lexa! Eres la mejor. Llévate al chef contigo para ayudarte. Yo
no quiero que te piquen las abejas.
En verdad, esperaba que fuera picada por un millón de puntiagudas colas
de abejas y su garganta se hinchara cerrándose. Ella era mucho más fácil
de odiar que Aris. Si no fuera por ella, podría nunca haber confiado en él
en primer lugar.
—Está bien. ¿Necesitas algo antes de irme? —preguntó.
Rodé los ojos y la despedí con un gesto flojo.
—No es como que no puedo manejarme por mi cuenta.
La puerta comenzó a cerrarse detrás de Alexa, pero luego se abrió de
nuevo.
—¿Estás segura de que te sientes bien? Chara fue muy dura contigo hoy.
No estás actuando como tú misma.
—Estoy bien —le dije, con un borde afilado en mi voz—. ¿No puedo
antojarme de pastel de miel después de tener la peor migraña en la
historia del planeta?
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—Lo siento, Psique. Solo que pareces... no importa. Yo estaba preocupada,
es todo.
Lancé una mirada en su dirección por debajo de los párpados
entrecerrados.
—No tienes que preocuparte por mí. Estaré bien.
—Está bien —dijo ella, desinflada—. Estaremos de vuelta con la miel
dentro de poco. Tal vez deberías descansar mientras estamos fuera. —
Alexa cerró la puerta suavemente detrás de ella.
—Tal vez deberías ocuparte de tus propios asuntos —me quejé, ni siquiera
importándome si ella me oyó o no.
Le di a Alexa y al chef unos diez minutos para salir del palacio antes de
que me escabullera por el pasillo hacia la cocina. Esta no era una
habitación en la que había estado todavía, pero al menos sabía dónde
estaba. Mientras medía el tamaño relativamente pequeño de la
habitación, con sus jarras de vino, líneas de especias y ollas de cobre, me
di cuenta de que no tenía idea de dónde buscar.
Tan silenciosamente como pude, abrí los cajones del armario enorme,
revolviendo el contenido en busca de un arma. No pasó mucho tiempo
para localizar una cuchilla brillantemente afilado con un mango robusto
de madera. Envolví mis dedos lentamente alrededor de la empuñadura y
sostuve el cuchillo hasta conseguir sentirlo en mi mano.
¿Puedo realmente hacer esto? ¿Podría realmente asesinar a alguien?
¿Qué opción tenía?
Después de envolver el cuchillo en un paño de cocina de lino, lo deslizó
bajo mi cinturón, justo por encima de mi cadera. Si dejo que mi brazo
caiga a mi lado, podía ocultar mi contrabando bastante bien.
Saliendo de la cocina, giré a la izquierda y crucé a través del comedor
antes de alcanzar por otro largo pasillo la biblioteca. Sobre la mesa, justo
donde yo esperaba que estuviera, estaba la linterna que necesitaba.
Mientras corría pasando los taburetes en mi camino al escritorio, tropecé
con un pie invisible. En mi prisa, no me había dado cuenta del pergamino
flotando. Hubiera sido un indicio evidente de que alguien estaba leyendo
allí. Mis pies salieron por debajo de mí, mientras caía hacia adelante.
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Golpeé mi cabeza con la esquina del escritorio, azotando mi cabeza hacia
atrás. Mi cuello crujió dolorosamente por la sacudida.
—Psique, ¿estás bien? —preguntó Mathias mientras arrojaba su
pergamino a un lado y me recogió del piso de mármol.
Lancé una mano protectora sobre mi ojo derecho lesionado. Un bulto del
tamaño de una ballena parecía que ya estaba empujando su camino a la
superficie. No había planeado llorar otra vez ese día, pero el dolor era
insoportable. Yo no podía ayudarme a mí misma.
—Te voy a llegar a tu habitación —prometió Mathias—. ¡Alexa! Alexa, trae
un poco de hielo para Psique —gritó él.
—Um... —gemí—. Deja de gritar. —Su voz hizo que mi cabeza palpitara.
Una ganancia.
—Ella no está aquí. Me está consiguiendo miel. Voy a estar bien, sólo
déjame recostarme.
Mientras Mathias me colocaba cuidadosamente sobre la cama, dijo:
—Ya van dos veces en un día, Miss Psyche. Debe tomarlo con calma.
Le di la espalda a Matías mientras rodaba sobre mi costado, doblándome
en una bola.
—Gracias, Mathias. Eso es todo.
—Por supuesto —dijo él. Le pude oír retroceder en la habitación.
—Oh, Mathias, espera —le dije, mirando hacia atrás por encima de mi
hombro en su dirección—. Yo estaba tratando de conseguir la linterna de
la biblioteca cuando me caí. ¿Puedes traérmela?
—Sí, señora. ¿Le importa que le pregunte por qué la necesita aquí…?
—Sí —le interrumpí—. Me importa.
No que yo fuera tan brusca, tan grosera. Esperaba no haber revelado
demasiado de mi plan. Pero no podía evitarlo. En lo que a mí concernía,
todos los miembros de la casa estaban al tanto del plan para engordarme
para una barbacoa humana.
Mathias volvió y colocó la linterna en mi tocador.
—¿Servirá aquí?
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—Eso está bien. —Giré mi mano hacia la lámpara antes de recubrir mi ojo
hinchado—. Ahora, por favor, mi cabeza me está matando. Asegúrese de
que nadie viene por aquí y me molesta.
—Sí, señora —dijo Mathias, pero sin su por lo general tono paternal. La
puerta se cerró de golpe con más fuerza que la que una persona feliz
habría usado para cerrarla.
Mientras los sonidos golpeando en mi cabeza empezaban a calmarse, fui
capaz de pensar lo suficiente para darme cuenta de que golpear mi cabeza
había sido en realidad una cosa buena. No había mejor excusa para alejar
a Aris que tener un dolor de cabeza. Había funcionado anoche, después de
todo.
Pasaba a intervalos dentro y fuera del sueño. Cuando por fin desperté, los
últimos rayos del día estaban siendo succionados hacia abajo en la tierra,
tirando una manta de color naranja y rosa a su paso. Con un sobresalto,
me di cuenta que no había guardado mi cuchillo y la linterna aún y salté
de la cama. El repentino drenado de sangre de mi cabeza me hizo sentir
tan mareada que pensé que estaba teniendo otra migraña, pero me las
arreglé para mantener el equilibrio con la cabecera hasta que las estrellas
desaparecieron de mi vista.
Cogí la linterna del tocador, saqué el cuchillo de mi cinturón. Mientras
escondía los artículos bajo la cama, yo esperaba que él no tuviera ninguna
razón para mirar allí esta noche.
No fui a cenar ya que no tenía el estómago para alimentos. Además, me
imaginé que era mejor que la probabilidad promedio de que cualquier
cosa que comiera se devolvería. Así que después de esconder mi
contrabando, puso mala cara en mi cama y esperé, deseando que los
minutos pasaran más lentamente así podría posponer la acción.
Cuando la oscuridad envolvía el palacio, finalmente, Aris apareció en su
forma envuelta, como siempre. Pero esa noche, su capa había vuelto a
sentirse algo siniestro que tentadoramente misterioso.
Hice una mueca cuando él me envolvió en sus brazos y mi reacción
obviamente lo sorprendió con la guardia baja. Tan rápidamente como me
había abrazado, me soltó y me estudió con esos penetrantes ojos azules
suyos.
—¿Qué pasa, amor? —preguntó—. ¿Tu hermana ha…?
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—No —le interrumpí. Mi hermana era el último tema del que quería
hablar con él. Incliné la cabeza y mostré la masa hinchada por encima de
mi ojo derecho—. Me caí, es todo. Solo que duele mucho.
Sin decir una palabra, se inclinó y besó suavemente mi golpe. El calor
recorrió a través de la herida y la sensación me hizo marearme y volverse
menos dolorosa.
Busqué en sus ojos por algún rastro de maldad. Algo para mantenerme
comprometida con mi plan cuando él por otro lado parecía tan inocente y
cariñoso. A pesar de mis mejores esfuerzos para contenerla, una sola
lágrima pinchó su camino a través del umbral de mis ojos y rodó por mi
mejilla. Él la besó suavemente también.
—¿Hay algo más que te molesta?
Dudé por un segundo más de lo que debería haber antes de responder
débilmente:
—No.
Él levantó mi barbilla con la suave punta de sus dedos y sostuvo mi
mirada.
—Voy a matarla si te causó algún dolor.
—¡Basta! —grité, alejando su mano de mi cara—. ¡No hables de mi familia
así! ¿Cómo es posible que puedas decir una cosa así?
Me volví de espaldas a él y escondí la cara en mi almohada, sollozando de
nuevo.
—Psique, lo siento. —Él acarició mi espalda. Cada toque sintiéndose como
un pequeño pinchazo con lo que tuve que luchar para evitar hacer una
mueca de nuevo—. No no estaba pensando.
Retorcí mi hombro en un gesto que yo esperaba que dijera que dejara de
tocarme, y le dije, una vez más, que mi cabeza me dolía mucho y sólo
quería ir a dormir.
—¿Quieres que me vaya? —preguntó.
—No —respondí, tal vez demasiado rápido, mientras giraba mi cabeza
para mirarlo. Si se iba, no sería capaz de matarlo—. No, por favor,
quédate. Me siento mejor cuando estás aquí.
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La mentira había sido más fácil de decir de lo que yo habría esperado. Y él
pareció creerme.
—Cualquier cosa —respondió, dándole a mi pelo un roce final con su
mano—. Yo siempre estaré aquí si me necesitas.
Todo en lo que yo podía pensar era: no si puedo evitarlo.
Me alegré de haber dormido la siesta toda la tarde. De lo contrario,
esperar por él para que cayera dormido hubiera sido imposible. Pareció
tomar horas antes de que su respiración se volviera un rítmico entrar y
salir que señalaba que por fin se había dormido. Yo había estado imitando
los sonidos que hacía al dormir yo misma por tanto tiempo que estaba en
un trance casi de ensueño cuando pasó. Mi respiración constante había
ayudado a calmarme y relajarme, sin embargo, así que cuando lo escuché
dar un pequeño ronquido de recién dormido, estaba mentalmente
preparada para llevar a cabo mi plan.
Al principio fui lo suficientemente valiente como para deslizar mi pierna
izquierda fuera de debajo de las sábanas. Observé su forma nublada para
asegurarme de que no se movió ni que sus ojos de repente se abrieran.
Entonces dejé que los dedos de mis pies tocaran el suelo de mármol y me
deslicé hasta el borde de la cama.
Cuando él resopló y se movió en la cama, me congelé contorsionada,
medio dentro y medio fuera de la cama. Callada en verdad.
¿Cómo se suponía que explicara por qué estaba inclinándome envuelta
sobre el borde del colchón si se despertaba? Contuve la respiración y
esperé hasta que su respiración volvió a su ritmo constante.
Lentamente, me deslicé completamente fuera de la cama y me acurruqué
en el suelo. Buscando alrededor la daga y la linterna, silenciosamente
deseé no haberlos escondido tan lejos bajo la cama cuando los había
escondido antes. Sentada en el piso frío, repasé mi plan por millonésima
vez en mi cabeza. Encender la linterna, ver al monstruo; conducir mi
cuchillo a su corazón, matar al monstruo. Era tan rápido y fácil. Estaría
terminado antes de que me diera cuenta. Estaría a salvo de nuevo.
Repetí ese último pensamiento como un mantra mientras poco a poco me
levantaba desde el suelo.
Estaría a salvo de nuevo. Estaría a salvo de nuevo.
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Sosteniendo la linterna en mi mano izquierda y la daga en la derecha, me
deslicé alrededor de la cama hasta que me paré directamente sobre la
enorme masa negra durmiente del monstruo. Cerré los ojos una última
vez y luego encendí la linterna.
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Capítulo 36
Traducido por Jhos
Corregido por Jut
a suave luz de la linterna arrojaba su resplandor caliente sobre Aris.
Mientras parpadeaba a través del repentino brillo, vi la luz
atravesar lentamente la mortaja. Me preparé para la forma más
horrible que podía imaginar. Escamas de distintos tonos verdes, negra
alas aceitosas, o garras afiladas. Imaginé que si él podía crear el palacio y
todo lo que estaba en él, fácilmente podía hacerme sentir piel delicada y
cabello rizado, juvenil.
Entonces cuando la mortaja comenzó a caer lejos, revelando carne en
lugar de escamas, aspiré un jadeo de sorpresa, la luz atravesó el sudario
más y más, dejando al descubierto los rasgos al detalle bajo de mis dedos
cuando volamos juntos, comimos juntos… nos besamos juntos.
Sus suaves y delicados dedos fácilmente atravesaron su pecho cincelado y
musculoso. Detrás de su espalda estaban escondidas alas tan blancas que
parecían brillar. Antes de poder evitarlo, extendí mi mano y toqué la
punta de una pluma satinada, pluma blanca.
Y de repente, lo supe.
La sangre subió a mi cuello, latiendo y palpitando, amenazando con
explotar un buque si no podía conseguir poner mi temperamento bajo
control. ¡Cómo se atreve a ser el elegido!
Seguí la luz arriba de su cuerpo cuando corto a través de la oscuridad y
reveló su rostro. Efectivamente, era el rostro que no tenía nada que hacer
recordando, incluso si no podía verlo con mis ojos.
Con su cabeza girada en el sueño, pude ver la línea de su mandíbula
perfectamente definida, sus suaves labios con forma de arco, su nariz
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recta clásica y sus largas, pestañas oscuras. Espesos rizos del color del
ámbar oscuro caían descuidadamente alrededor de su suave rostro.
Mi mente daba vueltas. ¿Cómo había ocurrido esto? Eros me odia. Lo
odio.
¿Me había engañado en estos sentimientos, solo para dejarme en un lío
arrugado después? Eso había sido el plan. Afrodita. Él. No importa.
Atacando mi corazón se sintió un traición peor que cuando pensé que iba
a matarme pronto.
Y entonces aún un pensamiento más alucinante se deslizó en su lugar.
Casi asesiné a Eros. Corrección—trate de matar a Eros. No asesinas a los
dioses. ¡Pero aun así!
Cuando me di cuenta de lo que casi había hecho, instintivamente me eché
hacia atrás y el cuchillo se deslizó de mis manos. Cayó al piso de mármol
con una serie de tañidos penetrantes mientras rebotaba muchas veces
antes de finalmente detenerse. Me incliné rápidamente para recoger el
cuchillo, como si recogiéndolo podría de alguna manera tomar de regreso
el sonido, no molestándome en pensar sobre la linterna que sostenía en
mi otra mano temblorosa.
Cuando me incliné, la luz se apagó y el aceite candente de la linterna se
derramó por todos lados. Nuestros gritos atravesaron la noche al mismo
tiempo. Dejé caer la linterna y el cuchillo y aullé de las quemaduras
dolorosas en mis dedos. Aris—no, Eros, se lamentó también con el
inconfundible sonido de dolor.
Lo había quemado.
Con un destello de luz brillante, Eros se iluminó a sí mismo. Él rondaba,
batiendo las alas furiosamente, solo sobre la cama.
—¿Es esto lo que querías ver? —Su voz tronó hacia mí.
—En realidad, no —me rompí—. No puedo creer que me hicieras esto a
mí.
—¿Hacerte esto a ti? —gritó. Su luz interna surgió más brillante—. ¿Qué
hice exactamente excepto caer dormido?
Crucé mis brazos defensivamente a través de mi pecho.
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—Me mentiste. Has estado mintiéndome. Haciendo que me gustes.
Engañándome para besarte. —Mi estomago se apretó al pensamiento—.
En verdad pensé que tú… no importa.
—No puedo creer que sean tan ciega —gruñó—. La única cosa en la que te
mentí fue sobre mi nombre.
Extendí la mano para tocar su brazo, para empujarlo abajo hacia mí así
podríamos hablar de esto en igualdad de condiciones, pero él se cernió
fuera del alcance.
—Lo siento —murmuré—. Pensé que ibas a matarme. No lo sabía.
—Por supuesto que no lo sabías —tronó, de repente pareciendo más
molesto—. Ese ha sido nuestro trato desde el comienzo.
—No nuestro trato. Tu trato —disparé de regreso y me subí sobre la cama.
Si él no vendría abajo, iría arriba—. Todo lo que he querido desde que
vine aquí era verte. No estaríamos teniendo este problema justo ahora si
no hubieras estado escondiéndote.
—No, tienes razón —dijo, resguardándose en sus alas y cayendo abajo
para mirarme directo a los ojos—. No estaríamos, porque estaríamos
muertos. Mi madre no habría tomado a ambos para ahora por desafiarla.
Cubriendo mis ojos con mi mano, suspiré.
—Entonces, ¿que hacemos ahora?
—¿Nosotros? No hay un nosotros. He de conseguir salir fuera de aquí
antes…
Cuando descubrí mi rostro para ver qué lo hizo detenerse a mitad de
oración, me di cuenta que sus ojos estaban trabados en algo sobre el piso.
El cuchillo.
Sus ojos estaban abiertos y redondos. En ellos leí horror. Furia. Pena.
Sus fosas nasales se dilataron mientras corto su penetrante mirada de
regreso a mí. Apretó sus dientes tan fuerte que pude ver las venas
destacarse fuera de su mandíbula.
—¿Qué. Estabas. Haciendo? —puntualizó cada palabra con ira.
No podía contestarle. Ni incluso quise admitir a mí misma lo que había
planeado, ¿cómo podía decirle?
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Eros agarró mi rostro con ambas manos, forzando mis ojos a encontrarse
con los suyos.
—Dime qué estabas haciendo —siseó—. Todos nuestros secretos están
fuera ahora, ¿cierto?
Me estremecí bajo su fría mirada, pero traté de explicar como mejor pude.
—Estaba enamorándome de ti, justo como la profecía dice y se sintió tan
correcto —comencé.
—Guárdalo para una noche en la que no te atrape escabulléndote
alrededor con un cuchillo.
Sacudí mi cabeza fuera de sus manos, siseé:
—¿Quieres mi respuesta o no?
Estaba callado.
—De acuerdo, solo escúchame. Al principio no le creí a mi hermana. Ella
dijo que iba a engordarme para comer o algo —bufé. De todas sus ideas
ridículas. ¿Cómo siquiera había pensado eso?
Él estaba mirando lejos ahora, y necesitaba que creyera que estaba siendo
sincera. Aunque era Eros y no Aris, si había estado diciéndome la verdad
sobre todo lo demás, merecía saber lo que pasaba. Deslicé mis manos
dentro de las suyas. Su toque todavía enviaba escalofríos dichosos
ondeando sobre mi piel incluso aunque estábamos peleando.
—Sabía que nunca me harías daño. Sentí eso. —Apreté más fuerte—. Pero
después de todo lo que había pasado con Al…
Él me cortó, dejando caer mis manos y di un paso lejos cuando él lo hizo.
—¿Cuántas veces se suponía que diga te amo antes de que lo creas? —
Miré hacia abajo con culpa—. ¿Antes de que pararas de planear mi
asesinato?
—Estás haciendo esto mucho peor de lo que necesitas. —Parpadeé y una
ola de lágrimas rodaron por mi rostro—. ¿Podemos hablar sobre esto por
favor? Lo siento. En verdad, en verdad, lo siento. —Tragándome el nudo
en mi garganta, solté—: Creo que pude haberte amado.
Eros miró hacia abajo dentro de mis ojos. Estudiándome, leyéndome.
—Creo que pude haberlo hecho también.
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Sus ojos se humedecieron.
—Nunca sabrás cuanto me duele esto —dijo—. Adiós, Psique.
Sus palabras eran peor que tener una lanza a través de mi pecho ¿Qué era
eso? ¿Después de todas las promesas que hizo de amarme por siempre y
ahora estaba diciéndome adiós? La agonía en mi corazón me dijo que
tenía más que una oportunidad de amar, que en verdad lo habíamos
tenido.
Y había estado literalmente demasiado ciega para ver nada más que mi
propio miedo.
Abrí mis ojos al sonido de sus alas llevándolo hacia la ventana. No podía
dejarlo irse así. Así no era como se suponía que las cosas terminaran entre
nosotros.
Con una rapidez que nunca supe que tenía, salté de la cama y agarré uno
de sus tobillos.
—No estás yéndote —le dije—. No así.
Alcanzando abajo, agarró mi muñeca y me empujó arriba hasta que estaba
apretada contra su pecho. Sus ojos eran duros cuando cruzamos el umbral
de la ventana y flotamos en el jardín.
—Tienes razón. No puedo dejarte así, ¿o si?
Una pequeña onda de esperanza creció en mí. Hasta que continuó:
—Demasiada evidencia. —Me dejó caer en la hierba empapada de roció y
rápidamente se disparó fuera de mi alcance.
—¿Qué? —tartamudeé.
—Lo siento. Psique, pero necesitas alejarte del palacio. Ahora.
Y entonces la tierra comenzó a temblar. Los cimientos del palacio se
doblaron y cedieron; el techo colapsó. Un polvo asfixiante se levantó a
alrededor de mí mientras veía todo lo que había llegado a conocer, pensar
que mi vida en estos últimos días, reducido a escombros.
El sonido de sus pesadas alas batiendo lejos en la distancia.
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Capítulo 37
Traducido por Jhos
Corregido por Vericity
uando miré en la oscuridad, buscando a Eros, escuché una voz
familiar detrás de mí.
—¿Qué sucedió? —se lamentó Alexa.
—¡Oh, Alexa, tienes que ayudarme!
—¿Qué hiciste? —preguntó.
Miré abajo, incapaz de de encontrar sus ojos que sabía estaban
perforando mi cabeza.
—Le creí a ella… —Mi voz se fue apagando. Esperé que esto diría a Alexa
lo suficiente de lo que necesitaba saber. ¿Cómo podía admitir más?
—¿Y qué? Tengo que saber como de malo está si voy a arreglarlo.
Miré por encima de sus hombros al palacio arruinado. Sacudiendo mi
cabeza en esa dirección, dije:
—Eso es malo. —Le di un pesado suspiro antes de continuar—: No le creí
al principio. Mi hermana dijo que era un monstruo, pero no le creí. No en
realidad. Hasta que te vi hablándole a Chara. Y estaban riéndose de mí. —
Mi voz había caído en un pequeño susurro.
La oí aspirar una bocanada de aire fuerte.
—Psique, lo siento. Se suponía que nunca nos verías. Es una suerte
horrible que me hayas visto. Quiero decir en verdad, realmente horrible.
—¿Entonces por qué? ¿Por qué mi hermana consiguió verte?
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—Porque trataba de darle mala suerte. Ella era tan horrible mientras
estaba aquí, pensé que se lo merecía. Y nosotras… bueno, yo… no estaba
riéndome de ti, cariño. Tenía que darle una razón de por qué tú no podías
verme y ella sí. —Para ahora, Alexa estaba abrazándome con fuerza y me
mecía de atrás y adelante lentamente, consoladoramente.
—Estoy tan feliz de saber que estás bien. —Me estremecí—. El palacio se
derrumbó tan rápido.
—Él consiguió el temperamento de su madre, pero no creo que te vaya a
guardar rencor por mucho tiempo. —Alexa trató de sonar segura, pero
escuché bastante duda pesando en su voz—. Tienes que conseguir
mostrarle que estás arrepentida y estoy segura que te perdonará. —Me
sostuvo a un brazo de distancia—. ¿Qué le dijiste para hacerlo enloquecer
tanto de todos modos?
—No es tanto lo que dije, como lo que hice.
Alexa estaba callada, lo que significaba que tenía que continuar.
—Pensé que él iba a matarme. —Me apresuré a través del resto de mi
historia, esperando que si escupía las palabras fuera lo suficientemente
rápido, el impacto no sería tan malo—. Así que llevé un cuchillo y una
linterna, y lo busqué, e iba a apuñalarlo, pero entonces lo vi y supe que mi
hermana estaba equivocada y caí presa del pánico y dejé caer el cuchillo y
derramé aceite caliente sobre él y despertó y vio lo que pasaba y peleamos
y ahora me odia.
—Mierda —dijo Alexa, de pie y dejando ir mis hombros—. Esto va a ser
muy difícil de arreglar. No imposible, pero cerca. Trataré de pensar en
algo, pero necesitas tratar de encontrarlo. No pares de buscar.
—Espera, ¿dónde vas? No puedes dejarme también —le grité.
—No tengo opción. Está llamándome. No puedo rehusarme.
Pánico surgió de mi pecho.
—¿Adónde voy? Ni siquiera sé dónde buscar.
—Pídele ayuda a los otros dioses donde puedas. —Su voz sonaba más
lejana—. Sigue la corriente a través del bosque para salir de este valle.
—¿Te veré de nuevo?
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—Eso espero. —Alexa estaba ahora tan lejos que gritaba para que pudiera
escucharla—. Y toma esto. Ellos empezaron los problemas, tal vez puedan
ayudar de alguna manera. —Fuera de las ruinas del palacio, el cuchillo y la
linterna flotaron a mis pies.
—Regresa —grité—. Te necesito.
No hubo respuesta. Alexa se había ido.
Por un rato me permití mi típica reacción a las malas noticias. Lloré
histéricamente, hipo inducido por lo sollozos. Pero cuando el torrente
inicial de lágrimas lavó a través de mí, supe que no había razón para
quedarme allí berreando. Era el momento para comenzar mi búsqueda.
Traté de no pensar en la imposibilidad de esa tarea. Él probablemente
estaba de regreso en el Monte de Olimpo para ahora y no tenía manera de
llegar allí por mi cuenta. Pero Alexa me había dicho que buscara y no
tenía nada más excepto seguir adelante. Así que metí el cuchillo dentro de
mi cinturón, agarré la linterna y comencé a caminar.
Llegué al arroyo como dijo Alexa, había que pasar a través del jardín.
Había pasado por demasiadas horas aquí fuera los últimos días, adorando
las flores y esculturas y el murmullo de las fuentes. Ahora eran una
sombra de lo que fueron, pareciendo completamente en ruinas en la luz
de la mañana. Las flores estaban muertas y caídas. Las esculturas estaban
tan arruinadas como si Hefestos hubiera tomado sus herramientas y
destruido cincelando las hermosas características. Y el jardín estaba
extrañamente silencioso, como si todo insecto viviente y ave hubiera
encontrado la extinción allí.
Más allá de las coberturas muriendo del laberinto del jardín encontré la
corriente que Alexa me había dicho que siguiera. Cuando alcancé la línea
de árboles que marcaban el comienzo del denso bosque, me volteé para
mirar atrás a mi arruinado hogar. El palacio se había ido. Ni siquiera
quedaban los escombros. Las esculturas agrietadas y rotas se habían
desvanecido. Ni un solo pétalo de los jardines sobrevivió. No quedaba
nada de mi breve antigua vida excepto un claro vacío sentado entre la
base de un acantilado dentado y la entrada a este oscuro bosque.
Aspirando una respiración relajante, caminé dentro de los árboles y
terminé mi camino a través de las marañas de extremidades. Para el
momento que el sol comenzó a ponerse, mis pies dolían tan mal como mi
corazón, y mi estómago estaba cerca. Cuando mis piernas literalmente no
pudieron llevarme ni un paso más, me hundí en algún musgo acolchado
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en la base de un árbol de laurel. Con mi espalda contra el tronco, miré
arriba a las hojas y a los últimos rayos del sol goteando a través del cielo.
Pensé que debía tener algún tipo de alucinación inducida por el cansancio
cuando las extremidades del árbol lentamente me envolvieron en un
espinoso abrazo. Y entonces el árbol me habló.
—Pobre Psique —murmuro el árbol en una voz apenas más alta que la
briza susurrando sus hojas—. Otra de las victimas de Eros.
Estaba demasiado cansada para estar asustada. Mi corazón saltó a mi
garganta por otra razón.
—Victima? ¿Significa que estaba destinada a ser su blanco entonces?
—No como crees. Pero él es descuidado. Soy víctima también.
—¿Vas a decirme? —pregunté.
El viento se agitó a través de sus hojas, casi como si el laurel suspiraba a
través de sus ramas.
—Era una ninfa. Daphne. Apolo me amaba. No sentía lo mismo. —El
tintineante susurro parecía tomar un gran esfuerzo para el árbol—. Apolo
habría aceptado mi decisión. Pero Eros lo picó con una de sus flechas.
Apolo persistió; corrí. Padre me cambió en este árbol. Y Apolo todavía me
ama. Por culpa de Eros.
Volteándome sobre mi cadera, envolví mis brazos alrededor de la base del
árbol y la abracé de regreso. El abrazo del árbol se tenso mientras
susurraba:
—Duerme, Psique. Duerme segura. —Y lo hice.
No desperté hasta tarde la siguiente mañana. Las ramas del árbol ya no
me acunaban. De hecho, el árbol parecía como todos los otros en el
bosque: inmóvil. ¿Había soñado toda la cosa? Si era así, ese fue el sueño
más extraño en toda mi vida.
Miré arriba al árbol. Más por mí misma que por ella, dije:
—Lo siento, Daphne. Te merecías algo mejor.
Mientras me giraba para ir al arroyo para conseguir beber antes de partir
para el día, ella habló de nuevo.
—Casi en casa. Conocerás mi arboleda.
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¿Casa? Me olvidé acerca de conseguir una bebida e ignoré el dolor en mis
piernas cuando comencé a correr. Conocía una única arboleda de laurel y
estaba cerca del palacio de mis padres. La arboleda que había visitado con
mi hermana cuando hicimos coronas de laurel juntas cuando éramos
niñas. ¿Podía en verdad estar así de cerca?
Mientras caminaba al lado de la corriente, de repente fluyó en un río y se
volteó a la derecha. Este tenía que ser el Río Selinous cerca de mi casa.
Mientras seguía este tramo, la tierra se volvió engañosa. Fui forzada a
alejarme de las rocas color arena y rocas gris pálido que conformaban la
empinada. El rió aceleró mientras me presionaba arriba, gorjeaba y
escupía mientras golpeaba contra incluso más rocas y caía en pequeños
rápidos. No tenía otra opción que elegir hacer mi camino a través de los
densos pinos. Las agujas apuñalaban mis pies y desgarraban a través de
mi ya maltrecho vestido. Y todavía continué tratando de correr, esperando
que cada nuevo recodo del río me llevara a la arboleda de laureles.
A media tarde, con el sol quemando en mi piel y mis piernas amenazando
con ceder bajo mis pies, la arboleda finalmente apareció. Estaba tan
aliviada que mis rodillas se debilitaron. No estaba demasiado lejos. Podía
hacerlo.
Con la fuerza y velocidad que una persona hambrienta no debería haber
tenido, alcancé la colina al palacio de mis padres. Al principio los guardias
bloquearon mi camino con sus lanzas.
Miré de uno al otro.
—Belén, Demos, soy yo, Psique. —Estaba instantáneamente feliz de
haberme tomado el tiempo, a diferencia de mi hermana, para aprenderme
los nombres de los sirvientes del palacio.
—¡Has escapado de la bestia! —lloró Demos.
—Ve dentro, rápido —urgió Belén.
Una vez dentro del hogar de mis padres, explotó la emoción. Fui
empujada y tirada del abrazo de esta y esa persona hasta que aterricé con
Maia. Como una calma dentro de la tormenta, los brazos de Maia trajeron
el consuelo familiar y me escudó de los brazos indiscretos del otro
personal.
Los ojos de Maia estaban llenos hasta el tope de lágrimas, pero estaba
sonriendo.
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—Niña, has escapado —dijo mientras me examinaba—. Estábamos tan
preocupados cuando Chara informó que realmente estabas en la casa de
un monstruo. —Cuando Maia mencionó a mi hermana, asintió con su
cabeza al pasillo detrás de mí. Giré alrededor y vi a Chara de pie. Y
mirando.
Si las miradas pudieran matar, ella habría sido un montón de huesos
arrugados en el piso de mármol.
—Él no era un monstruo —le dije a Maia, todavía mirando a Chara con mi
mirada más fría. Estaba a punto de dar rienda suelta a mi ira contenida en
ella cuando mi madre y padre entraron en la habitación.
—¡Psique! —gritó madre entre sollozos histéricos—. Estás en casa. Mi
bebé en verdad está en casa. —Ella y padre casi me estrangularon en un
consumidor abrazo.
—Lo estoy. —Me empujé para soltarme de ella y me di la vuelta hacia mi
padre—. ¿Estás bien? He estado tan preocupada.
—¿Yo? Estoy bien. Tuve un toque de un virus estomacal este último par de
días, pero me siento bien ahora.
Un suspiro de alivio escapó de mis labios mientras madre limpiaba sus
lágrimas y me abrazaba de nuevo.
—Lo siento —gritó—. No puedo evitarlo. Pensé que nunca más te veríamos
de nuevo.
—Estoy bien. Bueno, estaba bien. —Bajé mis ojos al piso cuando sentí
todas las miradas sobre mí—. Ya no estoy tan segura.
—No comprendo —me cortó mi padre—. Conseguiste liberarte del
monstruo.
—Estás del todo equivocado —protesté—. Él no es un monstruo. —Empujé
una profunda respiración para estabilizarme, pero las palabras todavía
vinieron apenas más que un susurro—. Es Eros.
Escuché a cada uno en la habitación aspirar en jadeos de asombro.
Finalmente, padre balbuceó:
—Bueno, ¿qué te ocurrió entonces? Parece como que has estado a través
de una batalla.
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—No he comido en dos días. ¿Te importa si hablamos más durante una
cena temprana?
El personal que había estado vagando alrededor de mí inmediatamente se
puso a correr como hormigas. Miré abajo a mis ropas andrajosas y cuerpo
sucio.
—Un baño estaría probablemente bien también —dije a nadie en
particular.
—Conseguiré agua —ofreció Maia y ella también corrió fuera.
Maia tuvo la amabilidad suficiente de traerme algún queso para picar
mientras me bañaba, pero todavía me apresuré a través del baño y me
vestí rápido para conseguir bajar a cenar. Mientras comía, le di todo el
relato de cómo casi asesiné al dios del amor y, en el proceso, perdí lo que
ahora sabía era probablemente el amor de mi vida.
Cuando había terminado, todo el mundo solo se quedó sentado en
silencio. Nadie tenía alguna sugerencia o consejo para cómo ganar de
regreso el amor de un inmortal. Era territorio inexplorado.
—Entonces —concluí—, planeo comenzar a buscar de nuevo tan pronto
como mi fuerza esté de regreso. No veo que otra opción tengo.
Chara resopló.
—¿Qué? ¿Crees que puedes simplemente ir caminando al Monte de
Olimpo y golpear a la puerta de Eros? —preguntó.
—¿Tienes alguna mejor idea? —espeté.
—Sí. Tal vez deberías dejarlo ir. Lo arruinaste. Sigue adelante con tu vida.
—¿Lo arruiné? —le grité—. ¿Yo? Esto nunca habría pasado si no fuera por
ti. Eres la única que me convenció de asesinarlo en primer lugar. —De pie,
mi cuerpo entero se sacudió con emoción cuando una nueva comprensión
se apoderó de mí—. Hiciste esto a propósito —tartamudeé—. Lo hiciste,
¿no?
—Chara, ¿eso es cierto? —preguntó nuestro padre.
Chara se levantó de su trípode, su cuerpo rígido y los puños apretados.
—Rasmus es dulce, ¿no es cierto, Psique? Por supuesto, sabes eso.
Después de su charla privada.
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Retrocedí. La forma en que dijo “charla” lo hizo parecer sucio. Sus ojos se
estrecharon en rendijas.
—Oh sí, sé todo sobre ello. Puedes imaginar como de culpable se sintió
Rasmus acerca de engañarme. Confesó todo, como un pequeño niño de
escuela avergonzado. Incluyendo el hecho que tú sabías también.
—No había nada que pudiera haber hecho.
—Podrías haberme dicho —gritó—. Podrías haber actuado como una
hermana por un día en tu vida.
—¿Entonces qué? —demandé—. ¿Viniste a mi casa, viste que era feliz, y
decidiste sabotearlo todo?
—Solo considéralo yo pagándote el favor.
Padre vino y se puse frente a mí, protegiéndome de la vista de Chara.
—Psique, creo que necesitas un poco de descaso. —Y luego se volteó hacia
Chara—. Y creo que es mejor que te alejes del palacio.
Chara resopló antes de salir pisando fuerte de la habitación. Madre se
movió a mi lado y me empujó en un abrazo con un brazo.
—Vamos —ofreció—. Te llevo arriba. Tu cuarto está justo como lo dejaste.
Mientras pasábamos juntas a través de la puerta, agregó:
—Estoy segura que pensaremos en algo.
Sus palabras desenvolvieron una nueva capa de cansancio y desesperanza.
Seguro lo haremos, Mamá, quería decir, justo como nos dimos cuenta de
cómo sacarme fuera de tener que ir a su palacio en primer lugar.
Había muchas cosas que adoraba de mis padres, pero sus habilidades
para pensar por sí mismos fuera de predicamentos no era una de ellas.
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Capítulo 38
Traducido por Jhos
Corregido por Julieta_arg
esperté gritando. No un escalofriante, espeluznante grito, pero
uno de dolor, el peor grito de mi miserable vida.
—Shhh, cariño —me confortó mamá y empujó las sabanas más
arriba debajo de mi barbilla—. Era solo un mal sueño. Todo está bien
ahora. Estará bien.
Cuando mis ojos finalmente se abrieron luchando a través de las lágrimas
saladas, vi a mi madre sentada en el borde de mi cama. Acarició mi
cabello repetidamente, como si el movimiento también la confortara a
ella.
Las líneas debajo de sus ojos eran profundas con preocupación y yo
dudaba que hubiera dormido. Me empujé arriba en la cama y me pegué a
su cuello, esperando que estuviera en lo correcto sobre que todo estaría
bien. Pero no podía creerlo. El sueño había sido tan real. Y lo que
necesitaba justo ahora no era otra maldita profecía infeliz.
Cuando recordé mi sueño, mi corazón se siente recién traspasado de
nuevo, como si alguna lanza estuviera girando más profundo dentro de mi
herida. Caí sobre mi lado y traté de doblarme en mí misma. Desesperados
gemidos se fuerzan a través de mis labios mientras luchaba por aferrarme
a la calidez y seguridad ofrecida por la presencia de mi madre.
—Oh, bebé —tranquilizó, frotando mi espalda—. ¿Quieres decirme sobre
ello?
Sacudí mi cabeza ligeramente hacia atrás y adelante.
—La carga es menor si la compartes —ofreció.
Medio me volteé hacia atrás para mirarla.
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—Lo vi. Vino de regreso a mí.
—¿En tu sueño? —preguntó.
Asentí.
—Pensé que me había perdonado. Que había comprendido lo que había
hecho. Pero entonces… —Me atraganté cuando un sollozo comenzó a
hincharse en mi pecho. ¿Ni siquiera podía decir las palabras que había
escuchado tan claramente?
Mamá corrió su mano bajo mi rostro. Parecía tan comprensiva, tan
conocedora. ¿Ella podía ver que al recordar este sueño estaba arrancando
mi corazón desde sus raíces?
—Él dijo que siempre me amaría. —El aire se enganchó en la parte
posterior de mi garganta mientras mis pulmones luchaban por
funcionar—. Entonces dijo adiós. Y que sería para siempre también.
Me enrollé de nuevo en mi bola. Estaba segura que mama trató de
hablarme después de eso, pero no estaba escuchando. O tal vez no lo hizo.
Tal vez me conocía lo suficiente para saber que solo quería estar sola. De
cualquier manera, se retiró, dejándome llorar la pérdida del amor que
incluso no supe que sentía hasta que se había ido.
La fuerza me eludió después de eso. Mis músculos se rehusaron a
levantarme de la cama; mi cerebro rechazó subir fuera de esa oscuridad.
Sabía que me estaba revolcando en la autocompasión, pero me complací.
Nunca en mis dieciocho años me había permitido solo yacer, sintiéndome
triste o deprimida. Siempre había tenido que sonreír, para ser brillante y
alegre. Ahora que había perdido tanto tan rápidamente, me sentía con
derecho de tomarme unos pocos días de descanso.
Cuando finalmente emergí de mi habitación al tercer día, mi cabello
estaba apelmazado en mi cabeza y mi piel se sentía pegajosa de no tener
un baño. Un débil olor de decadencia se aferró a mi piel como una hoja
húmeda. Anhelaba un largo baño en la bañera seguido por un enorme
desayuno.
Pero primero, solo quería un abrazo de mi mamá. Y una confirmación que
Chara había tomado la oportunidad de hacerse escasa.
Mamá estaba en el jardín. Cuando me vio, dejó a un lado el bordado y me
envolvió en sus brazos a pesar de mi hedor.
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—Psique, estás levantada —gorjeó—. Debes estar hambrienta. ¿Quieres
algo de desayunar?
Antes de que pudiera responder, se giró hacia Maia.
—Maia, ve a conseguirle a Psique algunos huevos y salchichas. Y pan.
Montones de pan. —Maia comenzó a irse, pero mi madre la llamó de
nuevo—. Oh, y cuando hayas terminado, prepárale a Psique un baño.
En verdad era como si pudiera leer mi mente.
—Por supuesto —respondió Maia antes de correr de regreso al palacio.
Madre sostuvo una de mis manos en las suyas y me dirigió para sentarme
junto a ella. El aire estaba caliente esta mañana y nos empapamos con el
sol cuando nos sentamos en silencio por un rato.
Ahora que sabía que mis necesidades inmediatas estaban siendo
atendidas, me tomó un gran trabajo preguntar sobre Chara.
¿Que se suponía que haga si ella todavía estaba aquí? Me sentí mejor
después de dos días de auto complacida depresión, pero no estaba segura
se sentirme mucho mejor que eso.
Finalmente, rompí el silencio.
—¿Madre? —pregunté.
Empujó su mirada lejos de algunas flores rojo brillante que había estado
mirando y miró hacia mí.
—Umm…
—¿Que ocurrió con Chara?
—Tu padre la envió de regreso a su ciudad. —Su mirada cayó a sus
nerviosos dedos—. Creo que puede haber sido una adiós para siempre
también.
Deslicé mi mano lejos, incapaz de soportar el calor húmedo fuera de sus
palmas. Le había hecho esto a ella; destruí cualquier oportunidad que
pudo haber tenido de reavivar su relación con su hijo primogénito.
Alguien debería seriamente mantener un conteo de las relaciones que he
destruido, porque probablemente podría ganar una medalla a este punto.
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Capítulo 39 Traducido por Jhos
Corregido por Julieta_arg
ros había esperado que diciéndole adiós a Psique, incluso si es a
través de sus sueños, le daría a él algún cierre. Hacerlo sentir
mejor.
No lo hizo.
Sus hombros todavía ardían donde el aceite lo había quemado. Pero más
que eso, el dolor físico era un constante recordatorio del dolor
desgarrador que sentía cada vez que pensaba en Psique. ¿Cómo era
posible? Después de todo lo que había hecho por ella, dado por ella, todas
las veces que había prometido amarla, ¿lo traicionaría después de solo
una visita de su hermana? Había pensado que ella se estaba
enamorándose de él. ¿Fue algo real?
Y entonces vinieron las olas de ira. ¿Cómo podía un mortal, incluso si ella
era en parte divina, incluso soñar con hacerle daño? La idea era
insondable. Eros se negó a reconocer el pensamiento en la parte trasera
de su mente recordándose que Psique no sabía que era un dios porque él
no le había dicho. Todos los signos estaban allí. Ella debería haberse dado
cuenta.
—¡Los humanos son tan estúpidos! —gritó a su casa.
—No vas a escuchar ningún desacuerdo de mí —dijo Afrodita, estrechando
sus ojos en un destello perversamente delicioso.
Eros flexionó su mandíbula y presionó sus ojos firmemente juntos, reacio
a reconocer su entrada. Afrodita era la última persona que quería ver
justo ahora.
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—Oh, vamos, querido. No deberías ser tan rudo conmigo. Sabes que no
llegaras a ningún lado.
Eros dejó que su cabeza cayera hacia atrás cuando respiró
profundamente, tratando de forzar su temperamento hacia abajo
mientras iba rápidamente en aumento.
—No puedo. Hablar. Ahora.
—Tonterías. Siempre puedes hablarme —reprendió Afrodita y extendió la
mano para ponerla sobre el hombro de Eros. Cuando sus dedos rozaron
su piel, Eros aulló de dolor y se dio la vuelta para encarar a su madre. Sus
ojos brillaban con furia y agonía.
—Te estoy pidiendo que te vayas —escupió Eros a través de sus dientes
apretados.
—No hasta que me digas que le pasó a tus hombros. ¿Una mortal te hizo
esto? —La voz de Afrodita parecía inundada con venganza más que
preocupación maternal.
Eros cerró sus ojos de nuevo y gimió, hundiéndose en los montones de
cojines en el sofá. Metió el talón de sus manos en sus ojos para bloquear la
vista de su madre.
—¿Que importa? Se terminó.
—A menos que hayas matado al ofensor, esto no está terminado. —
Afrodita miró a su hijo, esperando por la confirmación que el mortal
había sido apropiadamente castigado.
Eros apartó sus manos para mirar directamente a Afrodita.
—He repartido mi retribución. Lo considero terminado.
Afrodita se fundió sobre el sofá junto a su hijo.
—No respondiste mi pregunta. ¿Está el hombre que hizo esto muerto o
no?
—No quiero hablar sobre ello —protestó Eros, lanzando su brazo sobre
sus ojos para bloquear a su madre de nuevo—. Solo vete. Por favor.
—¿Está muerto? —articuló Afrodita con precisión.
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—No —respondió Eros sin descubrir sus ojos—, ella no está muerta. Pero
no voy a dejar que la lastimes. —Eros suspiró pesadamente, el dolor
rasgando su pecho mientras las palabras se derramaban—. La amo.
—¿Qué? —gritó Afrodita mientras se disparaba sobre sus pies—. ¿Estás
enamorado de una mortal? ¿Es por eso que rechazaste mi elección
entonces? ¿Debido a que ya tenías alguna otra pequeña descarada en la
fila? Apuesto a que es alguna prostituta que los Senadores están adulando
siempre.
—¡Detente! No dejare que hables de ella así. —Los ojos de Eros ardían.
La respiración de Afrodita se quedó atrapada en su garganta cuando sus
ojos se abrieron. La expresión de asombro, incredulidad, ira, todas
parpadearon a través de su prístino rostro cuando ella procesó que su hijo
en verdad no iba a retroceder en esto.
—Bueno, supongo que al menos deberías decirme quien fue tan audaz que
no solo robó tu corazón, sino que casi te roba la vida también.
—Te lo dije, no importa —murmuró Eros.
—¡DIME! —gritó Afrodita.
Eros levantó la mirada a los ojos de su madre. Tal vez sería divertido
decirle. Torcer el cuchillo un poco más profundo. Se lo merecía por no
dejarlos solo.
—En realidad, creo que ya la conoces. —Los ojos azules de Eros brillaron.
Por al menos un segundo, iba a disfrutar hiriendo a su madre—. Su
nombre es Psique.
Eros no había terminado de decir su nombre cuando Afrodita lo abofeteó.
Eros lentamente giró de regreso para mirar a su madre mientras se
frotaba la mejilla sensible. Madre e hijo encerrados en miradas llenas de
odio, cada uno negándose a apartar la mirada. Sin romper su mirada,
Afrodita espetó:
—¿Cómo te atreves a hacerme esto a mí?
—¿Cómo me atrevo? ¿Cómo me atrevo? —Se incorporó para conseguir ver
bien el rostro de su madre—. Como te atreves a enviarme a arruinar su
vida en primer lugar. Ella no hizo nada malo. No puedes castigarla porque
la rechacé.
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Eros se inclinó hacia atrás en el sofá, los brazos cruzados a través de su
pecho. El silencio colgaba entre ellos por un momento antes que Eros
girara su fríos, ojos azules de regreso a su madre.
—Parece que estoy enamorado de alguien con quien no puedo estar y
tengo que agradecértelo.
—¿Cómo puedes culparme por enamorarte de alguien a quien te envié a
destruir? Todo lo que tenías que hacer era seguir las simples
instrucciones.
—Y estaba en mi camino de hacer solo eso, cuando la sentí. Sentí su
corazón, y su amor y su desesperación y todo lo bueno en ella. Era
diferente a cualquier cosa que había sentido antes. Solo no podía
dispararle. No hasta saber si ella realmente estaba sintiendo todo lo que
sentí. —Eros tomó una respiración profunda calmante para estabilizarse—
. Y cuando bajé mi arco, me pinché —dijo, ondeando su mano a la
pequeña cicatriz en su rodilla izquierda.
—¿Entonces fuera de todos las deidades, y otros incluso humanos, la
elegiste a ella?
—¿Entonces que si lo hice? No la estoy eligiendo ahora. Te aseguro que
está mucho más miserable ahora que si hubiera seguido tus órdenes en
primer lugar.
—Ya veremos eso. Mientras tanto, no hay razón para que sufras.
Simplemente voy a deshacer el flechazo. —Afrodita extendió su mano
para tocar a su hijo, pero Eros golpeó para alejar su mano.
—No lo hagas. Te convocaré cuando esté listo. Merezco este dolor tanto
como ella lo hace justo ahora. —Eso y algo más dentro de sí que no estaba
listo para dejarla ir todavía.
Pero antes de que Eros pudiera protestar algo mas, Afrodita puso la palma
de su mano en su frente y tarareó una nota larga y dulce. Cuando alejó su
mano, parecía triunfante.
—Ahí ahora. ¿Te sientes mejor?
El peso en el pecho de Eros se aligeró cuando el dolor por la necesidad de
volver al lado de Psique disminuyó. No era que no siguiera sintiendo
cierta lealtad a ella, pero la ardiente urgencia de estar cerca de ella se
había ido. Además, con el tiempo, sería capaz de olvidar. Justo como
había olvidado a Lelah.
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Sí, una vez había encontrado a Psique, la memoria de Lelah desapareció
completamente. Podía pasar de nuevo, podía usar sus flechas para estar
seguro que ocurría de nuevo.
Afrodita acarició la mejilla de su hijo cuando él parpadeó hacia ella con
sorpresa.
—Deberías descansar. Mamá tienes cosas que atender.
—No le hagas daño —murmuró Eros, ya sintiéndose caer en el sueño por
la orden de su madre de descansar.
—Eso es solo la resaca del amor hablando. Te sentirás diferente muy
pronto. No te preocupes ahora. Me encargaré de todo.
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Capítulo 40
Traducido por Jhos
Corregido por viqijb
adre debe haber sabido que no podría convencerme que me
quedara en casa, así que mientras me bañaba, ella tenía a los
sirvientes preparando bolsas de comida y frascos llenos con agua
para el viaje. Cuando emergí de mi habitación refrescada y vestida,
encontré a mi caballo favorito, Xanthippe, cargado y listo.
Permanecí congelada en la entrada del palacio. Madre y padre estaban
detrás de mí, empujándome hacia atrás con su preocupación. Pero
Xanthippe estaba frente a mí, empujándome hacia delante con el encanto
de recuperar el amor de Eros. Estaba sobre un precipicio, dividida entre la
seguridad que conocía y el amor que había perdido. Era como ser enviada
fuera de los acantilados de nuevo, sintiendo que podría no ver nunca a mi
madre y padre y el hogar de nuevo. Pero esta vez conocía el destino final y
quien debería esperar por mí—si la suerte estaba conmigo.
—¿Estás segura de que no enviemos un guardia contigo? —preguntó
padre detrás de mí—. Los caminos no son seguros para una mujer sola.
Me giré para mirarlo. Sus ojos estaban húmedos, llenos de preocupación.
Tomando su mano en la mía, dije:
—Estoy segura, padre. Hice mis ofrendas a Hermes. Si no puede
protegerme, no hay guardia que pueda hacerlo.
Madre y padre intercambiaron miradas doloridas, pero no forzaron la
situación.
—Solo recuerda, Psique —añadió madre—, eres una poderosa mujer
joven. Los dioses estarán vigilándote.
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Tragué. ¿Qué tipo de loca despedida era esa?
—Bueno, supongo que esto es un adiós entonces —dije—. Otra vez.
Después de besar a cada uno de mis padres en la mejilla, aseguré la
linterna de mi antiguo palacio en uno de los paquetes y comprobé para
estar segura que mi daga estaba escondida de forma segura en mi cadera.
Un guarda me ayudó a montarme sobre el lomo de Xanthy y con una
gentil patada, mi yegua se alejó del palacio. No debería mirar hacia atrás;
no puedo mirar atrás. Si incluso iba a redimirme, este camino era la
manera.
En realidad había una única dirección para ir: hacia el Monte Olimpo.
Me detuvo sosteniéndome en el lomo de Xanthy una vez estaba segura de
que no nos pudiera ver nadie más y nos instalamos en un cómodo galope
bajo la cantera, rompiendo el camino. Dejé a Xanthy continuar hasta que
decidió por sí misma detener su ritmo. Sus lados empapados de sudor
palpitando debajo de mis piernas. Cuando llegamos a un arroyo, nos
detuvimos y bebimos. Después de volver a rellenar mis frascos con agua
fresca, me senté sobre una roca y miré a Xanthy mordiendo algunas
malezas, arrancando las pequeñas flores y hojas y devorándolos en
golosos mordiscos.
Mirándola, de repente me invadió la gratitud por mi hermosa yegua. El
Olimpo estaba demasiado lejano; nunca lo haría sin ella. No en esta vida
de todos modos. Y ella estaba obligada al peligro que la arrastraba
conmigo. Si fallaba en esta jornada, podría morir conmigo.
Lentamente acolché al caballo y enrollé mis brazos alrededor de su cuello.
—Deberíamos montar un poco más. Creo que podemos alcanzar Corinto
antes de que baje el sol. —Acaricié su melena y ella asintió en lo que
parecía como una aprobación. La llevé a la roca donde había estado
sentada así habría de ser mas fácil montar. Pero todavía estaba feliz que
no hubiera nadie vigilándome cuando me dejé caer sobre su espalda.
Una vez allí, mis piernas inmediatamente protestaron. Ya estaban
adoloridas de nuestra carrera temprano y noté que he sido una tonta por
tratar de cubrir tanto terreno en un día. Gracias a las multitudes, había
sido una eternidad desde que había montado. Mis músculos estaban
terriblemente adoloridos y el interior de mis piernas estaban irritadas del
roce contra el grueso pelaje de Xanthy.
—O pensándolo bien —dije—, tal vez es mejor que lo dejemos por hoy.
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Mirando alrededor del desierto del camino, no estaba segura que fuera el
mejor lugar para que acampemos. ¿Sería mejor dejarnos expuestas a los
animales del bosque o a que los humanos extraños pudieran venir y
encontrarnos por el camino? Al final, me di cuenta que Xanthy estaría
más propensa al peligro y despertarnos de un animal, así que la lleve del
camino dentro de la cubierta de pinos.
Después de cepillar a Xanthy y estar segura que tenía mucho para beber,
comí algo de la comida que mis padres empacaron y luego reuní las agujas
de pino para hacer una cama, ásperas y puntiagudas como eran. Aunque
el sol apenas comenzaba a ponerse, estaba lista para dormir. El viaje
había tomado su precio y fácilmente estuve fuera, sabiendo que
Xanthippe permanecería en guardia.
Algún tiempo después, y no tuve forma de medir cuan tarde era desde que
el cielo estaba negro medianoche, desperté al sonido de Xanthy jadeando
y paseándose inquieta cerca de los árboles donde la había amarrado.
Mi bruma de sueño inmediatamente se hizo a un lado cuando el miedo
tomó el control.
Me quedé en silencio un momento, conteniendo mi respiración,
escuchando por los sonidos de un intruso. Y entonces escuché lo que los
sensibles oídos de Xanthy habían recogido antes que los míos; pasos
arrastrándose a través de las agujas de pino. Los pasos estaban
acercándose.
Trepé a mis pies y saqué mi cuchillo mientras protectoramente corrí al
lado de Xanthy. Quien sea que estaba llegando. No le dejaría dañar a mi
caballo.
Tal vez porque estábamos en el bosque, nunca se me ocurrió que las
pisadas podrían pertenecer a algo más que un animal. Hasta que escuché
la voz llamarme.
—Aquí estás. Estaba comenzando a creer que nunca te encontraría.
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Capítulo 41
Traducido por milyepes
Corregido por Julieta_arg
lexa —grité y corrí precipitadamente por el bosque hasta
que choqué contra mi amiga invisible.
—Pensé que habíamos superado este asunto de correr
hacia mí —bromeó mientras me abrazaba.
—Has vuelto. —Yo estaba aturdida mientras la sostenía en la oscuridad,
incapaz de dejarla ir por miedo a que se evaporara.
—No puedo quedarme mucho tiempo —advirtió—. Ni siquiera debería
estar aquí, pero me escapé.
Mis brazos se alejaron de ella.
—¿Es qué él todavía no me ha perdonado?
Alexa no respondió, pero no lo necesitaba. Ya conocía la respuesta.
—¿Le dijiste que te vi? ¿Es por eso que creí a mi hermana sobre él?
—Todavía no lo hice, pero lo haré —dijo—. Él no quiere ver a nadie en
estos momentos. Infiernos, estoy bajo llave viviendo con mis padres de
nuevo —explicó, mientras caminábamos por el bosque hacia mi
improvisado campamento.
—¿Por qué tienes que escabullirte de la casa de tus padres? Eros no está
allí ¿o lo está?
Alexa resopló.
—A
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—No, él regresó al Monte del Olimpo. Pero saber que en parte es culpa
mía por haber permitido que escucharas a tu hermana en primer lugar,
estoy algo bajo tierra.
—¿Qué? —le pregunté—. ¿Qué quiere decir que estás bajo tierra?
Oí a Alexa patear algunas hojas.
—Eros podría haberme metido en un buen lío con el Consejo del Olimpo
por desobedecer su orden de no dejar que nunca oyeras los gritos de tu
hermana. Dijo que iba a guardar silencio sobre todo eso si mis padres
prometían no permitir que te ayudara. Así que, como he dicho, no puedo
quedarme mucho tiempo.
Al llegar a mi pequeño campamento, Alexa dijo:
—Me alegra ver que tienes un caballo. Te mantendrá lejos de Afrodita por
un tiempo. Ella no espera que estés montando y no es una buena
rastreadora.
Mis ojos se abrieron como platos y observé el bosque atravesada por
ráfagas de pánico.
—¿Va a venir por mí? —tartamudeé—. ¿Ella sabe? Pero, ¿cómo?
—Ella hizo que él le dijera. —Alexa hizo una pausa antes de añadir en voz
baja—: Él no quería hacerlo.
—Pero si ella... Nunca lo lograré.
—Shhh... —susurró Alexa, pasando un brazo alrededor de mi hombro—.
No te des por vencida. Puedes hacerlo. Sé que puedes.
—¿Cómo? —inhalé.
—Mañana vas a llegar a Corinto. Justo antes de llegar a sus puertas, hay
un santuario dedicado a Vesta. Ella no va a querer tomar partido en una
disputa, especialmente en contra de Afrodita, pero si puedes convencerla
de que mantenga la paz hasta que encuentres a Eros, podría servirte de
protección mientras viajas.
—No tengo nada que ofrecerle.
—Puedes prometer darle algo si lo hace. Vas a darle un poco de aliciente
para protegerte —dijo Alexa.
—Alexa, ¿qué voy a hacer sin ti? No me puedes dejar. Por favor.
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—Psique, te lo dije. No puedo quedarme. Pero lo harás bien. Estoy segura
de ello. —Ella ya estaba retirando su cálida mano de la mía.
—¡Espera! —le dije—. Antes de que te vayas... él no... Quiero decir... ¿crees
que él... me echa de menos?
—Debe —respondió. Oí sus pasos alejarse en la oscuridad.
—¿Será suficiente? ¿Para que me perdone? —Traté de mantener el pánico
fuera de mi voz.
—Descansa un poco, Psique. Tienes todavía un largo camino por delante.
Y así fue que el sonido de los pasos de Alexa se alejaron. El bosque estaba
tan silencioso, me preguntaba si realmente había estado con Alexa, o si
había sido otro sueño.
Acostándome sobre mi cama de paja de pino, me esforcé por recoger
cualquier ruido que pudiera insinuar que Alexa regresaba. O que Afrodita
se acercaba. Sin embargo, los únicos sonidos que se filtraban a través de la
noche eran el canto de los grillos y la respiración rítmica de Xanthy
mientras dormía.
Cuando me desperté por la mañana, el sol apenas comenzaba a ascender.
Rápidamente me comí algunas galletas antes de llevar a Xanthippe a una
roca para montarla. Habíamos viajado menos de una hora cuando noté
que nos acercábamos a Corinto. Pequeñas granjas y ganado de pastoreo
me señalaron que estábamos acercándonos a la civilización.
Decidí atravesar el pueblo sin ser reconocida, saqué un velo de uno de mis
bolsos y lo envolví alrededor de mi cabeza. Con mucho cuidado metí mis
rizos en los pliegues de la tela y tiré de los lados en la medida de lo posible
para esconder mi cara.
Estaba casi a las puertas de la ciudad, cuando, tal como Alexa me había
prometido, vi un pequeño santuario. Alrededor de una inscripción de
mármol para Vesta, había ollas de barro, lámparas, pequeños animales
esculpidos y bustos semejantes a la diosa. Las ofrendas descansaban fuera
del santuario, realizadas por granjeros y devotos visitantes que acudían en
busca de favores. Me recordó de nuevo que tenía muy poco que ofrecer.
Justo cuando estaba a punto de desmontar de Xanthy para realizar mi
oración, me di cuenta que no había nada, aparte del propio santuario, que
pudiera ayudarme a subir a mi caballo. No podía rezar a la diosa, para
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profanar su templo después, así que decidí quedarme en la loma del
caballo y esperar a que Vesta no se ofendiera.
Xanthy me llevó hasta el santuario y me quedé mirando la reconfortante
imagen de la diosa. Se veía tan maternal. Era difícil imaginar que ella
fuera una de las diosas vírgenes en lugar de una matrona. Su largo pelo
rizado llegaba hasta sus hombros y enmarcaba el ancho de su cara, la cual
descansaba sobre sus anchos hombros y su grueso torso. Su cabeza estaba
cubierta con una capa parecida a la que yo llevaba para esconderme, solo
que el efecto sobre ella hacía lucir su rostro más severo.
En el pasado, nunca había tenido mucha conexión con Vesta. Su dominio
era el hogar y su fuego, cosas en las cuales nunca había estado interesada.
Otros siempre se habían preocupado por mis palacios y mantuvieron el
fuego del hogar por mí. Me pregunté si ahora merecía su ayuda, antes de
decidirme, no tuve más remedio que rogarle.
—Vesta, la hermana mayor de Zeus, gran señora de la casa y protectora
del fuego sagrado del hogar que nos mantiene cálidos, escucha mi
oración. Estoy en busca de Eros porque cometí un gran error. Yo lo amo
—murmuré, tragándome la culpa—. Lamento que no tenga nada que
ofrecerte a cambio de escuchar esta oración, pero soy una viajera humilde
con una necesidad desesperada de tu ayuda. Su compañera diosa,
Afrodita, no quiere que encuentre a su hijo. Rezo para que cuides de mí
mientras viajo, para que tenga la oportunidad de pedir el perdón de Eros.
Si ayudas, prometo dedicar un altar en mi casa para ti y darte gracias en él
todos los días.
Y eso fue todo.
No hubo luego ningún relámpago o nube de humo. Solo el silencio flotaba
en el aire después de que terminara de hacer la oración más larga de mi
vida. ¿Vesta me daría alguna señal que me indicara que me había oído o
que me ayudaría? Esperé algunos minutos en el santuario por alguna
indicación de que la diosa me hubiera escuchado, pero no pasó nada.
Ningún pájaro sobrevolaba la zona. Ninguna ofrenda en el altar cayó de
pronto al suelo. Hasta el viento estaba estancado e inmóvil.
No había nada más que hacer, excepto seguir adelante. Golpeé a Xanthy
para que se moviera más rápido a medida que nos acercábamos a las
puertas de Corinto. Todavía me preocupaba que alguien me reconociera,
pero la única persona que adelantamos fue a un pastor moviendo su
pequeño rebaño de ovejas a otra pastura.
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Al cruzar el istmo de Corinto, la estrecha franja de tierra que separa el
Peloponeso del continente griego, exhalé un suspiro de alivio. Todavía
estábamos tan lejos, pero el estar en tierra firme me hizo sentir más cerca
de Eros.
Desde lo alto de los irregulares y escarpados acantilados, miré hacia abajo
a las aguas azules del mar Egeo. Las olas golpeaban sin piedad la base de
la roca, disparando olas blancas sobre las piedras como dedos tratando de
atrapar algo más allá de su alcance.
Retrocedí mientras miraba, moviendo a Xanthy lejos del borde del
acantilado. El mar era dominio de Afrodita, donde nació y jugó. Tuve el
paranoico temor de que las olas tratarían de llegar hasta mí y me bajarían
de mi caballo. No gasté tiempo en racionalizar mis miedos, e insté a
Xanthy a galopar para alejarnos rápidamente del borde del océano.
Viajamos al trote por el resto del día y a medida que nos acercábamos a la
ciudad de Megara, una nube de polvo se levantó en la carretera frente de
nosotros. Las formas de cuatro jinetes surgieron de la bruma, galopando
salvajemente en nuestra dirección.
Algo acerca de esta banda de jinetes me inquietaba. Tal vez porque se
movían demasiado rápido, tal vez porque había cuatro de ellos y yo solo
era una, tal vez porque se trataba de las primeras personas que habíamos
encontrado en los estériles caminos que no eran pastores, pero algo hizo
que mi corazón se acelerara cuando los jinetes se acercaron.
Conduje a Xanthy hacia la crujiente hierba seca, junto a la carretera para
despejar el camino. Los tres primeros corredores marcharon tan rápido
que la brisa que generaron empujó el velo de mi rostro y mis rizos se
escaparon a mis hombros. El cuarto jinete, al ver mi cara y mi pelo,
detuvo a su caballo y llamó a sus compañeros.
—¡Deténganse! —gritó, girando su caballo de vuelta y cerrando
rápidamente la distancia entre nosotros.
Toqué el mango del cuchillo que aún estaba escondido a mi costado y no
quise mirar hacia atrás sabiendo que el hombre estaba detrás de mí.
—¿Qué hace una cosa pequeña y bonita como tú aquí sola? —preguntó
mientras cortaba mi camino con su propio caballo. Los otros tres jinetes
trotaban a su lado, rodeándonos y obligando a Xanthy a retroceder hacia
los pastos secos. Si sus escudos y capas eran alguna indicación, los
hombres eran soldados espartanos, sin su comandante.
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Mis ojos se movieron nerviosamente de cara en cara. Sus jóvenes ojos
brillaban amenazadores y sus labios se curvaron en gruñonas sonrisas.
Uno de los hombres tenía una furiosa cicatriz que desde su oreja recorría
su mejilla hasta el labio superior. Otro tenía el brazo izquierdo atado en
un cabestrillo. Se veían frescos para la batalla y listos para otra pelea.
—Ustedes son guerreros espartanos —dije con mi voz más autoritaria—.
Sus hombres eran amigos de mi bisabuelo, el rey Alcander de Sikyon, en
la Guerra de Troya. —Esperaba que mi conocimiento de la historia me
ganara un poco de gracia con esos hombres. Y también esperaba que
hubieran estado demasiado ocupados con su instrucción militar como
para haber oído hablar de mí.
El hombre de la cicatriz descabalgó de su caballo y tomó en un puño parte
de la crin de Xanthy. Ella resopló y trató de retroceder, pero el hombre la
sujetó firmemente mientras fijaba sus ojos en los míos.
—¿Eres una hija de Sikyon? —preguntó.
Asentí. Antes de que pudiera parpadear, el hombre me agarró del brazo y
tiró de mí hacia abajo desde el lomo de Xanthy mientras gritaba.
—No me mientas.
Caí de rodillas en la hierba, todavía tenía el brazo penosamente por
encima de mi cabeza. Los otros hombres se rieron ruidosamente sobre sus
caballos.
—Las princesas no viajan sin vigilancia —me acusó. Tenía que estar de
acuerdo con su lógica. Las mujeres de la realeza no viajaban solas. Aun
así, busque por algo que decir que le hiciera creerme. Y aflojar su agarre
sobre mi brazo.
—Por favor, pregúntame cualquier cosa —supliqué—. Pregúntame por mis
padres, la ciudad, lo que sea.
Él tiró de mi brazo, hice una mueca de dolor.
—¿Qué me importa Sikyon? Podrías decirme más mentiras y yo no sabría
la diferencia.
—Por favor —grité—. Tiene que haber algo.
El hombre me tiró a sus pies y me hizo girar hacia él, inclinándose tan
cerca que podía oler el hedor de su aliento.
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—¿Cuál es tu nombre? —siseó.
Cualquier cosa menos eso.
No le respondí y me sacudió, haciendo que mi cabeza se sacudiera a pesar
de que estaba tensa contra él.
—Tu nombre —repitió, más fuerte, más duro.
Me mordí el labio inferior y aspiré profundamente mientras miraba a mi
captor.
—Psique —respondí finalmente con los dientes apretados.
Los hombres estallaron en carcajadas. El que tenía su brazo en el
cabestrillo utilizó su mano buena para mantener el equilibrio sobre el
hombro del otro hombre. El de la cicatriz, que me sostenía, se rió a
carcajadas. Se volvió hacia sus compañeros.
—¿Escucharon eso, hombres? ¡Esta chica cree que es Psique!
Más risas siguieron. Sentí un caliente rubor llenar mis mejillas de
sorpresa e insulto. Tal vez no estaba vestida con mis mejores galas. Tal vez
estaba viajando sola y sin vigilancia. Tal vez toda Grecia pensaba que morí
la semana pasada. Y tal vez no me había peinado y maquillado, pero yo
era Psique. Hace dos semanas, estos hombres habrían dicho que era la
mujer más bella del mundo y ahora se reían de la idea.
En un arranque de valentía, traté de liberar mi brazo de un tirón, pero él
me mantuvo con fuerza. En realidad, mi resistencia le dio un ataque de
risa. Sus ojos se clavaron en los míos, a la vez amenazantes y burlones.
—Bien, si es así como lo quieres, Psique será.
Abrí la boca para protestar de que yo era Psique, pero la cerré de nuevo.
¿Qué podía decir que me hiciera algún bien?
—Hombres —anunció a sus tres compañeros—, hoy vamos a tener la
buena fortuna de ser entretenidos por la misma princesa Psique.
Mis ojos se abrieron y rápidamente busqué en sus rostros. Mi corazón
retumbaba en mi pecho mientras registraba la malvada anticipación en
sus ojos.
Mi atención se centró en el soldado que me sostenía y quien comenzó a
arrastrarme lejos del borde del camino, donde la hierva crecía más alta y
gruesa. Las ramas secas rascaron mis tobillos mientras trataba de caminar
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en sentido contrario al que estaba siendo jalada. Sus dedos se clavaron en
la piel de mi brazo.
Hubiera gritado, pero solo los otros hombres me habrían escuchado.
Estaba asustada de que pudiera animarlos.
Los otros hombres se mantenían al lado del camino. Probablemente,
dando a su líder un poco de privacidad. Decidí dejar de resistir y me
permití ser guiada otros pocos metros en la hierba, la cual ahora me
llegaba a la cintura. Cuando estaba satisfecho con nuestra ubicación, el
soldado tiró y torció mi brazo en un movimiento rápido que me envió al
suelo. Rápidamente giré y empecé a gatear hacia atrás.
El soldado soltó su vaina, arrojando su espada a un lado. Estaba
sonriendo hacia mí. La sonrisa de un hombre con la situación
completamente dominada.
—Tú no eres Psique, pero no estás mal —dijo entre dientes mientras
avanzaba hacia mí. Se sacó la túnica por la cabeza y siguió caminando—.
Voy a disfrutar esto.
Luego se abalanzó sobre mí, sus rodillas sobresalían entre mis piernas.
Con su antebrazo, sostenía mi pecho hacia abajo mientras usaba la otra
mano para forzar mi vestido.
Usé su distracción con mi vestido como una oportunidad para sacar mi
cuchillo de entre los pliegues de mi cintura.
Metí la punta afilada justo contra su garganta y apreté lo suficiente como
para que cortara su piel.
—Déjame ir y te dejaré vivir —jadeé, media loca de terror.
El hombre usó la mano que había estado tirando de mi vestido para
limpiar el reguero de sangre que hacía un camino por su cuello. Examinó
la mancha carmesí en su dedo y se rió. Luego arrancó el cuchillo de mis
manos tan rápido que apenas lo vi moverse. Más rápido que los destellos
del rayo de Zeus, tuve el cuchillo firmemente presionado contra mi
garganta.
—Sé una buena chica —escupió—, y tal vez te dejaré vivir. —Apretó el
cuchillo un poco profundo para enfatizar. Ahogué un grito de pánico,
sujetando mi boca con mi mano para silenciarme a mí misma.
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Con su mano libre, el soldado agarró la parte superior de mi vestido y tiró.
La tela se hundió en la carne de mis hombros como dientes enojados
antes de que comenzara a estirarse y romperse. Su sonrisa se ensanchó
sobre sus dientes torcidos y decolorados.
Y luego se congeló.
El cuchillo cayó de sus manos mientras se ponía de pie. Se levantó
demasiado rápido y sus pies se balancearon hacia atrás y tropezó,
agarrando su brazo, antes de enderezarse. Fue entonces cuando comenzó
a correr a toda velocidad, deteniéndose solo para recoger su túnica y
espada mientras corría hacia los demás.
—¡Vámonos! —gritó delante de ellos—. Largo de aquí.
Vi al soldado salir de mi vista antes de poder mirar por encima de mi
hombro, en busca de alguna señal de la bestia que lo había aterrado. Tiré
de mi vestido y descansé en el suelo, encogida de miedo. Estiré mis dedos
y agarré el cuchillo, el cual permanecía olvidado en la hierba casi fuera de
mi alcance.
Mi corazón siguió martillando, podía oír el silbido palpitante de la sangre
en mis oídos con cada latido. Pero ningún monstruo apareció. Ningún
grifo, ni quimera, ni siquiera un jabalí gigante.
A lo lejos, los soldados gritaban sorprendidos y el ruido de los cascos de
los caballos corriendo lejos me trajo de vuelta. Después de que los ruidos
se apagaran, oí a la brisa soplar suavemente a través de la hierba.
Entonces oí un resoplido que esperé perteneciera a Xanthy.
Dado que no pude ver ni oír nada que pudiera ponerme en peligro, me
levanté agachada, permaneciendo por debajo de la línea de hierba. Me
erguí hasta quedar en cuclillas, manteniéndome escondida por la hierba
seca. Me mantuve encogida, mientras me escurría hacia la carretera,
sosteniendo mi andrajoso vestido mientras me movía. Antes de emerger
de la cobertura de los pastos, comprobé el camino.
Estaba vacío de nuevo, a excepción de Xanthy.
Corrí a su lado, lanzando mis brazos alrededor de su grueso cuello color
mantequilla. Ella sacudió la cabeza y apretó su caliente boca contra mi
cara. Nunca había estado tan feliz de ver a otro ser vivo en toda mi vida.
—No sé lo que pasó allí —le dije, relajando mi apretón en su cuello—. Solo
agradezco a los dioses que todo haya terminado.
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Hurgando en una de las bolsas atadas a Xanthy, encontré el vestido extra
que había escondido. Había planeado ahorrarlo, así tendría algo fresco
para usar cuando llegara al Olimpo, pero no tenía más remedio que
ponérmelo ahora. El vestido arruinado cayó al suelo mientras colocaba el
nuevo sobre mi cabeza. A fin de cuentas, podría tener problemas mucho
peores que el simple hecho de tener que usar mi vestido limpio antes de lo
propuesto.
Me quité el polvo, eliminando unas pocas hojas de hierba descarriadas y
una rama que permanecía alojada en mi piel. Entonces miré alrededor
buscando algo que pudiera utilizar para subir sobre Xanthy.
Pero no había nada.
Ninguna roca, pared, ni olla de barro descartada. Nada.
—Bueno, supongo que será mejor que empecemos a caminar —le dije a
Xanthy—. Me muevo más lento que tú. —Ambos nos dirigimos a Megara,
y con cada paso recé para encontrar algún punto de apoyo que me llevara
de vuelta sobre mi caballo de modo que pudiéramos galopar lejos de la
vacuidad de este tramo del camino.
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Capítulo 42
Traducido por rihano
Corregido por JenB
esde la confesión a Afrodita, Eros se había pasado los días en
soledad. No había nadie que quisiera ver.
Ciertamente ningún mortal que quisiera ayudar. Había ordenado
que todos se alejaran, negándose a aceptar visitas.
La mayoría de sus días los pasaba acurrucado en el sofá, intentando con
toda su fuerza no echar un vistazo a Psique. Aunque el amor desesperado
y doloroso que había mantenido por ella había sido arrancado cuando
Afrodita deshizo la flecha, algo áspero todavía tiraba de su corazón. Eros
se convenció de que no era nada más que emoción sobrante que se iría
muy pronto.
Después de que varios días pasaron, otro visitante llegó a la puerta de
Eros. Si era posible, ella era aún más no bienvenida de lo que su madre lo
había sido.
Iris.
Ella estaba descendiendo sobre él como un buitre desciende sobre la
carne fresca.
—No lo digas. —Suspiró Eros cuando desfiló en la habitación—. No
puedes decirme nada que ya no me haya dicho a mí mismo mil veces.
Iris casi saltaba haciendo cabriolas mientras caminaba, con su largas y
excesivamente delgadas piernas que sobresalían por debajo de su vestido
color índigo. Cuando ella llegó al lado de Eros, se apartó su cabello color
violeta oscuro y puso mala cara, mientras sus profundos ojos marrones
parpadeaban.
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—Simplemente no lo entiendo.
Eros rodó los ojos. —¿Qué?
—No entiendo por qué querías a esa chica. Es una mortal.
Eros golpeó la palma de la mano contra su frente.
—Oh, ¿eso es lo que ella es? ¿Por qué nadie me lo dijo? —Sabía, por
supuesto, que Psique era en realidad solo una parte mortal, pero él no
estaba de humor para corregir a Iris.
Iris puso su mano sobre su cadera sobresaliente.
—No tienes que ser un idiota al respecto.
—Tú no tienes que actuar como si me estuvieras diciendo algo en lo que
nunca había pensado antes. —La cabeza de Eros bajó hacia sus manos,
donde permaneció sostenida solo porque estaba agarrando puñados de su
propio cabello.
Iris se deslizó a su lado en el sofá y envolvió su brazo color aceitunado
alrededor de sus hombros.
—Lo siento —dijo ella—. No puedo imaginar ser traicionado como tú. Y
por un humano. —Iris se detuvo un par de segundos antes de susurrar en
el oído de Eros—. Yo nunca te haría una cosa así a ti.
La cabeza de Eros se levantó y miró a Iris mientras se alejaba lo suficiente
para que su brazo no pudiera retenerlo más.
—¿De eso es de lo que se trata esta visita? ¿Todavía crees que podríamos
estar juntos?
—Despierta, Eros. —Iris saltó sobre sus pies—. Hera nos quiere juntos. Tu
madre nos quiere juntos. No puedes luchar contra ellos.
—Sí, excepto que yo amo a alguien más, ¿recuerdas?
—No es más que un mortal. Ella va a morir muy pronto. —Iris giró sobre
sus talones para salir del palacio de Eros, cuando Eros la agarró por el
codo y la hizo girar. Sus ojos azules quemaban con ferocidad metálica y
presionó su nariz cerca de la de Iris.
—No vas a decir cosas como esa acerca de Psique —silbó él entre dientes.
Iris fácilmente sacudió con fuerza su brazo liberándolo del agarre de Eros
y le devolvió la mirada, con los ojos otra vez bailando.
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—Está bien. Entonces no oirás de mí que no va a sobrevivir hasta la caída
de la noche.
—¿De qué estás hablando?
Iris puso su mano sobre su pecho en simulacro de asombro.
—Oh, pensé que no querías que dijera cosas como esa acerca de Psique. —
Los bordes de sus labios curvados en una sonrisa involuntaria.
Eros se acercó para sacudir a la esbelta diosa de nuevo, pero ella
fácilmente evitó su agarre.
—No me toques. Te convertiré en una sombra de color verde putrefacto
por un mes si alguna vez pones tus manos sobre mí de nuevo. —Pero
mientras hablaba, sus ojos se iluminaron y ella se acarició su estómago,
dejando que su contacto se extendiera hasta sus muslos—. A menos que
quieras poner tus manos sobre mí, por supuesto.
—Dime lo que sabes sobre Psique.
Iris tomó la mano de Eros en la suya, obligándola a remontar el sofocante
camino del abdomen hasta el muslo que su propia mano apenas había
explorado.
—Bésame.
—¿Y luego me dirás? —Sus cejas se redujeron a un punto mientras la
miraba. Él no estaba dispuesto a dejar que su boca se enredara con los
delgados y violetas labios de Iris, a menos que ella le asegurara
información a cambio.
—Si aún te sigue importando después —dijo Iris, forzando la mano de
Eros a su espalda mientras ella apretó su boca contra sus labios. Ella
envolvió una pierna alrededor de su cintura y agarró cúmulos espesos de
su cabello dorado, llevando su cuerpo más cerca del suyo. Eros finalmente
obligó a Iris a alejarse cuando ella movió su lengua contra sus labios.
—Basta. —Eros limpió su boca con el dorso de la mano—. ¿Qué va a pasar
con Psique?
Iris se acomodó el pelo y se alisó el vestido desaliñado. Luego estudió su
manicura granate indiferentemente para finalmente responder.
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—No me eches la culpa. Tu madre la encontró y le pidió un favor a Ares. —
Ella cruzó los brazos sobre el pecho—. Escuché que él iba a tener que
matarla, pero eso es todo lo que sé.
Eros se tambaleó hacia atrás un paso lejos de Iris y sus ojos estaban
vidriosos.
—Ella no puede morir. —Las palabras de Eros apenas fueron un susurro—
. Se supone que no muere.
Volvió a pensar en cómo Caronte había dicho que estaría viendo a Psique
muy pronto. Eros había estado tan enfurecido en el momento que no lo
había pensado, pero ahora se dio cuenta que su mamá debe haber estado
pensando en matar a Psique todo el tiempo. Tenderle una trampa con
alguien horrible era solo una distracción temporal. Afrodita siempre la
había querido muerta.
Iris lo arrancó de sus pensamientos mientras salía pisando fuerte fuera
del palacio.
—No te preocupes —dijo en voz alta antes de salir—. Te perdono por
amarla primero. Voy a ser mucho más comprensiva de lo que alguna vez
ella fue.
Iris golpeó fuerte la pesada puerta de oro de Eros, en su camino de salida.
Él agarró una urna de cobre, la cosa más cercana que pudo alcanzar, y la
lanzó hacia la puerta cerrada.
Una vez que los ecos de los tañidos de la olla se habían asentado, Eros se
dejó caer en su sofá y luchó con sus pensamientos. ¿Se retractaría de sus
promesas a sí mismo y buscaría a Psique? Aun si nunca quería verla de
nuevo, no creía que él solo pudiera dejarla morir.
Sin perder tiempo para pensar en ello, Eros empezó buscando a Psique.
Rápidamente la encontró deambulando a caballo por un camino seco,
flanqueado por parches de hierba incluso más secos.
La miró de cerca, estudiándola. Estaba llena de polvo y sus ropas estaban
sucias, pero no parecía que estuviera lastimada. O bien la había
encontrado a tiempo o Iris había inventado la historia en algún plan
enloquecido para atormentarlo.
A Eros realmente no le importaba de cualquier manera. Sus músculos se
relajaron y los nudos de tensión en sus hombros se relajaban mientras la
observaba. Incluso despeinada, se veía increíble.
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Y entonces vio la nube de polvo en el horizonte y observó como los
soldados espartanos se aceraban más. No.
Su mente se aceleró al ver a uno de los hombres abordando a Psique,
arrastrándola de su caballo y luchando para alejarla de la carretera hacia
las altas hierbas.
Incluso si dejaba el Olimpo ahora, nunca llegaría con ella a tiempo.
Cuando el soldado se quitó la túnica y se abalanzó sobre Psique,
indignación ciega le inundó.
—¡Ella es mía! —Eros precipitó su poder de creación a través de los cielos
hacia Megara. Mientras Psique yacía indefensa, con un cuchillo apretado
contra su garganta, la magia de Eros llegó a ella.
Para el soldado, todo su cuerpo pareció temblar.
Su forma cambió entre monstruo y víctima. Su cabello se convirtió en
espirales de serpientes. Su piel crujió, revelando mortales escamas grises
y sus ojos ardían como carbones ardientes.
Mientras el soldado se tambaleó alejándose, Eros sabía que él estaba
llegando a la única conclusión que sus ojos le permitían. Psique parecía
una Gorgona cuya identidad, oculta por una máscara humana, estaba
cayendo bajo el peso de su atacar. El hombre asumiría que si veía en los
ojos de la Gorgona, instantáneamente se convertiría en piedra. Así que
corrió. Huyó de su propio ataque, dejando a Psique, básicamente ilesa.
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Capítulo 43
Traducido 911 por aLexiia_Rms & NomeHodas
Corregido por Julieta_arg
n punto de apoyo para subirme sobre Xanthy nunca se presentó,
por lo que caminé el resto del camino a Megara. Sabía que tenía
que ir directamente a Eleusis, pero me aventuré dentro por más
agua y ayuda para subir a mi caballo.
Mientras la conducía a través de las calles de la ciudad, mantuve mi
cabeza gacha y me moví con rapidez en busca de una fuente pública. La
multitud de los ciudadanos de Megara espesaba; una mezcla confusa de
agricultores, comerciantes, esclavos y senadores. Rodeada de toda esa
gente, empecé a preocuparme de haber cometido un error al adentrarme.
¿Qué si uno de ellos me reconocía? O peor aún, ¿y si me atacasen como
los espartanos?
Cuando llegué al borde de la fuente, llené mis frascos. Alcé la vista por un
momento y atrapé la mirada de otra chica que hacía lo mismo. Su cabello
estaba ordenado, y su piel ligeramente olivácea estaba limpia, pero vestía
algo que parecía haber sido hecho de la más dura y sin teñir lana de
cordero. Supuse que era una esclava, llenando frascos para su amo.
Cuando sus ojos se posaron en los míos por un momento, me hizo un
gesto casi imperceptible. Una señal de camaradería.
El insulto momentáneo fue superado rápidamente cuando comprendí que
"esclava" era un buen disfraz. Me gustaría ser capaz de pasar a través de
las calles prácticamente imperceptible si me veía como una esclava. Nadie
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me daría una segunda mirada. Una pequeña sonrisa tiró de mis labios y
me sentí segura.
Hasta que una voz aguda me arrancó de mi seguridad momentánea.
—¡Niña! El caballo de tu amo no puede beber de la fuente.
Había estado tan distraída que no me había dado cuenta que Xanthy tenía
pegado el hocico en el agua dulce de la ciudad. Tiré de su cuello
determinado hasta que sacó la cabeza por encima de la línea de agua.
Xanthy resopló, salpicándome de gotas frescas.
Solo cuando ya había corregido mi error me volteé a mirar a la mujer para
pedir disculpas.
—Lo siento —se escapó de mis labios al mismo tiempo que vi
completamente su rostro. Era severo, pero iluminado por la luz de una
risa reprimida. Y me era familiar. Un segundo pasó antes de darme cuenta
que el rostro de la mujer se veía igual que la imagen en relieve de Vesta
que había visto en su santuario.
Mis ojos se abrieron y me incliné rápidamente.
—Mi Señora.
Me miró con atención, estudiando mi cara y ropa. Luego asintió y levantó
la barbilla con un esperado aire de superioridad.
—Pareces una buena pequeña esclava. —Sus ojos brillaron—. Te voy a dar
un consejo —continuó.
Dejé que mis ojos se movieran a la izquierda y derecha para asegurarme
que nadie escuchaba. La mujer noble reprendiendo a la esclava estaba
pasando desapercibido.
—Deberías servir a Ceres en Eleusis. Sería un error no pedir su ayuda
también.
Asentí en lo que esperaba fuera una reverencia con la inclinación
suficiente. —Gracias, mi señora. Estoy eternamente agradecida.
Un lado de su boca se elevó en una media sonrisa mientras se inclinaba
más cerca y susurraba:
—No es gratitud lo que busco, es el cumplimiento de la promesa que
hiciste.
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—¡El santuario! —solté antes de poner mi mano sobre mi boca. Una vez
más, rápidamente miré a mi alrededor para ver si alguien nos había
notado, pero todavía parecía seguro. Bajé la voz—. Usted, por supuesto,
tendrá su santuario si logro pasar este viaje. No iría contra mi palabra.
Ella levantó una ceja acusadora.
—¿En serio? ¿También le dijiste eso a Eros?
El aire salió de mis pulmones como si me hubiera dado un puñetazo.
Lágrimas calientes se agruparon en mis ojos, amenazando con
desbordarse. No había llorado desde mi ataque, pero sus palabras picaron
peor que cualquier asalto físico.
Empecé a defenderme.
—Nunca quise hacer daño…
—Apariencia, niña —me interrumpió Vesta—. Lo que quieres decir es
evidente para todos. No vas a ganar el favor de alguien si mientes acerca
de tu verdadera intención. Admite tus errores y todavía podrás ser
perdonada.
Sus palabras eran más duras de lo que me hubiera gustado, pero sabía que
las ofrecía como un plan de redención. Caí de rodillas y besé la suave
mano de porcelana de Vesta.
—Mi Señora, no puedo agradecerle lo suficiente.
Vesta sacudió fuera mi mano y me miró con la forma en que un maestro
ve a su torpe pupilo.
—Levántate antes de que atraigas la atención a ti —siseó.
Cuando me paré, me sacudí el polvo de mis rodillas.
—Además —añadió Vesta—, no puedo prometer que alguna vez me
construirás ese templo. Podrías esperar y agradecerme si alguna vez
sucede.
Dejé de limpiar mi vestido y miré a la diosa, mi corazón cargado de temor.
Consejos obviamente era todo lo que podía esperar de ella. Asentí.
—Todo bien, entonces.
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Vesta se alejó, desapareció entre la multitud y se fue. Aunque todavía
tambaleaba un poco, estaba lista para escapar de esta multitud de gente
también.
Lo único que sabía era que ahora tenía que ir al templo de Ceres en
Eleusis.
Después de terminar la tarea llenando frascos que había empezado,
agarré la melena de Xanthy y comencé a acarrearla. Pero me di cuenta de
que todavía no había encontrado una forma de llegar a su espalda. Si
quisiera llegar a Eleusis al caer la noche, viajar a caballo era una
necesidad. Miré alrededor del centro comercial lleno, viendo gente
corriendo sobre su negocio como ratas. Sin embargo, la fuente estaba
desierta. ¿Alguien lo notó?
Brinqué hacia la barrera de la fuente que separaba a la gente del pozo,
sujeté la melena de Xanthy para evitar que me cayera accidentalmente.
Fácilmente eché la pierna izquierda sobre la espalda Xanthy y me
acomodé en el lugar. Con un empujoncito de mis talones, Xanthy y yo
irrumpimos nuestro camino a través de la masa del pueblo, hasta que
estuvimos a salvo en la carretera que conducía fuera de Megara. Una vez
fuera de las puertas de la ciudad, nos dirigimos hacia el norte y comenzó
el viaje a Eleusis.
Gracias a Dios, el camino estaba vacío.
Esperé hasta la noche para deslizarme a través de las puertas de Eleusis y
terminar mi camino hacia el centro de la ciudad. Seguimos el camino
lleno de surcos y, como esperaba, nos condujo directamente al ágora. Los
puestos de mercado vacíos y sobras desechadas aludían a la vida que
llenaría de nuevo la larga y rectangular plaza al venir amanecer. Pero en la
oscuridad, estaba extrañamente sin vida.
En el extremo más alejado del ágora pude distinguir la silueta de un
templo. Unas pocas y solitarias antorchas parpadeaban desde el interior.
Bajando de la espalda de Xanthy, me acerqué lentamente, sintiendo total
respeto por la diosa mientras estaba de pie en la marca de su santuario
más sagrado.
En honor a la diosa por su don de la agricultura, los Eleusisnianos habían
construido un templo que parecía crecer de la tierra. Largas columnas
esbeltas, como tallos de trigo, levantaban un masivo techo triangular.
Imágenes de la diosa montando su carro tirado por caballos, adornaba
todas las paredes.
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Tomando una respiración profunda, dejé a un lado a Xanthy y subí la
empinada escalera del templo. Mis sandalias de cuero golpeaban
ligeramente contra las escaleras de mármol. El único otro sonido era del
campo de trigo a mi espalda, cómo el viento hacía chocar los tallos uno
contra el otro. El suelo del templo estaba tan elevado por encima de la
base de que no podía ver el interior hasta que tenía más de la mitad del
camino por las escaleras. Cuando pude apreciar por completo el santuario
del templo, lo que vi me sorprendió.
Allí estaba yo, de pie en el templo más famoso de Ceres en toda Grecia, y
este parecía como si una manada de cerdos salvajes hubiera sido liberada
en su interior.
Hojas arrugadas de maíz yacían esparcidas por el suelo con tallos
quebradizos de color marrón de cebada. Mezclados entre los escombros
estaban los instrumentos de agricultores —rastrillos, azadas y hoces—
dejados esparcidos como si los agricultores simplemente se hubieran
cansado de cuidar el campo frente a ellos y los hubiesen aventado con
poco cuidado desde donde estuviesen. En una esquina lejana, un estatuto
menor se inclinaba precariamente contra la pared.
Incluso si pudiera haberme concentrado entre tanto escombro, me negué
a pedir ayuda a Ceres mientras que sus tributos estuvieran en ruinas.
Corrí al estatuto y me puse entre la pared y el mismo. Al principio no
pensé que tendría la fuerza para soportarlo, pero empujando con las
piernas, el estatuto eventualmente se movió pesadamente de nuevo en su
base con un ruido sordo que resonó en el santuario cavernoso.
Entonces empecé a recoger los instrumentos aventados. Cuando había
recogido todos y dispuesto ordenadamente en otro rincón, empecé a
trabajar en separar los granos caducados. Afortunadamente, encontré una
cesta con unas pocas hierbas que utilicé para recoger los desechos.
Cuando pensé que había recogido todo, hice una pausa, observando mi
trabajo por un minuto. Había satisfacción en la limpieza. No era sólo
servirle a la diosa. Me sentía bien de haber hecho el orden a partir del
caos. Satisfecho de que el templo estaba ordenado, me volví para bajar las
escaleras y tirar los granos atrofiados.
Tenía poco más de la mitad de camino hasta mi vuelta antes de rebotar en
un pecho cálido y sólido. La canasta aplastada en ella y envió los granos
que había trabajado tan duro para recoger rociando por el suelo una vez
más. Estaba a punto de gritarle a la mujer por pararse detrás de mí,
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asustándome, y arruinando mi trabajo, cuando reconocí el rostro de
Ceres.
¿Por qué las diosas parecen pensar que era una buena idea escurrirse
detrás de mí hoy? Inmediatamente, me caí de rodillas, llegando
frenéticamente por el grano sembrado. Antes de que pudiera agarrar
incluso dos piezas, exhaló un suspiro suave, como si estuviera soplando
una vela ya menguante, y se habían ido. Incluso las piezas que había
juntado se habían ido. Miré hacia arriba y Ceres sonreía.
Pero no se burlaba de mí. Su sonrisa era dulce y maternal. El brillo de sus
ojos era tan abiertamente cariñoso que yo no quería nada más que ser
envuelta en sus brazos. Aunque no me abrazó, me tendió suavemente su
mano dorada y me ayudó a levantar.
—Gracias, Psique —dijo—. No te puedes imaginar cómo me duele ver esto,
todos mis templos, en tal desorden. El otoño es una cosa. Realmente no
me importa incluso entonces, con los agricultores tan ocupados con sus
cosechas. Pero he llegado a esperar algo mejor en la primavera. —Sus
profundos ojos marrones brillaban mientras hablaba, teniendo en el
santuario con evidente orgullo.
—No puedo creer ni siquiera que lo dejaron llegar a esto —le dije, ahora
enojado con los Eleusiansnianos por no cuidar mejor del templo.
Ceres despidió con un gesto mí preocupación.
—Están muy ocupados con la siembra de primavera. Supongo que no
puedo estar muy enfadada con ellos por usar mis dones. —Entonces se
movió silenciosamente a través del templo, decorando cada grieta con
explosiones de frutas y flores. Su vestido de cobre se balanceaba sin
esfuerzo mientras se movía. Cuando un mechón de pelo caoba se liberó de
su moño despreocupado, simplemente lo metió detrás de la oreja y
continuó sus creaciones. Era como ver a un bailarín y artista en uno.
Después de haber creado el último de sus cuernos de la abundancia, Ceres
se sacudió las manos y volvió su atención hacia mí.
—Ahora, ¿tengo razón en que no has venido a verme para poner al día tus
habilidades domésticas?
Mi mirada cayó lejos de sus ojos líquidos mientras yo asentía.
—No sé por dónde empezar —tartamudeé—. Nunca había hecho una
oración en persona antes.
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Ella se rió suavemente y puso su mano sobre mi hombro.
—No te preocupes. Ya sé lo que has venido a preguntar. —Suspiró—. Sólo
me gustaría que hubiera más que pudiera hacer.
Busqué una explicación en sus ojos oscuros, sin poder hablar. La
esperanza salió de mí como ráfagas de agua de una presa rota.
—Haré lo mejor que pueda. —Una sonrisa triste tiró hasta una esquina de
sus labios teñidos de bronce—. Pero como no pude proteger a mi propia
hija de Hades, no puedo protegerte de Afrodita para siempre.
—No necesito para siempre —tartamudeé—. Sólo el tiempo suficiente para
llegar al Olimpo y pueda ver a Eros. Si solo podemos hablar una vez él se
calme, estoy segura de que podemos arreglar esto.
—Nunca vas a llegar a Eros a menos que Afrodita quiera. —Parpadeé
perdida en su hermoso rostro, sin saber lo que me estaba diciendo—. No
te gustará, pero hay una manera —me dijo finalmente.
—¡Cualquier cosa! —solté.
—No te puedes esconder de ella. No puedes conseguir pasarla. Solo tienes
que ir a ella. —Ceres continuó—: Está enojada contigo, en muchos niveles
en este momento, pero va a respetar tu valor. Tienes que solucionar las
cosas con ella antes de tener la oportunidad de disculparte con Eros.
Mi propio peso era demasiado pesado y de pronto mis piernas no lo
sostendrían. Era como si el techo monumental por encima de mi cabeza
lentamente me aplastara contra el suelo. Me estrujé en un montón a los
pies de Ceres.
—Vamos, te acabo de recoger de ese piso hace un momento —reprendió
con suavidad. Ella me agarró debajo de mis brazos y me puso de nuevo en
pie. Mis rodillas comenzaron a doblarse de nuevo, pero una mirada aguda
de Ceres me obligó a ponerme bajo control—. Esto no es imposible —dijo.
Asentí con pequeños movimientos raquíticos. Era lo mejor que podía
hacer para indicar que entendía, aunque no lo hacía. En cuanto a mí
misma con Afrodita parecía tan cuerdo como bailar en un incendio.
—Si yo pensara que ella va a matarte, te ahorraría la angustia y te llevaría
abajo con Hades yo misma —dijo Ceres.
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Algo de consuelo. No quería ser torturada, desterrada, arruinada o
cualquiera de las otras cosas numerosas Afrodita podía hacer para mí
corto de muerte. Sólo quería ver a Eros.
—Además —continuó Ceres—,creo que se ha calmado desde su primer
intento.
Las palabras me fallaron por segunda vez en tantos minutos. ¿Afrodita ya
ha intentado matarme? ¿Al igual que, real y verdaderamente matarme, no
sólo maldecirme y arruinar mi vida?
—Retrocede —dijo ella, cerrando mi mandíbula desquiciada con su dedo—
. Vas a estar bien. —La constancia en los ojos de Ceres era imposible de
ignorar. Fue entonces cuando me di cuenta, yo estaba de pie delante de
una diosa del Olimpo, que me estaba diciendo, tan suavemente como
podía, que me había quedado sin opciones. Me mordí en la esquina de mi
labio mientras consideraba qué hacer a continuación.
—Está bien —dije finalmente—. ¿Cómo voy a encontrarla?
La sonrisa de Ceres se extendió por su cara, penetrando todo el camino
hasta sus ojos.
—Yo sabía que no estaba perdiendo mi tiempo contigo —sonrió—. No sé
que tú eras particularmente valiente, pero claramente amas a nuestro
pequeño Eros. —Luego añadió en voz baja, inclinándose más cerca así sus
palabras no podían ser escuchadas—: La devoción como la tuya no puede
ser ignorada, incluso por un olímpico. Recuerda eso.
—Lo haré —le prometí.
—Excelente. —Ceres estaba alto de nuevo y agarró mi mano entre las
suyas—. Vamos entonces. Te llevaré.
—Espera. ¿Ahora mismo? —Tiré mi mano lejos—. ¿Qué pasa con mi
caballo? —le pregunté, vacilante por cualquier excusa pérdida de
sustentación—. No puedo simplemente dejar a Xanthy aquí.
No estaba lista para reunirme con Afrodita en ese mismo instante. Pensé
que tendría por lo menos una noche más antes de enfrentarme a la diosa
que, estaba convencida, me quería muerta. ¿Cómo habremos pasado de
ser como una familia a que ella me quiera ver muerta?
—Hmmm. —Ceres presionó sus dedos índices contra sus labios y se quedó
pensativa por un momento antes que una revelación cruzara por su
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rostro. Con un movimiento de sus manos, simplemente dijo—: El caballo
vendrá también. Problema resuelto.
Ni siquiera tuve tiempo para cerrar la mandíbula abierta de nuevo antes
de Ceres me agarró la mano y suavemente me tiró por las escaleras de su
templo. Xanthy tenía la cabeza y la mitad de su cuerpo atrapado en los
campos de trigo sagrados. Estaba comiendo lejos, pero a Ceres no parecía
importarle. Con un movimiento fluido y sin esfuerzo, me agarró la cintura
y me dejó caer sobre la espalda de Xanthy. Entonces Ceres se montó
detrás de mí y apretó dos puñados de la melena de Xanthy, en dirección a
los tallos de trigo a la altura del pecho.
La sentí empujar a Xanthy hacia adelante al trote, y luego volábamos. No
estaba volando de la forma en que un pájaro vuela sin embargo—o de la
forma en Eros voló. No había ningún esfuerzo, y no volando o
deslizándose. Era más como ser una pluma atrapada en el viento,
flotando, girando, cayendo. Solo con una velocidad inimaginable. Fue
emocionante y aterrador al mismo tiempo.
Ceres se echó a reír como un niño aturdido detrás de mí.
—¿No es genial? Me encanta no tener que depender de las alas para
moverse.
Me abracé con más fuerza al cuello de Xanthy aunque estaba bastante
segura de que Ceres no me dejaría caer. Tenía que estar en desacuerdo
con ella sin embargo. Yo había volado en alas y me pareció ser superior, y
una manera de viajar menos nauseabunda.
En menos tiempo del que me hubiera tomado solo para volver a salir de
las puertas de Eleusis, aterrizamos en el monte Olimpo. El aire era más
fresco, el suelo más rocoso. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal,
haciéndome estremecer.
Ceres se deslizó de la espalda de Xanthy con la fluidez del agua.
—Vamos, querida —dijo mientras me tiró hacia abajo—. Puedes quedarte
conmigo esta noche. Mañana iremos a Afrodita.
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Capítulo 44
Traducido por Cpry & Catleo
Corregido por LilikaBaez
ros se quedó despierto toda la noche, rodeado por los recuerdos.
Su mente repetía historias de Psique cientos de veces, los primeros
en los que le había dicho sobre la tarta de queso a los previos a la
pelea. Eran historias que le había hecho decírselo de modo que podría
recordarla mientras estaban separados.
Ahora las historias le impidieron olvidar.
Mientras se echaba, solo en su cama, oyó la voz suave de Psique; recordó
su risa delicada al recordar algo gracioso. Y luego, cuando ella por fin lo
había besado, sus labios quemaron recordando la sensación que sintió
contra los de ella.
El poco tiempo que habían pasado juntos chocó contra él, derramando
sobre su cabeza como si fueran ondas ahogando.
El amanecer estalló finalmente, Eros se dio la vuelta y tiró de la manta
sobre su cabeza con un gemido. Sabía que Afrodita le había eliminado el
aguijón de la flecha del amor.
Pero se sentía con resaca de amor de la misma manera, como si fuera un
licor embriagante que lo dejara con ganas de más, incluso después de que
se había quedado en su sistema.
Cerró los ojos contra la luz intrusa. Más recuerdos llenaron el vacío sin
luz. Podía ver revolotear los ojos de ella. Sintió sus dedos suaves en la
mejilla. El aliento de Psique le susurró al oído.
—¡Suficiente! —Eros empujó la manta y se sentó. Sus pies se movieron al
suelo mientras se cepillaba su maraña de rizos—. Esto es suficiente —se
dijo—. Es hora de volver al trabajo.
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Se arrastró fuera de la cama hacia su patio abierto. Además de obligarse a
sacar a Psique de su mente, el trabajo podría ayudar con algunos otros
problemas que había ido evitando.
El primero e inmediato, aparte de Psique, era que Zeus fuera a abrir los
cielos sobre él si no empezaba a responder algunas oraciones. Su segundo
problema, y el más preocupante, era que su madre estaba decidida que
viera a Iris. Sin embargo, si utilizaba a Iris para ayudarla con el problema
uno, él también obtendría que Afrodita diera marcha atrás por un tiempo
en el problema dos. Podía trabajar ese ángulo si tenía que hacerlo.
Desde su patio, Eros empezó a sintonizar las oraciones. Al principio las
palabras corrían juntas como el zumbido de fondo durante una cena
grande. Trabajando a través del revoltijo, se las arregló para separar las
solicitudes en fragmentos discernibles.
—Y te juro que si lo mantienes alejado de las prostitutas, seré toda la
mujer que necesita. —Eros ni siquiera tenía que mirar para saber quién
estaba haciendo esa solicitud. Ella sería la esposa de un senador de
mediana edad, flor de juventud marchitándose lentamente mientras se
desvivía por los niños y las reuniones organizadas para su ingrato esposo.
Había oído mil oraciones justo como ésta antes. Era simpático, pero no
interesante.
—Desde que me enteré de Zeus apareciendo a Ledo como un cisne, he
estado obsesionada con la idea de él viniendo a mí oculto. Tal vez un león
o una serpiente. ¿Puedes usar las flechas para convencer...?
Um, definitivamente no. Siguiente.
—... Y sé que por lo general haces que la gente se enamore, pero ¿podrías
hacer que esta chica dejara de quererme? Sé que soy bien parecido, pero
no me deja solo, no importa lo que haga con ella. Como cuando la hice
tropezar y cayó en una pila de mierda de caballo. No importaba. Solo me
perseguía alrededor apestando. Se está haciendo difícil conseguir que las
muchachas bonitas se fijen en mí porque realmente creen que estoy con
ella.
Eros se rió entre dientes.
—Mírate en un espejo. No es probable que tu chica sombra las aleje —
murmuró. Por un segundo, Eros consideró hacer que el hombre se
enamorara de la chica molesta como castigo por ser tan orgulloso. Pero el
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amor, aunque no deseado, haría la droga feliz. Estar miserable y ser
perseguido sería mejor.
Siguiente.
Entonces Eros oyó una voz dulce y joven, sin embargo, casi estrangulada
por el miedo.
—Hoy me casaré con un hombre al que nunca he conocido. Mi madre me
dice que es solo veinte años mayor que yo, así que podría ser peor ya que
voy a ser su segunda esposa. Pero estoy muy asustada.
Eros escaneó rápidamente a la chica, encontrándola acurrucada en una
silla junto a la ventana.
—He oído que amaba a su primera esposa antes de morir y me preocupa
que no haya espacio en su corazón para mí. Sé que nuestro matrimonio es
político ahora, pero rezo para que se convierta en más. Por favor, Señor
Eros, si pudiera abrir el corazón de mi esposo para mí, siempre estaría en
deuda contigo.
La chica cerró los ojos y dejó caer la cabeza sobre las rodillas. Eros casi
sentía la tortura en su corazón. Ahora que era una oración digna de
respuesta.
Y sabía cómo usar a Iris para conceder el deseo.
Todo lo que tenía que hacer era esperar a que Iris llegara. Incluso después
de su pelea del día anterior, Eros estaba seguro que no la había visto por
última vez. Como era de esperar, ella flotó en el palacio de Eros, tan
pronto como el sol de media mañana comenzó a fluir con sus rayos
cálidos y amarillos a través de sus ventanas. Eros no estaba siquiera cerca
de que le agradara, pero pensó que le debía por lo menos tolerancia por
haberle avisado sobre el ataque de Ares a Psique. Por supuesto, Iris no
sabía que ella estaba perdonando la vida de Psique, pero Eros estaba a
regañadientes agradecido.
—Hola, Eros —ronroneó Iris. Hoy su tono de piel tenía un toque de azul.
No profundo como un arándano. Solo una colada fina de color azul, como
si se estuviera congelando desde adentro hacia afuera
Tal vez ella es así pensó, por lo general me da escalofríos.
Ella inclinó la cabeza hacia un lado y entrecerró los ojos.
—¿Qué? Parece que te acabo de recordar una buena broma.
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—Estaba pensando en el trabajo que tenemos que hacer hoy. Debería ser
divertido.
—El trabajo y la diversión no se suelen mezclar —dijo Iris. Una sonrisa
irónica tiró de sus labios—. Pero estoy intrigada por la parte de “nosotros”
en ello.
Eros le habló de la joven novia y sus planes para la concesión de su
oración. Era de esperar que Iris aceptara ir. Una vez en casa de la novia,
los dioses se disfrazaron de invitados de la boda. Mezclados con la
multitud de extraños que llenaban las calles de afuera, esperaron a que la
procesión de la boda comenzara.
—La novia nos llevará derecho al novio —le susurró Eros a Iris—. Va a
salvarnos de tener que buscarlo por nosotros mismos.
—Supongo que no queremos encontrar accidentalmente al novio
equivocado — dijo Iris con una mueca. Eros arqueó las cejas y asintió.
En poco tiempo, la joven esposa salió de la casa de sus padres. Su vestido
estaba hecho de una seda roja fina y bordada con un motivo griego con
una llave de oro a lo largo del dobladillo. Su pelo castaño claro y ojos color
avellana parecían simples contra el traje de bodas elaborado. Nada como
lo que Psique había parecido aquella primera noche... Eros sacudió la
cabeza para sacudir los recuerdos.
—Pobrecita —dijo Iris—. Ella está muerta de miedo. Está escrito en toda
su cara.
Eros asintió.
—Algunas oraciones simplemente deben ser respondidas.
Luego se deslizó más hacia la multitud para seguir la procesión de la
boda, ya que hacía su camino desde la antigua casa de la novia a la del
novio. Iris se abrazó estrecha detrás de él.
Cuando la procesión comenzó a cantar, Eros se unió e Iris le lanzó una
mirada de reojo que le preguntaba por qué estaba participando en el acto
humano.
—Estoy mezclándome, ¿recuerdas? —Eros sonrió y le guiñó un ojo—. Tú
cantas también.
A medida que caminaban y cantaban, la mano de Eros sin querer rozó los
dedos de Iris. Sus manos no estaban heladas como Eros había esperado.
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Cuando llegaron a la casa del novio, Eros agarró el codo de Iris y
bordearon lateralmente alrededor de la multitud.
—Vamos —le susurró—. Todo el mundo va adentro para el banquete.
Podemos deslizarnos por atrás.
Desde el patio, Eros fácilmente seleccionó a la joven novia con su vestido
rojo destacando. Al lado de ella había un hombre, el cual, Eros
sospechaba, era el novio. La parte superior de su calva brillaba bajo el sol
del atardecer. La sospecha de Eros fue confirmada cuando el hombre
comenzó a agitar enérgicamente la mano de un hombre de aspecto
formidable, prometiéndole que cuidaría de su novia.
Con la facilidad de alguien con mucha práctica, Eros extrajo una flecha del
carcaj y sacó su arco. Nadie notó cómo la flecha plateada explotó con un
estallido de brillo estelar en la espalda del hombre. Los cristales amarillos
y blancos brillaron momentáneamente en el aire, invisibles excepto para
Eros e Iris.
—Eso debería hacerlo —dijo Eros poniendo de vuelta el arco sobre su
hombro—. Plegaria contestada.
Cuando se giró para mirar a Iris, su mandíbula colgaba abierta y sus ojos
estaban congelados en el punto en la espalda del hombre donde la flecha
se había evaporado.
—¿Qué creías que iba a ocurrir? —preguntó él con una sonrisa de
satisfacción.
—Yo… no lo sé —dijo Iris—. ¿Por qué no pueden verlo? Fue hermoso.
—Son humanos. Solo ven aquello que sus ojos pueden comprender.
Un pensamiento tiraba desde el fondo de la mente de Eros. Trató de
sacarlo, pero cuando no salió a la superficie fácilmente lo dejó a un lado.
—Vamos —dijo, tirando del brazo de Iris y guiándola fuera del patio—.
Ahora te toca a ti hacer algo de magia.
Iris levantó la vista. El sol brillaba despiadadamente desde un inmaculado
cielo azul donde solo unas pocas nubes se hinchaban aquí y allá. Sacudió
la cabeza.
—Necesito más nubes. El arco iris no funciona en plena luz del sol.
Eros paró.
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—¿Qué quieres decir?
Iris se encogió de hombros.
—No puedo simplemente hacer aparecer arco iris desde la nada. Necesito
sol y nubes lluviosas.
Los ojos de Eros lucieron desalentados.
—Quizá deberías haberme dado alguna pista sobre ese pequeño detalle
antes de que estuvieras de acuerdo en ayudar.
Eros levantó las manos y elevó sus alas para volar.
—¡Espera! —dijo Iris—. Todo lo que debemos hacer es conseguir que
Helios acerque una de sus nubes —Señaló a una nube inestable de color
gris rojizo que estaba cerca del horizonte—. Esa parece llevar lluvia en
ella. Servirá.
—Oh. Entonces, todo lo que tenemos que hacer es echarnos a volar rumbo
al sol y estamos en el negocio. Claro. Sin problemas. —Eros puso los ojos
en blanco.
—Para ser un dios, no eres tan listo usando tus dones —dijo Iris—. Helios
alegremente dará un paseo bajo esa nube si algo suficientemente tentador
está allí en pie.
Eros e Iris se miraron.
—¿Quién? —preguntaron al unísono, entonces se echaron a reír juntos.
—Una chica que sea lo suficientemente deslumbrante como para atrapar
la atención del sol —dijo Iris.
—¡Claro! —dijo Eros—. Aglaia —La Gracia del Resplandor—. Helios se
derretirá por ella incluso sin mis flechas.
Iris le dio un rápido y entusiasta abrazo.
—¡Perfecto! Ahora, ¿cómo conseguimos que ella llegue allí?
—¿Soy yo quien no es muy listo? —preguntó Eros—. Puedo hacer que él
crea que Aglaia está allí de pie, pero la ilusión no se mantendrá si él
intenta caminar hacia ella. ¿Puedes hacerlo rápido?
Iris estalló en el aire, volviendo a por Eros dijo:
—¿A qué esperas?
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Con un salto y un aleteo la pasó velozmente.
—Trabajo rápido, ¿recuerdas?
Iris respondió con una risa mientras el dios corría hacia la nube de lluvia
solitaria. Cuando llegaron hasta la nube, Eros alcanzó sus flechas e Iris se
posó sobre el borde como un buzo a punto de saltar al mar. La flecha de
Eros dio en el hombro de Helios y su cabeza se giró con un chasquido
hacia la pareja.
La mirada de Helios se estrechó en un holograma de una luz bailando. El
espejismo tomó la forma de una brillante mujer cuyo cabello se movía con
el viento y cuyos ojos destellaban con el brillo de las estrellas. Una doble
perfecta de Aglaia. Ella caminó en puntillas a través del aire hacia la nube
de lluvia.
—Está funcionando —susurró Iris mientras Helios giraba su corcel solar
hacia la chica.
—Prepárate —dijo Eros—. Helios no estará encantado después de que ella
desaparezca.
La cuadriga de Eros se iba acercando, disparando pinchos de calor hacia
los dioses mientras se acercaba. Iris se encogió de dolor.
—No puedo creer que esté haciendo esto por un humano.
En un destello de luz abrasadora, Helios estaba tras la nube. Iris se
zambulló, dibujando su paleta de color a través del cielo mientras caía. Su
arco iris iluminando el cielo y por un momento, Eros pensó que veía una
chica vestida de rojo mirando hacia arriba con asombro.
Mientras Iris tocaba abajo tras una colina y guardaba el rastro de su arco
iris, una voz acusadora tronó.
—¡Eros!
Iris acababa justo de girar a mirar cuando Eros la derribó del cielo y
envolvió sus brazos a su alrededor.
—Vámonos —dijo, aleteó frenéticamente sus alas devuelta hacia Olimpo.
Cuando Eros dejó a Iris en su palacio, ambos estallaron en carcajadas.
—¿Supongo que Helios no está muy feliz?
—Puede decirse.
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—¿No estás preocupado? —preguntó Iris, con los ojos abiertos.
—Nop. Él no puede herirme. Además, eso fue divertido. —Eros miró a
Iris—. Gracias por acompañarme. Lo necesitaba.
Iris tomó un paso más cerca de Eros.
—Puedo ser muchas cosas que necesites.
La sonrisa desapareció de la cara de Eros, pero la amabilidad de sus ojos
se mantuvo. Corrió sus manos por los delicados brazos de Iris hacia abajo
y sujetó sus manos. ¿Cuándo su tez cambió de azul a rosa? se preguntó.
Lucía casi comestible sonrojada con un color más natural.
—Simplemente aún no estoy preparado —respiró, mirando hacia abajo,
hacia sus manos encajando juntas.
Iris tiró de una de sus manos liberándola y elevó la barbilla de Eros para
que sus ojos se encontraran.
—Está bien. Ayer dije muchas cosas que no debí haber dicho… Si puedes
perdonarme, puedo esperar. ¿De acuerdo?
Eros miró a lo lejos en la distancia.
—Te perdono.
Iris se alzó sobre sus pies y besó a Eros en la mejilla.
—Buenas noches.
Él miró su sensual aura de colores relucientes dejando un rastro tras ella
mientras salía. Esa noche, sólo en su palacio, Eros se relajó con el
cansancio placentero que viene tras un día satisfactorio. Había contestado
a una plegaria y usado sus flechas en otro dios distinto de Zeus. ¿Qué más
podía pedir?
El pensamiento apenas salió de su cabeza antes de que Eros se
arrepintiera. Podía pedir que Psique se enamorara de él lo suficiente
como para confiar en él. Lo había olvidado mientras estaba jugando con
Iris, pero los recuerdos volvieron en la soledad de su casa.
Estaba enfadado consigo mismo por divertirse tan fácilmente con Iris.
Ayer la había odiado, pero hoy… no tanto. Y estaba sorprendido por
pensar que podía sentirse atraído por ella tan fácilmente después de la
devoción que había tenido hacia Psique. ¿Estaba realmente dándose por
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vencido con Psique tan fácilmente como la magia de sus flechas se
deshacía?
Mientras Eros daba vueltas a eso, un pequeño destello de pensamiento
que había ignorado en la boda se deslizó hasta la superficie.
Ellos son humanos. Solo ven lo que sus ojos pueden comprender.
Incluso si ella tuviera algo de sangre divina corriendo por sus venas,
Psique era aún humana. Ella sólo podía ver aquello que sus ojos podían
comprender.
—Sí, entonces —se provocó a sí mismo. Había algo más. ¿Qué era lo que
olvidaba?
Eros reflexionó sobre todo lo que había pasado anticipándose a la traición
de Psique. Se pelearon. Lo arreglaron. La hermana de Psique vino de
visita, Alexa dijo que Psique no los había escuchado.
Y entonces lo recordó. Alexa le dijo a él que ella se mostró ante Chara. Y
cuando Psique estaba tratando de explicarse, ella comenzó a decir algo
sobre Alexa, pero la cortó.
¿Y si Psique había visto también a Alexa? Los ojos de Psique solo
comprendían la traición. Ella había visto un palacio edificado con
mentiras. Un supuesto mejor amigo la apuñaló por la espalda.
La esperanza tan dolorosa de esas palabras agarró su corazón y lo apretó.
Tenía que encontrar a Alexa. Si su corazonada era correcta, Psique era la
única que merecía su perdón.
Tal vez él necesitaría algún perdón para sí mismo.
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Capítulo 45
Traducido por Catleo
Corregido por Julieta_arg
uando me desperté la siguiente mañana, mi mente
instantáneamente se reprimió con miedo al verse enfrente de
Afrodita. No había nada que hacer excepto mantenerme ocupada a
mi misma preparándome.
Ceres flotó dentro con su despreocupada tranquilidad mientras enrollaba
su cabello cuidadosamente en un moño. Cuando abrió su mano, una
pequeña margarita blanca se materializó. Colocó la delicada flor tras mi
oreja antes de tomar mis manos entre las suyas.
—Puedes hacerlo —me aseguró apretando mis palmas.
Cerré los ojos y exhalé mientras movía de arriba abajo la cabeza y forzaba
una sonrisa tensa.
—Lo sé —dije y me mordí el labio—. Bien podría acabar con esto, ¿no?
No quise decir ni una sola palabra de eso. Me gustaría haber tenido
alguna excusa para el retraso.
Ceres enderezó la flor detrás de mi oreja. —No dejes para mañana lo que
puedas hacer hoy —confirmó. Sus ojos bailaron de nuevo con seguridad
maternal.
Incapaz de frenarme eché los brazos alrededor de la diosa. Todo sobre ella
era reconfortante. Su piel olía a frescor como el aire de Olympian, y su
sonrisa irradiaba calor. Me rodeó con sus propios brazos mientras yo
temblaba contra ella.
—Oh, Psyche —suspiró y frotó mi espalda—. Debes creer que todo puede
salir bien. Todo está perdido si pierdes la esperanza ahora.
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Di un paso atrás y parpadeé hacia Ceres.
—No lo entiendo —musité, mordiendo ahora con furia la esquina del
labio.
—Cuando estés ante Afrodita para disculparte, conocerá tu corazón mejor
de lo que tú lo haces. Si hay alguna duda ahí, ella lo sentirá.
Tragando saliva, asentí. Esta tenía que ser la mejor disculpa de toda mi
vida.
—Y lo mismo es verdad, cuando digas que amas a su hijo y te mereces su
perdón —continuó Ceres—. Debes ir a ella con la convicción de que eres el
destino de Eros. ¿Crees eso?
—Más que cualquier cosa —murmuré.
—Entonces puedes hacerlo. —Inclinó la cabeza para así poder mirarme a
la cara cabizbaja—. Postergarlo no lo hará más fácil.
Miré hacia arriba, hacia sus ojos.
—También lo pienso —musité con un suspiro.
La risa de Ceres era tan luminosa como las alas de una mariposa. Apretó
mi mano una vez más y me guió hacia fuera de su palacio.
Xanthy estaba pastando en el campo lleno de flores al lado de la casa de
Ceres. Me encaminé hacia ella pero Ceres me frenó.
—Deja a Xanthy conmigo.
Parando de pronto me giré hacia ella para enfrentar la orden. Mi corazón
se rompió. No quería dejar mi caballo atrás. Era mi único vínculo con los
humanos en esta montaña de dioses.
Ceres se deslizó hasta mí.
—Cuidaré de ella hasta que regreses —prometió—. Ahora ve.
Cuando su mano tocó la mía de nuevo, caímos en el nauseabundo vuelo
de Ceres, flotando y buceando a través del aire matinal. Pero esta vez
nuestro vuelo fue rápido y aterrizamos gentilmente, tocando tierra en un
camino de oro. Seguí el destello del metal bajo mis pies hasta llegar a la
entrada de un palacio.
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Su palacio. Estaba grotescamente ornamentado y no lucía como si fuese
de la persona con los pies en la tierra que me visitó. Pero ahora tenía
sentido porqué Eros pensaba que me iba a gustar todo dorado… Él había
crecido aquí. El palacio se elevaba lleno de columnas de oro, puertas de
oro, estatuas de oro… Hacía que mi estómago enfermera y lo miré con las
cejas fruncidas.
—Sí, todos pensamos que es un poco excesivo —susurró Ceres en mi
oído—, pero no dejes que Afrodita te pille haciendo esa cara en su casa.
Barrí la insatisfacción de mi cara justo antes de que la dorada puerta de
Afrodita se abriera.
—Ceres, ¿eres tú a quién oigo…?
Afrodita paró en medio de la frase cuando me vio. La diosa estaba en la
entrada, que parecía combinar con su aura. Era incluso más asombrosa en
Olympus que cuando había estado en mi casa. Una cascada de suaves y
rubios rizos caían por su espalda y alrededor de sus hombros. Sus ojos
centelleaban como las olas del océano de donde nació. Su piel tan delicada
como la porcelana parecía irradiar luz.
Mientras Afrodita me miraba, una pequeña y cruel sonrisa se formó en
sus labios. Cuando la sonrisa se rompió, se rió por lo bajo, después en voz
alta, después echó su cabeza hacia atrás con carcajadas maníacas que
sonaban como una bandada de hambrientas gaviotas.
—Ves la ironía, ¿no hija? —escupió cuando su risa desapareció—. Todo lo
que teníais que hacer era escucharme en primer lugar y ambos estarían
aún como quieres.
Mis hombros se hundieron. Tenía razón, por supuesto. Ella intentó
traernos a Eros y a mí juntos desde el principio y ambos lo rechazamos.
Su corazón obviamente cambiado desde entonces, pero temía que
cambiara una vez más.
Lanzándome hacia delante, me puse sobre una rodilla al lado de su pie
calzado con una dorada sandalia. Estando tan cerca me sentía abrumada
de una forma en que nunca estuve en mi habitación. Por un lado, ella no
necesitaba más mis lociones: su propia esencia era tan calmante y
poderosa como si estuviéramos rodeadas de jazmines florecidos. Pero,
había una carga vibrando de su piel, amenazando con paralizar como una
anguila. Cerré mis ojos y presioné mi frente contra la parte trasera de su
mano.
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— Levántate —me espetó—. Estás avergonzándote a ti misma.
Obedeciendo, lentamente me incorporé, nunca dejando que mi mirada
encontrara la suya.
—Me conoces —susurré—. Una vez, te gusté lo suficiente como para
considerarme tu hija. Para casarme con tu hijo. Sé que eso lo he
estropeado, pero sabes que no se suponía que pasara esto. —Empujé su
mano sobre mi corazón—. Sabes que actúe con la mejor de las
intenciones, incluso si fui estúpida.
Por un segundo, pensé que su armazón se rompería. Una sonrisa tiró de
sus labios y me miró como si pudiera imaginarse a ambas siendo amigas
de nuevo. Sin embargo, el tono de su voz me dijo que lo leí mal.
—Eso, mi querida, fue hasta que me di cuenta que eras tan puta como tu
madre.
—¡Cómo te atreves? —grité. Inmediatamente me tapé mi boca con la
mano.
—¿Qué me acabas de decir? —Afrodita agarró mi brazo, sus uñas
hincándose en mi piel como garras—. ¿Cómo me atrevo? Intenté
organizarles una boda legítima y en su lugar simplemente sales corriendo
y te acuestas con mi hijo a mis espaldas.
—Nunca nos hemos acostado, te lo juro. —Comencé a tener calambres en
los músculos del brazo mientras me apretaba más fuerte—. Pero ahora no
hablaba de mí. Me refería a mi madre. Por favor. Déjala fuera de esto.
—No puedo dejarla fuera. Ella lo empezó la noche que durmió con
Poseidón. —Apretó de nuevo antes de liberar mi brazo y me eché unos
pasos hacia atrás tambaleándome.
¿Mi madre había hecho qué? No, Afrodita estaba mintiendo. Tenía que
hacerlo. Mi madre amaba a mi padre. No lo traicionaría de ese modo.
—Me preguntaba si él podía hacer una hija tan bonita como Zeus hizo. —
Afrodita agarró uno de mis tirabuzones entre el pulgar de su dedo—.
Parece que pudo, excepto que no eres rubia.
Guau. ¿Qué? Mi mundo se volvió blanco mientras empujaba dentro de mi
cabeza. ¿Era eso acaso posible? Si ella decía la verdad, padre no era mi
padre del todo entonces. Lo que explicaría por qué madre estaba tan
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enfadada cuando averiguó que Afrodita me había hecho su hija. Y por
qué…
—Por eso fue que me escogiste. —Mis ojos se llenaron de piscinas
húmedas—. No porque te gustara, sino porque era en parte inmortal.
—Déjame devolverte la pregunta, Psique. ¿Alguna vez has oído que un
inmortal gaste su tiempo con un completo humano? Y me refiero a más de
una noche.
Sacudí la cabeza.
—No.
Los dioses pasaban el tiempo con otros dioses o semi-dioses. Como regla,
solo trasteaban con la vida de las personas, no participaban en ella.
—Luego creo que tú misma contestaste tu propia pregunta.
Después de eso, no podía mirarla a los ojos. No podía ni siquiera pedirle
ver a Eros. Había demasiada información que procesar y quería escapar y
pensar en ello. Girarlo en mi mente como una roca de extraña forma y
estudiar cada lado.
—Puedo sentir que estás batallando contra esto, Psique. Lo entiendo.
El cambio de tono de Afrodita llamó mi atención. También debió de
resonar en Ceres, porque tomó la oportunidad para venir a mi lado y
deslizar su mano en la mía.
—Aquí está el problema, como yo lo veo —continuó Afrodita—. Eres mi
sobrina para los estándares de Olympian y realmente me gustabas. Pero
primero rechazaste mi orden y después intentaste matar a mi hijo. Estoy
placenteramente sorprendida de que no durmieras con él, pero no es
suficiente para compensarlo.
—Por favor —la rogué—. Todo lo que quiero es una oportunidad para
hablar con Eros y decirle como me siento. —Mi voz traqueteó al final
mientras recordaba el horror de nuestra última noche juntos, las crudas
emociones barriendo todo el arco desde el miedo y desesperación hasta la
traición e incluso el amor—. Se merece saber que le amo.
—No me digas lo que se merece. —La voz de Afrodita siseó con un grito
como si se elevara y cayera por las escaleras—. Lo que se merece es una
mujer que no intente asesinarle mientras duerme.
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—Lo sé —admití—. Lo sé. Y quizá nunca gane de vuelta su corazón, pero
necesito que él sepa que ganó el mío.
Afrodita caminó de un lado a otro.
—Ceres, tenemos un problema. Tú la trajiste a mí, así que también es tu
problema. Creo que estoy lo suficientemente calmada como para no
querer su muerte más, pero no puedo dejar simplemente que vaya a Eros.
O incluso que ande alrededor con todo el mundo pensando que aún es mi
hija. ¿Qué se supone que debo hacer?
—Ummm… —Ceres movió un pie de adelante hacia atrás—. ¿Tal vez un
test? Si ella lo pasa, la dejarás hablar con Eros. Si no, puedes darla vuelta
hacia Ares.
Mis ojos probablemente se abrieron tanto como dos aceitunas negras
gordas cuando oí la sugerencia. ¿Un test? No tengo ninguna habilidad
excepto ser capaz de leer. ¿Cómo demonios iba a pasar un test, no
importa cuál? ¿Y quién sabe qué horribles e inefables cosas me haría Ares
antes de morir?
Afrodita se encogió de hombros.
—Eso funcionó para Heraces, supongo. ¿Qué tienes en mente?
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Capítulo 46
Traducido por OrMel
Corregido por LuciiTamy
ros empezó a buscar a Alexa con un simple rastreo de la casa y la
tierra de sus padres. Después de todo, accedieron a mantenerla
bajo llave y candado a cambio de que él no fuera al Consejo
Olímpico. En retrospectiva, se dio cuenta de que pudo haber sido un poco
duro.
Pero no la detectó.
Pasándose la mano a través de sus suaves rizos, exhaló.
—¿Dónde estas, pequeña ninfa?
Se dejó caer en el sofá y se acomodó para una ojeada más exhaustiva. Eros
empezó por algunos de los hermanos favoritos de Alexa. Tal vez había ido
a visitarlos. Pero su hermano, trabajador del metal y su hermana,
cuidadora de flores, estaban solos. Uno por uno, Eros revisó a los
cincuenta de sus hermanos y hermanas, pero Alexa no estaba con ninguno
de ellos.
¿Dónde está?
Eros rompió su exploración para cerrar los ojos y pensar. Sabía que ella
no estaba trabajando (el mismo la había despedido) y no estaba con su
familia. Así que, ¿dónde le dejaba eso? Pensó en vacaciones en Creta o
unos perezosos baños en balnearios de sal. Ninguna de esas cosas
concordaba con Alexa.
Ni siquiera había sabido que incluso ella quisiera unas vacaciones.
¿Podría seguir aferrándose a su trabajo a pesar de que le fue prohibido?
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Sí. Por supuesto. Alexa se aferraría a su amistad con Psique sin importar
el precio. Eros se dio cuenta de que tenía que encontrar a Psique si quería
localizar a Alexa.
El último lugar donde había visto a Psique fue en las afueras de Megara,
cuando la salvó de los soldados. Eso fue menos de dos días atrás. Ella no
podría haber conseguido llegar muy lejos.
—A caballo —murmuró—, habría pasado Eleusis y quizás Atenas, pero no
podría haber llegado a Tebas aún.
Eso redujo su radio de búsqueda. Todo lo que tenía que hacer era
escanear los caminos entre Eleusis y Tebas y la encontraría. Como último
recurso, podría revisar también las ciudades, pero Eros estaba seguro de
que andaba cerca.
Estaba tan seguro que comenzó a volar hacia Tebas, explorando mientras
volaba. Planeaba en trabajar su camino hacia atrás, seguro que Psique se
movía tan rápido como podía hacia el Olimpo. Mientras sus alas batían
furiosamente contra el cielo de la tarde, escudriñó los polvorientos
caminos.
Para el momento en que alcanzó Tebas, rastreó toda la longitud del
camino sin ningún signo de ella.
—¿Qué me estoy perdiendo?
Cayó hacia abajo en un tramo de carretera vacía. Eros recordó a través de
sus caculos mentales cuanto de lejos podía haber viajado Psique. Incluso
galopando sin parar, no veía como ya podría haber pasado Tebas.
Mientras descansaba, exploró en el interior de Eleusis, Atenas y Tebas.
Todavía nada. Eros pateó una piedra que estaba en el borde del camino,
mandándola a toda velocidad hacía una cadena de árboles en la distancia.
¿Cómo podía simplemente haberse ido?
—¡Esto no es posible!
Un eco silencioso tañó de regreso a sus oídos. Posible, posible, posible.
El dolor dominó a Eros mientras el entendimiento se apoderaba de él. Sus
rodillas se debilitaron y dio un asombrado paso hacia atrás.
—Madre.
Eros desplegó sus alas y se lanzó al aire.
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Capítulo 47
Traducido por ali_127
Corregido por Jut
frodita me guió hacia un río en el lado oeste de su estado. Mis pies
se resbalaban en las rocas y en los guijarros mientras yo me
esforzaba para mantenerme a su paso. Cuando llegamos a la ribera
del río, mis dedos salpicaban entre el barro, haciendo mis sandalias tan
resbaladizas que me caí sobre mi trasero.
—Todavía me gusta mi idea de separar el grano —añadió Ceres—. Ella no
es una tejedora, pero nada dice ‘doméstico’ tanto como el éxito en la
cocina.
Afrodita bajó su mirada hacia mí mientras yo me enredaba poniéndome
de pie.
—No, esto funcionará. —Luego se puso a explicar que todo lo que yo tenía
que hacer era cruzar el río y sacar un pedacito de lana dorada de cada una
de sus ovejas antes del mediodía.
Pestañeé y asentí mientras lo explicaba, intentando mostrar lo tan
atentamente que la escuchaba, pero concentrándome más en lo que no
estaba diciendo. Algo acerca de la prueba parecía fácil y surrealista (más
fácil que separar el grano) y eso me preocupó. ¿Eran las ovejas
imposiblemente veloces? ¿Tal vez secretamente tenían alas como Pegaso y
volarían lejos? Algo se me estaba pasando.
—¿Entiendes? —me preguntó Afrodita.
Cuando asentí, me dio una sonrisa forzada.
—Bien. Entonces espero que vuelvas a este lugar antes del mediodía.
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Afrodita se fue dando saltitos a su palacio, con su fino vestido blanco y sus
rizos dorados fluyendo como ondas encantadas detrás de ella. Ceres le dio
un rápido apretón a mis hombros antes de seguirla.
No. Definitivamente no es una buena señal.
Una vez que se hubieron ido, encaré mi tarea. Ahora que veía a las ovejas
de cerca, tal vez no sería tan fácil después de todo. No eran animales muy
esponjosos, u ovejas tímidas, más bien eran robustos carneros que
resoplaban. Sus pelusas doradas brillaban solamente la mitad de lo que
brillaban sus cuernos en espiral, de oro sólido, que emergían
peligrosamente de sus frentes. Sus ojos brillantes y pequeños parecían
vivir con el calor de carbones encendidos a fuego lento y todos ellos
estaban fijos en mí.
Tragando saliva, deslicé el cuchillo fuera de mi cinturón. Me moví
lentamente, con cautela, caminando paso a paso, cuidadosa hacia el banco
inundado del río. Aunque todavía era temprano, las palmas de mis manos
ya comenzaban a sudar. Pasé el cuchillo a mi mano izquierda mientras
trataba de secar mi derecha, pero mi vestido estaba enlodado por mi
pequeña caída. Me incliné levemente hacia adelante, tocando la suave
hierba verde del prado, secando mi mano húmeda.
Nunca quité mis ojos del carnero más grande. Como por voluntad de la
suerte, era el más cercano al río. Y a medida que me acercaba, este bajaba
la cabeza, balanceando sus cuernos en señal de advertencia. Cuando toqué
su prado, pisoteó con su pesada pezuña, enviando una chuleta de césped
volando detrás de él, sin más esfuerzo que si hubiera estado pateando
arena.
—Tranquilo chico —dije—. Todo está bien. No voy a hacerte daño.
Incluso si hubiera podido entenderme, con toda probabilidad mi cuchillo
fue más expresivo que mis palabras.
Deslizando mi pie derecho sobre el banco, lentamente salí del agua. Aún
ni siquiera había enderezado mi rodilla cuando fui golpeada y arrojada de
vuelta al río. El agua se precipitó en mi boca y nariz y jadeé. Por un
momento creí que podía ahogarme en un miserable metro de agua.
Cuando forcé a mi cabeza a salir del agua, asfixiándome y escupiendo,
esperé ver al carnero parado en el banco, preparándose para entrar al
agua y golpearme de nuevo. Pero no se había movido. Todavía estaba
pisoteando su pequeña parcela de tierra hacia el olvido.
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Saqué un mechón de cabello empapado de mi boca.
—Qué de…
Y luego unos brazos familiares se enrollaron alrededor de mis hombros,
abrazándome con fuerza.
—No me devuelvas el abrazo —dijo Alexa—. Ella podría estar mirando.
—Si ella está mirando, ¿cómo explicaría que yo estuviese volando hacia el
río justo ahora? —pregunté. Pero en realidad no me importaba.
Solamente estaba aliviada de tener a mi amiga de vuelta, tanto si más
tarde eso me causaba problemas con Afrodita o no.
—¿Acaso te viste a ti misma deslizándote por el banco hace rato? —Alexa
rió—. No es gran cosa para ella pensar que lo hiciste tú misma por tu
cuenta.
—Tal vez sea así. —Fruncí ambos labios—. ¿Te importaría decirme por
qué es que necesitaba chocarme en primer lugar?
—Um, porque las ovejas te hubieran matado, tontita. No puedes
simplemente ir caminando por ahí e intentando quitarles pedazos de lana.
—Sentí que Alexa se había sentado en el agua a mi lado cuando miré a las
relucientes bestias.
—Pero tengo que colectar sus pelusas antes del mediodía. No puedo… —
Un sollozo se atravesó en la parte trasera de mi garganta—. No puedo no
hacerlo.
Me empujé a mí misma para levantarme, pero Alexa tiró de mi brazo
desde abajo. Sin apoyo, caí hacia atrás con un chapoteo.
—Uh oh, parece que te torciste el tobillo —dijo Alexa—. Será mejor que te
deslices de nuevo a la orilla y descanses un rato.
No la entendía, pero de todas formas no discutí. Al igual que un cangrejo
lesionado, me hice camino a través del agua con las manos apoyándome
en el pie izquierdo, haciendo gala de no usar el pie derecho en absoluto.
—Bien, ¿y ahora qué? —pregunté a Alexa mientras deslizaba mi goteante
cuerpo fuera de agua.
—Ahora, siéntate —me respondió—. Mírate el pie, gíralo varias veces, pero
no te apoyes en él. Puedes hacerlo mientras te secas con el sol y esperas.
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—¿Esperar qué? —Golpeé mi puño sobre la orilla mientras miraba al gran
carnero, que había vuelto a masticar hierba—. No tengo tiempo para
sentarme aquí. Tardaré una eternidad en recoger la lana de todas esas
ovejas.
—¿Tienes tiempo para morir?
—No. —Mi labio sobresalió en un puchero completamente inmaduro.
—Entonces tan solo confía en mí, ¿lo harás? Por la mañana los carneros
toman la siesta tarde. Van todos juntos a descansar en la sombra bajo el
roble que está en la parte más alejada de la ribera. Zeus podría tirarle un
rayo a ése árbol y no se despertarían. Podrás colectar toda la lana sin
problemas y estar en camino… mucho antes del mediodía.
Instintivamente, me estiré para abrazarla. Ella me golpeó lejos con una
mano invisible.
—¡Detente! Nos vas a mandar lejos.
—Oh, cierto. —Mis manos cayeron a los lados—. Aún eres la mejor,
incluso si no puedo abrazarte.
—Sí, lo sé. —Alexa se detuvo a mi lado en el banco y se tendió sobre el
cálido césped. Fui arrancando hoja tras hoja de grama, rasgándolas en
pedazos pequeños y lanzándolas al río.
—¿Cómo lo hacen? Los carneros, quiero decir. Parecen fuertes, ¿pero son
lo suficientemente fuertes para matar? —Esa en realidad no era la
pregunta que quería hacer, pero fue la que rompió el silencio incómodo.
—Bueno, si las llamas que lanzan por sus orificios nasales no te queman,
entonces te atravesarían con sus cuernos. Tal vez ambas cosas. Supongo
que tienen que ser violentos o todo el mundo estaría corriendo por ahí con
ropas doradas.
—Entonces, ella intentó matarme. —Despellejé otra brizna de hierba en
tiras—. Quiero decir, Afrodita me envió a este campo para ser quemada y
empalada.
Alexa frotó mi mano.
—Estoy segura de que eso no es lo que ella esperaría que sucediera. Es
solo que las pruebas que les dan a los semidioses nunca son fáciles.
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Su voz parecía mezclarse con el flujo del río y mi visión se tornó acuosa en
el momento en el que mis ojos se llenaron de lágrimas. Todavía tenía
mucho en lo qué pensar cuando esto llegó a mi familia y cada chispa de
pensamiento quemó.
—Tal vez debería dejarlo ir —murmuré—. Después de todo lo que ha
pasado, de todo lo que soy, no le merezco.
—No seas ridícula. Saber quién es tu verdadero padre no cambia nada de
quién eres tú. —Alexa acomodó un mechón de cabello hacia atrás de mi
cara—. Te dije la primera vez que nos conocimos que tú te mereces todo lo
que hay en ese palacio y eso lo incluye a él.
Frotando el puente de mi nariz alejé rodas las lágrimas que se las habían
arreglado para salir.
—Es que no sé si puedo hacer esto ahora.
—Estás cansada, eso es todo —Alexa apretó mi hombro—. Mira, las ovejas
están comenzando a recostarse. Estarán durmiendo dentro de poco.
Puedes hacerlo.
Nos sentamos en silencio mientras la docena de ovejas doradas
deambulaban hacia el roble y se tumbaban pesadamente para descansar.
Una por una, sus cuernos rasgaron el suelo cuando sus pesadas cabezas
caían dormidas. Mientras soñaban, sus pezuñas estaban estancadas en la
tierra y chispas saltaban de sus fosas nasales.
Mientras miraba, Alexa apretó mi mano.
—Deberías ir ahora —me dijo—. Duermen muy ruidosamente cuando ya
han dormido antes.
Mi chuchillo aún estaba atorado en el banco donde Alexa me tumbó y salí
volando. Me arrastre hacia este y lo estiré flojamente del fango. Después
de lavarlo en el río y secarlo en mi vestido, inspeccioné la hoja para
asegurarme de que estaba perfectamente limpia.
—No quisiera que la dorada lana de afrodita se manchara de barro —
murmuré bajo mi respiración.
Alexa rió.
—No se te olvide cojear. Te torciste el tobillo, ¿recuerdas?
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—Como sea. Afrodita puede pensar lo que quiera de mí cayendo al río. No
voy a fingir una cojera cerca de las ovejas comedoras de carne.
Chapoteando fuera del río, subí al banco del otro lado. Al principio di
pasos cautelosos, intentando que la hierba no crujiera bajo mis pies. Pero
cuanto más me acercaba a los carneros, más ganas tenia de acabar con
ésta tarea y salir de la pradera. Cuando ya estaba a pocos metros de los
animales, comencé a correr hasta que llegué al más lejano. Mi plan era
comenzar lejos y hacer mi camino acercándome a la seguridad.
Me arrodillé tras el primer carnero para mantenerme alejada de sus patas
y de las llamas. Por supuesto, eso me puso a una distancia a la que
fácilmente sería golpeada por sus enormes cuernos si echaba la cabeza
hacia atrás por alguna razón.
Por un momento, los enormes cuernos me paralizaron. Con miedo o
asombro, eso no lo sé. Eran mucho más intrincados y mortales de cómo se
veían a través del río. En lugar de estar perfectamente en espiral, llegaban
a un punto afilado a lo largo de la arista superior. Y las puntas parecían
más cortantes que cualquier aguja que jamás hubiera visto. Aun así, los
cuernos eran hermosos, regados de delicados tallados se distribuían en
espiral alrededor de los patrones intrincados.
¿Qué estás haciendo? Si no te apuras, puede que termines sintiendo los
cuernos en lugar de tan solo mirarlos.
Agarré un puñado de pelusa de la parte de atrás del carnero y comencé a
cortar. Tratando de no tirar de su piel, corté con el cuchillo tan rápido
como pude hasta que el mechón cayó suelto en mi mano. Apreté la suave y
brillante lana entre mis dedos.
Uno menos, quedan once. Caminé agachándome hacia la oveja vecina y
comencé a cortar sin problemas un montón de pelusa. Con cada pedazo
que quitaba, me sentía más segura. Cortando rápido, tirando más fuerte,
intentando hacer y acabar con la tarea.
Pero Alexa me había advertido, los semidioses no reciben tareas fáciles,
las cosas solo salieron así de bien hasta que me tocó la onceava oveja. Mi
mano izquierda estaba rebosante de borlas de lana dorada para entonces
y perdí mi agarre sobre el mechón de lana del carnero en el que estaba
trabajando. Estaba agachada sobre los dedos de los pies y apoyándome
sobre la oveja, así que cuando perdí mi agarre, me caí de cara sobre su
vientre.
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Alexa había creído que nada podría despertar a la oveja mientras dormía,
pero estaba equivocada.
El carnero se paró sobre sus pezuñas, dejando caer mi cara sobre la tierra
mientras mis pies iban por el aire. El cuchillo se resbaló de mis manos y
los montones de lana se dispersaron. Me di la vuelta y encontré la cara del
carnero casi presionando la mía. Sus ojos negros brillaron con fuerza y
resopló chispas que chamuscaron las puntas de mi cabello.
—Ahora tranquilo —susurré—. No quiero hacerte daño. —Contoneé mi
mano derecha cuidadosamente a través del pasto hasta que sentí el
mango del cuchillo entre mis dedos.
—Ngeeeeeeeee —bramó el carnero y se levantó sobre sus patas traseras.
Agarré el cuchillo y rodé mientras el carnero bajaba y golpeaba el suelo
con un golpe atronador. Cuando sacudió su cabeza y volvió a centrarse en
mí, me las arreglé para alzar una rodilla y plantar mi otro pie en el suelo.
El carnero cargó, resoplando ráfagas de fuego mientras bajaba su cabeza y
la dirigía hacia mí. Justo antes de que me alcanzara, me arrojé hacia un
lado para esquivar el golpe. Cuando pasó, hundí el cuchillo tan profundo
como pude a su lado. Lo arrancó de mi mano mientras pasaba disparado,
dejándome indefensa.
Me puse de pie mientras el carnero patinaba para detenerse y se volvió
para mirarme. La sangre se derramaba como tinta carmesí a través de la
lana dorada en el lugar en el que el cuchillo sobresalía de su costado.
Pateó el suelo con impaciencia mientras miraba primero su costado
herido, y luego a mí.
De nuevo, se levantó sobre sus patas traseras y bramó. Me preocupaba
que hubiera descubierto mi truco de agacharme y rodar, pero sabía que no
podía dejarlo atrás de otra manera. Sin tiempo para pensar, corrí hacia la
oveja y salté en el aire tan alto como pude cuando cargó contra mí,
esperando al menos salvarme de los cuernos como navajas. Como su
cabeza estaba agachada para cargar, logré pasar sobre los cuernos, pero
mis pies y piernas cayeron torpemente.
Mi pierna izquierda se deslizó por el costado del carnero y mi pierna
derecha estaba atrapada debajo de mí, atorada entre su espalda y mi
cuerpo. Me caí hacia adelante y me agarré de lo que pude para evitar
estrellarme contra el suelo. Con una mano, atrapé su rabo. Con la otra, un
mechón de lana. Mientras caía, la lana se soltó en mi mano y me hizo girar
hacia atrás de la oveja, sosteniéndome solamente de su cola. El cambio de
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peso súbito desbalanceó al carnero, el cual cayó de lado en el suelo,
enterrando aún más profundamente el cuchillo en su costado.
Me apuré para ponerme de pie, haciendo caso omiso de los rastros de
sangre que rebosaban por mis piernas después de semejante caída. Mi
corazón atronaba mientras intentaba pensar una nueva forma de evitar su
siguiente carga. Saltar no había sido mi mejor idea. A medida que me
alejaba lentamente del carnero, me di cuenta de que éste no se levantaba.
Su costado subía y bajaba con cada respiración trabajosa que daba. El
carnero expulsó un último resoplo ardiente y luego murió.
Dos pensamientos cruzaron mi mente al mismo tiempo. ¡Lo logré! Voy a
terminar mi tarea. El otro fue ¡Mierda! Acabo de matar uno de los
carneros dorados de Afrodita. No importaba cuanta lana brillante
hubiera recogido, no estaría contenta con eso.
El mechón de lana de la oveja muerta aún estaba atrapado en mi agarre.
Bueno, con ese son once. Corrí de vuelta al lugar donde había
desparramado las otras diez bolas y rápidamente volví a recogerlas. Di las
gracias a los dioses por que ninguna de las ovejas se hubiera despertado
durante mi pelea. Una oveja más que despejar y estaría lista.
Cuando me giré hacia la última oveja, me di cuenta de que ya no tenía mi
cuchillo, ¿cómo se suponía que iba a cortar un bulto de lana sin ningún
cuchillo?
Corriendo de vuelta al carnero muerto, traté de hacerlo rodar, pero era
demasiado pesado. Incluso intenté deslizar mi mano libre bajo su cadáver
para recuperar mi cuchillo, pero fue inútil. No podía contonear mis dedos
lo suficientemente lejos bajo su gran peso para al menos encontrar el
mango. Por lo que sabía, estaba clavado tan profundamente en su
costado, que no iba a poder sacarlo de todas formas.
Desesperada, busqué alguna herramienta. No había llegado tan lejos,
pasando por once ovejas y enfrentándome a muerte con un carnero
aliento de fuego, para fallar ahora. Pateé algunas rocas con mis pies, pero
ninguna de ellas era lo suficientemente filosa para cortar lana.
Mientras miraba a la doceava oveja, otro carnero se dio la vuelta y dio un
cabezazo hacia la derecha de su propio flanco. ¡Los cuernos! Podía usar
los cuernos como un cuchillo. Caminando de puntillas alrededor de los
dos animales, extendí la mano y suavemente agarré un mechón de lana
justo debajo de los cuernos.
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Por favor, no dejes que se despierten. Corté la lana de un carnero usando
los cuernos del otro. Si el otro carnero hubiese siquiera levantado su
cabeza, yo hubiera perdido mi mano. Porque el cuerno era tan
increíblemente afilado que cortaba la lana cual si fuese un cuchillo
caliente cortando mantequilla.
Con doce mechones de lana dorada en mis manos y el sol comenzando a
caer casi que directamente sobre mi cabeza, corrí hacia el río.
—¡Lo hice! —le grité a Alexa mientras caía al agua, salpicando y
tropezando con cada paso frenético que daba. Escalé el banco jadeando y
toda empapada—. ¿Me has escuchado? ¡Lo hice!
Pero no fue Alexa quien me respondió.
—Por supuesto que te escuché —respondió Afrodita. Se materializó de la
nada y se quedó elevada ante mí, mientras yo me agachaba para recuperar
el aliento. Descubrió la bola de lana de mis dedos y la inspeccionó.
—Veo que conseguiste las doce.
—Sí —jadeé, aún tratando de recobrar el aliento. Incluso a través de los
jadeos, me di cuenta de que yo estaba sonriendo y ella no.
—¿Es tu sangre lo que huelo, o has herido a uno de mis carneros?
Levanté el dobladillo de mi vestido andrajoso y me miré las piernas.
Había líneas furiosas y sangre seca aún alineada en mis espinillas, pero yo
había dejado de sangrar. Probablemente, era más de lo que podía decir,
por la oveja.
Soltando mi vestido, me detuve y alcé la vista hacia Afrodita.
—Probablemente un poco de ambas. Una de tus ovejas me atacó.
—Así que la única forma de que puedas estar aquí es que la hayas matado.
Mis hombros se desplomaron. Eso no sonaba como algo que fuera a
terminar bien.
—Lo siento, Psique. Pero tu tarea era pasar por las ovejas sin hacerles
daño.
Um, ¿cómo se me pudo pasar aquella indicación? Tal vez sucedió
mientras me estaba concentrando en lucir como si estuviera poniendo
atención pero en realidad no estaba escuchando una palabra de lo que
estaba diciendo.
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—Debido a que venciste al carnero, que es más de lo que esperaba, todavía
no voy a cancelar nuestro trato. Te voy a asignar otra tarea.
No estaba segura de si debía estar agradecida o enojada. Había tenido un
duelo mano a mano con una oveja asesina y colectado los doce mechones
de lana, justo como ella pidió, pero no estaba ni remotamente más cerca
de ver a Eros.
Pero de nuevo, tampoco estaba ni remotamente cerca de ser entregada a
Ares. Entonces supuse que tenía que tomar lo que había por ahora.
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Capítulo 48
Traducido por OrMel
Corregido por Vericity
ros corrió de regreso al Olimpo, deseando tener algo más poderoso
en su carcaj. Si Afrodita había, aunque solo, arañado la perfecta y
tierna piel de Psique, no estaba convencido de poder contenerse a
sí mismo. Una semana atrás, se habría acobardado ante la venganza de su
madre, pero eso fue antes de deberle una disculpa a Psique. Antes de que
volviera a convertirse en su todo.
Ahora, no estaba dispuesto a dejar que nada se interpusiera en su camino.
Ni siquiera su madre.
Mientras volaba, Eros vio una brillante explosión de color descender
sobre él.
Iris. ¿Qué estaba haciendo aquí? Ahora no tenía tiempo para ella. Aun así,
frenó su vuelo, batiendo sus alas solo lo necesario para mantenerse
llevado por el aire.
—Ahí estás, Eros. —Iris se detuvo delante del pecho de Eros—. He estado
buscándote por todos lados. Estaba pensando que tal vez hoy podamos
encontrar plegarias que responder en un pueblo en el que ya está
lloviendo. Eso hará las cosas más fáciles.
Eros puso sus manos en sus hombros y suavemente la giró fuera de su
camino.
—No puedo hoy. Tengo que volver al Olimpo.
Los labios de Iris se fruncieron mientras apretaba su mandíbula.
—¿Supongo que esto tiene que ver con Psique?
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—Lo siento, Iris. Podría estar en peligro. Tengo que ir.
Eros batió sus alas para continuar con su vuelta hacia el Olimpo, pero Iris
extendió la mano y atrapó su muñeca.
—Espera.
Eros la fulminó con la mirada y ella soltó su mano.
—Me refiero a que déjame ayudarte —ofreció Iris—. Piensas que está con
tu madre, ¿verdad? ¿Por qué no me dejas ir con Afrodita? Puedes esperar
en mi palacio y yo buscaré la manera de pedir prestada a Psique para que
puedas verla.
—¿Harías eso por nosotros? —El labio de Eros se curvó en una suave
sonrisa—. ¿De verdad nos ayudarías?
Iris se encogió de hombros. —No, pero voy a ayudarte a ti. Esto no es por
Psique. Solo estoy tratando de ayudar a mi amigo.
Eros aplastó a Iris contra su pecho.
—No sé cómo agradecértelo.
Iris apretó la mano de Eros y se lanzó en un vuelo a toda velocidad hacia
su palacio, moviéndose tan rápido que casi arrastró a Eros detrás.
—Oh, estoy segura que vas a pensar en algo —dijo por encima del hombro.
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Capítulo 49
Traducido por Caami y Maia8
Corregido por LadyPandora
stás tratando de matarme!
Solté las palabras antes de que mi cerebro registrara
que no era inteligente gritarle a una diosa, aunque ella
era una especie de casi madre.
—Al contrario —respondió Afrodita, haciendo girar una moneda de oro
por encima y por debajo de sus dedos—. Te estoy salvando. —Me lanzó la
moneda y la pillé por encima de la cabeza—. La moneda se asegurará de
que llegues a salvo al Hades.
—¿Y qué sobre la vuelta? —exigí.
Afrodita se echó a reír gutural e indulgente.
—Chica inteligente. Debiste haber prestado atención durante nuestras
visitas. —Materializó otra moneda y me la lanzó.
Puse las monedas en una cajita de madera y la coloqué bajo mi brazo.
Para mi segunda tarea, Afrodita me dijo que llevara la caja al Inframundo
y pidiera prestada un poco de la belleza de Perséfone. Escuchar a Afrodita
decirlo, el estrés de todo lo que había ocurrido entre mí y Eros había
derretido parte de su encanto. Y de alguna manera, a pesar de que de
todos modos, Afrodita ya era más guapa que todos los demás, Perséfone
con mucho gusto daría un poco de su belleza para que Afrodita se sintiera
mejor.
En mi opinión, eso no era probable. No importaba que los humanos
fueran al Hades y salieran con vida, o no salieran en absoluto. Así que,
—¡E
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dejando de lado el hecho de que mi tarea estaba condenada al fracaso,
básicamente, todo lo que tenía que hacer era llegar al Caronte para
transportarme al Hades, pasar por Cerbero, el perro guardián de tres
cabezas, encontrar a Perséfone, convencerla de que me diera un poco de
su belleza para beneficio de Afrodita, volver a pasar por Cerbero, y llegar a
Caronte para que me transportara fuera del Hades. Oh sí, y a medio
camino tenía que cruzar Grecia, antes incluso de reunirme con Caronte.
No hay problema.
—No estés tan traumatizada —dijo Afrodita, probablemente notando la
mirada asustada de muerte en mis ojos—. Tú eres una semidiosa,
¿recuerdas? Puedes hacerlo. Además, te llevaré a Caronte.
Mi corazón se aligeró como el peso de una pluma. Todavía había un
mucho por lo que pasar, pero al menos una parte de este viaje sería más
fácil.
—Gracias.
Las palabras apenas habían salido de mi boca cuando ella agarró mi
muñeca. El agua salada se precipitó en mi boca y mi cara fue atacada por
la espuma de mar. Contuve el pánico y traté de sacar la arena de mis
dientes.
Tan pronto como comencé a dejar el mar atrás, todo había terminado.
Cuando recuperamos nuestro pie en tierra firme, Afrodita parecía
radiante, con las mejillas brillantes.
Cuando levanté la mano y sentí mi propio pelo, estaba convencida de que
parecería que había vivido un huracán. Uno grande.
Nuestra nueva ubicación era evidente, a pesar de que nunca antes había
estado allí. Sólo hay una manera de entrar en el Hades y era a través de
las puertas en el Lago Alcyonian.
La mano de Afrodita permaneció en mi muñeca antes de soltarme.
—Entonces aquí estás —dijo—. Nos vemos en el otro lado.
—¿Cómo voy a volver? Al Olimpo, quiero decir.
—Cuando lo hagas, iré a buscarte.
Cuando. Ella había dicho “cuando”, no “si”, ¿Podría ser que ahora, en
realidad, estuviera apoyándome?
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Con otra ráfaga de espuma de mar, se fue. Y yo me quedé sola, mirando a
través de la infinita negrura del lago.
Desde la distancia, oí pequeñas salpicaduras que venían hacia mí.
Mientras observaba, Caronte emergió de la bruma, hundiendo su poste en
el agua lo más rápido que parecía ser capaz de moverse. Se detuvo sólo
una vez para frotar la capa de sudor de su frente con el dorso de la mano.
Dejó de remar cuando su barco se acercó a la orilla del lago, dejando que
se deslizara en el banco. Sus dientes amarillos se expusieron bajo una
amplia sonrisa. A pesar de estar cubierto de mugre, había algo relajante
en Caronte. Vi bondad en sus ojos marrones y su sonrisa sin rastro de
amenaza.
—Psique, por fin has venido a unirte a mí —dijo al tiempo que me tendía
su envejecida y torcida mano.
Le devolví la sonrisa, aunque débilmente, y tomé su mano mientras
entraba en el estrecho barco de madera.
—No tengo planes de quedarme, pero me vendría bien un paseo, si no te
importa.
Caronte cubrió su corazón con su mano y suspiró:
—Eres como yo he soñado. Tan perfecta —murmuró—. Ni siquiera Elena
vino a mí hasta que fue una anciana. Pero tú… —Acarició un mechón de
mi cabello entre sus dedos—. No es de extrañar que Eros no quiera
renunciar a ti.
Eso llamó mi atención. Clavé mis ojos en Caronte, sin importarme que
estuviera acariciando mis rizos.
—¿A qué te refieres con que Eros no quiera renunciar a mí?
—Ah, hay tanto en el camino de los dioses que no entiendes... ¿acaso
sabes por qué Eros te trajo a él en primer lugar?
Negué con la cabeza.
—Siéntate —dijo—. Te lo contaré mientras remo.
—Oh, tu moneda. —Recordé, abriendo la cajita y sacando una moneda de
oro.
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Él la tomó lentamente de mis dedos y luego la olió, larga y
profundamente. Puso los ojos en blanco con placer. Cuando los abrió y me
vio mirando, se explicó:
—Huele a una combinación de usted y de Afrodita. En verdad divino. Esto
lo guardaré como un tesoro.
Metió la moneda en una bolsa y hundió su vara en el agua, alejándonos de
la orilla.
Nerviosamente, me senté en un estrecho banquito en la parte posterior de
la embarcación.
—Sobre lo de Eros… —solicité.
—Ah, sí. Eros fue hacia ti por orden de su madre. Se suponía que iba a
hacer que te enamorases de un monstruo. Pero lo hechizaste.
—Eso es imposible. La primera vez que nos conocimos, no me soportaba.
—No seas tonta. Es sólo que no quería ser herido de nuevo. —Caronte hizo
otra pausa para limpiarse la frente—. De todos modos, iba a dispararte
una de sus flechas, pero cuando te vio, simplemente no pudo. Y en vez de
eso, se clavó la flecha a sí mismo.
Los recuerdos me inundaron nuevamente.
—¿Eso no fue un sueño? El arquero en el jardín era Eros. —Me sentí
aliviada de alguna manera por esa información, como si el saber que
había sido Eros y no el sueño profético más demente significara que no
estaba volviéndome loca.
Pero con la misma rapidez, otra razón apareció detrás de eso.
—Si su flecha… —Mi labio inferior empezó a temblar y las lágrimas
brotaron de mis ojos. Me mordí el labio con fuerza para detener que el
acueducto de lágrimas se desbordara—. Entonces, no me ama de verdad.
No por su cuenta. No es real.
—¿Importa por qué te ama? Te has ganado el corazón de un dios.
—Y perdí el corazón de un dios. Si su amor no era real, para empezar,
¿qué posibilidades tengo de que me lleve de vuelta?
Caronte dejó de remar por un momento y me miró.
—Yo diría que tus posibilidades son mejores que la media.
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—Gracias —dije, sólo creyéndole a medias. Después de sentarnos en
silencio durante un momento, pregunté:
—¿Qué quisiste decir con lo de que no quería renunciar a mí?
—Afrodita se enfureció mucho después de que rechazaras a su hijo.
Primero hizo enfermar a Eros por ti, pero eso no era suficiente. Entonces
prometió que te enviaría aquí. Por supuesto, imaginé que estarías muerta
cuando llegaras. Pero creo que me gustas más con vida. —Su risa salió
ronca—. Aunque pesas más así.
—Oh… lo siento. —¿Se suponía que debía pedir perdón por no estar
muerta?—. Caronte, ¿puedo preguntarte, cómo sabes todo esto?
—He oído cosas —dijo—. Por supuesto, la mayor parte de la información
proviene de los propios dioses.
—Así que en realidad hablaste con Eros, ¿sobre mí?
Caronte agachó la cabeza mientras entrábamos en una cueva. La luz se
extinguió detrás de nosotros. Casi apenas podía ver a Caronte justo
delante de mí en el barco, todavía llevándonos.
—Eros estaba justo donde tú estás ahora, en la orilla de aquel lago. Puedes
estar segura de que estaba muy enojado cuando le dije que su madre
intentó llevarte por mi camino.
—¿Cuánto tiempo hace de eso? —Me trasladé al borde de mi asiento,
ansiosa con anticipación.
—Han pasado semanas. Antes de que fueras a él.
Dejé caer mi cabeza. Muchas cosas habían cambiado en las últimas
semanas. Tal vez no me hubiera querido muerta, pero todavía no tenía ni
idea de si le importara.
Perdida en mis pensamientos, miré hacia abajo en el agua, apenas visible
en la oscuridad. Sonaba como si siguiéramos rozando las ramas a medida
que nos deslizábamos a través del agua. Esforcé mis ojos para ver con qué
rozábamos. El agua se arremolinaba como una piscina de tinta y unas
grises y tenues figuras comenzaron a surgir. Sus largos dedos como
serpientes agarraron los lados de la embarcación, pero no tenían ningún
efecto más que como si estuviéramos rozando la hierba. Vi con horror
como sus bocas se abrían en gritos sin sonidos y sus nebulosos ojos nos
perseguían mientras pasábamos.
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—¿Qu… qué es eso? —pregunté, casi sin poder hablar.
—Ya no estás en la tierra de los vivos. Esas son sombras, perdidas para
siempre en el río Aqueronte.
—No lo entiendo. ¿Por qué no están en el Hades?
—No hay moneda —respondió—. No creerás que transportar personas
muertas por este río es gratis ¿verdad?
Miré de nuevo hacia abajo, a las sombras y las vi deslizándose bajo el
agua. Como nubes de humo sopladas por una brisa, desaparecieron bajo
la superficie.
—No puedes dejarlos aquí —dije, luchando por avanzar en el barco para
acercarme a Caronte—. Ya debes tener muchas monedas.
Caronte se giró hacia mí, moviendo el barco más de lo que me gustaba y
me bloqueó con una mirada gélida que era visible incluso a través de la
oscuridad. Retrocedí cautelosamente hasta mi asiento en la parte trasera
del barco, a sabiendas de que me había excedido en alguna línea invisible.
Quieta.
—Tal vez estas almas murieron en el campo de batalla y no se recuperaron
—supliqué—. O tal vez murieron en el mar. O tal vez... tal vez sus familias
fueron demasiado pobres para ahorrar una moneda que meterte en los
bolsillos. No es justo que no los aceptes.
Caronte lanzó a su remo en el barco, donde chocó contra los lados.
—¿Así que ahora vas a decirme cómo hacer mi trabajo? Bien. Conduce el
maldita barco. —El barco se resistió cuando Caronte se sentó en el
asiento.
Me senté en silencio, aturdida, hasta que el barco chocó contra la pared de
la cueva. Sin la dirección de Caronte, íbamos a la deriva. No importaba
que antes nunca hubiera conducido un bote, desde luego no iba a
quedarme sentada en una oscura cueva esperando a que la corriente nos
volcara de nuevo en el lago.
Extendiéndome a ciegas, me moví alrededor del barco hasta que agarré el
remo de Caronte. La madera envejecida parecía suave, casi pulida, por los
años de uso. Sumergí el remo en el agua, golpeando el fondo del río y lo
usé para mantener el equilibrio. Tomó todo mi peso movernos hacia
adelante contra la corriente. Con un tirón, rápidamente trasladé el remo
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delante, clavándolo de nuevo en el sedimento del fondo del río y poniendo
mi peso en tirar de nosotros adelante.
Después de sólo tres intentos, estaba empezando a sentirme sin aliento.
No sabía lo lejos que teníamos que ir, pero ya estaba dudando de poder
hacerlo.
—Tú tampoco eres tan ligero —jadeé a Caronte entre respiraciones.
Caronte se rió.
—Debe ser mi peso en el corazón por ahogarse todas esas pobres almas en
el río.
Su sarcasmo alimentó mi determinación, me daba fuerza cuando creía
que no tenía ninguna.
—No eres más que... un viejo solitario —solté—. Pero no demasiado
viejo... para cambiar tu camino. —Hice una pausa con el remo, apoyando
en él mi cabeza. Caronte estaba mirándome, esperando. Remé el barco de
nuevo hacia delante—. Nunca se es demasiado viejo para cambiar...
—¿Qué sabes tú de ser viejo? ¿O acerca del cambio, para el caso?
—Puedo no ser una vieja... pero sé que tengo algunas cosas que cambiar si
salgo de aquí.
Empujé el barco de nuevo hacia delante, pero esta vez cayó a una rejilla
alta.
—Bien, ¿y qué sabes? —preguntó Caronte—. En realidad hiciste el resto
del camino. Estoy impresionado.
Estaba tan aliviado de no estar remando, que salí tambaleándome de la
embarcación y caí de espaldas en la arena. Tumbado en la fría playa, mi
pecho pesado y el repiqueteo de mi corazón volviendo lentamente a un
ritmo más normal.
Caronte se arrodilló a mi lado. Oí crujir la arena cerca de mi oído bajo sus
botas.
—¿Qué tal un trato? —preguntó—. Prometo a comenzar a traer algunas
almas en el Hades sin monedas, si tienen una buena excusa, si haces algo
por mí.
Cerré los ojos y suspiré. ¿Qué otra opción tenía? ¿No le debía a un mundo
lleno de matices empobrecidos no condenarlos a la eternidad en un río?
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—Por supuesto —contesté.
Sus callosos dedos se cerraron alrededor de los míos.
—Bien. Entonces vamos. —Con un suave empujón, Caronte me bajó y me
dejó marchar.
Negué con la cabeza, confundida, cuando empezamos a caminar.
—¿Cuál es el favor?
—Me estás dando unas vacaciones mientras te acompaño a través del
Hades. Como hija de Afrodita, creo que tienes la suficiente influencia
como para darme la tarde libre.
—¿Eso es todo? ¿Eso es realmente todo lo que quieres de mí?
Caronte se giró y me miró. Sus ojos estaban apagados, cansados.
—¿Qué más puedo desear? Estoy teniendo un poco de tiempo libre con la
mujer más bella del mundo. ¿No es eso suficiente?
—¡Shhhh! Bastante enfadada ya está Afrodita conmigo. No te atrevas a
meterme en más problemas con elogios por el estilo.
Caronte comenzó a caminar de nuevo, llevándome hacia una luz a lo lejos.
—Yo no dije que fueras la inmortal más guapa, ¿verdad? No soy estúpido.
Caminamos en silencio durante un rato, viniendo sobre las antorchas que
iluminaban el camino angosto. Las sombras comenzaron a bailar en el
rostro de Caronte mientras las llamas parpadeaban. El efecto hizo que su
rostro se viera enojado y preocupado de un momento al siguiente.
Di un paso en el camino, pero Caronte me agarró del brazo y tiró de mí
hacia atrás.
—Espera —gritó.
Chillando y saltando, bajé la mirada a mis pies, temiendo estar a punto de
pisar sobre serpientes, o un hoyo o algo así. Caronte se rió de mi pequeño
baile sin gracia.
—Que conste —dijo—, Eros sería un tonto si no te llevara de regreso.
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Capítulo 50
Traducido por OrMel
Corregido por KatieGee
rotando el sueño de sus ojos, Eros parpadeó de regreso a los
cegadores rayos del sol de la mañana. Se preguntó dónde estaba por
unos pocos segundos hasta que el recuerdo de la noche anterior se
estableció.
Ver el palacio de Iris en la mañana era desorientador. Las cortinas eran
púrpuras, los sillones eran naranjas, la cerámica de color verde. Y no
apagados, versiones pasteles tampoco. Estos eran completos y ultra-
saturados colores. La explosión de tonalidades le dio a Eros dolor de
cabeza y se frotó las sienes doloridas.
Él se había sentido así antes, pero solo después de demasiado vino. Y solo
había tenido unos pocos sorbos de ambrosía mientras esperaba a que Iris
regresara. Pero no la recordaba regresando. De hecho, él no recordaba
nada después de haber bebido de su copa.
—Esa arpía me drogó. —Se dio cuenta.
Se levantó a si mismo del piso. De alguna forma había terminado apoyado
contra un sillón, lo que significaba que pasó la noche dormido en el piso.
Esto no pesaría a favor de Iris si alguna vez la veía de nuevo.
—¡Iris! —llamó en el palacio vacío—. Iris, ¿estás aquí? —Lentamente
circuló por el cuarto para asegurarse que su voz llegara a todos los
rincones de la casa.
Cuando la propia voz de Eros hizo eco de vuelta a él, estuvo claro que
estaba solo.
—Bien —murmuró—, porque podría haberte matado si estabas aquí.
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Cuando su enojo menguó, Eros recordó por qué estaba en lo de Iris en
primer lugar. Ella le había prometido ayudarlo a encontrar a Psique. Pero
ahora ninguna de las mujeres estaba aquí. Maldita sea.
Empujó a través de la rigidez inducida por fármacos en sus alas mientras
se atornillaba hacia el cielo de la mañana. Tan rápido como pudo
manejarlo, voló al palacio de Afrodita y golpeó la puerta abierta. El portal
dorado se estrelló contra la pared de mármol detrás de él, sacudiendo la
puerta de entrada.
—Madre, no me hagas ir a buscarte. Sal de ahí. —Cerró sus manos en
puños tan apretados que sus bíceps se sacudieron.
Afrodita paseó en la habitación como si nada fuera inusual sobre la visita
de su hijo.
—Ah, ahí estás. Te estaba esperando ayer, pero supongo que encontraste
otras maneras de ocupar tu tarde. —Afrodita sonrió a medias, haciendo
girar un anillo en su dedo.
Eros miró a su madre.
—¿Tu mandaste a Iris a drogarme? ¿Para que no llegara aquí antes?
—Umm… —contestó Afrodita con un suspiro y pasó sus dedos a lo largo
del hombro de Eros, tocando los restos de carne marchita que todavía no
se habían caído después de la quemadura. Eros hizo un gesto con los
hombros hacia atrás reflexivamente—. ¿Cómo está curando tu cicatriz?
—Como puedes ver, está bien. Casi ida —dijo Eros a través de los dientes
apretados.
Afrodita arqueó sus cejas y le dio la espalda a su hijo. Apoderándose de su
puerta, la quitó de donde había ido a descansar contra la pared y la cerro
silenciosamente. Luego miró a la larga grieta que atravesaba su pared de
mármol, pasando sus dedos por encima de la ranura.
—Otra cosa que voy a tener que limpiar después de que haces un desastre
de ello, ya veo.
—Suficiente. ¿Dónde está Psique?
Afrodita se acercó a un taburete acolchado y se dejó caer en él. Ella
frunció los labios y miró al techo mientras suspiraba.
—Hades.
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La palabra funcionó mejor que un golpe rápido a los riñones. Eros se
tabaleó dos pasos hacia atrás, agarrándose el estómago en agonía.
—Tu preguntaste.
Eros continuó retrocediendo hasta que encontró un taburete para
sentarse en él.
—¿Cómo? ¿Cómo paso esto? —Agarró su cabello en sus manos y se meció
a sí mismo en negación—. Yo la salve de los soldados. Yo la salve. Ella se
fue. Yo lo vi.
—Yo no dije que ella murió —respondió finalmente Afrodita, después de
dejarlo marinar en la miseria por unos momentos—. Dije que ella estaba
en el Hades. Yo la llevé al lago Alcyonian ayer y Caronte la transporto
dentro.
Los ojos de Eros saltaron mientras sus manos se alejaron del apretón
mortal que tenía en su cabello.
—¿Tú hiciste qué?
—Es una prueba. Estoy segura de que escuchaste de tal cosa; Heracles
tuvo doce de ellas. —Cuando todo lo que Eros hizo fue mirarla furioso,
Afrodita continuó—. Psique está en realidad saliéndose fácil con solo dos.
—¿Por qué harías esto? —demandó Eros—. Tú la amaste también una
vez. Se suponía que íbamos a ser una familia. ¿Por qué no puedes solo
dejarlo ir?
—Estoy intentando, hijo.
—¿Disculpa? —Las cejas de Eros se tensaron hacia el nacimiento del pelo.
—Intenté llevarlos a los dos juntos una vez, y si lo recuerdas, ambos se
negaron. ¿Cómo se supone que voy a actuar como si eso nunca hubiera
sucedido? ¿O que tú no seguiste a través de mi maldición? ¿O que ella tiró
mis regalos divinos de vuelta en mi cara? ¿Y después que ella trato de
matarte? —Su cabeza cayó hacia atrás contra la fría pared de mármol—.
Todavía quiero que ustedes dos estén juntos si eso es lo que va a hacerte
feliz, pero las cosas son más complicadas ahora.
Como el mismo dios, Eros apreciaba la necesidad de su madre de vengar
su reputación y su familia. Sus instintos no eran el lado más bonito de su
naturaleza, pero todos ellos los tenían. Ninguna ofensa en la tierra pasó
alguna vez desapercibido en el Olimpo.
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—Cuando ella lo haga, ¿eso resolverá la cuestión?
Los labios de Afrodita se fruncieron juntos.
—Todavía no estoy segura.
—¿Podrías al menos acordar de llamar fuera a Iris?
—El viaje al Hades y de regreso es uno largo. —Afrodita fue hacia su hijo
y levantó su barba—. No enciendas una antorcha bajo la pira de Iris
todavía.
***
Justo como su visita dos semanas atrás, Eros se quedó esperando cuando
alcanzó el lago Alcyonian. Paseó a la largo de la orilla, sus pasos cayendo
con la impaciente gracia de un león enjaulado. Sus ojos permanecieron
clavados en la entrada de la cueva, pero la única cosa para ver era la
corriente del río fluyendo hacia fuera.
Él olvidó su paseo cuando escuchó salpicaduras leves en el lago. Cada
músculo en su espalda se enroscó en rígidas cuerdas mientras se mantuvo
congelado en la orilla. Las salpicaduras crecieron fuertemente. Caronte
estaría saliendo fuera de la cueva en cualquier segundo.
Por favor deja que Psique esté en el bote.
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Capítulo 51
Traducido por Rihano
Corregido por Viqijb
e había olvidado. Hay una razón por la que Hades no necesita un
portero para mantener a los intrusos fuera o a las sombras
dentro. Su nombre es Cerbero, y es noventa kilogramos de un
desagradable, babeante y gruñidor perro de tres cabezas.
No habíamos estado en camino al Hades por mucho tiempo cuando oí el
gruñido de Cerbero en la distancia. Pero no fue el gruñido lo que me
asustó. Fueron los ladridos feroces y furiosos seguidos de gritos
aterrorizados. Como yo todavía estaba un poco dudosa de matar animales,
después de mi encuentro de la mañana con las ovejas, medio me escondí
detrás de Caronte mientras seguíamos adelante.
—No tenemos que ir muy lejos ahora —me aseguró él—. Solo quédate
conmigo y estarás bien.
El hedor de las heces en descomposición y el aliento sulfúrico de perro
flotando por el escarpado túnel confirmaba la advertencia de Caronte de
que estábamos cerca de Cerbero.
Al doblar una esquina, de repente estaba cara a cara con tres juegos de
mandíbulas crujiendo los huesos. La saliva salpicaba contra mi mejilla
mientras una de las cabezas cerraba la mandíbula en mi cara. Mi chillido
estridente hizo eco de los que yo había oído antes y me tambaleé hacia
atrás en Caronte. El barquero fácilmente me atrapó y me empujó con
seguridad detrás él.
Cerbero se tensó contra sus cadenas pesadas, gruñendo y mordiendo,
amenazando con sacar de un mordisco la cabeza de Caronte. Pero este ni
se inmutó. Él solo se mantuvo firme, a pulgadas de las garras rompientes,
y miró de vuelta al sobrecrecido perro.
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—No creo que tengas una torta de miel en esa caja tuya, ¿verdad? —me
preguntó Caronte, nunca alejando la mirada de Cerbero.
Apenas lo escuché sobre el estruendo de mi propio pulso. Encarar a
Cerbero era bastante malo, olvidar lo único que podría distraerlo era un
desastre monumental. El sudor estalló en mi labio superior mientras el
pánico se asentó.
—No. ¿Y ahora qué?
—Revisa la caja para estar seguros.
—Pero yo no le pedí a Afrodita que me diera un…
Caronte cortó mi histeria.
—Revisa la caja.
Abrí la tapa, empujándola hacia adelante para que él pueda ver que estaba
vacío. Como le dije que estaría.
Solo que no estaba vacía.
—Bueno, ¿quién lo diría? Hay una torta de miel en la caja —dijo Caronte
mientras sacaba el pastel y cerraba la tapa antes de arrojarlo en la
dirección opuesta de nuestro camino.
Cerbero saltó y giró en el aire, lanzándose hacia la torta. Vi con horror
como las cabezas se peleaban entre ellas, manchándose de sangre auto
infligida, en su batalla por los pedazos.
—Vamos. —Caronte me agarró la mano y nos abalanzamos hacia adelante.
Era ridículamente rápido para un anciano. Mientras trabajaba para que
mis pies lo alcanzaran, mi sandalia golpeó algo resbaladizo y me caí.
Me sujetó por debajo de mis brazos y me levantó, pero no antes de que
Cerbero se diera cuenta de que estábamos parados. La bestia se dio la
vuelta en mitad del aire mientras saltaba. Cuando sus patas golpearon el
suelo, ya estaba corriendo hacia nosotros. Caronte me sacó fuera del
camino, pero Cerbero se las arregló para aprisionar un trozo de mi vestido
con sus colmillos. El calor de su aliento rancio quemó a través de la tela.
Con toda la fuerza que pude manejar, me empujé hacia adelante mientras
Caronte continuaba jalando. Segundos pasaron. Estábamos en un punto
muerto. Los gruñidos de Cerbero retumbaban a través de la cueva. Su
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cabeza saltaba de lado a lado mientras él trataba de jalarme para
liberarme de las garras protectoras de Caronte.
Y luego vino un desgarro distintivo. El mismo rasgado como cuando el
soldado había destrozado mi vestido, dejando al descubierto mi carne.
Solo que esta vez, el sonido era lo mejor que había escuchado nunca.
Mientras un pedazo de tela se separaba del vestido, me tambalee justo
fuera del alcance de sus mandíbulas. Ladridos salvajes se derramaban por
la caverna, ensordecedores en su intensidad.
—Vamos —gritó Caronte sobre los gruñidos. Corrimos por el camino hasta
que ya no pudimos oír a las hambrientas cabezas luchando entre sí por su
oportunidad de derramar mi sangre.
Se tardó más de lo que yo quería admitir, pero mi respiración finalmente
se desaceleró lo suficiente para que yo pudiera hablar.
—¿Cómo sabías que estaría allí? La torta de miel, quiero decir.
—Incluso Afrodita tiene que cumplir con ciertas reglas. —Imagina.
Caronte no sonaba sin aliento en absoluto—. Si quiere que tú hagas un
recado para ella en el Hades, al menos tiene que darte las herramientas
para entrar.
—Pero ella no me lo dijo. Quiero decir, si tú no hubieras estado aquí, yo
nunca lo habría sabido.
—Es parte de la prueba —dijo Caronte—. Alégrate de tener un tutor que te
permite hacer trampa.
—Por favor, dime que no estoy oyendo evidencia de trampa en camino. —
Una voz encantadora y joven se escuchó—. Especialmente si se trata de
engañar a la muerte. Tendemos a fruncir el ceño ante ese tipo de trucos.
Su cuerpo esbelto se materializó en el camino alumbrado con antorchas.
Caronte se inclinó inmediatamente ante la mujer, luego tomó su delicada
mano entre las suyas. Aquí abajo, esta solo podría ser Perséfone, Reina
del Inframundo.
—Por supuesto que no, su Alteza —se rió entre dientes Caronte—. Al
menos no la acusación de intentar engañar a la muerte.
Sus ojos bailaban mientras una irónica sonrisa tiró de sus labios.
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—En ese caso, voy a fingir que no oí una sola palabra. —Apretó el hombro
de Caronte con ternura—. Es bueno verte de nuevo, viejo amigo.
—Tú sabes cómo es. Nunca tengo un día libre para venir de visita —se
quejó Caronte.
—Y sin embargo, aquí estás. —Los ojos de Perséfone se volvieron hacia
mí. Eran de color marrón oscuro, como los de Ceres, solo que
terriblemente intensos. Ella me estudió, tal vez evaluándome, pero yo no
tuve la sensación de que estaba siendo juzgada—. Tal vez yo entiendo el
por qué —dijo ella, las cejas levantadas, todavía mirándome con esos
ojos—. Caronte, ¿no vas a presentarme a tu… amiga?
Él se aclaró la garganta.
—Por supuesto. Reina Perséfone, esta es la princesa Psique, la prometida
de Eros. Psique, la reina Perséfone.
El rostro de Perséfone se iluminó al instante.
—¡No sabía que Eros estaba comprometido! —Ella arrojó sus brazos
alrededor de mí y me abrazó, acogedora y fraternalmente—. Estoy tan
contenta de que bajaras a verme. Estoy desde hace mucho retrasada para
volver, pero no sabía que me había perdido una noticia tan importante.
Caronte frunció el ceño.
—Eso es verdad. Usted está atrasada.
Perséfone se suponía que solo pasara el otoño y el invierno en el Hades. Al
llegar la primavera y el verano, volvía a la Tierra para visitar a su madre.
—¿Está todo bien?
—¡Oh, sí! —soltó ella—. Si no lo conociera mejor, pensaría que Eros había
estado aquí esparciendo un poco de su magia. Hades ha sido un esposo
tan maravilloso últimamente, que no he querido irme. Y madre estuvo de
acuerdo en que la primavera todavía podría venir siempre y cuando yo sea
feliz. —Ella se encogió sus hombros—. Así que, aquí estoy.
Miré alrededor de la vía con poca luz y paredes alineadas de rocas
dentadas, preguntándome cómo ella podría querer estar aquí cuando la
primavera estaba explotando en los jardines de afuera. Pero luego pensé
en las noches que había pasado en compañía de Eros, arropada en la
oscuridad y llena de emociones que no podía nombrar. No habría
importado donde estábamos, siempre y cuando estuviéramos juntos.
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Como si recogiera la imagen de Eros de mi cerebro, Perséfone preguntó:
—Entonces, Psique, ¿dónde está ese prometido tuyo? ¿Está demasiado
asustado para bajar al Hades él mismo?
—En realidad, Caronte exagera. No estamos realmente comprometidos.
Afrodita intentó arreglar nuestro matrimonio, pero… ¿sabes qué? Es una
larga historia. Vamos a dejarlo en que lo amo.
Perséfone inclinó la cabeza y un rocío de cabello color miel resbaló sobre
sus delgados hombros.
—En serio, necesito un mensajero para traerme noticias del Olimpo así
tendría una idea de lo que está pasando.
Cuando ella chasqueó los dedos, tres trípodes aparecieron y la cueva se
iluminó bajo la luz de antorchas añadidas. No que la luz ayudara de
alguna forma. Ahora podía ver las estalactitas colgando como colmillos
sobre mi cabeza y la capa de fango gris arrastrándose lentamente por las
paredes.
Perséfone, sin embargo, parecía totalmente no afectada por su realidad de
pesadilla.
—Ven, siéntate. Tengo todo el tiempo del mundo.
Así que le conté, en una versión tan condensada como fue posible.
Pero realmente no había ninguna manera de endulzar lo que yo había
hecho o por qué estaba allí. Mientras llegaba al final de la historia, froté
mi mano nerviosamente por encima de la tapa de la pequeña caja de
madera.
—Y así Afrodita me envió aquí como mi examen final. Se supone que
traiga de vuelta algo de tu belleza para ella.
Perséfone resopló.
—¿Para ella? ¿Para qué necesita Afrodita más belleza?
—Lo siento —me disculpé—. Odio preguntar, pero no tengo elección.
—Así que vamos a ver si lo entiendo —dijo Perséfone—, si digo "no",
¿entonces es mi culpa que tú no llegues a ver a Eros? —Ella echó las
manos al aire y las dejó caer de nuevo a su costado con un ruido sordo—.
Esa mujer es increíble.
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—Creo que tengo una idea —Caronte se frotó la barbilla con sus dedos
torcidos—. Afrodita nunca dijo que Psique tenía que conseguir belleza de
cara. —Perséfone y yo miramos a Caronte y la una a la otra—. La Reina
podría darle a Afrodita belleza de su dedo gordo, y Psique aún tendría
completada la tarea.
Esta vez, Caronte estaba en el extremo de recepción de uno de los abrazos
jubilosos de Perséfone.
—Caronte, eres un genio. ¡Me encanta!
—No va a hacerle daño, ¿verdad? —pregunté—. Quiero decir, su cara de
repente no va a verse como tu dedo gordo del pie o algo así, ¿no?
Caronte y Perséfone se echaron a reír.
—Ojala. —Perséfone se rió—. Yo le daría mi pie entero para ver eso.
—No —explicó Caronte—, cuando ella abra la caja para recibir la belleza
de Perséfone, simplemente irá a sus pies. No hay nada de que
preocuparse.
—Pero ¿y si ella cree que la engañé?
—No hay nada que podamos hacer al respecto —dijo Perséfone, desatando
ya su sandalia—. La verdadera prueba es si tú consigues salir de aquí con
vida después de haberme convencido de desprenderme de algo de mi
belleza. Qué tipo de belleza llevarás de vuelta no será tan importante. —
Ella liberó el pie de la sandalia y extendió la mano—. Aquí, dame la caja.
Colocándola en sus manos, me agaché hacia adelante en mi taburete para
ver cómo hacia la extracción de belleza de un apéndice.
—Oh, Psique, no puedes ver esta parte —dijo Perséfone—. La esencia de la
belleza divina probablemente te mataría. Una vez que te devuelva esta
caja, hagas lo que hagas, no la abras.
Negué con la cabeza fervientemente de lado a lado para mostrar cuan
claramente lo entendí. De ninguna manera iba a abrir esa caja. Muerte
por belleza no era lo que yo necesitaba. Hablando de ironías.
Perséfone abrió la caja mientras yo retrocedía.
—Espera —llamó—. Olvidaste tu otro pastel de miel. —Ella quitó la torta
de la caja y la tendió hacia mí.
—Oh, sí.
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—No estoy seguro de que tan lejos tienes que estar —dijo Caronte—.
Estarías mejor yendo de regreso por el sendero. Te alcanzaré.
—¿Qué pasa con Cerbero?
—Yo no te dije que regresaras todo el camino por tu cuenta, ¿verdad?
Ahora vete.
Asentí con la cabeza a regañadientes. La bilis subió por mi garganta
mientras pensaba en tener que rozar mis dedos contra la baba rezumando
para sentir mi camino de regreso fuera de la cueva.
—Está bien —grazné.
Empecé a salir, pero luego me volví.
—¿Reina Perséfone? —Sus oscuros ojos se encontraron con los míos—.
Gracias. Por todo. No sabes lo mucho que esto significa para mí.
Perséfone solo asintió con la cabeza y sonrió amablemente. Ella no
necesitaba responder. Yo sabía que ella entendía.
Poco a poco, seguí por el sendero que conducía a Cerbero. Si me movía lo
suficientemente lento, yo no tenía que tocar las paredes después de todo.
Solo arrastraba los pies y me echaba hacia atrás, esperando que si
golpeaba una pared, mis dedos se detendrían antes de que mi cara
chocara.
Mientras me movía, apreté el pequeño pastel fuerte en mi puño, sin
importar si se desmoronaba, mientras yo no lo perdiera. ¿Cuanto más
lejos debo continuar sin él? ¿Qué pasa si me encuentro sola con Cerbero?
Los dos necesitamos utilizar el mismo pastel para nuestro escape. Todavía
estaba tratando de averiguar mi siguiente movimiento cuando Caronte
corrió hasta mi lado.
Las antorchas se precipitaron a la vida a lo largo del camino mientras él
regresaba, ahuyentando la negrura. Nunca pensé que estaría tan
agradecida por el olor a aceite de oliva quemado y el escozor del humo en
los ojos.
—Eso fue rápido.
—Aquí tienes, querida —dijo, sosteniendo la caja de madera hacia mí.
Estiré mi mano lentamente para tomar la caja, pero luego retrocedí.
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—¿Estás seguro de que puedo tocarla? Perséfone dijo que podría
matarme.
Él empujó la caja hacia mí como diciendo “tómala”.
—El único peligro es si dejas que la belleza salga de la caja. No lo hagas.
—Lo tengo —confirmé, y agarré la caja.
—Es mejor sostenerla con las dos manos solo para estar seguros —señaló
Caronte.
Levanté mi otra mano para mostrarle que estaba cubierta de pastel de
miel aplastado.
—Te importaría sostener esto entonces? —le pregunté con una mueca.
Caronte resopló.
—¿Qué te ha hecho el pastel?
—Solo digamos que estaba manteniendo un estricto control sobre este
para asegurarme de que no llegara lejos. —Él levantó las cejas sin hacer
ningún comentario y despegó el pegajoso y reventado pastel de mi mano.
—No pensé que Cerbero se daría cuenta que está un poco aplastado.
—He visto cosas peores pasar por aquí. Siempre y cuando sea casi
comestible, funcionará el truco.
Después de limpiar mis dedos pegajosos en mi vestido, agarré la caja con
las dos manos. Por si fuera poco, también la metí en mi pecho y la aferré
allí. Cuando regresamos hasta Cerbero, Caronte lanzó los restos de la
torta y el perro fue detrás de esto con avidez.
—Vamos —me gritó, y ambos corrimos pasando la guarida de Cerbero.
Apreté más la caja mientras corría, a pesar de que me hacía encorvarme
ligeramente y correr un poco más lento.
Apenas estábamos pasando a Cerbero cuando Caronte comenzó a ir lento.
—Vamos a seguir adelante —le supliqué—. Solo quiero salir de aquí.
—Por supuesto. ¿Por qué querrías quedarte conmigo cuando tienes a Eros
esperando por ti?
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—No, no es eso. —Me detuve y me volví para enfrentarlo—. Eso no es lo
que quise decir. Tú has sido maravilloso y no podría haber hecho esto sin
ti. —Solté una mano de la caja para tocar su hombro—. Además, yo no sé
si Eros me está esperando o no.
Caronte miró hacia otro lado como si no me creyera.
—En realidad —le dije—. Solo quiero entregarle esta caja a Afrodita. Me
siento como si tuviera la muerte en mis manos y ya no quiero tocarla más.
Cuando Caronte volvió la mirada, él estaba sonriendo.
—Supongo que te veré de nuevo eventualmente, de todos modos. —
Extendió la mano y acarició mi mejilla con sus nudosos dedos—. Me he
divertido, sin embargo, y te doy las gracias por mi día libre.
—Divertido no es probablemente la palabra que yo hubiera elegido, pero
me alegro de que vinieras conmigo —le contesté—. Y lo digo en serio. No
podría haberlo hecho sin ti.
Me dio un ligero golpecito en la espalda.
—Está bien, suficiente con los halagos. Vamos a salir de aquí.
Los dos trotamos de vuelta a la barca y él la estabilizó mientras yo subía al
interior, aún sosteniendo la caja a mi pecho. Caronte nos empujó hacia el
río antes de subir a bordo él mismo. Tan pronto como estuvo parado,
hundió su remo hasta el fondo y nos estaba alejando de Hades.
Yo no podía dejar de suspirar con alivio mientras la costa se perdía en la
oscuridad de la cueva. Perséfone había sido maravillosa, pero nada más
acerca de Hades me dio alguna razón para esperar el día en que tendría
que volver.
Mientras nos deslizábamos a través de la oscuridad, traté de no mirar el
agua turbia. Yo no quería ver las desventuradas sombras flotando como
nubes sumergidas bajo la superficie.
Pero cuando dejé que mi concentración fuera a la deriva, algo llamó mi
atención y tuve que mirar.
Un par de sombras tomaron forma. Una de ellas era una mujer que
sostenía a su bebé hacia la superficie. Sus labios finos como el papel
declaraban la misma palabra en silencio una y otra vez hasta que estuve
segura de que podía leer lo que estaba diciendo. Por favor. Por favor, ella
suplicó, y el cuerpo del bebé rompió a través de la superficie.
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—¡Caronte! —grité—. Detente. Tenemos que salvarlos.
Funcionando más por impulso que por la razón, bajé la caja al suelo de la
embarcación y me acerqué a las sombras. Recogí al bebé en un brazo y
agarré a la madre por su muñeca con mi otra mano. Ellos eran como
sujetar aire sólido. Tenían forma, pero no peso. Cuando saqué a la madre,
ella llegó con facilidad por encima del borde de la embarcación sin mucho
más que si fuera un soplo.
Para entonces, Caronte había dejado de remar y se volteó hacia nosotros.
—¿Qué estás haciendo? Ponlos de regreso. Ahora.
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Capítulo 52
Traducido por OrMel
Corregido por Maia8
aronte se cernió sobre nosotros en el pequeño bote. La madre
sombra tomó a su niño sin peso de mis brazos y lo acunó mientras
se encogía de miedo en el suelo.
—Por favor —lloró ella mientras acariciaba la cabeza marchita de su
bebé—. Por lo menos deja a mi hijo pasar.
—Caronte —imploré—. Nosotros teníamos un acuerdo. Tú prometiste
ayudar a algunas de las sombras en el río. ¿Por qué no dejar que este sea
el primero? —Él solo se quedó ahí, inmóvil. En la oscuridad no pude leer
sus expresiones para medir lo que estaba pensando.
—Por favor, ¿Por mí? —pregunté. Segundos pasaron sin una respuesta.
Finalmente, Charon refunfuñó:
—Es una suerte que me gustes, o estarías en el agua con ellos. —Pero
antes de que él incluso dejara de quejarse, comenzó a empujar el barco
hacia delante de nuevo.
Recordando por qué estaba aún en el río en primer lugar, me agaché para
recuperar la caja de madera del suelo. Cuando me incliné, la madre me
besó en la frente.
—Gracias —ella susurró—. No se quién eres, pero que los dioses estén
contigo siempre.
Por el resto del paseo, miré a la madre e hijo amontonarse juntos. Su
obvio amor era tan intenso que me moví al piso del bote, solo para estar
más cerca. De hecho, estaba tan absorta con ellos que no me di cuenta que
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habíamos emergido de la caverna hasta que nuestro bote raspó en una
parada en la orilla.
Fue cuando escuché la voz de Eros llamando mi nombre.
Escucharlo de nuevo fue como conseguir mi corazón de vuelta. Mi pecho
había estado vacío sin el y ahora aumentó. Me alcé y lo miré medio
corriendo, medio volando hacia mí. Sus brazos estabas extendidos, sus
labios tirados en una sonrisa tan grande que consumía su cara.
Recogí la caja de madera del piso del bote y me escabullí sobre el lado y
hacia la arenosa orilla. Agarrando la caja fuertemente en una mano, corrí
a toda velocidad hacia el.
Rápidamente cerramos la distancia entre nosotros y yo estaba a solo unos
pocos pasos de distancia de lanzarme hacia sus brazos cuando note una
cinta de color descendiendo en mi. Los radiantes tonos se enredaron
alrededor de mis pies, haciéndome tropezar mientras corría. Mientras
caía, mi barba se estrello contra la arena y la caja resbaló fuera de mi
mano, rebotando lejos.
Yo observé con ojos muy abiertos cómo la caja se inclinó sobre su lado y
la tapa se entreabrió.
Luchando con mis manos y rodillas, me escabullí hacia la caja, con la
esperanza de cerrar la tapa antes de que cualquiera de la belleza de
Perséfone escapara.
La última cosa que recuerdo haber visto una iluminada niebla circulando
hacia arriba fuera de la caja mientras mis manos se cerraban alrededor de
ella. La niebla se arremolinó alrededor de mi cabeza, llenando mi nariz y
boca.
Cuando jadeé, la niebla me jaló bajo la superficie de mi propia conciencia. Y
todo se volvió negro.
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Capítulo 53
Traducido por OrMel
Corregido por JenB
l corazón de Eros se saltó un latido cuando vio el bote de Caronte
emerger de la cueva. Al principio no vio a Psique agachada en el
bote. Un involuntario tirón puso sus pies en movimiento,
arrastrándolo lentamente hacia el bote que se acercaba. Incluso si Psique
no estaba a bordo, él tenía que ver el bote, hablar con Caronte, descifrar
que había pasado. Si, nada más iba a encontrar cómo entrar en el Hades
para poder ver a Psique una última vez.
Cuando la cabeza de Psique se balanceó a la visto sobre el lado del bote,
Eros exhaló una respiración que no se dio cuenta que había estado
reteniendo. Sus pasos se aceleraron mientras se apresuró a alcanzar el
punto en la orilla donde Caronte estaba amarrando su barco.
—¡Psique! —gritó, ahora corriendo y batiendo sus alas para empujarse
más rápido—. ¡Psique! —Alivio lavó a través de él cuando los ojos de
Psique se encontraron con los propios y ella se apresuró a salir del bote.
Le divertía que ella no se fuera sin la pequeña caja que contenía la belleza
de Perséfone. Como si su madre pudiera detenerlo ahora. Él la tendría de
nuevo si ella completaba la tarea de Afrodita o no. Abrió sus brazos para
que pudiera envolverlos alrededor de Psique en el segundo que ella
estuviera lo suficientemente cerca para abrazarlo.
Suave y bajo, Caronte murmuró:
—No la mereces, muchacho. Cuida bien de ella, o alguien más lo hará.
La advertencia fue muy baja para los oídos de Psique, pero Eros escuchó.
Apartó sus ojos de Psique por un minuto para mirar enojado a Caronte.
¿Qué asuntos tenía el viejo barquero para decirle que cuidara a su amor?
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El enojo casi cegó a Eros por un momento, pero los pasos de Psique
estaban muy cerca, rápidamente recuperó su regocijo.
Eros volvió a mirar a Psique a tiempo para ver sus ojos volar derecho. En
una explosión teñida de multicolor, Iris se abalanzó sobre Psique,
envolviendo los talones de Psique en su vibrante cola. Lo único que pudo
hacer fue mirar como Psique se estrellaba contra el suelo. Superado por la
ira, Eros se lanzó detrás de Iris, pero perdió su captura.
—¡Maldita sea, Iris! —gritó Eros tras ella—. Esto es suficiente.
Arrancó su arco de su hombro y arrebató una flecha de su carcaj.
Apuntando al cielo, Eros dijo:
—Helios. —Y soltó la flecha. Se disparó hacia el cielo y estalló en una
explosión de fuego de plata cuando golpeó el carruaje del dios del sol.
Iris inmediatamente dejó de correr y miró al cielo. Sus ojos violetas
brillaron mientras su expresión cambiaba de venganza a adoración.
Disparándose a través de las nubes, Iris dejó una estela brillante de color
en su despertar.
Satisfecho de que finalmente se deshizo de Iris, Eros se colgó su arco de
regreso sobre su hombro y se apresuró hacia Psique. Sabía que debió
haber ido directo hacia ella y lidiar con Iris después, pero su
temperamento había conseguido lo mejor de él. Especialmente después
del truco que ella había sacado la noche anterior al drogarlo. Si no hubiera
sido por Iris, Eros hubiera podía salvar a Psique de tener que haber ido al
Hades en absoluto.
Cuando la alcanzó, Eros vio que Psique no se movía.
—Psique. Psique, ¿estás bien? —Patinó hasta detenerse por su hombro y
se arrodilló. La arena presionó en sus rodillas mientras se agachaba y
recogía a Psique en su regazo. Eros rodó a Psique para poder ver su cara y
acunar su cabeza. Su expresión era quieta y pacífica, una máscara de
tranquilidad.
Eros la meció y acarició su cabello.
—Vas a estar bien, Psique. Todo está bien ahora. ¿Me escuchas? Estas a
salvo conmigo.
—Es ahí donde te equivocas, chico —dijo Caronte. El viejo hombre se
apoyó en su bastón mientras se aproximaba—. La caja está vacía.
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La mandíbula de Eros se abrió cuando vio a Caronte sosteniendo la caja
de Psique, pero el no pudo parar de mecerla.
—No, yo la voy a proteger —susurró Eros su convicción más a el mismo
que a Caronte. Lágrimas quemaban en sus ojos—. Ella tiene que
despertar. La necesito.
Caronte se puso en cuclillas y miró a Eros a través de Psique.
—Yo no quería verla de vuelta tan pronto. —Los ojos azules de Caronte se
empañaron mientras miraba lejos y de vuelta sobre el lago—. Ella hizo
todo bien. No fue su culpa que la caja se abriera.
Eros detuvo su mecida para concentrarse.
—¿Cómo arreglamos esto?
Caronte lentamente miro y tiró la caja en el suelo.
—Ella es una mortal. No hay arreglo. Debe estar muerta ya.
—Pero no lo está —dijo Eros—. Puedo sentir su corazón latir. Y está
respirando. No está muerta. —Eros miró abajo a Psique y reanudó su
mecida—. No voy a dejarte morir, amor. Espera conmigo hasta que
resolvamos esto.
—Tal vez podamos llevarla de vuelta con Perséfone y preguntarle qué
hacer —dijo Caronte—. Tan rápido como vuelas, puedes meterla en el
Hades en muy poco tiempo.
La cara de Eros palideció.
—No voy a llevarla allí. No pueden tenerla todavía.
Caronte lo miró enojado.
—¿Entonces tienes una mejor idea?
—Suficiente pelea chicos.
—La voz caliente, sedosa de la reina Perséfone interrumpió su argumento.
Sus ojos cafés parpadearon con calma y confidencia mientras miraba
entre los dos hombres—. Veo que tenemos un pequeño problema aquí.
—Sí, su alteza —dijo Charon con una reverencia—. Su belleza escapó, pero
no fue culpa de Psique. Ella no abrió la caja.
—Lo sé —dijo Perséfone, agitando lejos a Caronte con un desdeñoso giro
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de su mano y planeando hacia Eros y Psique. Ella se arrodilló junto a ellos
y rozó la mejilla de Psique—. Yo realmente quería ver a Afrodita volverse
loca cundo Psique lo hiciera de vuelta. —Una sonrisa triste tiró de la
comisura de los labios de Perséfone—. Lo vi todo.
—¿Puedes ayudarla? —preguntó Eros.
Perséfone sacudió su cabeza.
—De verdad no entiendo qué es lo que le pasa. Caronte tiene razón,
debería estar muerta ya. —Perséfone miró hacia abajo y rascó su frente—.
¿Hay alguien en su línea sanguínea que fuera divino?
—Sí. Si, en realidad. —Los brazos de Eros se envolvieron con más fuerza
alrededor de los hombros de Psique—. Poseidón es su padre.
Perséfone asintió con la cabeza.
—Al menos la necesidad de hacer una prueba hace más sentido ahora.
—Quizás, mi reina —añadió Caronte, aún parado afuera del círculo—,
podrías tomar tu belleza de vuelta.
—No veo por qué no. —Perséfone se sentó, cruzando los pies—. Aquí,
dámela. —Ella hizo un gesto con los brazos para que Eros deslizara a
Psique sobre ella.
Los músculos de Eros se flexionaron cuando levanto a Psique de su regazo
y puso su cabeza en Perséfone. Las puntas de sus dedos se demoraron
antes de deslizarse fuera de los suaves rizos de Psique.
Perséfone inclinó la cabeza de Psique hacia atrás y le abrió la boca. Ojos
cerrados, Perséfone exhaló a través de su nariz y se inclinó hacia delante,
envolviendo sus labios alrededor de los de Psique. Con sus labios sellados,
Perséfone respiró profundo, tirando de la belleza fantasmal fuera de
Psique.
Psique tosió, seco y desigual, rodando fuera del regazo de Perséfone
mientras jadeaba por aire. Apoyada en cuatro patas y la espalda arqueada,
el cuerpo de Psique rabiaba contra la belleza venenosa, tosiendo cada
último jirón de la luminosa niebla. Eros acarició su cabeza, sintiéndose
inútil, mientras la miraba luchar por cada respiración.
Después de un último y corto quejido de tos, Psique tomó una respiración
profunda y se sentó en sus talones.
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—Hola —dijo, mordiendo su labio inferior.
Eros rodeó a Psique con sus brazos, jalándola hacia su pecho. Besó sus
sienes, frente, nariz, ojos, y mejillas, tomando cada rasgo de su cara con
sus labios.
Con los ojos húmedos con lágrimas, Psique alejó su rostro de Eros y miro
profundamente en sus ojos.
—Lo siento —susurró—. Estoy tan, tan arrepentida.
Eros jaló su cabeza de regreso a su pecho, acariciando su cabello.
—Lo siento también. Nunca debí haberte dejado.
Eros sintió lágrimas calientes derramarse hacia abajo a su pecho y se dio
cuenta que Psique estaba llorando incluso más fuerte.
—¿Qué fue lo que dije?
—Yo solo estoy muy feliz de volverte a ver. —Psique sacudió la cabeza y se
limpió las lágrimas de las mejillas—. Tenía miedo de que me odiaras para
siempre.
Eros inclinó la barbilla de Psique hacía arriba con sus dedos.
—Te dije que te amaría por siempre, ¿recuerdas?
Psique asintió con la cabeza, una sonrisa rompiendo a través de su cara
más brillante que el sol de la mañana.
—Lo dije en serio —dijo Eros—, para siempre.
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Capítulo 54
Traducido por Nessie
Corregido por Bibliotecaria70
i cabeza todavía me daba vueltas de dejar la muerte a un lado.
Me tomó un tiempo recordar siquiera dónde estaba y por qué
estaba tirada en la orilla de un lago rodeada por las deidades. ¿Y
cuando llegó Perséfone?
Antes de saber que estaba pasando, me di cuenta de que Eros estaba
conmigo y luego pidió disculpas a los demás. Y él me estaba besando.
Sus suaves labios eran cálidos contra los míos, me cepillaron suavemente
al principio, como si me encontrara por primera vez. Luego me dio un
beso profundo, empujándose contra mí con tanto anhelo y pasión que me
dejó sin aliento.
Me levanté en mis rodillas, lanzando mis brazos alrededor de su cuello e
inclinándome en el beso. Eros dejó caer los brazos en mi cintura, tirando
de mí más cerca, mientras empujaba sus labios aún más contra los míos.
Perséfone se aclaró la garganta, recordándonos que no estamos solos.
Mis mejillas ardían y enterré mi cabeza en el hombro de Eros para ocultar
mi rostro. Eros me cogió en sus brazos y se levantó, llevándome con tanta
facilidad como si fuera un bebé.
—Persefone, Caronte. —Eros asintió hacia ellos—. No puedo agradecerles
lo suficiente por cuidar de Psique por mí. —Caronte nos miraba.
Perséfone sonrió, los pliegues que solo vienen con las sonrisas verdaderas
rodearon sus labios.
—Tú me conoces —dijo ella—. Me encantan los nuevos comienzos. Justo
como a mi madre.
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Eros me miró y me guiñó un ojo.
—¿Qué te parece si salimos de aquí?
Pero antes de que se pudiera poner en marcha, Caronte interrumpió.
—¿Qué pasa con Afrodita? Psique aún le debe algo de la belleza de
Perséfone.
—Deja que yo me preocupe por mi madre —respondió Eros.
Antes de darme cuenta, estábamos volando juntos. Sus poderosas alas
batían en el aire a medida que nos elevábamos como águilas de vuelta al
Olimpo. Agarré su cuello fuertemente mientras miraba abajo al suelo. La
sensación de volar con él era totalmente nueva, y sorprendentemente más
temible, de lo que había sido la noche cuando no podía ver que tan lejos
estaba la tierra debajo de nosotros.
—No te dejaré caer.
Miré arriba hacia sus cristalinos ojos azules, al instante me perdí en la
maravilla de que había vivido para verlos de nuevo.
—Lo sé —respondí, dejando a una sonrisa tirar de mis labios—. Pero eso
no significa que tengo que dejarte ir.
El hoyuelo Eros se marcó cuando me sonrió y levantó las cejas.
—Mmm... no te atrevas a dejarme ir. —Él acarició sus labios contra mi
frente, bendiciéndome con besos.
No fue hasta que estábamos aterrizando que me di cuenta de que no
estábamos en el palacio de Afrodita. Mientras Eros me ponía sobre mis
pies, me llevó a la nueva mansión. Este palacio era dos veces más grande
que el de Afrodita, y gracias a Dios no estaba construido de oro macizo.
Pero seguía siendo recargado.
—Bienvenida al centro del Olimpo —susurró Eros. El poder irradiaba del
edificio con tal fuerza que me estremecí. Eros me apretó la mano y se
acercó—. No te preocupes. Te van a amar —prometió cuando empezó a
subir las escaleras. Yo quería seguirlo, pero mis pies no se movían. Eros se
detuvo cuando mi brazo se extendió por completo. Tuve que liberar mi
mano para evitar ser jalada.
Me miró con una ceja arqueada.
¿Podría alguna vez cansarme de ver sus expresiones?
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—¿Qué pasa? —preguntó.
—Algo no está bien. —Sacudí mi cabeza y me mordí el labio, sin poder
explicarlo mejor.
Eros volvió a mi lado y me pasó un brazo por los hombros.
—Probablemente estés sintiendo su inmortalidad. Es más fuerte aquí que
en cualquier otra parte. —Eros agachó la cabeza para que pudiera
mirarme al nivel de los ojos—. Pero es por eso que estamos aquí. Solo
ellos te pueden convertir en uno de nosotros.
Me miró a los ojos mientras el peso de sus palabras hacían mella. Nuevas
lágrimas se abrieron paso hasta la superficie y estreché mi mano sobre mi
boca.
—¿En serio? —susurré desde detrás de mis dedos—. ¿Cómo?
—Si Zeus y Hera dicen que puedes unirte a nuestras filas, entonces estás
dentro
Volví la cabeza en el hombro de Eros y tiré mi brazo alrededor de su
cuello, llena de esperanza y entusiasmo.
Y miedo.
—¿Y si no me quieren?
Inclinó mi barbilla con dos dedos y me besó la nariz.
—¿A quién no le gustarías?
La sangre caliente llenó mis mejillas.
—Pensé que tal vez a ti.
Me jaló a su pecho con ambos brazos.
—Voy a hacer un trato. Olvidémonos de lo que ha pasado las últimas dos
semanas, ¿de acuerdo? Los dos hemos hecho cosas que quisiéramos
deshacer, así que vamos a volver atrás y empezar de nuevo.
Yo solo asentí con la cabeza, incapaz de romper el eco lírico de sus dulces
palabras.
—Tu vida vuelve a empezar hoy. Vas a ser inmortal. Podemos vivir aquí,
en el Olimpo. Te voy a construir un nuevo palacio, lo que quieras.
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Apreté mis brazos con más fuerza alrededor de su cintura.
—Solo quiero ser capaz de mirarte cada minuto de cada día.
—Hecho —dijo.
—Y no tener que esconderme de tu madre —añadí, alzando la cabeza para
mirarle a sus chispeantes ojos.
Sus suaves dedos acariciaron un mechón de pelo fuera de mi cara.
—Nunca tendrás que preocuparte por ella de nuevo.
—Entonces, ¿qué estamos esperando? —Le tomé de la mano y juntos
corrimos escaleras arriba y hacia el palacio de Zeus y Hera.
Tan pronto como cruzamos el umbral de su casa, los dos dioses se
presentaron ante nosotros, sentados en tronos de oro adornados en la
parte trasera de la sala. Patinamos hasta detenernos y Eros se inclinó.
Rápidamente siguiendo su ejemplo, hice lo mismo.
—No pensé que vería el día en que Eros se atrevería a poner un pie en esta
casa —dijo Hera. Zeus se removió en su silla.
Pude ver los grandes ojos de Hera en estrechas rendijas centrados en Eros
a través de la habitación. Mis ojos se ensancharon mientras miraba a Eros
para una explicación de nuestro menos que hospitalario saludo. Se inclinó
y me susurró al oído.
—Yo podría haber metido una mano en algunos de los asuntos más
recientes de Zeus.
—¡Ah! —dijo Zeus, señalando a Eros—. Te dije que no podía ayudarme a
mí mismo. Te dije que Eros me obligó a hacerlo. ¿Ahora me crees?
Hera cortó a Zeus con una mirada que le hizo callar y hundirse de nuevo
en su trono.
—Este es un gran lío que tienes que arreglar Eros —dijo Hera.
—Sí, Su Alteza —respondió, inclinando la cabeza y se negó a mirarla a los
ojos. Sus músculos estaban tensos como si estuviera a punto de saltar,
pero todo lo demás acerca de su postura habló de su sumisión.
—Pero esta visita no es realmente acerca de ti, ¿verdad? —Hera me miró
con sus oscuros ojos de gacela.
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Como si despertará a la vida, Eros me agarró la mano y se precipitó hacia
adelante.
—No, Su Alteza. Estoy aquí por Psique. —Tuve que correr para
mantenerle el paso hasta que nos detuvimos en la base del trono de Hera.
Su expresión se suavizó cuando nos acercamos y le brillaban los ojos con
la sombra de una sonrisa. Pero la mirada de Zeus no era tan abrazadora.
Mientras él me estudiaba, sus gruesas cejas de oruga temblaron, como si
se tratara de alguna manera un reflejo de sus pensamientos rebotando
alrededor de su cráneo.
—Entonces —dijo al fin, volviéndose hacia Eros—, ¿qué es exactamente lo
que quieren de nosotros?
Eros se inclinó de nuevo, bajando la cabeza a Zeus.
—Señor, quiero que Psique sea una de nosotros. —Él apretó mi mano—.
Así que puede ser mía para toda la eternidad.
Zeus se rió tan ronco que sonaba como una tos.
—¿Después de todo lo que has hecho conmigo? Has arruinado mi
matrimonio casi diez veces con tus flechas. —Se levantó de su trono, por
encima de nosotros—. ¿Qué te hace pensar que haría cualquier cosa para
ayudarte?
Por el rabillo de mi ojo, vi a Eros poner una mueca de dolor.
Hera sonrió.
—Creo que el servicio del muchacho a mí causa vendría mejor que
depilarse las alas separadas. No estás de acuerdo, ¿Eros? —Entrecerró los
ojos mientras ladeó la cabeza, esperando la respuesta de Eros.
Eros se dejó caer de rodillas ante ella.
—Voy a servir a todas tus órdenes, mi Reina. —Él levantó la cabeza, con
los ojos suplicantes. —Dime lo que quieres y lo haré.
Hera se agachó y tomó la mano de Eros entre las suyas, y luego lo puso de
píe. Cuando estaba de pie, Hera se acercó con la otra mano por mí.
Cuando unió nuestras manos, dijo:
—Honra a Psique como tu esposa. Amala cada uno y todos los días,
porque se ha demostrado a sí misma ser digna de tu amor. Al amarla,
harás tu servicio más grande para mí.
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Sus ojos se abrieron como platos cuando se volvió hacia mí, apretando los
dedos con más fuerza.
—¿Te casas conmigo, Psique? ¿Por favor?
—Ten en cuenta tu decisión antes de elegir, Psique. —La voz sabia de Zeus
me sobresaltó. ¿Por qué no habría de elegir estar con él?—. Amar a un ser
inmortal es un compromiso para toda la eternidad, no solo unas pocas
décadas—. Sonrió a Hera antes de continuar—. Y debo advertirte, nuestra
familia olímpica es un poco, digamos, disfuncional de vez en cuando.
—Puedo manejar lo disfuncional.
—¿Y la eternidad? ¿Conmigo? —Eros atrajo mi atención hacia él, tirando
de mi corazón como un lazo.
—No puedo imaginar algo mejor.
Eros dejó caer las manos y apretó mi cara atrayéndome hacia él. Me besó
como si estuviera tratando de tomar cada centímetro de mí. Cuando me
separé, sin aliento, descansamos nuestras frentes juntas.
—Te quiero. —Le sonreí.
Metió un rizo errante detrás de mí oreja.
—Y yo te amo.
—Todavía no tenemos un acuerdo —cortó Zeus, invadiendo la felicidad
momentánea—. Tengo una condición de mi cuenta.
Sentí el rubor subiendo a mis mejillas mientras miraba a mis pies.
Eros respondió.
—¿Mi Señor?
—Tú nunca, jamás usaras tus flechas conmigo otra vez ¿Estamos claros en
eso?
Eros tragó.
—Absolutamente, mi Rey. Yo era joven e impulsivo…
Zeus le quitó importancia a las palabras con un movimiento de su mano.
—No importa las excusas. Prométemelo... por la vida de Psique.
Eros me miró, luego a Zeus.
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—Por la vida de Psique, prometo que nunca te volveré a disparar.
Zeus se acercó de nuevo a su trono y se sentó.
—Bien. Y una cosa más, —esperamos en silencio por las palabras del rey.
Esperé a que hiciera alguna exigencia en la que Eros no podía estar de
acuerdo—. Creo que mi esposa prefiere que uses tus flechas solo en el
amor verdadero. Nada más. El dominio de tu madre de la pasión es
suficiente sin ninguna ayuda extra.
Hera se movió junto a su marido y le besó la frente.
—Gracias, amor.
Zeus extendió la mano y agarró su pequeña mano en la suya, presionando
sus labios en los dedo.
—Cualquier cosa por ti —respondió, sus pálidos ojos de cristal del mar
casi desbordándose de la emoción.
Los dos irradiaban amor, y el sentimiento impregnaba el aire. Me volví a
Eros, rodeando su cuello con mis brazos. Me dolía el corazón solo al
pensar que lo sostendré en mis brazos todos los días, lo quería tanto.
Me podría haber quedado envuelta en él para siempre, pero Hera rompió
el hechizo aplaudiendo dos veces. Su señal trajo un grupo de ninfas
bailando desde otra habitación, llevando con ellas desbordantes platos de
fruta derramando un líquido viscoso.
Una niña entregó copas de oro a todo el mundo, mientras que otra iba
detrás, llenando los vasos.
—¡Salud! —dijo Zeus, levantando su copa.
Hera levantó su copa para mí.
—Bienvenida al Olimpo, Psique.
Eros sonrió tan ampliamente que su pequeño y adorable hoyuelo se
asomó por la mejilla. Sus ojos azules cristalinos bailaron mientras
entrelazábamos nuestros codos y bebíamos.
El néctar corría por mi garganta como calor líquido, llenándome. El calor
se propagaba, corriendo de mis manos a los dedos de los pies, mi piel me
picaba con pequeñas sacudidas. Estaba entumecida y al mismo tiempo
más viva de lo que jamás había estado antes.
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El brazo de Eros se curvó alrededor de mi cintura para estabilizarla
mientras me balanceaba, con los ojos cerrados. Absorber la energía de la
vida inmortal no era lo que yo había esperado. Fue mejor y peor en un
momento maravilloso y abrumador. Cuando mis ojos se abrieron de
nuevo, me sentía casi normal. Pero más fuerte. Como si pudiera correr
desde el Olimpo hasta la punta de la península Peloponeso y nunca
cansarme.
Y estaba lista para enfocar el zumbido de mi recién descubierta energía
inmortal en Eros.
Mientras intentaba poner mi brazo alrededor de su cuello, mi vestido tiró
de mi brazo, no me daba suficiente espacio para moverse. Bajé la vista
hacia mí y vi que el vestido ya no se ajustaba bien. Tiró apretado contra
mi pecho, cortando profundamente en la piel debajo de los brazos.
—¿Qué rayos?
—Permíteme —dijo Eros, desabrochando el broche en el hombro que
llevaba mi vestido.
Mis ojos se abrieron mientras lo fulminé con la mirada.
—No ahora —le susurré en estado de pánico, asintiendo con la cabeza
hacia Zeus y Hera—. Hay gente aquí.
Eros rodó los ojos y se rió entre dientes antes de besar mi nariz.
—Relájate, ¿quieres?
Sin exponer mi pecho, Eros dejó caer el vestido abierto en la parte
posterior. Libre de las ataduras de la ropa, un par de magníficas alas de
mariposa azul se desplegaron desde mi espalda. Eran color índigo en su
mayoría con acabados en un encaje de color negro.
Estiré el cuello y arqueé la espalda, tratando de obtener una mejor visión
de los nuevos accesorios.
—No lo entiendo... —le dije, frunciendo el ceño en confusión por las
hermosas alas.
—Tu amor te dio alas, Psique —dijo Hera, agitando su mano en el aire y
agitando sus dedos mientras hablaba—. Ahora váyanse. Vuelen juntos.
Nos vemos en la próxima reunión del Consejo.
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Eros sostuvo mi vestido en la espalda para que no se cayera cuando nos
fuimos. Medio saltamos, medio volamos fuera del palacio mientras
probaba mis nuevas alas.
Estaba tan cautivada con la idea de volar, que no me di cuenta de Afrodita
bloqueando nuestro camino hasta que casi me estrello contra ella.
Eros tiró de mi vestido de nuevo para ayudarme a detenerme y ambos se
reían mientras yo apenas recuperaba el equilibrio. Sorprendentemente,
Afrodita parecía tan divertida como nosotros.
—Pensé que te encontraría aquí —dijo antes de envolverme en sus brazos.
Sí, totalmente perdida. Pensé que éramos básicamente enemigas
mortales. Ella había tratado de matarme en más de una ocasión, después
de todo.
—Madre —ladró Eros—. No sé lo que estás haciendo, pero necesitas
dejarlo. No vas a hacerle daño nunca más.
Afrodita nunca se molestó en mirar a su hijo.
—Lo sé. —Su sonrisa se vertió sobre mí como el sol líquido—. Finalmente,
algo funciona de la manera que había planeado.
—¿Esto? —pregunté—. ¿Planeó todo esto?
—Lo siento, querida, pero eras más mortal que no mortal —dijo—. Y los
mortales no son nada si no predecibles.
Cerrando mis ojos era la única manera de hacer a mi cerebro
concentrarse. ¿Ella había planeado todo esto? ¿Cómo? ¿Por qué?
Su mano se cerró sobre mi hombro.
—Cuando los dos parecíais empeñados en rechazaros el uno al otro, tuve
que subir con un plan B. —Ella se inclinó cerca, como un cómplice
compartiendo un secreto—. Mi hijo pudo haberlo dicho, pero por lo
general consigo lo que quiero.
Eros erizo sus plumas.
—Así que ¿por qué tratar de matarla, si quieres que estemos juntos?
—¿No te das cuenta? No quería verla muerta. Lo que quería era que te
dieras cuenta de lo mucho que aún la amabas. Obligarte a salvarla de los
soldados funcionó a la perfección.
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Eros deslizó su mano en la mía.
—¿Y enviarla al Hades? ¿Qué planeabas conseguir con eso?
—¿Quieres decir además de un pequeño castigo por negarse a mi plan A?
— Afrodita nos miró—. Tuve una prueba de amor de Psique. Estaba
dispuesta a arriesgarse a morir por ti, hijo. Y ahora nadie, ni siquiera la
hermana de Psique, será capaz de arrebatarte eso.
La sensación de ser el títere de Afrodita era inquietante, pero no podía
discutir con el resultado final. Eros y yo estamos juntos, inmortales, y los
dos sabíamos con certeza inquebrantable hasta qué punto nuestro amor
llegaba. Supuse que se trataba de uno de esos momentos en que el fin
justifica los medios. Incluso si eran medio molestos.
Inclinándome hacia delante, le di un beso en la mejilla.
—En ese caso, gracias. Por todo.
—Puedes salvar tu relación madre-hija más tarde —dijo Eros, apretando
suavemente los dedos—. Hay algo que quiero que veas ahora.
Una sonrisa tiró de mis labios hasta que mis mejillas casi dolían.
—¿Qué es eso?
—Nuestra nueva vida.
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Epílogo
Traducido por Rodoni
Corregido por LuciiTamy
l sueño me despierta de nuevo. Ha sido el mismo por tres noches
seguidas. Mi hermana volviéndose polvo y huesos ante mis ojos y
nunca tuve la oportunidad de decirle que lo sentía por todo lo que
paso entre nosotras. Y sé que pasara algún día. Ella morirá y yo no. Pero
antes de que ese día venga, me disculparé con ella. Asumiendo que me
deje acercármele.
Además despierto pensando lo fácil que es olvidar un problema cuando
estás metida en la inmortalidad. Mientras me giro en mi lado en la cama,
puedo sentir el sol calentando mis dedos en los recónditos lugares,
calentando en las aberturas congeladas, escabulléndose en mis pesados
parpados. Eros y yo somos capaces de pasar nuestros días juntos ahora,
pero es como si nos hubiéramos abandonado noches anteriores.
—Buenos días, Amor. —Su voz penetra entre los abismos del sueño,
rozándome con el delicioso conocimiento de saber que es su rostro lo que
veré cuando abra mis ojos.
Veo su rostro. Amo estos momentos en la mañana. Bebiendo sus rasgos,
quietamente y sin prisa, constantemente, y cuando nadie en el mundo lo
salva cuando los ven mis sedientos ojos.
—Me asustas con esa mirada —dice.
Un miedo rompe mi concentración. ¿Él está asustado de mí?
—No de esa manera —dice besando mi nariz mientras se apoya en su
codo—. El amor en tus ojos arde tan brillante. Tengo miedo que algún día
pueda apagarse. Que te despiertes un día y te des cuenta que la eternidad
conmigo no es algo bueno para estar.
E
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Negando, cierro mis ojos y suspiro.
—Divertido, ¿no crees? —digo acomodándome cerca de su pecho.
—¿Qué? —suena confundido pero su vos aun suena gentil, amorosa.
—Yo siempre creí cuando mi madre decía “No puedes escapar de lo que
está destinado”, pero aquí estoy. —Le doy un abrazo—. Creo que se
equivoco.
—Psique —dice, y la intensidad en su voz hacen que mis ojos salten
abiertos de nuevo—. Tu madre no se equivocó. Tú eres mi destino.
Fin
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Sobre la Autora
Durante el día, Jessie Harrel es una abogada. Por la noche, una mujer,
madre de dos hijos, y autora/amante de toda la mitología griega y cosas
por el estilo. Es una nativa de Florida, frustada viajera del mundo,
soñadora impenitente, amante de la música clásica y geek no-tan-
rebelada.
Destined, lanzado el 17 de noviembre 2011, es su primera novela.
o.5 - Before
1.0 – Destined
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Traducido, corregido y diseñado en…
¡¡Esperamos nos visites!!
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