View
19
Download
3
Category
Preview:
DESCRIPTION
Un recuento de los aportes historiográficos de la filosofía analítica de la historia.
Citation preview
1
HISTORIOGRAFÍA DE LA FILOSOFÍA ANALÍTICA DE LA HISTORIA
Por Marcos Andrade Moreno anmomarc@gmail.com
(borrador 071011)
En el mundo, las cosas más grandes se llevan a cabo
gracias al concurso de otras a las que no prestamos
ninguna atención, pequeñas causas que pasamos
por alto y que al final acaban acumulándose.
Georg Christoph Lichtenberg
Aforismos, A [19] (1765-1770)
I
ASUNTOS TERMINOLÓGICOS
La etiqueta “Filosofía de la historia” se puede prestar a equívocos. Para ello, es
usual distinguir dos clases de disciplinas que caen bajo dicha etiqueta. Se distingue entre
filosofía de la historia material y formal (Mandelbaum, 1952); o especulativa y crítica
(Dray, 1964); o substantiva y analítica (Danto, 1965). En realidad, todas ellas apuntan a lo
mismo. Así, la material, especulativa o substantiva “busca descubrir en la historia, el cursos
de los eventos, un patrón o significado que se extiende más allá del ámbito del historiador
ordinario” (Dray 1964: 1). O también “se encuentra conectada con la investigación
histórica normal, lo que significa que los filósofos substantivos de la historia, como los
historiadores, se ocupan de dar cuenta de lo que sucedió en el pasado, aunque quieren hacer
algo más que eso. […] trata de proporcionar una explicación del conjunto de la historia”
(Danto 1989: 29).
Por otra parte la formal, crítica o analítica “procura aclarar la naturaleza de la propia
investigación del historiador, en razón de ‘ubicarla’, por así decirlo, en el mapa del
conocimiento” (Dray 1964: 1). En otras palabras “no solo está conectada con la filosofía: es
filosofía, pero filosofía aplicada a problemas conceptuales especiales, que surgen tanto en
la práctica de la historia, como de la filosofía substantiva de la historia”. (Danto 1989: 29).
Esta comunicación fue desarrollada en el marco del proyecto FONDECYT No. 1050348 “Pluralismo,
igualdad jurídica y diversidad valorativa”, a cargo del Investigador Responsable Dr. M.E. Orellana Benado. Egresado de la Facultad de Derecho, Universidad de Chile. Allí es ayudante ad honorem de los cursos
Historia de la Filosofía del Derecho y Filosofía (de la) Moral.
2
Ejemplos de filosofías de la historia especulativas serían las obras de J. G. Herder,
Ideas para una filosofía de la historia de la humanidad (abril de 1784) o la de O. Spengler
La decadencia de Occidente (1918 y 1923). En el ámbito anglosajón la obra Estudio de la
historia (1933-1961) de A. Toynbee. Por otro lado, ejemplos de filosofías de la historia
críticas serían las obras de R.G. Collingwood, Idea de historia (1946), o la de A. Danto,
Analytical Philosophy of History (1965). Es a la filosofía de la historia en este segundo
sentido al que me referiré, acotándolo al debate dentro de la tradición analítica.
Para abordar este tema es imperativo decir algo primero sobre la historia. Esto
porque, tal y como las concibo aquí, las filosofías de la historia deben ser funcionales a la
práctica de la historia, al trabajo de los historiadores. Lo contrario me parece que sería
arrogante de parte de los filósofos: Pretender que la filosofía deba, en vez de iluminar
algunos de los problemas de los historiadores, derechamente reorientar las concepciones de
la historia a la luz de ellas. Aunque esto puede ser discutible, convengamos en que no es
así.
Es usual, por otra parte, hacer el contraste entre historia e historiografía. La primera
se usa en dos sentidos. En el primero, por historia se hace referencia a la disciplina, esto es,
a la práctica de los historiadores (por ejemplo cuando alguien dice que “Esa persona se
dedica a la historia”). En el segundo, por historia se refiere a eventos humanos del pasado
(este es el caso de expresiones como “Las obras de este presidente pasarán a la historia”).
Asimismo, con el término historiografía, se hace referencia al producto de la labor de los
historiadores, es decir, a la historia escrita. Cuando me refiero a las concepciones de la
historia, quiero decir determinadas maneras de concebir a la historia como disciplina.
Existen múltiples concepciones de la historia, porque ella es practicada de diversas
maneras, esto es, existen varias metodologías históricas (distintas reglas de la investigación
y escritura de la historia). Es en este sentido en el que las filosofías de la historia deben ser
funcionales a la historia. Creo que es legítimo preguntarse si existe una vinculación entre la
metodología histórica y la filosofía de la historia. Responder a esta pregunta requiere
clarificar dos cosas. La primera, si existe un criterio que permita distinguir entre lo que
constituye una metodología (asuntos que parecen ser propios de los historiadores), y lo que
constituyen problemas filosóficos (asuntos propios de los filósofos). Sobre el primer punto
3
trataré de avanzar una respuesta hacia el final de esta comunicación. Sobre el segundo, diré
muy poco.
¿De qué manera se vinculan las metodologías de los historiadores con las filosofías
de la historia de los filósofos? La manera de practicar la historia posee hoy la peculiaridad
de referirse no solo a lo que he convenido en llamar historias generales, esto es, historias
que se preocupan de componer cuadros del pasado que descansan en descripciones
generales de los principales acontecimientos diplomáticos, políticos, militares y sociales de
un periodo de tiempo; sino que también a las historias especiales, o historias con apellidos,
las que se concentran específicamente en un o unos aspectos de un periodo de tiempo, por
ejemplo, en la pintura o en la moda de la Inglaterra del siglo XVII. Estas historias
especiales surgen tanto de historiadores especialista en tales o cuales temas o de autores
formados en otras disciplinas (siguiendo con nuestro ejemplo, en el arte o en las modas).
La especialización del trabajo histórico hace parecer fuera de moda a las historias
generales. La pregunta que debemos hacernos, entonces, es si esta peculiaridad afecta
nuestro entendimiento del debate en torno a la filosofía de la historia. En otras palabras, si
nos tomamos en serio la idea de que existe una conexión entre el tipo de historias que se
practican y las filosofías de la historia que las clarifican o justifican, ello debería reflejarse
en la manera en que concebimos el debate en torno a filosofía de la historia, de lo contrario
la distinción que hicimos a partir de dicha peculiaridad de la práctica de la historia
contemporánea es una cuestión irrelevante y, por lo tanto, carece de toda utilidad. Es obvio
que antes de contestar a esta pregunta primero debamos tener alguna noción del debate en
torno a la filosofía del la historia.
II
UN RELATO FILOSÓFICO
Una manera en que se ha presentado el devenir de la filosofía de la historia en la
tradición analítica ha sido aquel que la concibe como una obra en dos actos (por ejemplo
Birulés, 1989). El primero, gira en torno a la naturaleza de la explicación histórica (y los
temas que se derivan de él, como son la casualidad, la objetividad, y el determinismo). Éste
se habría iniciado con la publicación del artículo “The function of general law in history”
4
(1942) de C. Hempel (donde se encontraría la formulación más rigurosa de lo que después
pasó a denominarse covering-law model), y se habría prolongado hasta los inicios de la
década del 60. El segundo, trata sobre los elementos narrativos de la historia (a través del
análisis de los componentes característicos de los relatos históricos: las oraciones
narrativas). Este giro habría sido impulsado por autores como A. Danto (Analytical
philosophy of history, 1965) y M. White (The Foundations of Historical Knowledge, 1965),
y habría marcado el debate de las décadas posteriores (por ejemplo autores como H.
White).
Como señala Birulés, con la publicación de dichas obras: “el problema de la
narración pasará a ocupar el lugar central que tenía la explicación en la filosofía de la
historia […] (1989: 21). Dicha manera de ver este asunto es anacrónica y tendenciosa. Es
anacrónica, porque impone una perspectiva que desconecta del debate de las décadas
anteriores a las obras de esos autores: Lo que habría ocurrido es el reemplazo de los
problemas de la explicación por los problemas de la narración. Visto el asunto de esta
manera, se sacrifica el protagonismo tanto de la filosofía idealista de la historia (de
raigambre continental ligada a B. Croce), representada por autores como R. G.
Collingwood y M. Oakeshott; como también de los contextualistas, como W. Dray, J. Dunn
y Q. Skinner; y también de los cotidianistas, como Gardiner y Berlin.
Es tendenciosa, por otra parte, porque finalmente obedece a cierta agenda
postmoderna que pretende tender un puente entre la filosofía analítica con la hermenéutica,
disolviendo sus diferencias. Esta estrategia es bastante obvia. Si se reconstruye el debate
resaltando los elementos narrativos de él por sobre los explicativos, queda un espacio para
pensadores como Derrida, o Ricoeur. Es el mismo Ricoeur, en Tiempo y narración (Vol. 1,
1987) quien interpreta el debate anglosajón en filosofía de la historia en los términos del
debilitamiento del covering-law model. Pero una cosa es decir que el modelo del covering-
law a lo largo del debate sufrió varios ataques que causaron un desinterés en él, y otra muy
distinta es decir que la filosofía de la historia perdió interés en el problema de la
explicación, reorientándose hacia la narración. Me parece que esta lectura postmoderna de
dichos autores obedece más a cuestiones institucionales que conceptuales.
Propongo aquí una manera de entender la filosofía de la historia en la tradición
analítica que deseche la agenda postmoderna y devuelva protagonismo a los actores
5
olvidados del reparto, los que legítimamente fueron y han sido parte del debate. A mi juicio
se puede reconocer en la tradición analítica cinco concepciones rivales, las que, por igual,
han sido parte de su historia: (a) positivistas, (b) idealistas, (c) cotidianistas, (d)
contextualistas, (e) narrativistas. Reconocer estas concepciones permite, no solo hacer una
mejor reconstrucción de lo que ha pasado en los últimos 65 años de debate, sino que
mostrar que, a diferencia de lo ocurrido en la filosofía analítica sin apellidos, en la de la
historia su peculiaridad resulta no del rechazo al idealismo continental, sino que de un
intercambio intelectual que fomentó con ella (en esto sí acierta Birulés). Sobre este punto
algo más diremos hacia el final. Veamos a continuación en qué consisten cada una de estas
concepciones.
a) Positivistas. Torretti y Mosterín en su Diccionario de lógica y filosofía de las
ciencias, señalan que el positivismo se circunscribe dentro de un fenómeno más amplio
llamado cientificismo (2002: 89-90 y 448). Se pueden trazar los orígenes de esta corriente
de pensamiento en los trabajos de Bacon (1561-1626) y Leibniz (1646-1716), teniendo
entre otros seguidores a autores como Comte y a los miembros del Círculo de Viena. Una
caracterización muy general de esta concepción supone reconocer una especie de agenda
común: Utilizar los modelos y el rigor de las ciencias (sobre todo de la física y la
matemática) como estándar de evaluación para las demás disciplinas humanas.
En esta línea, Carl Hempel publicó en 1942 (en plena Segunda Guerra Mundial), un
breve pero influyente artículo titulado “The Function of general laws in history”. En dicho
artículo Hempel defendió, de una manera conmovedoramente clara y honesta, la idea de
que la explicación histórica obedece a las mismas reglas que la explicación científica, en
sus palabras: “que las leyes generales tienen un función bastante análoga en la historia y en
las ciencias naturales, que ellas forman un instrumento indispensable de investigación
histórica” (1942: 35). El modelo propuesto allí, pasó a conocerse entre los filósofos de la
historia, a instancia de William Dray, como covering law model (1957: 1). Dicho modelo es
conocido también en otros debates filosóficos como modelo nomológico-deductivo.
Para Hempel, la función de las leyes generales consiste en “conectar eventos en
patrones que son usualmente referidos como explicación y predicción” (1942: 35). De allí
que la explicación de un evento en cuestión consiste en:
(1) un conjunto de enunciados afirmando la ocurrencia de ciertos eventos
C1, … Cn en ciertos tiempos y lugares,
6
(2) un conjunto de hipótesis universales, tales que
(a) los enunciados de ambos grupos estén razonablemente bien confirmados por la
evidencia empírica,
(b) desde los dos grupos de enunciados la sentencia que afirme la ocurrencia del
evento E pueda ser lógicamente deducida.
En la explicación física, el grupo (1) describirían las condiciones iniciales y límites para la
ocurrencia del evento final; generalmente, diríamos que el grupo (1) expone las condiciones
determinantes para el evento a ser explicado, mientras el grupo (2) contiene las leyes
generales en las cuales la explicación se basa; ellas implican el enunciado que, sea cual sea
el evento de la clase descrita que ocurra en el primer grupo, un evento de la clase a ser
explicada tendrá lugar.
En pocas palabras, la idea de Hempel es que “la explicación se consigue, y solo se
logra, por la subsumición de lo que se explica bajo una ley general” (Dray, 1957: 1). ¿Pero
es esto lo que realmente hacen los historiadores? Hempel reconoce que ellos no hacen esto
por dos motivos. En primer lugar, porque no incluyen enunciados explícitos de leyes
generales por ser éstos demasiado triviales o familiares. En segundo lugar, porque los
historiadores solo ofrecen bosquejos de explicación, esto es, “una vaga indicación de las
leyes y de las condiciones iniciales consideradas como relevantes, las que necesitan ser
‘llenadas’ en orden a convertirlas explicaciones completamente desarrolladas” (1942: 42).
Para Hempel, los escritos de los historiadores están salpicados de partículas como ‘porque’,
‘de ahí’, ‘por lo tanto’, etc., desde las cuales es posible reconstruir las hipótesis universales
en las que descansan. El artículo de Hempel está dirigido contra todas aquellas teorías
históricas que descansan en entendimientos de la historia basados en metáforas, como el
“destino manifiesto”, “organismo vivo”, etc.
Hempel moderó esta postura en sucesivos artículos. Primero, quitándole el matiz
nomológico-deductivo de su propuesta, reemplazándolo por un enfoque probabilístico
(1963). Luego, aclarando que lo que hizo no fue sugerir una visión mecanicista del hombre,
de la sociedad o de los procesos históricos, ni tampoco: “negar la importancia de las ideas e
ideales para la acción y decisión humana”, sino que mostrar que “la naturaleza del
entendimiento, en el sentido en que la explicación es significativa para darnos un
entendimiento de los fenómenos empíricos, es básicamente el mismo en todas las áreas del
la investigación científica” (1966: 123).
7
Dicha concepción de la filosofía de la historia no solo se agota en Hempel. Como
señala Dray, Popper vindicaba el crédito de haber elaborado estas ideas con anterioridad
(en Logik der Forschung de 1935, las que luego reelaboraría en The open society and its
enemies de 1945). Por esto Donagan (1966), llama a este modelo La teoría Popper-Hempel.
Otro de los defensores del modelo fue Ernest Nagel (1959a y 1959b).
b) Idealistas. El idealismo británico poseía un gran abolengo, ya que estuvo estuvo
bastante ligado con las grandes figuras del idealismo continental. En el campo histórico,
tuvo dos notables seguidores: R. G. Collingwood y Michael Oakeshott. Sin embargo, dado
el ambiente fuertemente positivista en las primeras décadas del siglo XX en Oxbridge, los
idealistas se percibían a sí mismos como pensadores solitarios. Se puede caracterizar al
idealismo en base a tres ideas que defendieron: a. la unicidad del pensamiento histórico; b.
los eventos históricos son o envuelven pensamientos; c. los eventos históricos complejos y
por eso son irreducibles.
Collingwood es el caso paradigmático. En sus Epilegómenos (la quinta parte de Idea
de la historia), Collingwood delimita el foco de sus preocupaciones en torno al
autoconocimiento humano. Describe la empresa cientificista como un intento de abordar el
problema del autoconocimiento a través de la aplicación de los métodos científicos,
pretendiendo, con esto, constituir la ciencia de la naturaleza humana. Esta ciencia, fue
entendida por los pensadores de los siglos XVII y XVIII como una ciencia de la mente (está
pensando en autores como Locke y Hume). Esta empresa, en palabras de Collingwood,
habría sido “un paso en falso –falsificado por la analogía con las ciencias naturales– hacia
la comprensión de la mente en sí” (2004: 289). Para él, la manera correcta de conocer la
naturaleza es a través de los métodos científicos, y la manera correcta de conocer la mente
es a través de la historia. Sin embargo, Collingwood rechaza al historicismo que afirma que
toda realidad es histórica, ya que sería el mismo tipo de error que comenten los
cientificistas: Entrometerse en otros terrenos.
Collingwood considera, a diferencia de Hempel, que la explicación histórica es sui
géneris, ya que su objeto es distinto. Esto es un elemento común entre los idealistas. Llega
a esta conclusión al tratar de delimitar el campo del pensamiento histórico. Éste
tradicionalmente ha sido aquél de los acontecimientos humanos, pero bien cabe preguntarse
si no podría hablarse en algún sentido de historia en el mundo natural, lo que traería
8
aparejado que se desdibujen las fronteras entre ambas. Collingwood sostiene que esto se
debe a que tanto el hombre de ciencias como el historiador son concientes del cambio a
través del tiempo. Pero cambio e historia no son lo mismo, ya que una cosa es la
temporidad y la otra es el tiempo: Ser un átomo de hidrógeno requiere tiempo (Whitehead),
pero ese es un sentido del tiempo distinto del que manejan los historiadores: “Hay cierta
analogía entre la interpretación que hace el arqueólogo de un emplazamiento estratificado y
la interpretación que hace el geólogo de los horizontes rocosos” (2004: 292). El arqueólogo
interpreta las reliquias estratificadas como artefactos que sirven a propósitos humanos y
que, por lo tanto, son expresión de cómo concebían esos hombres su propia vida en aquel
momento; el geólogo, en cambio, trabaja en términos cuasi-históricos, ya que ordena sus
hallazgos en series temporales, pero este no es el mismo uso del tiempo que emplea el
historiador. Es más, existe un entendimiento totalmente distinto de qué constituye un
acontecimiento pasado:
El historiador, al investigar cualquier acontecimiento del pasado, hace una distinción entre lo
que podría llamarse el exterior y el interior de un acontecimiento. Por exterior del
acontecimiento quiero decir todo lo que le pertenece y que se puede describir en términos de
cuerpos y sus acontecimientos: el paso del César, acompañado de ciertos hombres, de cierto río
llamado Rubicón en determinada fecha […]. Por interior del acontecimiento quiero decir lo que
de él solo puede describirse en términos de pensamiento: el desafío por parte de César de a ley
republicana […]. El historiador no se queda jamás con uno de estos aspectos con exclusión del
otro. Lo que investiga no son meros acontecimientos (por mero acontecimiento quiero decir
uno que solo tiene exterior y interior), sino acciones, y una acción es la unidad del exterior y el
interior de un acontecimiento […] Su trabajo puede comenzar descubriendo lo externo de un
acontecimiento, pero no puede quedarse ahí. Tiene que recordar siempre que el acontecimiento
fue una acción, y que su tarea principal es adentrarse en el pensamiento en esa acción, discernir
el pensamiento del agente de la acción. (2004: 293)
Collingwood opone esta distinción a la pretensión cientificista de que la explicación
si pretende ser tal debe ajustarse al lenguaje de las ciencias. Si bien, tanto el hombre de
ciencias como el historiador deben ir más allá del exterior de un acontecimiento, ambos lo
hacen por caminos distintos. El científico, para relacionarlo con otros acontecimientos, el
historiador, en cambio, para penetrar en el interior y discernir el pensamiento que
contienen. “Descubrir ese pensamiento es ya comprenderlo […] Cuando sabe qué ha
9
sucedido, sabe ya por qué ha sucedido” (2004: 294). Esto no significa que la historia
rechace la causalidad, más bien, en la historia se usa el término ‘causa’ en un sentido
especial. “Cuando un historiador pregunta: ‘¿Por qué apuñaló Bruto a César?’, lo que
quiere decir es: ‘¿Qué pensaba Bruto que lo hizo decidirse a apuñalar a César?’ La causa
del acontecimiento significa para él el pensamiento en la mente de la persona por cuya
agencia se produjo el acontecimiento, y esto no es algo distinto del acontecimiento, es el
interior del acontecimiento mismo” (2004: 294-295)
Esto le lleva a afirmar a Collingwood que “Toda historia es historia del
pensamiento”. El historiador discierne los pensamientos que trata de descubrir
repensándolos en su propia mente. Es de esta manera en que el historiador realiza su
trabajo: “frente a un resumen de ciertas acciones ejecutadas por Julio César, trata de
comprender estas acciones, es decir, de descubrir que pensamientos tenía César en mente
que lo decidieron a ejecutarlas. Esto supone para el historiador representarse la situación en
que se hallaba César, y pensar por sí mismo lo que César pensaba de la situación […] La
historia del pensamiento, y por lo tanto, toda historia, es la reactualización de pensamientos
pretéritos en la propia mente del historiador”. Este proceso no es pasivo, sino que activo, y
por ello crítico: “El historiador no se limita a revivir pensamientos pasados, los revive en el
contexto de su propio conocimiento y, por tanto, al revivirlos, los critica, forma sus propios
juicios de valor, corrige los errores que puede advertir en ellos” (2004: 295).
Las ideas de Collingwood descansan en una concepción de lo mental como un
actividad y no como un objeto (veáse D’Oro 2000): “una actividad del pensamiento que
sólo se puede conocer en tanto que la mente que la conoce la revive y al hacerlo se conoce”
(2004: 298). Es de esta manera como el la reactualización (reenactment) permite el
autoconocimiento, ya que: “La única manera como puedo conocer mi propia mente es
ejecutando algún acto mental para considera luego qué es ese acto que he ejecutado”. Es en
ese sentido en que se debe entender el dictum collingwodiano de que “todo conocimiento
de la mente es histórico” (2004: 299). Collingwood es consiente de dos objeciones que
pueden hacerse a sus ideas: Si la psicología puede ser una candidata para estudiar los
fenómenos mentales, o si derechamente a la mente le está vedada conocerse a sí misma.
c) Cotidianistas. La filosofía del lenguaje ordinario se opuso también a las
conclusiones del positivismo, pero por motivos distintos al de los idealistas: Opusieron al
10
lenguaje de las ciencias el del habla cotidiana. En esta línea, Patrick Gardiner distingue
entre el entendimiento científico de explicación y el del sentido común. Para ello,
reconstruye la mejor versión del modelo del covering-law en los términos de leyes causales.
Señala, siguiendo a Russell, que en las ciencias el concepto de causa trae una serie de
problemas que lo vuelven demasiado problemático. La visión clásica de la causalidad
supone que “la causa de un evento posee una cierta duración definitiva, e, inmediatamente
recorrido su curso, el efecto entra en operación, el proceso de efectos precedidos de causas
es imaginado como un sistema de turnos o garita de control de entradas y salidas”. Esto es
problemático para las ciencias porque “de acuerdo con la teoría, hay un instante en el cual
las causas cesan, y otro instante en el cual el efecto comienza” (1961: 9). Para él la objeción
es obvia: “si consideramos al tiempo como una serie de instantes, también debe ser claro
que no pueden haber instantes contiguos, por medio de cualquiera de los dos instantes es
siempre posible interponer otro, por muy cercanos que ambos instantes se imaginen (1961:
9).
Esta dificultad que presenta la explicación causal en las ciencias no debe ser motivo
para desecharla de nuestro lenguaje cotidiano. De hecho usualmente damos ese tipo de
explicación en la vida diaria: “‘Causa’ y ‘Efecto’, como se usan en la vida diaria, no poseen
la precisión del análisis precedente en términos de duración fija, inmediata contigüidad, y
los sucesivos intentos para dárselos” (1961: 10). Estamos acostumbrados a dar este tipo de
explicaciones: Sabemos, por ejemplo, que las cerillas se encienden al frotarlas contra la lija
de la caja. Nadie cuando explica cotidianamente se pregunta en qué instante cesa la causa y
comienza el evento, solo sabe, gracias a su experiencia del pasado, cómo hacerlo.
Adicionar complejidades a este tipo de explicaciones, solo causará extrañeza entre otros
hablantes. Ello es posible gracias a la vaguedad y apertura del lenguaje ordinario. Sin
embargo, los hablantes pueden detallar sus explicaciones con acotaciones adicionales si
esto es requerido por el contexto en el que se encuentran, de allí que este tipo de
explicaciones causales cotidianas implican una cláusula ceteris paribus general. Ambos
tipos de explicaciones, las del científico y las del hombre ordinario descansan en
correlaciones observadas en la experiencia, lo que constituye el mínimo lógico común de
toda explicación.
11
El argumento que Gardiner avanza es que los historiadores ofrecen explicaciones
causales del tipo del lenguaje cotidiano, pero ofrecen detalles adicionales por lo que
usualmente no se valen de la cláusula ceteris paribus. Al historiador le interesa el contexto
en el que ocurrieron los eventos que está estudiando. Gardiner opone a este modelo
causalista de explicación uno basado en motivos, razones e intenciones. Dicho modelo se
inspira en la reclamación idealista de que hablar de historia es hablar del pensamiento de
los agentes. Gardiner considera que a ambos modelos de explicación, el materialista y el
idealista, como válidos. Cree que las explicaciones monistas, esto es, aquellas que se
sostienen sobre uno u otro aspecto de la explicación, deben rechazarse.: Los historiadores
hacen ambas cosas.
d) Contextualistas. El libro de Dray, Laws and explanation in history, está
inspirado en el de Gardiner. Pero lo que Dray propone es, a diferencia de Gardiner, quitar
del panorama filosófico a las explicaciones basadas en el modelo del covering-law. Dray
concibe el trabajo del historiador como un trabajo de interpretación de las acciones de
agentes pasados. De allí que proponga un modelo de explicación basado en la
interpretación de las acción por razones. Dray utiliza los argumentos idealistas contra el
modelo covering-law: Dicho modelo es incapaz de dar cuenta de eventos únicos. La crítica
está directamente enfocada a la concepción de Hempel del trabajo del historiador, si
explicar es subsumir a leyes generales, y el trabajo de los historiadores debería hacer
explícitos las hipótesis generales sobre las que descansa su trabajo, entonces Hempel pide a
los historiadores no que se aboquen a escribir historias que resalten las peculiaridades de un
periodo de tiempo o del pensamiento de un gobernante o intelectual, sino que más bien se
preocupen en qué medida dicho periodo de tiempo satisface una hipótesis general (véase
1957: 118). Por otra parte, defiende el modelo explicativo propuesto por los idealistas,
modelándolo con tópicos que hoy son bastante familiares para nosotros y que están muy
ligados entre sí: Los límites entre la justificación y de la explicación, las razones
disponibles en un contexto determinado, el principio de caridad.
e) Narrativistas. Los narrativistas enfatizan el carácter narrativo de la historia. La
evidencia solo tiene sentido si se presenta en un relato. Diferencia entre narración y crónica
es ilegítima. Cronista ideal y la idea de una relación máximamente detallada del pasado. La
imposibilidad de esto. Narración: a. relatar acontecimientos que realmente sucedieron;
12
relatarlos en el orden que ocurrieron; c. ofrecer una explicación de por qué ocurrieron. No
bastan para decir que son narraciones históricas. Tipos de significación: a. pragmática (es
importante para el historiador tal o cual evento o personaje); b. teórica (evento puede
justificar teoría general); c. consecuencialista (eventos es importante por consecuencias
para otro evento); d. revelador (fruto del trabajo descubrimos algo gracias a la narración
deun acontecimeitno). Afirmaciones sobre el pasado verdaderas y justificadas.Evidencia
documental y conceptual. Las oraciones narrativas. Danto, Filosofía analítica de la
historia; también H. White y Ankersmit.
La práctica historia consiste en establecer como hecho algo que sucedió,
conectando acontecimientos. No toda descripción verdadera de un acontecimiento
verdadero se puede hacer a través de enunciados gonádicos (es verdadero de la mesa que es
café, tiene cuatro patas, etc.). Además, las conexiones entre acontecimientos pueden
extenderse en el tiempo. Las narraciones describen y explican a la vez (no hay contraste
entre puras narraciones y narraciones significativas). No se puede hacer dar una descripción
completa de ningún acontecimiento que no haga uso de narraciones. “Describir
completamente un acontecimiento es situarlo en todas las historias correctas y eso no se
puede hacer. No podemos porque somos temporalmente provincianos respecto al futuro.
No podemos pro las mismas razones que no podemos hacer filosofías especulativas de la
historia” (1989: 98).
III
CONCLUSIONES
Enfoques de fenómenos sociales globales, como la historia económica, social y
cultural; enfoques de fenómenos artísticos e intelectuales como historia de la ciencia, de la
filosofía y del arte.
A su vez, tenemos enfoques metodológicos diferenciados a esos mismos tópicos,
como la historia de las ideas, de las mentalidades e intelectual. Todas ellas poseen un
compromiso con la verdad, solo que lo entienden de distintas maneras. Algunos están más
centradas en la evidencia, otras en cambio dejan mucho más espacio a al especulación, unas
13
se centran más en las estructuras y otros más en os individuos. La novedad en uno y otros
ha venido acompañado de enfoque multidisciplinarios.
Ejemplo: Historia de la filosofía. Enfoque dialógico entre ella, la historia intelectual
y a historia de las ideas: Historia de la filosofía e historia intelectual comparten una misma
preocupación, a saber, tenemos que conocer las ideas de los pensadores del pasado, pero
eso solo se logra a través de nosotros (el pasado es conocido por nosotros). Cuánto se debe
ceder ante la evidencia y cuánto frente a la reconfiguración, esto es, cuánto antiquarismo y
cuánto anacronismo nos permitiremos. Ellas, además, difieren en el canon de autores. La
historia de las ideas, en cambio, ha sido más ambiciosa: no solo en atender a las ideas en
sus contextos, sino que más allá de ellos, en su desenvolvimiento en largos períodos de
tiempo. Su canon, al igual que en el caso de la historia intelectual, es más amplio.
Dos objeciones a la propuesta:
a. ¿Por qué situar la discusión en torno al tema de la explicación? ¿Están hablando de
lo mismo Hempel, Gardiner, Dray y Danto? Reconstrucción del debate implica hacerlo
inteligible, aunque históricamente pueda ser cuestionado. Los pie de páginas es evidencia
que puede servir para mostrar que estaban hablando de los mimo (por eso el relato
comienza con Hempel). El punto que me parece más importante es también filosófico:
Cómo hacemos inteligible para nosotros este debate. Gardiner sostiene, pro ejemplo, que el
debate materialista-idealista no es cierto, ya que se trata de usos distintos de la palabra
‘explicación’ y que lleva a confusión considerar dicho tema como si tratara de diferentes
causas.
b. La manera de presentar el debate sobre la filosofía de la historia choca contra el
relato usual de la tradición analítica. En él es usual resaltar su talante antimetafísico
opuesto al idealismo de corte hegeliano. Otras variedades de idealismo, como la kantiana,
sobreviviente en el pensamiento de Oakeshott y Collingwood.
Este ecumenismo tiene un precio. Para defender su plausibilidad se debe manejar un
entendimiento de la filosofía analítica que permita reconciliar la peculiaridad de la filosofía
de la historia (su actitud dialogante hacia el idealismo), con lo que suele esgrimirse como
característica de la filosofía analítica sin apellidos: su rechazo a la metafísica y al idealismo
continental. Para ello propongo apelar a una solución que combina dos recursos: uno de la
14
historia de la filosofía y el otro de la metafilosofía. En el primer caso, una caracterización
del debate tematizándolo en torno a la naturaleza de la explicación histórica: las cuatro
concepciones se distinguirían unas de otras respecto de las distintas propuestas sobre ella.
En el segundo caso, recurriendo a criterios extra conceptuales, como las relaciones
institucionales o políticas: una diversidad de concepciones no caduca el privilegio de
reunirlas bajo una misma etiqueta (‘filosofía analítica de la historia’).
Tradición analítica. Dos enfoques:
a. Metafilosófico. Enfoque multidimensional: conceptual, institucional y político. Así
esbozado por M. E. Orellana Benado.
b. Historia de la filosofía analítica. Diferencia, tiempo y evidencia.
¿Ambos enfoques son extra-filosóficos? (no apelan exclusivamente a elementos
conceptuales). Lo que sí es cierto es que ambos son multidisciplinarios.
Una lección:
La idea de que las filosofías de la historia son funcionales a las historias que los
historiadores escriben se sostiene a partir de la relación entre metodología y filosofía.
Relación de mutua dependencia. Las metodologías llevan a la formulación de
preguntas filosóficas, y las filosofías de la historia inspiran metodologías.
Una objeción:
Queda pendiente determinar cuál es el criterio para identificar metodología y
filosofía. Pregunta relativas a la manera cómo procedemos, y preguntas relativas a por
qué procedemos o deberíamos proceder de tal o cual manera.
15
Bibliografía
Raymond ARON (1959), “Relativism in history”, en Hans MEYERHOFF (ed.) (1959), The
philosophy of history in our time. New York: Doubleday Anchor Books.
Isaiah BERLIN (1952), “New Books: Benedetto CROCE, My philosophy” (review), Mind,
Vol. 61, No. 244, pp. 574-578.
Isaiah BERLIN (1974), “Lo inevitable en la historia”, en del mismo Libertad y necesidad
en la historia (traducción por Julio Bayón). Madrid: Revista de Occidente.
Isaiah BERLIN (2001), “Russian Intellectual History”, en del mismo The Power of Ideas
(Henry Hardy ed.). London: Pimlico.
Mark BEVIR (1997), “Mind and method in the History of Ideas”, History and Theory, Vol.
36, No. 2, pp. 167-189.
Book Symposium: Mark BEVIR, The logic of the History of Ideas (2001), Philosophical
Books, Vol. 42, No. 3, pp. 161-195.
Christopher BLAKE (1959), “Can history be objective”, en Patrick GARDINER (ed.)
(1959), Theories of history: Readings from classical and contemporary sources. Glencoe,
Illinois: Free Press.
David BOUCHER (1991), “Politics in a different mode: An appreciation of Michael
Oakeshott”, History of Political Thought, Vol. 12, No. 4, pp. 717-728.
Fernand BRAUDEL (1968), “La larga duración”, en del mismo La historia y las ciencias
sociales (traducción por Josefina Gómez Mendoza). Madrid: Alianza Editorial.
16
Thomas BREDSDORFF (1977), “Lovejoy’s Ideas of ‘Idea’”, New Literary History, Vol. 8,
No. 2, pp. 195-211.
Harold I. BROWN (1999), “Why do conceptual analysis disagree”, Metaphilosophy, Vol.
30, Nos. 1/2, pp. 33-59.
Herbert BUTTERFIELD (1959), “Moral judgments in history”, en Hans MEYERHOFF
(ed.) (1959), The philosophy of history in our time. New York: Doubleday Anchor Books.
Russell JACOBY (1992), “A new Intellectual History?”, The American Historical Review,
Vol. 97, No. 2, pp. 405-424.
Edward H. CARR (1984), ¿Qué es la Historia? (traducción por Joaquín Romero Maura).
Barcelona: Ariel.
R. G. COLLINGWOOD (1965), “The limits of historical knowledge”, en del mismo Essays
in the philosophy of history (edited with and introduction by William Deblins). Austin:
University of Texas.
R. G. COLLINGWOOD (1965), “The limits of historical knowledge”, en del mismo Essays
in the philosophy of history (edited with and introduction by William Deblins). Austin:
University of Texas.
R. G. COLLINGWOOD (1965), “The philosophy of history”, en del mismo Essays in the
philosophy of history (edited with and introduction by William Deblins). Austin: University
of Texas.
R. G. COLLINGWOOD (1978), An autobiography. Oxford, New York y Melbourne:
Oxford University Press.
R. G. COLLINGWOOD (2004), Idea de la Historia (traducción por Edmundo O’Gorman y
Jorge Hernández Campos). México D.F.: Fondo de Cultura Económica.
17
Randall COLLINS (2000), The Sociology of Philosophies. A Global Theory of Intellectual
Change. Cambridge, Massachusetts; London, England: Harvard University Press.
James CRACRAFT (2002), “A Berlin for historians”, History and Theory, Vol. 41, No. 3,
pp. 277-300.
Benedetto CROCE (1942), La historia como hazaña de la libertad (traducción por Enrique
Díez-Canedo). México D.F.: Fondo de Cultura Económica.
Benedetto CROCE (1959), “History and Chronicle”, en Hans MEYERHOFF (ed.) (1959),
The philosophy of history in our time. New York: Doubleday Anchor Books.
Arthur C. DANTO (1953), “Mere chronicle and history proper”, The Journal of
Philosophy, Vol. 50, No. 6, pp. 173-182.
Arthur C. DANTO (1954). “On historical questioning”, The Journal of Philosophy, Vol.
51, No. 3, pp. 89-99.
Arthur C. DANTO (1965), Analytical Philosophy of History. Cambridge: Cambridge
University Press.
Arthur C. DANTO (1989), Historia y Narración (capítulos 1, 7 y 8 de Analytical
Philosophy of History. Traducción por Eduardo Bustos). Barcelona: Paidós.
Robert DARNTON (1987), La gran matanza de gatos y otros episodios den la historia
cultural francesa (traducción por Carlos Valdés). México D.F.: Fondo de Cultura
Económica.
John DEWEY (1959), “Historical judgments”, en Hans MEYERHOFF (ed.) (1959), The
philosophy of history in our time. New York: Doubleday Anchor Books.
18
Wilhelm DILTHEY (1944), El mundo histórico (traducción por Eugenio Imaz). México
D.F.: Fondo de Cultura Económica.
Alan DONAGAN (1959), “Explanation in History”, en Patrick GARDINER (ed.) (1959),
Theories of history: Readings from classical and contemporary sources. Glencoe, Illinois:
Free Press.
Alan DONAGAN (1966), “The Popper-Hempel theory reconsidered”, en William H.
DRAY (ed.) (1966), Philosophical analysis and history. New York and London: Harper &
Row.
Ben DORFMAN (2006), “Idea and Phenomenon: On Intellectual History, Foucault and
Various Other Things”, Culture, Theory & Critique, Vol. 47, No. 1, pp. 7-22.
Giuseppina D’ORO (2000), “Collingwood on Re-Enactment and the identity of thought”,
Journal of the History of Philosophy, Vol. 38, No. 1, pp. 87-101.
William DRAY (1959), “‘Explaning What’ in History”, en Patrick GARDINER (ed.)
(1959), Theories of history: Readings from classical and contemporary sources. Glencoe,
Illinois: Free Press.
William DRAY (1963), “The historical explanation of actions reconsidered”, en Sydney
HOOK (ed.) (1963), Philosophy and History. New York: New York University Press.
William H. DRAY (1964), Philosophy of history. Eglewood, N.J.: Prentice Hall.
Michael DUMMETT (1978), “Oxford Philosophy”, en del mismo Truth and other enigmas.
Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press.
19
Michael DUMMETT (1978), “Can Analytic Philosophy be Systematic, and ought it to
be?”, en del mismo Truth and other enigmas. Cambridge, Massachusetts: Harvard
University Press.
Charles FRANKEL (1959), “Explanation and interpretation in History”, en Patrick
GARDINER (ed.) (1959), Theories of history: Readings from classical and contemporary
sources. Glencoe, Illinois: Free Press.
W. B. GALLIE (1959), “Explanations in history and the genetic sciences”, en Patrick
GARDINER (ed.) (1959), Theories of history: Readings from classical and contemporary
sources. Glencoe, Illinois: Free Press.
Patrick GARDINER (1959), “Introduction”, en del mismo (ed.), Theories of history:
Readings from classical and contemporary sources. Glencoe, Illinois: Free Press.
Ernest GELLNER (1992), El arado, la espada y el libro (traducción por Angélika Scharp).
México D.F.: Fondo de Cultura Económica.
Hans-Johann GLOCK (ed.) (1997), The Rise of Analytic Philosophy. Oxford, UK; Malden,
Massachusetts: Blackwell Publishers.
Hans-Johann GLOCK (por aparecer abril 2008), What is Analytic Philosophy? Cambridge:
Cambridge University Press.
Geoffrey HAWTHORN (1991), Mundos plausibles, mundos alternativos (traducción por
Gloria Carnevali). Cambridge, UK; New York; Melbourne, Australia: Cambridge
University Press.
Carl G. HEMPEL (1942), “The function of general laws in History”, The Journal of
Philosophy, Vol. 39, No. 2, pp. 35-48.
20
Carl G. HEMPEL (1963), “Reasons and covering laws in historical explanation”, en
Sydney HOOK (ed.) (1963), Philosophy and History. New York: New York University
Press.
Carl G. HEMPEL (1966), “Explanations in science and in history”, en William H. DRAY
(ed.) (1966), Philosophical analysis and history. New York and London: Harper & Row.
David HOLLINGER (2007), “American Intellectual History, 1907-2007”, OAH Magazine
of History, Vol. 21, No. 2, pp.17-17.
W. T. JONES (1943), “On the meaning of the term ‘Influence’ in historical studies”,
Ethics, Vol. 53, No. 3, pp. 192-201.
Donald R. KELLY (1990), “What is happening to the History of Ideas”, Journal of the
History of Ideas, Vol. 51, No. 1, pp. 3-25.
Richard H. KING (2006), “Introducing Intellectual History”, Culture, Theory & Critique,
Vol. 47, No. 1, pp. 1-6.
Leonard KRIEGER (1963), “Comments on historical explanation”, en Sydney HOOK (ed.)
(1963), Philosophy and History. New York: New York University Press.
Dominick LACAPRA (1992), “Intellectual History and its ways”, The American Historical
Review, Vol. 97, No. 2, pp. 425-439.
John E. LLEWELYN (1961), “Collingwood’s doctrine of Absolute Presuppositions”, The
Philosophical Quarterly, Vol. 11, No. 42, pp. 49-60.
Arthur O. LOVEJOY (1940), “Reflections on the History of Ideas”, Journal of the History
of Ideas, Vol. 1, No. 1, pp. 3-23.
21
Arthur O. LOVEJOY (1948), Essays in the History of Ideas. Baltimore: The Johns Hopkins
Press.
Arthur O. LOVEJOY (1959), “Present standpoints and past history”, en Hans
MEYERHOFF (ed.) (1959), The philosophy of history in our time. New York: Doubleday
Anchor Books.
Arthur O. LOVEJOY (1965), The great chain of being. A study of the history of an idea.
New York: Harper & Row.
Alasdair MACINTYRE (1976), Historia de la ética (traducción por Roberto Juan Walton).
Barcelona y Buenos Aires: Paidós.
Alasdair MACINTYRE (1990), “La relación de la filosofía con su pasado”, en Richard
RORTY, J. B. SCHNEEWIND y Quentin SKINNER (comp.) (1990), La filosofía en la
historia (traducción por Eduardo Sinnott). Barcelona: Paidós.
Maurice MANDELBAUM (1952), “Some neglected philosophic problems regarding
history”, Journal of Philosophy, Vol. 49, No. 10, pp. 317-329.
Maurice MANDELBAUM (1965), “The history of Ideas, Intellectual History, and the
History of Philosophy”, History and Theory, Vol. 5, Beiheft 5: The Historiography of the
History of Philosophy, pp. 33-66.
Maurice MANDELBAUM (1967), “A note on History as a Narrative”, History and Theory,
Vol. 6, No. 3, pp. 413-419.
Todd MAY (2002), “On the very idea of continental (or for that matter anglo-american)
philosophy”, Metaphilosophy, Vol. 33, No. 4, pp. 401-425.
22
Joseph Anthony MAZZEO, “Some interpretations of the History of Ideas”, Journal of the
History of Ideas, Vol. 33, No. 3, pp. 379-394.
Jesús MOSTERÍN y Roberto TORRETTI (2002), Diccionario de Lógica y Filosofía de la
Ciencia. Madrid: Alianza Editorial
Carlos J. MOYA (2000), “La evolución de la filosofía analítica”, en Javier MUGUERZA y
Pedro CEREZO (eds.) (2000), La filosofía hoy. Barcelona: Crítica.
Ernest NAGEL (1959a), “Some issues in the logic of historical analysis”, en Patrick
GARDINER (ed.) (1959), Theories of history: Readings from classical and contemporary
sources. Glencoe, Illinois: Free Press.
Ernest NAGEL (1959b), “The logic of historical analysis”, en Hans MEYERHOFF (ed.)
(1959), The philosophy of history in our time. New York: Doubleday Anchor Books.
Michael OAKESHOTT (1966), “Historical continuity and causal analysis”, en William H.
DRAY (ed.) (1966), Philosophical analysis and history. New York and London: Harper &
Row.
Ernst NAGEL (1966), “Determinism in history”, en William H. DRAY (ed.) (1966),
Philosophical analysis and history. New York and London: Harper & Row.
Bhikhu PAREKH (1973), “The history of political ideas: A critique of Q. Skinner’s
methodology”, Journal of the History of Ideas, Vol. 34, No. 2, pp. 163-184.
Bhikhu PAREKH (1979), “The political philosophy of Michael Oakeshott”, British Journal
of Political Science, Vol. 9, No. 4, pp. 481-506.
Roy Harvey PEARCE (1948), “A note on method in the History of Ideas”, Journal of the
History of Ideas, Vol. 9, No. 3, pp. 372-379
23
Efraim PODOKSIK (2003), In Defence of Modernity: Vision and Philosophy in Michael
Oakeshott. Thorverton, Exeter: Imprint Academic.
C. P. RAGLAND y Sarah HEIDT (2001), What is Philosophy?. New Haven & London:
Yale University Press.
Tom ROCKMORE (1997), “Can philosophy be international”, Metaphilosophy, Vol. 28,
No. 4, pp. 302-313.
George D. ROMANOS (1983), Quine and Analytic Philosophy. Cambridge,
Massachusetts; London, England: A Bradford Book, The MIT Press.
Richard RORTY, (1990), “La historiografía de la filosofía: Cuatro géneros”, en Richard
RORTY, J. B. SCHNEEWIND y Quentin SKINNER (comp.) (1990), La filosofía en la
historia (traducción por Eduardo Sinnott). Barcelona: Paidós.
Guido de RUGGIERO (1949), El retorno a la razón (traducción por Ricardo Resta).
Buenos Aires: Editorial Paidós.
George N. SCHLESINGER (1987), “Is determinism a vacuous doctrine”, The British
Journal for the Philosophy of Science, Vol. 38, No. 3, pp. 339-346.
Michael SCRIVEN (1959), “Truism as the grounds for historical explanations”, en Patrick
GARDINER (ed.) (1959), Theories of history: Readings from classical and contemporary
sources. Glencoe, Illinois: Free Press.
Peter SKAGESTAD (2005), “Collingwood and Berlin: A comparison”, Journal of the
History of Ideas, Vol. 66, No. 1, pp. 99-112.
Quentin SKINNER (1966), “The limits of historical explanations”, Philosophy, Vol. 41,
No. 157, pp. 199-215.
24
Quentin SKINNER (2002), “Meaning and understanding in the History of Ideas”, en del
mismo Visions of Politics. Volumen I: Regarding Method. Cambridge: Cambridge
University Press.
Quentin SKINNER (2002), “Interpretation, rationality and truth”, en del mismo Visions of
Politics. Volumen I: Regarding Method. Cambridge: Cambridge University Press.
Quentin SKINNER (2002), “Interpretation and the understanding of speech acts”, en del
mismo Visions of Politics. Volumen I: Regarding Method. Cambridge: Cambridge
University Press.
Frederick J. TEGGART (1940), “A problem in the History of Ideas”, Journal of the History
of Ideas, Vol. 1, No.4, pp. 494-503.
Rot TSENG (2003), The Sceptical Idealist: Michael Oakeshott as a critic of the
Enlightenment. Thorverton, Exeter: Imprint Academic.
W. H. WALSH (1959), “Can history be objective”, en Hans MEYERHOFF (ed.) (1959),
The philosophy of history in our time. New York: Doubleday Anchor Books.
W. H. WALSH (1959), “‘Meaning’ in History”, en Patrick GARDINER (ed.) (1959),
Theories of history: Readings from classical and contemporary sources. Glencoe, Illinois:
Free Press.
Hayden WHITE (1992), Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX
(traducción por Stella Mastrangelo). México D.F.: Fondo de Cultura Económica.
Morton WHITE (1959), “Historical explanation”, en Patrick GARDINER (ed.) (1959),
Theories of history: Readings from classical and contemporary sources. Glencoe, Illinois:
Free Press.
25
Morton WHITE (1959), “Can history be objective”, en Hans MEYERHOFF (ed.) (1959),
The philosophy of history in our time. New York: Doubleday Anchor Books.
Morton WHITE (1965), Foundations of historical knowledge. New York and London:
Harper & Row.
John H. ZAMMITO (2002), Kant, Herder, and the Birth of Antrophology. Chicago and
London: The University Chicago Press.
Recommended