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Dossier para el abordaje de la problemática antropológica en bachillerato
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Antropología filosófica
Reflexión filosófica que considera al hombre (anthropos) como objeto de estudio en una perspectiva global.
Como reflexión filosófica no es una ciencia, sino un análisis de los fundamentos de la misma noción de ser
humano, y de la consideración de éste como punto de partida de todo conocimiento sobre sí mismo y
sobre el mundo. Por ello, no es una disciplina filosófica que trate de establecer apriorísticamente las
características de una pretendida esencia humana inmutable, sino que parte de las ciencias humanas, tales
como la antropología física, la antropología cultural, la psicología, la lingüística, la sociología, etc., para
elaborar una reflexión sobre el ser humano en su globalidad, capaz de explicar cómo este ser humano es la
condición de posibilidad de tales ciencias y, en general, de la conducta humana: lenguaje, arte, ciencia,
religión, mitos, acción moral, agresividad. Por ello, no se trata de un estudio particular sobre las
características humanas, sino una reflexión filosófica y holística acerca del ser humano.
La antropología filosófica apareció en la época moderna, ya que sólo a partir del siglo XVII pudo empezarse
a considerar el hombre independientemente de la teología. No obstante, aunque moderna como disciplina
filosófica, la reflexión sobre el hombre es tan antigua como la filosofía misma. En cierto sentido, enlaza con
el ideal socrático del «conócete a ti mismo» y de la concepción aristotélica del hombre entendido como
«animal racional», como «animal político» y como «animal que habla», y surge del esfuerzo constante de la
filosofía -con dos momentos particularmente antropocéntricos: el Renacimiento y la Ilustración- por aclarar
el concepto que el hombre tiene de sí mismo, y su situación en el mundo. Si la filosofía antigua giraba
fundamentalmente alrededor de la noción de «cosmos» y reflexionaba sobre el hombre en relación con la
naturaleza, y la filosofía medieval entendía al hombre como una parte del orden divino, solamente la
filosofía moderna ha permitido desatar al hombre de estas ligaduras a la vez que, con ello, crecía la noción
de sujeto y de individuo. En definitiva, pues, si es cierto que en toda filosofía hay una reflexión sobre el
hombre (que puede provenir de rasgos mítico-religiosos o ser fruto de la reflexión filosófica propiamente
dicha), solamente a partir de la época moderna se abre una nueva perspectiva: el hombre ya no se
entiende solamente desde su hipotética naturaleza, ni desde una perspectiva sobrenatural, sino que se liga
a su acción: a sus producciones, a sus obras y a sus relaciones con los otros hombres.
El tema del hombre aparece en la filosofía moderna entendido como «sujeto» o como «razón» y
como último eslabón de todo preguntar filosófico. Las preguntas de Kant al respecto hacen clásico el
planteamiento y señalan este giro antropológico: « ¿Qué puedo saber? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo
esperar? ¿Qué es el hombre? A la primera cuestión, responde la metafísica; a la segunda, la moral; a la
tercera, la religión y, a la cuarta, la antropología. Sin embargo, en el fondo, se podría poner todo esto a
cuenta de la antropología, porque las tres primeras cuestiones se refieren a la última».
Se considera, no obstante, a Max Scheler (1875-1928) como el iniciador de una antropología
filosófica que tiene plenamente en cuenta el fenómeno de la cultura y la historia (El puesto del hombre en
el cosmos, 1928).
Según Max Scheler “La misión de una antropología filosófica es mostrar exactamente cómo la estructura
fundamental del ser humano explica todos los monopolios, todas la funciones y obras específicas del
hombre: el lenguaje, la conciencia moral, las herramientas, las armas, las ideas de justicia y de injusticia, el
Estado, la administración, las funciones representativas de las artes, el mito, la religión y la ciencia, la
historicidad y la sociabilidad. Cuando el hombre se ha colocado fuera de la naturaleza y ha hecho de ella su
objeto -y ello pertenece a la esencia misma del hombre y es el acto mismo de su humanización- se vuelve
en torno suyo estremeciéndose, por decirlo así, y pregunta: ¿Dónde estoy yo mismo? ¿Cuál es mi puesto?
En esta vuelta en torno suyo, el hombre hunde su vista en la nada, por decirlo así. Descubre en esta mirada
la posibilidad de la «nada absoluta»; y esto le impulsa a seguir preguntando: « ¿Por qué hay un mundo?»
¿Por qué y cómo existo «yo»?”
Para Scheler, la antropología filosófica debe tratar al hombre no solamente como naturaleza o como vida;
no solamente como voluntad, como sujeto o como razón, sino como hombre en su totalidad. La misión de
la antropología filosófica es la de explicar, a partir de la estructura fundamental del ser humano, todas las
funciones y obras específicamente humanas: el lenguaje, la moralidad, el Estado, las armas, la guerra, los
instrumentos, la técnica, la religión, el arte, la ciencia y la filosofía misma. A partir de aquí, Scheler otorga al
hombre un lugar especial en el cosmos, por su intencionalidad, su apertura al mundo, su libertad y por la
capacidad de poder trascender lo inmediato. En el aspecto biológico Scheler considera que no hay
diferencias esenciales entre el hombre y los animales, sino solamente diferencias de grado. Pero Scheler
insiste en la existencia en el ser humano de una dimensión, en cierto modo opuesta a la vida, que es la
dimensión del espíritu que lo separa de la mera animalidad. Por ella, el hombre es el ser capaz de
«decir no», capaz de desligarse de sus instintos y de adaptar el medio ambiente a sus necesidades en lugar
de adaptarse él al medio ambiente como hacen los animales. En resumen, Scheler afirma que, mientras la
imaginación, la memoria, la sensibilidad y el sentimiento son fenómenos vitales no muy distintos de los
propiamente biológicos -razón por la cual, en este aspecto, la diferencia entre el hombre y los animales es
solamente de grado-, en el hombre aparece una dimensión diferente: la dimensión del «espíritu», opuesta
en cierto sentido a la vida, y que permite al hombre reprimir y controlar sus impulsos, de manera que el
«espíritu» se ve potenciado por esta autonegación. Este planteamiento metafísico, y todavía tradicional -
puesto que sigue siendo dualista, al oponer el cuerpo animado y el espíritu-, se verá superado por un
enfoque que insiste más en la dimensión biológico-antropológica. Este movimiento se inicia también en
Alemania, después de la segunda guerra mundial. Parte de la consideración de la base biológica, verdadera
condición humana, desde la cual se constituye el hombre en la historia, y propugna la independencia de la
antropología filosófica respecto de cualquier otra ciencia. Parecida línea de planteamiento siguen los
trabajos de Arnold Gehlen, filósofo y sociólogo. Gehlen insiste en el aspecto inacabado del ser humano,
caracterizado como ser biológicamente no especializado y con una larga infancia dependiente de los
adultos. Esta caracterización del hombre como «ser carencial, es la que determina tanto su capacidad de
aprendizaje como su capacidad de transformación de la naturaleza. En dicha capacidad se manifiesta el
carácter fundamental del ser humano, a saber, la «acción». Este principio de la «acción» le permite eliminar
el dualismo que estaba en la base de la antropología filosófica desde Descartes, Kant y Scheler, ya que en la
acción confluyen todos los aspectos del ser humano: su cuerpo, su naturaleza, su inteligencia, su
sociabilidad y su cultura.
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