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Arqueología en la bañera
Mucho más que ciencia ficción.
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Foto: Ignacio Guglielmi
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Ciencia Ficción -
Solaris -
Stanislaw Lem -
literatura Polonia -
Bárbara Gill
Juan de Marsilio05 feb 2016
NACIDO en Lwów, entonces polaca, en 1921, y muerto en Cracovia en 2006, Lem fue un
testigo privilegiado del siglo XX. De familia judía convertida al catolicismo, se salvó por
poco de los campos nazis. Adoptará una postura escéptica que es tema recurrente en sus
relatos: la imposibilidad de conocer tanto el más allá como la realidad física que nos rodea.
Dejó inconclusa la carrera de medicina, pero cultivó una curiosidad filosófica y científica
amplia y rigurosa, conjugada con un humor socarrón, absurdo y a veces grotesco, y una triste
piedad por el ser humano. Eso aflora en novelas como Solaris (llevada al cine primero por
Andrei Tarkovski y luego por Steven Soderbergh) o Retorno de las estrellas.
De ideas socialistas, integró la resistencia polaca. Vivió y despreció el nazismo y el
estalinismo. Sorteó la censura escondiendo sus tesis en el género de la ciencia ficción. La
novela Memorias encontradas en una bañera, de 1961, pasó entonces como una sátira del
Pentágono, el capitalismo y los Estados Unidos, pero es en realidad una sátira del
aplastamiento del individuo por cualquier sistema jerárquico y burocrático. Sistemas que
perdieron los valores iniciales y se convirtieron en máquinas opresivas, a la vez demenciales
y eficientes.
Empezó a ser leído en el Río de la Plata hacia principios de los 80 en libros de Bruguera, y
luego en Minotauro —sello de más prestigio— no sólo entre adictos a la ciencia ficción sino
también entre lectores "cultos". Más tarde comenzó a aparecer en Alianza Editorial. Era una
voz distinta, que de a ratos no parecía ciencia ficción, y de hecho podría calificarse de ficción
filosófica bufa en la línea de Voltaire o Jonathan Swift, el de Los viajes de Gulliver. Durante
la dictadura no fueron pocos los que hallaron en este polaco bastante más que una evasión
pasatista. De ahí que Lem sea por estos rumbos parte de la educación intelectual, sentimental
y estética de una minoría fiel y calificada de lectores.
Acaba de llegar de la mano de Interzona la reedición, con traducción de Bárbara Gill, de las
Memorias encontradas en una bañera, libro que fue precedido en esta editorial por otro de
humor cuestionador y delirante, El congreso de futurología.
NI BORGES NI KAFKA
Ni Orwell ni Kazantzakis ni Huxley: están todos a la vez, conjugados de un modo personal,
dialéctico, en constante y fértil autocuestionamiento, que no cristaliza en un dogma o epifanía
definitivos e intocables, porque es un discurso consciente de que la razón tiene ante sí un
universo incomprensible. Por eso es una burla de toda pretensión de verdad absoluta.
El prólogo ficticio de estas Memorias… es una parodia brillante del discurso académico. Un
historiador del futuro presenta el único registro en papel que resta de toda la historia humana
y lo usa para hacer descacharrantes interpretaciones sobre el "Neogeno tardío", un período
que es parodia de la época de la Guerra Fría. La civilización habría entrado en una profunda
crisis porque un agente químico traído por sondas interplanetarias causó la destrucción del
"papilro" (papel), y con ella el caos de administración, producción y servicios, pero peor aún,
de los registros literarios, históricos y culturales. Cabe señalar que los prólogos y reseñas de
libros inexistentes que Lem reuniera en Vacío perfecto y Un valor imaginario tienen un
tono similar.
Se suceden situaciones absurdas e inesperables, y el discurso de los personajes aporta la
reflexión metafísica, epistemológica o moral, siempre humorística. Esta inventiva vertiginosa
y a la vez razonante se aprecia muy bien en El congreso de futurología o en las fábulas de
robots de Ciberíada.
"¿Cómo debo actuar?" pregunta el protagonista, que deambula durante días por el "Nuevo
Pentágono" o "el Edificio", y se entrevista con generales decrépitos y oficiales de
especialidades inverosímiles. Las respuestas ininteligibles y/o contradictorias le hacen creer
que no hay tal misión, que se lo esta probando para ver si es apto o que su ir y venir es la
misión en si misma. Llega a creer que todo es caótico, pero saca la conclusión de que el
funcionamiento de esa burocracia es a la larga eficaz, aunque vaya a saber para qué. Y esto es
importante: en papel o vía email, con fines bélicos o pacíficos, seguimos ante burocracias
cuyo único sentido aparente es seguir funcionando.
En el camino este antihéroe comete faltas —que no entiende— y se hace pasible de una
investigación y procesamiento. La gran diferencia con El castillo y El proceso de Kafka
radica en que el verbo actuar refiere también a interpretar o fingir, porque en el Edificio —y
en el Universo— todo está en clave, todo es una intriga de infinitas capas, una cebolla
monstruosa en la que todo puede y debe ser trampa, provocación, maniobra entre agentes
dobles, triples y cuádruples. En definitiva, una larga traición que se pliega y se vuelve a
plegar sobre sí misma.
EL EDIFICIO Y EL ANTIEDIFICIO
Este libro critica, por un lado, el discurso vacío de los sistemas dogmáticos y jerárquicos en
extremo —políticos o religiosos — cuyas "verdades absolutas" se sustentan en dos pilares: la
fe en una retórica vacía o contradictoria, pero bien ensamblada y solemne, y una rutina que
con su inercia oculta el sinsentido. Son, además, sistemas maniqueos: el Edificio tiene su
razón de ser en la lucha contra el Antiedificio. Pero tras décadas de intriga, ocurre que todos
los empleos del uno están infiltrados por agentes del otro, con lo que las cuentas se
compensan y todo sigue igual.
Entrar en la lógica edificio/antiedificio implica convertirse en un canalla ("canaya", se
pronuncia por aquí). En este sentido son reveladoras las conversaciones del protagonista con
el Padre Orfini, sacerdote espía y provocador, y su acuerdo para redimirse: donde es
engañoso hasta el engaño, conspirarán de veras y de buena fe, y se denunciarán y traicionarán
con toda sinceridad, aunque a su alrededor todo sea falaz. En el mismo sentido es maravilloso
y triste el pasaje en el que nuestro hombre decide ultrajar a una joven muchacha, pero no
puede. Sin embargo termina encanallándose, porque ese sería el único éxito de los sistemas
basados en la anulación del individuo: encanallarlo.
La traducción de Bárbara Gill debía superar las brillantes traducciones de Jadwiga Maurizio
que, en un castellano neutro peninsular, lograban comunicar el absurdo, la brillante ironía de
los juegos de palabras, el patetismo discursivo de algunos personajes, aunque al lector de por
aquí le resultara ajeno el mínimo uso de argot local. Esta nueva traducción acierta sobre todo
en este último campo, con giros idiomáticos más rioplatenses. Son escasas las frases de
sintaxis confusa.
La lectura de estas Memorias… conviene a escépticos y a personas de fe, para comprender
mejor lo poco que podemos afirmar sobre las cosas y los desastres que podemos hacer en
nombre de esas afirmaciones, si se toman demasiado en serio.
MEMORIAS ENCONTRADAS EN UNA BAÑERA, de Stanislaw Lem. Interzona,
2015. Buenos Aires, 240 págs. Distribuye Aletea.
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