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BODAS DE PLATA ORDENACIÓN SACERDOTAL P. CARLOS 1
BODAS DE PLATA DE ORDENACIÓN SACERDOTAL
P. Carlos Alberto Rodríguez Laitón.
Parroquia Madre de la Divina Providencia – Sábado 02 de octubre de 2010.
HOMILÍA
Muy querido Monseñor ENRIQUE SARMIENTO, nuestro Obispo.
Apreciado Monseñor LIBARDO RAMÍREZ GÓMEZ, Vicario Judicial
del Tribunal Eclesiástico Único de Apelación para Colombia. Obispo
emérito de la Diócesis de Garzón.
Muy queridos Sacerdotes y Hermanos miembros de los Misioneros
de los Santos Apóstoles.
Muy apreciados hermanos en el Sacerdocio Ministerial, los
Sacerdotes de la Diócesis de Fontibón, de la Arquidiócesis de
Bogotá y de las Comunidades Religiosas.
Muy respetados miembros, mis colegas y compañeros del Tribunal
Eclesiástico Interdiocesano de Bogotá,
Muy apreciadas Hermanas y Hermanos de los Institutos de Vida
Consagrada que nos acompañan en esta ceremonia.
Muy querida Mamá Anita.
Mis queridos hermanos: Emmita, Alvarito, Paquito, Edguitar,
Eduardito y Hécticor, junto con sus respectivas familias. Mis tías
Blanquita y Lucy, mis primos y primas.
Todos mis demás familiares a quienes en verdad agradezco mucho
su presencia y cercanía.
Mis feligreses de esta Parroquia Madre de la Divina Providencia y
los de otras Parroquias en donde yo, por razones de la vida, presté
algún servicio Apostólico.
Queridos Hermanos y queridas Hermanas,
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Queridos niños y queridas niñas.
Esta tarde es una ocasión única y feliz en la vida de este
hombre, tan insignificante, pero que se siente hoy grande porque a
pesar de sus tantas miserias, se ha sentido especialmente amado
por Dios Padre, iluminado por Dios Espíritu Santo y llamado
especialmente por Dios Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, Pastor
Eterno, Sumo y Eterno Sacerdote y Juez verdaderamente Justo,
para servirle en los Altares del mundo.
Cuánto he pensado en todo lo que debería decir en esta
Homilía. Sé que no estoy en presencia de cualquier grupo de Fieles
de nuestra Iglesia Católica, me une a ustedes el gran respeto y
aprecio que siento por todos; por su calidad humana, preparación
académica y profundidad de fe en la que estoy seguro muchos de
ustedes me aventajan, y por eso doy gracias a Dios.
¿Qué debería decir un Sacerdote en sus Bodas de Plata de
Ordenación Sacerdotal?. Pensé que tal vez no era la ocasión para
hacer un discurso emotivo, académico o intelectual sobre la gran
Dignidad del Sacerdocio Ministerial, y éste vivido en una Iglesia que
es a la vez Santa y Pecadora como nos lo enseña el Concilio
Vaticano II. Pensé que tal vez no era la ocasión de citar nombre
por nombre, destacando las grandezas, de aquellas tantas personas
que durante mis 25 años de Sacerdocio Ministerial han estado
cerca de mí. Además pensé que me haría falta tiempo, que de
pronto pasaríamos otros 25 años aquí reunidos en este Templo y
además…, ¡ parece que el baile de esta noche va a estar bueno !.
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Pero al final, como suele suceder con las cosas, decidí
quedarme con una sola, sin demeritar las otras y como dice el libro
del Eclesiastés “todo tiene su tiempo y su momento”.
Pensé que esta ocasión era la más privilegiada para dar
¡GRACIAS, MUCHAS GRACIAS, INFINITAS GRACIAS!. Y
comenzando a Dios Uno y Trino, por las tantísimas bondades con
que me ha tratado y por haber puesto sus ojos en mí, yo tan
inmerecedor de tantas bondades. A la Santísima Virgen María
porque sus manos maternales nunca se han alejado de mí, a pesar
de que en contadas ocasiones yo no me he portado como un
verdadero hijo, digno de ella.
Debo dar gracias a mis amados padres y a mis hermanos. A mi
papá que en el cielo está contemplando la Gloria de Dios y quien
siempre en su elocuente prudencia supo estar a mi lado incluso en
momentos muy difíciles y letales y a mi querida mamá cuyas
rodillas ha gastado mucho en la presencia de Dios, orando por su
hogar, por sus hijos y por su hijo Sacerdote. ¡ Muchas gracias
mamá !
Un día como hoy debo acordarme de todos aquellos que
fueron mis Formadores del Seminario Mayor, ha sido imposible
dejar a un lado tantas enseñanzas, tanta exigencia académica y de
entrega total a aquello a lo que un día se pretendía llegar a ser. En
esas muy queridas y respetables instituciones aprendí demasiadas
cosas: como la grandeza de una iglesia que esperaba ver en su
barca impetuosos marineros, bien preparados; dispuestos,
aguerridos en su fina preparación académica y de piedad religiosa.
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En aquellos Seminarios conocí el valor de la amistad Sacerdotal.
De esa amistad que se ofrece limpia y transparente, como las aguas
de un río que nace en las cordilleras y recorre valles, a veces no tan
serenos y diáfanos, para terminar en el mar que es la misma vida,
allí donde todo confluye. Recuerdo con especial gratitud al hoy
Obispo de la Diócesis de Socorro y San Gil, al Excelentísimo
Monseñor CARLOS GERMÁN MESA RUÍZ, y a Su Señoría Monseñor
HUGO FERNÁNDEZ MORA (q.e.p.d.) quienes fueron mis profesores
y grandes amigos. Cómo no aprender de ellos la necesidad de
estudiar y estudiar, de “digerir” libros y documentos de la iglesia,
para ser consecuente con aquel principio del apóstol “hay que dar
razón de nuestra esperanza”. No puedo olvidar a quien fuera mi
Rector del Seminario Mayor de Tunja, Monseñor ÁLVARO RAÚL
JARRO TOBOS (q.e.p.d.) quien llegó a ser el Obispo de la Diócesis
de Chiquinquirá y luego Obispo de la Diócesis Castrense. Fue el
primer canonista que conocí en mi vida. Pero conocerlo no pasó
desapercibido por mí. Esa huella de su fineza doctrinal, de su
precisión lógica y académica, fueron marcando una huella indeleble
de lo que yo algún día buscaría al estudiar el Derecho Canónico. Él
fue un hombre que muy especialmente me mostró el sentido de la
verdadera justicia, a veces tan esquiva.
Imposible no referirme al Señor Arzobispo de la Arquidiócesis
de Tunja, Monseñor AUGUSTO TRUJILLO ARANGO (q.e.p.d.) en el
hablar de un hombre como él y para demostrarle aprecio y gratitud,
siempre faltarán palabras, tiempo y uno quedará siempre
demasiado corto. Recuerdo el cariño con que la gente lo amaba y
la exquisitez de su predicación.
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Cuando fui Seminarista siempre pensé que yo a futuro me
veía un pueblito de Párroco, a donde pudiera llevarme a mis padres
a vivir conmigo y quería tener un caballo para ir por las veredas en
misión. Siempre pensé así, no eran más mis aspiraciones.
Los caminos de la vida y los planes del Señor son a veces
realmente misteriosos. Terminé viniendo a Bogotá a estudiar en la
Universidad de San Buenaventura la Filosofía, en la Pontificia
Universidad Javeriana la Teología y a vivir en el Seminario Mayor de
los Santos Apóstoles… Y allí comenzó una nueva historia…
La preparación académica se convirtió en un reto para
obtener los títulos universitarios. La Teología de la Liberación
estaba en todo su furor. Y las posiciones, incluso de los docentes,
eran a veces contrarias, opuestas, polémicas y no era fácil que uno
sacara sus propias conclusiones. La profundidad de los estudios
Universitarios tenía que ir a la par con la magnitud de los
profesores de las Universidades. Los recuerdo a todos y a cada uno
de ellos, Sacerdotes y laicos. El cerebro se había hecho para
ponerlo a pensar, la exigencia era mucha. Y por aquellas épocas
no teníamos la complicidad de los computadores y de la Internet.
Fui aprendiendo que servirle a la Iglesia implicaba una seria
preparación en muchos campos, y en ninguno se podía ser un
mediocre. Además a los profesores universitarios les importaba era
el producido final. Lo cierto es que hablar de Leonardo Boff,
Gustavo Gutiérrez, Ratzinger, Hans Küng, Borobio, Bultman y
Cultman, Skillebecx, Marciano Vidal, Alberto Parra, Alberto
Múnera, y de otros muchos, era tema de imperiosa necesidad y
eran grandes las discusiones al respecto. Sin embargo el
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pensamiento clásico de la Iglesia no se dejaba a un lado, y menos el
conocimiento profundo del Magisterio Oficial Eclesiástico que era
con quien precisamente existía la controversia.
El Seminario de los Santos Apóstoles me permitió descubrir
otro tipo de formación. La Academia era en las Universidades. Lo
humano, espiritual y pastoral era en el Seminario. Conocer a
formadores extranjeros, fue muy importante para tener una mente
abierta a una iglesia que era realmente internacional, toda ella
“UNA en la fe y DIVERSA en las funciones”. El comedor del
Seminario era el lugar privilegiado paras nuestras disquisiciones
teológicas, un gran Areópago, los extremos salían a relucir, las
posiciones conciliadoras también. Lo cierto es que se necesitaba
estar muy preparado, haber leído mucho para afrontar tales
discusiones sin comprometerse en los polos opuestos.
Y llegó el momento de la Ordenación Sacerdotal. ¡ Qué día
tan maravilloso ¡; ¡ Cuánto lo disfruté ¡. Sentía que tocaba dar ese
paso tan indeleble, pero también me asistían los temores de mis
propias incapacidades y de mis propias vergüenzas.
Los MISIONEROS DE LOS SANTOS APÓSTOLES teníamos un
contrato con la Diócesis de Girardot y con su cabeza Monseñor
RODRIGO ESCOBAR ARISTIZABAL, para atender la zona más
misionera de la Diócesis. Viene la Avalancha de Armero y me tocó
ir a atender una de nuestras Parroquias, la de Beltrán, que por su
proximidad al rio Magdalena y al mismo Armero, en una sola noche
se multiplicó de gentes, de angustias y de muchos problemas.
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Llegué a la Parroquia más pobre de la Diócesis y al pueblo que
había sido declarado el más olvidado y desatendido de
Cundinamarca. Recuerdo que no había ni baño, tocaba ir por ahí…
dejando los menos rastros posibles… No tenía cama, ni cocina, ni
una nevera en semejantes climas tan calientes. Y los dientes me los
lavaba en las aguas contaminadas del rio Magdalena. Y yo me
preguntaba ¿cómo es posible que todo un Licenciado en Teología
de la Pontificia Universidad Javeriana, graduado con la máxima
calificación de CUM LAUDAE, esté por aquí? ¿Y ahora, qué voy a
hacer con mis elocuentes predicaciones de índole académico y
rigorista en donde fluían expresiones de otros, que uno hacía
propias?
Pero ahí recordé el texto del Profeta Jeremías que hoy se ha
leído en esta Eucaristía y que precisamente yo había escogido para
estampar en la Tarjeta de mi Ordenación Sacerdotal: “a donde yo te
envíe irás y lo que te mande dirás… No temas… contigo estoy yo
para librarte…” .
Y me dije a mí mismo, “ahora sí voy a poder tener mi
caballo”.
En la Escuela de Beltrán a donde los profesores faltaban
mucho, yo les daba todas las materias a los niños y niñas, me tocó
conseguir todos los libros de todos los niveles y era el profesor de
todos. Y sin sueldo…
Como no había señal de TV, la reunión más importante era en
la Misa de la tarde. Y luego de la misa nos quedábamos con los
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niños y los jóvenes dentro de la iglesia matando murciélagos. Ellos
me enseñaron como hacerlo al hacer vibrar las varas de bambú.
Esos murciélagos, creo que eran católicos…, porque hasta en la
misma Misa pasaban volando por encima de todos nosotros, a
veces muy cerca del Altar.
El Superior General de los MISIONEROS DE LOS SANTOS
APÓSTOLES, de aquel entonces, el Reverendísimo Padre Marc P.
Lussier, M.S.A. y quien había sido mi Rector en el Seminario Mayor
de los Santos Apóstoles, y que tenía su Casa Generalicia en el Perú,
vino por mí para llevarme a trabajar con él. La verdad, yo no quería
ir, me parecía que en mi Parroquia estaba haciendo un trabajo muy
interesante, pero confluyeron muchas cosas, entre ellas la muerte
de nuestro Fundador el Padre Menard y dije: “bueno… Iré al Perú
y tal vez allí sí pueda tener mi caballo…”
Trabajar en la CASA GENERALICIA fue una experiencia
desbordante en riqueza espiritual y en Gracia Sacerdotal. Yo tuve
el privilegio de ser, supuestamente, el primer Misionero que tuviera
acceso a los archivos del Padre Menard, luego de su muerte. Eran
mucho archivadores, me tocó mirar hoja por hoja y organizar todos
sus Escritos en los tres idiomas originales: Francés, Inglés y
Castellano. Esa organización todavía existe tal cual.
Conocí a los M.S.A. en toda su pobreza y también en toda su
grandeza. Pero tener acceso a la documentación privada del
Fundador y a sus escritos, a cada uno de ellos, me hizo adquirir un
sentido de pertenencia muy claro y de gratitud a los MISIONERO DE
LOS SANTOS APÓSTOLES.
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Fue trabajando en el Perú donde pude “caminar” en el
“Camino Catecumenal”. Pero debo decirles que allá ellos eran
diferentes a cómo eran en Colombia, por esas épocas. Mientras
aquí aparecían como un grupo casi inaccesible, haya eran abiertos y
disponibles, muy misioneros. Su compromiso evangelizador en la
Parroquia de San Nicolás de Tolentino, en Chosica, era muy grande.
Ellos eran los catequistas, los Ministros, Los Lectores, los Cantores,
los que acompañaban al Sacerdote a diferentes partes en Misión y
para celebrar Misas. Y todo eso me gustó. Mucha gente
maravillosa conocí en el hermano país del Perú. Pero también
aprendí que cada país tiene sus procesos y su cultura e incluso una
forma muy peculiar de vivir y practicar su fe.
La Casa Generalicia fue trasladada a Venezuela.
Y me dije: ¡bueno… tal vez en allí sí pueda tener mi
caballo!.
Llegamos a la Diócesis de Los Teques, en el Estado Miranda,
a un sector muy cercano a la ciudad llamado Lagunetica. Otra
nueva experiencia y otro nuevo descubrir. Mucha gente
maravillosa encontré por allí, Venezolanos queridísimos que
hicieron de mi apostolado otra nueva riqueza. Y conocí una colonia
grande de Portugueses y de su amor por la Virgen de Fátima,
celebración obligada en cualquier Parroquia y que revestía una gran
solemnidad.
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Pero en Venezuela aprendí también muchas cosas, entre ellas,
el estar abierto a la religiosidad de un pueblo que tiene fe. Yo
egresado de una Universidad Pontificia y con el rigor de la doctrina
eclesiástica a flor de labios, tuve que aprender a fuerza de cantarlo
en los villancicos de navidad, eso de: “si la virgen fuera andina y
san José de los llanos, el Niño Jesús sería, un niño Venezolano…”
¿qué tal este revuelto… Ah…? Ahora pienso que Chávez debería
cantar con frecuencia este villancico.
Luego me enviaron a trabajar en el Seminario Mayor de los
Santos Apóstoles, aquí en Bogotá, aunque yo había manifestado mi
deseo de ir al Africa; no fui complacido. Pero me dije, bueno…, el
Seminario es grande y tal vez allí si pueda tener mi caballo.
Esa experiencia fue maravillosa, enriquecedora. Poder estar
en contacto con los Rectores de todos los Seminarios Mayores
Diocesanos y Casas de Formación Religiosa, era aprender que la
Formación al Sacerdocio, para toda la Iglesia y sus diversas
instituciones, era un gran reto, una gran conquista que no ha
terminado.
Fue aquí donde tuve la oportunidad de ser Docente
Universitario y de estudiar mi Derecho Canónico. Estar en las aulas
de la Universidad pero esta vez como docente, y un docente clásico
y tal vez un poco conservador, sabía yo que esto me generaría
alguno que otro inconveniente. Pero sólo recuerdo hoy la cantidad
de jóvenes y adultos que estaban allí preparándose para ser un día
también Sacerdotes de Dios. Fueron muchos los que escucharon
mis cátedras, con muchos de ellos todavía tengo alguna clase de
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comunicación y nos une la empatía de sentirnos amados por Dios y
servirle en su Iglesia. Los que fueron mis estudiantes están en
diversas partes del mundo y aún muchos me cuentan que mis
escritos son para ellos una ayuda privilegiada en su trabajo
pastoral.
¡ Qué cantidad de libros leídos y asimilados ! ¡ Qué cantidad
de documentos elaborados y conferencias dictadas… ! Pero allí
siempre estuvo presente Dios. Y como dijo el Salmo de hoy
“Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye
internamente… con Él a mi derecha no vacilaré”.
Llegó el momento de dejar el Seminario y salí para dejar
campo al nuevo Rector. Si hay algo que he tenido claro en mi vida
es que los cargos eclesiásticos, van y vienen, que no puede uno
pretender posicionarse eternamente en ellos y que otros pueden
hacerlo mejor que uno. Así obra también la Gracia del Espíritu
Santo.
Estar en la Parroquia de San Cipriano, en el norte de Bogotá,
como cualquier experiencia pastoral, fue algo realmente
enriquecedor y maravilloso.
Debo decirlo, por si no lo he dicho, que en estos 25 años de
Sacerdocio, he encontrado en mi vida muchísimas personas
maravillosas, grandiosas, ejemplares. Muchos de ellos laicos que
con su fineza, elegancia y su fe me recordaron siempre aquello de
“un Sacerdote no se improvisa”. Niños, jóvenes, adultos, hombres
y mujeres, todos los diversos grupos pastorales parroquiales todos
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y cada uno, “a tiempo y a destiempo” me enseñaron que el Reino
de Dios es riqueza y abundancia y no se puede dejar nada a la
suerte.
El Cardenal Monseñor PEDRO RUBIANO SÁENZ, me nombró
como Vicario Judicial Adjunto del Tribunal Eclesiástico
Interdiocesano de Bogotá, ante la invitación que me hiciera
Moseñor DARÍO ÁLVAREZ de hacer parte de tan benemérita
Institución. ¡ Qué gran honor y nuevo reto !. Trabajar allí con tan
especiales personas, trajo a mi Sacerdocio una concepción nueva
del también cómo ejercer en tales cargos el Ministerio Sacerdotal.
Se podrá ser Juez o abogado en la iglesia, pero jamás se dejará de
ser Sacerdote. Recuerdo mis comienzos en el Tribunal, uno de los
prestigiosos miembros del Tribunal Único de Apelación para
Colombia me dio un consejo que he seguido fielmente: “Padre
Carlos… pida en sus oraciones a Dios que lo haga un buen
juez…” con el tiempo he aprendido el tamaño tan impresionante
de bondad y de justicia que tuvo ese sabio consejo.
Allí he aprendido tantas cosas, como aquella que por el hecho
de ser uno Sacerdote, no lo sabe todo. Que los laicos pueden
aportar y muchísimo. Que a ellos también los asiste el Espíritu
Santo. Que su preparación y su idoneidad los hace merecedores del
puesto que les ha dado la Iglesia. Y luego incluso de acaloradas
disquisiciones jurisprudenciales, jurídico canónicas y teológicas,
llegamos a un consenso equilibrado que nos permite luego seguir
serenamente en una amistad que no se ha visto lastimada.
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Ahora mi Parroquia, esta Parroquia que hoy nos acoge a
todos. ¡ Cómo no amarla ! ¡ Cómo pretender que en mis
pensamientos ella no esté siempre presente ! Con frecuencia
recuerdo que lo que recibimos fueron las ilusiones de muchos de
ustedes con tener una Parroquia cerca a sus hogares y sólo existía
una estructura física que había comenzado con incipientes
esforzados cimientos de cemento y piedra. Ahora veo cómo esta
Parroquia ha crecido en todos sus aspectos, tenemos desde
hacendadas que tienen hatos, hasta gente pobrísima, pero en todos
está ese calor humano de sentirse iglesia.
En estos años ha habido muchas personas, afortunadamente,
que fueron cuna, centro y aliento en mi vida Sacerdotal. Y estas
personas son los señores Obispos, mis hermanos en el Sacerdocio y
las Religiosas y los Religiosos. Ellos me han enseñado la abnegación
de una vida entregada a Dios en la Oración y en los diferentes
Carismas Fundacionales. He conocido de sus riquezas humanas y
espirituales y también de aquellas pobrezas que acompañan el
lugar que ocupa cualquier hombre. Ellos y ellas me han estimulado
con su ejemplo grandilocuente. Con muchos conservo serenos,
pacíficos y nobles lazos de aprecio y muchas oraciones.
Sin embargo, y hasta donde voy con mi relato, a ninguno de
los lugares o en los cargos eclesiásticos que he podido ostentar, no
he podido tener mi caballo.
Pero, como suele suceder con los caprichos humanos, ahora
deseo es tener una isla… y para mi solo. Y tal vez allí sí pueda
tener mi caballo…
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Pero a veces el cansancio toca las puertas. Pero ahí está el
Señor que nos dice en el Evangelio de hoy: “venid a mí todos los
que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré…” Vayamos a
este Señor jubilosos que permite que hombres como yo, lo
hagamos presente en las especies Eucarísticas… MUCHAS
GRACIAS.
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