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Colecciones esqueléticas humanas en México: excavación, catalogación, conservación y aspectos normativos. (Márquez/Ortega, editores)
Excavación, consolidación y almacenamiento de restos óseos humanos
provenientes de contextos arqueológicos.
Oana Del Castillo Chávez
El arqueólogo, al plantear la excavación de un sitio arqueológico y encontrar los restos humanos en el
contexto –sea éste de carácter funerario o no -, requiere del dominio de ciertas herramientas teóricas y
metodológicas que permitan una correcta recuperación de tales materiales, sin perder de vista la
integridad del ensamble arqueológico. En este trabajo se pretende proporcionar una guía para que el
profesional que enfrente la situación de excavar y recuperar materiales óseos arqueológicos pueda hacerlo
de manera adecuada, garantizando el respeto a los materiales y a la información que generen1.
Objetivos de la excavación y recuperación del material óseo arqueológico.
Antes de abordar los aspectos metodológicos para la recuperación de material óseo en contextos
arqueológicos, es preciso hacer una reflexión sobre cuáles son los objetivos que se persiguen al hacerlo. Un
bioarqueólogo estudia los restos óseos de poblaciones antiguas para poder comprender cómo se
adaptaban al ambiente que habitaban y cómo aprovechaban los recursos, para entender qué
enfermedades padecían y cómo afectaban a los diferentes grupos dentro de la población, para conocer la
manera en que los perfiles demográficos han cambiado a través del tiempo, para encontrar rutas de
migración y mestizaje de las poblaciones, o para saber la dieta y las características de crecimiento y
1 En general, son los arqueólogos quienes suelen encontrar y recuperar los restos óseos humanos en las
excavaciones arqueológicas, aunque antropólogos físicos, bioarqueólogos, y antropólogos forenses también
participan en este campo. Para fines prácticos, en este trabajo mencionaremos “bioarqueólogos” como un
término general que englobe a todos los especialistas que trabajan en este tipo de investigaciones, haciendo
patente que existen diferencias sustantivas entre las áreas de estudio de cada especialidad, y que no se
pretende unificarlos bajo un término simplista.
desarrollo físico de estos antiguos pobladores. Otro tipo de estudios se enfoca en el análisis de las
costumbres funerarias, para conocer la ideología alrededor de la muerte, la estratificación social o los
intercambios entre áreas culturales.
Los materiales óseos humanos que se han empleado para estas investigaciones provienen de contextos
arqueológicos únicos e irrepetibles; el proceso de recuperación tanto de materiales esqueléticos humanos
o animales, y de materiales culturales es inevitablemente destructivo: a través de la remoción de los
elementos que integran el ensamble, las relaciones espaciales y contextuales se pierden de manera
permanente. Es por ello que el registro de cada elemento presente en el contexto, ya sea esquelético o
cultural, es primordial.
Por otra parte, la recuperación de las unidades óseas también implica un trabajo metódico y preciso;
debido a la naturaleza frágil de los huesos, el proceso de levantamiento, embalaje y transportación debe
ser sumamente cuidadoso. Mientras más huesos sean recuperados de manera íntegra, pueden efectuarse
en ellos análisis más complejos y detallados, y obtener mayor información relevante. La correcta
estimación de edad y sexo de los esqueletos dependen de la correcta recuperación y preservación de la
pelvis y del cráneo. También la estimación de la estatura, y de la edad en individuos subadultos, requiere
que los huesos largos sean recobrados en una sola pieza. El registro de variables no-métricas (posibles
epigenéticos), y de rasgos que pudieran indicar patologías y lesiones, tanto en los huesos como en los
dientes, también depende de que la integridad de las unidades óseas sea preservada lo más posible.
Restos humanos en contextos arqueológicos: consideraciones importantes.
Las prácticas mortuorias y los ensambles óseos: tipos de contextos.
En todas las culturas, a lo largo de la historia, el tratamiento y disposición finales de los cuerpos de los
muertos implica una serie de prácticas culturales de gran relevancia, que pone en relieve no sólo algunas
creencias y cosmovisión de los pueblos, sino también el rol del individuo en su sociedad (persona social), las
circunstancias alrededor de la muerte, etc. Los ensambles óseos que se generan a través de estas prácticas,
por tanto, no son entidades creadas de manera accidental o azarosa. El “ritual mortuorio”, o “práctica
mortuoria”, entendidos como una serie de procedimientos y acciones que involucran la manipulación y
modificación de restos humanos, sean éstos cadavéricos o esqueléticos, varía a través de las culturas y el
tiempo, y la apreciación de este hecho es crucial para entender estos contextos arqueológicos, y los
agentes y modificaciones que intervienen en su formación (Terrazas 2007, Stodder 2008).
Uno de los rasgos que el bioarqueólogo debe registrar es el proceso de creación de un ensamble
esquelético, es decir, en los tratamientos antes, durante y después de la disposición final de los restos
mortales. Tales actos no sólo se relacionan con los fines prácticos de deshacerse de un cuerpo, sino que
siguen procedimientos y códigos relacionados con intencionalidad, creencias sobre la muerte y lo que
ocurre después de ella.
En este punto, es preciso efectuar una definición de las diferentes prácticas mortuorias que podemos
encontrar en contextos arqueológicos:
a). Prácticas funerarias: En estas prácticas, el objetivo de todos los procedimientos es la disposición final
de los restos mortales de los individuos, de acuerdo a los sistemas de creencias y valores que el grupo
humano sostenía. Cada grupo humano ha desarrollado una “secuencia” de eventos que abarcan los
aspectos biológicos, sociales, y rituales de cada individuo que fallece, y que establece el cómo, cuándo, y
dónde se entierran quiénes. La muerte proporciona un conjunto simbólico que muestra diferentes
vertientes: mientras refleja en muchas maneras la forma en la que cada sociedad se identifica a sí misma y
se organiza en su interior (por clanes, religión, clase social, ocupación, género, etc.), los procedimientos
funerarios implican un despliegue de poder económico, político, o social del fallecido y/o su grupo, así
como el conocimiento del ritual y el control de elementos intangibles y ultraterrenos (Cannon 2002,
Stodder 2008).
Las prácticas funerarias implican la manipulación intencional y direccionada del cuerpo, desde
momentos previos a la muerte del individuo, hasta los actos posteriores al depósito final de los restos del
individuo (Duday 1997). Durante todo este proceso, el eje de las actividades y rituales es el muerto, toda
vez que no es más una persona física, sino que ha adquirido otra dimensión y por tanto, otro valor, dentro
del grupo social.
b). Prácticas sacrificiales y rituales: En estas prácticas, el cuerpo humano adquiere otro significado: es un
elemento sagrado, que será entregado a una divinidad o ente sobrenatural; en estas prácticas, es la
divinidad el elemento importante, y todos los actos están dirigidos a su adoración, por lo que el individuo
que forma parte de la oblación ritual se convierte en un elemento ritual, y no mantiene una dimensión de
humanidad (cfr. López Luján y Olivier 2010). Estas prácticas pueden generar ensambles esqueléticos como
sacrificios u ofrendas a deidades, “comitiva” de personajes importantes que han muerto, etc. Algunos de
los procedimientos de preparación se efectúan en el cuerpo una vez que ya ha sufrido parte del proceso de
descomposición; para el período prehispánico en Mesoamérica, por ejemplo, se han registrado una gran
variedad de manipulaciones postmortem de los cuerpos, incluyendo desarticulación y extracción de
segmentos corporales, uso de huesos como reliquias o amuletos (mandíbulas y dientes de enemigos
muertos en batalla, falanges de mujeres muertas en parto –cihuateteo-, cráneos-trofeo), la reinhumación
de individuos completos y la aplicación de pigmentos en la superficie de las osamentas una vez terminado
el proceso de descomposición. Estas acciones se relacionan con rituales que protegen el espíritu inmortal
hasta que es recibido en el mundo de los muertos (Welsh 1988, Chase y Chase 2003, Terrazas 2007).
c). Prácticas utilitarias: En este tipo de prácticas, los restos humanos son vistos como fuentes de
materiales para la fabricación de herramientas (como punzones, recipientes, instrumentos musicales),
como objetos suntuarios o incluso como fuente de alimento (Terrazas 2007). En este sentido, el individuo
fallecido carece de su dimensión humana, y se convierte únicamente en un banco de materiales.
En el contexto arqueológico, es frecuente el hallazgo de huesos aislados o concentraciones de huesos
que no denotan una intención de conservación y recuerdo del individuo muerto, y que tampoco
manifiestan un carácter utilitario o ritual específico (Tiesler y Cucina 2003). Estos ensambles
“problemáticos”, así llamados debido a que no concuerdan con otra categorización, son caracterizados por:
1) no presentar evidencia de ser parte de depósitos primarios o secundarios de carácter eminentemente
funerario2; 2) no concordar con evidencias de prácticas de culto ancestral3; 3) no revelar arreglos
claramente de ofrenda, o formar parte de artefactos ceremoniales; 4) no corresponder a eventos de
sacrificio y/o muerte violenta; 5) no presentar una disposición regular de los elementos óseos
(desarticulación, dispersión); y 6) frecuentemente mostrar marcas de origen antropogénico (p. ej. cortes y
fracturas). (Hurtado et al. 2007, Tiesler 2007).4
La excavación y recuperación de restos óseos humanos en arqueología.
Las prácticas mortuorias muestran una variabilidad enorme, por lo que la definición de un ensamble
esquelético como “entierro”, dado que fue rescatado de la tierra mediante una excavación, resulta pobre,
dado que no refleja la complejidad de todo el comportamiento mortuorio. No todos los restos humanos
son enterrados propiamente en un foso dentro del proceso de su disposición final; las formas en las que
los humanos disponemos de nuestros semejantes muertos, aún considerando únicamente los contextos
funerarios, son de lo más diversas, desde la exposición del cadáver a la intemperie hasta su depósito en
sepulcros de elaborada arquitectura. Sin embargo, debido a la deposición de materiales (tierra, piedras,
restos vegetales) a lo largo del tiempo sobre tales contextos mortuorios, es práctica común el tener que
efectuar una excavación para poder tener acceso al depósito, de ahí el término de “entierro” aplicado a los
restos esqueléticos recuperados en contextos de excavación. Actualmente, el uso del término “depósito”
para definir un ensamble mortuorio se considera correcto.
El estado final de un contexto arqueológico, es decir, el estado en que se encuentra justo antes del
momento de la intervención del arqueólogo, es resultado de una serie de procesos tanto culturales como
2 Se define como “depósito primario” aquel que comprenda la instalación de un cadáver reciente en el lugar
de depósito definitivo, donde se realizará la descomposición total del cuerpo; los “depósitos secundarios” son
aquellos que se efectúan en dos o más tiempos, es decir, que el depósito final ha sido precedido por una o
varias fases de preparación de los restos, incluidos el descarnamiento o desarticulación del cuerpo (Duday
1997:93). En este sentido, ambos términos implican una función funeraria, de la disposición de los muertos
como objetivo fundamental.
3 Estas prácticas son definidas por actos de memoria y reverencia hacia los muertos.
4 Aunque este término de “contextos problemáticos” fue propuesto para ser aplicado en ensambles
prehispánicos del área maya, su uso en otras áreas culturales también es pertinente.
naturales. Ese último estado que los contextos presentan mantiene huellas de las fases anteriores y de los
procesos que llevaron a su creación, es decir, la “estructura latente” del depósito. La estructura latente de
un contexto arqueológico se opone a la estructura evidente, pues no es perceptible de manera inmediata
durante la excavación, pero puede ser evidenciada a través del registro y análisis de sus componentes
(Leroi-Gourhan et al. 1962, en Pereira 2007).
La búsqueda de esta estructura original del ensamble arqueológico implica efectuar la recuperación de
los elementos que lo integran de manera minuciosa. Para ello, la cuidadosa excavación de los contextos
arqueológicos es indispensable.
Todos los sitios arqueológicos presentan, en mayor o menor grado, estratigrafía; si una locación va a ser
excavada, por definición es una entidad estratificada, aún si es sólo un simple depósito sobre la roca matriz.
Por ello, todas las excavaciones arqueológicas deben considerar las dos leyes básicas de la estratigrafía: a)
si la capa de suelo A cubre la capa B, entonces B fue depositada primero; y b) cada nivel o estrato se data
en un tiempo más reciente que los objetos que se encuentran en él (Harris 1989).5
El suelo está compuesto por una serie de capas, algunas creadas por el hombre, otras por procesos
naturales, y es el trabajo del arqueólogo el removerlas en el orden inverso al que fueron depositadas. Si se
cometen errores durante la excavación, los depósitos y objetos individuales pueden ser extraídos de su
contexto estratigráfico original, perdiéndose importante información. La estratigrafía misma de un sitio
puede ser destruida por una excavación descuidada. Durante la excavación de contextos arqueológicos en
5 De estos axiomas primarios se desprenden las leyes de la estratigrafía arqueológica: la ley de la
superposición, la ley de horizontalidad, y la ley de continuidad. La primera asume que en un suelo
estratificado, las capas superiores son más recientes y las más profundas son más antiguas. La segunda
establece que los estratos tienden a hacerse horizontales con el paso del tiempo, y que aquellos estratos que
originalmente tenían una disposición vertical suelen erosionarse bajo la acción de factores naturales (deslaves,
corrientes de agua, etc.) hasta formar estratos horizontales. La tercera afirma que cada depósito estratigráfico
es un evento completo, que no deja expuestos sus extremos; si los extremos se encuentran expuestos, se
infiere una alteración del estrato por la erosión o movimiento del terreno. Una cuarta ley, la de la sucesión
estratigráfica, hace mención de cómo los estratos arqueológicos –antropogénicos- se imbrican en los estratos
naturales (Harris 1989).
los que se hallan depositados restos óseos humanos, las reglas estratigráficas deben ser respetadas de la
misma manera que en otros contextos.
Por otra parte, el registro y estudio de los eventos tafonómicos permiten establecer las relaciones entre
agentes culturales y naturales durante la creación del contexto arqueológico. La aproximación desde la
tafonomía al estudio de los ensambles mortuorios generalmente se efectúa considerando los procesos de
formación del sitio/ensamble arqueológico, los procesos mortuorios, la descomposición de los elementos
biológicos del ensamble, la degradación química de los materiales, y las alteraciones que sufren tales
elementos –especialmente los óseos- por acciones antropogénicas intencionales y no intencionales (Duday
1997, Pereira 2007, Terrazas 2007, Sodder 2008).
FOTO 1. Aspecto panorámico de una excavación arqueológica de un contexto mortuorio. Tamtoc, SLP, México. (Foto: Dra. Patricia Hernández)
Definición del ensamble mortuorio
Al encontrar restos óseos en un contexto arqueológico, la primera fase comprende un proceso de
identificación del hallazgo, que inicia con la caracterización del depósito. Para ello, se debe tomar en
consideración los siguientes temas.
a). Restos óseos humanos o animales.
El conocimiento de los rasgos anatómicos básicos del esqueleto humano es indispensable para toda
persona que se enfrente a la excavación arqueológica; es importante resaltar el hecho que no todos los
arqueólogos han tenido un entrenamiento en osteología humana, por lo que al enfrentarse a restos
esqueléticos, particularmente de subadultos o de individuos que presentan rasgos particulares, pueden
cometer equivocaciones que lleven a la confusión de un esqueleto humano con uno animal; esto puede
implicar una definición errónea de contextos, por lo que no debe tomarse a la ligera.
Otro aspecto de la identificación de los restos óseos como humanos o animales puede definir la
atención que se preste a su recuperación; sin embargo, es preciso recordar que la presencia de restos
animales en un contexto arqueológico es tan valiosa como cualquier otro elemento y requieren de la
misma atención que un enterramiento humano.
FOTO 2. Sacrificio humano y animal. Excavación en sitio de la dinastía Zhou (1100 – 770 a.C.) en la provincia de Henan, China. (Foto: www.foxnews.com/static/managed/img/scitech/Zhou/ ).
b). Depósito individual o múltiple.
Durante la excavación de un ensamble esquelético humano, es de capital importancia determinar si los
restos esqueléticos pertenecen a un solo individuo o representan a varios; para ello, durante la excavación
debe prestarse particular atención a la identificación y cuantificación de las unidades óseas presentes.
Los enterramientos múltiples abarcan una amplia variedad de prácticas mortuorias; los procesos que
derivan en su formación pueden ser de muy diferentes orígenes, y darse a lo largo de diferentes
momentos, por lo que el registro de los elementos óseos a partir de un enfoque tafonómico puede lograr
una reconstrucción correcta de la estructura original del depósito (ver Pereira 2007).
FOTO 3. Fosa común de la peste negra (s. XVI). Málaga, España (Foto: www.arqueohistoria.com)
c). Depósito primario o secundario.
Se define como depósito primario aquel que comprenda la instalación de un cadáver “reciente” en el
lugar de depósito definitivo, donde se realizará la descomposición total del cuerpo; en el contexto
arqueológico, este tipo de ensamble esquelético se caracteriza por presentar conexiones anatómicas
claras6 y completas; los depósitos secundarios son aquellos que se efectúan en dos o más tiempos, es decir,
que el depósito final ha sido precedido por una o varias fases de preparación de los restos, incluidos el
descarnamiento o desarticulación del cuerpo (Duday 1997, Pereira 2007). En este sentido, ambos términos
implican una acción de carácter funerario, de la disposición de los muertos como objetivo fundamental7 .
FOTO 4. Enterramiento primario sedente. Tamtoc, SLP, México. (Foto: Isaac Barrientos).
6 En la preservación de las relaciones anatómicas estrictas intervienen factores tafonómicos. Los fenómenos
que ocurren alrededor de un individuo muerto (antes de su muerte y de la disposición final del cadáver,
durante el depósito de los restos, y después del depósito) siempre intervienen en la formación del contexto
arqueológico, aunque a veces no son fácilmente discernibles (cfr. Duday 1997).
7 Ver el apartado siguiente para la definición de funerario.
d). Depósito directo o indirecto.
La cuidadosa excavación de los límites de la fosa donde se depositaron los restos, recuperando y
definiendo sus límites, puede indicar si el cuerpo estuvo en un contenedor, y también si el sitio de depósito
fue producto de un trabajo planeado que implica una inversión de recursos y energía. En general, se define
como un depósito directo aquél en donde el cuerpo fue colocado en una fosa hecha en la tierra, sin tener
de por medio un contenedor (como un ataúd o una vasija) y sin que la fosa se halle recubierta por algún
material que aísle los restos. Por el contrario, un depósito indirecto es aquél en el que el cuerpo es
resguardado del contacto directo con la tierra mediante una cubierta o envoltorio, o si la fosa comprende
una construcción o revestimiento.
FOTO 5. Fosa con depósitos directos e indirectos. Puede observarse cómo los depósitos indirectos mantienen rígidas y extendidas las extremidades, al haber estado en el interior de un contenedor, mientras que los directos no muestran una posición tan estricta. Fosa común de la peste negra (s. XVI) en Francia.
La excavación puede poner en relieve el carácter de los ensambles de restos óseos; cualquier evidencia
que no sea recuperada, o que sea malinterpretada en campo, puede generar una clasificación inadecuada
de los depósitos y de los ensambles óseos contenidos en ellos.
e). Depósito simultáneo de varios cuerpos.
Este rasgo es sumamente importante en el momento de evaluar los contextos primarios
presumiblemente pertenecientes a epidemias, masacres, batallas, sacrificios... La descomposición de la
materia orgánica es un fenómeno relativamente rápido, por lo que el depósito de varios cuerpos completos
implica que los individuos que murieron en un corto período de tiempo y que fueron enterrados antes de
que se iniciara el proceso de desarticulación por putrefacción. En el caso de varios cuerpos depositados en
un área restringida, la cronología relativa de las dislocaciones articulares por putrefacción puede ser
empleada para recrear la sucesión de los depósitos. Si el depósito de los cuerpos ocurrió en un solo evento,
las conexiones anatómicas se encontrarán estrictamente respetadas, debido a que la descomposición
ocurrió al mismo tiempo; los desplazamientos que pudieran observarse en las unidades anatómicas serían
ocasionados por acción de la gravedad, o por acción de otros agentes (animales, filtraciones de agua,
asentamientos de terreno, intervención humana). De esta manera, se comprueba la simultaneidad del
depósito.
Por otra parte, el depósito de osamentas desarticuladas en los contextos secundarios no proporciona
ninguna evidencia de que los individuos hayan muerto de manera simultánea, ni que todos los huesos
hayan sido depositados a un tiempo (Duday 1997, 2008; ver también a Pereira 2007)
FOTO 6. Depósito simultáneo. Ofrenda de la Edad de Bronce en Cliffs End, Inglaterra. (Foto: www.flickr.com/photos/wessexarchaeology).
f). La conservación de los restos óseos.
Las condiciones de conservación de los contextos mortuorios, y de los esqueletos contenidos en ellos
varían notablemente dentro de un mismo sitio de enterramiento. Las características de los sustratos con los
que los esqueletos están en contacto, así como la edad y las condiciones de salud del individuo enterrado,
el contenedor, los objetos acompañantes, e incluso la posición en que se depositó el cuerpo inciden en el
estado de preservación de los materiales óseos (Sodder 2008). No hay una receta única que permita
predecir el estado en que se encontrará el esqueleto. En términos generales, puede decirse que en aquellos
contextos de arcillas y arenas cuyo pH es muy ácido, la preservación de los tejidos óseos es muy pobre,
pudiendo éstos disolverse completamente; mediante una cuidadosa excavación y registro, posiblemente
podría observarse la sombra del cuerpo depositado, por un cambio en la coloración del sustrato. Por el
contrario, en sustratos alcalinos y poco higroscópicos pueden encontrarse huesos en mejor estado de
conservación (ver Sodder 2008). En algunos casos, la completa inmersión del cuerpo en agua también
puede resultar en una buena conservación del tejido óseo, como puede corroborarse con los hallazgos en
cenotes y cavernas sumergidas.
Por otra parte, el tipo de tratamiento que el cuerpo recibió antes de su depósito y las características del
contenedor (féretro, vasija, petate, cesto, etc.) juegan un importante papel en la intervención de factores
que generan la descomposición del cuerpo, como el drenaje de los líquidos de la descomposición y del agua
que se filtra desde la superficie, el acceso de fauna carroñera, el contacto con raíces de la vegetación
superficial, etc. La ocasional conservación de tejidos blandos, como cabellos, uñas o piel, y de materiales
orgánicos de ofrendas, dependen de condiciones muy especiales; su recuperación y análisis deben hacerse
con extremo cuidado, siguiendo protocolos que garantizan la integridad del espécimen y del excavador.
g). La representatividad de los esqueletos.
Existe un problema metodológico en considerar una colección ósea como una población. La
recuperación de restos óseos humanos en contextos funerarios nunca es total y completa: las “muestras”
esqueléticas, son únicamente representativas de sí mismas, y no reflejan la estructura original de la
población de la que provienen. Las prácticas funerarias diferenciales, el uso del cementerio o área de
depósito por largos períodos de tiempo, los procesos tafonómicos del contexto de enterramiento, y a las
condiciones y objetivos de la excavación arqueológica en sí, ocasionan que la serie esquelética resultante
difiera de la población “viva” de la que provienen (Dutour et al. 2003, Waldron 2007). (Ver fig. 1).
FACTORES
POTENCIALMENTE CONTROLABLES
FACTORES NO CONTROLABLES
Población
antigua
Mortalidad
Total de población
muerta
Prácticas funerarias
diferenciales
Total de población enterrada
Conservación diferencial de
los huesos
Esqueletos que se conservan
hasta hoy
Estrategia de excavación
Esqueletos excavados
Factores de recuperación de
materiales
Esqueletos recuperados
Fig. 1. Factores que inciden en la recuperación de restos óseos de poblaciones antiguas.Basado en Mays
1998:14
El bioarqueólogo, al recuperar los restos humanos del contexto funerario, en raras ocasiones posee la
información que le permita saber a qué sector de la población pertenecían: generalmente, la excavación de
la mayoría de los depósitos sólo involucra un sector de la estructura o del sitio arqueológico, sin tener
conocimiento sobre las personas sociales que representan tales esqueletos, es decir, su pertenencia a
determinado estrato social, familia o clan, gremio, religión, etc. (ver Waldron 2007, Sodder 2008, entre
otros).
Uno de los grandes problemas a los que nos enfrentamos para la comprensión de los ensambles
esqueléticos creados culturalmente reside primordialmente en la confusión de las categorías sociales con
las categorías biológicas que representan las osamentas. En la bioarqueología, la primera categorización
que hacemos de los restos óseos consiste en asignar sexo y edad, y muchas de las preguntas de
investigación tienen precisamente una línea de conducción biológica. En este proceso, de manera
frecuente se analizan grupos sociales desde una perspectiva biológica, y viceversa. No hay que olvidar que
estos ensambles esqueléticos son entidades creadas culturalmente, y que la composición biológica que
denotan tiene un significado cultural (Stodder 2008).
La excavación puede poner en relieve el carácter de los ensambles de restos óseos; cualquier evidencia
que no sea recuperada, o que sea malinterpretada en campo, puede generar una clasificación inadecuada
de los enterramientos o depósitos.
El proceso de excavación.
Una vez identificado el sitio de depósito, y habiendo registrado su posición dentro de la cuadrícula de
excavación general8 (de la estructura o del asentamiento), es recomendable establecer una cuadrícula de
menores dimensiones sobre el ensamble esquelético, con el fin de lograr un registro preciso de la ubicación
de los elementos en el interior de la fosa.
8 En la mayoría de las excavaciones se establece un sistema cartesiano de cuadrícula, que hace fácil la
ubicación de los elementos en el plano.
Para el registro minucioso de los elementos esqueléticos presentes, así como sus relaciones anatómicas
y sus condiciones de preservación, es de gran utilidad el uso de cédulas de campo, tanto en formato físico
como electrónico.
Insertar CÉDULA Tamtoc (7)
Aunque las siguientes indicaciones se dirigen más bien hacia la excavación de esqueletos en contextos
primarios, muchas de ellas pueden ser aplicadas de igual manera en contextos secundarios.
Al comenzar el proceso de excavación de un ensamble mortuorio, no hay que olvidar que cada
contexto es único, así como cada espécimen y elemento que forma parte de éste. Por ello, sólo hay una
oportunidad de efectuar el registro y recuperación de cada depósito esquelético de manera completa y
correcta. Un error en el proceso puede dañar de manera irreparable los materiales y afectar las
interpretaciones del ensamble arqueológico
A lo largo de todo el proceso de excavación, nunca debe olvidarse el registro de todos y cada
uno de los elementos encontrados. Su ubicación en la cuadrícula (de manera tridimensional, siguiendo los
ejes cartesianos x, y y z), así como el registro gráfico a través de fotografías y dibujo, permite la
reconstrucción del ensamble a medida que éste se va destruyendo con la excavación. ¡Nunca hay que dejar
que el registro de los hallazgos dependa de la memoria!
El deterioro de los restos esqueléticos durante y después de la excavación es frecuente, pero no
por ello deseable. Debe establecerse procedimientos y condiciones que garanticen la integridad física de los
huesos y de los elementos asociados; cada sitio, cada contexto, cada depósito, tiene características únicas,
por lo que no puede establecerse una receta universal al respecto. Hay que dejar que el “sentido común”
ayude en la toma de decisiones: los esqueletos no deben estar expuestos al sol de manera directa y
prolongada, ni deben de ser dejados a la intemperie; un esqueleto no debe excavarse con herramientas
inadecuadas que puedan causar pérdidas o daños; durante el proceso de liberación de la matriz de
enterramiento, los huesos no deben ser removidos; si los huesos se encuentran sujetos por raíces, o si aún
están semienterrados, no se debe jalar de ellos para liberarlos; no se debe aplicar un consolidante cuando
el hueso aún esté cubierto con el sustrato, etc.
Foto 8: Trabajos de excavación en área de túmulos mortuorios en Tamtoc, SLP, México.
La situación más frecuente de excavación de un depósito esquelético es aquella donde se
considera la remoción completa y paulatina de los sedimentos que cubren el esqueleto, siguiendo las líneas
de deposición del relleno9. Para ello, se parte desde el nivel de superficie en que inicia la fosa, retirando de
manera horizontal los materiales de relleno con ayuda de herramienta adecuada, como puede ser una
cucharilla fina (cuando no se encuentren materiales óseos expuestos y vulnerables), y una brocha. Como se
había mencionado con anterioridad, la elección de las herramientas obedece a las condiciones particulares
de excavación.
La excavación de un esqueleto –sea humano o animal- en un contexto primario extendido es
más fácil si se efectúa siguiendo un orden anatómico, siguiendo las articulaciones naturales de los huesos.
Por lo general, una vez expuestas algunas unidades óseas, puede preverse dónde se encuentran las que le
siguen. Si puede establecerse dónde se encuentra el cráneo, es más sencillo partir desde ese punto hacia el
resto del esqueleto.
CRÁNEO
REGIÓN CERVICAL
REGIÓN TORÁCICA Y PÉLVICA
EXTREMIDADES (Brazos y piernas)
EXTREMIDADES (Manos y pies)
9 Aplicando las reglas sobre estratigrafía mencionadas. Generalmente se considera que el relleno fue
originado por un solo evento de deposición, a no ser que se encuentre evidencia de alteraciones estratigráficas
que impliquen intrusiones o rellenos sucesivos.
En contextos donde el esqueleto se encuentre en una posición flexionada, o en los que se encuentre
sedente, es posible que no pueda seguirse este orden anatómico al pie de la letra, pues el procedimiento
de excavación habrá de seguir los elementos óseos que hayan sido descubiertos primeramente, respetando
las articulaciones entre huesos.
Foto 9. Enterramiento sedente. Tamtoc, SLP, México. (Foto: Dra. Patricia Hernández)
En un contexto secundario la excavación puede ser más complicada y menos clara, en tanto las unidades
óseas podrían no tener conexiones anatómicas apreciables; sin embargo, una cuidadosa exploración puede
dejar al descubierto cuando algunos huesos aún mantienen articulaciones. Las implicaciones de estos
hallazgos para la interpretación de los eventos funerarios son primordiales.
La liberación y limpieza de las unidades óseas no debe poner en riesgo la integridad del
enterramiento por excavar de más: la remoción del relleno debe hacerse cuidando que los huesos no vayan
a perder sustentación y pierdan su posición original. Este problema puede suceder con particular frecuencia
en las rótulas, dado que sólo se encuentran sobrepuestas a la articulación fémur – tibia. Dado que corren
riesgo de destruirse o perderse durante la excavación, es conveniente dejar un bloque de terreno suficiente
alrededor y bajo ellas, y proceder a una limpieza más fina sólo al momento de tomar las fotografías y
registrar gráficamente las conexiones anatómicas del esqueleto.
Foto 10. Excavación del entierro 11, Tamtoc.
El uso de herramientas filosas o punzantes debe ser hecho con extremo cuidado, para no dañar
la superficie del hueso. Aunque el instrumental de dentista puede ser de gran utilidad al momento de
liberar los huesos, también puede ocasionar raspones o cortadas en los huesos. Como una opción menos
agresiva pueden emplearse estiques y varitas de madera de diversos diámetros y formas, teniendo la
misma precaución para no tallar demasiado.
Los cepillos, brochas y pinceles también pueden desprender fragmentos del periostio, por lo que su uso
debe ser gentil; hay que recordar que la limpieza del esqueleto en campo no es la definitiva, y no debe
poner en riesgo la integridad de éste.
Si la persona que se encuentra excavando el ensamble óseo se encuentra en entrenamiento y
aún cuenta con poca experiencia en estas labores, se recomienda tener un manual de anatomía esquelética
a la mano; esto puede resultar particularmente importante en caso de que los restos pertenezcan a
subadultos, pues los huesos no han terminado su desarrollo y no se encuentran fusionados. Los huesos
largos tienen los extremos (epífisis) libres, mientras que las vértebras pueden encontrarse en dos o tres
partes, dependiendo de la edad del individuo. En el resto de los huesos es posible apreciar epífisis que
corresponden a diversos rasgos anatómicos; todos estos pequeños huesos son muy susceptibles a
movimientos post-deposicionales y pueden haberse desprendido y caído de sus posición original. Por su
tamaño y su forma irregular, muchos de estos huesos pueden ser confundidos con piedras y grava del
sustrato, por lo que se recomienda cribar de manera cuidadosa toda la tierra que rodea el esqueleto.
Posteriormente, en el procesamiento del esqueleto en el laboratorio, ese material puede ser revisado para
corroborar que ninguna epífisis se haya escapado de ser recuperada.
En el caso de esqueletos fetales y neonatales, dependiendo de los sustratos en que se
encuentren contenidos, es conveniente levantarlos en bloque, de manera que la limpieza y recuperación de
los pequeños huesos se realice en un ambiente controlado.
La excavación del cráneo debe efectuarse con particular cuidado: es en él donde pueden
encontrarse los rasgos que permitan estimar la edad, el sexo, la afinidad biológica e incluso la identidad del
individuo -en contextos forenses-.
No debe removerse el sustrato contenido en las órbitas oculares, la fosa nasal, los meatos auditivos y la
mandíbula. Los huesos que forman la órbita son particularmente delgados y frágiles, al igual que el septum
y los cornetes en el interior de la fosa nasal. Por otra parte, en el interior del meato auditivo pueden
encontrarse los huesecillos del oído –estribo, yunque y martillo, todos ellos con un tamaño menor a 2mm-,
mientras que en la parte inferior de la mandíbula se aloja el hioides, y ocasionalmente, el cartílago tiroideo
osificado, que son huesos de extrema fragilidad. En algunos contextos prehispánicos, también en la zona de
la mandíbula y cuello es frecuente la aparición de elementos culturales, como cuentas de jade, por lo que
hay que prestar cuidado al momento de remover la matriz de tierra que cubre la sección ventral de las
vértebras cervicales.
La excavación del torso debe realizarse considerando la posición y articulación de las costillas en
relación con las vértebras; la remoción excesiva del sustrato en esta área puede ocasionar que se pierdan
las relaciones anatómicas presentes y el tórax colapse. El mismo cuidado debe mantenerse con el esternón,
los omóplatos y las clavículas: estos huesos no se encuentran articulados de manera “estricta”, por lo que
pueden moverse fácilmente de su posición original al retirar demasiado sustrato.
Foto 11. Entierro sedente, Tamtoc.
Al excavar este segmento corporal debe de tenerse particular atención, pues pueden encontrarse
cálculos biliares o renales, quistes calcificados e incluso huesos fetales.
La excavación minuciosa de manos y pies puede dejar al descubierto datos importantes sobre
costumbres funerarias, objetos acompañantes, e incluso sobre cuánto tiempo transcurrió desde la muerte
del individuo. Durante el rigor mortis, los músculos se contraen y ocasionan que las extremidades se
“engarroten”; este fenómeno es también evidente en las manos y pies, por lo que si un individuo es
sepultado durante este estado, los dedos muy posiblemente se encuentren hiperflexionados. Por ello,
durante la excavación de manos y pies debe prestarse particular atención en el proceso de limpieza, para
no desplazar las unidades óseas, y durante el proceso de levantamiento, para no confundir la lateralidad de
los huesos –sobre todo si las extremidades se encuentran superpuestas o entrelazadas. Es conveniente que
cada mano y pie sea levantado de manera individual y depositado en bolsas etiquetadas que indiquen si
pertenecen al lado derecho o al izquierdo del individuo. Este simple procedimiento agiliza de manera
enorme el procesamiento del esqueleto en el laboratorio.
Foto 12: Metatarsianos articulados. Entierro 12, Tamtoc.
Debe recolectarse todo fragmento de hueso que se encuentre en el contexto; la criba del
sustrato de enterramiento a través de mallas finas (≤ 1mm) permite la recuperación de pequeños huesos o
fragmentos que no pueden ser levantados a mano, así como pequeños artefactos o adornos. Otros
elementos de importancia pueden ser también recobrados de la cavidad abdominal por este método, como
cálculos biliares o renales, quistes hidatídicos calcificados, y huesos fetales.
La excavación de concentraciones de huesos provenientes de cremaciones debe hacerse de
manera meticulosa; aunque aparentemente los huesos pudieran haber sido depositados de manera
mezclada, al recuperarlos siguiendo un orden estratigráfico -en un procedimiento de microexcavación –
podría observarse algún patrón que indique alguna costumbre mortuoria que de otra manera pasaría
desapercibida.
El levantamiento del esqueleto.
El procedimiento para recuperar el esqueleto y trasladarlo al laboratorio implica también un
conocimiento anatómico adecuado, herramientas ad hoc y materiales de embalaje a la mano.
Una vez que el esqueleto se encuentre registrado, debe iniciarse el proceso de levantamiento
antes de que su exposición “al aire libre” comience a ocasionar daños en los materiales óseos.
La aplicación de sustancias preservadoras y consolidantes diluíbles en agua o acetona (como
acetato de polivinilo –Resistol 850 y Mowilith-, o resinas acrílicas -Paraloide B72 y Bedacryl-) puede
efectuarse en este momento, dejando al criterio del excavador su pertinencia. La elección del consolidante
obedecerá a las condiciones de los materiales óseos, al sustrato en que se encuentran y a las condiciones
ambientales; es muy conveniente que esta decisión, así como la aplicación misma del producto elegido, sea
hecha por un experto en conservación y restauración.
Para poder levantar las unidades óseas, es preciso liberarlas de la mayor cantidad posible del
sustrato al que se encuentren adheridas, excepto en aquellos huesos muy delgados y frágiles, en los que el
levantamiento en bloque puede ser la mejor opción para garantizar su integridad durante el transporte al
laboratorio. Nunca debe extraerse por la fuerza los huesos que se encuentran aún imbuidos en el sustrato, el
riesgo de fractura es muy alto.
Por lo general, se recomienda levantar los huesos en el mismo orden en que fueron excavados
(por ejemplo, desde el cráneo hasta las extremidades inferiores). Aquellas unidades pares deben ser
embaladas por separado, y etiquetadas indicando su lateralidad.
Cráneo: Para preservarlo, es conveniente levantarlo en bloque, de preferencia junto con la
mandíbula, de manera que el hioides también sea recuperado. La tierra en las órbitas y en la abertura
piramidal no debe removerse por completo, para garantizar que los delgados huesos laminares de esas zonas
lleguen íntegros al laboratorio. No debe olvidarse buscar cualquier pieza dental o fragmento de hueso que se
hayan podido desprender del bloque. Por ello, es conveniente cribar la tierra de toda la fosa, para recuperar
todos los materiales.
Tórax: Sin duda, los huesos que representan un reto mayor para ser levantados sin fracturas son
las costillas y las vértebras, por su fragilidad y complejas articulaciones. Lo primero que se recomienda
hacer es la mayor remoción posible del sustrato que sostiene las articulaciones entre ellas, y delimitar su
contorno, eliminando con instrumentos finos la tierra adherida, particularmente la que las mantiene en su
sitio. Para separar las costillas, una vez limpias, lo conveniente es colocar una cucharilla muy fina (de pintor)
bajo el hueso, cerca de la articulación con la vértebra, y separar poco a poco, pero siguiendo la dirección
del hueso, “deslizándolo” suavemente hacia el excavador. Las costillas no deben jalarse de manera directa y
recta, pues existe el riesgo de fracturarlas justo en su ángulo.
Una vez removidas las costillas, las vértebras están expuestas; debe determinarse el grado de
articulación que mantienen entre ellas, para calcular los movimientos para desarticularlas y retirarlas en
una pieza. Es frecuente la fractura al nivel del arco y de los procesos espinosos, por lo que antes de su
remoción hay que efectuar una liberación cuidadosa, siguiendo la anatomía de la pieza. Antes de intentar
removerla en un movimiento, hay que verificar que se encuentra suelta, para no romper las espinas.
Durante la limpieza de la columna es importante observar los bordes de los cuerpos vertebrales, buscando
osteofitos10 que hubiesen podido fusionar total o parcialmente vértebras adyacentes. Estas vértebras
unidas deben ser levantadas en bloque y procesadas en el laboratorio. Es importante mencionar que estos
procesos patológicos pueden observarse en otras unidades óseas, por lo que este procedimiento se
aconseja para todos los casos.
Cintura pélvica: Tanto los iliacos como el sacro son huesos frágiles, que requieren de una
excavación muy cuidadosa para poder liberarlos en una pieza. Como se ha dicho anteriormente, es muy
importante no tratar de remover el hueso sino hasta estar seguros de que la pieza se encuentra exenta del
sustrato. No hay que olvidar excavar bien esta zona, donde pueden encontrarse objetos acompañantes,
huesos fetales, o el coxis; se aconseja cribar posteriormente toda la tierra, para no perder ningún
elemento.
Huesos largos: Estos huesos pueden ser los más sólidos del esqueleto; sin embargo, durante el
tiempo en que estuvieron en la matriz su estructura puede haberse debilitado, por lo que no hay que
sobreestimar su resistencia. Nunca debe hacerse “palanca” para extraer un hueso largo, ni tratar de jalarlo
desde las epífisis. Como se ha explicado en los apartados anteriores, el hueso debe estar libre para poder
levantarlo con seguridad.
Es preciso recordar que aquellos huesos que presentan un proceso patológico pueden haberse
visto afectados en su resistencia; los procesos inflamatorios, por ejemplo, generan tejido óseo remodelado
de consistencia más frágil que el tejido normal. Estos huesos deben ser tratados con especial atención, en
tanto su integridad se ha visto más comprometida durante el tiempo de enterramiento.
Embalaje para transporte.
10
Los osteofitos son crecimientos de tejido óseo en las áreas marginales de los huesos; son frecuentes en las
zonas de articulación y en la columna vertebral, donde pueden corresponder a la manifestación de
enfermedades como osteoartritis o espondilitis anquilosante (ver Ortner y Putschar 1981; Aufderheide y
Rodríguez-Martín 1998, entre otros).
Durante el embalaje y transporte de los materiales esqueléticos es indispensable tener una bitácora de
control de los materiales de campo, que especifique el número de bolsas y de cajas que se han empleado
para cada depósito, y con qué números se les puede identificar.
Una vez liberado cada hueso de la matriz de enterramiento, y si se encuentra en buen estado de
conservación, lo conveniente es dejarlo brevemente al aire libre, bajo sombra, para que pierda un poco de
humedad antes de ser embolsado y embalado para su traslado al laboratorio. Es recomendable usar bolsas
de papel estraza para empaquetar las unidades óseas en esta fase, pues permiten la disipación de la
humedad residual y la entrada de aire fresco. Las bolsas de plástico y el tan utilizado papel aluminio para
envolver los huesos ocasionan que la humedad se condense y embeba los restos, haciéndolos más frágiles y
deleznables, por lo que su uso debe ser evitado.
Las bolsas de papel deben ser marcadas con tinta a prueba de agua con los datos de la unidad de
excavación, identificación del entierro, y características del contenido (unidad ósea y su lateralidad). Para
evitar la pérdida o confusión de materiales, es conveniente poner dentro de cada bolsa de papel la misma
información en una etiqueta dentro de una bolsa pequeña de plástico, que no sea afectada por la
humedad. Cada entierro debe ser depositado en una sola caja de cartón, con ventilación suficiente; el
colocar dos o más individuos en una caja sin subdivisiones es inadecuado, pues puede originar confusiones
de material.
Una vez colocados los huesos dentro de la caja en que serán transportados, los espacios entre las bolsas
pueden ser rellenados con periódicos o guata, para evitar que los huesos se muevan y choquen entre sí.
Hay que asegurarse que los huesos más frágiles, como los omóplatos o el cráneo, se encuentren bien
protegidos y que ninguna otra pieza vaya sobre ellos.
Durante el transporte, hay que vigilar que las cajas de cartón en que se transportan los esqueletos no
sean apiladas de manera que puedan colapsar, con la consiguiente pérdida o daño de material. Asimismo,
estas cajas de cartón acumularán la humedad que se desprende de los huesos; por ello, no es
recomendable reutilizarlas para el almacenaje definitivo de los restos, a no ser que sean sometidas a un
proceso de secado.
Limpieza y conservación en laboratorio.
Una vez admitido el material en el laboratorio, comienza el proceso curatorial en el que la limpieza es el
primer paso.
Las técnicas empleadas para la limpieza de los materiales esqueléticos varían de acuerdo al estado
general del hueso y también por las características del sustrato del cual fueron extraídos. Si los huesos se
encuentran en buen estado de preservación, sólidos y con el periostio intacto, puede considerarse la
posibilidad de emplear un lavado con agua potable en caso de ser necesario. Se sugiere no hacerlo bajo el
agua corriente, pues no se tiene control sobre el material que pudiera desprenderse, además que el hueso
absorbería demasiada humedad y podría destruirse, sobre todo el tejido esponjoso. El mejor método es
emplear una bandeja de poca profundidad, en la que el hueso es brevemente sumergido para remover los
restos de tierra en su superficie, y si es necesario, con un cepillo de dientes suave, tallar cuidadosamente la
superficie. Un enjuague rápido, para remover el lodo restante, es suficiente, y posteriormente, hay que
poner a secar los materiales. Aunque lo ideal es hacerlo sobre una rejilla, para permitir que el hueso drene
libremente el agua del lavado, también pueden utilizarse charolas en los que se ha puesto papel secante
que absorba la humedad (hay que cambiar el papel varias veces, hasta garantizar que los huesos estén
secos). Puede emplearse un ventilador a baja velocidad para acelerar el proceso de secado, pero nunca
debe usarse una fuente de calor (como un radiador), pues la superficie de los huesos puede desprenderse.
La limpieza “en seco” es otra opción; los huesos son cepillados suavemente hasta remover toda la tierra
adherida a ellos. Sólo en caso necesario se añaden unas gotas de agua para disolver los terrones sólidos,
principalmente en el interior de cavidades, para poder retirarlos sin afectar el hueso. La desventaja de este
método reside en que la tierra cepillada permanece flotando en el aire, por lo que el personal que efectúa
esta limpieza requiere el uso de cubrebocas y goggles para evitar la irritación de las mucosas.
Ambas técnicas pueden ser utilizadas de manera simultánea, y corresponde al investigador decidir cuál
es la más conveniente tomando en consideración las condiciones de cada unidad ósea.
En todo momento del proceso de limpieza debe cuidarse el no dejar marcas en la superficie del hueso;
en ocasiones, huellas de la manipulación del espécimen han sido confundidas con tratamientos mortuorios
y otros eventos tafonómicos, llevando al investigador a conclusiones erróneas.
Una vez seco el material, puede emprenderse la restauración de las piezas. Este proceso involucra el
pegado de fragmentos, para lo cual existen algunos lineamientos básicos:
El uso de un pegamento que pueda removerse fácilmente garantiza la corrección de los errores
involuntarios que puedan ocurrir en la restauración.
Las piezas que serán unidas deben estar secas (a no ser que se emplee un pegamento de base
agua, que puede aplicarse cuando el hueso aún está húmedo).
Antes de adherir los fragmentos, hay que verificar la unión exacta de los bordes, empleando si
es necesario una lupa. Para evitar errores es posible emplear uniones temporales con masking tape, sólo si
la superficie del hueso resiste la remoción posterior de la cinta.
Los bordes de unión deben estar limpios; fragmentos de hueso o restos de tierra debilitan el
pegado y ocasionan un desalineado que puede deformar la pieza restaurada.
El uso de una caja de arena permite colocar las piezas adheridas de manera que siempre estén
en contacto; hay que verificar que la arena no vaya a incrustarse en la superficie con pegamento. Antes de
retirar el hueso de la caja, hay que cerciorarse de que el pegamento esté completamente seco.
Al momento de integrar piezas dentales a sus alveolos es preciso estar absolutamente seguro de
que es la cavidad correcta; en caso de error, el proceso de despegado de dientes puede llevar a la fractura
del frágil hueso de los alveolos.
Se recomienda restaurar de manera separada la parte facial y la bóveda craneal, y ensamblarlas
una vez que las uniones de los materiales estén perfectamente secas. Para ajustar el ancho de la base del
cráneo, puede usarse como referencia la articulación de los cóndilos de la mandíbula.
No hay que apresurarse; en la restauración, un buen resultado es más importante que la rapidez
del proceso.
El siguiente paso del proceso es el marcado individual de las piezas óseas, con la clave del sitio, unidad
de excavación y entierro, de acuerdo con las claves establecidas por el director del proyecto. Para este fin,
puede emplearse tinta china negra aplicada con plumilla, o plumín indeleble de punta extrafina: las marcas
deben hacerse con letra pequeña, pero clara y legible, en las caras internas de cada unidad. La escritura de
la marca sobre la superficie puede hacerse después de aplicar una delgada capa de consolidante o barniz
para uñas, para que la tinta no se corra o se absorba; posteriormente, una vez seca la tinta, se recomienda
aplicar otra mano de barniz, para fijar la marca.
El registro de los materiales óseos en el laboratorio se realiza mediante cédulas diseñadas ex profeso –
de inventario, de contexto arqueológico, gráficas, de condiciones de salud, etc. -; estos acervos deben
existir tanto en formato físico como en memorias electrónicas, de manera que se garantice la permanencia
de la información relativa al origen y características de cada esqueleto que se guarda en la osteoteca.
Toma de muestras de material óseo.
En algunos proyectos se ha planteado la necesidad de tomar porciones de tejido óseo con el fin de
efectuar análisis de diversa índole (químicos, patológicos, de ADN, etc.). Los protocolos para cada tipo de
estudio son muy específicos, por lo que en este apartado sólo se efectuarán recomendaciones particulares.
La toma de tejidos óseos para análisis implica la destrucción parcial o total de algunas unidades
óseas; por ello, estos procedimientos deben ser plenamente justificados por el investigador, en pos de
obtener resultados de relevancia para el conocimiento científico.
Las muestras deben ser cuidadosamente obtenidas, pues no debe haber repetición; no puede
continuarse la toma de tejido de forma indefinida, pues implica una mayor destrucción de los materiales
esqueléticos.
Para evitar la contaminación de los especímenes, la obtención de los tejidos debe hacerse en el
lugar menos expuesto a los elementos y cuidando las normas básicas de laboratorio, como es el uso de
guantes de látex, cubrebocas y redes para el cabello. El uso de herramientas nuevas o esterilizadas también
favorece la obtención de muestras sin contaminación.
El registro gráfico minucioso de las piezas óseas que serán destruidas total o parcialmente
minimiza la pérdida de información. La toma de moldes de yeso o silicón, o el efectuar radiografías de los
huesos que serán afectados también colaboran a este fin.
Las cédulas de inventario y resguardo de las colecciones deben consignar cualquier destrucción
de los materiales, especificando el motivo de la extracción de tejido, la pieza ósea afectada, la cantidad de
tejido removido, la fecha de la toma de muestra y el nombre del investigador responsable.11
Almacenamiento en osteotecas.
Una vez concluido el proceso de limpieza y consolidación de los esqueletos, el investigador enfrenta la
necesidad de almacenar los materiales de manera que se asegure su integridad y conservación.
Los contenedores en los que se mantendrán los restos deben ser de un material que no permita la
acumulación de humedad en su interior, y que por su pH no afecte a los huesos. Hay que tomar en cuenta
que también debe evitarse por completo el ingreso de roedores e insectos a los contenedores.
En nuestro país, el uso de cajas de cartón corrugado (en ocasiones, parafinado o plastificado) en las
osteotecas del INAH y de otras instituciones es generalizado; es una solución barata y efectiva, en tanto
cumplen las dos premisas anteriores. Sin embargo, en climas extremadamente húmedos la vida útil de
estos contenedores se reduce, y su efectividad decrece. En estas circunstancias, debe explorarse una
solución que resuelva estos problemas, como sustituir las cajas de cartón por envases plásticos ventilados
antihongos (tipo tupper ware).
El interior de los contenedores debe estar forrado por una capa de material aislante, que impida el roce
y el movimiento de los huesos durante su almacenamiento; este material puede ser guata de algodón o
11
Es preciso hacer hincapié que en México no puede efectuarse una toma de muestras de material
arqueológico bajo el resguardo del INAH sin contar con un proyecto revisado y aprobado por el Consejo de
Arqueología o por otras instancias similares.
sintético. Este último tiene la ventaja de proporcionar un medio en el que el crecimiento de hongos y
bacterias es muy limitado.
Una observación importante respecto a los materiales óseos que integran una osteoteca: no porque ya
hayan sido “analizados” deben ser colocados de manera negligente en un área inadecuada. Los esqueletos
que integran toda colección arqueológica deben mantenerse en espacios ventilados, secos y con poca luz
directa, al tiempo que los estantes en los que se coloquen sus cajas deben permitir el acceso a ellos y
resguardarlos de encharcamientos y otros riesgos.
Los encargados de una osteoteca deben asegurarse de que los materiales óseos y sus contenedores
permanezcan siempre en un estado de conservación óptimo, para la consulta futura de otros
investigadores. La premisa de respeto a los esqueletos, es decir, a individuos que vivieron en tiempos
pasados, debe regir todo tratamiento, investigación y resguardo.
Comentario final
Los métodos de excavación, así como los objetivos y las estrategias de un proyecto arqueológico,
intervienen de manera importante en la composición, condición y representatividad de un ensamble
esquelético; las técnicas de recuperación y análisis espacial de los elementos óseos y culturales, desde una
perspectiva tafonómica, pueden permitir la recuperación de la estructura latente del contexto
arqueológico. Asimismo, un adecuado conocimiento de la anatomía esquelética permite no sólo la correcta
recuperación de los materiales óseos, sino también la comprensión de los procesos de depósito, el carácter
del ensamble esquelético
La correcta conservación de los materiales óseos permite estudios de diversa índole a lo largo de
muchos años; es preciso que los acervos esqueléticos de origen arqueológico sean resguardados de manera
diligente y responsable, para garantizar su integridad. Es –debe serlo- una labor compartida por todos los
investigadores que trabajamos en el floreciente campo de la bioarqueología.
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