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Alfonso Arellano Hernández
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contacto@fundacionarmella.org
iSBN: 123-456-7890-12-3
www.fundacionarmella.org
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Si quieres estudiar al hombre antiguo de cualquier época, no olvides que es como tú: es un hombre.
Beatriz de la Fuente
El maestro Alfonso Arellano Hernández nos da en este escrito una clara imagen de lo que es, ha sido y será la guerra para el hombre. Toma varias culturas y diferentes épocas en que se ha regido por la guerra, ya fuera para adquirir más territorios, más poder, o simplemente para demostrar que es el más fuerte; de cualquier manera, dado que la conquista está implícita en la con-dición humana, demostrar que es el más poderoso siempre ha sido de gran valor para él.
No hay una sola cultura, desde el principio de los tiempos, en cuyos rastros no se vea una gran variedad de cosas que hacen alusión a la guerra, muchas veces sin razón...
Efectivamente, desde los olmecas hasta los mexicas, hay testi-monios de guerra. Como acertadamente menciona el autor, hubo épocas en que se pensó que pueblos como el teotihuacano fueron pacifistas, pero con el tiempo se demostró lo contrario.
En este escrito se podrá ver precisamente cómo se pasó de este pensamiento pacifista a la certeza de que fueron pueblos guerre-ros (lo que ha sucedido en todo el mundo); cómo en todas las regiones del Altiplano Central mexicano y más allá siempre hubo conquista y sumisión de los pueblos mediante la fuerza. El libro tiene ejemplos numerosos e ilustraciones muy acordes con el tex-to, que sirven de mutuo refuerzo de las ideas que el maestro Are-llano ofrece.
Las formas de sometimiento son diferentes pero tienen el mismo fin: quedar uno arriba del otro, quitándole a sus dioses, queman-do sus tierras, capturándolos para sacrificio, o simplemente (como
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tanto se ha dicho de los mexicas, según cita el maestro Arellano, pues son de quienes más informes tenemos sobre las guerras flori-das, por ejemplo) para tener cautivos de guerra y ofrecerlos a los dioses. En verdad los pueblos mesoamericanos pensaban que sin sacrificio no había mundo.
Los mesoamericanos y muchos pueblos antiguos pensaban eso… Lo increíble es que los pueblos actuales, con tanta cultura, tanta tecnología, tanto avance siguen haciendo la guerra por diferentes causas, implícito en todas el poder. Según menciona el maestro Arellano tan atinadamente, la guerra es un “divertimento béli-co” que ha practicado, practica y seguirá practicando el hombre, porque la sed de poder y conquista no tiene que ver con la época: tiene que ver con el ser humano. De esto los lectores podrán darse cuenta en este magnífico escrito de Alfonso Arellano Hernández, el cual he disfrutado renglón por renglón y todos disfrutarán: Me-soamérica, tan magnífica, tan bella, tan misteriosa y tan bélica en todos sus tiempos.
Elsa Julieta Serrano Peña
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Los problemas de la guerra
Mesoamérica y sus modos de guerrear
Los primeros conflictos armados
Elocuencia, sutileza y brutalidad
La incomprendida violencia de los mayas
Aficiones bélicas
Parangones de guerra
Comentarios finales
Notas
Glosario
Bibliografía
Anexos
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Si quieres la paz, prepara la guerra.Proverbio latino
Canta, diosa, la cólera de Aquiles el Pelida, funesta a los aqueos, haz de calamidades, que tantas fieras
almas de guerreros dio al Hades, y a los perros y aves el pasto de su vida...
Homero
Ilíada
« Preludio». Traslado de Alfonso Reyes, 1949
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Losproblemas
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omo habilis, Homo faber, Homo sapiens: el hombre hábil, fabricante, sabio. Así se autodefine el ser humano con base en factores biológicos, complementados por los culturales, en particular el empleo del cerebro para la producción de objetos que faciliten la vida. Tecnología, diríase. También, por cierto, podría considerarse Homo bellicus: el hombre guerrero. Y muchos podrían pensar que la guerra y la sapiencia son opuestas e irreconciliables; pero no es así; antes bien, se complementan.
Con tristeza, decía don Alfonso Reyes —el más sabio de los mexicanos—, se ve que la guerra es uno de los elementos impulsores del desarrollo humano. Sí. La tecnología avanza al servicio del exterminio del hombre; desde las piedras y los palos hasta las bombas atómica y de hidrógeno, y en nuestros días las bacterias.
H
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Acervo FCAS.Registro inah: 1149-123 1/2 Guerrero en actitud atenta. Aparentemente viste ichcahuipil, pectoral y sandalias. Lleva rodela en la mano derecha y la izquierda quizá sostuvo un arma.
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Parece una verdad incontestable. Se ha comprobado que la agre-sividad es un elemento inherente a todos los animales: se lucha por hacerse de un territorio y de hembras, y por protegerlas con-tra invasores o rivales. Es, pues, una ley vital. En el caso humano ocurre igual, aunque interviene la capacidad de raciocino para modificar y controlar esas conductas agresivas. Sin embargo, la guerra ha sido un factor básico en la estructuración de las socie-dades y sus interrelaciones.
Dada la amplitud del tema, mi objetivo en estas páginas no es ha-cer el recuento de la belicosidad humana, sino exponer distintas reflexiones en torno a la guerra surgidas de mi constante acerca-miento a las obras de arte prehispánico. Aún así, conviene al menos aludir a algunos rasgos generales. En principio, estimo adecuado traer a la memoria uno de varios orígenes de tal actitud humana, aunque no sea sino de manera superficial.
En tanto animal gregario, el humano establece profundos víncu-los con su comunidad y territorio. Amén de los instintos, entran en juego sentimientos de seguridad y pertenencia a un tronco común, sagrado y mundano a la vez (tótem, familia, etc.), que hermanan a los individuos y conforman el grupo. Es la certeza
Guerra entre Tlatelolco y
Tenochtitlán. Códice Durán.
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de protección y defensa contra enemi-gos, reales y metafísicos, con lo cual se conjura el peligro de separación de la comunidad y del territorio, de la pérdida de bienes materiales e intangibles básicos para la supervivencia. Se trata, pues, de la conciencia de pertenecer a un grupo, de contar con identidad social, ideológi-ca, nacional, e implica que la comunidad reaccione en conjunto ante las crisis y se defienda contra ellas, o provoque otras contra sus enemigos.
Cabe referir, aun con brevedad, que la defensa tiene una amplia gama: desde la sagrada y mágica, que actúa en el plano metafísico, hasta la concreta, que destru-ye en el plano material. Cada comunidad se fortalece: inventa e invoca dioses po-derosos y protectores, construye sólidos escondrijos donde ocultar los tesoros, al-rededor de las casas cava fosos y levanta muros para que sirvan de fortaleza, fabri-ca armas en las que la imaginación no en-cuentra límites, selecciona a los hombres más fuertes y los excluye de cualquier actividad excepto la batalla (defensiva y agresiva), y les paga por ello.
Ahora bien, cada comunidad cuenta con reservas limitadas de ali-mento o de bienes que, en virtud de su abundancia o escasez, se pueden volver suntuarios. El intercambio de bienes no se hace esperar y ocurre con diversos matices. En el mejor de los casos, domina el comercio y la negociación; en otros, la diplomacia evita el recurso de las armas, y en el peor, el rival conquista y somete al poseedor para despojarlo de sus bienes, una vez aniquilada su defensa, y recibir tributos. A la vez, el despojo agresivo fomenta sentimientos patrióticos y anhelos de libertad en los sobrevivien-tes, que sólo consiguen sus objetivos con más luchas: la guerra para evitar la guerra.
Cautivo de guerra.
Tumba 116 de Tikal, siglo
vii d. C.
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Existe acuerdo en que hay fundamen-talmente dos tipos de guerra, según que el propósito sea extenderse o conservar-se, atacar o defender. El problema surge cuando la teoría quiere adjudicarle uno de los propósitos a una organización po-lítica en particular, imperio o ciudad es-tado. Sucede que, de entrada, la realidad es mucho más rica y variada que lo que puede expresarse en un marco teórico que pretende delimitar una fórmula de gobierno, según lo demuestran los análi-sis de cualquier estado. Y tengo por cierto que semejante correspondencia es insos-tenible, dados los incontables matices del desarrollo político humano. No cabe duda de que, en cualquier caso, la guerra se encamina a la expansión territorial, la adquisi-ción de bienes (básicos y de lujo) —producidos en un territorio (o en otro bajo su dominio)— o su control en forma de tributo.
Pareja de combatientes
del estilo Colima.
Siglos iv al vii d. C.
Captura de Huitzilíhuitl
y su hija Chimalaxoch
en 1352. Códice Boturini.
Pero el binomio antes mencionado quiere ver diferencias en la for-ma de gobierno aplicada a los derrotados. A los imperios les atañe —se dice— el control físico y político del territorio, que se logra con la imposición de un regente adepto al vencedor, o por el some-timiento del vencido como súbdito o aliado. A las ciudades estado
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Alfonso Arellano Hernández
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contacto@fundacionarmella.org
ISBN: 123-456-7890-12-3
www.fundacionarmella.org
Las formas de someter son diferentes pero todas comparten un mismo fin: dominar al otro, despojarlo de sus dioses, quemar sus tierras, convertirlo en cautivo de guerra y ofrecerlo a los dioses, pues es verdad que los pueblos mesoamericanos pensaban que sin sacrificio no habría mundo.
-Elsa Julieta Serrano Peña
Parece una verdad incontestable. Se ha comprobado que la agresividad es un elemento inherente a todos los animales: se lucha por hacerse de un territorio y de hembras, y por protegerlas contra invasores o rivales. Es, pues, una ley vital. En el caso humano ocurre igual y aunque puede intervenir la capacidad de raciocino para modificar y controlar esas conductas agresivas, la guerra ha sido un factor básico en la estructuración de las sociedades y sus interrelaciones.
Dada la amplitud del tema, el objetivo de estas páginas no es hacer el recuento de la belicosidad humana, sino exponer distintas reflexiones en torno a la guerra surgidas del constante acercamiento de Alfonso Arellano a las obras de arte prehispánico.
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