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Ciclo B
Todos los domingos celebramos la Eucaristía como el centro de ese día; pero hoy celebramos
especialmente la fiesta de la Eucaristía.
Jesús subió al cielo; pero quiso quedarse entre nosotros. Está en las personas, está en su palabra, en la comunidad que ora…; Pero de una manera más real está en la Eucaristía.
Al hablar de la Eucaristía podemos fijarnos en el hecho de que el pan se convierte en el Cuerpo de Jesús; podemos fijarnos en el amor de Jesús cuando le recibimos en la comunión. Hoy nos fijamos principalmente en que la permanencia de Jesús continúa en la Eucaristía, aun después de la Misa.
En la edad Media hubo la herejía de un tal Berengario, persona influyente, que negaba la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Afirmaba que Jesús estaba sólo en símbolo.
Por eso la Iglesia estudió
más profundamente el misterio y las
palabras de Jesús.
Y la reacción de los católicos fue adorar más a Jesús presente en la Eucaristía. Y vino la fiesta del
Corpus y el acompañar a Jesús por las calles, cuando sale en procesión.
Y vino un resurgir de la fe por la
adoración a Cristo en la Eucaristía.
Y fue el cantar a
Cristo, que es el Amor
de los amores, porque
“Dios está aquí”.
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a Cristo Redentor
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En este año, que es del ciclo B, el evangelio nos narra la institución de la Eucaristía, según el
evangelista san Marcos.
Mc 14, 12-16, 22-26
Dice así:
El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?" Él envió a dos discípulos, diciéndoles: "Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?" Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena." Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: "Tomad, esto es mi cuerpo." Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo: "Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios." Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.
Era el jueves santo. Jesús realizó lo que había prometido, que era quedarse entre nosotros de una manera muy especial debido a su inmenso amor.
En aquella tarde de intimidades y amor profundo realiza Jesús la Eucaristía. Pero no era para quedarse muy íntimamente sólo con los apóstoles aquel día, sino para perpetuarse como alimento entre nosotros.
Es la manifestación más sublime del amor, donde no sólo nos unimos con Cristo, sino también entre nosotros porque recibimos el mismo alimento.
Pero en este ciclo B, por medio de las tres lecturas nos vamos a fijar en un tema: la Alianza.
Lo cual indica que hubo antes otra alianza entre Dios y su pueblo, que no respondió a las exigencias que Dios quería.
Al instituir la Eucaristía, Jesús toma el cáliz y dice que es su “sangre de la nueva alianza”.
La Eucaristía va a ser la nueva alianza. Dios
pone su infinito amor; pero nosotros debemos
corresponder: Cuando
comulgamos dignamente
sellamos esa nueva alianza.
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bebiendo del
mismo vino,
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En los tiempos de
Moisés hubo una alianza entre Dios y
su pueblo. De ello nos habla la 1ª lectura: Ex 24, 3-8.
En aquellos días, Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una: "Haremos todo lo que dice el
Señor." Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y
mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocaustos, y vacas como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la sangre, y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después, tomó el documento de
la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió: "Haremos todo lo que manda el Señor y lo
obedeceremos." Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: "Ésta es la sangre de la alianza que hace el
Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos."
Aquella alianza se hacía al estilo popular, según un ritual primitivo, sellada por el derramamiento de una sangre, símbolo de la vida. Se derramaba sobre el altar, que representaba a Dios, y sobre el pueblo.
Intentaba realizar una comunidad de vida entre Dios y los hombres. Esa alianza venía reforzada con el banquete posterior, comiendo el pueblo de la carne que había sido sacrificada. Aunque corroborada con sangre de animales, Dios se compromete a ayudar.
Hay algo importante en esa alianza: el pueblo se compromete a hacer lo que diga el Señor. Y lo repite dos veces. Sabemos que el pueblo no fue fiel a los compromisos pactados. El rito de la sangre quería decir que una misma sangre debería correr por las venas de Dios y del pueblo.
En la Eucaristía sí se da una verdadera alianza de amor y de sangre. Una misma sangre y una misma vida alimenta a Dios y a los hombres. No es la sangre de animales lo que les une, sino la sangre de Cristo, Dios y hombre verdadero.
Fue necesaria la muerte de Cristo para sellar tan inmensa y profunda alianza. Por ese sacrificio de Jesús, nosotros podemos llegar a tener la herencia eterna. Así nos lo dice hoy san Pablo en la 2ª lectura.
Heb 9, 11-15:
Hermanos: Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Su tabernáculo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado. No usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna. Si la sangre de machos cabríos y de toros y el rociar con las cenizas de una becerra tienen poder de consagrar a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo. Por esa razón, es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.
A Dios no le satisfacen los sacrificios y holocaustos de animales. Dios quiere el sacrificio de nuestra voluntad. Será real nuestro sacrificio, cuando unimos nuestra voluntad a la de Cristo.
Por eso nuestra respuesta tiene que ser de amor, el más
grande que podamos. Lo menos que podemos hacer
es asistir a la Eucaristía. Quizá no se nos pida sangre propia, pero sí algo
que nos cueste como la sangre.
En la Eucaristía tenemos la mejor manera de unir nuestra vida con la muerte y resurrección de Cristo, porque ya decía san Pablo que cada vez que comemos el pan , que es el Cuerpo de Cristo y bebemos el vino, que es su Sangre, anunciamos su muerte.
Automático
Cada vez que bebemos de este vino, cada vez que comemos de este pan,
anunciamos la muerte de
Cristo,
La noche en que
lo iban a entregar
y, después de dar gracias, lo partió y se lo dio
y les dijo:
Tomad y
comed todos,
Cada vez que bebemos de este vino, cada vez que comemos de este pan,
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La muerte de Cristo nos enseña cómo el bien supera al mal hecho por el hombre. Jesús expía el pecado por el camino del amor. Él ha hecho lo más; pero nosotros debemos unirnos. Y la Eucaristía es el camino verdadero.
Hoy, día del Corpus, día de la Eucaristía, si podemos asistir a algún acto solemne en que adoramos a Cristo Jesús sintamos que es el grado mayor de amor expresado en esa entrega continua mientras nos acompaña en nuestro caminar de la vida.
Hoy, ante la presencia de
Cristo eucarístico, se nos invita a un
acto más profundo de fe. Y
una fe no es verdadera si no
está unida al amor.
La Eucaristía no es una devoción más. Es la vida de Dios que penetra en nosotros, como individuos y como miembros de una comunidad.
Porque el Cuerpo y la Sangre de Cristo
es el vínculo
de la unidad.
Si nos sentimos unidos con Cristo, no podemos consentir que haya tantas personas con tantas carencias y con tanto sufrimiento. No se puede comulgar y seguir tan cómodos y tan orgullosos. Amar a Cristo es amar a los que Él ama.
En aquella alianza del Ant. Testamento
la gente se comprometió a
cumplir lo que dice el Señor. Hoy
debemos estar atentos para ver
qué nos dice Jesús desde la Eucaristía.
A principios del siglo IV son célebres los mártires de Abitinia, en el norte de África. Y decían al morir: “Sin el Domingo no podemos vivir”. Porque ¿Para qué querían la vida sin la verdadera Vida?.
En tiempos de persecuciones había cristianos que se jugaban la vida para asistir a la Eucaristía.
Terminamos hoy con lo que nos dice el salmo responsorial. Es la respuesta de la persona fiel al bien que Dios le ha hecho. Ante tanta bondad de Jesús en la Eucaristía ¿qué estamos dispuestos a hacer?
Por lo menos asistamos con fe a la Eucaristía. Viene a ser lo
que dice el salmista: “Alzaré
la copa de la salvación”.
Y cumplamos tantos
compromisos que hacemos precisamente
en la presencia de Cristo en la Eucaristía.
Automático
todo el bien que
me has hecho?
Alzaré la copa de
la salvación
invocaré tu nombre.
Y así te pagaré,
oh Señor,
todo el bien que me has hecho?
Y así te pagaré,
oh Señor,
AMÉN
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