Cuantas veces nos reunimos para celebrar la la misa, lo hacemos destacando la realidad de Cristo...

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Jesucristo,

Puerta y

Pastor de las ovejas

Cuantas veces nos reunimos para celebrar lala misa, lo hacemos

destacando la realidad de Cristo resucitado; presente

en nosotros por la Palabra y por el sacramento del Pan.

Pero en los días de Pascua lo destacamos con mayor acento. ¡Cristo ha resucitado y es el fundamento de nuestra fe!

En el domingo cuarto de Pascua conmemoramos a Cristo como Buen Pastor, después de haber pasado tres domingos celebrando la presencia viva de Jesús resucitado.

Y en este domingo desde hace muchos años celebramos en toda la Iglesia la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones consagradas: al sacerdocio, a la vida religiosa, a la dedicación misionera.

Nosotros queremos hacernos eco de estas celebraciones, como miembros que somos de la Iglesia universal.

Ven, Espíritu Santo, Abre nuestros oídos para que

escuchemos la Palabra y desde ellaaumente en la grey de Cristo el deseo

de unidad, de mutuo respeto,de acogida, de fraternidad,

porque éstos son los signosde la presencia entre nosotros

y de la voluntad del Padre.Que escuchemos la Palabra

Para que sigamos a nuestro único Pastor, Jesucristo.

Amén.

Del discurso de Pedro el día de Pentecostés, que habíamos leído en gran parte el domingo pasado, escuchamos hoy su conclusión, que es también el resumen de

todo el «kerigma» de Pedro en sus varios discursos, o sea, del núcleo evangelizador que contienen:

«sepa, pues, todo Israel que a ese Jesús, a quien ustedes

crucificaron, Dios lo ha constituido Señor y Mesías».

Pedro invita a la conversión.

La situación del paganismo se presentaba como obstáculo a la evangelización.

Pedro afronta de modo cariñoso, pero enérgico, esa

situación, llamando a la conversión de todos.

El efecto del discurso es inmediato, y muchos de los oyentes de Pedro se preguntan: «¿qué hemos de hacer?».

Lo que sigue es como el camino programático de lo que significa la iniciación cristiana, desde la fe al bautismo y a la agregación a la comunidad.

San Pedro, en su sermón, explica cómo Jesús crucificado y resucitado es Señor de todos.

Por lo mismo todos están llamados a reconocer el señorío de Jesús, no sólo con palabras y sentimientos, sino por el camino de la conversión.

No podía ser otro hoy el salmo intercalado entre las lecturas: «el Señor es mi pastor, nada me falta». No tanto como eco a la primera lectura de hoy, sino por sintonía con el ambiente de toda la celebración, con la clave central del Buen Pastor.

La segunda lectura complementa la primera. Aquí Pedro nos recuerda que Jesús obtuvo su señorío por la humildad y la misericordia, y colocándose en nuestro lugar. («Sus heridas nos han sanado»).

Por lo tanto Jesús es nuestro Señor no como dueño o dominador, sino como pastor bueno y misericordioso.

Ser perseguido por la justicia debe ser lo más natural en el cristianismo. De esa forma nos asimilamos con Cristo por su misma causa.

Sería muy sospechosa la Iglesia, si al proclamar el evangelio, no tuviese que sufrir nunca nada de los poderes constituidos, sino que más bien apareciese como aliada de los mismos.

Para un cristiano que tiene que soportar dificultades y sufrimientos, según Pedro en su carta, el mejor modelo es Cristo Jesús:

«padeció su pasión por ustedes, dejándoles un ejemplo para que sigan sus huellas».

Al describir este ejemplo que nos ha dejado Jesús, la carta hace como un resumen del cuarto cántico del Siervo, en Isaías 53:

«él no cometió pecado ni encontraron engaño en su

boca... cargado con nuestros pecados subió al leño... para que nosotros vivamos para la justicia. Sus heridas nos han

curado».

Y describe lo que significa en la vida de un cristiano el haber encontrado a Cristo Jesús: «si, obrando el bien, soportan el sufrimiento, hacen una cosa hermosa ante Dios, pues para esto han sido llamados».

Además, este encuentro con Jesús, buen Pastor, debe representar un cambio en la vida: «andaban descarriados como ovejas, pero ahora han vuelto al pastor y guardián de sus vidas».

Seguir el camino del Evangelio de Jesús no es cosa fácil, pues para llegar a la luz de la resurrección hay que pasar por la cruz del sufrimiento.

Por ello, el Apóstol Pedro insiste en que hemos de seguir el camino y ejemplo de Jesús que venció al mal con el bien y tratado injustamente no devolvía insulto por insulto.

El Apóstol Pedro pone de manifiesto en su primera carta tres actitudes fundamentales en el creyente: obedecer, hacer el bien y aceptar el sufrimiento.

El Apóstol Pedro, al igual que San Pablo, no son revolucionarios de las estructuras sociales de su tiempo.

Tampoco aceptan la injusticia o los malos tratos que se daban a las gentes (criados o esclavos) con resignación.

La doctrina por ellos proclamada, siguiendo el

Evangelio del amor fraterno, de la igualdad entre los hombres, de la

libertad en Cristo, llevaría a la supresión de la

esclavitud.

Por otra parte, no solamente el sufrimiento inocente de Jesucristo es ejemplo para nosotros, sino que fue el medio por el que alcanzó el perdón para nuestros pecados:

«se sometió al sacrificio de la cruz para que por sus

heridas fuéramos curados».

1 Les aseguro: el que no entra por la puerta al corral de las ovejas, sino saltando por otra parte, es un ladrón y asaltante. 2 El que entra por la puerta es el pastor del rebaño. 3 El cuidador le abre, las ovejas oyen su voz, él llama a las suyas por su nombre y las saca.

14 Cuando ha sacado a todas las suyas, camina delante de ellas y ellas lo siguen; porque reconocen su voz. 5 A un extraño no le siguen, sino que escapan de él, porque no reconocen la voz de los extraños.

6 Ésta es la parábola que Jesús les propuso, pero ellos no entendieron a qué se refería. 7 Entonces, les habló otra vez:

–Les aseguro que yo soy la puerta del rebaño.

8 Todos los que vinieron [antes de mí] eran ladrones y asaltantes; pero las ovejas no los escucharon.

9 Yo soy la puerta: quien entra por mí se salvará; podrá entrar y salir y encontrar pastos. 10 El ladrón no viene más que a robar, matar y destrozar. Yo vine para que tengan vida, y la tengan en abundancia.

Palabra del Señor

R/. Gloria a Ti, Señor Jesús

En el Evangelio Jesús se presenta como el único Pastor confiable del pueblo.

Podemos confiar en él y seguirlo, porque

nos ha dado amplia prueba de ser «la puerta de las ovejas»".

Y la prueba final fue su propia muerte dolorosa y su resurrección por el bien de las ovejas.

RE-LEAMOS LA PALABRAPARA INTERIORIZARLA.

Como Jesús, los pastores y evangelizadores de la Iglesia deberían ser seguidos como verdaderas y confiables «puerta de las ovejas».

Pero también como Jesús, deben «ganarse» esta confianza,

entregando sus vidas por las ovejas, por el servicio y la

misericordia.

Las últimas palabras de este evangelio merecen una atención especial. «Vine para que tengan vida y la tengan en abundancia». Vida abundante para cada persona es el don pascual de Jesús.

Primeramente la vida nueva del espíritu: la liberación del mal y del pecado haciéndonos hijos de Dios para siempre.

Segundo, la humanización, el crecimiento en verdadero humanismo, pues todo lo realmente humano es también cristiano.

De las varias imágenes que en el Nuevo Testamento intentan describir quién es Jesús para nosotros (el Cordero, el Señor, el Rey, la Piedra angular, el Hijo del Hombre, la Luz, el Siervo, la Verdad, la Vida), en este domingo cuarto de Pascua cada año se nos presenta Jesús cómo el Buen Pastor, siguiendo el capítulo 10 del evangelio de Juan.

Ya hablan -aunque menos explícitamente que los pasajes de otros ciclos- de Cristo como el auténtico Pastor, que «conoce a sus ovejas», que da la vida por ellas, que ha venido «para que tengan vida y la tengan abundante»

Pero, sobre todo, al explicar a los fariseos la intención de sus palabras, insiste más en que él mismo, Cristo Jesús, es la legítima Puerta que da acceso a pastores y ovejas al redil de Dios.

Jesús es el buen pastor. El pastor se distingue del ladrón en que frente al rebaño tiene una actitud de generosidad y de entrega.

El pueblo que escuchaba a Jesús retendría en su memoria el recuerdo y la imagen cariñosa del Rey David como Rey-Pastor, que ganó la adhesión de su pueblo por su dulzura y servicio a sus gentes.

Por eso esperaban que «el Rey-Mesías» lejos de

«alimentarse a sí mismo», se esforzaría en «buscar y cuidar la oveja herida o descarriada».

Jesús se presenta precisamente como ese Buen

Pastor, que atendería más a las «ovejas», a las personas, que a

otros intereses.

El Buen Pastor, acaso para nosotros un tanto desconocido por la diversidad de culturas y de medios de vida actuales pero muy común en el entorno geográfico y cultural que vivió Jesús:

• camina delante de sus ovejas: orientándolas, guiándolas, llamándoles a cada una por su nombre...

• las defiende hasta dar la propia vida por ellas, les ofrece alimento saciándoles su

hambre y sed.

Una de las características de Jesús es «acoger» a quien se acerca a él, porque «ha venido a salvar lo que estaba perdido».

Esto es lo que hace Jesús, en contraposición a la actitud de los fariseos.

Jesús está al servicio de quien le sigue y entrega su doctrina y su vida por el bien de los suyos; por eso es la «puerta que lleva a la salvación».

Jesús es el pastor que marca el camino, pero el compañero que lo recorre, desbrozando a veces las dificultades; es fuerte frente a los enemigos que atacan al rebaño, pero cariñoso con las ovejas; su autoridad indiscutible está basada en la fe que las ovejas han depositado en el pastor: le siguen porque se fían de él.

Por otra parte, Jesús conoce personalmente a cada uno y nos llama por nuestro propio

nombre; por eso sabe de nuestras debilidades y de

nuestros buenos propósitos demasiadas veces incumplidos,

pero siempre «comprendidos por él».

Es dichoso el que sigue a Jesús, el que hace suyo el mensaje evangélico fijándose solamente en lo que Jesús dice hoy:

«Yo soy la puerta: quien entra por mí se salvará...

porque he venido para que tengan vida y la tengan

abundante».

Por la resurrección Jesús es constituido «el Señor».

Y la resurrección de Jesús ofrece una extraordinaria fuerza renovadora a nuestras vidas. Jesús respondió, en su vida y en su muerte, a la vocación y a la misión que le habían sido confiadas.

La resurrección es para todos una llamada y el fundamento, a vivir la vocación de la fe cristiana.

La proclamación que hace el Apóstol Pedro de este mensaje llega al corazón de muchos, que aceptan la «vida nueva» anunciada por el Apóstol en nombre del Señor.

La proclamación de esa Buena Nueva la hace un

hombre que «no tiene letras»; un hombre que tuvo miedo de confesarse cristiano; un hombre lleno de debilidades como las nuestras; pero un hombre lleno del Espíritu Santo y de entusiasmo al saberse salvado por Cristo resucitado.

La resurrección de Jesús confirma su realidad como Hijo de Dios y Salvador. Y la resurrección de Jesús nos pide y exige a nosotros una verdadera conversión al señor y a su Evangelio, como anunciaba el Apóstol Pedro.

La proclamación de Cristo Salvador y la conversión a él mediante la acogida de su Evangelio por el bautismo, hacen que la Iglesia vaya creciendo y afianzándose

entre nosotros, como sucedió con la predicación

del Apóstol Pedro.

Los Apóstoles realizaban una verdadera labor

misionera anunciando a Cristo resucitado como el enviado por Dios para la salvación de todos los

hombres.

San Pedro no nos predica una resignación pasiva ante el sufrimiento injusto.

Quiere enseñarnos que si alguna vez nos vemos afligidos por la prueba del sufrimiento, tengamos presente que la participación voluntaria y dichosa en los sufrimientos de Cristo, es la vocación mayor a la que un cristiano puede ser llamado por Dios.

Porque el sufrimiento se convierte en gracia y en participación de la obra

salvadora de Cristo cuando se le da dimensión redentora.

Los cristianos estamos llamados a "obrar bien con los

que sufren, pero también a obrar bien con nuestro

sufrimiento".

La carta de San Pedro nos ofrece un

mensaje de esperanza y consuelo para

situaciones difíciles e injustas por las que

podamos estar pasando.

Procuremos seguir el ejemplo de Cristo que no devolvía mal

por mal y se ponía en manos de quien juzga

justamente.

•Cristo, el Pastor

El protagonista de hoy, como no podía ser de otra manera en Pascua, es Cristo Jesús, que se proclama a sí mismo como el Buen Pastor y la Puerta.

Puede ser que no nos guste mucho el símil del pastor y las ovejas, sobre todo si nos fijamos en lo del «rebaño» y que todas las ovejas «lo siguen».

Parecería como si se favoreciese una visión

paternalista y gregaria de la comunidad eclesial.

O podemos pensar que tal vez los que vivimos en ciudades no entenderemos el símil empleado por Jesús.

Sin embargo, no es la intención de Cristo ese tono peyorativo del «rebaño» y del seguimiento al pastor, porque él les describe con rasgos claramente personalistas y de respeto a la libertad de cada uno.

Y tampoco es verdad que los «urbanos» no podamos entender las características de un pastor y su relación con las ovejas, aunque no veamos cada día rebaños que cruzan nuestras calles o autopistas.

Otros textos del día también inciden en el mismo tema de Cristo como el buen Pastor. La carta de Pedro termina diciendo a sus lectores: «han vuelto al pastor y guardián de sus vidas»;

la oración colecta pide que «el débil rebaño de tu Hijo tenga parte en la admirable victoria de su Pastor»;

el versículo del aleluya anticipa ya el contenido

del evangelio: «yo soy el Buen Pastor, conozco a mis ovejas y las mías me conocen»;

la antífona de la comunión afirma que «ha resucitado el Buen Pastor que dio la vida por sus ovejas y se dignó morir por su grey»;

la poscomunión llama Pastor a Dios Padre:

«Pastor bueno... haz que el rebaño adquirido por la sangre de tu Hijo pueda gozar...».

•Cristo, la Puerta

Pero hoy Jesús se presenta sobre todo como la Puerta por la hay que entrar y salir. Puerta significa acceso, entrada, mediación, acogida.

Las palabras de Jesús se aplican, ante todo, a los pastores mismos. Los que entran por esa puerta son guías y pastores legítimos.

A los que no entran por ella, sino que «saltan por otra parte», los compara Jesús a los ladrones, los bandidos y los extraños, que vienen a robar y matar, o a aprovecharse de las ovejas en favor propio.

Él mismo, Cristo Jesús, es un Pastor que ha entrado por la puerta legítima, enviado por Dios. Y él, a su vez, es el verdadero Maestro, el Camino, la bienvenida de Dios a su Reino.

«El que entre por mí se salvará». Como dice Pablo, «por él unos y otros tenemos acceso al Padre» (Ef. 2,18).

Y como razona el autor de la carta a. los Hebreos, «tenemos la seguridad para entrar en el Santuario en virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros a través de su propia carne» (Hbr.10,19).

El próximo leeremos, en el evangelio, una afirmación del mismo Jesús en la última cena: «nadie va al Padre sino por mí».

Jesús es también la Puerta para todos los que quieren salvarse. Es la Puerta abierta que invita a entrar en el Reino, una Puerta que es una verdadera bienvenida a la casa del Padre.

En la lectura hemos visto cuál es el camino de la iniciación cristiana, o sea, de entrada en el Reino de Cristo:

a) después del discurso evangelizador de Pedro;

b) viene la conversión y la fe por parte de muchos: “¿qué hemos de hacer?";

c) Pedro les dice que se conviertan, que abandonen su camino anterior, propio de una «generación perversa»;

d) o sea, que crean en Jesús;

e) los que creen, reciben el Bautismo, que es perdón de pecados y a la vez don del Espíritu;

f) bautismo que es universal, para todos los que se sientan llamados por Dios; y

g) así quedan agregados a la comunidad eclesial, la comunidad del Resucitado, el nuevo Israel, que empieza a crecer nada menos que con tres mil nuevos miembros.

El programa de vida de esta comunidad ya lo leímos el segundo domingo de Pascua en el primer «sumario» de Lucas: doctrina, fracción del pan, oración, fraternidad.

Ese es el camino auténtico, la Puerta por la que se entra en la comunidad de la salvación.

En un mundo que busca respuestas al sentido de la vida y ensaya caminos y puertas diferentes para la felicidad o el progreso, la respuesta de Dios es hoy clara: la Puerta verdadera es Cristo, el Señor.

Aunque entrar por la Puerta que es Cristo no significa sólo estar bautizado o haber inscrito el nombre en una comunidad, sino oír su voz, seguirle e imitarle.

Concede, Padre, a la Iglesia,que sus pastores – servidores,

el Papa, los Obispos y Sacerdotes,realicen fielmente y con ilusión

su labor evangelizadora en todo el mundo.Te rogamos que siempre haya

corazones jóvenesque estén dispuestos a seguir tu llamada

y dedicar su vida, como Jesús y los Apóstoles, al servicio de todos los hombres,

siendo testigos de la Buena Nueva de la esperanza.

Que los hogares cristianos se sientan testigos del Evangelioy fomenten la vocación cristiana

y misionera de sus hijos.Que todos nosotros,

en el lugar y circunstancias en las que vivimos,

demos testimonio de nuestra fey compartamos con gozo

nuestra esperanza en Cristo resucitado.

Amén.

•Lecciones para los «pastores» de hoy

Cristo dedica palabras muy duras a los fariseos, que eran en verdad «malos pastores» del pueblo.

Por contraste, las cualidades que debe tener un buen pastor les hacen falta hoy, en positivo, a todos los que de alguna manera son «pastores» en la comunidad como colaboradores de Cristo a favor de todos…

Son pastores, ante todo, los ministros ordenados, desde el Papa hasta los obispos, presbíteros y

diáconos, pero también los padres, los educadores, los

catequistas, los que llamamos «agentes pastorales» de

una comunidad.

Todos participan en un grado u otro del ministerio pastoral de Cristo Jesús. Y a todos ellos les va bien recordar que el auténtico pastor:

a) entra por la puerta legítima y no, como los ladrones, por la puerta falsa; no se arroga él mismo el ministerio, sino que lo recibe de la Iglesia, y en el caso de los ministros ordenados, sellado con un sacramento;

no puede actuar como los falsos profetas o guías ciegos que no conducen a la salvación, sino a la perdición;

si Pedro predica con valentía y autoridad, es porque ha oído de labios del mismo Maestro la palabra: «apacienta a mis ovejas»;

b) Conoce a sus ovejas, las llama por su nombre: ¿no es esta una invitación a que los

pastores conozcan y respeten a cada persona, con sus

características, su temperamento y formación?

¿se puede decir que conocemos a cada oveja por su nombre, a cada persona en su contexto y sus circunstancias, y no considerar que todas son iguales y tratarlas "gregariamente"?;

c) «va delante de las ovejas», camina precediéndolas: da la cara por ellas si acecha el peligro, las conduce por caminos seguros, les da ejemplo de servicialidad, de entrega por los demás, de desinterés, de vida de oración, de lucha por la justicia;

es como Jesús, que en su decidida marcha hacia Jerusalén, iba delante de sus discípulos (cf. Marcos10,32) y, en la última cena, se ciñó la toalla y les dio un magnífico ejemplo de servicialidad fraterna, y al final les dijo:

«ustedes también deben lavarse los pies unos a otros, porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros»

e) anuncia a todos la buena noticia de la resurrección de Cristo con el mismo entusiasmo que el primer Papa, Pedro, y los demás apóstoles, que no podían guardar para sí la gran convicción y llenaron el mundo de su anuncio;

f) no se aprovecha a favor propio de la misión que se le ha encomendado, sino que debe estar dispuesto a defender y dar su vida por las ovejas, como Cristo...

• Va llamando por su nombre a sus ovejas

Además, las lecturas de hoy nos invitan a pensar si nuestro método evangelizador es como el de Cristo: conociendo a cada uno y respetando su situación y su cultura.

Pablo y Bernabé predicaban a judíos y a paganos.

Lo hacían con una pedagogía adecuada a cada caso. También de ellos se puede decir que "conocían a sus ovejas" y respetaban su situación cultural y religiosa.

Si eran paganos, partían del Dios Creador, de la hermosura de este mundo, de los valores que entendían sus oyentes, y de ahí les llevaban a Cristo Jesús.

En la tarea misionera que la Iglesia ha ido desarrollando desde hace muchos siglos, es notorio, en algunas ocasiones, el esfuerzo de inculturación de la teología y de la liturgia según las características culturales de cada pueblo.

Desde el Vaticano II, la Iglesia se ha decidido a adoptar las lenguas vivas de cada región para su celebración litúrgica: cosa que ya en el siglo IX intentaron realizar los hermanos Cirilo y Metodio en tierras eslavas, y otros misioneros en el siglo XVI por el lejano Oriente.

Aunque no ha sido una opción seguida en otras ocasiones.

Para evangelizar a las personas y a los pueblos, además del paso que se ha dado del latín a las más de cuatrocientas lenguas en que ahora se celebra la liturgia en la Iglesia, todavía queda mucho por hacer en la búsqueda de un lenguaje más accesible para el hombre de hoy.

Es un esfuerzo continuado de encarnación, tanto en la labor evangelizadora como en la celebrativa.

Como el pastor, según dice Jesús, conoce a sus ovejas, y como Pablo y Bernabé se adaptaban a la situación cultural de fe de sus auditorios, los cristianos de hoy -en particular los que tienen alguna clase de autoridad o misión catequética y evangelizadora- también tendremos que adaptarnos a la situación de fe de las personas: de los novios que vienen a pedir la boda por la Iglesia, o de las familias que piden el Bautismo o la Primera Comunión o el entierro eclesiástico para los suyos.

Deberíamos ser universales, cada uno en su ambiente. No sólo en el ministerio pastoral de los ordenados en la comunidad, sino también en nuestro servicio de educación de los jóvenes o de atención a los ancianos o en la catequesis o en nuestro diálogo con los alejados o con personas de otra cultura y religión, deberíamos aprender el método del Buen Pastor, método de cercanía, de acompañamiento, de conocimiento de cada persona.

Como el pastor, según dice Jesús, conoce a sus ovejas, y como Pablo y Bernabé se adaptaban a la situación cultural de fe de sus auditorios, los cristianos de hoy -en particular los que tienen alguna clase de autoridad o misión catequética y evangelizadora- también tendremos que adaptarnos a la situación de fe de las personas: de los novios que vienen a pedir la boda por la Iglesia, o de las familias que piden el Bautismo o la Primera Comunión o el entierro eclesiástico para los suyos.

* El Buen Pastor nos habla

y nos alimenta

en la Eucaristía

Cristo es Pastor del Pueblo y Siervo de Dios entregado en sacrificio.

Renunciando a su vida se entrega para la salvación de todos.

En la Eucaristía tal vez sea el momento privilegiado en que nosotros, seguidores de Jesús, "escuchamos su voz", hacemos caso de lo que nos dice y nos alimentamos con su Cuerpo y Sangre, cuando él, como el auténtico Buen Pastor, «nos da la vida eterna».

En la oración sobre las ofrendas de hoy expresamos una vez más una "definición" de lo que sucede cada vez que celebramos la Eucaristía, como memorial de la muerte salvadora de Cristo:

«que la actualización repetida de nuestra redención sea para

nosotros fuente de gozo incesante».

Aunque luego, fuera de la celebración, a lo largo del día y de la semana, debemos seguir siendo discípulos de Cristo que escuchan su voz y le siguen en su estilo de vida.

En el «domingo del Buen Pastor» haremos bien en examinarnos si nosotros somos «buenas ovejas», «buenos obreros del Evangelio»,

buenos discípulos de Cristo Jesús, con una relación vital e interpersonal con él, no sólo «creyendo en él», sino siguiéndole....

Por lo tanto, como

cristianos y evangelizadores, preocupados por la promoción del Reino

de Dios (Reino de vida),

debemos trabajar por todo lo que lleva a la vida en el pueblo (espiritual, intelectual, ética, cultural, etc.) y debemos oponernos a todo lo que destruye o disminuye la vida del pueblo (pecado, corrupción, violencia, represión, miseria, hambre, etc.)

1. Piense en situaciones y cosas que atentan contra la vida en su ambiente.

2. ¿Qué puedo hacer para mejorar lo que es vida a mi alrededor?

Madre del Buen Pastor,

ruega por nosotros.

P. Carlos Pabón Cárdenas, eudista.