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Describe la diablada de pillaro en su totalidad.
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Etnocultura de la resistencia
en la escenografía de las diabladas de Píllaro
Palabras del Dr. Arq. Oswaldo Páez Barrera, Decano de la Facultad de Arquitectura y
Urbanismo de la UISEK
en la presentación del libro de la Lcda. Vanessa Niquinga Acosta.
Aula Benjamín Carrión. Casa de la Cultura Ecuatoriana. Quito, 20 de febrero de 2013.
Querida Vanessa Niquinga Acosta, autora del libro, amigas y amigos:
Agradezco a Vanessa por haberme pedido opinar sobre su libro e ilustrarme y aprender
de sus reflexiones sobre las diabladas que, nuestros hermanos y hermanas de Píllaro
escenifican cada año. Confieso que esta lectura ha sido un agradable y endiablado
pretexto para repensar acerca de las endiabladas resistencias, que todos y todas
escenificamos cada día y cada noche, en esta lucha no siempre consciente, por el vivir y
por el ser en el mundo, que para mí por lo menos, es algo inconcebible si no se lo hace
para la libertad y la felicidad de los cuerpos.
La frescura de su juventud ha permitido a Vanessa descubrir y diferenciar la bondad de
las endiabladas resistencias sociales a la explotación, al dominio y al engaño.
Dicho descubrimiento vital y bibliográfico, tempranamente le ha deslumbrado a la
manera de esas revelaciones súbitas, de esas que definían para siempre las vidas de
santos, artistas visionarios y anacoretas que en el mundo han sido. Descubrir estas
cosas cuando se abren los ojos de nuestra conciencia política, le ha llevado, en su caso,
también a que esa incierta aventura que avanza entre las páginas y los laberintos de las
letras, se impregne de esa pasión y, de esos apasionamientos que arman de plumas y
tintas rojas a ciertas escritoras susceptibles de endiablarse, al punto que, los
renglones que salen de sus manos son disparos trazadores que, en medio de las
tinieblas del presente, muestran las desnudeces de los únicos diablos que hay, de esos
de carne y hueso que nos amargan la vida con sus acciones y engaños infernales.
El texto de Vanessa diferencia la cultura del dominio hecha para el dominio y, las
culturas populares resistentes e indóciles a las ideas, ideologías, sentimientos y
lenguajes de las primeras y que buscan, de manera persistente y sistemática, reprimir
las memorias, las realizaciones y los deseos, en un afán de matar en vida, cosificar y
alienar, todo aquello que no sea funcional a las vampíricas relaciones de explotación.
Esta mirada, ha permitido a nuestra autora desplegar su investigación, deducciones,
inducciones y conclusiones, para fundamentar la tesis de que la cultura del dominio es
una elaboración perversa y pensada, asunto que, si bien es así, no por ello deja de ser
posible en la medida que las relaciones sociales de producción lo permitan. Claro está
que en el caso de las zonas coloniales, países neocoloniales, dependientes, o
globalizados desde arriba, la cultura hegemónica fue y es la del capitalismo, pero, en
Nuestra América, es necesario destacar además, el hecho macabro de que tal
imposición adquiere rasgos infernales cuando no solo se impone a sangre y fuego
tal cultura del dominio, sino que se la hizo y se la hace destruyendo las manifestaciones
culturales y simbólicas de los pueblos dominados. Destrucción maligna, porque casi
siempre conllevó la destrucción de sus portadores. O dicho con sus nombres propios:
etnocidios que fueron y van de la mano de genocidios y ecocidios.
De todos modos, una vez que Vanessa encuadró su investigación de las diabladas de
Píllaro en los contextos anotados, las rescató, entendió, valoró y habló de ellas como
parte de las manifestaciones contraculturales o heterodoxas que se han salvado de la
represión, lo hizo para mostrárnoslas como una de las poquísimas expresiones
abiertamente anticatólicas del mundo colonial y neocolonial americano. Gracias a su
esfuerzo intelectual sabemos que las diabladas de Píllaro han sobrevivido y son una
escenificación que, usando un símbolo de dicha religión, como lo es la imagen
luciferina, se apropian de ella como contrapunto del discurso divino y, asumiéndola,
muestran cómo su comunidad asume su existencia como algo lejano y distinto a lo que
pretenden los sermones del dominador. Todo esto, en el momento en el que Vanessa lo
ha puesto en evidencia, no es poca cosa en nuestra lucha multisecular por la liberación
mental.
Cabe entender que esta manifestación contracultural, año tras año escenificada en
Píllaro, no escapa de las determinaciones históricas y, por tanto, de la misma manera
como emergió y se ha mantenido, deberá concluir cuando los hombres y las mujeres
que debieron recurrir a las diabladas, no necesiten de las máscaras para expresar su
potencia vital y su ser libres en la vida. Con esto, hago referencia al fin de la
representación no solamente simbólica, sino política, como fenómeno que coincide con
la socialización del trabajo en la mundialización productiva bajo las nuevas condiciones
tecnológicas y científicas. Quiero decir que, tras el grito de “que se vayan todos” o tras
la gozosa celebración “del fin de la partidocracia”, también asistimos en las
circunstancias históricas particulares de nuestro país a ese final de la representación,
que prefigura la asunción de la presencia como sinceramiento y plenitud de nuevas
subjetividades históricas, esforzándose por adueñarse de un tiempo distinto a los viejos
tiempos modernos, tan adversos a sus padres y abuelos.
Este proceso social no es un camino de rosas, ni mucho menos: ante esta posibilidad de
la multitud, los diablos, como siempre, ya han tomado la delantera y, de este modo, la
potencia constituyente de lo social que apunta a tomar posiciones como fuerza
hegemónica, trata de ser boicoteada por ellos otra vez, mediante formas de
representación política reencarnadas, mientras, en lo simbólico, su Estado, el mismo
que repudió a las incivilizadas diabladas, asoma reconociéndolas y extendiendo
sobre ellas una bendición asimiladora.
Lo dicho hasta aquí nos obliga a colocar sobre la mesa otras cartas para el juego de la
reflexión y el análisis. Concretamente, el señalamiento de que, si bien Vanessa ubica de
manera adecuada las bases de su análisis en la crítica al trabajo alienado, a la propiedad
privada de los medios de producción y, al Estado capitalista como garante y guardián
de las dos condiciones anteriores y de su propia permanencia como Estado, no por ello
conviene olvidar que, las formas productivas de punta en el capitalismo tardío, han
cambiado y, dejando atrás la cadena de montaje y la fábrica tradicional, derivan hacia
la informatización y la robótica que, por sus propias cualidades, incorporan a todos y
todas en la llamada “sociedad de conocimiento”. Sociedad capitalista, así es, pero en
donde el Intelecto General adquiere una potencia inusitada y creciente.
Este hecho, ya insinuado por los pensadores radicales del siglo XIX, determina que las
viejas formas de control mental, digamos: el púlpito y el confesionario, la educación
memorística o la vieja “prensa corrupta”, ya no constituyen los medios más idóneos
para la ideologización y el adoctrinamiento. Hoy, el lavado de cerebro combina
sofisticados y planificados bombardeos mediáticos audiovisuales y digitales, controles
burocráticos en los contenidos de la educación a todo nivel, drogas virtuales inductoras
del consumismo y el control del cuerpo y la intimidad. Y esto último, hasta niveles en
donde las policías del cuerpo y del pensamiento saben más de cada uno de nosotros,
que nosotros mismos. Graban todas las conversaciones telefónicas y los mensajes
electrónicos. Sus cámaras de video vigilancia graban nuestros movimientos y, la
informática puesta al servicio del neofascismo que avanza, permite que hasta en la más
miserable tienda, el Gran Hermano, con el cuento de que vela por nuestra seguridad,
vigile e identifique a todos quienes pululamos por su infierno.
En este escenario concluyo que, el mayor aporte de la investigación realizada por
Vanessa, consiste en asomarnos a la realidad del dominio mental, realidad que por
miedo o por comodidad pocos y pocas quieren abordarla. Pero, una vez que ella me ha
invitado a mirar los círculos que el Dante también miró en su Divina Comedia, yo me
animé a echar un ojo más allá de la puerta en cuyo dintel el diablo ha escrito la
palabra “Identidad”. Y lo que he visto, es que los identificados –vestidos además con el
mismo uniforme–, sufren su condena precisamente por identificarse con pasados fijos,
con moldes que les obligan a repetir los mismos movimientos, ritos y palabras. He
pensado entonces que la maldad también subyace en lo identitario como una de las
formas del olvido, para evitar así, desde las sombras, que leamos e interpretemos el
pasado y que construyamos nuestras memorias a partir de nuestros deseos y presencia.
De esta manera, en vez de condenarnos a la repetición de la historia, he pensado que
podríamos liberarnos del infierno buscando la autenticidad de nuestras presencias
inéditas, abriéndonos al descubrimiento de lo que somos capaces de ser y de hacer, bajo
las nuevas oportunidades surgidas desde la socialización productiva, la mundialización
de las relaciones sociales, las resistencias diversas y el desarrollo del intelecto social.
Finalizo mis reflexiones señalando que el libro de Vanessa me ha llenado de esperanza.
No es común ver entre los y las jóvenes que hoy ocupan las aulas universitarias,
personas con esa curiosidad y pasión por descubrir los entretelones del infierno
cuotidiano que ha montado el capital financiero. Ni es común, encontrar jóvenes que
vuelvan sus ojos a las culturas populares e indígenas para descubrir en ellas, en sus
danzas y cantos indóciles, ese mensaje de vitalidad que, como se manifiesta en las
diabladas de Píllaro, ha caminado y aún camina por la senda de la verdad, la vida y la
belleza. O lo que es lo mismo, por el heterodoxo camino de la resistencia que nunca ha
dejado de mantener abierta la puerta de la liberación, dejando ver más allá de su vano,
el paisaje de las endiabladas posibilidades del gozo y la plenitud humanas.
Sin más, queridas amigas y queridos amigos, agradezco su atención y pido las más
cálidas felicitaciones y aplausos para esta joven maravillosa que es Vanessa Niquinga
Acosta.
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