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Entre El Asfalto y El Cielo
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| Entre el asfalto y el cielo |
V concurso de relato breve sobre la bicicleta
Semana del 18 al 24 de mayo de 2015
Balance las piernas suspendindolas en el vaco, igual que hara un nio pequeo desde su trona.
Me quit el casco y afianc el cinto que me una al arns de seguridad. Slo tena veinte minutos de
descanso para reflexionar sobre mi ltima decisin.
Bajo la suela de mis botas se deslizaban a derecha e izquierda los cascos de muchas personas en
bicicleta. La Avenida era larga y desaparecan de mi vista perdindose en un horizonte difuso en el que se
entrelazaban los rales del tranva con las calzadas de los vehculos a motor. Saqu una galleta que me
haba sobrado del desayuno y me dispuse a quitarle el papel metalizado. Eran las galletas que Lidia sola
traer de la cafetera en la que trabajaba. Aquel da se levant ms enfadada que ningn otro y me dijo que
por la tarde quera todas mis cosas fuera de los armarios, que hiciera las maletas y me largara de una vez.
Arroj el papel en una atmsfera densa entre diferentes tonos de gris y por un instante observ
cmo flotaba elevndose hacia arriba. Pens en si mi cuerpo podra experimentar esa ausencia de
gravedad fingida, si sera capaz de ascender por encima de las ligaduras que me ataban a una realidad no
deseada. Que Lidia no me amaba, era un hecho. Que yo la amaba a ella, una ocurrencia de mi destino de
la que no saba escapar.
El envoltorio se acun en el aire con una parsimonia cansina, como si su lento descenso fuera el
antnimo del mo propio. Vi cmo caa en el cesto de una bicicleta. Una chica de pelo largo fren y lo cogi
para examinarlo. Mir hacia arriba y yo la salud con la mano. Despus prosigui su camino hacia la
confusin de carriles circundados por varias hileras de rboles. Desde all arriba poda apreciar un bosque
urbano en mitad de un caos ordenado.
Haban transcurrido diez minutos y decid que ya iba siendo la hora. Una gota de sudor fro resbal
sobre mi ceja. Solt el arns y extraje una nueva galleta del bolsillo del pantaln. El casco lo dej sobre el
andamio junto a un par de cartas que haba escrito en esos ltimos das. Estaba convencido de que el jefe
de Lidia era el causante de que ella se hubiera distanciado tanto de m. An dudaba de la sinceridad con
la que ella responda a mis preguntas. Todos los das traa a casa una caja de galletas, el pelo revuelto y
los labios sin perfilar. Yo los imaginaba despidindose con un beso, l prometindole una vida ms
cmoda y ella contndole que mis trabajos temporales no nos permitan ni salir a cenar una vez al mes.
Volv a arrojar el papel, esta vez con un trozo de galleta dentro para ver cmo caa ms deprisa.
Debi ser mi da de suerte porque esta vez acert de pleno en el casco de otra mujer. Ella gir la cabeza
hacia arriba sin detenerse en su pedaleo y yo tuve la oportunidad de despedirme por segunda vez en tan
corto espacio de tiempo.
Balance con fuerza los pies, como si intentar pedalear en el aire. Me palp los bolsillos plastones
del buzo y saqu todas las galletas que me quedaban. Las met en el casco y prob a ver cmo caa
sobre el carrilbici. Eleg el momento adecuado, calcul el tiempo de cada aproximado y lo arroj justo
cuando ms bicicletas podan ocultar las suelas de mis botas. O el estruendo del plstico al rebotar y vi
las galletitas saltar por los aires. Todos se bajaron de sus bicicletas y algunos recogieron las galletas. Un
nio se coloc el casco rajado por la mitad en la cabeza y seal hacia arriba. Una adolescente grit:
Pap se te han cado estas cosas a ti?, y contest Rafa, que estaba dos alturas por encima mo,
mientras yo pensaba en qu decisin hubiera tomado si hubisemos tenido hijos. Manu, ests bien?,
me pregunt Rafa, esprame quieto!, bajo ahora mismo porque quera pedirte un favor.
Rafa me pidi que arreglara la bici de su cro ms pequeo. l no era tan manitas como yo y la
bicicleta que haba usado su otra hija, la adolescente que emprenda un vuelo rpido hacia las
universidades bajo mis pies, necesitaba una revisin a fondo de los frenos. Quise decirle que no sera
posible, pero l sigui hablando, y me pregunt que si me apuntaba los domingos a pedalear un rato hasta
el pantano, que sola salir con Miguel y Josu, y que luego se coman unos huevos fritos con jamn en el
bar de Rosi. Despus enmudeci y se qued mirndome fijamente, igual que si viera un espectro. Pero
qu cojones haces sin el arns?, me pregunt al tiempo que me enganchaba el cinto con la destreza de
quien se ha pasado media vida suspendido de una cuerda. Y al hacerlo resbal con mis cartas
postrndose de rodillas a mi lado mientras una parte de mi vida, estampada con caligrafa de un obrero sin
estudios, planeaba delante nuestro antes de precipitarse al pentagrama de carriles y notas de colores que
se dibujaba en el asfalto abrasador.
FIN
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