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ESTRUCTURAS
Krzysztof Pomian
FORMAS, CONFLICTOS, DINAMICAS: RENE THOM
E1 estructuralismo, con su intento por volver inteligibles los objetos por los que se interesa, ya seanlos sistemas matrimoniales o las lenguas, elimina la
historia. A estos objetos los supone estáticos, µesde el momento en que priva a sus eventuales variaciones de pertinencia alguna. Lo mismo Lévi-Strauss que Chomsky citan a Jakobson con mayor frecuencia que a Hjelmslev, pero su práctica parece más conforme con el «cálculo de las combinaciones posibles» preconizado por el segundo que con la «teoría de la evolución de los sistemas» que trataba de elaborar el primero. No es un reproche. Las tendencias opuestas al estructuralismo tampoco han sido capaces de llegar a una teoría de ese tipo -parece inútil llamar la atención sobre cómo la teoría biológica de la evolución no le suministra ningún modelo- y podemos razonablemente preguntarnos si tan siquiera eso se podría concebir. Constituye un hecho banal e indiscutible el que las sociedades humanas cambian y que lo mismo hacen sus instituciones políticas, económicas, técnicas, lenguas, representaciones, etc. Y sin embargo nunca se ha alcanzado a ofrecer no ya una teoría general de esos cambios, sino ni siquiera limitada a tal o cual dominio. Las pretensiones de quienes afirmaban haber conseguido algo así siempre han aparecido como ilusorias, en tanto que sus «teorías» han mostrado puntualmente que no eran otra cosa que avatares de la filosofía de la historia. Una historia teórica tiene menos consistencia aún que una biología teórica.
El estructuralismo, en su busca de la inteligibilidad, no puede sino disolver la historia. Mas, por lo mismo, no está obligado a eliminar el tiempo. Esto Jakobson lo ha visto bien, más que nada si efectivamente su proyecto era el de una teoría de la historia de la lengua identificada con una morfogénesis. Porque, si la asimilación de la historia a un proceso de morfogénesis podía estar justificada -lo que dista de ser evidente-, algo habría cambiado desde las perspectivas de una historia y una biología teóricas. Como René Thom ha demostrado, se puede construir una teoría general de la morfogénesis que sea una teoría estructuralista. Su punto de partida la constituye la teoría de las catástrofes, de la que bastará con recordar algunas ideas (1). En primer lugar, que toda forma se manifiesta a través de una discontinuidad de las propiedades del medio y que, en consecuencia, toda morfogénesis
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-es decir, aparición de nuevas formas- lo hará através de la aparición de nuevas discontinuidades. Después, que un cambio discontinuo de losefectos (variables de estado), es decir, una catástrofe, se puede producir por una variación continua de las causas (variables de control), que lascatástrofes se pueden clasificar según sus tipostopológicos (sus formas) que son estructuralmente estables, y que el tipo topológico de unacatástrofe va unido al número de variables deestado y al de variables de control (siempre queeste último sea menor o igual a 4) por un teorema llamado teorema de clasificación o teoremade Thom.
Como el tipo topológico de una catástrofe sólo depende del número de variables de control y de estado, es posible construir una teoría general de la morfogénesis, «puramente geométrica, independiente del substrato de las formas yde la naturaleza de las fuerzas que las crean» (2). Esta teoría es estructuralista, pues, en vez de explicar las formas estudiadas por las causas visibles u observables exteriores a esas mismas formas, introduce a tal efecto un objeto demostrable: una dinámica subyacente. Así por ejemplo, según Thom, «la estabilidad de cualquier ser viviente, como, de suyo, de cualquier forma estructuralmente estable, reposa en último análisis sobre una estructura formal -de hecho, un ser geométrico-, cuya realización bioquímica es el ser viviente» (3). Por otra parte, en diversas ocasiones Thom ha insistido en la importancia para la ciencia en general del estructuralismo, tal como se formó en la lingüística y la antropología ( 4), y a esa corriente asimila su libro Stabilité structurelle et morphogénese (5), cuyo enfoque, según él,
ofrece al menos las siguientes ventajas: reduce la parte de intuición que existe en cualquier mecanismo causal a un único factor: el conflicto; para el teórico de las «catástrofes», la estructura no viene dada «a priori», no sale de un empíreo platónico. Sale directamente del conflicto entre dos (o más) fuerzas que la engendran y mantienenmediante su conflicto mismo. Este permite desarrollar una clasificación de las formas, así comoun álgebra, una combinatoria de las formas sobre un espacio multidimensional; de esta manera, las posibilidades del enfoque estructuralistase ven considerablemente aumentadas, y al explicar la morfología gracias a un dinamismosubyacente, se puede romper la antinomia de lastendencias reduccionista y estructuralista. Enefecto, se puede hacer una teoría que dé cuentade los mecanismos de causa y clasificar las formas-arquetipos que pasan por conexión causalde un sustrato a otro. Así, se entrevé la posibilidad de crear un estructuralismo dinámico, que,reintegrando la causalidad y el tiempo, se presentaría como una teoría general de las formasindependiente de la naturaleza específica del espacio substrato (6).
Notemos, para evitar malentendidos, que el «mecanismo de causa» del que se habla es una entidad no física, sino matemática: un objeto
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demostrable; en otro caso, no habría podido ser independiente del substrato. Dicho de otra forma, es idéntico al dinamismo subyacente y esta identificación es lo que justifica el teorema de Thom: si (mediante determinadas condiciones matemáticas) el tipo topológico de una discontinuidad sobre el espacio-tiempo de dimensión cuatro está determinado de manera unívoca por el carácter de la dinámica subyacente, a ésta se le atribuye un papel propiamente causal pero que no obstante es inteligible en el sentido en que podemos ofrecer de ella una representación geométrica. Supongamos ahora que observamos una morfogénesis real: el desarrollo de un embrión de pollo, por ejemplo. Hacemos variar sus condiciones iniciales y constatamos que sólo determinados elementos del trayecto que lleva del huevo al pollo son estructuralmente estables, es decir; tales que resisten a pequeñas perturbaciones de las condiciones iniciales. Esos elementos estructuralmente estables de un proceso o «creados» (término que Thom toma de Waddington) a veces se presentan en agrupaciones que a su vez son estructuralmente estables, si se les impone condicionamientos suplementarios sobre las condiciones iniciales; se habla entonces de «creados condicionales».
Pero también podemos descomponer el proceso en creados elementales, en acontecimientos que componen su armazón, que le dan su identidad, que son su estructura; ésta es un «modelo abstracto» del proceso (7), el cual comporta también elementos que no son estructuralmente estables. Como los creados son, por definición, discontinuidades -en nuestro ejemplo, sería la aparición de algo que no había, una pared o una cavidad-, la estructura de un proceso remite al conflicto de las fuerzas que la engendran y mantienen. Así, pues, se puede construir un álgebra de las formas, describir los creodos elementales y estudiar sus combinaciones posibles. Pero esto en forma alguna excluye el tiempo, porque la definición misma de un creodo hace de él una entidad temporal (8), de forma que la estructura de un proceso comporta un tiempo interno, orientado e irreversible.
Se ve sin mayor dificultad, y Thom lo hace notar en varias ocasiones (9), que nos las habemos con una formalización y una generalización de la investigación estructuralista. Con una formalización, porque Thom concede al estructuralismo el estatuto de una teoría matemática, y de esta manera realiza el programa de Hjelmslev, por más que con modificaciones importantes que lo acercan a Jakobson.
Efectivamente, Hjelmslev ha descrito la serie de operaciones que consisten en descomponer un proceso en un número finito de elementos a los que en Thom corresponden los creados, y en estudiar, de esos elementos, todas sus combinaciones posibles, en hacer de ello un álgebra. Pero esos elementos no son formas: no tienen ni dimensión espacial ni dimensión temporal, y no los engendra una dinámica subyacente.
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El programa de Hjelmslev se limita a describir las operaciones que, desde la perspectiva de Thom, sólo suministran el punto de partida de una interpretación de cada creado, cuyo fin es explicitar su significación, es decir, «la estructura topológica de las catástrofes que contiene» (10), y definir su centro organizador, su dinámica subyacente. Decir esto es designar ya un aspecto de la generalización del estructuralismo operada por Thom: al no poder pensar lo continuo, los representantes de esa corriente han intentado eliminarlo en beneficio exclusivo de lo
discreto, cosa que se ve perfectamente tanto en Hjelmslev como en Lévi-Strauss o Chomsky; Jakobson, que a este respecto hacía figura de excepción, también era incapaz de definir de una manera inteligible la unión entre lo discreto y lo continuo, el álgebra y la topología, las estructuras y el tiempo, unión que se halla en el centro mismo del pensamiento de Thom. También es el primero en tener derecho en hablar de un «estructuralismo dinámico». De ello no se sigue que Thom acepte la hipótesis de Hjelmslev según la cual a todo «proceso» corresponde un «sistema» o, en otros términos, que todo proceso comporta un número finito de creados elementales. Por otra parte, nada autoriza a la asimilación de la historia a una morfogénesis y dígase lo mismo tratándose de la evolución de las especies. En este sentido y hasta prueba en contrario, el estructuralismo dinámico de Thom no basta para fundar una eventual historia teórica o una biología teórica capaz de integrar el tiempo largo y abierto que es propio de la vida.
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«Todo fenómeno natural es un lenguaje mal comprendido» (11), afirma Thom, y, con ello, da a su generalización del estructuralismo una justificación ontológica. Efectivamente, desde Saussure, el campo de aplicación del estructuralismo coincidía con el universo de los signos, cuyas fronteras eran las de la cultura. Thom desplaza esas fronteras; según él, cada fenómeno se compone de un «significante» -son sus rasgos visibles u observables, su «morfología empírica»- y un «significado»: un objeto matemático que asegura su estabilidad. Y «atribuye la aparición de la estructura (y las repeticiones morfológicas que presenta) a una hipótesis de genericidad: en cualquier circunstancia, la naturaleza realiza la morfología menos compleja compatible con los datos iniciales locales» (12). No hay, pues, diferencia de principio entre los signos lingüísticos y los fenómenos naturales. De ahí la oposición de Thom a la idea saussuriana de lo arbitrario del signo (13). De ahí también su teoría de las relaciones entre el lenguaje y la realidad: «Como se postula que los mecanismos de regulación de un concepto ( en tanto que organización estable de la actividad mental) son modelos ( o una imagen homomorfa) de los mecanismos de regulación de la cosa que refiere al concepto, concebimos que el lenguaje pueda ofrecer una imagen (relativamente) fiel de los procesos de interacción (dinámicos y biológicos) entre seres naturales. El lenguaje ofrece un espejo del mundo, no por un milagro de armonía preestablecida, sino, de algún modo, por construcción», al ser los mecanismos sintácticos más fundamentales «copias simuladoras ( definidas sobre un espacio abstracto) de las grandes funciones reguladoras de la biología (predación, relación sexual)» (14).
Lo mismo que la de Chomsky, la lingüística thomiana concede, pues, una grandísima importancia al «problema inmenso y oscuro de la universalidad de las categorías gramaticales» (15) y, de forma más general, a la búsqueda de los universales del lenguaje (16). Pero las orientaciones filosóficas en ambos casos no son las mismas. Porque si el racionalismo de Chomsky es neocartesiano, el de Thom es neoaristotélico. Lo es porque mantiene como inteligibles no sólo las palabras sino también las cosas. Y también porque fundamenta esta inteligibilidad de las cosas en su composición hilomórfica, en cuanto que se supone la función de la «forma» aristotélica como una estructura: un dinamismo o centro de organización, en pocas palabras, un objeto matemático (demostrable), mientras que la función de la «materia» corresponde a la morfología empírica. En este caso, el conocimiento se convierte en una «abstracción» de la forma a partir del compuesto, esto es, en términos thomianos, el paso de la estructura del substrato de la cosa al del espíritu humano, acoplados ambos por el conducto de los órganos sensoriales. Y el lenguaje resulta tener un sentido precisamente gra-
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cias al conocimiento convenido de esa materia, que le permite ser un «espejo del mundo» y que permite a las palabras -si no a todas, al menos a los sustantivos, adjetivos y verbos-unir, en cada caso, una morfología empírica y una estructura; y eso porque las palabras vehiculan dinámicas que los locutores son capaces de modificar, al utilizarlas, los estados psíquicos de los auditores. En cuanto que la composición hilomórfica de las cosas va unida con la hipótesis de genericidad, que traduce en términos contemporáneos el antiguo dicho: natura nihil frustra facit et non fit per plura quod potest /acere per pauciora, se puede decir que Thom recupera todos los grandes temas del pensamiento de Aristóteles y les da una nueva actualidad.
TEORIAS DEL LENGUAJE E INTUICION INTELECTUAL
Tras la ruptura saussuriana con el siglo XIX y el período en que el estructuralismo juvenil estuvo obsesionado por el conflicto de las dos tendencias que dominaron la primera mitad de nuestro siglo: la fenomenología husserliana (Jakobson) y el empirismo lógico (Hjelmslev), su historia adulta, de una manera algo paradójica, consiste en volver hacia atrás: Lévi-Strauss toma sus referencias. del siglo XVIII, sobre todo de Rousseau, Chomsky mira a Descartes y Thom resucita a Aristóteles. Si bien es verdad que en esta constatación hay su parte de broma, no deja por ello de hacer más espinosos los problemas históricos y filosóficos absolutamente reales que plantean esos diferentes intentos de cortocircuitar el siglo XIX. Y ante todo la cuestión de las relaciones entre los estructuralismos contemporáneos y las doctrinas a que se remiten, tanto más inevitable cuanto que ha sido planteada explícitamente por Chomsky (17), quien pretende que las diferencias entre su posición y la de los «lingüistas cartesianos» son de poca importancia y que, en consecuencia, estamos en nuestro derecho si las borramos.
Empecemos, pues, por recordar en resumen la doctrina gramatical de los modistae, tal como se expuso a partir de la segunda mitad del siglo XIII. Presentaban el lenguaje como un conjuntode palabras y principios de construcción de lasfrases, de manera que las palabras se dividían endos grandes clases, según que signifiquen o quesólo jueguen un papel sintáctico; aproximadamente, correspondería a las partes orationis declinables y a las que no se declinan. Dentro de laprimera clase se hallarían las palabras que designan bien a las sustancias o las cualidades (nombres, pronombres), bien la evolución (verbos,participios), categorías que coinciden con aquellas entre las que se reparten las maneras de serde las cosas. En cuanto a las significaciones delas palabras, son, en cada caso, tributarias de lasmaneras de ser de las cosas que designan (madiessendi) y también maneras como el intelectoaprehende esas cosas (madi intelligendi activi).
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En cuanto que el intelecto se supone el mismo en todas partes, la división en categorías será la misma en cualquier lengua; en este sentido, sólo habría una gramática. Para el estudio del lenguaje, que, desde este punto de vista, no es más que una prolongación de la metafísica y, más allá de ésta, de la teología, las partes orationis no declinables tienen mucha menos importancia que las declinables, porque no remiten al ser sino que vienen impuestas únicamente por los condicionamientos de la misma lengua. En cuanto a los problemas acústicos o articulatorios, las diferencias entre idiomas, las variaciones del uso o los cambios históricos de la lengua, ni se advierten; sólo atañen a aspectos accidentales y, en consecuencia, sin interés alguno (18).
Como los modi intelligendi garantizan la unión entre los modi essendi y los modi significandi, entre el ser y el lenguaje, la idea del intelecto capaz de aprehender inmediatamente las formas sustanciales es la piedra angular de toda la <loe- 1
se los objetos sensibles por mediación de las «imágenes corporales». La intuición intelectual es la clave de bóveda de todo este edificio, pues es la que hace posible el conocimiento del ser, de la duración, del pensamiento y de Dios, objetos todos inaccesibles a los sentidos y tales que, si no se les pudiera conocer, no se podría distinguir la realidad de nuestras ficciones.
Negando, pues, al espíritu humano la capacidad de posar «una simple mirada sobre las cosas de una manera puramente intelectual», se destruye el fundamento mismo de la idea de un in-
trina de los modistae. El rechazo de esta idea del W...ill�••'
intelecto, unido a la negación por Descartes de la realidad misma de las formas, sustanciales u otras, sin embargo no produce ruptura en la enseñanza de los gramáticos, porque el nuevo intelecto cartesiano sigue siendo capaz de intuición: aprehende inmediatamente las sustancias. La Grammaire générale et raisonnée de Port-Royal (19) expone en su segunda parte la doctrina delas partes orationis; de veinticuatro capítulos,sólo el último está dedicado a la sintaxis, mientras que el primero explica «que el conocimiento de lo que sucede en nuestro espíritu es necesario para comprender los fundamentos de laGramática y que de ello depende la diversidadde las palabras que componen el discurso».
Según los señores de Port-Royal, que reclaman la opinión común de los filósofos, el espíritu concibe, juzga y razona, siendo esta tercera operación sólo una extensión de la segunda. «Concebir no es otra cosa que una simple mirada de nuestro espíritu sobre las cosas, ya sea de una manera puramente intelectual, como cuando conozco el ser, la duración, el pensamiento, Dios, ya sea con imágenes corporales, cuando me imagino un cuadrado, algo redondo, un perro, un caballo. Juzgar es afirmar que una cosa que concebimos es tal, o no es tal: como cuando, tras haber concebido lo que es la Tierra y lo que es la redondez, afirmo de la tierra que es redonda» (20). Así, pues, la división más general de las palabras es entre las que «significan los objetos de los pensamientos» (nombres, artículos, pronombres, participios, preposiciones, adverbios) y las que significan «la forma y la manera de nuestros pensamientos» (verbos, conjunciones, interjecciones). Y la organización del lenguaje remite al funcionamiento del espíritu humano, al que se supone capaz, por una parte, de conocer las cosas invisibles gracias a la intuición intelectual y, por otra parte, de representar-
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telecto autónomo, libre para entrar por su propia iniciativa y sus propios medios en una relación inmediata con los objetos inaccesibles a los sentidos. Y, a la vez, el fundamento de la convicción que tales objetos inaccesibles a los sentidos son no sólo reales y cognoscibles, sino que gozan de la realidad más eminente y del privilegio exclusivo de poder ser conocidos con absoluta certeza. Así, el destino de la intuición intelectual se revela indisoluble del de Dios y/o de la sustancia definida como una totalidad unitaria que subsiste por sí misma, que no depende en su ser de otra cosa que sí misma a excepción de Dios, si es diferente de El. El conocimiento de una totalidad unitaria como ésta no puede ser adecuado más que si, trascendiendo toda perspectiva particular y permaneciendo en un estado de perfecta receptividad, el cognoscente aprehende su objeto tal como es en sí mismo y para sí mismo. Ahora bien, esta capacidad de despojarse en el acto de conocimiento de toda limitación y de dejarse inundar por su objeto hasta el
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punto de identificarse con él es precisamente lo que caracteriza a la intuición intelectual. Es por lo que incluso los que creían que los sentidos debieran necesariamente intervenir en todo acto de conocimiento se veían obligados, en cuanto que tenía por real y cognoscible la sustancia -pensada en singular, dual o plural-, a admitiruna intuición sin la que el intelecto no podríaconcebirla tras haberla abstraído de los datos delos sentidos.
RECHAZO DE LA INTUICION, PROMOCION DE LA HISTORIA
Aunque ya contestada desde el siglo XVI, fue en el XVIII cuando la idea de una intuición de la que cualquier intelecto, así fuera finito, como lo es el humano, sería capaz, acabó definitivamente degradada al rango de una creencia sin fundamento. Este resultado de los análisis de Hume fue recogido por Kant (21): «Toda nuestra intuición es sensible». No hay dominio del saber que no se viera afectado por las consecuencias de esta resolución filosófica; sólo mencionaremos algunas, directamente importantes pa.ra nuestro propósito:
1) Incluso en el caso de que se admita suexistencia, las sustancias ( cosas en sí) no son cognoscibles, puesto que sólo lo serían por intuición intelectual. A falta de un control independiente que ésta antes se veía obligada a ejercer, no podemos discriminar dentro del conjunto de datos de los sentidos entre lo que reciben y lo que aportan; de lo que se sigue que no sólo no podemos conocer sino lo que la tradición juzgaba accidental, sino que, además, no podríamos atribuir a esos accidentes la menor realidad independiente por relación a nosotros mismos. Dicho de otra forma, sólo conocemos fenómenos (en el sentido kantiano del término).
2) Que las sustancias no sean cognosciblessignifica que en modo alguno pueden ser objeto de un saber teórico, discursivo, racional; queda abierta la posibilidad de un saber esencialmente diferente, fundado eventualmente sobre una intuición que sea, a su vez, esencialmente diferente de la antigua intuición intelectual. Sea lo que fuere de esta posibilidad, que los filósofos exploraron con intensidad a partir de finales del siglo XVIII, dentro del cuadro de un saber racional, no se podría demostrar la existencia de Dios ni la del alma en tanto que sustancia. Lo mismo que de nuestro exterior sólo aprehendemos los fenómenos que no podemos remitir a cosas en sí, y sobremanera a Dios, así también en nuestro interior sólo tenemos que habérnoslas con fenómenos que no podemos remitir al alma. La razón lleva a admitir que estas dos clases de fenómenos, los físicos y los psíquicos, han de tener, cada cual, un substrato; pero a este respecto, nada se puede decir.
3) El intelecto, privado según Hume y suscontinuadores del poder de conocer intuitiva-
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mente, en tanto que, según Kant y los que dicen seguirlo, ese poder queda limitado al tiempo y el espacio, formas a priori de la sensibilidad, en el primer caso depende completamente de los sentidos y sus producciones llevan el sello de lo particular; en el segundo caso, conserva una autonomía por relación a los sentidos fundada en la capacidad de imponer las formas a la materia que aquéllos son los únicos en poder suministrar, y sus producciones pueden en consecuencia aspirar legítimamente a una validez universal. De ahí el rechazo categórico de unos y más matizado de otros a la pretensión que la metafísica tiene de representar el papel de la ciencia general del ser, lo que equivale a negarle el derecho a ocupar un lugar en el sistema del saber. De ahí también la controversia con motivo del estatuto de las matemáticas; en cuanto que tributarias de la experiencia sensible o, según los continuadores de Hume, analíticas, tienen, según los kantianos, el privilegio exclusivo de enunciar los juicios sintéticos a priori, fundados en la intuición del espacio y el tiempo y por consiguiente en algo real, por más que interior al sujeto, sin pasar por la mediación de los sentidos o de la introspección: experiencia de sí en tanto que sucesión de fenómenos.
Desde principios del siglo XVII, paralelamente a la emergencia de la duda tocante a la intuición intelectual, se desarrolla toda una investigación histórica y comparativa sobre las lenguas (22) cuyo trasfondo lo constituye un anticartesianismo muy extendido en el ambiente erudito.En cuanto que opuesta desde su principio mismo al universalismo de la «gramática general yrazonada», esta manera de abordar los hechoslingüísticos poniendo el acento sobre su diversidad, así sólo fuera para a continuación reducirla,sin embargo no podía imponerse como plenamente legítima mientras las variaciones históricas y geográficas del lenguaje fueran consideradas como accidentales. Y no podían ser consideradas otra .cosa mientras las palabras-conceptosse vieran obligadas a proceder de «una simplemirada de nuestro espíritu sobre las cosas». Laadecuación del lenguaje al ser pensado comosustancia que esto garantiza inclina efectivamente a considerar el primero por tan idéntico así mismo y tan inmutable como pueda reputarseserlo el segundo y, en consecuencia, a desatender todo lo que sea contrario a esta idea y quepasa por superficial o abiertamente sin mayorinterés.
A medida que disminuye la confianza otorgada a la intuición intelectual, a una lingüística metafísica como esa la reemplaza una lingüística que vuelve a conducir al lenguaje no al ser sino a la naturaleza humana que se supone conocer gracias a la experiencia de las demás y de sí misma. Esto permite mantener, con una nueva justificación, la «gramática general y razonada», a la vez que se impulsa una promoción de la diversidad que, aunque secundaria por relación al
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universal definido en términos antropológicos, adquiere una importancia lo suficiente como para incitar a buscar sus causas en las circunstancias exteriores a la naturaleza misma del hombre: en el clima, la raza, el suelo, etc. El siglo XVIII aborda el lenguaje y por lo general la cultura desde esta doble perspectiva que sitúa en el centro el problema de las relaciones entre la unidad de la naturaleza humana y la diversidad temporal y espacial de sus manifestaciones. No es nada extraño, pues, que sea entonces cuando se elaboren los primeros intentos por asimilar la diversidad espacial a una proyección sobre la superficie del globo de la diversidad temporal, unificada por un orden de sucesión al menos parcialmente irreversible, y orientada en una misma dirección desde la aparición de la humanidad; los escritos de Turgot ilustran perfectamente el encuentro entre una filosofía de la historia como esa, que se está afirmando, y la reflexión sobre las lenguas (23).
La promoción de la historia y el estudio de las lenguas al rango de disciplinas cuya aportación no sólo tiene un interés para los especialistas sino una significación propiamente filosófica sólo podía hacerse, con todo, una vez que la eliminación de los últimos vestigios de la intuición hubiera dejado libre el sitio hasta entonces ocupado por la metafísica, abriendo el problema de la comunicación del individuo con Dios, consigo mismo, con lo real y con los demás que viven en la actualidad o hayan vivido en el pasado. En particular, desde el punto de vista postkantiano, la diversidad temporal y espacial de las lenguas deja de aparecer como accidental, al haber perdido toda pertinencia la distinción misma entre la sustancia y el accidente; y deja de aparecer como secundaria por relación a la unidad que se daría a conocer en la naturaleza humana, porque en lo sucesivo sólo se reconoce como conocimiento (matemáticas aparte) el de los fenómenos, y la naturaleza humana no es uno de ellos. Para la reflexión lingüística postkantiana son las diferencias entre las lenguas y los estados sucesivos de una misma lengua los que se convierten en el hecho central, que no se trata de eliminar o reducir sino de comprender.
FILOSOFIA DE LA HISTORIA
DEL LENGUAJE: HUMBOLDT.
Nada más significativo a este respecto que la obra de Wilhelm von Humboldt Ueber die Verschiedenheit des menschlichen Sprachbaues (24), cuyo título define con exactitud su objeto y que debe, según el autor, «llegar a ese punto en que la diversidad lingüística, unida a la dispersión de los pueblos, va estrechamente ligada a la actividad productora de la dinámica espiritual de la humanidad, entendida como aquel principio que procede a cambios graduales y a nuevas configuraciones, y mostrar cómo esos dos fenómenos son susceptibles de iluminarse mutuamente» (25). En estas breves líneas se encuen-
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tran la geografía y la historia, la diversidad de las lenguas y pueblos y la unidad de la fuerza espiritual que anima el movimiento progresivo de la humanidad o, como también decía Humboldt, el movimiento de humanización «llamada a un perfeccionamiento ulterior que no podría ser en lo fundamental impedido» (26).
La relación es directa entre el carácter esencialmente espiritual que Humboldt atribuye al lenguaje y la primacía que concede a la historia, a la sucesión temporal. Porque, según Kant, el espacio sólo se aplica a los datos que provienen
de los sentidos externos; por contraposición, el tiempo sólo determina los fenómenos internos. Pero las relaciones entre esas dos formas a priori de la sensibilidad no son simétricas. «El espacio como forma pura de toda intuición externa se limita como condición a priori simplemente a los fenómenos externos. Por el contrario, dado que todas las representaciones, tengan o no por objeto cosas exteriores, pertenecen siempre, en sí mismas, en cuanto que determinaciones del espíritu, al estado interno, y este estado interno, sometido a la condición formal de la intuición interna, pertenece también al tiempo, el tiempo es una condición a priori de cualquier fenómeno en general, y, a decir verdad, la condición inmediata de los fenómenos internos (de nuestra alma) y, por eso mismo la condición mediata de todos los fenómenos externos» (27).
Dicho de otra manera, dado que no hay intuición intelectual, del exterior sólo conocemos los fenómenos que se presentan como nuestros estados internos, accesibles por este supuesto a la
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introspección y en consecuencia aprehendidos en el tiempo. De ahí la preeminencia que a éste se concede y por tanto a los enfoques psicológico e histórico, cuyo parentesco así como una común incompatibilidad con precisamente la creencia en la intuición intelectual (racional) comprobamos. Por otra parte, vemos que para el pensamiento postkantiano la vida psíquica del individuo sólo se desarrolla en el tiempo. De ahí que, a la inversa, si constatamos un movimiento progresivo de la humanidad, y si no creemos posible reducirlo a nuestra manera subjetiva de representarnos el curso de las cosas, hayamos de admitir que, subyacente a este movimiento, existe un espíritu: principio activo cuya actividad, que crea la historia, coincide con la existencia misma: «Para el espíritu, existir es actuar» (28). Como cosa en sí de la que sólo nos son perceptibles las manifestaciones fenoménicas (a menos que nosotros mismos formemos parte de ella, como afirma Hegel), ese principio sigue siendo para nosotros incognoscible, insondable, misterioso (términos todos de Humboldt); pero tenemos buenas razones para tenerlo por real.
Es, pues, completamente lógico que Humboldt trate la diversidad espacial de las lenguas como producida por ensayos sucesivos del espíritu cuya actividad propulsa la historia humana. Y también es lógico que, en uno de los pasajes que con más frecuencia se cita de su trabajo, asimile de hecho la humanidad a un individuo. «La lengua, asumida en su realidad esencial, es una instancia continuamente y en cada momento en curso de transición anticipadora [ ... ] En sí misma, la lengua no es una obra hecha [Ergon} sino una actividad en pleno hacerse [Energeia]. Asimismo, su verdadera definición no puede ser sino genética. Hay que ver en ella la reiteración eternamente vuelta a empezar del trabajo que realiza el espíritu por someter el sonido articulado a expresión del pensamiento. En sentido estricto, una definición como ésta sólo atañe al acto singular de la palabra actualmente proferida; pero, en el sentido fuerte y pleno del término, bien considerado, la lengua no es otra cosa que la proyección totalizante de esa totalidad en acto» (29). Esta definición de la lengua, que sólo se puede concebir si se considera a cada lengua particular como una palabra proferida por la humanidad o, más bien, por el espíritu cuya forma visible ella es, identifica implícitamente la humanidad con un individuo hablante, asimila la historia universal del lenguaje al desarrollo del individuo, concede a la génesis y a la Energeia un sentido a la vez psicológico e histórico. De esta manera, la lingüística de Humboldt aparece como un pariente cercano de las filosofías de la historia antes analizadas [= Hegel, Marx, Spengler, Toynbee, Lévi-Strauss]: en ambos casos volvemos a encontrar el mismo problema de las relaciones entre la diversidad espacial y la sucesión temporal, e idéntica solución: ver en la primera una colección de huellas dejadas por la segunda ..
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Dejando de lado las tendencias de la lingüística del siglo XIX, que, por oposición a Humboldt, se concentraban en el lado material y espacial del lenguaje, en la fonética y la dialectología, recordemos únicamente que también sus representantes buscaban los principios explicativos en las leyes que se juzgaba regían la sucesión temporal de los hechos lingüísticos; nada muestra mejor esta primacía de la historia que el manual de Hermann Paul Prinzipien der Sprachgeschichte, con su reducción de la lingüística a la historia de la lengua. El estructuralismo, en cuanto que surgido del rechazo de toda la problemática postkantiana, ha reemplazado de forma notoria los dos enfoques complementarios, espiritualista y materialista o, según otras versiones, psicologista y naturalista, por el enfoque semiológico, y la primacía de la historia por la de la teoría. Es, pues, perfectamente comprensible que quienes le dieron su forma más acabada hayan tratado de obviar el siglo XIX y de encontrar los ejemplos y fuentes de inspiración en pensadores de períodos anteriores.
Pero, como acabamos de constatar, en el siglo XVIII se había producido una ruptura en la continuidad, dentro de la historia del pensamiento europeo, por el abandono de la convicción milenaria de que el intelecto humano era capaz de entrar en una relación inmediata con determinados objetos que se suponían reales. Las raíces profundas de esta ruptura, simbolizada aquí por los nombres de Hume y Kant, son externas a la filosofía; sus consecuencias afectan a toda la organización del saber. La imposibilidad que encontraríamos hoy, de haberlo pretendido, en invocar la intuición intelectual como fuente de conocimiento y en justificarlo sin entrar en contradicción con los principios y los resultados de las ciencias naturales y humanas es lo que impone un límite a la validez de todas las comparaciones entre los estructuralismos contemporáneos y las doctrinas racionalistas del pasado. Y es por la misma razón por lo que el principio de inteligibilidad invocado en nuestros días es no una sustancia en el sentido del siglo XVII, sino una estructura, y por lo que la descripción que de él se ofrece toma la forma no de una metafísica, sino de una teoría, con frecuencia incluso de una teoría matematizada, si no matemática.
DE LA SUSTANCIA A LA ESTRUCTURA
Hasta ahora, no hemos definido la noción de estructura, por más que se hayan dado algunos ejemplos de estructuras en el trayecto. Porque no se pueden considerar como completamente satisfactorias las equivalencias que se han establecido entre «estructura» y «conjunto de relaciones pensadas como lógicas, racionales y tales que se puedan deducir o prever de antemano las transformaciones del conjunto conociendo el cambio de una de sus componentes» u otras proposiciones del mismo género. Ciertamente, todo lo que se designa como estructura resulta
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ser un conjunto de ese tipo, siempre que la palabra se utilice a sabiendas; así sucede no sólo en los casos aquí discutidos, sino también en el de la historia (31). Y una definición como esa no es tan trivial ni tan pobre como a veces nos sentimos inclinados a pensar. Opone la estructura a la sustancia tal como se la pensaba en el siglo XVII: totalidad unitaria que subsiste por sí misma. De forma contraria a la sustancia, la estructura comporta una multiplicidad interna: como se trata de una multiplicidad de relaciones, la estructura es ( en principio) invariante por consideración a su substrato, mientras que la sustancia se definía precisamente como el substrato de las relaciones-accidentes («pensamiento», «extensión», «materia», etc.). Dicho de otra manera, una estructura es pensable sin substrato alguno, al contrario de las relaciones-accidentes, impensables sin una sustancia, la cual puede perfectamente no tenerlas.
Esto no significa en forma alguna que toda estructura se piensa efectivamente sin ningún substrato; el grado de independencia de la estructura con respecto a éste podría servir de criterio a una tipología de las estructuras de que tratan las diferentes disciplinas, desde las de los historiadores, imbricadas en sus substratos y que no podemos describir, por esta razón, salvo contadas excepciones, más que en lenguaje usual, hasta las que, completamente autónomas por respecto a sus sustratos, sólo se exponen al lenguaje matemático. Como estas últimas, desde el momento en que las pensamos, se encarnan en configuraciones cerebrales o vestigios materiales, de ahí se sigue que todo objeto estabre se compone de un significante y un significado, un substrato y una estructura, un componente perceptible u observable y un componente inteligible. En otros términos, todo objeto estable se compone de «materia» y de «forma»; las referencias aristotélicas de Thom están mucho más justificadas que el que Chomsky recurra a Descartes. De este análisis se desprende otra conclusión más: el estructuralismo va necesariamente unido a un punto de vista semiológico, por más que la recíproca no sea verdad; se comprende entonces su afinidad para el estudio del lenguaje y hechos análogos.
En cuanto que totalidad unitaria que subsiste por sí misma, la sustancia en el sentido del siglo XVII se planteaba como invariable en virtud de su misma definición, la cual, por otra parte, volvía impensables la creación o la destrucción de una sustancia por medios naturales; en un mundo compuesto de sustancias ( o de una sustancia) los cambios sólo podrían ser accidentales, a menos que se produjeran por intervenciones directas de Dios. El rechazo de la intuición intelectual equivalía, como hemos visto, a invalidar la pretensión del espíritu humano de poder llegar a conocer la sustancia y, en consecuencia, a mantener sobre ella un discurso racional. Pero estaba permitido afirmar conforme a razón que,
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fuera de nuestro alcance cognitivo, existe una o varias sustancias, al ser inconcebible que pudiera haber relaciones-accidentes sin soporte o, en otros términos, fenómenos sin cosas en sí. Fue bajo esta forma residual cómo la noción de sustancia se mantuvo hasta finales del siglo XIX.
Ahora bien, de forma contraria a la sustancia tomada en el sentido pleno del término, un soporte como ese, privado de cualidades intrínsecas, no sólo puede sino que debe ser postulado por cada sucesión temporal como principio que la haga inteligible. El flujo de fenómenos no es
otra cosa que una serie de acontecimientos, puesto que todo acontecimiento es por definición un fenómeno y todo fenómeno, un acontecimiento: corresponde a un cambio que un espectador percibe en su entorno visible. Por consiguiente, de la misma manera que no puede haber fenómenos sin cosas en sí, tampoco puede haber acontecimientos sin soporte. De ahí que el pensamiento del siglo XIX aceptara entidades como «espíritu», «fuerza», «vida», «éter», «energía», «duración», etc., llamadas a servir de soportes a diferentes series de acontecimientos tanto psíquicos como físicos. La negación de la realidad de iodos los objetos de esta especie, consecutiva al rechazo de la validez del razonamiento según el que no podría haber relacionesaccidentes sin soporte, fue la que hizo posible la transformación del concepto de estructura, ya conocido, pero que sólo tenía aplicaciones limitadas, en una categoría general de significación ontológica.
Efectivamente, una vez privadas de sus sopor-
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tes, las series de acontecimientos sólo pueden ser tratadas de dos maneras. O bien demostrando que en ellas hallamos repeticiones y, en consecuencia, que estamos en nuestro derecho al abstraerlas, al menos dentro de ciertos límites, de la sucesión temporal, de ver en los acontecimientos que se repiten las manifestaciones individuales y parciales de un sistema subyacente cuya coherencia, estabilidad y, por consiguiente, realidad se atribuyen al hecho de que tiene una estructura; dicho de otra manera, que entre las relaciones que unen sus elementos, algunas son racionales, lógicas e interdependientes (32). O bien afirmando que los acontecimientos agrupados en serie sólo se hallan reunidos por el simple hecho de la sucesión, que no remiten a nada que sea inteligible, que no manifiestan ninguna lógica oculta, y que no mantienen ligazón alguna con los sistemas por relación a los cuales son completamente exteriores. Volvemos a encontrar en esto con la mayor exactitud el problema de la sincronía y la diacronía tal y como ha sido enunciado por Saussure.
El estructuralismo, pues, ha salido de este trastocamiento de las bases mismas de nuestra ontología implícita que era la negación de la realidad de diferentes soportes, últimos vestigios de la antigua sustancia. Es un trastocamiento que retoma e impulsa más lejos la obra crítica de Hume y de Kant, y, con este movimiento, lleva a una radicalización de sus posiciones -especialmente las del segundo- confundiendo y eliminando todas las huellas de las evidencias de no hace mucho y reduciéndolas al rango de creencias sin fundamento. Que esta vuelta del revés no se limitó en forma alguna a la filosofía lo podría demostrar mejor un análisis de lo que, a finales del siglo pasado y principios del nuestro, se produjo en la física, la biología y las ciencias humanas y sociales. Sin querer intentar en este momento demostraciones tan complejas, baste sin embargo, para convencernos de ello, hacer notar cómo el estructuralismo mismo no se deja reducir a esta o aquella doctrina filosófica: acabamos de examinar seis representantes que no admiten contestación [= Saussure, Jakobson, Hjelmslev, Lévi-Strauss, Chomshy y Thom] y de constatar que cada uno ocupa una posición diferente de las de todos los demás, yendo las variaciones de la fenomenología husserliana al empirismo lógico y del neocartesianismo al neoaristotelismo. Se nos podrá argüir que en todos los ejemplos nos las habemos con variantes de una creencia en la racionalidad si no del mundo considerado como un todo, al menos de determinados objetos. Es verdad. Pero esta creencia inspira y acompaña, dándole justificación, un programa de investigaciones, cuyo fin es ofrecer la teoría de tal o cual objeto estudiado por las ciencias humanas y sociales e incluso, desde hace álgún tiempo, por las de la naturaleza. Es a este programa y sólo a él al que corresponde por derecho el nombre de estructuralis-
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mo. Y ha sido él ante todo, y sólo en segundo lugar las filosofías concomitantes, quien ha podido hacerse posible gracias al trastocamiento que acabamos de caracterizar.
En efecto, su primera exigencia es abordar el objeto estudiado no tanto como serie de acontecimientos unidos por un soporte sino en cuanto que sistema: conjunto de elementos en interacción. Determinados elementos, únicos, no reproducibles, se dejan pues de lado. Otros, repetitivos, recurrentes, permiten satisfacer la segunda exigencia del programa: demostrar que el sistema comporta relaciones lógicas e interdependientes; en otros términos, que está dotado de una estructura, cuya descripción -que es la teoría del objeto estudiado- se da a la vez. Es por lo que al objeto tal como aparecía inicialmente lo sustituyen en el desarrollo de este trabajo otros dos cuyos estatutos ontológicos son diferentes del suyo, siendo así que también son diferentes entre sí; palabra y lengua (Saussure), sonidos y fonemas (Jakobson,Trubetzkoy), sustancia y forma (Hjelmslev), sistemas de parentesco · y sus estructuras elementales (LéviStrauss), ejecución y competencia (Chomsky), morfologías empíricas y dinamismos subyacentes (Thom), son otros tantos ejemplos de ellos.
Todos los primeros términos de estas parejas -llamémosles «realizaciones»- son accesibles ala experiencia sensorial, a la reconstrucción o ala observación; en eso consiste su realidad. Todos los segundos, las estructuras ( con la excepción -para ser exactos- de la lengua segúnSaussure: sistema en que la función de estructura se mantiene por el «mecanismo de limitaciónde lo arbitrario»), por definición no podrían serpercibidos u observados; se les otorga realidadfundándose en una demostración, más o menosrigurosa según los casos. Las relaciones entrerealizaciones y estructuras son variables, perosiempre son éstas las que hacen a aquéllas estables e inteligibles. De ahí una definición de lanoción de estructura más satisfactoria que la dada más arriba: conjunto de relaciones racionalese interdependientes cuya realidad ha demostrado y cuya descripción ha dado una teoría ( dichode otra forma, que constituyen un objeto demostrable) y que realiza un objeto visible, reconstruible u observable cuya estabilidad e inteligibilidad condicionan.
ESTRUCTURAS:
lFICCIONES O REALIDADES?
Una definición como esa evidentemente no puede ser aceptada por quien mantenga con R. Boudon que «una buena parte de la confusión que va unida a la noción de estructura proviene de que se le atribuye una resonancia cercana a la antigua noción filosófica de esencia, en la medida en que se tiene tendencia a concebirla de manera realista. Ahora bien, la única manera de aprehender la significación de la noción de es-
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tructura es comprender que aparece dentro de un discurso científico, y que sólo toma sentido gracias a las funciones que asume en el interior de ese discurso» (33). Efectivamente, desde el punto de vista de R. Boudon, y que podemos calificar de nominalista. «una estructura es siempre la teoría de un sistema -y ninguna otra cosa» (34), lo que lleva a definir la «descripción estructural de un objeto como un conjunto de teoremas que resultan de la aplicación de una axiomática a este objeto, axiomática y teoremas que constituyen una teoría del objeto en tanto que sistema» (35).
La unión entre «estructura» y «teoría», en las que con sobrada razón insiste R. Boudon, la reconocen -lo hemos constatado en varias ocasio-
traria, opta resueltamente por el realismo (38); es decir, pretende que su teoría describa la gramática que emplea cada locutor-auditor. Finalmente, la adhesión de Lévi-Strauss y Thom a la interpretación realista de la noción de estructura, a la luz de sus textos, no ofrece duda alguna.
Las teorías estructuralistas no llevan a la descripción de los efectos visibles u observables bien definidos y que se supone se producen en circunstancias determinadas pero que aún no han sido constatados. Dicho de otra forma, no sirven para hacer previsiones. Y parece que no
nes- todos los defensores del estructuralismo a'2-desde Jakobson. Queda por saber si justifica la � identificación de la una con la otra. Sin entablar en este momento una discusión general sobre las ventajas y desventajas de las perspectivas nominalista y realista, notemos únicamente que, para aplicar una axiomática a un objeto, hay que elegir, entre las axiomáticas concebibles, aquella que sea la más apropiada para el uso que se quiera hacer de ella, y que tal elección depende de los caracteres que atribuyamos al objeto tras haberlo estudiado. Por otra parte, la verificación de las teorías, cosa de la que también Boudon habla, apenas tendría sentido si no se admitiera que puedan ser confrontadas con los objetos a que se refieren y que poseen o no las propiedades que ellas les asignan; verdaderamente, a este respecto no se ve por qué la propiedad «tener una estructura» iba a ser una excepción.
En resumidas cuentas, nos parece que se puede conservar toda la aportación positiva del libro de Boudon, dando a la noción de estructura una interpretación realista, tanto más justificada cuanto que corresponde a la orientación de muchos -representantes del mismo estructuralismo. En particular, aparte de Hjelmslev, todos los autores aquí tratados son partidarios del realismo. Así, oponiéndose a aquellos para quienes la afirmación de W. F. Twaddell según la cual la realidad del fonema no es física ni psíquica sino abstracta y ficticia, era un rechazo puro y simple del concepto de fonema, Trubetzkoy observa: «Como el fonema pertenece a la lengua y la lengua es una institución social, el fonema es precisamente un valor y posee la misma especie de existencia que cualquier valor. Del mismo modo, el valor de una unidad monetaria (por ejemplo, un dólar) no es una realidad física ni una realidad psíquica, sino una magnitud abstracta y ficticia. Pero sin esta ficción un estado no puede existir» (37). También Jakobson combatirá más tarde lo que llama thefictionalist viewsobre la realidad del fonema. Por su parte, Chomsky introduce la distinción entre el punto de vista «psicológico» o «realista» y la interpretación «metodológica» de las teorías lingüísticas y, al afirmar que la elección entre ambas es arbi-
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sea tanto una especie de incapacidad provisional como un carácter intrínseco de este clase de teo. rías. Su función no es predictiva; es hermenéutica. «Reducen lo arbitrario de la descripción», como Thom gusta de resaltar, retomando una fórmula que se encontraba ya en Saussure. Sólo tienen en cuenta elementos estructuralmente estables de un objeto-sistema y demuestran que se pueden «deducir» las proposiciones que se apoyan en esos elementos a partir de un número por lo general bastante limitado de otras proposiciones que juegan el papel de axiomas de la teoría. La interpretación de éstos y de la teoría en su conjunto va directamente unida al fin perseguido, que es la reducción de lo arbitrario. Porque sólo una teoría que siendo lógicamente coherente describe objetos reales y las relaciones entre los elementos de tales objetos se puede reconocer como motivada tanto desde el punto de vista sintáctico como del semántico, correspondiendo la «deducción» de los teoremas a partir de axiomas con el «engendramien-
__________ cat�strofe4P �·
to» del sistema a partir de una o varias estructuras. Y a se ve la ligazón de esto con la creencia de numerosos partidarios del estructuralismo en la racionalidad, la cual no es, a fin de cuentas, otra cosa que una conformidad de los principios que rigen los objetos mismos y de las reglas que guían el espíritu humano.
Pero esto es precisamente lo que obliga a que nos preguntemos cuál sea la validez de las demostraciones que pensamos nos hacen admitir la realidad de las estructuras, a que, en otros términos, nos preguntemos en qué difieren de las que se suponía hacían indudable la existencia de Dios y de la sustancia (o las sustancias). Recordemos que estas últimas cumplían todas las exigencias que se exigían en la época a una demostración y que eran aceptadas como válidas, entre muchos otros, por matemáticos tan grandes como Descartes, Leibniz, Newton y Euler. Y, sin embargo, han sucumbido a la crítica kantiana. Es imposible afirmar que nunca vayan a ser recusadas aquellas cuya validez reconoce el estructuralismo contemporáneo. Sólo se puede decir que los argumentos a los que, en una eventualidad como esa, se debería recurrir habrían de ser necesariamente diferentes de los de Kant. En efecto, los conceptos de sustancia y de Dios son conceptos globales; el concepto de estructura es locaL Dicho de otra manera, Dios, situado fuera del espacio y el tiempo, es capaz de actuar inmediatamente y simultáneamente sobre todo lo que existe. De la misma forma, la sustancia, cuando está compuesta de átomos o mónadas, es coextensiva, individual o colectivamente, con el ser en su conjunto, siendo por añadidura cada mónada asimilada a un microcosmos. En cambio, toda estructura lo es de algo determinado: la lengua, el parentesco, la mitología americana, un sistema económico o un ser vivo. Por eso, la demostración de la realidad de una estructura se apoya en los datos que atañen a tal o cual objeto cuya estructura juzgamos es ésta, y no sobre las ideas que tengan que ver con el ser tomado como un todo o todos los seres de una determinada categoría. En términos filosóficos, se podría caracterizar al estructuralismo como un racionalismo localista; por lo demás, esta exigencia de localidad hace que se manifieste no bajo forma de una ontología sino en cuanto una multiplicidad de teorías que tratan, todas, de un objeto perfectamente circunscrito. Para cuestionar la aceptabilidad de éstas, habría que criticar su presupuesto común: la convicción de que es legítimo tratar a un corpus de datos como un sistema. Pero, hoy por hoy, aún no podemos imaginar que se pueda operar semejante revisión a no ser que se retroceda; es decir, rehabilitando la posibilidad de aprehensión de un corpus de datos como. una serie de acontecimientos unidos por un soporte. Durante el tiempo que las cosas sigan como están, las teorías estructuralistas satisfacen nuestra nece-
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sidad de inteligibilidad y, dado que las objeciones que se les puedan hacer no son sino técnicas, conservan su poder de persuasión y �su valor. .. l
(Traducción: José Doval)
NOTAS
(1) Añadir a las referencias de Pomian, «Catastrophes etdéterminisme», Libre, 4 (1978), pp. 115-136, las de Thom, Parabole e catastrofi. Intervista su matemática, scienza e filosofía, a cura di Giulio Giorello e Simona Morini, Milano, Il Saggiatore, 1980, donde se encuentran las referencias de la literatura más reciente. [Hay edición española: René Thom, Parábolas y catástrofes. Entrevista sobre matemática, ciencia y filosofía a cargo de Giulo Giorello y Simona Morini, Barcelona, Tusquets, 1985. N. del T.].
(2) Thom, Stabilité structurelle et morphogénese. Essaid'une théorie générale des modeles, Reading, Mass., W. A. Benjamín, 1972, p. 24.
(3) Id., ibid., p. 159.(4) Id., Biologie et structuralisme, in Modeles mathémati
ques de la morphogénese, París, Christian Bourgois, 1981; «La linguistique, discipline morphologique exemplaire», op. cit.
(5) Id., Stabilité structurelle et morphogénese [ ... ], op. cit.(6) Id., «la linguistique, discipline morphologique
exemplaire», op. cit., pp. 244-245. (7) Id., Biologie et structuralisme, op. cit., p. 141.(8) Id., Stabilité structurelle et morphogénese [ ... ], p. 122.(9) Cf. los artículos reunidos en Modéles mathématiques
de la morphogénese, ed. citada. (10) Id., Stabilité structurelle et morphogénese [ ... ], op.
cit., p. 125. (11) !bid., p. 124.(12) Id., Biologie et structuralisme, op. cit., pp. 143-144.
__________ ca��- ydesastres __________
(13) Id., Topologie et linguistique, 1970, in Modeles mathématiques de la morphogénese, ed. citada, pp. 193 y ss.
(14) Id., «Logos Phénix», Critique, 387-388 (1979), pp.790-800; aquí [K. Pomian, L'ordre du temps, París, Gallimard, 1984], pp. 798-799.
(15) Id., Stabilité structurelle et morphogénese [ ... ], op.cit., p. 312.
(16) Cf., en último lugar, Id., «Prédication et grammaireuniverselle», Fundamenta scientiae, 1 (1980), pp. 23-24.
(17) Chomsky, Cartesian Linguistics; a chapter in theHistory of Rationalist thought, New York, Harper and Row, 1966. [Hay edición española: N. Chomsky, Lingüística cartesiana. Un capítulo de la historia del pensamiento racionalista, Madrid, Gredos, 1978, reimpr. N. del T.}.
(18) Cf. A. H. Robins, Ancient and Mediaeval Grammatical Theories with Particular Reference to Modern Linguistic Doctrine, 1951 (Port Washington, N. Y.-Londres, Kennikat Press, reimpr.), pp. 69 y ss.; G. L. Bursill-Hall, Speculative Grammar of the Middle-Ages. The Doctrine of partes 'orationis of the Modistae, La Haya-París, Mouton, 1971.
(19) A. Arnauld y C. Lancelot, Grammaire générale etraisonnée [ ... ], 1660, ed de París, 1846 (Geneve, Slatkine Reprints, 1968).
(20) Id., ibid., p. 46.(21) I. Kant, Kritik der reinen Vernunft, Riga, Hartknoch,
1781, 2.ª ed., 1787, B 151; trad. francesa in E. Kant, Oeuvres philosophiques, París, Bibliotheque de la Pléiade, 1980, t. I, p. 867. [Edición española: I. Kant, Crítica de la razón pura,Madrid, Alfaguara, 1978. N. del T.].
(22) Cf. D. Droixhe, La Linguistique et l'appel de l'histoire (1600-1800), Geneve, Droz, 1978.
(23) Id., ibid., pp. 203 y ss.(24) W. von Humboldt, Ueber die Verschiedenheit des
menschlichen Sprachbaues, 1836; trad. franc., Introduction a l'oeuvre sur le kavi et autres essais, París, Ed. du Seuil, 1974.
(25) Id., ibid., trad. franc., p. 144.(26) /bid., p. 149.(27) Kant, op. cit., A 34, B 50; trad. franc., p. 795. Cf.
aquí [Pomian L'ordre du temps, cit.} infra, p. 286. (28) Humboldt, op. cit.; trad. franc., p. 231; cf. también
p. 184.(29) Id., ibid.; trad. franc., p. 183.(30) Cf. aquí [Pomian, L'ordre du temps, cit.] supra, pp.
129 y SS.
(31) Cf. Pomian, L'Histoire des structures, in J. Le Goffet al., La Nouvelle Histoire, París, Retz-C.E.P.L., 1978.
(32) A propósito de las nociones de sistema y estructura, cf. P. Delattre, Systeme, structure, fonction, évolution. Essai d'analyse épistémologique, París, Maloine-Doin, 1971.
(33) R. Boudon, A quoi ser la notion de structure? Essaisur la signification de la notion de structure dans les sciences humaines, París, Gallimard, 1968, pp. 81-82; cf. también p. 189. [Hay ed. española: R. Boudon, Para qué sirve la nociónde «Estructura». Ensayo sobre la significación de la noción deestructura en las ciencias humanas, Madrid, Aguilar, 1972. N.del T.}
(34) Id., ibid., p. 204.(35) /bid., p. 210.(36) /bid., pp. 188 y ss.(37) N. S. Trubetzkoy, Grundzüge der Phonologie, 1939;
trad. franc., Príncipes de Phonologie, Paris, Klincksieck, 1949, p. 104. [Hay traducción española: N. S. Trubetzkoy, Principios de fonología, Madrid, Cincel, 1976, 2.ª ed. N. del T.].
(38) Cf. Chomsky, The Logical Structure of LinguisticTheory, New York-Londres, Plenum Press, 1975, pp. 36 y ss.
(39) Por ejemplo, Thom, Biologie et structuralisme, op.cit., p. 142; «La linguistique, discipline morphologique exemplaire», op. cit., pp. 236-237.
[Extraído de la obra de Krzysztof Pomian, L'ordre du temps, París, Gallimard, 1984, pp. 196-218. De próxima aparición en Ediciones Júcar].
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