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Gracia Santificante
Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, dándole un alma espiritual e inmortal, capaz de
conocerlo, de amarlo y de alcanzar una felicidad proporcionada a su naturaleza; nos
dio la dignidad de ser hijos suyos.
La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo:
Él es la Cabeza y todos nosotros somos sus miembros.
Las acciones de los hombres que no están en gracia de Dios, aunque
tengan su valor, no rebasan los límites de lo
humano. En cambio, cuando un hombre está en gracia de Dios es miembro del
Cuerpo Místico de Cristo; sus obras, por
sencillas que sean, pertenecen a un plano
sobrenatural, infinitamente superior a
todo lo humano.
Cada uno de nosotros es una célula del Cuerpo Místico de Cristo.
Con nuestra virtud contribuimos a su vitalidad.
Con nuestros pecados, además de convertirnos en células muertas o
cancerosas, entorpecemos la vida de las otras células, nuestros hermanos.
La gracia santificante
Es una cualidad que hace subir de categoría al hombre,
dándole como una segunda naturaleza superior.
Es un don personal sobrenatural y gratuito, que nos hace verdaderos hijos de
Dios y herederos del cielo.Es la vida sobrenatural del
alma.
Se llama también gracia de Dios y es lo que más vale en este mundo .
Nos hace partícipes de la naturaleza divina, pero no nos hace hombres-dioses
como Cristo, que era Dios, y por Su naturaleza humana participaba de la
personalidad divina, lo cual no ocurre en nosotros .
Dios, al hacernos hijos suyos y partícipes de su divinidad, nos pone por encima de todas las demás
criaturas, que también son obra suya, pero no participan de su divinidad.
Cuando vivimos en gracia santificante somos templos vivos del Espíritu Santo.
La gracia santificante es absolutamente necesaria para conseguir la vida eterna.
La gracia se pierde por el pecado grave.
Estando en pecado mortal no se puede merecer nada.
Quien ha perdido la gracia santificante, no puede vivir tranquilo, pues está en un peligro inminente de condenarse.
La gracia santificante se recobra con la confesión bien hecha, o con un acto de contrición perfecta, con propósito de confesarse.
Perder la gracia santificante, es la mayor de las desgracias , aunque no
se vea a simple vista.
Sin la gracia de Dios, toda nuestra vida es inútil para el cielo.
Por fuera sigue igual, pero por dentro no funciona: como una bombilla sin corriente eléctrica.
Esta vida es el camino para la eternidad. Y la eternidad, para
nosotros, será el cielo o el infierno.
Sigue el camino del cielo el que vive en gracia de Dios.
Sigue el camino del infierno el que vive en pecado mortal.
Además de la gracia santificante, Dios
concede otras gracias que llamamos
“gracias actuales”; son auxilios
sobrenaturales transitorios, dados
según las necesidades individuales, para
conseguir algo determinado en
orden a la salvación.
Pues por nosotros mismos nada podemos.
El hombre no puede cumplir todas sus obligaciones sin la ayuda de la gracia de Dios.
Pero como Dios quiere la salvación de todos los hombres, a todos les da la gracia suficiente que necesitan para alcanzar la vida eterna.
Dios ha querido darnos el cielo como recompensa a nuestras buenas obras.
Sin ellas es imposible conseguir la salvación eterna.
Al que hace lo que puede, Dios no le niega su gracia.
«Tan grande es la bondad de Dios con nosotros, que ha querido que sean méritos
nuestros lo que es don suyo».
Esta gracia, la obtenemos mediante la oración y los
Sacramentos.
Dice San Pablo: "¿O no saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita en ustedes y que han
recibido de Dios? Por lo tanto, ustedes no se pertenecen, sino que han sido comprados, ¡y a qué precio! Glorifiquen
entonces a Dios en sus cuerpos", (1a. Cor. 6, 19-20).
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