Hades y perséfone patricia

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Hades y Perséfone

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En medio de este reino tenebroso tenía Hades su palacio. Sólo él podía llegar hasta allí y penetrar en su interior.

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Pero el oscuro dios se encontraba muy solo, porque ninguna mujer se animaba a casarse con él y convertirse en la reina de los Infiernos. Hades, sin embargo, era capaz de sentir amor y demostrar ternura…

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Harto de su soledad, un día se decidió a tomar esposa, aunque fuera por la fuerza.

Pero él no quería cualquier mujer, sino que pretendía a una muy dulce y hermosa: la joven Perséfone.

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Esta muchacha era hija de Zeus y Deméter, la diosa de la

fertilidad de los campos.

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Era una joven alegre, muy amante de la libertad y de

las flores: por su propia voluntad, nunca hubiera

accedido a vivir en los Infiernos.

Así que Hades, contando con el consentimiento de Zeus, planeó raptarla: esperó a que Perséfone saliera a pasear por los prados con sus amigas y cuando vio que se separaba de ellas, entretenida con las florecillas silvestres, abrió una brecha en la tierra y se la llevó a su reino, sin hacer caso de sus gritos de angustia.

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Una vez en los Infiernos, Perséfone no hacía más que llorar y pedir que la devolvieran al aire libre, con su madre.

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Hades se esforzaba por demostrarle su amor, diciéndole que ella sería allí la reina y señora, que él sería un marido tierno y amante, que la haría feliz.

Pero sólo conseguía hacerla llorar aún más.

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Mientras tanto su madre, Deméter, buscaba

desesperada a su única hija. Nadie le decía qué

había ocurrido, dónde se encontraba su niña, si se había perdido o le había

sucedido algo malo. Deméter recorrió los

cielos y la tierra entera, sin dar con ella.

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Finalmente el Sol, que todo lo ve, le contó lo sucedido.

Al saber Deméter que Zeus había dado permiso a Hades para que robara a su hija, se sintió tan herida que decidió retirarse a la más recóndita soledad.

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Sin su presencia, sin la protección de la diosa de las cosechas, la tierra dejó de dar frutos y se convirtió en un desierto seco y árido. Los hombres morían de hambre, el mundo estaba a punto de extinguirse…

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Zeus trató de convencer a Deméter para que volviera

a cuidar de los campos y que de nuevo se extendiera

la fertilidad en la tierra.

Pero la diosa, ciega de dolor por la pérdida de su amada hija, le contestó:

- Estoy horrorizada al comprobar cómo tú, Zeus, el propio padre de nuestra dulce Perséfone, has permitido que ese horrible Hades la arrancara de mi lado. ¿Cómo quieres que vuelva a dar la vida, si tú me has quitado mi alegría? ¡Nunca!, óyeme, ¡nunca volverá a haber frutos en la tierra mientras mi hija no esté conmigo!

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Zeus, entonces, ordenó a Hades que devolviera a Perséfone a su madre.

El dios de los Infiernos, por descontado, no estaba dispuesto a dejar que su joven esposa se marchara. Pero ante la orden tajante de Zeus, tuvo que ceder.

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Sin embargo, poco antes de su partida le pidió que, aunque fuera por una sola vez, comiera con él uno de los sabrosos frutos que crecían junto a su palacio. Perséfone, feliz al saber que por fin podría marcharse, accedió.

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La alegría de madre e hija al volver a encontrarse conmovió a los cielos y a la tierra, que nuevamente volvió a dar frutos y a cubrirse de flores y plantas.

Pero Perséfone, al poco tiempo de estar en libertad, comenzó a sentir una extraña nostalgia: deseaba, sin comprender muy bien por qué, regresar junto a Hades.

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Al fin y al cabo, el dios de las tinieblas era bueno y

cariñoso, actuaba con justicia y la trataba como a una auténtica reina; eso

era cierto, aunque el lugar fuera tan triste.

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Los sentimientos de Perséfone no surgían porque sí: los había provocado el fruto

comido con Hades antes de marcharse, porque

quien prueba los alimentos del infierno no puede resistirse a volver.

¡Y Perséfone los había probado! No le quedaba otro remedio que regresar al Hades, y sin embargo ahora la idea no le parecía tan terrible...

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Cuando lo supo Deméter, volvió la desesperación a su pecho: así pues, ¿tendría que perder a su hija sin remedio?

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Zeus decidió intervenir buscando una solución que complaciera a todos: ordenó que durante dos terceras partes del año, Perséfone viviera con su madre, y el tercio restante lo pasara con Hades en los infiernos.

De este modo, cuando Perséfone está junto a Deméter, en otoño, primavera y verano, el mundo florece, la tierra da frutos y los campos cosechas.

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Cuando se marcha al Hades, para alegrar un poco la vida

de su esposo, la tierra se repliega, se hielan los campos y se desnudan los árboles de

sus hojas: ha llegado el invierno.

FIN

Patricia Verdejo Camacho

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