Hijo prodigo

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Una hermosa reflexión de Misericordia

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La Parábola del Hijo Pródigo (Una hermosa reflexión de Misericordia)

Oscar Esaú Villafuerte López

1

Un hijo se marchó de su casa…

Evangelio de la Misericordia

Cuando Jesús quiso darnos a conocer cómo son su Padre y el Reino de los Cielos,

echó mano de narraciones sencillas, cargadas de enseñanzas muy fáciles de

comprender para aquellos que le oyeron, y lo siguen siendo para nosotros hoy:

Las parábolas.

San Lucas es considerado el “Evangelio de la Misericordia”, y en él encontramos la

parábola que vamos a reflexionar a lo largo de todos estos Temas.

Particularmente, en este pasaje de la Escritura, vemos finamente reflejados en

sus personajes y en la situación que se narra, la realidad que el pueblo de Israel

había vivido a lo largo de su historia.

La experiencia de los siglos

El contraste de situaciones “buenas” y luego “malas”, para retornar a lo “bueno” a través de una acción directa de Dios a favor

de su pueblo, estaba retratado en múltiples pasajes que la Biblia recoge a lo

largo de sus páginas:

La estancia de nuestros primeros padres en el paraíso; el pecado originario; y la promesa de salvación (Ver Gn 1 – 3).

La situación de los hombres diseminados por el mundo; su corrupción en el pecado

y el diluvio universal; y finalmente, la Alianza de Dios con Noé (Ver Gn 6 – 9).

La vida de los hijos de Isaac; sus conflictos de bendición y primogenitura; y el retorno de Jacob con sus hijos a la tierra de Israel

(Ver Gn 25 – 33).

La estancia de los israelitas en la región de Gosen, por obra de José; su esclavitud a

manos de los egipcios; y su liberación del país de la opresión (Ver Gn 46 – Ex 16).

La vida pacífica de los hebreos; el yugo de los pueblos extranjeros; y el retorno a la paz por una intervención de sus jueces y reyes (Ver Jos; Jue; 1 y 2 Sam; 1 y 2 Re).

La construcción del templo de Jerusalén; el resquebrajamiento de los Reinos del Norte y el Sur con sus respectivos destierros; y el

retorno y reedificación paulatina del templo y la ciudad santa (Ver 1 Re; 2 Re; y

profetas exílicos y postexílicos).

En fin, el pueblo sabía muy bien que mientras estaban “en paz con Dios”,

viviendo “en su gracia”, eran una nación próspera y vivían tranquilamente. Sin embargo, usando de su libertad, se

apartaban voluntariamente de Dios, y “les llovían” todo tipo de desgracias.

Cambiando su vida, Dios les perdonaba y les otorgaba, nuevamente, una vida más

pacífica y feliz.

La situación inicial del hijo de la parábola

La Parábola comienza diciendo que “un padre tenía dos hijos”. No sabemos mucho,

con datos narrados por Jesús, de cómo viviría aquella familia, pero por lo que

sigue en la parábola descubrimos que se trataba de una acomodada: el hijo reclama “herencia”, y el padre “repartió los bienes”.

Al hijo, en casa de su padre, no le faltaba nada: todo lo tenía.

No podía alegar que era desdichado a

causa de carencias materiales, pues tenía casa, campos, ganados, sirvientes… o

carencias afectivas, pues también descubrimos por la parábola que su padre

era un hombre cariñoso.

Hay otro dato que desconcierta: El hijo pide una “herencia”. Pues bien, según el

derecho, “heredar” consiste en pasar bienes, propiedades, títulos u obligaciones,

luego de la muerte de una persona. El padre aún no había muerto, pero dice la

parábola que ante la petición injusta de su hijo, repartió sus bienes.

Y se fue…

La parábola continúa diciendo que el hijo “a los pocos días”, es decir, después de una breve pero suficiente reflexión, donde se percibe la libertad y voluntad que tenía y

utilizó, se marchó a un “país lejano”.

¡Qué expresión tan fuerte!

Sí, “lejos” de su casa y de su padre, “lejos” de aquello que aunque le brindaba “todo”

no le parecía “suficiente”…

“lejos”, allá, donde nada ni nadie le conociera…

“lejos”, donde todo fuera “novedad” y “aventura”.

Así, viéndose erróneamente al fin “libre”, sintiéndose con la oportunidad de hacer y decir cuanto quisiera, malgastó sus bienes,

viviendo “como un libertino”.

CONFRONTAMOS CON LA REALIDAD

También nosotros experimentamos lo bien que se está “en familia”: Sentirse seguros,

acogidos, amados, respetados…

¡Qué hermoso es saber que hay alguien que nos da la oportunidad de vivir en una casa, de cubrirnos con ropa, de curarnos

cuando nos enfermamos!

Pues algo muy parecido sucede con nuestro Padre Dios: Él siempre está atento para que nada nos falte. Nos llena de amor

y de ternura, y manifiesta su bondad actuando a nuestro favor día con día, ofreciéndonos toda clase de bienes

espirituales y materiales, extendiendo su providencia para que nunca nos sintamos

tristes o necesitados…

Sin embargo, a veces nosotros decidimos “apartarnos de su casa”. Hay personas que no se dan cuenta de que al lado de Dios,

viviendo en su amistad, en su gracia, no les falta nada… quieren “sentirse libres”,

quieren “hacer lo que les da la gana”. Usan mal de su libertad, de su voluntad y

terminan abandonando la casa de nuestro Padre Dios y cometen pecado…

La situación inicial del hijo pródigo era muy buena, pero quiso malgastar los bienes de

su padre, viviendo como un libertino… quizás también esa sea la situación

nuestra, apartándonos de Dios y de su amor, dejando su hogar.

Respondamos, sinceramente:

¿Somos conscientes de que viviendo en gracia de Dios no nos falta nada?

¿Nos damos cuenta de todo lo bueno que

tenemos, y lo disfrutamos?

2 Lejos de su padre sufrió mucho…

CONTEMPLAMOS DESDE LA FE

El hijo vivía como un libertino

El tema pasado reflexionábamos en lo bien que estaba el hijo en casa, sin pasar necesidad.

También vimos que aquel hijo ingrato usó mal de su libertad, que voluntariamente quiso

apartarse de la casa de su padre, y que se puso a malgastar sus bienes.

La parábola no especifica exactamente en qué se gastó el dinero, aquí sólo adelanta que su vida era la de un “libertino”. Más adelante el hijo mayor de la parábola le

reclamará a su padre porque “ese hijo suyo gastó su dinero con prostitutas” (Ver Lc 15, 30). Podemos imaginar que su vida giraba en torno a los juegos, apuestas, vino, lujos,

y desenfrenos de todo tipo…

¡Qué triste vida la de este hombre! Quería vivir “libre”, pero cayó esclavo de

los vicios. Sin duda que mientras tuvo dinero no le faltaban “amigos”, pero los

bienes materiales no duran para siempre, y algún día todo se le acabó…

Comenzó a pasar necesidad

Continúa la parábola apuntando que, cuando se le acabó todo, sobrevino en

aquella región una “gran escasez”. Entonces, el ambiente de comodidades se

le cambió por el de la pobreza; sus “amigos” le huyeron y lo dejaron solo,

afrontando la crisis; entonces, pasó necesidad…

Aquel hombre soberbio, que creía que todo podía realizar,

se encontraba en la mayor carencia.

Aquel hijo ingrato que tenía dinero de sobra, ahora no tenía nada en sus bolsillos.

¡Cómo cambió la vida de aquel hombre,

lejos de su padre y de su casa!

Se empleó cuidando cerdos

Para los judíos, el cerdo es un animal impuro. ¿La razón?

El libro del Levítico anota:

“El cerdo, que tiene la pezuña partida, pero no rumia: lo tendrán por impuro…”

(Lv 11, 7)

Jesús sabía perfectamente cuál era la mentalidad alimenticia de su pueblo, y quizás por eso empleó también esta

imagen tan ilustrativa: El hijo “serviría” a los puerquitos. Es decir: El hombre que se

“hinchaba” de orgullo, sintiéndose “señor”, ahora está en una condición por debajo de

los animales impuros… ¡Qué contraste! ¡Qué triste vida!

Quería comerse la comida de los puerquitos, pero no lo dejaban

Tal era la necesidad y el hambre de aquel hijo, que deseaba llenar su estómago con la comida que los animales disfrutaban…

Quería comerse aquello que los animales

entre lodo y estiércol trompeaban…

Deseaba aquel alimento tan desagradable, pero más desagradable era su aspecto,

ahora que lo había perdido todo, y que se encontraba en la más grande necesidad.

Esta vida no era, para nada, digna ni deseable. Esta vida que tenía, lejos de su padre, era sólo una triste calamidad, un

trágico desenlace en la “aventura” de su necedad.

CONFRONTAMOS CON LA REALIDAD

También nosotros hemos experimentado algo semejante. Cuando estamos “en casa”

nada nos hace falta, pero lejos del hogar nada tenemos, realmente: Los lujos

desenfrenados, la comodidad a toda costa, los vicios, en una palabra, el “pecado”, es lo que nos hace tan desgraciados. Así le

aconteció al pueblo de Israel en innumerables ocasiones:

Desde el principio, el libro del Génesis nos relata muchos pasajes donde el hombre, haciéndole caso al demonio, dejándose

llevar por sus insinuaciones, queriendo ser “como Dios”, sólo consigue pena y

amargura: El fruto prohibido, Caín y Abel, La torre de Babel, El Diluvio universal, etc.

(Ver Gn 1 – ss).

Cuando el pueblo de Israel fue liberado de la esclavitud de Egipto, y mientras vagaban

por el desierto, tarde se les hizo para renegar de Dios en muchas ocasiones,

hasta llegar al punto de adorar un becerro de oro, quien fue su perdición y los hizo

caer en la idolatría (Ver Ex 32 – 34).

Luego de llegar a la tierra prometida, cuando poco a poco se iban instalando en

Palestina, el pueblo se sentía “libre”, y cometían muchos y graves pecados, y

como una constante el libro de los Jueces nos relata que “hacían lo que era malo a

los ojos de Dios”, llegándoles, así, innumerables penas y esclavitud

(Ver Jue 1 – ss).

El hombre es responsable de sus actos

Esto es una gran verdad. Somos seres libres, pensamos y tenemos voluntad.

Usamos de estas facultades para bien o para mal, pero sea cual sea nuestro proceder, debemos cargar con las

consecuencias de nuestras acciones.

No es que Dios nos quiera ver desdichados, o que sea Él quien nos mande los males.

Tampoco “nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según

nuestras culpas” (Sal 102, 3).

Es el hombre, somos nosotros mismos, los que usando mal de nuestra libertad, a

veces nos apartamos de Dios y sufrimos por lo que llega a causa de estos errores

cometidos.

Todos sabemos qué triste es vivir en pecado: Peleados con nuestros amigos o

compañeros, enojados con nuestros padres o maestros, estar tristes porque

aunque tengamos muchas cosas no tenemos con quiénes compartirlas por nuestra soberbia o nuestro orgullo, etc.

Son meras “migajas de puercos”…

Es alimento de animales impuros lo único que nos queda lejos de la casa de nuestro Padre Dios. Es la necesidad completa y la

tristeza más asfixiante. Es completa soledad y amargura. ¡Qué mal se está lejos

de Dios y de su bondad!

Seamos sinceros y respondamos:

Cuando estamos en pecado, ¿Por qué no somos felices?

Si vivimos lejos de la casa

de nuestro Padre Dios, ¿Nos sentimos realmente “libres”?

3

Arrepentido, decidió volver…

CONTEMPLAMOS DESDE LA FE

Reflexionar… un buen principio de la conversión

A lo largo de los temas que hemos estado

reflexionando, hemos visto el camino que el hijo tuvo que pasar para encontrarse en una

situación desesperada. Vivió “feliz” temporalmente, creía que los vicios le darían lo

que tanto deseaba, pero no fue así.

Ante las dificultades de la vida, y como consecuencia lógica de sus actos, aquel hijo se encontró solo y olvidado de sus

antiguas “amistades”.

Fue allí, en la soledad de su interior, cuando “tocó fondo” y la necesidad lo puso a pensar en cómo podría salir de

aquella triste situación.

Inicialmente, fue el hambre lo que lo llevó a querer cambiar y volver a la casa de su

padre. Quizás un poco de “envidia”, imaginando que los jornaleros de su padre

tendrían pan de sobra…

No son la mejor causa, es verdad, pero lograrían el efecto deseado:

¡Aquel hijo decidirá volver!

Un discurso “prefabricado”

Comenzó a pensar qué podría decirle a su padre, y cómo podría “justificar” sus malas acciones… sabía que él le había fallado, y

mucho; pero quizás no sabía tan bien cómo era su padre.

Como sea, creó unas cuantas palabras que recogieran su experiencia y que expresaran por un lado lo mal que se sentía, y por otro

cuán arrepentido estaba:

“Padre, pequé contra el cielo y contra ti”. Con estas palabras aclara que ha cometido

el mal, que se ha apartado de su cariño, que se ha comportado como un ingrato, que desperdició los bienes de su padre y

que ha perdido su amistad.

“Ya no merezco llamarme hijo tuyo”.

Es una frase muy triste, quizás la que más refleja su arrepentimiento.

Al saberse “pecador”, comprende que no

está a la altura de un padre tan bueno.

“Trátame como a uno de tus jornaleros”.

Frase que complementa la anterior: En ella expresa su decisión por estar al lado

de su padre, si no como su hijo, al menos como su trabajador.

Pero quiere estar “allí”… con él.

“Allí”, donde nadie más pueda prometerle la felicidad que lejos de su hogar no existe.

“Allí”, aun como un siervo, pero de su

padre, no de los animalitos.

Es que quizás ya sabía que “la aparente esclavitud con su padre es, en verdad, la

más completa libertad”.

CONFRONTAMOS CON LA REALIDAD

Nos hace falta mucho reflexionar

Hemos visto cómo un buen principio para alcanzar la conversión, es decir, el

verdadero “cambio de vida”, consiste en ponerse a reflexionar, a pensar bien la

situación en la que nos encontramos y la que queremos realmente alcanzar.

Cada año, por los días de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a darnos un tiempo

para esto.

Los Temas que estamos viendo, precisamente, son esta gran oportunidad

para hacer un buen examen de conciencia, para desde la soledad de nuestro interior

“encontrarnos de nuevo” con Dios.

Actualmente, casi nadie quiere “pensar”. Muy pocas personas se dan un tiempo, lejos del ruido, de las distracciones del

televisor, del internet, del iphone, del ipad, de los celulares, para adentrarse en sí

mismos y poder darse cuenta realmente en dónde se encuentran, de cómo está su vida y cómo son sus acciones para con Dios, con su familia, con los demás, consigo mismos.

¡Y qué importante es reflexionar!

El ser humano, en verdad, se diferencia de todos los demás seres de la creación por su

capacidad de razonar… ¡Hay que usarla!

El tipo de reflexión que estamos queriendo subrayar no es la de “capacidad de inventiva” o de avance en “materia

científica”, sino del principio que puede ayudarle a los hombres a convertirse, a

pensar seriamente, y para su propio bien, en su verdadera situación y mejorar.

Como “el hijo pródigo”

Es el título que muchas ediciones bíblicas le dan a esta parábola… Mucha gente así le

nombra, y sin saber siquiera lo que significa.

“Pródigo” viene de una palabra griega, y

tiene distintas acepciones:

Adjetivo que se le atribuye a una persona que gasta su dinero de una forma

insensata y sin necesidad.

Forma de nombrar a una persona que es muy generosa, que da todo lo que tiene, o que desprecia voluntariamente su vida o

algo muy estimable.

La gran mayoría de las veces se utiliza en la línea de la primera definición:

Se entendería como la “parábola del hijo que gastó insensatamente la herencia

de su padre”…

Pero, ¿y si la entendiéramos según la segunda acepción?

El hijo de la parábola malgastó los bienes de su padre, sí, y mientras tanto nunca fue

capaz de “dar” realmente.

“Despilfarró”, “derrochó”, pero nunca “dio”, nunca “se donó”.

Pero cuando se dio cuenta de que lo único

que tenía era “nada”, fue cuando pudo realmente “dar”.

¿Y qué fue lo que este hijo dio? Su propia vida, se dio a sí mismo.

En medio de su miseria reconoció que los bienes materiales no dan felicidad, que lo

que necesitaba no era solo el pan para llenar su estómago, sino donar todo su ser,

volver a la casa de su padre, estar a su lado aunque fuese como uno

de sus trabajadores… ¡Eso era mucho más importante!

¡Es hora de tomar una decisión!

El hijo de la parábola, si fue por necesidad o por arrepentimiento sincero, tomó una decisión y volvió a su hogar. Había llegado

el momento, se armó de valor y como estaba se puso en camino.

Nosotros, sinceramente:

¿Nos damos cuenta de qué estamos perdiendo lejos de nuestro Padre Dios?

¿Por qué deseamos tanto los bienes materiales si no nos dan la felicidad

verdadera?

¿Somos hijos “pródigos”, pero según cuál de las definiciones que hemos visto?

Primer Mandamiento: Amarás a Dios sobre todas las cosas

¿Confío en la Bondad y en la Misericordia

de Dios? ¿Lo amo por encima de todo y de todos? ¿Hago más caso a lo que dicen los

horóscopos, los juegos de azar, las adivinaciones, la ouija, o cualquier otra

persona o instrumento, que al mismo Dios?

Segundo Mandamiento: No jurarás el nombre de Dios en vano

¿Acostumbro jurar?

¿Procuro honrar el nombre sagrado de Dios, o más bien lo utilizo sin sentido?

Tercer Mandamiento: Santificarás las fiestas

¿Voy a Misa todos los domingos y fiestas

de guardar? ¿He faltado en alguna ocasión por flojera, o por hacer otras cosas que son menos importantes? ¿Trato de santificar el

día del Señor haciendo el bien, descansando sanamente,

conviviendo con mi familia?

Cuarto Mandamiento: Honrarás a tu padre y madre

¿Respeto a mis papás o superiores?

¿Los obedezco en todo, aunque a veces no quiera?

¿Reniego frecuentemente de lo que ellos me sugieren y no hago caso a sus

consejos?

Quinto Mandamiento: No matarás

¿Amo y respeto mi vida y la de los demás?

¿He hablado mal de algún compañero

o de un amigo?

¿Les he causado mala fama por venganza o por odio? ¿Le guardo rencor a alguien?

Sexto Mandamiento: No cometerás actos impuros

¿Respeto mi cuerpo y el de los demás?

¿Evito las pláticas en doble sentido? ¿Me gusta contar chistes o hacer bromas indecentes? ¿Miro o curioseo en revistas,

programas de televisión o páginas de internet, buscando pornografía?

Séptimo Mandamiento: No robarás

¿Alguna vez he tomado algo que no es mío? ¿He pedido prestado algo y aún no lo

he devuelto?

Octavo Mandamiento: No levantarás falso testimonio,

ni mentirás

¿He dicho mentiras, aunque las considere “piadosas”? ¿Evito decir la verdad, porque puede traerme consecuencias indeseadas?

¿He acusado a alguien falsamente para “librarme” de un castigo o de alguna

sanción?

Noveno Mandamiento: No consentirás pensamientos

ni deseos impuros

Cuando llegan a mi mente pensamientos o deseos impuros, ¿me recreo en ellos, o los

evito con valentía?

Décimo Mandamiento: No codiciarás los bienes ajenos

¿Siento tristeza cuando algún amigo tiene más cosas que yo, o si le va mejor en las

calificaciones escolares?

¿Deseo lo que los demás tienen y no me siento satisfecho con lo poco o mucho que

yo tengo?

4

Su Padre salió a su encuentro, lleno de gozo…

CONTEMPLAMOS DESDE LA FE

Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio

Jesús nos dice que aquel padre que había perdido parte de su hacienda al repartir sus

bienes, y que había recibido de su hijo un trato injusto al abandonarlo, lo vio

“cuando aún estaba lejos”.

Esta expresión nos ofrece la posibilidad de que fuese una mera casualidad

de que el padre estuviera afuera de su casa cuando su hijo volvía…

pero también (y es más edificante), pensar que el padre estaba siempre pendiente de

que su hijo volviera.

Pasaban los días, llegaban las noches, y de nuevo amanecía, pero el padre de vez en

cuando estaba a la puerta, o mirando desde la azotea, o repasando las ventanas,

aguardando impaciente el retorno de su hijo a quien, pese a todo lo acontecido,

aún amaba.

Y un buen día, cuando su hijo, arrepentido, volvía, lo miró… y la reacción no se hizo

esperar.

Profundamente conmovido, corrió a su encuentro

Esta hermosa frase recoge, con pocas palabras, un retrato hasta entonces

novedoso de percibir a Dios… los judíos estaban acostumbrados a pensarlo como un Rey todopoderoso… ahora, Jesús nos presenta a ese mismo Dios, pero con una “nueva cara”, faceta noble y más natural y

apetecible de percibirlo…

“Profundamente conmovido”, indica sentimientos a flor de piel, ternura en extremo, todo corazón y “entrañas”;

Jesús no tiene escrúpulos al plantearnos

así a su Padre, a ese Dios que a lo largo de toda la historia el ser humano no había

podido comprenderlo a plenitud, y nos lo revela… así…

El padre corre al encuentro de su hijo, y echándole los brazos a su cuello,

lo cubre de besos.

¡Qué enternecedora imagen! ¡Con qué razón muchos pintores y

escultores se han inspirado en esta escena y nos la presentan artísticamente

en sus obras!

El hijo quiso justificarse

Entonces, el hijo de la parábola comenzó a recitar su discurso “prefabricado”… pero su

padre no lo dejó terminar…

Y es que esas palabras, ahora, ya no tenían más sentido decirlas. A su padre sólo le

importaba que estuviera allí, con él, y que pese a todo lo que le hubiera pasado, había aprendido su lección y regresó.

Y el padre le devolvió su dignidad

Llamó, entonces, a sus criados, y les ordenó con gestos bien concretos que

trataran a su hijo con la dignidad que tenía antes de irse de allí: Vestido nuevo, anillo

en su dedo y sandalias en sus pies…

Mandó matar al becerro gordo, y hacer una fiesta…

CONFRONTAMOS CON LA REALIDAD

Dios también nos espera

La parábola que Jesús dijo no tenía como únicos destinatarios a los hombres y

mujeres de su tiempo. Sin duda que sus expresiones, palabras de Vida eterna,

también están dirigidas para nosotros, hoy.

Nosotros, ya lo hemos visto, también somos “hijos pródigos”.

También, usando mal nuestra libertad, en ocasiones nos apartamos de la casa de nuestro Padre y perdemos su amistad.

También nosotros hemos caído en la miseria del pecado, y también muchos de nosotros nos hemos puesto a reflexionar y

hemos decido volver…

Pues bien, Dios mismo, a nosotros también nos espera…

Es interesante descubrir que, por mucho

que amara el padre a su hijo, y por mucho que quisiera que regresara, nunca fue a

buscarlo en sus centros de perdición, jamás forzó su conversión, nunca apresuró

el proceso de su arrepentimiento.

Pero siempre, siempre, estuvo esperándolo, y apenas lo miró, salió a su

encuentro y lo cubrió de besos. Eso mismo hará con nosotros.

Y nos devuelve la dignidad perdida

El pecado es lo único que nos aparta de Dios: Cualquier vicio, cualquier acción que vaya en contra de su ley, o que haga que las cosas, nosotros mismos o los demás, estén tristes o pierdan su valor, nos hace

apartarnos de su amistad y nos lleva a una situación semejante a la de aquel hijo de la parábola mientras cuidaba los puerquitos…

Dios sacia cualquier necesidad, y si confiamos realmente en su perdón,

y si creemos en su misericordia infinita, basta que demos ese paso necesario para

volver a estar con Él. Dios Padre nos ofrece su cariño, y

espiritualmente brinda para nuestros pies cansados sandalias, para nuestras manos

vacías un anillo, y para nuestro cuerpo desprotegido un traje nuevo.

Y aún más, nos ofrece el alimento propio de un banquete…

Si bien la conversión es primordialmente

iniciativa de Dios, como es su deseo de que “todos los hombres se salven” (Ver 1 Tim

2, 4), es también una obra de los hombres, pues sin su explícita cooperación, sin su decisión particular por dejar la vida de

pecado, no se podría lograr…

Pero Jesús nos ha dicho que es posible volver, y que si nos decidimos

sinceramente, no vamos a encontrar de Dios regaños o reclamos, sino su rostro

benévolo y siempre bondadoso…

Contestemos sinceramente:

¿Por qué a veces no queremos “volver a la casa de nuestro Padre”?

¿Por qué, si sabemos cómo es Él (ya que Jesús nos lo ha revelado así), no volvemos cuanto antes y gozamos de sus beneficios?

5

¡Y se hizo una gran fiesta!

CONTEMPLAMOS DESDE LA FE

¡Fiesta!

La palabra, en sí misma, designa “alegría”. Entendemos por “fiesta”, una reunión de

personas para celebrar algún acontecimiento, o simplemente para divertirse. Las fiestas suelen

acompañarse de comida, bebida y baile. Las hay de todo tipo, y son generalmente muy bonitas,

desde su preparación hasta su conclusión.

El padre de quien hemos estado hablando hizo una gran fiesta, y la misma parábola nos explica las razones: Su hijo volvió, y lo

recobró sano.

Mandó a sus criados a que rápidamente previeran los asuntos pertinentes, y los invitó a todos a regocijarse con él y sus

motivos.

El hijo mayor volvió, se enteró y no quería participar

Sigue la parábola, y dice que el hijo mayor de aquel buen hombre “estaba en el

campo”. Esta expresión bíblica denota no solo “ausencia de la casa”, sino “trabajo esforzado”. El “campo” designa un lugar apartado de la ciudad, y trabajar en él

implicaba mucho cansancio.

Pues bien, este hijo mayor escuchó que había fiesta en su casa, pero ignoraba los motivos. Entonces, llamó a un criado y se

informó. Al saber que se trataba de su hermano, “se enojó y no quería entrar”.

El padre fue a convencerlo, pero él le contestó que siempre había “obedecido sus órdenes”. Quizás se sentía como un

“trabajador” más de su padre, y no se daba cuenta de lo que realmente era

“ser su hijo”. Él alegaba que su padre no le había dado ni un cabrito para comérselo con sus amigos, pero su padre le hizo ver

que, siendo su hijo, todo lo que había en casa era “suyo”…

Él reclamaba a su padre que “ése hijo suyo” había malgastado su hacienda con prostitutas, pero aquel buen hombre le

aclaró que “su hermano” estaba perdido, sí, pero que lo habían encontrado;

que muerto estaba, pero ya lo había recobrado…

Por todos esos motivos era pertinente hacer una fiesta y regocijarse…

Aquí termina la parábola, y no nos

comenta el desenlace de la historia… algunos piensan que el hijo mayor siguió

obstinado y no quiso participar de la alegría del hermano recobrado…

Otros, piensan que también él tuvo su oportunidad de conversión, y el padre de

la parábola “ganó” a sus dos hijos…

Como sea, podemos pensar ambas posibilidades, y cada una de ellas nos dejaría mucha enseñanza espiritual.

CONFRONTAMOS CON LA REALIDAD

El final de la parábola es muy rico.

Hagamos una buena aplicación de la misma para nuestra vida.

¿Hijos mayores o menores?

A lo largo de estos Temas nos hemos identificado con el hijo menor:

El que pide la herencia, la malgasta, se

arrepiente y regresa…

ahora, tenemos la oportunidad también de identificarnos con el hermano mayor:

Como “hijos mayores”, en ocasiones, también nos molestamos de lo bueno que

les sucede a los demás: Nos irrita saber que alguien es feliz y nosotros no, que a

alguien le compraron algo y a nosotros no, que alguien saca buenas calificaciones y

nosotros no… La ira, la envidia, la soberbia, u otros tantos vicios y pecados no nos

dejan ser humildes y llevar buenas relaciones con los demás:

Pensamos que en nuestra casa hay favoritismos, que nuestros padres quieren

más a algún hermano o hermana que a nosotros mismos; nos molestamos porque a nosotros siempre “nos mandan” y a otros

parientes no…

Quizás todas estas situaciones nos tienen mal, y andamos enojados con todo y con

todos. Quizás algo de lo que hemos descrito (o muchos otros ejemplos

parecidos que se han omitido), reflejan nuestra situación y nos parecemos al hijo

mayor del padre de la parábola.

¡Ha llegado el momento de convertirnos! ¡Es tiempo de escuchar atentamente a

nuestro Padre! ¡Es hora ya de volver a la casa y de alegrarnos al contar nuevamente

con la gracia de Dios!

Sabemos de antemano, por ejemplo, que un doctor atiende primero y pone más

esmero a los enfermos más graves; que un maestro dedica más tiempo y esfuerzo a los estudiantes más lentos;

que un albañil tarda más en arreglar una pared que se ve en mal estado que otra

que se encuentra en mejores condiciones…

Pues algo parecido aconteció con el padre de la parábola:

Se alegró e hizo una gran fiesta porque su hijo menor lo requería…

pero no olvidó a su hijo mayor y también lo invitó a regocijarse

con su hermano recobrado… No sabemos el desenlace de estos eventos,

pero sin lugar a dudas, aquella familia cambió.

Algunos “lugares” para encontrarnos hoy con Dios

Volver a la casa del Padre puede hacerse

de diversas maneras. Por ejemplo:

- Reencontrarnos con algún familiar con el que hemos estado distanciados.

- Perdonar a aquel pariente o amigo que nos ofendió, con o sin voluntad explícita.

- Olvidar rencillas con nuestros compañeros de escuela.

- Aprendiendo a compartir lo poco o lo mucho que tenemos y sabemos.

- Abrir el corazón para acoger a los niños con alguna discapacidad, y valorarlos.

- Volver a sonreír, si es que parece que nos hemos olvidado de hacerlo.

- “Correr el riesgo” de hacer aquello que hemos estado posponiendo,

y que sabemos que nos va a devolver la paz: Alguna llamada por teléfono

pendiente, alguna carta…

- Acudir a nuestra Parroquia, y recibir los Sacramentos.

- Leer con gusto la Palabra de Dios, y conocer poco a poco su Santa Voluntad.

- Hacer un tiempo pequeño del día para

participar en la Eucaristía, o visitar a Jesús en el Sagrario, o hacer más oración…

Una nueva situación familiar

Si la situación familiar de los protagonistas de la parábola cambió, también la nuestra

debe cambiar.

La conversión es un camino que se recorre lentamente y que lleva toda la vida.

Tiene diferentes modos de conseguirse, pero es para todos necesaria. Nunca se puede decir que ya la alcanzamos por

completo o que ya no necesitamos arrepentirnos de nada y volver a la casa de

nuestro Padre Dios.

Dios, Nuestro Padre, nos sigue esperando con los brazos abiertos,

vayamos de una buena vez a su encuentro, levantémonos… pero ya…