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Historia
Engalanada con extraordinarias gestas de proezas revolucionarias, y a menudo asediada por
la intromisión de ejércitos de invasores extranjeros, Cuba ha adquirido una importancia
histórica mucho mayor de lo que correspondería a sus dimensiones. La tónica histórica
habitual ha sido la intromisión externa y los conflictos internos, y los resultados de ambos a
menudo han sido sangrientos. Desde la llegada de Colón en 1492, el archipiélago ha
padecido el genocidio, la esclavitud, dos encarnizadas guerras de independencia, un período
de casi independencia corrupto y violento y, finalmente, una revolución populista que, a
pesar de lo prometido, pulsó un metafórico botón de pausa. Las repercusiones han llevado a
la emigración de casi una quinta parte de la población cubana, sobre todo a EE UU.
En aras de la simplicidad, los períodos históricos de Cuba pueden dividirse en tres amplias
categorías: precolonial, colonial y poscolonial. Antes de 1492, Cuba estaba habitada por un
trío de civilizaciones migratorias originarias de la cuenca del Orinoco, en Sudamérica, que
saltaron de isla en isla hacia el norte. Hasta el momento, sus culturas se han estudiado
parcialmente ya que dejaron muy pocas pruebas documentales.
El período colonial de Cuba estuvo dominado por los españoles y la incómoda cuestión de
la esclavitud, que abarcó desde la década de 1520 hasta su abolición en 1886. La esclavitud
dejó heridas profundas en la psique colectiva cubana, pero su existencia y abolición final
fue vital para el desarrollo de la cultura, la música, el baile y la religión. Si uno comprende
esto, estará cerca de comprender las complejidades de la Cuba actual.
La Cuba poscolonial ha tenido dos etapas bien diferenciadas, la segunda de las cuales a su
vez puede subdividirse en dos. El período desde la derrota de España en 1898 hasta el golpe
de Castro de 1959 se suele considerar como una época de casi independencia con una
marcada influencia estadounidense. También fue un período caracterizado por la violencia,
la corrupción y frecuentes insurrecciones por parte de grupos opositores.
La era Castro posterior a 1959 se divide oportunamente en dos etapas: el período de
dominio soviético de 1961 a 1991, y la trayectoria histórica desde el Período Especial hasta
la actualidad, en la que Cuba, a pesar de las abrumadoras dificultades económicas, se
convirtió en una potencia realmente independiente por primera vez.
Contenidos
CUBA PRECOLONIAL
CUBA COLONIAL
CUBA POSCOLONIAL
CUBA PRECOLONIAL
Muchos textos históricos dedican solo un par de páginas a la historia precolombina de Cuba
(unos 3500 años) y el resto del libro a los quinientos años posteriores. La descompensación
es comprensible teniendo en cuenta la falta de datos. Ninguna de las culturas originarias de
Cuba poseía una lengua escrita. Lo poco que se sabe se ha obtenido casi en exclusiva de
hallazgos arqueológicos y testimonios de los primeros colonizadores españoles.
Según la datación mediante el método del carbono 14, Cuba lleva cuatro mil años habitada
por humanos. En el período hasta la llegada de Colón en 1492, el archipiélago fue
colonizado sucesivamente por tres grupos antropológicos distintos procedentes de la cuenca
del Orinoco, en la actual Venezuela.
Culturas guanahatabey y siboney
La primera civilización conocida de Cuba fue la de los guanahatabeis, un pueblo primitivo
de la Edad de Piedra que vivía en cuevas y sobrevivía a duras penas con la caza y la
recolección. En algún punto a lo largo de un período de más de dos mil años, los
guanahatabeis se trasladaron hacia el oeste, a lo que hoy en día es la provincia de Pinar del
Río, desplazados por la llegada de otra cultura precerámica conocida como siboney. Los
siboneis eran una comunidad de pescadores y agricultores a pequeña escala algo más
sofisticada, que se instalaron más plácidamente en la costa sur del archipiélago. Hacia el
segundo milenio d.C., fueron desplazados a su vez por los más refinados taínos, a quienes
les gustaba usar a los siboneis como criados.
Se han encontrado testimonios de la cultura guanahatabey y, en menor grado, de la siboney
en cuevas de los alrededores de Viñales y en la península de Guanahacabibes, en Pinar del
Río, y se cree que sus descendientes todavía vivían allí cuando llegó Colón. Durante su
segundo viaje en 1494, el explorador tomó nota de cómo su traductor taíno no podía
comunicarse con los nativos del lejano oeste, e historiadores posteriores han confirmado
que la lengua guanahatabey no guardaba relación con la lengua arawak de los taínos. Otros
testimonios del primer gobernador de Cuba, Diego Velázquez, describen a la población del
oeste de Cuba como ‘salvajes’ que vivían en cuevas y eran arcaicos en comparación con
sus hermanos más evolucionados del este. En cualquier caso, los guanahatabeis se
extinguieron por completo en la década que siguió a la llegada de Colón, y su arcaica
cultura no ha dejado apenas huellas.
Los taínos
La tercera y más importante civilización precolombina de la isla, los taínos, empezaron a
llegar a Cuba en torno al 1100 d.C. en varias oleadas, concluyendo un proceso migratorio
que se había iniciado en Sudamérica varios siglos antes. Relacionados con los arawaks de
las Antillas Menores, los nuevos y pacíficos nativos escapaban de la barbarie de los
caníbales caribes, que habían colonizado las Antillas Menores desplazando a los taínos al
noroeste, a Puerto Rico, La Española y Cuba.
La cultura taína era más compleja y sofisticada que la de sus antecesores; fueron hábiles
agricultores, tejedores, ceramistas y constructores de barcos. El 60% de los cultivos que
todavía crecen hoy en Cuba los iniciaron los agricultores taínos y también fueron la primera
cultura precolombina del mundo que cultivó la delicada planta del tabaco de forma que
pudiera procesarse fácilmente para fumar.
Colón describió a los taínos con términos como “apacibles”, “dulces”, “siempre riéndose” y
“sin conocimiento de la maldad”, lo cual hace aún más incomprensible el futuro genocidio.
Aunque la cultura cubana conserva ecos taínos, los que más tarde se convertirían en líderes
de la independencia rara vez invocaron su antigua civilización de igual manera que otros
países latinoamericanos loaron a mayas y aztecas, sino que prefirieron identificarse con las
raíces africanas o españolas de Cuba. Aun así, las influencias taínas se filtraron en la lengua
de Cuba (p. ej., las palabras hamaca y huracán), en sus hábitos alimenticios (tubérculos), su
música (kiriká y changüí) y sus habitáculos (los campesinos cubanos siguen usando los
bohíos de estilo taíno).
^ Arriba
CUBA COLONIAL
Colón y la colonización
Cuando Colón se acercó a Cuba el 27 de octubre de 1492, la describió como “la tierra más
bonita que hayan visto ojos humanos”, y la nombró Juana en honor de la heredera española.
Pero como se engañaba en su búsqueda del reino del Gran Khan, y halló poco oro en la isla,
Colón no tardó en abandonar el territorio decantándose por La Española (que actualmente
conforman Haití y la República Dominicana).
La colonización de Cuba no empezó hasta casi veinte años después, en 1511, cuando Diego
Velázquez de Cuéllar dirigió una flotilla de cuatro barcos y 400 hombres desde La
Española destinada a conquistar la isla para la Corona de España. Tras atracar cerca de la
actual Baracoa, los conquistadores no tardaron en fundar siete asentamientos pioneros por
toda su nueva colonia.
Pese a que Velázquez intentó proteger a los indios del lugar de los excesos flagrantes de los
espadachines españoles, los invasores no tardaron en encontrarse con una rebelión
declarada entre manos. El líder del fugaz movimiento insurgente fue el beligerante Hatuey,
un influyente cacique taíno y arquetipo de la resistencia cubana, al que acabaron quemando
en la hoguera.
Tras acabar con la resistencia, los españoles se dedicaron a vaciar las escasas reservas de
oro y minerales de la isla usando a los nativos como mano de obra. El brutal sistema duró
veinte años, hasta que Fray Bartolomé de Las Casas, pidió a la corona española un trato
más humano, y en 1542 se abolieron las encomiendas para los nativos. Por desgracia para
los taínos, llegó demasiado tarde: los que no habían fallecido ya no tardaron en sucumbir a
enfermedades europeas como la viruela, y hacia 1550 solo quedaban unos cinco mil
supervivientes desperdigados.
Las guerras de independencia
Con los terratenientes cubanos preocupados porque se repitiera la rebelión de esclavos de
1791 en Haití, las guerras de independencia de Cuba se produjeron más de medio siglo
después de que el resto de América Latina se hubiera separado de España. Pero cuando
llegaron, no fueron menos apasionadas ni menos sangrientas.
Primera Guerra de Independencia
Hartos de las políticas reaccionarias de España y envidiosos del nuevo sueño americano de
Lincoln en el norte, los terratenientes criollos que vivían en Bayamo empezaron a tramar
cómo sublevarse a finales de la década de 1860. El conflicto tuvo un arranque prometedor
el 10 de octubre de 1868, cuando Carlos Manuel de Céspedes, un poeta en ciernes, abogado
y dueño de una plantación de azúcar, inició un levantamiento desde su molino de azúcar de
Demajagua, en la provincia de Oriente. Pedía la abolición de la esclavitud y liberó a sus
propios esclavos en un acto de solidaridad. Céspedes proclamó el famoso Grito de Yara, un
grito de libertad por una Cuba independiente, en el que alentaba a otros separatistas
desilusionados a sumarse. Para los administradores coloniales de La Habana, un intento tan
audaz de arrebatarles el control de su mando constituía un acto de traición, y reaccionaron
en consecuencia.
Por fortuna para los rebeldes, apenas organizados, el reservado Céspedes había hecho sus
deberes militares. Al cabo de unas semanas del histórico Grito de Yara el abogado
convertido en general había formado un ejército de más de mil quinientos hombres y
marchado desafiante por Bayamo, ciudad que tomaron en cuestión de días. Pero los éxitos
iniciales quedaron durante mucho tiempo en punto muerto. La decisión táctica de no
invadir la parte occidental de Cuba, además de la alianza entre peninsulares (españoles
nacidos en España pero que vivían en Cuba) y españoles no tardó en dejar rezagado a
Céspedes. Recibió la ayuda temporal del general mulato Antonio Maceo, un duro e
inflexible santiagüero apodado el Titán de Bronce, y del dominicano igualmente formidable
Máximo Gómez, pero pese al trastorno económico y la destrucción periódica de la cosecha
de azúcar, los rebeldes carecían de un líder político dinámico capaz de unirlos tras una
causa ideológica singular.
Tras perder a Céspedes en la batalla en 1874, la guerra se prolongó cuatro años más, hasta
el punto de que la economía cubana cayó por los suelos y hubo más 200 000 víctimas.
Finalmente, en febrero de 1878 se firmó un pacto deslucido entre los españoles y los
separatistas agotados por la contienda, un acuerdo sin valor que no resolvía nada y concedía
muy poco a la causa rebelde. Indignado y desilusionado, Maceo dio a conocer su
disconformidad en la Protesta de Baraguá, pero tras un breve intento frustrado de reanudar
la guerra en 1879, tanto Gómez como él desaparecieron en un exilio prolongado.
Segunda Guerra de Independencia
Cuando llegó la hora, apareció el hombre: José Martí, poeta, patriota, visionario e
intelectual, se había convertido en una figura patriótica de proporciones bolivarianas en los
años posteriores a su ignominioso exilio de 1871, no solo en Cuba, sino en toda
Latinoamérica. Después de que lo arrestaran a los 16 años durante la Primera Guerra de
Independencia, Martí se había pasado veinte años formulando sus ideas revolucionarias en
lugares tan diversos como Guatemala, México y EE UU. Aunque le impresionaron la
habilidad para los negocios y la diligencia de los estadounidenses, le repelía igualmente el
materialismo del país y estaba decidido a presentar una alternativa cubana viable.
Entregado de manera apasionada a la causa de la resistencia, Martí escribió, habló, elevó
peticiones y organizó incansablemente para lograr la independencia durante más de una
década, y para cuando llegó 1892 había acumulado ímpetu suficiente para convencer a
Maceo y Gómez de que abandonaran el exilio y se sumaran al Partido Revolucionario
Cubano (PRC). Al fin, Cuba había encontrado a su Bolívar.
Martí y sus compatriotas pensaban que había llegado la hora de que se produjera otra
revolución, por lo que zarparon a Cuba en abril de 1895 y desembarcaron cerca de Baracoa
dos meses después de que las insurrecciones subvencionadas por el PRC contuvieran a las
fuerzas cubanas en La Habana. Los rebeldes reclutaron a 40 000 hombres con los que no
tardaron en reagruparse y dirigirse hacia el oeste, donde el 19 de mayo entablaron combate
por primera vez en un lugar llamado Dos Ríos. Fue en ese campo de batalla sembrado de
balas y extrañamente anónimo donde Martí fue tiroteado y asesinado mientras dirigía una
carga suicida hacia las líneas enemigas. Si hubiera vivido, se habría convertido con toda
seguridad en el primer presidente de Cuba, pero se convirtió en un héroe y mártir cuya vida
y legado acabó inspirando a generaciones de cubanos.
Conscientes de los errores cometidos durante la Primera Guerra de Independencia, Gómez
y Maceo marcharon hacia el oeste arrasando y quemando todo lo que pudieron entre
Oriente y Matanzas. Las primeras victorias condujeron a una ofensiva continua, y en enero
de 1896 Maceo había penetrado en Pinar del Río, mientras Gómez resistía cerca de La
Habana. Los españoles respondieron con un general igualmente implacable llamado
Valeriano Weyler, que construyó fortificaciones en dirección norte-sur por todo el país para
limitar los movimientos de los rebeldes. Para quebrar la resistencia clandestina, los guajiros
o campesinos fueron recluidos en campos de reconcentración, y todo aquel que apoyara la
rebelión podía ser ejecutado. Las tácticas brutales empezaron a dar resultados, y el 7 de
diciembre de 1896 los mambís (así se llamó a los rebeldes que se enfrentaron a España en
el s. xix) sufrieron un duro golpe militar cuando Antonio Maceo fue asesinado al sur de La
Habana cuando intentaba escapar hacia el este.
Presencia estadounidense
Para entonces Cuba estaba sumida en el caos: miles de personas habían fallecido, el país
estaba en llamas, y William Randolph Hearst y la prensa sensacionalista de EE UU dirigían
una campaña bélica histérica basada en noticias macabras y a menudo inexactas sobre las
atrocidades españolas.
Preparándose quizá para lo peor, el acorazado Maine fue enviado a La Habana en enero de
1898, para “proteger a los ciudadanos estadounidenses”. La tarea nunca se llevó a cabo: el
15 de febrero de 1898 el Maine explotó inesperadamente en el puerto de La Habana,
matando a 266 marineros estadounidenses. Los españoles afirmaron que había sido un
accidente, los estadounidenses culparon a los españoles, y algunos cubanos acusaron a EE
UU, afirmando que les proporcionaba un pretexto para intervenir. Pese a que se realizaron
diversas investigaciones durante los años siguientes, el auténtico motivo de la explosión
puede que siga siendo uno de los grandes misterios de la historia, ya que el casco del barco
fue hundido en aguas profundas en 1911.
Tras el desastre del Maine, EE UU se desplegó para apoderarse de la isla. Ofrecieron 300
millones de US$ a España por Cuba, y cuando se rechazó este acuerdo, exigieron a los
españoles que se retiraran totalmente. El tan esperado enfrentamiento entre EE UU y
España que se había ido fermentando imperceptiblemente bajo la superficie durante
décadas desembocó en guerra.
La única batalla terrestre importante del conflicto tuvo lugar el 1 de julio, cuando el ejército
de EE UU atacó posiciones españolas en la colina de San Juan al oeste de Santiago de
Cuba. Pese a ser muchos menos y contar con armas limitadas y anticuadas, los españoles
asediados resistieron durante más de veinticuatro horas hasta que el futuro presidente de EE
UU Theodore Roosevelt puso fin al estado de sitio dirigiendo una famosa carga de
caballería de los Rough Riders hasta la colina de San Juan. Fue el principio del fin para los
españoles, y se les ofreció la rendición incondicional ante los estadounidenses el 17 de julio
de 1898.
^ Arriba
CUBA POSCOLONIAL
La era Batista
Fulgencio Batista era un astuto y perspicaz negociador que fue responsable de los mejores y
los perores intentos de Cuba de constituir una democracia embrionaria en las décadas de
1940 y 1950. Tras un golpe de Estado de oficiales del ejército en 1933, se hizo con el poder
casi por eliminación, abriéndose camino gradualmente en el vacío de poder entre las
facciones corruptas de un gobierno agonizante. A partir de 1934, Batista ejerció como jefe
del estado mayor y, en 1940 en unas elecciones relativamente libres y justas, fue elegido
presidente. En su mandato oficial, Batista empezó a aprobar diversas reformas sociales y
comenzó a redactar la Constitución más liberal y democrática de Cuba hasta la fecha. Pero
ni la luna de miel liberal ni el buen humor de Batista duraron mucho tiempo. El antiguo
sargento del ejército dimitió tras las elecciones de 1944 y entregó el poder al políticamente
inepto Ramón Grau San Martín; la corrupción y la incompetencia no tardaron en triunfar.
Salta la chispa revolucionaria
Consciente de su latente popularidad y considerándolo una oportunidad fácil de forrarse
con una última paga, Batista llega a un acuerdo con la Mafia estadounidense,
prometiéndole carta blanca en Cuba a cambio de una tajada de los beneficios procedentes
de las apuestas, y se posiciona para regresar al poder. El 10 de marzo de 1952, tres meses
antes de las elecciones que parecía que iba a perder, Batista llevó a cabo un golpe militar.
Implacablemente condenado por los políticos de la oposición dentro de Cuba, pero
reconocido por EE UU dos semanas después, Batista pronto deja claro, al suspender varias
garantías constitucionales entre las que figura el derecho de huelga, que su segunda
incursión no sería tan progresista como la primera.
Tras el golpe de Batista, se formó un círculo revolucionario en La Habana en torno a la
carismática figura de Fidel Castro, abogado de profesión y excelente orador que iba a
presentarse a las elecciones canceladas de 1952. Apoyado por su hermano menor Raúl y su
fiel teniente Abel Santamaría (que más adelante torturaron hasta la muerte los matones de
Batista), Castro no halló más alternativa que el uso de la fuerza para liberar a Cuba de su
dictador. Con pocos efectivos pero decidido a hacer una declaración política, Castro lideró
a 119 rebeldes en un ataque al estratégico cuartel de Moncada, en Santiago de Cuba, el 26
de julio de 1953. El asalto audaz y mal planeado fracasó estrepitosamente cuando el chófer
del rebelde tomó el giro equivocado en las calles mal señalizadas de Santiago y se disparó
la alarma.
Engañados, asustados y superados en número, 64 de los conspiradores de Moncada fueron
rodeados por el ejército de Batista y torturados y ejecutados brutalmente. Castro y unos
cuantos más lograron escapar hasta las montañas cercanas, donde fueron hallados unos días
después por un comprensivo teniente del ejército llamado Sarría, que había recibido
instrucciones de matarlos. “¡No disparéis, no se pueden matar las ideas!” fue lo que
supuestamente gritó Sarría al encontrar a Castro y sus exhaustos colegas. Al llevarlo a la
cárcel en vez de eliminarlo, Sarría arruinó su carrera militar, pero le salvó la vida a Fidel.
(Una de las primeras acciones de Fidel tras el triunfo de la Revolución fue sacar a Sarría de
la cárcel y darle un cargo en el ejército revolucionario.) La captura de Castro no tardó en
convertirse en noticia nacional, y se defendió a sí mismo en el juicio, para el que escribió
un discurso elocuente y ejecutado con maestría que más adelante transcribió en un
completo manifiesto político titulado La historia me absolverá. Castro empezaba a disfrutar
de su nueva legitimación y se veía reforzado por una sensación creciente de insatisfacción
con el conjunto del antiguo régimen del país cuando fue sentenciado a 15 años de cárcel en
Isla de Pinos (el antiguo nombre de Isla de la Juventud). Cuba ya estaba en camino de
conseguir un nuevo héroe nacional.
En febrero de 1955 Batista obtuvo la presidencia en las que se consideraron unas elecciones
fraudulentas, y, en un intento de ganarse el favor de la oposición interna creciente, accedió
a amnistiar a todos los presos políticos, Castro incluido. Como creía que la auténtica
intención de Batista era asesinarlo en cuanto saliera de la cárcel, Castro huyó a México y
dejó al maestro de escuela baptista Frank País a cargo de una nueva campaña de resistencia
clandestina que los vengativos veteranos de Moncada habían bautizado como Movimiento
del 26 de julio.
La Revolución
En Ciudad de México, Castro y sus compatriotas volvieron a conspirar y a trazar un plan,
involucrando a figuras nuevas como Camilo Cienfuegos y el médico argentino Ernesto Che
Guevara. Huyendo de la policía mexicana y decidido a llegar a Cuba a tiempo para un
levantamiento que Frank País había planeado para finales de noviembre de 1956 en
Santiago de Cuba, Castro y 81 camaradas zarparon rumbo a la isla el 25 de noviembre en
un viejo y abarrotado yate recreativo llamado Granma. Tras siete días nefastos en el mar
llegaron a la playa Las Coloradas cerca de Niquero, en Oriente, el 2 diciembre (dos días
tarde), y tras un desembarco catastrófico. Tres días más tarde, los soldados de Batista los
descubrieron y persiguieron por un campo de caña de azúcar en Alegría de Pío.
De los 82 soldados rebeldes que habían salido de México poco más de una docena logró
escapar. Los supervivientes vagaron desesperados durante días, medio muertos de hambre,
heridos y pensando que el resto de sus compatriotas había sido asesinado en la escaramuza
inicial. No obstante, con la ayuda de los campesinos del lugar, los desventurados soldados
logró finalmente reagruparse dos semanas más tarde en Cinco Palmas, un claro en las
sombras de la sierra Maestra.
El resurgimiento se produjo el 17 de enero de 1957, cuando las guerrillas consiguieron una
importante victoria al saquear un pequeño puesto militar en la costa sur, en la provincia de
Granma, llamado La Plata. A esto siguió un devastador golpe propagandístico en febrero
cuando Fidel persuadió al periodista del New York Times Herbert Matthews de que subiera
a la sierra Maestra para entrevistarlo. El artículo resultante otorgó fama internacional y
simpatía de los estadounidenses liberales a la figura de Castro. Claro que para entonces no
era el único agitador antibatista. El 13 de marzo de 1957, estudiantes universitarios
dirigidos por José Antonio Echeverría atacaron el Palacio Presidencial de La Habana en un
intento fallido de asesinar a Batista. Dispararon y mataron a dos tercios de los 35 atacantes
mientras huían, y las represalias en las calles de La Habana fueron contundentes.
En otros lugares, las pasiones estaban igual de exaltadas, y en septiembre de 1957 oficiales
navales en la ciudad de Cienfugos organizaron una revuelta armada y empezaron a
distribuir armas entre la población desafecta. Tras algunas luchas encarnizadas puerta a
puerta, la insurrección fue aplastada brutalmente y rodearon y mataron a los cabecillas,
pero los revolucionarios habían demostrado lo que querían: los días de Batista estaban
contados.
Mientras, en la sierra Maestra, los rebeldes de Fidel aplastaron a 53 soldados de Batista en
un puesto del ejército de El Uvero en el mes de mayo y consiguieron más suministros. El
movimiento parecía ir ganando impulso y pese a perder a Frank País, asesinado por un
pelotón del Gobierno en Santiago de Cuba en julio, el apoyo y las simpatías crecían
rápidamente por todo el país. A principios de 1958 Castro había instalado un cuartel
general fijo en La Plata (que no debe confundirse con La Plata de la provincia de Granma)
en un bosque nuboso en lo alto de la sierra Maestra, y emitía mensajes propagandísticos
desde Radio Rebelde a todo Cuba. Las cosas estaban empezando a cambiar.
Batista comenzó a percatarse del descenso de su popularidad y envió un ejército de 10 000
hombres a la sierra Maestra en mayo de 1958 con el fin de terminar con Castro, en una
misión conocida como Plan FF (Fin de Fidel). Los rebeldes lucharon desesperados por sus
vidas hasta que la ofensiva dio un vuelco –con la ayuda de los campesinos de la zona. A los
estadounidenses cada vez les incomodaba más la táctica de terror ilimitado de su antiguo
aliado cubano, por lo que Castro percibió la oportunidad de convertir la defensa en ofensa y
firmó el innovador Pacto de Caracas con ocho grupos principales de la oposición donde
pedía a EE UU que cesara la ayuda a Batista en todos los sentidos. El Che Guevara y
Camilo Cienfuegos fueron enviados enseguida a los montes Escambray a abrir nuevos
frentes en el oeste y para cuando llegó diciembre Cienfuegos retenía a las tropas en
Yaguajay (la guarnición acabó rindiéndose tras un asedio de once días) y Guevara tenía
cercada Santa Clara, por lo que el fin parecía próximo. Se encargó al Che Guevara que
sellara la victoria final, utilizando tácticas clásicas de guerrilla para hacer descarrilar un tren
blindado en Santa Clara y partir en dos el maltrecho sistema de comunicaciones del país.
En Nochevieja de 1958, el juego había terminado: el entusiasmo se apoderó del país, y el
Che y Camilo se dirigieron a La Habana sin hallar resistencia.
En el amanecer del 1 de enero de 1959, Batista huyó en un avión privado a la República
Dominicana. Mientras tanto, Fidel se presentó en Santiago de Cuba y pronunció un
enardecedor discurso de victoria desde del ayuntamiento del parque Céspedes antes de
subirse a un jeep y recorrer el campo hasta La Habana en una cabalgata. Aparentemente el
triunfo de la Revolución era total.
La historia de Cuba desde la Revolución ha sido una narración de enfrentamiento, retórica,
pulsos de la Guerra Fría y un omnipresente embargo comercial por parte de EE UU que ha
involucrado a 11 presidentes estadounidenses y a dos líderes cubanos, ambos llamados
Castro. Durante los primeros treinta años, Cuba se alió con la Unión Soviética y EE UU
empleó varias tácticas represivas (todas fallidas) para hacer entrar en vereda a Fidel Castro,
entre ellas una invasión chapucera, más de seiscientos intentos de asesinato y uno de los
bloqueos económicos más largos de la historia moderna. Cuando el bloque soviético cayó
en 1989-1991, Cuba se quedó sola tras un líder cada vez más terco que sobrevivió a una
década de rigurosa austeridad económica conocida como Período Especial. El PIB se
redujo a más de la mitad, los lujos desaparecieron, y una actitud de tiempos de guerra en
cuanto a racionamiento y sacrificio arraigó entre una población que se consideraba liberada
de las influencias extranjeras (neo)coloniales por primera vez en la historia.
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