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Integraciones metodológicas y epistemológicas
en Teoría de la Comunicación: propuesta ejemplificada
para la articulación de paradigmas distantes.
Aplicación de técnicas de Análisis Cuantitativo de Contenido, Economía Política
de la Comunicación y Análisis Semiótico del Discurso al estudio de la
comunicación periodística en torno a la actual crisis económica.
Autor
Miguel Álvarez-Peralta - miguelalvarezperalta@ccinf.ucm.es
Departamento de Periodismo III - Universidad Complutense de Madrid
Abstract
En esta comunicación se discuten las potencialidades resultantes de la combinación metodológica de
ciertas formas de Análisis de Contenido, Análisis de Discurso y Economía Política de la Comunicación,
defendiendo la conveniencia de considerar su articulación tanto en construcciones analíticas trianguladas,
como secuencialmente a lo largo de diferentes fases de una investigación. Ambas posibilidades se
ejemplifican a través de un estudio del discurso con que el principal diario español de pago ha representado el
tramo inicial de la crisis económica. Ello nos llevará a una reflexión sobre el marco epistemológico que
fundamenta dicha construcción analítica.
Keywords: Triangulación metodológica, Epistemología de la Comunicación, Teoría de la Comunicación.
1. Contexto.
A pesar de los crecientes llamamientos a la integración interparadigmática y transparadigmática en los
estudios de la comunicación de masas, son todavía escasas las investigaciones aplicadas que reúnen
creativamente técnicas procedentes del Análisis de Contenido y el Análisis Semiótico del Discurso, a menudo
considerados incompatibles dada su inscripción en empistemologías divergentes. La epistemología
hermenéutica o constructivista que caracteriza a los estudios semióticos, se posiciona habitualmente frente a
la concepción neopositivista que corresponde al Análisis Computerizado de Contenido, a menudo de corte
cuantitativo. Mientras la semiótica tiende a renegar de cualquier pretensión de objetividad, el Análisis de
Contenido sitúa esta como su horizonte metodológico. De ambos polos pretenden, a su vez, distanciarse
algunas posiciones denominadas de "epistemología crítica" o epistemología dialéctica, invocadas por la
escuela de la Economía Política de la Comunicación.
En esta comunicación discutiremos y ofreceremos un ejemplo de posibles articulaciones metodológicas
que apuestan por superar las distancias epistémicas y ontológicas entre estos paradigmas para aprovechar
las potencialidades que ofrece su combinación, sin que esto deba dar pie a obviar la discusión epistemológica
o caer en el eclecticismo renegando de toda inclusión paradigmática. Esta reflexión teórica forma parte de
una investigación aplicada de mayor alcance sobre las construcciones discursivas en prensa de estos tres
años de crisis económica, que ha constituido el trabajo de tesina (Diploma de Estudios Avanzados) del autor,
disponible en el departamento de Periodismo III de la Universidad Complutense de Madrid.
2. Antecedentes.
Al afrontar el análisis de la cobertura periodística en torno a un tema concreto, la primera tarea es la
decisión del marco analítico a adoptar para su estudio. A diferencia de lo que ocurre en otras disciplinas, el
investigador novel no encontrará dos o tres metodologías que se disputan la hegemonía en este terreno,
flanqueadas por enfoques minoritarios, locales, o en desuso, que pugnan por hacerse un lugar en los estados
de la cuestión actualizados. La revisión de la bibliografía sobre análisis de la comunicación de masas, ni
siquiera proporcionará una cartografía que goce de amplio consenso representando el conjunto de técnicas y
enfoques posibles, identificando con claridad sus límites, focos de atención, textos fundacionales y autores de
referencia. Al contrario, el investigador encontrará un rico debate, mucho más animado que en otras
disciplinas, no sólo entre paradigmas que rivalizan en un escenario más o menos establecido, sino entre
metodólogos y defensores de paradigmas concretos que tratan de instaurar categorizaciones diferentes sobre
los tipos de análisis de la comunicación existentes y las diferentes valoraciones de su productividad.
Dos factores acrecientan esta dificultad para el investigador neófito en la elección fundamentada de
una perspectiva. De un lado, cierta tendencia de los paradigmas teóricos a presentar sus contenidos sin
presentar su continente, y mucho menos sus limitaciones y alternativas rivales. No procede citar aquí
ejemplos, fáciles de encontrar por su abundancia, de publicaciones que presentan análisis y comentarios
textuales sin reflexión detenida sobre el paradigma en que se encuadran. La tendencia opuesta, a reflexionar
sobre los déficits de las aproximaciones teóricas más empleadas con una amplitud, rigor y profundidad que
contrasta con la escasez de ejemplos que ilustren enfoques alternativos, también es fácil de localizar. Esto ha
motivado quejas en las que coincidimos con Guba (citado en Erlandson, Harris, Skipper, & Allen, 1993)
cuando asegura que “la literatura de los paradigmas alternativos ha sido extensa en teoría y corta en
sugerencias procedimentales”. En un estadio tan temprano de institucionalización de la mayoría de los
planteamientos analíticos de estudio de la comunicación de masas, cobra especial relevancia la reflexión
previa a cada estudio sobre la propia metodología.
De otro lado, la enorme diversidad de perspectivas teóricas desde las que observar el fenómeno de la
comunicación tiene su contraparte en el escaso desarrollo de su consolidación como paradigmas pre-
científicos en términos kuhnianos. El sistema de axiomas e interrogantes compartido es aún lo
suficientemente inestable como para provocar una cierta confusión en la determinación del repertorio de
enfoques. Mientras algunos autores optan por dividir las perspectivas entre cuantitativas y cualitativas
(Delgado y Gutiérrez, 1994), otros diferencian entre positivistas y hermenéuticas o bien las organizan según
las disciplinas de procedencia (Valles Martínez, 2003). El número de paradigmas, nomenclaturas y
organización jerárquica también difiere entre autores. Incluso la consideración de lo que son paradigmas,
escuelas, tradiciones, orientaciones, teorías o disciplinas diverge ampliamente de unos manuales a otros. Son
varios los autores que han insistido en esta condición de inmadurez y pluridisciplinariedad de la investigación
en comunicación de masas, como estado previo a la constitución de una disciplina propiamente dicha.
Merece la pena citar la descripción de Manuel Martínez (2008) , que resume esta situación cuando hace notar
que:
El desarrollo continuado que vienen experimentando desde hace aproximadamente una década los
estudios sobre comunicación (y en concreto los referidos a lo que tradicionalmente se ha
denominado comunicación de masas, y de forma más reciente comunicación mediática) autoriza a
tenerlos como uno de los campos de investigación más dinámicos en el ámbito de las ciencias
sociales y las humanidades en España. El reto que ahora debe afrontar la comunidad científica de
los investigadores de la comunicación, prolífica por el volumen de su producción académica y ahora
ya abiertamente pluridisciplinar, es el de alcanzar un estado de madurez que haga del campo algo
no sólo dinámico, sino dotado también de una progresiva solvencia científica.
Desde esta revisión sobre el estado de la cuestión en la investigación nacional en comunicación
mediática, el autor se duele de que esta “no ha sido pródiga en tomarse a sí misma por objeto de estudio y
reflexionar sobre sus intereses de conocimiento y prácticas científicas, sobre los saberes que genera, las
aportaciones realizadas, las carencias en que incurre o las condiciones en que trabajan los investigadores”,
haciendo notar que sigue pendiente “determinar la validez de los enfoques teóricos a los que recurrimos y el
rigor en el uso de las estrategias metodológicas”.
Sin embargo, a pesar de las mencionadas dificultades, y paradójicamente en virtud de ellas, es
deseable que el doctorando que necesita optar por uno u otro enfoque teórico no lo haga exclusivamente en
base al “ambiente académico” que ha acogido su formación, ni al primer o último manual que cayó en sus
manos, sino a una aceptable base de conocimiento sobre el panorama en la materia, que le permita evaluar
críticamente la adecuación de cada opción a su objeto de estudio concreto teniendo en cuenta los recursos
temporales y tecnológicos disponibles. El resultado de este esfuerzo es lo que trataremos de plasmar en las
páginas siguientes.
3. Aproximaciones teóricas a la comunicación de masas.
Antes de discutir la interrelación entre diferentes paradigmas, merece la pena reflexionar en las causas
y consecuencias de la inexistencia hasta el momento de una “comunicología” o una “ciencia de la
información” integradora de los diferentes aportes y con autonomía respecto de otras disciplinas.
Manuel Martínez en Para investigar la comunicación: propuestas teórico-metodológicas, describe como
la tendencia a crear una comunicología va languideciendo en nuestro país desde mediados de los noventa, y
es remplazada por propuestas procedentes de las ciencias sociales, como la Economía Política de la
Comunicación (en adelante EPC), perspectivas como los Cultural Studies, que tienen una marcada
componente sociológica, o los estudios semióticos, deudores de la lingüística y la filosofía (Martínez, 2008).
Siguiendo la concepción del hacer científico promovida por Tomas Kuhn y sus continuadores, quizá la
condición necesaria para la integración y consolidación de paradigmas más ricos y globales en el estudio de
la comunicación de masas sea precisamente la creación del espacio en el cual los modelos actuales
realmente compitan por dar cuenta del fenómeno, y puedan compararse así la amplitud y diversidad de los
fenómenos que interpretan, la fertilidad de sus proyecciones teóricas, la adecuación entre las observaciones
empíricas de diferentes grupos de investigadores en el seno de un mismo paradigma, la necesidad de invocar
axiomas ad-hoc para dar cuenta de fenómenos particulares —lo que Imre Lakatos denominara paradigmas
degenerativos, por oposición a aquellos que progresan—, la capacidad de prognosis, o la consistencia interna
y externa del conocimiento que acumulan. Esto permitiría una medida razonable de la validez de las distintas
aproximaciones, incluso de aquellas que reniegan de las exigencias metodológicas del método científico. Si
de acumular conocimiento se trata, aun aceptando que no podemos afirmar como la comunicación humana
es, sería deseable aceptar, siguiendo la epistemología popperiana, el resto de determinar cómo la
comunicación humana no es. Si renunciamos a aceptar la falsabilidad como criterio de valoración para los
corolarios de las diferentes indagaciones, deberíamos quizá también renunciar a la consideración de
científicas para nuestras investigaciones, pasando a considerarlas como aportaciones literarias o meros
ensayos formales.
La actual dispersión entre escuelas dedicadas al estudio de la comunicación, constituye en nuestra
opinión un fuerte obstáculo para la fundación de una ciencia de la comunicación o la información, y obedece
entre otros factores al hecho de que numerosas disciplinas que cuentan con paradigmas bien establecidos a
lo largo de siglos se apresuran a llenar este vacío para dar cuenta del fenómeno tanto desde las ciencias
sociales como desde las humanidades: sociología, lingüística, economía, filosofía, psicología, etc. A ellas, se
suman estudios interdisciplinarios emergentes que reivindican la consideración específica de nuevos objetos
de estudio, como es el caso de la semiótica como disciplina dedicada a los procesos de sentido. En el
convencimiento de que es en las zonas de solapamiento entre estas áreas, necesariamente en los márgenes
de cada una y ajenas a toda ortodoxia, donde se encuentran los terrenos más fértiles en que se puede
desenvolver el análisis de la comunicación de masas de este siglo, trataremos a continuación de resumir los
elementos recuperados por nuestra construcción de cada una de las metodologías visitadas.
a. Análisis de Contenido.
De los paradigmas aquí considerados, muy probablemente el del Análisis de Contenido (en adelante,
AC) haya sido el más internacionalmente conocido —aunque no siempre bajo esta denominación— duradero
y prolífico en la investigación de la comunicación de masas del siglo XX. Sin embargo, no encontraremos una
definición consensuada de su naturaleza. Tradicionalmente ha sido fuertemente asociado a la cuantificación
(Lasswell, 1949), y restringido al contenido explícito del mensaje, aunque en los últimos tiempos estás
exigencias han tendido a relajarse. Berelson, considerado por expertos del AC como su “padre fundador”
(Piñuel Raigada, 2002, p.10), define el AC como “una técnica de investigación para la descripción objetiva,
sistemática y cuantitativa del contenido manifiesto de la comunicación” (Berelson, 1952 citado en
Krippendorff, 1990, p. 29). Las limitaciones de esta concepción son evidentes, basta con notar que describir
no necesariamente es analizar, y que lo realmente importante en una interacción persuasiva empieza solo a
partir del contenido manifiesto de la comunicación, más allá de lo objetivable, en el terreno de los significados
latentes interpretables. Analizar la comunicación publicitaria, amorosa o política limitándose a operaciones de
conteo sobre lo manifiesto carece de la potencia que podría ofrecer un análisis interpretativo agudo.
Posteriormente, se han venido relajando estas exigencias, hasta llegar a definiciones como “técnica de
investigación para formular inferencias identificando de manera sistemática y objetiva ciertas características
específicas dentro de un texto” (Stone et al. 1966, citado en Krippendorff, 1990, p. 32) (nótese que ya han
desaparecido las referencias a lo cuantitativo y manifiesto), o incluso, más recientemente, “una técnica de
investigación destinada a formular, a partir de ciertos datos, inferencias reproducibles y válidas que puedan
aplicarse a su contexto” (Krippendorff, 1990, p.28). La excesiva laxitud de este enunciado permitiría englobar
bajo su expresión prácticamente toda actividad científica, por lo que parece muy débil para caracterizar el
Análisis de Contenido. En este sentido, nos parece mejor la definición propuesta por Bardin (1986) que
identifica el AC con “el conjunto de técnicas de análisis de las comunicaciones tendentes a obtener
indicadores (cuantitativos o no) por procedimientos sistemáticos y objetivos de descripción del contenido de
los mensajes permitiendo la inferencia de conocimientos relativos a las condiciones de producción/recepción
(contexto social) de estos mensajes”, que combina la apertura a las técnicas cualitativas y “contenidos no
manifiestos” con la identificación precisa del ámbito de aplicación al análisis de las comunicaciones.
Si hemos acumulado hasta cuatro definiciones distintas, es para hacer notar que el denominador
común de todas ellas, aquello que motiva su inclusión como punto de partida de nuestro marco metodológico,
es su mención a la objetividad —que en el enunciado de Krippendorf se oculta bajo los términos “validez” y
“reproductibilidad”—.
Efectivamente, la potencia del AC como herramienta para la obtención de conocimiento radica en su
preocupación por la búsqueda de la objetividad, lo que le lleva a hacer un uso intenso de las matemáticas y
en concreto de su aparato estadístico. Parece evidente la fortaleza argumentativa que la búsqueda de
objetividad aporta a un estudio de la comunicación de masas. Sorteando por el momento la discusión
epistemológica que enfrenta diferentes posiciones al respecto, nos conformaremos con ejemplificar que las
interpretaciones ideológicas que de una interacción discursiva se ofrecen tienen siempre una fuerte
componente subjetiva, y son ampliamente cuestionables, mientras que los datos de primer y segundo orden
obtenidos mediante técnicas muy definidas como exige el AC, solo serán refutables en términos científicos, es
decir en la medida que es discutible la teoría que organiza su producción a partir de un texto. Dicho de otro
modo, cabe considerar los datos como un elemento mucho menos refutable que su interpretación: establecer
si la palabra “Washington” aparece tres o trescientas veces más en un texto concreto que la palabra
“Burundi”, así como identificar los adjetivos y adverbios que acompañan a cada una, y aplicar a estos datos
algún algoritmo matemático que compare los resultados con los de otros textos, por ejemplo, resulta por si
solo estéril en cuanto a generación de teoría, pero la corrección del proceso ofrece poca “discusión” en tanto
que restringe hasta el extremo el papel de la subjetividad. Otro asunto serán las conclusiones que dichos
datos puedan arrojar en cuanto a las estrategias de tematización o de construcción de marcos interpretativos
que el analista infiera a tenor de esos datos, así como las causas o consecuencias que interprete para dichas
estrategias. Entrevemos desde aquí nuevas potencialidades de este tipo de análisis: al estar más
relacionados con una técnica —incluso una tecnología— claramente ubicable, resulta muy asequible para la
formación del investigador neófito, a diferencia de enfoques interpretativos en los que las dotes “artísticas” y
retóricas —léase competencia semiótica— que exigen dificultan formidablemente el confuso camino de
acceso a su aplicación, de carácter más “artesanal”, que nunca exime al investigador de tener “buena mano”.
Por otro lado la validez de dos análisis de contenido que estudian un mismo fenómeno es más fácilmente
contrastable, lo que permite establecer amplios y argumentados consensos dentro de este paradigma sobre
cuáles son buenos análisis de contenido y cuáles no lo son, salvando desde un principio el riesgo de incurrir
en una metodología anárquica donde las investigaciones tengan todas un mismo valor, o adquieran un valor
arbitrario. Paradójicamente, las debilidades que se han señalado del AC provienen del mismo ángulo que sus
virtudes. El ajuste obsesivo a las exigencias positivistas más estrictas convierte toda indagación en un trivial
juego de conteo léxico y aplicación estadística para inferir posibles relaciones entre texto y contexto, que en
última instancia jamás pueden considerarse definitivamente demostradas. Al recorrer la historia del AC, otros
autores (cfr. Andréu Abela, 2003) ya han mencionado la decepción que llevó a investigadores a reivindicar
desde este paradigma también la “inspección” puramente teórica y poco sistemática de relaciones textuales y
defender las técnicas cualitativas de análisis (Barton & Lazarsfeld, 1961) como intento de salir del callejón de
la esterilidad teórica en que el cientificismo dogmático había encerrado al análisis de la comunicación de
masas. En nuestro caso, la investigación parte de un AC cuantitativo que describirá el universo léxico
asociado a la crisis, como base para interpretaciones propias del análisis discursivo.
b. Análisis Semiótico del Discurso.
Si resulta complicado alcanzar una definición y tipología de los Análisis de Contenido, podemos de
antemano abandonar la intención de trasladar esta empresa con éxito al terreno de los Análisis del Discurso
(AD). Algunas valoraciones del AD realizadas desde la sociología lo caracterizan en virtud de su laxitud
metodológica, y constatamos también para este paradigma la ausencia de criterios ampliamente compartidos
y la necesidad de un mayor desarrollo teórico de su caracterización. Sin embargo, también encontraremos un
denominador común a casi todas las definiciones de este paradigma, precisamente aquello que más interesa
a nuestra construcción metodológica: la concepción performativa y no representacional del lenguaje. En
palabras de Vicente Mariño (2006, p. 7), “desde las posiciones discursivas se concibe el lenguaje no como
reflejo o representación del mundo, sino como acción y construcción social, donde el discurso es constitutivo
de objetos, mundos, mentes y relaciones sociales”.
En este sentido, la diferencia entre los análisis de contenido y los análisis del discurso es la tendencia
al objetivismo de los primeros, que consideran el texto su objeto de estudio, y a cierta forma de
constructivismo de los segundos, que estudian más bien la interacción textual, donde el texto es “solo” el
dispositivo creador de los efectos de sentido que persigue el análisis. Evidentemente no hay ni habrá una
metodología estricta para esto, que garantice la reproductibilidad de los análisis o permita medir su fiabilidad.
Respecto a las posibles tipologías de AD, pensamos, con Vicente Mariño (2006), que si bien se pueden
arracimar los análisis de discurso en un cierto repertorio de enfoques, en última instancia cabe afirmar que
“hay tantos análisis del discurso como analistas del discurso”. Recientemente, el AD “ha pasado de ser una
aproximación marginal, desarrollada por un puñado de académicos, a una perspectiva representada en un
vasto espectro de revistas empíricas y teóricas, presentadas en diferentes conferencias o desarrolladas por
un cuerpo creciente de doctorados” (Antaki, Billig, Edwards, & Potter, 2003). Por este motivo, Van Dijk (2008),
uno de los autores que ha hecho notables esfuerzos por trazar la geografía de esta disciplina, opta por el
término “estudios del discurso” para evitar mencionar un “análisis del discurso” que podría ser leído en
singular.
Ahora bien, que existan muchas y muy diferentes formas de hacer AD no debe dar a entender que todo
vale en este paradigma. Si bien se reconoce una amplia variedad de actividades incluidas en su seno, existen
unos principios básicos exigibles a todas ellas. Recalquemos que “análisis” implica analizar, y en este sentido
es muy ilustradora la contribución de Antaki y otros (2003) al esforzarse en delimitar lo que no es análisis del
discurso en su Crítica de seis atajos analíticos o estrategias habituales de pseudo-análisis, como son (1)
realizar resúmenes; (2) exponer la propia toma de posición respecto de un discurso; (3) acumular citas
discursivas en la intención de que “hablen por si solas”; (4) limitarse a identificar elementos dentro de un
discurso, (5) sobre-generalizar conclusiones limitadas, o (6) hacer pseudo-análisis circular de discursos donde
se definen categorías sociológicas, ideológicas o psicológicas en función del contenido de un discurso y
luego, con mayor o menor elaboración, se atribuyen dichas categorías al discurso en la medida en que
muestra dichos contenidos. Este ensayo trata de deslindar las fronteras metodológicas del AD, y
encontraremos también solventes intentos de precisar descripciones positivas de esta metodología en Coyle
(1995), Gill (1996), Potter (1996) Wood, L.A., Kroger, R.O. (2000) y Yates, S., Taylor, S., Wetherell, M. (2001).
La noción de AD que aquí recuperaremos para nuestra indagación del discurso de crisis, recoge
principalmente cuatro aportaciones: el análisis semiótico narrativo heredado del modelo actancial
greimasiano, que reconoce el relato como estructura cognitiva privilegiada de representación de la realidad,
idea que ya hemos desarrollado recientemente (Álvarez-Peralta & Zamora Bonilla, 2010), el análisis de
isotopías, también de origen greimasiano pero transversal a todas las tradiciones semióticas, el análisis
metafórico popularizado por Lakoff (Lakoff & Johnson, 1980), que toma la metáfora como proceso cognitivo
básico, y el análisis del proceso enunciativo de Benveniste (1989).
c. Economía Política de la Comunicación.
La Economía Política ha declarado como su objetivo “el estudio de las relaciones sociales,
particularmente las relaciones de poder, que mutuamente constituyen la producción, distribución y consumo
de recursos, incluidos los recursos de comunicación” (Mosco, 2006). Su práctica, a menudo centrada en el
seguimiento analítico de las complejas relaciones de propiedad, deuda, asociación, legislación, etc. en los
mercados mediáticos globales, adquiere un cariz especialmente “militante” de la democratización y
descentralización del poder simbólico de los mass media, y cuenta hoy con escuelas por todo el globo, con
especial incidencia en Norteamérica —donde aparecen sus figuras fundacionales, Dallas Smythe y Herbert
Schiller—, Europa y Sudamérica —donde se funda la ULEPICC, una de sus principales y actualmente más
activas escuelas formales, que hoy cuenta con sedes en Europa —. La EPC se ha autoconsiderado
enmarcada “en el contexto más amplio de la Teoría Crítica, donde los trabajos de la Escuela de Frankfurt, la
corriente crítica latinoamericana que trabajó sobre las Políticas Nacionales de Comunicación y el Nuevo
Orden Mundial de la Información y la Comunicación (NOMIC), en los años setenta o investigadores como
Halloran, Hamelink, Varis, Nordestreng, etc. son referentes obligados para nuestro trabajo” (Quirós, 2007).
Tanto desde el Análisis de Contenido, como desde el Análisis del Discurso, se viene haciendo cada vez
mayor hincapié en la necesidad de dar cuenta en todos los análisis de los procesos de enunciación e
interpretación que involucran a sujetos reales inmersos en contextos materiales concretos. Contextualizar la
comunicación implica ofrecer descripciones detalladas de la situación de interacción, de las características de
los sujetos participantes y de sus relaciones. En el caso de la comunicación interpersonal, la conveniencia del
recurso a conceptos y técnicas prestadas por la Psicología o la Etnografía, y el acercamiento a las posturas
de sujeto participante es ineludible. En el caso de la comunicación social masiva, además de las anteriores, la
EPC se revela como herramienta especialmente adaptada a informar sobre la estructura y situación
sociolaboral de las instituciones y grupos sociales implicados en las prácticas de comunicación, así como la
caracterización del entorno histórico concreto que acoge dichos macroprocesos de interacción. En el caso de
nuestra investigación, si bien los recursos disponibles impiden elaborar estudios de Economía Política ad-hoc,
aprovecharemos resultados concretos publicados desde la perspectiva de la EPC para caracterizar al sujeto
enunciador —diario El País— sobre el que se centra esta etapa del estudio.
4. Consideraciones epistemológicas.
Tras haber reconocido los tres paradigmas que deseamos articular en esta investigación, pasamos a la
exploración del lugar epistemológico en que esta decisión nos sitúa. Sin ambicionar un tratado que
pertenecería más bien al terreno de la Gnoseología, hemos de remarcar al menos un factor que ninguna
propuesta ecléctica debería pasar por alto: esta opción remite a diferentes concepciones sobre el proceso de
obtención de conocimiento. Los diversos marcos teóricos invocados, conducen a nociones muy divergentes
en incluso excluyentes de la naturaleza misma de la realidad, del lenguaje, la ciencia, la verdad, etc. Antes
que una reconciliación imposible, conviene intentar una correcta ubicación de los propios planteamientos y un
lugar teórico para acomodar los invocados por paradigmas ajenos, pero (re)apropiados desde nuestra
metodología.
En primer lugar, para hablar de triangulación, es necesario distinguir los diferentes niveles en que ésta
puede darse, pues es habitual el uso del término para referirse indistintamente a unos y otros. No son el
mismo proceso la triangulación de fuentes de datos, imprescindible en investigación histórica o la
triangulación entre investigadores, empleada para la evaluación de la fiabilidad de procesos de codificación,
que la triangulación de perspectivas teóricas, que confronta críticamente aproximaciones a un mismo corpus
desde distintos paradigmas o finalmente la triangulación metodológica, de la que nosotros haremos uso, que
ateniéndose a un marco teórico común sobrepone distintas metodologías buscando su complementariedad y
la formulación de un “diálogo” entre sus resultados que fortalezca las conclusiones extraídas.
La propuesta de triangulación entre Análisis del Discurso y Análisis de Contenido, es una línea de
trabajo cuya viabilidad ha sido evidenciada por múltiples investigaciones, como las de Julio Cabrera (Cabrera
Varela, 1992), que ilustra la complementariedad de técnicas cuantitativas como el análisis multivariable y
análisis cualitativos como los que aquí proponemos — estructuras míticas, campos semánticos—; o la de
Prieto, Pascual y March (2001), que recurren al AD y AC apoyándose en el uso de software informático; o el
trabajo de Gutiérrez et. al. (2001), una consideración conjunta de los enfoques y recursos del análisis de
contenido cuantitativo y del análisis del discurso, opción que encontramos también en estudios específicos
sobre el discurso de portada en El País (Penalva & Mateo 2000), etc. Son sólo algunos ejemplos recientes en
nuestro país de planteamientos teórico-metodológicos paralelos al nuestro. Existen igualmente ejemplos de
combinación de análisis cuantitativo y cualitativo aplicados en concreto al estudio del discurso mediático
sobre esta misma crisis global (Abrudan 2010). En esta línea, Andréu Abela (2003, el subrayado es nuestro)
reivindica que
los mejores análisis de contenido actuales utilizan, en realidad, la técnica de la “triangulación” en la
que se combinan los métodos de estadística multivariante (análisis de correspondencias múltiples,
análisis factoriales...) con las técnicas cualitativas más sutiles (análisis de redes semánticas, análisis
de intensidad y árboles jerárquicos, etc.) […] métodos de análisis tenidos habitualmente como
antitéticos,
lanzando un panegírico a una integración en absoluto inmediata, cuyo carácter «paradójico» es
también destacado por Vicente Mariño (2006, el subrayado es nuestro):
Aunque el trasfondo histórico de ambas técnicas empuja a un esfuerzo previo de integración entre
perspectivas teóricas de signo opuesto […] los mensajes lanzados por los medios de comunicación
pueden ser estudiados siguiendo un protocolo de análisis de contenido, pero los resultados
resultarán más significativos si se completa con una revisión de los procesos lingüísticos que
acontecen a su alrededor. Obviamente, al hablar de mensajes no debemos pensar sólo en palabras
y sonidos, sino que las propias imágenes pueden ser un objeto de estudio válido a la hora de
estudiar los mecanismos de construcción de realidades. Con la realización de un análisis del
discurso sistemático se superan, en consecuencia, algunas de las carencias advertidas en el
análisis de contenido y se respalda el conjunto de la investigación.
Este autor aclara que si «en ocasiones se opta por presentarlas en una relativa confrontación» esto se
debe «a los enfoques deductivo e inductivo que, en sus principios fundacionales presentan». A este motivo,
nosotros añadimos otro que va más allá, pues la combinación de técnicas de Análisis de Contenido y Análisis
del Discurso en principio parece obligar, como vamos a ver, a una articulación de epistemologías diferentes y
contrapuestas. Este “bricolaje teórico” que va a caracterizar nuestro marco, dificulta la defensa de un criterio
de objetividad transparadigmático, empresa que no pretendemos llevar a su fin pero merece cierta reflexión.
No es fácil establecer cuántas formas de entender los procesos de obtención de conocimiento “válido”
conviven en el espacio teórico de la comunicación. Algunos autores reducen la cuestión al enfrentamiento
entre dos paradigmas (Ibañez, 1985) efrentados por sus ontologías, que podríamos etiquetar como
racionalista-positivista vs. constructivista-interpretativista. Los primeros concebirían una única realidad externa
al sujeto y en buena medida cognoscible, mientras que los segundos consideran realidades múltiples,
simplificando mucho los términos de su oposición.
Otros autores (Habermas 1968, citado en Valles Martínez, 2003) prefieren matizar una triple distinción,
entre las (1) epistemologías materialistas —más o menos identificadas con un realismo positivista ingenuo,
cuantitativista y de laboratorio, que concibe el conocimiento como un edificio que crece indefinidamente y
esgrime la reproductibilidad como argumento de validez en su búsqueda de verdades últimas—, (2)
epistemologías constructivistas —o hermenéuticas, que a menudo son acusadas de relativismo dado que no
buscan verdades sino relatos variados convergentes, descripciones contextuales, interpretaciones coherentes
desde la experiencia, y que en general conciben el conocimiento como un acuerdo revisable—, y (3)
epistemologías críticas —relacionadas hoy con el posestructuralismo y el postmodernismo, y originalmente
con la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt, denominadas en ocasiones como de “realismo histórico”, que
oponen lo verdadero (coherente) a lo real (contradictorio), y esgrimen un saber histórico, relativo a un orden
sistémico concreto, tratando de articular los anteriores paradigmas para desenmascarar la ideología, y
situando entre sus objetivos la transformación social, dado que entienden el conocimiento como proceso
histórico dialéctico, orientado a la vida social y al uso del poder, que relaciona indisolublemente teoría y
praxis—. La visión habermasiana, heredera de la escuela de Frankfurt, describe a su manera las tres
fronteras epistemológicas que atraviesa la metodología aquí discutida.
A este esquema, necesariamente incompleto por lo breve, otros autores suman un cuarto ámbito que
es el del postpositivismo (Guba & Lincoln, 1994), una suerte de revitalización del paradigma positivista clásico
mediante la superación de las limitaciones impuestas por su realismo ingenuo, llegando a un realismo crítico,
reflexivo, que no considera verdades sino grados de certeza, y reivindica la objetividad como desideratum,
sustituyendo la exigencia de verificación por el principio de falsación popperiano, y concibiendo el
conocimiento como un puzle dinámico, que no persigue verdades sino la mejor explicación posible en
términos mensurables —como validez o fiabilidad—. Nosotros nos resistimos a concebir el llamado
postpositivismo como una cuarta fuerza en epistemología, pues consideramos esta visión sencillamente
como la evolución histórica lógica del paradigma positivista, al emanciparse de sus planteamientos primitivos
comteanos y crecer asimilando las críticas recibidas desde diversas posiciones.
Para entender el modo en que las diferentes epistemologías se relacionan, es muy interesante invocar
una cuarta versión, sostenida por Hammerseley (1995), que rechaza toda posibilidad de aislar un conjunto
claro de supuestos paradigmáticos, alegando que solo existe un continuo epistemológico donde cada
investigación invoca sus propios principios epistémicos. Hammerseley rechaza tanto la epistemología de la
“Teoría Crítica”, que considera un intento de disfrazar un compromiso político a través de una posición
universal epistemológica, como la “radicalidad textual” del constructivismo extremo, al que acusa de
desconectarse de la realidad.
Sin llegar a una disolución tan absoluta de las posturas epistemológicas, nosotros compartimos esta
última visión y preferimos entender las distintas posiciones no como compartimentos en los que encajonar las
investigaciones, sino como polos de fuerza, que postulan diferentes formas de obtener y validar el
conocimiento hasta el punto de negarse mutuamente en sus formulaciones más esencialistas. En
consecuencia, no nos preocupa tanto “descubrir” a qué orden epistemológico pertenece nuestro método,
etiquetable si se desea como una forma híbrida de neopositivismo, como tener presentes los procesos de
legitimación involucrados en su aplicación, para captar una “lógica del error” (Bachelard) y así poder tener la
honestidad de reconocerlo cuando se produzca y reconocer la lógica de nuestra “verdad” como polémica
contra el error. Desde nuestra perspectiva, aquellos análisis que no confrontan sus resultados con la práctica,
y que por tanto no pueden errar o reconocer su error, ni pueden contrastar su grado de acierto con respecto a
otros en virtud de un criterio epistémico compartido (que les permita rectificar), carecen de todo interés desde
el punto de vista del aporte de conocimiento. En este sentido la reproductibilidad y fiabilidad que exige el
análisis de contenido permitirá conectar las hipótesis formuladas desde el análisis del discurso con la realidad
textual de la comunicación, aportando así métodos para contrastar, aunque limitadamente, su grado de
acierto o error.
En nuestra metodología tenemos, de un lado, el Análisis de Contenido cuantitativo, que remite a una
epistemología positivista crítica (postpositivista, si se prefiere), puesto que su principal aporte a nuestro
análisis del discurso es la conexión de nuestra interpretación con la realidad material objetiva del corpus, por
encima del savoir faire interpretativo del analista, de la autoridad que su bagaje cultural y competencia
académica le otorgue, o de la legitimidad que su posición ideológica participante le conceda. A buen seguro
que esta preocupación resulta carente de toda importancia para quienes postulan un saber estrictamente
interpretativo, donde la relación con el corpus material de la investigación, así como con el contexto, viene
legitimada por la experiencia del analista o por mor de su “pasión política”.
Del otro lado, el Análisis del Discurso nos orientará en cambio hacia el polo hermenéutico o si se quiere
hacia el polo constructivista (la distinción es pertinente puesto que obedecen a categorías claramente
distinguibles: “interpretación” vs. “deconstrucción”), es decir, en sentido opuesto. Como hemos mencionado
antes, en los actuales estudios de comunicación de masas cobra mayor interés, por su potencia heurística, la
búsqueda de interpretaciones fuertemente argumentadas, antes que la búsqueda de verdades universales.
Nuestra condición de sujetos necesariamente participantes de los procesos masivos de comunicación,
respecto de los cuales lo relevante, el sentido de la comunicación, es ajeno a toda objetivación posible, así
como la imposibilidad de un metalenguaje ajeno a los propios juegos de sentido analizados, deberían
llevarnos a desistir de la pretensión de describir las “leyes universales de la comunicación de masas” como si
de un sistema físico se tratara. Sin embargo, creemos que sería necesario establecer con claridad los
mecanismos que van a distinguir la interpretación que ofrece el investigador social de la lectura “espontanea”
que realiza el consumidor habitual de prensa —incluido el propio investigador cuando cuelga sus gafas
metodológicas para deslizarse hacia ese hacia rol— y esta distinción debe ir más allá de la obligación que
exige al primero que explicite y argumente por escrito su punto de partida y los motivos de su interpretación,
es decir, que se “responsabilice” públicamente de la construcción de su lectura, sino que, además debe
apuntar hacia el establecimiento de un salto cualitativo que la distinga de una simple lectura informada,
aquello que justifica su consideración social y difusión, y no encontramos herramienta mejor para establecer
esta distinción que la persistencia en la objetividad como apuesta metodológica fruto del consenso entre
investigadores. Pensamos, en suma, con Bourdieu (1976), que “la influencia de las nociones comunes es tan
fuerte que todas las técnicas de objetivación deben ser aplicadas para realizar efectivamente una ruptura.” No
cabe duda de que la categorización cualitativa, la codificación de relaciones y la cuantificación de estos
elementos que aplicamos en nuestra investigación son potentes técnicas de objetivación, sin que esto
autorice a considerar los resultados finales como objetivos.
Si alguna vez el positivismo ha gozado de una posición de indiscutido dominio entre las epistemologías
de las ciencias sociales, este ha sido crecientemente cuestionado y resquebrajado bajo los impactos de las
críticas que desde diversos terrenos epistemológicos se le han formulado durante el siglo pasado. Lejos de un
contundente triunfo muchas veces proclamado pero raramente obtenido, las autoproclamadas alternativas al
paradigma positivista a menudo han enfrentado un enemigo que ellas mismas han caracterizado a medida de
su batalla. Un “hombre de paja” creado precisamente para golpearle y proclamar su superación definitiva. Así,
la tosca imagen de una ciencia que descubre verdades universales inmutables mediante la aplicación de un
método único, predefinido e inalterable, queda hoy muy lejos de la concepción que los propios científicos del
siglo XXI tienen de su actividad, sea en ciencias sociales o naturales.
Es así que nuestra perspectiva, arriesgándose a pecar de eclecticista, se enriquece y encuentra sus
límites por rechazo tanto a esta arcaica fe ingenua en las verdades universales y la concepción del
conocimiento como un agregado eternamente creciente que garantiza el acercamiento asintótico a la realidad
del mundo, como a aquellos enfoques relativistas que niegan la existencia o posibilidad de conocimiento de
toda realidad exterior al sujeto y su lenguaje. Pretende alejarse también el anarquismo metodológico
promovido por Feyerabend, que hace del “momento creativo” en ciencia, inasequible a toda norma, el todo de
la investigación, y rechaza así las fases de formalización que dan lugar a una metodología unificada.
Concebimos, para ir concretando, la existencia de una realidad exterior al lenguaje, aideológica, no solo una
realidad natural, sino también social, la realidad material de los hechos y objetos del mundo humano, lo
extralingüístico, lo pre-cultural, aproximable siempre de forma limitada, a la cual nos acercamos
necesariamente con la herramienta cultural de los lenguajes y de una percepción sensorial imperfecta y
mediada por construcciones culturales que inmediatamente la impregnan de significados ideológicos,
históricos, contextuales e indeterminados, nuestro “conocimiento” de la misma, pero aceptamos el consenso
histórico de la búsqueda de objetividad no sólo como estrategia manipuladora, de autolegitimación de los
discursos, función evidente, sino en tanto que práctica social que constituye una estrategia eficaz de
aprehensión de dicha realidad aunque solo fuera por su capacidad para generar un amplio e intuitivo
consenso en torno a un mecanismo pragmático de valoración de los diferentes “conocimientos”, como, por
ejemplo, su capacidad de prognosis. Tampoco nos interesa impugnar la división entre escuelas
epistemológicas, convencidos de que la conversión entre sus diferentes posturas se produce, como diría
Tomas Kuhn, no en virtud de un proceso racional o de convicción por la vía de los argumentos, sino de
manera más parecida a lo que ocurre en las conversiones religiosas. Las fronteras entre la razón y la simple
adhesión emocional se desdibujan aquí. Los diferentes postulados epistemológicos —e.g. nociones de
realidad— mencionados al inicio se comparten o no, pero una vez se adopta un conjunto de axiomas es
imposible acceder desde uno al otro.
Esta postura tiene, como casi todas, vocación de producir conocimiento científico útil, pero este criterio
de utilidad no ha de leerse únicamente en el sentido tradicional objetivista de fiable, es decir, reproducible.
Aunque en nuestra metodología triangulada esta dimensión objetivadora viene aportada por lo cuantitativo
entendemos que ha de ser complementada por la utilidad que aporta la interpretación de los resultados
obtenidos. Este concepto de interpretación pretende llevarnos más allá de aquél que toda investigación se ve
obligada a hacer sobre sus datos “objetivos” finales, nos referimos a la interpretación en sentido hermenéutico
como intento de aprehensión de los procesos de negociación de sentido que los agentes que participan en el
proceso discursivo analizado realizan en cada una de sus prácticas comunicativas.
En conclusión, parece que la razón para “casar” los análisis de Contenido, Estructural y de Discurso en
una perspectiva integradora, es precisamente el hecho de que están orientados a distintos objetivos
epistémicos, lo que les proporciona diferentes potencialidades complementarias. Mientras el primero busca
establecer relaciones estables, reproducibles y “objetivas” entre los textos y su contexto, requeriremos la
perspectiva crítica del segundo para un adecuado conocimiento del mismo, y aun así, sin recuperar lo mejor
de los grandes autores de la tercera corriente, toda esta valiosísima y costosa información no nos dirá nada
por sí sola acerca del sentido que los humanos confieren a esas prácticas comunicativas, la manera en que
estas engranan con sus constructos mentales previos modificándolos, sus motivaciones y expectativas, la
dimensión pasional de su comunicación y otros ítems subyacentes pero principales en todo hecho
comunicativo inasequibles a cualquier intento de objetivación.
Este proyecto de integrar las potencialidades de diferentes modus operandi y sus respectivos modus
cogitandi en el estudio del discurso de los medios de comunicación masiva, goza ya de una amplia difusión
entre varias tradiciones investigadoras y se inscribe en la actual tendencia a la pluridisciplinariedad de los
proyectos. Si el acercamiento en las últimas décadas desde el AC hacia los planteamientos del Análisis del
Discurso ha sido evidente, no es tan habitual una actitud recíproca desde el paradigma del AD, lo que apunta
hacia un desplazamiento de la hegemonía al menos en ciertos ámbitos de investigación. La renuncia a la idea
misma de objetividad, en incluso de realidad externa, parece estar en la base de dicha reticencias. Otro factor
importante es que precisamente una de las características esenciales del AD es su tendencia a echar mano
de una gran variedad de técnicas y articularse con las teorías y prácticas procedentes de diferentes
disciplinas, por lo que el apoyo puntual del AC solo constituye un caso particular de la norma. Para VanDijk
(1980) el análisis del discurso precisamente se caracteriza por su transdisciplinariedad y su base teórica
abierta. Quizá por ello, la literatura acumula cada vez más referencias a estudios combinando ambas técnicas
y además realizados con apoyo del ordenador, de modo paralelo al practicado en el trabajo que discutiremos
a continuación.
5. Ejemplos de aplicaciones concretas al análisis del discurso de crisis.
En la investigación que constituye nuestra tesis doctoral, y que ha dado lugar ya a diversas
publicaciones de resultados parciales (Álvarez-Peralta, 2010, 2011a, 2011b), se ejemplifica la aplicación de la
metodología aquí expuesta. No procede repetir aquí todo el proceso analítico, pero pasemos a repasar los
detalles que ilustran lo que aquí nos interesa: las áreas de intersección entre metodologías, el modo en que
estas se articulan y retroalimentan incrementando sus potencialidades.
a. Del análisis léxico a la isotopía semiótica.
En el arranque de la investigación que emplearemos a modo de ejemplo (Álvarez-Peralta, 2010),
construíamos la lista de frecuencias de lexemas aparecidos en la portada de El País durante la llamada
quincena negra en que arrancó mediáticamente la crisis, haciendo uso de los programas informáticos JFreq,
WordCruncher y Wordstat, y de varias técnicas habituales en análisis léxico computerizado (lematización,
stopwords, spellchecking, etc.). Obtenemos la siguiente tabla de palabras que aparecen catorce o más veces
en el vocabulario empleado en esta quincena en portada.
crisis 32
presidente 31
millones 27
gobierno 25
plan 25
España 23
Wall Street 23
años 22
EEUU 21
PP 21
euros 21
rescate 21
bancos 20
vida 20
banco 19
Bush 18
juez 17
país 17
poder 17
ETA 16
artes 15
editorial 15
financiero 14
judicial 14
Tabla i . Lista «cribada» de palabras más utilizadas en portada.
En segundo lugar, mediante el software Concordance, haremos uso de la técnica KWIC (Key Word In
Context) (y por tanto nos adentramos ya en análisis cualitativo semántico), para explorar conjuntamente los
usos concretos que de un término dado se hacen en un cierto corpus, lo que nos permitirá por ejemplo
determinar que la palabra “millones”, cuyo contexto KWIC puede observarse más abajo, está fuertemente
asociada a la crisis (75% de las apariciones), mientras que la palabra “euros” presenta una asociación débil
con el tema de la crisis (sólo 39% de las apariciones).
De este modo reconstruimos el “universo léxico” de la crisis según la portada de El País, la nube
semántica que ahorma el relato de dicho fenómeno:
CRISIS 32
MILLONES 31
PRESIDENTE 31
GOBIERNO 25
PLAN 25
STREET 23
EE UU 21
RESCATE 21
BANCOS 20
WALL 20
BANCO 19
BUSH 18
FINANCIERO 14
EVITAR 13
MAYOR 12
LEHMAN 12
SISTEMA 12
HISTORIA 12
OBAMA 11
FEDERAL 11
QUIEBRA 11
ANOCHE 10
MCCAIN 10
RESERVA 10
ECONOMÍA 10
ANTE 9
PUEDE 9
DEBATE 9
EUROPA 9
ACTIVOS 9
MEDIDAS 9
YA 8
UNIDO 8
BOLSAS 8
DINERO 8
ESTADO 8
INVESTIGACIÓN 8
SOLBES 8
ZAPATERO 8
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Los datos lexemáticos obtenidos servirán de pie para una primera interpretación desde el análisis
discursivo, pues arrojan estrategias de temporalización, personificación, etc. siguiendo la idea de Greimas
(1979) de que «el discurso no es otra cosa que la explotación de un tesoro lexemático». Así por ejemplo, el
AC registra un fuerte incremento de la utilización de la palabra “anoche” y un descenso del uso de la palabra
“ahora” en el discurso de crisis (por comparación con otros discursos anteriores y contemporáneos), que el
análisis discursivo asociará a la simulación de una cobertura en directo, en competencia con los medios que
informan en tiempo real (Álvarez-Peralta, 2010, p.80). En este sentido el ordenador es muy útil para revelar el
léxico cuya frecuencia se desploma o aumenta significativamente con motivo de la cobertura de un fenómeno
dado (e.g. en el caso de la crisis, aparecen los términos “sistema”, “mayor”, “historia”, “capitalismo”,…)
aportando materia de indagación al analista discursivo que deberá observar cuidadosamente sus usos
concretos. Volviendo a nuestro ejemplo, otro dato sugerente para el análisis discursivo aportado por el
ordenador es la localización de los verbos más empleados en este periodo: “evitar” y “salvar”, lo que nos
ubica discursivamente en un escenario de rescate y protección, en el que cabe además preguntarse qué será
aquello que debe ser salvado y evitado, cuales son los complementos directos e indirectos de estos verbos.
La respuesta del ordenador dibuja dos haces léxicos que forman una isotopía semántica imperfecta,
representada en el siguiente cuadro:
SER EVITADO: crisis, colapso, desastre, bancarrota, caos total, descalabro total y avalancha.
SER SALVADO: empresas, empresas privadas, bancos, compañías, aseguradoras, economía
capitalista, entidades financieras y medidas (de rescate).
La imperfección isotópica que constituyen las palabras “bancarrota” y “medidas”, por ello subrayadas
es muy sugerente a efectos de análisis del discurso. Hágase el lector las siguientes preguntas:¿Hasta qué
punto es bancarrota sinónimo de sus compañeras de isotopía? ¿Por qué aparecen como elemento a salvar,
junto a la economía privada, las propias medidas salvadoras? Nuestro análisis postulará aquí una
intencionalidad ideológica implícita en esta selección léxica estratégica: presentar la bancarrota privada como
un desastre colectivo para aprobar a toda costa medidas de rescate bancario con dinero público.
b. Análisis de deconstrucción metafórica a partir de agrupamientos temáticos.
Más allá del mero conteo léxico, que como hemos visto puede ser enormemente fértil, aplicaciones
informáticas más complejas como T-Lab o Wordstat detectarán ciertos agrupamientos temáticos presentes en
el discurso, algunos predecibles, como la presencia de vocabulario financiero o el relacionado con el tópico
“gobierno”; otros más inesperados, como una fuerte presencia de vocabulario relacionado con “naturaleza”,
“mar” y “medicina”. A partir de estos datos, el analista discursivo podrá reconstruir, ponderar cuantitativamente
y jerarquizar los modelos metafóricos con que se nos presenta la crisis, así como valorar los sesgos
17
cognitivos introducidos y postular la intencionalidad ideológica subyacente a estas construcciones (Álvarez-
Peralta, 2011b, p.13). En nuestro caso, hemos visto como la metáfora del desastre natural (la crisis como
“terremoto”, “tsunami”, “huracán” y el trasvase de fondos públicos como “rescate desesperado”) o la que
hemos llamado metáfora biomédica (“descalabro”, “sangría en los mercados”, y el gasto público como
“inyección de liquidez para frenar la hemorragia”), tienden a justificar las operaciones de rescate y desviar la
atención respecto de la responsabilidad asociada a la crisis. Otra construcción metafórica detectada a partir
del análisis semántico automatizado, que revelaba el uso de terminología en principio etiquetada como
“tecnológica”, es la que denominamos metáfora del ciborg, que caracteriza la empresa privada como
maquinaria antropomorfa, otorgándoles una materialidad que no tienen al considerarlas estructuras dotadas
de propiedades mecánicas, susceptibles de “ganar solidez”, “derrumbarse”, soportar “impactos” y acometer
“reestructuraciones”, pero a la vez dotándolas de autonomía en la acción y ocultando así una vez más las
responsabilidades que residen en las alturas de la pirámide empresarial. Reconstruidos los modelos
metafóricos de un discurso, el análisis de contenido vuelve a revelar aquí su utilidad al permitir comprobar la
correlación cuantitativa de sus hipótesis acerca de la posición jerárquica de cada construcción metafórica,
pudiendo incluso ponderar con precisión su utilización en un corpus concreto, en un movimiento de ida y
vuelta desde los datos al análisis discursivo y de nuevo al contenido léxico para contrastar las relaciones
entre las estructuras discursivas reconstruídas.
c. Del conteo léxico a la narratividad.
También en la ubicación de estructuras narrativas que puedan dar cuenta del relato de crisis, tales
como el clásico esquema actancial greimasiano, el ordenador revela su apoyo al analista discursivo, de forma
paralela aunque algo más compleja a la que hemos visto en el caso del análisis isotópico. Si en esa ocasión
preguntábamos a los verbos más utilizados cuál era su objeto (¿qué o quién debía ser “evitado” o “salvado”?),
aquí podemos ampliar las preguntas realizadas al verbo: ¿quién realiza la acción? , ¿para quién?, ¿quién se
lo solicita? ¿quién sancionará la validez de su acción? ¿quién le ayuda? ¿quién se opone?.
Evidentemente las respuestas no son inmediatas ni ofrecidas automáticamente por el ordenador, sino
que requieren de elecciones que han de ser justificadas por el analista, y que le conducirán a diversos
esquemas narrativos. La discusión en torno a las estrategias de sobrerrepresentación, representación múltiple
o ambigua y ocultamiento de cada uno de los elementos de los tres ejes del esquema actancial
(Comunicación, Deseo, Acción) permitirá al analista ir revelando la cosmovisión del narrador colectivo de este
relato, en función de la cual asigna sus valores simbólicos e instituye un sistema de relaciones entre los roles
representados. Nótese que es en última instancia el analista quien reconstruye el esquema del relato e
identifica sus elementos, no son un “dato”, (no le son dados) sino una interpretación del discurso.
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De este modo obteníamos un esquema narrativo en cuyo centro aparecía George Bush, presidente de
los EE.UU. como Sujeto protagonista, cuyo Objeto de deseo es la estabilidad bursátil. El Destinatario de la
acción son los grandes bancos solo en primera instancia, porque indirectamente se benefician de dicho
rescate el conjunto de la nación y por extensión la humanidad. Los Ayudantes también aparecen claramente
representados en forma de Reserva Federal, FBI, Tesoro Público, etc. Resulta en cambio interesante es la no
representación de un Destinador del relato, quien encargaría y juzgará la acción del protagonista: no es
necesario, es una acción legítima que se justifica a sí misma, su Destinador es implícito como en los relatos
de superhéroes, son la misma Historia y la Humanidad quienes encargan dicha acción. Más interesante aún
es la representación dual de la Oposición a la unión entre Sujeto y Objeto, que se materializa en un doble
Oponente, uno enormemente sobrerrepresentado, las fuerzas naturales que “desatan” la crisis; y otro apenas
existente, mencionado en una única ocasión bajo la etiqueta de “la mayoría de los ciudadanos”. El esquema
narrativo subyacente a este relato de crisis, obtenido con ayuda del análisis léxico por ordenador, puede
resumirse en el siguiente cuadro actancial:
d. Triangulación desde la Economía Política.
Como se mencionaba al discutir la integración metodológica, es a la hora de evaluar la validez de las
intencionalidades hipotetizadas desde el análisis discursivo, pero también de señalar sus causas, cuando
cobra especial relevancia la triangulación de estos resultados con los obtenidos por la Economía Política de la
Comunicación al poner bajo su lupa las estructuras socioeconómicas responsables de estos discursos. En
nuestro caso, el análisis del discurso había identificado un marco no analítico, orientado a fomentar el miedo
ante la crisis antes que su comprensión, y a justificar los rescates bancarios con fondos públicos, postura que
en ese momento no estaba presente en los discursos de crisis que sostenían otros medios de la competencia
(Álvarez-Peralta, 2010, p.130).
SUJETO:
Bush
DESTINATARIOS:
Inmediato: Empresas privadas
Mediato: Todos // «La sociedad»
DESTINADOR:
Diegético: El Mundo // La Historia
Extradiegético:
La Prensa
EJE DEL DESEO
— EJE DE LA COMUNICACIÓN —
AYUDANTES:
Poderes políticos y
económicos públicos
ANTAGONISTA: La amenaza «natural»
OPONENTE CIRCUNSTANCIAL:
Instancias de «la ciudadanía»
— EJE DE LA ACCIÓN —
OBJETO:
Estabilidad bursátil
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Hasta aquí se ha empleado AD y AC organizadas de forma secuencial (en etapas sucesivas reiteradas,
base o corolario cada una de la anterior), pero al introducir análisis provenientes de la EPC lo haremos desde
un esquema triangulado, con la intención de obtener un refuerzo mutuo entre sus resultados. El AD está
permanentemente atravesado por hipótesis de intención interlocutiva, hipótesis acerca de la intentio auctoris
(Umberto Eco), que nos permiten leer y analizar los textos. Estas hipótesis deberían ser consistentes con el
análisis de la situación objetiva del enunciador. Por ejemplo: si el analista de un discurso político concluye que
está tratandose de exculpar a un agente económico de la crisis, habrá de observarse la situación
socioeconómica de su responsable y su relación estructural con dicho agente, con la intención explícita de
reforzar o poner en duda dicha hipótesis.
Efectivamente, en nuestro caso, a partir de contrastar los resultados de nuestro análisis del discurso
con los de los valiosísimos estudios del Grupo Prisa aportados por Nuria Almirón (Almirón, 2008, 2009)
refuerzan una interpretación integrada y coherente del fenómeno: las posturas ideológicas postuladas por
nuestro análisis sobre el enunciador corporativo del discurso son no solo consistentes con la descripción de
su situación financiera y económica (Álvarez-Peralta, 2010, p.113), sino que además confluyen con la
intencionalidad estratégica apuntada por Almirón en su análisis políticoeconómico: el Grupo Prisa, en graves
apuros económicos (su valor en bolsa cayó un 82% el año anterior a la crisis) a pesar de su condición de
gigante mediático, acuciado por una deuda a corto plazo que supera con creces el valor de su patrimonio y su
capitalización bursátil (y también de sus ingresos), necesitado de nuevas refinanciaciones constantes e
urgentes de la misma para sostener su arriesgada estrategia de expansión internacional, no puede dejar de
abogar por la financiación pública del desastre bancario acontecido tras la implosión de la burbuja
inmobiliaria, pues en caso de no poder acceder a dicha refinanciación de su deuda la propia continuidad del
grupo se vería definitivamente amenazada. En la quincena analizada por nuestro discurso, el Grupo Prisa no
solo es el más endeudado de los operadores mediáticos en España, sino que es el único que tiene la mayor
parte de su deuda a un plazo inferior al año, lo que será un factor decisivo para explicar por qué es el medio
que con más vehemencia asume la necesidad del trasvase de fondos públicos a bancos privados como
medida imprescindible para detener la crisis.
6. Conclusiones.
A tenor de los resultados obtenidos a través de la combinación de las metodologías aquí discutida, se
hace patente la viabilidad pragmática de dicho marco analítico, ilustrada con diversas formas de cooperación
que incluyen desde el aporte de datos sobre los que argumentar una interpretación de las estrategias
enunciativas seguidas por el autor, hasta la contrastación en términos cuantitativos de hipótesis formulables
desde el Análisis del Discurso o la Economía Política acerca de la presencia de conjuntos léxicos o
estructuras textuales susceptibles de alterar significativamente su presencia en un corpus concreto respecto
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de una muestra de comparación. Igualmente, los ejemplos aplicados revelan que la triangulación
metodológica sobre un mismo fenómeno permite establecer un diálogo entre paradigmas necesario para la
constitución de una disciplina integrada en torno a los estudios de comunicación de masas. Por último se ha
observado que las diferentes construcciones epistemológicas sobre las que se asienta cada aproximación no
constituyen un obstáculo efectivo a la hora de reapropiarse, desde algunas de las posiciones ontológicas
subyacentes, de las herramientas analíticas de las diferentes tradiciones.
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