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Los Cuadernos del Signo
LA CASA
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Lluis Basset
Jesús Ibáñez
M. de l\'1oragas
Vicente V erdú
Los Cuadernos del Signo
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Los Cuadernos del Signo
V ARIA VESTIBULARIA
O TENTATIVAS DE
DEFINICION DE UN
ESPACIO.DE
K-DIMENSIONES
Lluis Basset
Las formas de control y fragmentación del espacio pueden servir para caracterizar desde psicologías individuales hasta civilizaciones. Para la persona
extrovertida y desvinculada de agrupaciones fami-liares el comedor de su casa tiene menos importancia en su representación y en su práctica diaria del espacio que una buena taberna donde es posible charlar a voces con los amigos. Las culturas mediterráneas encuentran en la calle un espacio de encuentro familiar y vecinal casi inédito en el mundo anglosajón. El quehacer cotidiano puede ser imaginado en función del uso que se hace del espacio y del papel más o menos sagrado y ritual, más o menos instrumental, que cada uno de los espacios especializados juegan en nuestra representación del mundo y de la vida. Nuestro diario deambular aparece entonces como una lanzadera que recorre diariamente unos itinerarios situados entre unos bornes, que es donde el espacio se hace realmente íntimo y personal.
Para un oficinista estos bornes estarán situados en ese pequeño cajón lleno de revistas pornográficas, cartas personales, trastos y cachivaches que no conviene exhibir ante la familia, etc. y en e�e otro rincón de su domicilio donde afirma que lee, colecciona sellos y desarrolla sus dotes de taxi.dermista aficionado. Para el conductor de autobús, los bornes de este itinerario vital estarán en
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su propio sillín, con sus trapos, calcomanías y cajoncitos para el tabaco y los papeles sindicales, y en el sofá de su hogar, convenientemente orientado ante un magnífico televisor que cambia de canal cuando se lo piden a distancia. Ciertamente, en esta civilización nuestra tan sedentaria, es posible hallar vestigios de otras culturas, aquellas que construyen su espacio diariamente porque acarrean sobre sí los últiles para hacerse con unas dimensiones familiares. El clochard, fósil cultural por excelencia, convierte su vida en itinerario, y su itinerario en madriguera donde situar ese objeto familiar imprescindible para crear el espacio personal e íntimo, objeto que en este caso es su propio cuerpo.
Nuestra cultura tiende cada vez más a convertir la casa en un nido, en el único borne espacial plausible, a pesar de su estrechez y de sus incomodidades debidamente programadas por los urbanistas. Pero dentro de este nido, la economía del espacio especializa unos ámbitos sagrados
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donde se pueden orientar las preferencias personales, o los cambios de humor espacial de sus habitantes: cocina, comedor, dormitorio y excusado -que bello eufemismo- son los elementos del paradigma habitacional mínimo, que cabe combinaren numerosos sintagmas, sólo con la prohibiciónde no fundir en un sólo espacio el ámbito de ladefecación con cualquiera de los otros tres.
SHIFTERS ESPACIALES
En estos espacios básicos se pueden localizar las formas de organización personal y social de las pulsiones básicas. Pero entre los bornes donde desarrollamos nuestra actividad itinerante se erigen una multitud de nuevos espacios, difícilmente definibles, sin ninguna sustantividad, que funcionan como los intersticios de esos espacios vitales. Porterías, vestíbulos, escaleras, ascensores, descansillos, rellanos, recibidores, pasillos, repartidores, saloncillos .... Cadenas de conductos, filtros y válvulas que recubren los lugares sagrados del quehacer básico. Haciendo un símil con la gramática tradicional, cabría decir que en la vestibularia encontramos las partes de la oración sin valor semántico. Se trata de las partículas, los pronombres, adverbios, preposiciones y conjunciones, que combinados con los elementos básicos, los verbos, sustantivos y adjetivos que son el comedor, la cocina, el lavabo y el domirtorio, nos producen las frases de este lenguaje espacial. Pero continuando con el símil de la gramática tradicional y de su superación, sabemos hoy que también estas «partes» de la oración tienen valor semántico: sitúan la enunciación en unas coordenadas espacio-temporales concretas, la vinculan a un sujeto mediante unas determinadas distancias y a un receptor mediante otras distancias. Los elementos de la vestibularia, similarmente, modalizan los ámbitos básicos e, incluso, los sitúan en unas coordenadas de autoidentificación y de identificación similares a los «shifters» de los lingüistas (1).
O dicho de otra forma, la portería, el ascensor, el descansillo y el recibidor producen toda una imagen del espacio vital a visitar, independientemente de cómo sea y se distribuya este espacio sustantivo. En este recorrido de elementos sintácticos se identifica ya una concreta imagen de la vivienda y se autoidentifica su propietario o habitante tanto o más que en su propio interior. Sitúan por tanto a su consumidor simbólico en unas coordenadas limitadas, dentro de cuyas posibilidades deberá producirse la siguiente lectura espacial, y modalizan el espacio sustantivo al que nos introducen. Porque, si bien es verdad que hoy en día una casa ya no es casi un hogar, sino un nido, también lo es que la economía social del espacio que nos arrincona a cuatro reducidos lugares ínti-. mos hace proliferar los espacios intersticiales, como auténtica red burocrática al servicio de la comunidad, que -desengañémonos- es hoy por hoy lo mismo que el Estado.
Por eso, bien puede denominarse a estos espa-
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cios de transición y de tránsito, a estos túbulos donde se concentran clasificaciones y controles, como el espacio de K-dimensiones. Karl Rossmann, Joseph K., K. el agrimensor son sus habitantes: una puerta que conduce a otra puerta, un pasillo que desemboca en otro pasillo, una morada que se abre en otra morada, en el espacio sólido y pétreo del castillo interior. «Porque esa carretera, esa calle principal de la aldea, no conducía hacia el cerro del castillo; tan sólo acercaba a él; y luego, como si lo hiciese adrede, doblaba, y si bien no se alejaba del castillo, tampoco llegaba a aproximársele. K. no cesó de esperar que finalmente el camino se desviase necesariamente hacia el castillo, y siguió caminando tan sólo porque esperaba eso; debido evidentemente a su cansancio, no se decidía a abandonar la carretera; además, lo asombraba la longitud de la aldea, que nunca concluía: siempre y siempre esas pequeñas casitas y esos vidrios cubiertos de hielo, y esa nieve y esa ausencia de seres humanos ... » (2).
INVASION DE PASILLOS
Tan bien expresan estas frases kafkianas lo que es la vestibularia, como que en las nuevas vulgaridades arquitectónicas y en sus usos se nos aparece tal se estuviera produciendo su invasión sobre los espacios íntimos. Los muebles de los grandes almacenes parecen cada vez más muebles de oficina o de portería como máximo. El salón comedor -living-room de hace unos años- se asemeja más a un ancho pasillo achatado o a un recibidor macrocefálico que aquel living-room de griegos y romanos, el atrio tan a la medida de las propias fuerzas. El dormitorio, disfrazado en sus muebles de burdel o de hotel -que esto depende de gustos-, construye pasillos entre paredes, armario y lecho, y más aún si se sitúa un tocador imposible para espacios tan escasos. La cocina ya es un pasillo poblado de armarios, fogones; electrodomésticos y olores; solo en los pisos de buen precio -alto standing- el cocinero/a es capaz de construirse una teoría de dimensiones propias y humanas en torno a la producción de esos objetos eróticos que son los manjares. Finalmente, el propio retrete eufemiza las más leves y corporales definiciones del cuerpo en símbolos ordenados y limpios -higiénicos más bien- como escaparate de un boulevard soterrado y concurrido -de uno en uno, empero- y por tanto, como vestíbulo de vestíbulos.
El espacio, como el saber, se contiene en los preámbulos, los prolegómenos, introducciones, prefacios, prólogos, dedicatorias, etc., en definitiva, vestíbulos de una sabiduría inexistente, como inexistente es, a fin de cuentas, ese hogar idéntico a su dueño. Esos espacios de tránsito, pues, contienen -de contención- el ansia que nos lleva al espacio central, utópico, donde reposa el ara sa� grada, pero contienen -de contenido-, ese mismo espacio final que no existe, pues también él es pascua y compuerta.
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Lo inquietante de muchas habitaciones y salas, que tan bien describía Carlos Barral para las salas de espera de ciertos médicos (3), no está en el pésimo gusto de su decoración, ni en el paso insalubre del tiempo sobre objetos incapaces de recoger su pátina si no es por desvencijamiento. No, lo inquietante está en este anuncio insincero de profundidades inexistentes, en esta cosificación de una voluntad de inminencias que positivamente no pueden anunciarnos nada, fuera de la angustia. El espacio contemporáneo es, por lo general, inquietante, porque se ha pasado de la filosofía en el boudoir a la filosofía en el descansillo.
Efectivamente, es la invasión de la dimensión K, en la que todo es anuncio de otro anuncio, presagio de otro presagio, angustia de la angustia. Como el interpretante del signo peirceano, equivalente al significado de otros pensadores, que no es más que otro signo más desarrollado que explica al primero y que a su vez tiene otro interpretante (4). El significado, ese misterio sacro que la se-· mántica y la lingüística no pueden explicar, queda así preservado por una muralla china, un laberinto que no conduce a patria alguna, porque él mismo es la única patria.
PEAJE SIMBOLICO
Los espacios K-dimensionales se definen también por su articulación en puntos de peaje simbólico. Nadie puede progresar en la penetración de estos espacios marcados si no es a partir de un intercambio simbólico que es necesario cumplir escrupulosamente. Su funcionalidad proviene del orden jerárquico que se establece entre los distintos espacios, de forma que el acceso a cada uno de los nuevos ámbitos tiene un precio simbólico, a pagar con la moneda de la información -el santo y seña para penetrar en el castro- o de la propia jerarquía -ef bautismo que permite traspasar el atrio de los catecúmenos, el sacerdocio que da acceso al Sancta Sanctorum. Por eso, el mecanismo básico que rige las articulaciones entre espacios es el mismo que rige las articulaciones entre las distintas jerarquías sociales: los ritos de paso (5). Las operaciones necesarias para acceder hasta el interior de una vivienda se sintetizan en la existencia de la competencia comunicativa concreta imprescindible para realizar este acto complejo. Quien posea sólo una competencia genérica de acceso a las viviendas difícilmente traspasará el umbral, si no queda bloqueado ya ante la pregunta inquisitorial del portero. Por eso, se hace necesaria o la información que da la familiaridad o la amistad; o la autoridad que puede dar una orden judicial o la propia competencia en otras cuestiones: fontanería, electricidad, medicina, etc.
En la casa rural abierta, sin espacios Kdimensionales, se daba ya una forma simple de intercambio simbólico estereotipado: el A ve María, que en algunas zonas catalanas quedó en «Aaa ... maría» y que aún se conserva como puro vestigio arqueológico. La breve jaculatoria anun-
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ciaba así una buena intención hipotética del visitante. Quedaba claro que tal símbolo no podía ser usado insinceramente y, por ende, funcionaba como jerarquía de bondad y de cristianismo.
En la vivienda urbana, inserta en un mundo secularizado, en el que el uso de los símbolos falseados adquiere el carácter de virtud de estado, el inicial intercambio simbólico contiene en el fondo una tarea de policía. El espacio K-dimensional funciona, pues, como zona de intercambio sólo para quienes por competencia personal o por jerarquía social acceden a él sin mediaciones. Pero para la generalidad de los individuosfunciona como zona de control y a la vez de seguridad en torno a los recintos sagrados de las viviendas.
Precisamente gracias a esta zona de seguridad, estos espacios intermedios se convierten en glacis, rampas, patios exteriores del castillo, construidos para sentirse observado, para caer dentro del haz visual de mirillas, aspilleras y puestos de centinela. En la villa rural bastó el ventanuco abierto en la misma puerta.
Funcionaba en las horas inhóspitas o en épocas guerreras. En el ca�erío perdido permanecía la secreta aspillera cubierta por un ladrillo y con vista sobre el portal. Siempre cabía la última oportunidad de introducir el pistolón para descerebrar al enemigo en el último instante. En el piso urbano, la mirilla metálica inaugura una visión angustiante del ojo observador, digna de despertar al Raskolnikov larvado en cada uno de los observados.
LA MIRADA FURTIVA
El espacio K-dimensional es lugar de cultivo de la mirada secreta. Por eso es un espacio cinematográfico por definición. (Sería preciso pensar en una historia vestibularia del cine. En ella tendría un lugar destacado «El año pasado en Marienbad», donde el espacio K-dimensional se convierte también en tiempo K-dimensional). Las mirillas contemporáneas se ajustan perfectamente a esta conciencia de cámara: del ojo de pez al video-portero, pasando por la excepción sonora del interfono. Las nuevas tecnologías del control permiten además nuevos usos lúdicos. El espectáculo de la escena ciega captada por un interfono abierto en el umbral de la puerta, o del videoverité inmóvil. O su descubrimiento para la comunicación interpersonal, en la que interfono o video posibilitan la conversación de corrillo propia de la portería, el descansillo o del patio de luces.
Todo contribuye al arrinconamiento del individuo en sus bornes espaciales, cada vez más limitados y estrechos, a la vez que crecen desmesuradamente los intersticios y sus controles y centinelas. Con este crecimiento, los espacios de transición también se amueblan: se metamorfosean en aquello que significan. Los recibidores y saloncillos nos salen al encuentro ya en la portería, y ese ascensor cada vez más adornado, como caja de
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música, se convierte en la habitación más pequeña de la casa, según frase del entrañable Peter SeII ers-Mr. Gardener. Gracias a los espacios doblados, las viviendas millonarias crean la sensación falsa de acceso directo desde el garaje hasta el mismo salón, mediante un ascensor que se abre como un torno-pozo inquietante en los mismos umbrales de sillones, veladores y colecciones de buena pintura. Esos espacios doblados, poblados de sirvientas, chóferes, basureros, mozos de supermercado y monjas pedigüeñas son la perfección de la dimensión K, pues en ella además del ámbito perdido, encontramos el ensimismamiento del tiempo, roído por el hábito y la falta de acontecimientos, y el pulular constante -diurno y nocturno- de seres menores, los preferidos de Kafka (6). La explotación que sufren se produce también por una plusvalía espacial, que les obliga a vivir en los túbulos intersticiales para que los señores puedan evitar las angustias de los espacios de tránsito. El espacio doblado se puebla de ruidos de máquinas, de fragores de cubos y de olores de verduras y comidas descompuestas. Sus suelos y paredes tienen la pureza del salfumán y la denudez de la morgue. Sobre ellos se ciernen todas las frialdades del mundo, y así se construye el otro espacio, cálido de moquetas, irrigado por una leve sospecha de perfumes y músicas -imprescindibles a veces para apagar los ruidos de su otredad-, breve y tácito a poder ser como un suspiro.
Pero en la vestibularia de clases media y baja, sin dobles circuitos, todo se amalgama. Las viviendas, convertidas en objeto del decorador -en decorado, por tanto- irrumpen en sus exteriores inmediatos en forma de estucados y mármoles de cartón piedra, de cristaleras y vidrieras de estudio fotográfico, de macetas y jardincillos de feria comercial, de jarrones, apliques y lámparas de escena de teleteatro. La construcción social del gusto se materializa en las opciones periódicas de amueblamiento, decoración y repintado, decididas por administradores tan inquietantes como los mismos resultados estéticos. El kitsch vestibulario habla como ningún otro tipo de mal gusto la jerga de la autenticidad (Jargon der Eigentlichkeit) de la pequeña burguesía, que desea saberse socialmente reconocida incluso en los accesos a su cubículo. No le basta ya con poseer su propio piso decorado propiamente con materiales y muebles auténticos (7).
SEÑALE TI CA
Como un elemento más de la decoración deben entenderse también las señales y rótulos que pueblan los muros de vestíbulos y descansillos. En ellos se manifiestan los caprichos lógicos de arquitectos, administradores y rentistas, o las costumbres culturales: bajos, entresuelo, principal. .. ático y sobreático, que permitían antaño, gracias a esta jerárquica denominación, y hogaño gracias al prestigio de las terrazas, conseguir precios y alquileres más sustanciosos. La señalética vestibular,
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Los Cuadernos del Signo
presente en timbres, ascensores y buzones, en rellanos y puertas, es el diagrama perfecto de ese macrocosmos que es un edificio. Como estrellas con luz propia sobresalen los rótulos metálicos de los vecinos con profesión liberal y despacho abierto. 'Pero h9y son sólo fósiles de la digna escalera ·burguesa, convertida en multitud de casos en edificio de oficinas, donde la jerarquía de rótulos se ahoga en la marea de sociedades anónimas, inmobiliarias propensas a la quiebra y despachos ignotos donde se tapan Dios sabe qué extrafías actividades. También en esta nueva situación, en la que molduras y escaleras nobles' mármoles y apliques de pergamino pierden el ensueño de la vida nocturna y se limitan a ser vividos ocho o diez horas al día -horario de oficina-, irrumpe la dimensión K con toda su fuerza, como una nueva vida decrépita que sustituye al esfuerzo laborioso de muchas generaciones por construir su merecida morada, pasto ahora de oficinistas, fregonas, y guardias jurados.
El nuevo burgués, el c;tivino h_abitante de habitáculos con doble circuito de entrada, preferirá unos espacios horros de códigos y signos, donde habite el olvido de avisos al vecindario 'sobre la factura municipal de basuras, donde sólo haya una leve memoria de esos cacharros infames que engullen las cartas, donde timbres y ascensores vivan de puntillas y con zapato de baile. ¡Qué trasiego vaciar diariamente buzones repletos de cartas, facturas, folletos de urbanizaciones y gimnasios adelgazantes, o escuchar una y otra vez las cantinelas llorosas de los pedigüeños y vendedores que sortean filtros, escurren miradas inquisitoriales y amansan conserjes airados hasta llegar a su objetivo: caer sobre nuestro cuello hogareño y sosegado para extraer un óbolo misericordioso o una suscripción de enciclopedia! Por eso, a partir de unos ciertos precios, los pasillos y porterías son blancos como la poesla soñada. Nada nos dice nada, nada nos conduce a nadie. Sin la labor paciente y profesional de conserjes y porteros aparecería de nuevo la dimensión K, que a fin de cuentas acecha en todos los pasillos, colgada de la araña de cristal o acurrucada bajo la falsa alfombra persa.
LA LEY DE LA GRAVEDAD VESTIBULAR!A
Como ya se ha ido viendo, muy varios son los trasiegos que experimentan los espacios transitorios. U na única ley rige los afanes que traspasan nuestros ámbitos: Hay una época en que tendencialmente entran objetos y salen personas, y otra época en que de forma igualmente tendencia! entran personas y salen objetos. A la primera se le suele denominar mañana y a la segunda atardecer. Evidentemente existen excepciones, pero están reglamentadas con detalle. Para comprobar la validez de la ley -algo así como el principio de la gravedad del universo vestibulario- basta con pensar en la eventualidad de un funcionamiento totalmente contrario. Un edificio donde la gente
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regresa por la mañana y sale por la noche, y en el que se imtroducen objetos al atardecer mientras que se extraen con las primeras luces despertaría todas las sospechas y rumores, a menos que fueran unos grandes almacenes.
Esta ley general de especialización del tiempo vestibulario no describe, sin embargo, los momentos más intensos y concentrados sobre sí mismos de la vida de pasillos, porterías y ascensores, los momentos en que es posible sorprenderles solos con su soledad. Son secuencias de novela policíaca, de carámbanos de angustia, horror incluso, desprendiéndose desde los desconchados de los techos. Estos momentos pueden producirse en cualquier tiempo, pero prefieren naturalmente esos intervalos que van desde la salida del último invitado nocturno hasta el despertar del vecino más madrugador. Si alguna vez habéis presencia<;lo esta pecufiar actitud de los seres aquí estudiados, comprobaréis cómo entonces desaparece el tiempo. Los modernos pasillos y puertas se hacen unos con los corredores y portones de los castillos medievales, con los caserones románticos o con cualquier edificio rural. Todo cruje. Loslamentos de la materia -madera, metales o tejidos- nos hielan la sangre. Viven.
TERROR DE ASCENSORES
El horror máximo es similar al final magnífico de Joseph K, en que dos individuos con levita negta le acuestan cuidadosamente sobre una piedra_ y le retuercen un gran cuchillo de cocina entre las cavidades cardiales. Y se produce -para mi gusto, entiéndase bien- cuando se sorprende a un ascensor en estas horas vivas. La máxima paradoja nos asalta en oleadas de sudores fríos. Accionamos una máquina viva como si fuera un mecanismo muerto. El ruido vestibulario alcanza las más altas cumbres del silencio, sólo interrumpido por el fragor de la maquinaria monótona y plagada de quiebros sonoros regulares. Nos sabemos solos viajando en un pozo mecánico, rodeados por el más absoluto silencio y elevados por un ruido único y singular. Si algún vecino despierta en estos momentos, no dudéis que también sus nervios se estremecerán ante la melodía del horror. Por eso el símbolo de la dictadura policial, del terror del estado, puede sintetizarse en el fragor de ascensor en la madrugada. De hecho, el mismo espacio vacío, libre de pequeños seres marginales pululantes, es otro de lo_s grandes símbolos de la represión policial. La plaza desierta, desalojada por una carga o un barrido de ametralladoras, produce una congoja similar al tronar de maquinarias de ascensor. Es ese horror que tan bien supo captar Ramón Casas en su carga de la guardia civil, o que Genovés prodigó en sus series de manifestaciones observadas al microscopio -que es como observa el Estado a los seres vivos-, ese horror que se expresa en el intersticio en blanco que se abre en la masa y que percibimos como
Los Cuadernos dE;!l Signo
amenaza en los sonoros gemidos del ascensor durante la madrugada.
Y es que a decir verdad los espacios K-dimensionales, s-in pulular de habitantes- que les presten sus cuerpos tibios, son en esencia las madrigueras hechas de corredores y galerías donde habita el monstruo más frío entre los monstruos fríos. Por eso, los seres débiles que se ven obligados a trabajar en ellos o a encontrar en sus rincones y sombras un cobijo son diminutas muchachas de servicio, porteras y conserjes, parejas de enamorados que pelan la pava ignorantes del odio que despiertan en los muros de hielo, mozos, basureros, etc. Es fácil observar como los potentados y los poderosos cruzan esos pasillos y vestíbulos: huyen. Saben que ahí permanecen los secretos de su dominio, que cualquier muro puede contar cómo ha sido amasada la riqueza y conquistado el poder. Sólo sus hijos más jóvenes, que no conocen aún el secreto, aman el juego y el contacto en escaleras y pasillos, junto a carteros, criadas y amas de casas charlatanas.
ESTADOS PASIONALES
Esos seres sólo a fuerza de pasión pueden soportar la presencia envolvente de esta dimensión glacial. Y la única capaz de prever y contener el horror pero también capaz de aceptar y esperar el júbilo, es la pasión de inminencias, que tan bien han cantado Guillén ( «El mundo muy terso,/ Rauda la tersura,/Olvidado el miedo,/La inminen'cia astuta») y Salinas ( «te llegará mi ansia,/en la absoluta espera inmóvil/del amor, inminencia, gozo, pánico,/sin otras alas que silencios, alas».; «que ella, la dicha, sólo en el anuncio/de su ardiente inminencia galopante,/convoca y pone en pie»). El lenguaje de estos estados pasionales debe entresacarse, fundamentalmente, de estos dos poetas: espera, víspera, temblor de futuro ... Y expresa a la perfecci6n el goce que experimentan los seres diminutos y marginales al dejar cerrada, tras sus espaldas, la puerta del piso, ese lugar sagrado donde nunca pasa nada. El mundo se les abre en inminencias, y claro está, en amenazas de pasillos, escaleras y vestíbulos.
Por eso en las vivendas populares ahora ya casi extinguidas, todas las puertas permanecían abiertas. Abrían la casa, cerraban los vestíbulos al convertirlos en espacio de todos, dominado y regido por todos, y conjuraban al monstruo frío. Nunca ha existido mejor sistema de comunas revolucionarias, ni mejor alternativa a la familia burguesa -esa especie de pequeña muta cubicular que se refugia en la privacidad pero que domina en la publicidad-. La familia de hoy, la muta parca y callada de hoy, no es ya producto de ninguna especialización sutil, . porque tanto lo privado como lo público es objeto de administración por parte de ese engendro burgués talidomídico.
En los patios interiores zarzueleros se expresa esta resistencia a la privacidad burguesa que puede observarse prácticamente en todas las cul-
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turas europeas precagitalistas: el hinterhof alemán, el cortile campesino italiano o el celobert catalán son todos el marco de idénticas escenas: conversaciones de balcón a balcón, juegos y fiestas vecinales incluso. En el patio de luces de hoy, arropado por pesadas cortinas de plásticos infames, sólo los ruidos sordos y anónimos de las lavadoras automáticas y el gotear de la colada recién tendida revelan que alguna vez existió la posibilidad de vida en esas madrigueras. También por este lado, el de los patios interiores, se han alzado murallas entre las personas.
Désde el habitat primitivo sin transiciones hasta la vivienda rodeada por ui;i cordón laberíntico de seguridad y construida según criteribs de supervigilancia electrónica, se ha recorrido un largo trecho hacia el control y la fragmentación del cuerpo. Agredido por )as invasiones sucesivas de esta dimensión K, el ser humano del futuro se asomará al pasillo de su casa como un marciano que acaba de posar su nave sobre la tierra. Ya hoy, cuando la invasión- electrónica no ha terminado aún su marcha hacia las profundidades -nuestras profundidades- nos sentimos más y más extranjeros en nuestra casa. Con Kierkegard nos vemos obligados a decir de nuestra pena «lo que el inglés dice de su casa: Mi pena is my castle». Pero etambién entonces consideraremos «el te-ner pena como una de las comodidades de la vida».
(1) Los «shifters» ( «embrayeurs» en francés) son aquelloselementos del lenguaje que vinculan la enunciación a unas coordenadas interpersonales concretas, y que sólo tienen valor semántico en función de esta vinculación. P. e., los pronombres personales. V. Roman Jakobson, «Essais de linguistique générale», París 1963, p. 176 y siguientes.
(2) Franz Kafka, «El Castillo», Madrid 19732, p. 18.(3) Carlos Barral, «Observatorio. De las salas de espera»,
en «La Vanguardia», 29-VIl-1980. (4) «Un signo, o representarnen, es algo que, para alguien,
representa o se refiere a algo en algún aspecto o carácter. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo equivalente, o, tal vez, un signo aún más desarrollado. Este signo creado es lo que yo llamo interpretante del primer signo». Charles Sanders Peirce, «La ciencia de la semiótica», Buenos Aires 1974, p. 22.
(5) El concepto de rito de paso fue acuñado por el etnógrafoy folklorista germano-francés Charles-Arnold van Gennep, en su obra «Les rites de passage», publicada en 1906. Bajo este nombre van Gennep incluyó todas aquellas ceremonias y ritua0
les que sirven para acompañar las metamoñosis y cambios de vida, desde los cambios de jerarquía, hasta el nacimiento y la muerte. Van Gennep distingue tres fases: la separación, la transición y la incorporación. La segunda fase, en la que el individuo se encuentra en situación marginal o liminal, produce reacciones de repulsa o incluso de asco en la comunidad. Se corresponde peñectamente en el carácter inquietante de los espacios transitorios, a fin de cuentas equivalentes, a nivel espacial, a esta fase de los ritos de paso. V. Charles-Arnold van Gennep, «The Rites of Passage», Londres 1960.
(6) Para el tema de los seres menores en Kafka, v. GillesDeleuze y Félix Guattari, «Kafka, pour une littérature mineure», París 1975, .principalmente p. 115 y siguiente,.
(7) V. Theodor W. Adorno, «La ideología como lenguaje»,Madrid 1971. El título original, «Jargon der Eigentlichkeit» ha sido traducido en la utilización de esta expresión, como «jerga de la autenticidad». Sin embargo, «eigentlichkeit» no agota su significado alemán en «autenticidad» pues deriva de «eigen», equivalente del castellano «propio».
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