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LA LEYENDA DE· LA MUERTE
D ICE Anato1e France que sobre la reina Oleopatra se han escrito dos tragedi1as
latinas, dieciseis francesas, seis inglesas y cua~
tro italianas ... ·Dentro de algunos lustros la bibli~afía teat~al de !Mata Hari será quizás tan. nutrida y ¡tan vaM1ida cual la de ita gran sedactora · oriental. De todas partes, en efecto, de Alemania, de Polonia, de Hoi1anda., de Bohemia, vienen ecos que anuncian futuros dramas consagrados al misterio de 18. vida y
de la muerte de la mujer que parece convertirse, poco a poco, en un símbolo sanguinario y voluptuoso de la fatalidad moderna. Hasta hoy, no obstante, el úndco que se ha atrevido a rPresentar a la danzarina roja en la escena, .rediviva 8iUllque no redimida, es Charles. HEmry · Hirsch. La obra, COlllll de taJ. artista, es fuerte' y esbeJla. ,Pero ' es cruel e
E l G O M E Z e Á B B 1 L L o
injusta, porque despoja a la infeliz fusilada
de lo único que ni s,us más encarnecidos acu
sadores se habían ~trevid~ a negarle: del va
lor en todas las circun$maias de la. vida, del orgullo desdeñoso ante SUB jueces, del heroísmo frío ante la muerte. MáS adelante, al llegar a la parte de esta historia., que no
es legendaria, .SLnO real, escucharem~ al doctor Bralez relatamos los últimos · momentos
de la condenada, con una admiración que
:recuerda la de los jóvenes atenienses que glosaron la suhlime ago~ía de B6crates. ·Por
ahora, de lo que se trata es de darnos cuen~ ta «te las iJm¡ágenes múltiples y cOll¡tradicto
rias que el mundo Se ha formado de la más il~re de :Jas ~ías. La que «La. Danseuse B.ouge» nos ofrece, no es ni odiosa, ni si
niestra. Es triste, es mezquj.na, es a.pocada, es temblarosa, es inconsciente. El dramatur
go, cuYO pacifismo se nota a cada ins1tante,
no tiene la menor duda sobre la culpa.bilidad de .su heroína. La mujer que nos presenta,
no niega sus crímenes. Lo único que haCe
es tratar de e:x¡plica.rlos, de excusarloo, de
hacérselos perdonar. La eseena en 'la cual la
1"
LA LEYENDA DE LA MUERTE
acusada, después de negar contra la evidenocia, se decide a confesarse en aJ.ta voz, es
profundam'eme emooionante y profundamente falsa. Héla aquí:
-Ya no quiero mentir ... Quiero decíroslo todo, como se lo diría ala Virgen .... Vosotr~ sois los jueces de mis faltas... No, de m_is. crímenes .. ,. Resulta difíci'l explicarse ante extranjeros que conocen mal el alma de los seres nacidos en otros climas. Toda
m,i vida me aparece de pronto. Me veo nar ciendo en la más pobre choza del más pobre call1¡pesino. Mi madre, al darme el primer beso, murmura a mi oído: «¿Por que, pobre cri&turita de Dios y de m,i sangre, has. venido en busca del hambre, que no nos abandon.'1 jamás,?» Es cierto: en mi hogar casi nunca hal;>ía pan.. Mi padre, cuando volvía borracho, se burlaba de mi pelo y de mi delgadez. A veces me pegaba. Yo era flaca, porque no comí8J. Mi madre, para alilfnentarme como podÚ\, dábame una taza de aguardiente por la mañana, cuando sabía qI,le no tendríamos otra cosa. Era aguardien¡l;e de mi ¡padre, que mi madre le robaba al verlo dor-
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E. G o M E Z e A R R 1 L L o
mido. A los trece años vi morir a mi madre,
y me encontré so1á en medio del camino. Yo ya no sabía ni reir, ni sonreir. Los trigos ·eran más aJtos que yo. Yo sabía que no es permitido tomar una sola espiga. Me ali
mentaba con hierbas y por la noche lloraba
y las estrella& lloraban a~ verme. Pasaban así lOs d'Ías, las semanas, los mesee. Ai fin,
un día,. un hombre me dijo que yo tenía un pelo y unos ojos muy lindos. Al oirlo sentí
que un poco de sol entraba ·en mi corazón, hasta entonces obscuro. Ese hombre me llevó a Mos¡cú, donde tuve ropa nueva, calzado nuevo. Tenía vergüenza, ¡porque sus caricias me repugnaban. Tenía vergiienza, pero tenía mioedo de vdlver a caer en la miseria. Me
enseñó a leer, me enseñó a bailar. De pronto, conocí el aint>r, en la persona de un estudiante guapo, pobre, que salía, lo mismo
-que yo, de la baja p¡~ebe campesina. La Policía secreta. lo arrancó de mis brazOS!. Jamás
he vueilto a saber io que la Policía polítlc.!l
hizo de SU juventud, de sus fuerzas, de su ideal. Entonces el mredo de esa Policía me
llevó a entregarme a ella. Para .no ser vÍctl-
LA LEYENDA DE LA MUERT m
ma de la Policía, me convertí en servidora de la Policía. Me pagaban bien.. Yo amaba
el oro como un talismán que debía. hacer Jmposible 'la vuelta del hambre, de la m¡iseria., del frío. La Policía, en todas partes; exigía. mis servieíos. Prim,ero informé a la. Po,licía rusa sobre cosas extranjeras; luego informé a la Policía alemana sobre cosas in.g.lesas; lue
go a Ltalia sobre cosas austriacas; luego a Francia sobre cosas de varios países. He conocido reyes, príncipes, generales, ministros,
embajadores. Todos hablaban delante de mí COn confianza. Yo repetía sus conversacio
nes" sin pensar en las cons¡ecuencñas de mis palabras. Las fronteras entonces no existían más que en ,los mapas. Y pára mí, nómada y cosmopoli¡1;a, existían menos que para
nadie. Yo, iba a donde me llevaba la danza y el ca¡prichQ. Sin embargo, al estallar la
guerra presentí la impor.l;.ancia de m~ acciones. Por eSO quise refugiarme en el c,ampo, en Francia; pero allí tam,bién fué a bus
carme la PolJicía, la PoHcía francesa, para obligarme a servirla, para obligarme, ame
nazándome, Después de una m~sión en Ro-
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E. G o M E Z e A R R 1 L L o
landa, tuve que resignarme a otra misión. Estando en Bruselas, los alemanes me sor
prendieron, me prendieron, me amenazaron de muerte y me obligaron a hablar. Lueg'o, para salvarme de sus garras, para salvarme
de la muerte, tuve que i;\ervirles. Vosotros.
no sabéi:s lo que es, en una mujer, el mledo>
de la muerte. Vosotros sois brav~s. Yo, !lO.
Yo sufrí dos días, y, al fin, conse.guí que me
dejaran ir a Hdlarida para servril1les mejor. En HOlanda la Policía alemana me hizo saber
que en todas partes . mi vida estaba a la mer
ced de sus agentes" si no los servía fielm~ntc. He sido un instrumento, nada más que eso;: una infeliz -que se formó en el hambre, en
el terror, en ,la esclavitud; una m~serable, si. nada más que eso ... ¡Virgen.", san¡ta Virgen, ten lástima de mí; ruega que me perdonen
la vida, que no me maten!.." ¡VirgeIll, santa
Vdrgen! ... En el teatro, entre decoraciones que ,re
presentan la severa audiencia de un Consej(),·
de Guerra, esta es,cena, que es el centro de: gravedad de la tr.agedia, emociona a todo
él mundo. Pero, lo repito, es una escena fal-
148
LA LEYENDA DE LA MUERTE
sao Y no me refiero a visibles fBllsedades de -detalle, ni a falsedades biográficas de mayor importancia, ni (tampoco a la· gran falsedad que consiste en hacer confesar su crimen a una mujer que, según consta en la crónica
de los Tribunales, hasta el fin ¡proclamó s.u inocencia. El dra.m,a¡turgo y el novelista tienen, tal vez, derecho a modificar los acontecimientos materiales. A lo que no tienen de
recho, en cambio, es adulterar el alma, el cárácter, lo que constituye lA fisonomía moral y espiritual de un personaje. Y si en Mata . Hari todo es misterioso, hay algo que no 10 es, y ese algo se llama energía, serenidad, arrojo, heroísmo. Su muerte socrática ...
Al llegar a es¡te punto siento que el di'amaturgo me ,interrumpe, exclamando:
-Justamente, es · con el fin de destruir la leyenda embustera de su muerte socrática .• con el que he escrito mi tragedia. La v~rdad, la única verdad, es la que yo ofrezco a los futuros historiadores. Esa mujer fué una siniestra. farsante hasta en el patíbulo.
Para hacernos aceptar su v«;lrsión singular
del fusilimi~nto fic.tivo. Charles Henrv
149
E. G o M E Z e A R R 1 L ,c. ( L
Hirsch no \tiene Inás dato psicológico que· Ja circun.stancia, muy novelesca y id mismotiempo muy :real., de que el defensor de la ,
baiThLrina roja había sido su amante y continuaba amándola, La co~duota que observó ,
el gran abogado ante el Consejo de Guerra para e;;qp.Jicar el doble carácter de su inte
rés por la acusada, nadie, fuera de los j ueces, lo ,conoce a punto fijo, ,Pero tal cual la
escena !mrge en la obra teatral, después de una dEclaración valiente y digna del pintor " Ursac, tiene visos de no ser una pura fan~
tasía literaria. -¿Por qué razones dejó usted de visitar
a la ba~larina, a partir ,de 191O?-pregunta
el fiscal a'l testigo.
-Porque no me encontraba casi nunca en el mi'SW..o lugar que ella-coIlltesta Ursac.
-En 1910-agrega el fiscal-esta muj~r
delató a uno de nuestros ofiC1iales que se 11allaba en' Alemania. Usted Jo SUIPO, sin duda. ..
-En mi alma y conciencia, 'lo único que ;puedo decir es que la gente que rodeaba :lo
la gran artista parecíame demasiado frívola
y ruidosa para mis gustos. Nada más ...
150
LA LEYENDA DE LA MUERTE
Entonces, sintiendo que su concÍlencia no debe contentarse con ejercer el misterio, casi impersonal, de la defensa, el abogado pide que se le permita hacer una revelación gr.ave. Y dirigiéndos~ a la:; jueces ' mili
tares, exprésase en estos términos: «Yo conocí a la acusada en Monte CarIo, en 1907. La amé; la adoré... Ella me hizo Conocer el reino divino del amor. Durante dos aña:;: fui
felJz junto a ella. En el otoño de 1909 ella. dejó de amarme, y yo com,encé a sufrir de
la herida que aún llevo en el pecho. De vez
en cuando nos veíamoS': nos veíamos cada día mena:;, a causa de mis trabajos. Pero poco antes de la guerra, eU procurador de la
Re¡pública, amigo íntimo mío, ~ reveló las sospechas terribles que pesaban sobre esta
mujer. Anlte sus palabr,as, yo, egoísta., nO pensé sino en mi dignidad social en peligro.
Y ese no era mi deber. Mi deber era defender a .la miserable criatura que aquí véis,
contra los gue la conducían al a..bismo, contra ella m5:sma, contra las asechanzas del
destino. Cobardemente, no lo hice. Pude za~
ber que formaba parte de los servicios viles
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E. G o M E Z e A R R 1 L L o
del espionaje, y no hice nada por arrancarla
a tal horror. Así, pues, las faltas de ella son, hasta ciento punto, faltas mías. Yo me acuso de complicidad, por cobardía y por egoísmo,
pues sin m,i egloísm.o, si'n mi cobardía, no la veríais hoy aquí, en ese ba.nqui'llo de ignomi
nia. No olvidéis mi parte de culpa al juzgarla.» Y hay tal honradez en las palabras
de ese servidor del derecho; hay ta~ dolor
en el rostro de ese hombre que tiene fama. de impasible; hay rt:..al ternura en los ojos de
ese juríista sentencioso, que los rudos militares que forman el Consejo de Guerra, no pueden ocultar la emoción que los domina.
Sólo ella, sólo Ja acusada permanece rÍ
gida y enigmática.
-Haced entrar a Qltro te~ti;go-dice el fis- '
cal, deseoso de disi¡par 1a angustia que nubla
la a.tm6sfe.ra de la audiencia, Y mientras OIga, la camarera, habla de su
señora con afecto., elogiando su infinita bon
dad y su jna~table generosidad; en Ja men
te de los espectadores comienza a tomar formas precisas la figura de una Malta lIari que ya no es el ser casi diabólico y completamen- ,
152
LEYE-NDA DE LA MUERTE
te inconsciente que seduce por seducir, que traiciona por traicionar, que es dañina como
el azúcar es dulce y la hiel amarga; de una Mata Hari que, Jejos de ser perversa por lins,tinto, había' nacido para a.nmr, para ser tierna, para vivir en un nido tibio; de una
Mata Hari que no es la víctima obscura del Destino inescrutab1e e incomprensible, sino la víctima inmedia¡ta de la sociedad contenv·
poránea" .rn,ás cruel y más devoradora que la fauna de ]a jungla. El drama, desde este
instante, Se ~lara y pierde algo de su misterio angustiosp. Ante· sus peripecias, la conciencia humana ya no se estremece preguntándose .si al fusilar a Ja danzarina roja, la justicia,
cegada por las circunstancias, no comeJl;ió ún error. Ya la espía., convicta y confesa, no es sino una de las infelices que en el juego siniestro de las intrigas trágicas" aplUes,tan y pierden; una hermana de Margarita Francillard, de ' la Tichely, de la Loffroy, de lla Schnudt, de Otilia ·Moss; una sombra más, en el antro del ¡patíbulo, un cuerpo entre los demÍL;;
cuerpos femeninos de la fosa de las ajusticia
das de Vincennes. Pero al mismo tiempo lo
153.
liJ. G o M E Z e A R R 1 L L a
que hay de noble, 10 que hay de voluptuoso,
lo que hay de extraordinario en esta mujer
que VM6 como artista y murió como artista.
~o que hace de ella una cria¡tura fataJ e irre
sistible, digna de preocupar a un Shakespea-
re y de seducir a un Ba1zac, lo que constl-
tuye su aureola, en suma, sedes;vanece.
Charles Henry Hirsch asegura, en una ca '.
ta dirigida a «Comoedia,» que un ~is:f.ra
do de la Corté de París le dijo al día si
guiente del fusilamiento de Mata Hari, que
si la famosa espía habíase mostrado tan Sf;-
rena ante 'los fusiles, era porque al,guien le
había hechocteer que su eje<;ución no sería
-sino un s,imulacro .. Pe.ro los que conocieron a . . la ' danzarina protestan contra tal leyenda.
y realmente, cuando se ve, a traves de los,
documen¡1;os del !p,roces<> publicados' por Mas-
· sa.fd, la energía tranqui[]a y tenaz de la in-
culpada, no es posible -dar crédito a la. his. toria de su miedo invencible, enfermizo, casi
histérico, ante la sola idea de la muerte.
La escena en ,que el abogado se decide a .
. rn,erutir por misericordia, es la que mejor'
- -revela elalm:a de la, dan~.euse r:ouge, tal cU1l1
154
LA LEY-ENDA DE LA MU ERT E
Charles Henri Hirsch desea hacérnosla ver.
Enloquecida después de la sentenoia, la. con
denada dice ,a su defensor: «Que me encie
rren, que me encadellen, que me torturén, día y noChe, que mi vida no sea sino un do- ,
lor ... Mas que me dejen vivil1 ... No quiero mo
rir, no; no, no quiero morir... Entr~ cuatro ..
muros, sin poder hablar y en tinieblas per
petuas, aún gozaría sabiendo que estoy viva. ,
Con eJ. cuer~o lleno de llagas, cioega, paralí
ti'ca, aún querría vivir. Que no me dejen más : que el derecho á respiirar, eso me bastará ...
Mi miedo esespanitoso ... », La: palabra es exac
ta: es un miedo espantoso, un ,miedo, demen
te y vehemente, un miedo pueril , instintivo,
inca¡paz de razonar; un miedo de animal he
rido, un miledo que grita, que gi:me, que so>
lloza, que amenaza, que se arrastra. Y, ade
más, es un miedo cruel, un miedo egoísta.
«Por sa.lvar tu vida-mUl'ffiUra el defensor
da,ría yo la mía.» A lo que ella, ávida, con
testa : «y yo la tomaría.» Todo, en erecto,
todo lo humilde, todo lo vi'l, todo 1(') heroico,
todo lo humano Y ,todo 10 inhumano. parécele acepU¡.ble con tal de no morir. Las fras~s con"'.
lB5
JjJ. G o M FJ Z e Á R R 1 L L o
SOoladoras de la religión , de la filosofía, de la .simple experiencia pe¡pular, que tan bien 58,
ben, en circunstancias · patéticas, hacer casi· apetecible la idea de. la muerte, no tienen
sentido ¡para ella. Ella no oye m,ás que las voces confusas e imperiosas de su vitalidad
enloquecida por e~ miedo. Y a tal punto llega
su exaltación, que eJ austero jurista, que has;ta entonces no ha mentido nunca, le jura que su fusilamiento no será más que un si
mulacro, y que en el mom,ento en que el oficial de la esooJta · grite «¡fuego!», un heraA
.do se presentará para ¡pregonar Ja clemencia
del jefe del Estado ... En honor de la verdad hay que. decir que,
aunque muy novelesca y muy absurda, esta leyenda no ha encontrado gran eco en la' ment.e del público. Hay quienes creen que
Ma¡ta Han, culpable y convicta, llegó' a confesar 'su crimen. Hay quienes la creen, por
el contrario, víctima de un error judiciaL Pero todos están de acuerdo para adnl¡irar ]a
tranquila sonrisa /con que, una mañana de otoño del año '1917, encaminó~,sin pnsa,
hacia el sinie$ro foso de Vincennes ..
LA PRISION y LA MUERTE-
'PUEDO decir que la conocí íntimamen- . ¿ te?... En todo caso, estoy seguro de
que, durante los más dolorosos días de su calvario, fuí tal vez el único ser que podía llevarle a .. sru celda algo oloroso a vida y a juventud, algo que no tuviese nada de solemne, ni de amenazador, ni de desconfiado. Mi ministerio ·
profesional reducíase a poca cosa. Ella era fuerte y resistente. Lo que habría deseado,
el aire fresco, e~ agua perfumada para lbs
bañOs, los largos paseos, :Fesultaha i'mlPos\ble , dárselo. Así, pues, lo que en general IP€día
me eran pociones para calmar sus nervios y para . dormir tranquiJI¡¡'. Sólo una. vez, ya al
borde de la tumba, solicid;ó de mí un vaso
de alcohol. Antes, duran.te los interminables . ,
días de su cautive.rio, nunca . tuvo, al menos
en presencia mia" ningún deseo de esos que,
157
E. GOMBZ CARRILLO
en ,general, atormentan a los que se ha
llan en la cárcel. Orgullosa ~or naturaleza e
imbuida como buena aristócrata del Norte de las jerarquías y hasta de. las· castas, soporta~
ha, no obstante, la compañía de Jás detenidas
que el reglamento hacía dormir en su mis
mo calabozo, con la m¡ayor naturalidad ...
E l que aSí me habla es el doc,tor Bralez,
médico de San Lázaro, que estuvo en cons
tantes relaciones con Mata Hari durante 'los
ocho meses que la famosa bayadera perma
neció en aquella cárcel. -Entonces"":'" agrega-, yo no era sino
as,istente ' de mi maestro, el doctor Bizard.
Pero tal vez por lo mism,o , aquella mUjer ha
blábame· con mayor confianza que a los de
más y muy amenudo, después de 'la visuta
reglamentaria, ' obligábame 'a permanecer cor
tos ra.tos a su l~o. No sé si por recato o por convenci:rriieruto -de que no valía. la pena. de
aipcerarse ante un simple interno; jamás me
habló de los ctimenes de que se le acusaba.
158
L A PRíSION y LA MU E RT E
-Lo que yo sé de su :proceso, es lo ql13 sabe
todo el mundo. Y si lll;e Ipr~ta usted si.
·'creo que fué cu~pahle,. le contestaré que sí;
.a unque me cuesta trabajo creerlo. No parece
lógico, en efecto, que un ser de aquella na~
t ura1eza, con su alltivez, con su fantasía, con
su amor del arte, con su belleza, con su cul
tura, con su de$recio del dinero, Se reba
jara hasta el punto de seducir a los incauios
aviadores de Vitel para sorprender en sus
labios sedientas de besos los secreltos de
nuestras operaciones mlitares. Y, sin embar
go, no hay duda de que Jos, debates de1 Con
sejo. de guerra fueron desastrosos para ella
y ·para su defensa. Yo me acuerdo de haberla
visitado el mismo día de la sentencia -Y le
confieso a usted que su CB!lm¡1, ' su sangre fría,
su indiferencia, me dejaron ~antado. · Si yo
hubiera 'sido el capellán, habría .tratado ue
spndear su alma para ofrecerle ~()S consue
Jbs de ~a fe. Mi minis,te.rio, purnmep,te fa
cultativo, me obligaba a mantenerme en una
reserva absoluta y aSÍ, después de interro
garla sobre su ' salud, me ailejé de su celda
sin :atreverme siquiera a receta111e u'nos se-
15,a
JjJ'o G o M E Z e Á R R 1 L L o
110s de Veronal para hacerla dormir,. Dos días después noté que no los había . necesitado y
que sus noches no se resentían de 131 perspectiva de, un siniestro desenlace de la tragedia en que se hallaba comprQmetida. Su pro
ceso había terminado el 24 de julio., El 27" a eso de las diez de la mañana., una de las religiosas de 'la prisión acercóseme con mis
terio y me dijo al oído que m,adame Mata
deseaba ver al doctor. «Será, sin duda, al doctor Bizard-contestéle.» «No--respondió
me-, no; es ' al petit doctor al que quiere
ver.» El petit doctor era yo y allá me fuí
·temeroso de que la reacción deSIP'Ilés del esfuerzo hubiese determimldo en aquella cria-, t,ura toda nervios, una crisis comp 1as que,
según ella misma asegurábalo, había sufrirlo en la época de sus grande:=¡ triunfos artísticos. Pero no, -nada de eso. Ni siquiera lla- ,
mábame ¡;ln calidad de médico. ,Lo que que
ría era' que le llevara a,lgunos libros intere,santes. Ingenuamente, citéle los nomb,res de
dos o tres nover¡stas ilustres, como Bourget,
Marcel 'Prevost,_ Rosny. «Nada de ef:\O--mur-,
muró ella con desdén-; ias h~orias bur-
160
LA PRISION y LA MUERTE
guesas no me interesan mucho, y casi }lue
do asegurarle que no he conseguido nunca
llegar hasta el fin de una de esas obras que se llaman de cost'U:mb~ •. Lo que me atrae es la ,POesía en ' lo ql.le tiene de misterioso y
de religioso, de legendario y de mágico. Yo creo que el único medio de 'vivir en belleza
consiste · en evadirnos de las miserias coti
dianas para volar en ,¡pleno ideál. Por eso" dé lo europeo, yo no soporto ni la ~lffgi6n ... » Al 'llegar acÍuí se d~tuvet y ~ciendo un de
licioso mohín de niña exclamó: <<"iNo · vaya. usted: 'a decir eso a las pobres religiosas que con . tanto empeño tratan de conv.erlirme!
La~ infelices no sabrían ni 10 que .]a palabra
relilgi6n significa en ,mis labi~ y de fijo ha
rí~n la cruz al oi~ mezclar las danzas y hasta las caricias, con la liturgia,. .. Porque yo
soy india, aunque se asegure que he nacido.
en Ho1ia.nda ... Usted, que es inteligenre, .doc
tor, usted 'Puede deciclo: ¿tengo algo de '~utopea?, .. ·No.:. Soy una orienta:l.- Así, sólo lo
de Orilente me inlteresa en el fondo. Cuan
do me hablan de patrias, ~i espíritu se vuelve .hacia un paíS lejano eh eU .que. una pa-
161
E. G o JI 1!1 Z a Á R R 1 L L o
goda de oro se mira en un río tortuoso.. Yo
no sé a punto fijo de dónde soy ... ¿De Benares? .. , ¿de Golconda? .. , ¿de Gu.a1'ior?, .. ; ¿de
M.&thura ?... No importa ... Hay un secrelto en . mi nacimientO, en, mi niñez... Más tarde se
sahrá... Yo mrsn1;a apenas lo .he desentraña.-"do ... » Una nu:be de ·tristeza o de nootalg,ia parecía pasá;r por sUs ojos, a medida que
evocaba así s,u cuna ilusoria.. Y digo ilusoria, porque todo ¡parece demo~t>rar . que re.;¡.lmen
te era holandesa. Pero aquí también la. realidad resulta inexpLIDable. Ni ' el (tipo, ni el c.ar¡lcter, ni ,la. cuJ;tmra, .ni la piel, ni la men
te de aquella Il\ujerr eran de nuestras latitudes. H!ibí¡¡. ' en ella algo de .primitivo y de
salvaje, aja vez que algo de hierático, de
sacerdotal, de refinado... Algo de... no sé ·
cómo expresarme ...
El doctor Brallez bUsca una frase, . una
imagen, para condensar su visión extraña y , . ,
cb~radictori.a.. Se nqta que, . lo m,is.mo que a todoo 100 que la trataron.. Malta· 'Hari logró
,1&2
LA PRISION y LA MUERTE
impresionarlo profundamente con su mezcia.
·de sencillez y de 'corru>licaciones, de ingenuidad y de cálculo, de soberbia y de manSedumbre.
-Uno de sus am,antes--'le digo para ayudarlo a dar con }a ,fórmula que en vano trata de combinar-J~ pinta cual una niña po
seída por el demonio ...
-N<>---'OOntéstame-; yo no puedo decir 10
mismo; yo no la conocí en circunB,tanci.as pro· pioias al juego C8.\Prichoso de SUS instintos femeninOS, . . Encerrada en una ,estrecha celda, acompañada siempre por otras reclusas, sin medios 'de comunicar con nadie, era,. s.i se quiere, una pantera enjaulada. Aunque tam¡poco es exacto. Una pantera, aun en su jaula, . es feroz. !La. bailarina n9 .inspiraba la menor idea de. crueldad. Lánguida . unas veces hasta el desmayo, y otras veces exa.l~ tada, febril, imperi~" siempre conservaba una .espede .de benevolencia aristocrática ·y Sensual que parecía perdonar de antemano el mal que 'le hacían. Se veía que su cultura era ¡profunda, no por. ser muy vasta, 'lino porque dommalba sus acciones y sus pensa-
163
B. G o M E Z e A .il B 1 L L o
mienros, guiándola en todos los m.om.entoo de
su vida. Cuando, llamado p'O'r ella dos días-.' después de la sentencia, fuí a verla, m.e dijo: «En e~ momentos yo no querría l~r nada.
nuevo. Lo que deseo ardieIl¡temente es volver a leer las obras que ' m.e . han gui'ado en,
el camino del ante y del amor, ya que., fuera
de esos dos terrenos, lo de.z:nás no ha exisItrido nunca para m,i. iLo malo es qu~ s,i U3-'
ted quisiera complacerme, tendría que obtener que el :museo Guim.et le prestase esas:;
'obras, ¡puesto que en ~as librerías nO' se encuentran.» Y ~nz6 a habiarme de los; grandes libros de 'La India como nosotros habJ.amos de las últimas. novelas del Bulevar.
«En otro tiempo-:-decíam.e--mis lecturas favoritas eran' J\as que nos enseñan a -amar la.
vida y a saborear las vdlup~{]sidades con· sibaritismo ardoroso. Hay en el Prem Sagar'
capítulos que hacen palpitar todos nuestros-' seUJ~dos y que nos embriagan comp el opio.
Yo sé de mem.o~ia cantos enteros de ese hl
menso peema, en el cual han hallado los poe-. .
tas mod~rni:Js sus Ip:e-jores inspiracioneS. Tll;mbi'én el teatro . de Kallidasa, con s.u ter-
164
LA PRISION y LA MUERTE
oura.. y el de sus discípulos, con su 9Utileza pintoresca, me ha proporCÍ'onado días exquisitoo. Yo me río cuando oigo decir que en París el arte escénico está en su apogeo. ¡Si
sUiPiera usted lo que es, en la, IneLia, el refinamiento psicológico y hasta reali~ta de las obraS!! Allá, cada pasión tiene su perfume y
su colbr y así el amor es azul, el goce es. bJ.anco, · la ternura es rosada, el heroísmo es rojo. Las decoraciones cambian de ma¡tiz y . la atm6sfera cambia ,de aroma a medida que alguno de estos sentimientos domina en el drama. Y cada personaje habla en la len:gua de su casta y de su región, y cuanlio no se entienden entre sÍ, un intérprete, lo mismo que , en la existencia corriente, interviene para traducirles lo que s~ dicen. Además, no crea usted que aquellos autores IPOnen en el eterno mo~de de los cua¡tro actos :tod~ la~ aventuras. No. Hay obras en .un aéto, en dos, en tres, 'en cinco, en siete, en doce, en veinte, Según i<i iinportancia de la intriga. Y.los amantes Se aman, se aman de yerdad, enJ":ls tablas. y s~ odian de verdad. Y se persiguen
y se atacan de verdad. Yo he visto sangre
165
en Jas , manos de algunoS de ellos. jAh, y lasleyendas caballerescas, las historias de.::a-balleros rajputas que, con sus túnicas de .azafrán sobre \].a cota de ~lla, ca,balgan en: busca de aventuras rnaravillOOO$!.. . jy Das no-· velas en las que una hija de braharnanes orgullosos Se enam,ora de uri paje y pern~nece
prisÍPnera en una cisterna años y años sin
renun~iar a la esperanza de esca&ars~ un día p~ra correr en su busca;, segura de que 1,0 ', hallará en 1ia p¡re:Qta de la pagoda en que ,se ' conocieron y e'llla cu~J.' él sabrá morir, SiUS"'-:
pi~ando phr ella, si n,o logra ver1a!'" L> ,más
~ande, 10 más noMe, lo más poétic~, es' 10-que ,nOs ' queda de ' la ,' India védica: Pero', ahora, si w:ted quiere hacerme el favor que le. !pido" no es .necesario que me traiga ni el' . - , ~
Preffri, Sagar, ni el Baleta Mal, ni el Singha--zan Battici¡ ni el Suru;lara Kanda... COn una. opra ~ mod~ta y más fácil , de ' encontrar-se me conforIDaré. Trate 'de buscarme -el' Loto de la Buena Ley; nada más; ,es un ti-briro búdico que enseña a des¡preciarló to-,
do; .. » Yo la miré fijaln'ente , para ver si ha-,
bi'a ,algo en su rostro que se parecie~ a la~
LA PRISJON y LA MUERTE
exp·resión de un reo cristiano que, en cap,illa, pidiera la Imitación de N1testro Señor ... Pero nOJ nada ...
El doctor Bralez continúa su relarto de esta
manera: -No encontré en ninguna lihrería el Lot(}
de la Buena Ley; pero un com¡pañero dd hospital San Luis, muy versado en lJitera,¡tura asiática, me. dió, pocos días después, una es:' pecie de evangelio del budismo, compuesto qe·fragmentos del Lalita Vistara, del Budda
carita y del Avadanasataka. Antes de entregarlE~ aquella obra a Mata Hari quise hojearla y acabé por 'leerla entera, . con gran interés, figurándome, a medida qu.e el filtro del nirvana iba. ¡penetrando en mi. espíritu, que el miSif1erio del alma de Ja bailarina aclarábase ante mi vista a la 'luz de aquel patético misticismo. Una de las prim,eras frases que encontré aJ. abrir el lihro, fué ésta: «El joven
mártir a quien ,el! verdugo a<;aba de . arrancarle los ojos, exclama: ¿Qué 'hnporta, puesto que ya' .he sacado ' de ellos ~0S 1~ placeres que pueden prqporcitoru¡.r,. y puesto que, gr&cias ,a. ellos, me he dado cuenta de ' que
167
liJ. G o M E Z e A R B. 1 L L@
todo es peTecedero, todo es efímero, todo es despreciable?» Luego 'leí la parábola famosa
de la cortesana, que reza: «El joven Upagup
ta, que era un e~ejo de santidad, encon;tr~
se ' ullfl. mañana con la bayadera más bella del reino, 1a gloriosa :v asavadata de Ma
dura; y cuando 'la mujer "ió at joven, emimor6se de él y se lo dijo; pero el joven se
~lejó sin volver -la cabeza. Algunos años más
tarde, esta bayadera fué condenada a muct
te y el verdugo 18 cortó las piernas, los bra
~, las orejas, ,la nariz, y la dejó abandonada en el cementerio para que Jos cuervos ,
acabaran de cumpEr la sentencia. Cua.ndo Upagupta lo SUjpO, encaminós~ hacia el ce-'
men~ri.o. Y Jia ~ujer, al veIlo llegar, díjole: «No -quisiste mi belleza ni mi vida y vienes a gozar de mi ag~)J~ía y de mis dolores.» El joven contestólre: «Hermana,a lo que' vengo es a ver ' lo poco -queimpo'rta 1a vida y lo
poco que sj~nifica la belleza,» Entonces ella
ya nQ sÍnrtió ni las an$ias. de lamrue~" ni el dolor, -de desa¡pa:recer, ' y dáhdOSe cuenta
de la infinita, ¡pena que ha,¡y en el 'f~Drlc. de loo p.1iaceres, prefirió el ni-ryana y ~urió fe-
LA PRISION y LA MUERTE
Jiz.» Todo lo demás era por el e~1ilo en aquel liQro, .que después he tra.tado 'en vano de en
·contrar, pero que no con:tJenia nada que no
se halle e~ cualquier historia del Buda. Ep. ·cada página.,. alguna voz misteriosa, suave y
I
.serena, murmuraba los sa.mos del nenuncia-miento feliz , de la bienaventuranza del no
.:Ser, de la dicha de dejar de existir. Y oyen-do tales veces, pensaba que si realmente Mata Har.i había sido educada en esos ;prin
«!Í¡1)Í.oS, no era. extraño que con · tan noble serenidad,. eon tan altivo d€Sdén, con¡teJnplase
la persp.ectiva de su próxIm.o fus\lamiento. Porque, a pesaa- de 10 que digan los que in
teIlPretan de un modo fantáSitico 1100 gestos . del heroísmo femeninQ, aquella mujer no
tuvo nunca la menor esperanza de que la
sentencia del Consejo de gU'erra dejara de -cumplirse. Recuerde usted, en efecto, la im
p~le dureza de· aquellos tieIr1J.)()S.
El: doctor Bralez tiene razón .. Después de
un largo período durante el cual ministr0S
169
E. G.Q M .E!Z C.A R R, 1 L L o
comp Malvy, Vivilani y Pa'inievé, inspirándo
se en ilusorias ideas de mansedumbre salva
dora, habían tratado de no ver los crímenes.
contra la socieda:d o contra la pa;tria que se . cometían en ' ciertos, círculos revolucionarlos.
y cosmopolitas, otros gobernarutes, no ' más,
patrioms, ¡pero sí más clarivident~s y más;
enérgicos, m:ás partidarios del ¡,uño de ace- .
ro, más impermeables a las influeu\!ü\s léni
tivas, habían inaugurado lo que se llamó.
la época del terror. El comp~ot de los Invá
lidos; la paridilla del Bonnet Roug8'; la lIl¡uer
te obscura de Alméreyda; ei affaire Hans
Wram; el ca¡pil1:á;n Esteve vendido a los ale
IJl;3.nes; el proceso de Bob bajá; el infeliz. '
Sed8.no, secretario de Rubén. Darío, que mu- . rió en: los fosos qe Vic.ennes, proclamándose hijo del. emperador Maximi1i:anj; el ayudan- ..
te misterioso; la' condena de Lenoir y de Du-va]; ]as, mujeres fusiladas en Nancy y en
Bourges; todo · lo que podía impresionar al
puebJ.9. yal ejército, en s,uma, se amontona
oa en él espacio' de ¡pocos meses. Los que en
tonees caían en manos de la justicia militar, pagap;an por 'iOs q.ue, en loS· · dos _ prime~~ . .
170
LA PRI$ION y LA MUERTE
añoo de Jla guerra, habían beneficiado del es~ píritu de tolerancia predicado por Malvy. Con su clarividenda, Mata lIari no podía de~
jar de comprender que era vana quimera la de esperar en lía gracia presidencial. Cierto que s;u defensor la mecía, cual . a una nÍÍl8" con lit prdmeSa de altas intervenciones salvadoras. De España, de Holanda" de ' Arrérica, 'algunas voces generosas elevábanse en. su favor. ¿LlJegó ella siquiera_ a oirlas? En todo . caso, yo creo, cdmp el doctor Bralez, que desde el día en que esc'Ucl).ó la . terrible
' sentEmcia pro~unciada por doce SpldadOs:
l'ea.1esen nombre .del ¡pueblo francés, su :llma preparó&e a afrontar e1 último suplicio con desdeñosa bravura.
-Su charla-díceme . el eminente m.édico de . Sa~nt Lazar~, su interesante charla,. que antes · habJa sido cosmopolita y mun
dana,. ~ com.~nz6, de pronto, a . torn~r~ 'más
grave,m;ás'soñadora, másorient~l... HaJ?ía en .s~ labios. t~ntas señtenCias (,mal en losAe
171
E. G OM E Z e Á R R 1 L 1. U
Sancho. Pero no eran de la misma índole. Eran sentencias aprendidas en sus lecturas -de los grandes libros índicos, y que le servían para afirmar a cada instante su fe en el nirvana. ,«Desde que nacemos---oecía resuniien-do sus lecturas-somos un esqueleto anima
do ¡por- un resorte que' el más leve choque ,rqmpe.» O bien: «El gusano es el úruico ser inmortal.» O si' no: ~<No hay ni vida ni
muerte: no hay má~ que '~tamorfOSJi.s.» Pero aunque" según he sabido deSpués, sus ,amigq,c;¡ la habían"si.empre encon\trado pedante a; causa d.e ' estas citaS y de su pe~etuo deseo de
explicar a I¿; manera búdica o brahamánJéa los arcanos de illa. exis¡1;encia y los cánone's del
, I arte, confiesoqr¡e jamás nqté en su modo de hablar nada que me, chocara ¡por lo so
lemne. En su incurable vele1dad, :mezclaba loo -powos ,de arroz con la metafiSlica J y hs prácticas del más bajo OC'U'ltismo con las serenas ensefianzas de lbs Vedas. Un' ~rfume prepárado de cierto mP.do, un, cQlor comb~-'
nado con .otro co]Pr en - ci~,rtos días, una .pa.
labra mágica ¡p.ronunciada con lJ,n acento especia¡l, una cifra, cabalística, un ~uleto.
LA PRISION y LA MUERTE
cualquier tontería; en suma, hacíala. concebir los más inauditos univers,os de exaltación. Me· acuerdo de una tarde en , que, ~rmiendo (!on aire muy triste, me dijo que para wgarme
todas mis ,atenci:ones e$ba dis~esta a darme las tres recetas de Ji magia. que más po-.
dían interesarma-. Yo le pregunté riendo~ :
«¿Cuáles son?» «La. iPirimera y la principal.
~ontest6m,e-es la que ' permite hacerse
amar del ser elegido, sea quien sea... Lásegunda, menos nOble, pero más ,apetecida por
el vulgo, es, el ar;te de convertido todo en" , , .
oro... La' te,rcera, e~ la panacea de la salud
inquebrantable.» Con los ojos dilatados, mi- , , rándome fij~nte sin parecer verme, per- ,
maneci.6 un largo rato en siliencib después , de pronunciar estas palabras. y aunque us~
, ted no 'me crea, yo llegué, aluéinado, a sentirque 'm,e encontraba ante una bruja, ¡mte una
criatura sobrenruturai, que verdaderamente·
' podí~ , disponer de ~os el®1.en1Jo~ del: rrimrio. «Ya ' ve usted"":'agregó de ¡pronto, ' sa.cudiendo ,
lA cabeZa para alejar, 's,in duda,. :un maJ, pre
~t~nUr---'--; ~a ve usted: yo he ' tenido las
tres coSas, gracias a mis recetas;, usted: tam~ -
173
B. G o M E Z e Á R R 1 L L o
:t:>ién las tendrá, porque usted ha sido bue
no conmigo ... » Y ,después de exhalar un sus
piro ronco, quedó se tan sombría, tan ensimis
mada, que ni siquiera notó que yo me mar
-chaba de su celda. Ottas veces su alegría era
infantil, ingenua, hasta algo ordinara.a si se
.quiere; y entonces sí, podía uno, viéndola
reir y darse p:a¡hnadas en los muslos, acor
,darse de las figura~ de las maritornes hoIan
desaso Pero el fondo de su carácter era má"
~ien grave, inquieto, tornadizo, rej!e1oso, .'\pa
siomido y coIlltradictorio. Había días en que, en el espacio de media hora, pasab·an por sus
})upi1as todas las torme~as y todos los iris
imaginab1es, Se comprendía muy bien, exa
minándola sin prejuicios, el ¡poder absoluto.
qtle su roMera de ser, tan felina y ,tan per
turbado.ra, había ejercido en 'Sus aman~.
Al ' llegar · a eSte punto, la idea 'me ViÍerie
.(le tratar de resolver uno de los intini~ mis
ter;ioo que ~~elven en velos impenetrables 'la illljagen de la bayadera, preguntando· a mi
174
LA PRISION y LA MUERTE
a.migo si ' realmente Mata Hari rué una de
las más bellas mujeres de su época. Los que !tan visto esas deliciosas fotografías desnudas en las cua)es aparece la bayadera cual una venus exótica digna de ser cantada por &udeJaire como la encarnación de todoo 100 pecados mOrencs, me dirán, sin duda, que SU belleza es indiscutible. Pero no hay tal. y la prueba ' la (tenemos en eL testimonio de ,algunOs de $lS am,igo,s que la pintan con co
lores 'Poco halagadores, asegurando que su fama, en esto como en otras cosas, no era $iIlO el triunfo del esnobismo, del redamo y
de la nClVeJiería. «Lo que gustaba-dicen és
too-es lo que había en ella de raro y de .caro, .. »
,-La verdad-murmura el doctor Bralez.--, la verdad desde In¡Í, pun¡!;o de vista: la verdad dentro de mi gusto personal, es que Mata era realmente Jo que se lla~a en frañces une belle lernrme, una rea.l hembra, una moza aixoSa y garbosa, decorativa y llamativa. Con sus s,abios descotes y sus elegancias extrañas, tenía ' por fuerza que causar una honda senS;aCi(Hl . en los salones europeas, en
175
1iJ. G o M E Z O Á .R .R 1 L L O
los cuales las damas cosmppolitas se eXItasiaban respirando el ¡perfume de lujuria que se exhalaba de todo su cuerpo. Pero no era una In¡ujer bonita, ni una mujer bella. Sus, facciones carecían de fineza. Había algo de bestial en sus labios, en sus mandíbuJas, en sus pómulos. Su !piel obscura, pa:recía siempre ungida de aceite o cubierta de sudor. Sus pechos, sus pequeños pechos, que ella, escondía ante el ¡público en dos tazas de fili-, Krana, eran l)landOs, "marchiJtoo, ~rrugados~ Sóio sus brazos y sus ojos resuUaba.nbellos de absoluta belleza. Los que aseguran que tuvo los más bellos brazos del mlUndo, no, exageran. Y , s.us ojos, sus ojos magnéticos. y enigmáticos,: cambiantes y aterciopelados" imperiosos y suplicantes, melancóljcos y pueriles, sus ojos terribles en cuyas linfas tantas a1inas habíanse ahogado, !también merecían las adoraciones 'de que eran objeto. Ella, preciso es confesado, no hablaba riunca de sus encantos fís,icos, y hasta !parecía; más orgullOsa. de su espíritu que de ,su rostro. Por eSA las buenas ' reLigiosas de la cárcel, que le censuraban con suavidad su coqu~tería, ha-
176
L.A P R 1 S 1'0 N Y L A M U Ji) R T E
cíanrne sonreir. Menos coqueta era, en .efec
to, que las prostitutas callejeras que ocupaban Joo ·grandes dorrn;ijtx)rios de Saint La
zare... Sólo el día del fusilamienIto ... El doctor Bralez se detienesúbitan1ente,
CMl SIi estas úl¡timas (palabras despertasen en su m,emoria recuerdos dolorosos.
--¿~ acuerda usted~l~ pregunto--de un capítulo del libro de Massard, titulado: La víspera del último día? ~No-me contest8J-, no ~ acuerdo. --Allí es donde el comandarite del Cuartel
Gener&l .. de ParÍS hace bailar a la bayadera al borde de la tumba. Ellal, segúni pa:rece, sabía, como todo el mundo, que su defensor . . ... . había h~ho una supre'ma visLta al presiden-te de la República dos días antes. De tal
visita 4ependía su vida ,o su muerte. Y comp Clunet llevaba veinJticuatro horás sin presentarse en la J);risú6n, la condenada; i]J.quieta, ansiosa, lívida, no dejaba tranquilas a las religiosas que la; cuidaban. «Si no vie-
177
111. G OM 111 Z O Á R R 1 L L O
n6-decía-es porque no se atreve a anun
ciarmeque Poincaré le ha negado 'mi gracia y que mañana' me fusilarán.» Sor María, wne pe tite soeur mignone, energique, cúrieus6,par7ant argot a ses detenues quand il le fállait, la her.Illili:pa; María, alIDque no muy
tie-rna, tuvo lástiroo de ' aquella mujer que ' se hallaba en capilla, y se propuso distraer
Jn. «No diga usted locur.as»-excJam.ó. Luego, . ' , ,sabiendo que en su fanltástica inconsciencia l~ «india», cua.l ella U.:amába~a, n.o podía re· s~ir a 'k>s -haJa,gos reTatilvüS a s.u arte, le pid,ió que bailara sólo ¡para ella. Massard ter~ mina diciendo: «Mata da.nzó y luego se puso
. r a sonrelr y a ~erar.»
El doctor }k.alez también sonríe. -:-Es m,uy pooib.Je-murrnuT'aI-, y en ,todo
ca~ ki. anécdota está muy dentro del carácter dé la 'heroína. En la mádrugada misma
del" 15 de ,Octubre de 1917, cuando penetra
'moS en la celda núm~lro 12 'Para despertarla I ' •••
a.nwiciándo~ que la :ÚLtirrna. hora de su vida había sonado, estoy seguro de que habríamOS, podido }¡acerl¡¡, bailar sin dificultad,. T.o~os los guardianes¡ de ias priSíones han visw mtt-
178
LA PRISION y LA MUERTE
chas madrugadas trágicas. Han visto gestos tranquilos, gestos temerarios, gestos fanfarrones, gestos desdeñosos. Han visto sonrisas de muchas clases, desda la que, en los labios . de los que tiemblan de miedo y de horror, parece mueca de calavera, hasta le, que ,palpi~ acompañada de dulces preces. Lo que sólo aquella mañana de otoño v.ieron y que probablemente no volverán a ver nUl1ca, eS una carcajada alegre, infantil, traviesa, comunicativa, en la boca de una cr.iatura a la que apenas le- quedan algunos minutos de . vida. La escena ha sido contada de mil maneras. Yo no la presencié, sin duda por haberse desarrollado en uno de loo momentos en que tuve· que salir del calabozo para ir a la enfermería. Pero la he oído contar varias veces. El defensor se había apartado del grupo que formaban los magistradoS. para: hablar en secreto con . la prisionera. De' pronto una risa estalló, sonora, inaudita, inverosímil, emocionáp.doles más que cualquier s9llozo. «Está 'l~»-dijo a1guien-. Pero para demostrarle que : se . eq~ivocaba, Mata en pers~ma, aún envuelta en ~u pegnoir,
acercóse a él y 'exclam6 con regocijo infa~til:
1't9
liJ. G o M E Z O Á R R 1 L L O
úSabe usted lo que me aconseja el bueno de Clunet? '" Pues,' que para acogerme al pla~
zo que concede el artículo 27 de la ley, de~ clare que me hallo en estado interesante ... » y reía, reía de buena gana. Yc no escuché aquella risa. En cambio, noté la ironía fría de 8,U sonrisa, cuando al ver que los militares y los guai'dianes no se movían de su calabozo, a 'pesar de que tenía necesidad de hacer su toi1ett~, murmuró señalándoles la puerta: «Se'ñores, . ¿me permiten ustedes que me vista? ... » Yo iba a retirarme, dejándola. sola con la re-. , ligiosa y con ~us dos compañe'ras de celda, pero' ella me detuvo diciendo que los médicoo tenían derecho a asistir a su toilette. 'En~ tonces 'comenzó la escena que se ha referido mal en~ds los lipros, y que fué' un monólog9 ligero, angustioso a causa de su ·misma ligere~: m,de su 'aire .sonrienú!, de' su calma im-: perturbable. . Por un fenómeno muy ' frecuente en. los seres nerviosos e impresionables, aquella mujer que por la más Ji-. gera contrariedad .era capaz, en .las: ep~ casde SU esplendor, de ,tener ataqueS de ~rvías, al preparar su sudario con sus manos
180.
LÁ p.RIS101V y LA i'vIUERTE
, a.ri$.ocráti~, ¡parecía m~ serena que si se arreg1ar~ para ir a una fiesta. La pobre religiosa, que algunas semanas antes, en un rapto 'de violencia de que habia Massal'd, había di,che: dYa veremos si se muestra tan fiéra ante los fusiles como ' ante nosotras!», teIP
bIaba ' de emoción y de asombro. Con los ojos muy abiertos, veía a aquella extraña artista que, se movía rítmicamenie, sin prisa, sin e$remecimientos, y que nos confiaba sus últ~ sensaciones .con voz Itranquilia. «Ya'
vieron 'UStedes---decía lViata-; sin duda esos . señores tenían miedo de verme liolrar o gritar, y me aconsejaron al despertarme que ~ratara de mostrarme valiente... ¡Lo bien que yo dormía!..., Otro día" no les hubiera perdonado qUe me despertaran a tal hora ... '¿Por qué será esa costum,bre de ajusticiar en la madrugada? En ]a India no es as,Í. Allí la muerte es una ceremonia que se celebra en
/ I . ¡
pleno día, ante las multitudes coronadas de 'jazmines ... A mí me gustaría más ir a Vincen~esa' las tres de 1a tarde, después de un buen almuerzo,,~. Pero, en fin, .. Y ya que no hay aillm¡uerzo, 'por lo ' menos croo que un' des-
181
E. G o M 1iJ Z e Á R R 1 f,¡ L o
·ayuno ... Doqtorcito, ¿q~ ' podría yotom,ar?
La pobre religiosa murmuró: «Un cordiab Yo dije: «Un grog». Ella me contestó: «Eso
" . es, un grog.» Al saliT para ir a hacérselo, los
militares, y los carceleros, que esperaban impacientes y lívidos, me ,interrogaron. Les aco.nsejé que se annaran de paciencia" pueS la prisionera no estaba dispu~ta a saH.r de
San Lázaro sinQ vestida" lavada y adornada.
Cuando vwví con una botella .de ron y mi jarro de agua a~carada~ Mata preguntóIn¡e: '
~¿Qué tieril¡po hace?», «Un tiempo :rna:gnífico.»
4:Enese caSd--exclaimp, volviéndose hacia lá religiosa--......es neces¡a,rio que me de 'USted mñ ~bri~() claro, e~ gris¡, el que traje af , en)trar aquÍ' ... » y sorbía su grrog sin prisa, pero sin ,tratar tampoco dE> alargar sus, últimos ine- ,
tantes· con ~os enternecedores pretextos que ,
(j~ail a. los criminales más descreídos a oif '
Ja ~isa que ~ les ofrece y a fumar muy lentamente el sacralm,ental c:jgarrillo de la ago-.
nía. "Mata eStaba como en su casa. NingUno
de sus nervios h¡. atormen~¿m. <~~ muerte ~í~-no es ll8Jda, ' ni la vida tampoco:
'll).onr: dormir, sofiar, p~r" qué "impoIita; ':y '"
L ~p BIS ION Y L..4. M U E R '1.' E
qué impor:a que sea hoy o lll¡añana., qu~ sea en nu~ro lecho o al final de un paseo; todo es una ilusión.»' La relig,iosa, en su deseo de reconciliar a aquella infeliz con Dios, ha;blá.
bale del capellán y del pastor pro~nte de la cárcel. ¿Era protestante Mata Hari? En
todo caso, al pastor le había dado siempre la
preferen.cia.' Pero en el fondo, su única reli,
gión era el pesimismo búdico que, para su-, primir el dolor, suprime la actividad, y que
sólo 've, penas , y , peligros en la exiStencia ..
An;te' un espejito muy pálido, desp-qés de pei
narse, se empolvó el rostro y el pecho. Yo he
guardado s,u caja de polvos y su borla~ En~ida, viendo que la religiooa le había he
cho mal 'los lazos de sus zap¡:¡.titos de raso . blanco, inclinóse para .arreglarlos, 'llljU.rnl¡u- · - '
rando: ,«Hermana, ya se ve que usted no neva cintas comO! éstas en sus ;botas¡... No
importa ... ·Ahora, si us¡ted quiere. p:uede lla~ . , , '
mar al pa8tor para despedirme ... No es qu,e
~enga yo empeño en v:erlo ... Pero, puesto' que
su 'ministerio l~ obliga, .que veng8!.» En aqJlel;
mon;¡,ento,el comandante que hah~a idq a des- .
pertarla, llamó a Jia puer'tagnitando,: «Hay
que ap.resurarse.» MaJa sonrió, desdeñ'ós~, y continuó su toilette diciendo: «Ahora pueden: entrat si quieren, puesto que ya estoy ve~~ tida.» Yo . abr¡ y cuatro o cinco ¡personas, eutre las cuales se hallaba mi jefe, el doctor Bi,.:: zard, que había salido un instante, entraron
\ ' .
en el calabozo. Sole~emente, el representanté ' ,de la Justicia rpreguntóle: «¿Tiene usted a.r.guna declar8,Ción que hacer?» Con indiferencia,
ella contestó: «Ninguna". Ya he dicho que soy 'inocent~." Y aUnque t;uviera. algo que declI, . ~o lo diría.» El juez agregó: «¿TieneUSitod . :aÍgún deseo qué expresar?}) «Sí; ,querría ver a. mi novio,,; feTO le prevengo a usted que ~stá en Rusia.:. Así., prues, me contentaré con ·esCribirle, ~i usted lO¡ 'permite.» . Luego, arre~Jándoseel' sonili~ero y ' saliendo al .pasillo, . . ;~~: «Quanqo us:t;edes qui~ran, señores.» Al ll~ar al despachó del dirootor de la cárcel,
1 d~nde se había quedado el comandante ~as-sard y otros ~litares, Mata pidió una pluma y 'esdribió tres cartas, una ' ;para ' su hija" una
,p4ra un aJ.to frin.cionario francéS y una para .. .."
~1fL, novio; ·el capi~ Marow.. Al entregarlas ,a ¡,~r defensÓ~, le' suplicÓ; algo, irónica! qu~ nÓ
:,Z;~ A P B 1 S 'l O N Y t ~ ir! u E R TE
se fuera a confundir enviando a 's¡u: hija la
epístola destinada a su amante. Y con paro
finne encaminóse a la puerta do~de la espe
raba el autoimPviL Yo no fuí con e~la, siuo con Bizard y otro funcionario en un coche
" . '
de alquiler. A ella la acoI11Jlañaban Clunet, , la monja y lfn comandante. Nuestro vehícu~ lo, inenos ráQ>ido, llegó a Vincennes cuando
ya , la sentencia había sido leída ante Ja con'" ,
denada. Adem,ás, la consigna d~l capitán Bo~ chárdon era Sé,verísima.. Nadie, ni el defensor, ni el p.a$or, ni los médicos, pOdían acer
carse al lugar del suplicio a menos que fue
ranllarnado:s. 'Así, fué a ,cien pasos, detrás ,
de la valla d,e .dragones que formaban el cuar
dro, desde donde ví a aquella mujer adelan
tarse orgull~mente ' h~ia el poste y dejame atar por ,la' cintura; la vi luego rechaza,r la.
' venda que querían ponerle ~n los ojos; la ,ví, '
'en:fin; a,.gi4r. unpañuélo eÍl signp de adiós, 'i ' creí que aquel ,8UtPremo gesto se dirigíJ!. a mí.
Yo 'tem,blaba de emoción. ¡Qué de extraño
tiene esto, cuando :los mismos gendannes que
:ha:bíªn: cus,t:ódíad~ '~u a~t0m6yÜ, y ' ~e eran : ':v:eteranQE¡ ~tutphra,dQS a cer~ias "de
,.,. .. .. ..¡." . :o:J; '/11 .;'.", 'z''' ' :'N .... 10'.:; ' -.,s' ',í!> .~ .,.:.. .....',;,\- , ~ I~ ,~(J.' J.r.t . ~ . . ~.,. i~" ~I :.Il1 ' ;l.' "11 Jj " "Ut:
aquella especie, no podían oclrlt&r el temblor
que agitaba sus mo::¡tachos canos! Sólo el ca~
pitán Bouchardon sonreía mefistofélicamente.
con aire satisfecho, paseándose con las manos
en la espalda y murmurando entre- dientes
palabras que nadie oía, !Los dem~, mudos,
alejába.nse de ¡~ fosoS S1,iniest:ros con pasos
cris~ados. La pobre religiosa daba , pena. El
' ifustre Clunet daba lástima. Yo, oon mi más
cara lívida., supon,go que daba risa,.. En el
'camino de regresO, Bi!zard no me dijo Una sola palabra. Pero cuando llegamos a su casa,
',¡mtes de apearse, recitóme, con voz oollozan
te, las estrofas fanrosas de Baudel-aire:
'Les morts, les p1auvres morts ont de grandes . [douleu'r-s
Et' -quand octobre soufle, emondeur de grands . . [arbres
Certe ils doivent't rouver les vivants bien ingrata; De dOI,'mir, comma ils font, chaudement dans
[leurs ·dr8lps. Tandis que, devores de noires songeries, -Sans compagnos de lit, sans 'bonnes e auseries , Vieux squelettes geles, travaillés par le ver . !ls sentent s' egouter les neiges de l' hiver~.
--Ahí tiene usted toda la hlstoria-m~ dice el dóctor Bralez, tratando de :sonreir ... ~e_ro yo descubro en su voz un .grave estrer'
mecimientbY ~n sus pupilas un hondo res- , plandor d~ tristeza. '
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