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Breve exposición respecto la perspectiva de la ontología ante la vida y la angustia.
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La vida y su finitud:
Para comenzar, se toma en cuenta esta íntima relación que existe entre la angustia y la
muerte. Más precisamente, hay que entender al ente por el cual pasa por estos procesos de
angustia y muerte, pues tal es el ser vivo radical, aquel que puede reflexionar sobre su
propia existencia y de su inminente finitud. Así, me gustaría comenzar hablar brevemente
sobre el ente vivo para escalar hacia la angustia.
Ortega y Gasset
La meditación de Ortega y Gasset sobre la historia y especialmente sobre la historia
concreta de Occidente se halla en íntima relación con una filosofía que, al hacer de la vida el
objeto metafísico por excelencia, permite completar las nociones apuntadas con otras dos
fundamentales sobre las que Ortega ha trabajado: la noción de la temporalidad y la noción
de la historicidad. La primera se revela ya en el primer análisis de la vida, cuando al
descubrirse su carácter temporal, su esencial finitud y, con ello, su sentido, se llega a una
teoría del tiempo en la cual recibe el futuro una absoluta primacía sobre el presente y el
pasado. Esta primacía, descrita por Ortega con el nombre de futurición, constituye la índole
más profunda de la vida misma y el fundamento de la preocupación. Sólo porque la vida
está preocupada, es decir, sólo porque se ocupa previamente de las situaciones que se
perfilan constantemente ante ella, puede recibir todo pasado su sentido partiendo del futuro.
La segunda noción fundamental que con toda claridad encontramos en las meditaciones de
Ortega y Gasset, la noción de la historicidad, se manifiesta en el carácter histórico de la vida
humana.
La vida persona que es intransferible es la realidad radical, y lo es en el sentido de que todas
las demás realidades se dan necesariamente en ellas. La vida personal está sobre todos los
demás entes, y esto se basa en 3 notas esenciales de la vida:
1) La vida se nos presenta con la característica de la radicalidad, es raíz de todas las
demás realidades.
2) La vida, con esta característica de la radicalidad, adquiere en su esencia la seguridad
absoluta de la existencia. Los otros entes, no existen en sí, sino en mí; solamente en la vida
todos estos objetos se manifiestan.
3) La vida al contrario de los demás entes, tiene conciencia de su propia existencia, por
ello, tiene la capacidad de reflexionar de sí mismo y sobre las cosas que en ella se
manifiesta.
Como dijo Baruch Spinoza: “El ser por el hecho de ser tiende a perseverar en su ser” ,
Aquello con vida desea preservar su estado de vivo, en otras palabras, aquel con vida no
quiere morir, desea preservarse así, vivo, ser vivo. Pero por causa de la temporalidad del
hombre se encontrará con su finitud, con la muerte, con el no ser.
Miguel de Unamuno, escritor y filósofo español toma la crisis existencial como trasfondo
filosófico; su punto central de estudio era, como dijo en su obra “Del sentimiento trágico”
“me interesa en concreto en el hombre de carne y hueso, ésa será la realidad”. No se
interesó por el hombre abstracto, sólo admite al individuo que está dentro del espacio y
tiempo. El hombre es quien se interroga por sí mismo, pero a la vez, el hombre tiene una
preocupación vital: su perduración individual; Se trata del problema del hombre, de la
persona humana y de su perduración, y quien plantea esta cuestión es la muerte.
Las actitudes que Unamuno distingue ante el misterio de la muerte son las siguientes.
a) O sé que me muero del todo y entonces la desesperación irremediable
b) O sé que no muero del todo y entonces la resignación
c) O no puedo saber ni una ni otra cosa, y entonces la resignación en la desesperación o
ésta en aquella
Nosotros hemos puesto nombre a cada actitud mencionada:
a) Solución racional; b) Solución católica; y la c) Angustia.
“La conciencia –menciona Unamuno- aún antes de conocerse como razón, se siente, se
toca, se es más bien como voluntad de no morir” Dicho de otro modo, no podemos
concebirnos como no existiendo, por eso el pensamiento de la muerte produce angustia, y de
ahí la ser de ser “inmortal”, pero la inmortalidad, ya será otro tema a discutir.
Para entender al hombre, ese ente habitado por una vida humana con carácter radical,
debemos de verle como un ser que contiene indiscutiblemente el tiempo; esto significa,
como dice Heidegger: “la estructura ontológica de la vida humana, es precisamente el
tiempo”
Para Martin Heidegger, la angustia nace de la constante amenaza de la muerte que pende
sobre el ser-ahí (Dasein, ósea, el hombre), y es, en consecuencia, algo inherente a la
existencia temporal y finita, pero conlleva, al mismo tiempo, la aceptación de una existencia
y un destino tal que sin ella (sin la angustia) se pretendiera inútilmente rebasar:
Cuando se habla del tiempo, como el horizonte a través del cual el hombre va viviendo,
debemos entenderlo en un doble sentido:
a) El tiempo que hay en la vida, en la mía y en la de cada quien; el transcurrir de la vida
radical, individual de cada sujeto, su presente, su momento.
b) El tiempo que, precisamente, la vida “es”; dicho de otro modo, nuestra propia
temporalidad en la vida
Pero este hecho, el de discurrir mi existencia en la temporalidad, me convierte en el único
ser que tiene un pasado, un presente en el que vivimos el pasado, y un futuro que
pretendemos ser para la realización de nuestro proyecto de existencia.
El patrón que hasta ahora hemos visto es el siguiente: Gracias a la temporalidad, y por ello,
finitud de la vida, la vida se nos presenta como angustia. ¿Por qué la finitud nos causa tanta
angustia?, pues bien, Como hasta ahora hemos visto es que como diría Unamuno, es la
incertidumbre de no ser capaz de saber lo que nos depara tras la muerte, o por otra parte
como Heidegger, cesar de ser.
La sensación de angustia es un afán de “ser”. Ansiedad de cada hombre que tiene de ser, por
seguir siendo, y esto con el fin de que partiendo de la hora de que siempre somos “aquí y
ahora”, podemos adentrarnos en el futuro con el fin de poder realizarnos. Pero resulta que la
angustia nos muestra con frecuencia otra cara; el hombre se ve angustiado por el temor de
no poder perseverar su ser, o dicho de otro modo, todo hombre lleva consigo en su
intimidad la angustia que le provoca, precisamente, el no ser; la nada.
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