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7/25/2019 La Zona de Sombra
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La zona de sombra
Luis Sun
Para Juan Benet la obligacin del narrador es -cuesta trabajo decir que
era- iluminar lo sombro, entretenimiento y zozobra de un ejercicio de
conocim iento. Nada ms obvio y, por evidente, a menu do olvidado cuando
se le nombra o se glosa su obra con la paradoja de adjudicarle una a veces
casi insalvable oscuridad. Una oscuridad que , en ocasiones, se atribua a la
del mundo brumoso en el que se desarrollaban sus argumentos y otras, al
modo como pona en pie unas construcciones de apariencia cerrada cuyo
acceso cuidaba el mismo personaje que las cumbres de Regin. Repasan do
sus escritos tericos sobre literatura se observa a las primeras de cambio
que Benet considera, ante todo, la fuente tradicional que marca el inicio de
la necesidad -llamemos a las cosas por su nombre- de la escritura: la ins
piracin. Una intencin creadora que nace del deseo de escribir pero que
slo se desarrolla merced a la capacidad -que l llega a llamar alguna vez
erudicin- de hacerlo con el arsenal necesario para resolver los problemas
que la correcta expresin de lo que se piensa plantear sucesivamente a
quien se empe e en e llo. La inspiracin es un a luz que se proyecta sobre el
campo oscuro del asunto, la realidad, y slo le es dada verdaderamente al
escritor cuando ste posee un estilo. Lo dems son las buenas intenciones,
el anhelo del corazn o la fuerza de la sangre. Slo la relacin entre inten
cin y capacidad resuelve en obra de arte lo que pudo empezar, por ejem
plo,
siendo un desah ogo, ese deseo por conocer o por sentir un extrao con
suelo,
que no siempre debe terminar por hacerse pblico. La diferencia
entre una aventura y una novela es la misma que existira entre hallar,
pongo por caso, las fuentes del Nilo y encontrarse con el horror, slo as
una palabra puede cam biar la pura y difana esencia de una vida.
Para B enet la literatura era el m isterio. Curiosam ente, esa intencin hacia
lo misterioso la alejaba de la ciencia, precisamente en el mismo punto en
que amb as se acercan. Lo que o curre, dice, es que para la ciencia lo impor
tante es el conocimiento y para la literatura, el objeto de conoc imiento. Sin
embargo, diramos nosotros, la literatura se sirve de un modo de conoci
miento que la acerca al objeto. La diferencia estar, en definitiva, en que
mientras la ciencia fija su objeto, lo rodea, le cierra la salida, la literatura
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lo agranda, descubre sus zon as ocultas, subraya con su luz ia evidencia e
sus sombras. Al contrario de lo dicho recientemente acerca de la utilidad
de la literatura -de los libros-, sta no ofrece seguridad -ah deja de serlo
para acercarse a la pedag oga, a las lecciones que toda alma en formacin
pide a cada instante-, sino que provoca a su contraria. La literatura, cuan
do forma parte de nuestra vida, no otorga, ni ms ni m enos, sino la posibi
lidad de ayudarnos a convivir con la duda, no a negar sta o a sustituirla
por la certeza. De ah su misterio, de ah su eternidad. El discurso literario
-dice Benet- slo puede desarrollarse en el espacio abierto entre una afir
macin y su correspondiente negacin. Incluso recuerda que el estudio de
la novela no es slo la organizacin de una taxonoma sino el anlisis de
un mbito compuesto por lo que existe y por lo que pudiera existir, no
tanto por el territorio que la escritura ha hollado sino por lo que le queda
an y siempre por indagar, Y es que la novela es insuficiente por defini
cin, a pesar de contener en s tantos rasgos de aquello que la escritura
hace posible. Citando a Faulkner: Como la luz de un fsforo, no despeja
las tinieblas, sino tan slo muestra su horror. Como la casa de Regin,
casi vencida por la ruina -que no es otra sino el exceso de luz-, la lite
ratura necesita a cada mom ento volver a plantear la pertinencia de su exis
tir en sombras.
No es esta, por desgracia -o por suerte, pues as el bosque deja su espa
cio a los rboles m s a lto s- la actitud habitual en lo que nos rodea. Y no lo
es por la simple y bien clara razn de que lo difcil es asumir el riesgo de
la radicalidad desde la certeza de lo oscuro sin que esto deje de serlo para
convertirse en un exudado de la sociologa barata. En tal sentido Benet fue,
adem s, de una honradez ex trasima entre nosotros, pues lejos de apelar a
esa suerte de cuestionable certeza que consiste en a autoproclamacin de
la superioridad de uno sin mayor razn que el pretendido olvido por parte
de los otros, se limit a escribir con arreg lo a su propio con venc imien to. No
hay en ninguno de sus escritos crticos
-que
pertenecen adem s al narrador
que mejor ha sabido entre nosotros ordenar su pensamiento terico- ni un
solo exordio en el que trate de echar la culpa de nada al empedrado. Y,
curiosamente, se trata de textos de una claridad bien difana, que nunca
revelan desdn -su desinters por la literatura espaola puede ser discuti
ble pero nunca ser acusado de desdeoso- sino que muestran lo inevitable
de las afinidades electivas por n o decir lo evitable de las malas co mpa as.
Es curioso cm o releyendo los textos de B enet dedicados a la literatura se
ve a las claras al escritor comprometido en plenitud con su obra y sus
caracteres. Cmo la dificultad nunca es gratuita sino obedece al rigor de un
planteamiento formal que, eso s, resultaba prcticamente indito entre
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nosotros. Slo Valle-Incln en la primera mitad del siglo extrema de tal
modo la exigencia y en muchas ocasiones para mostrar lo mismo que
Benet: la ruina. No juguemos al fcil ejercicio de las adivinanzas, de las
transposiciones, pero s mirmo nos en la geografa regionata con la m isma
desconfianza activa con que lo hemos hecho en los espejos del Callejn del
Gato.
Recordemos que para llegar a Regin hay que atravesar un elevado
desierto y que el viajero un momento u otro conocer el desaliento al
sentir que cada paso hacia adelante no hace sino alejarlo un poco ms de
aquellas desconocidas montaas. Y un da tendr que abandonar el prop
sito y dem orar aquella remota decisin de escalar su cima ms alta...o bien
-tranquilo, sin desesperacin, invadido de una suerte de indiferencia que
no deja lugar a los reproches- dejar transcurrir su ltimo atardecer, tum
bado en la arena de cara al crepsculo, contem plando cmo en el cielo des
nudo esos hermosos, extraos y negros pjaros que han de acabar con l,
evolucionan en altos crculos. Quien aquello escribiera dijo tambin en
otro lugar que ese mismo hombre -l, nosotros que hemos querido acom
pa a rle - tal vez decida aban donar el camino d e lo evidente para aventurar
se en la direccin opuesta a la del saber. Una direccin -la de la literatura
asumida con todas las garantas del fracaso como nica luz a lo lejos- tra
zada por la incertidumbre, la memoria, la fatalidad y el temor.
Benet organiza su intencin de iluminar la zona de som bra con las armas
del estilo, paso sin el que la inspiracin no sale de su estado de pura decla
racin de intenciones ms o menos ilusionadas. Y el estilo cubre todo,
desde la mera situacin de los hechos hasta el modo como stos se produ
cen, empezando por dar a las cosas su verdadero nombre aunque ste no
importe. Las dos primeras pginas de Sal ante Samuel o el comienzo de
La otra casa de Mazn o la declaracin de intenciones de La inspiracin y
el estilo-ha b is observad o los arranques de los libros de Benet, cmo est
en ellos su universo fsico, su talante moral, los rasgos de su escritura?-
resumen en ese punto todo el universo de su autor con la admirable maes
tra de quien sabe qu e su direccin habr de ser la misma siempre, como la
mirada de Matthew Arnold contemp lando las playas de Dover en el poema
que el propio Benet tradujera hace diecisiete aos: En un llano a oscuras
nos hallamos, entre confusos ecos de luchas y vuelos, donde ignorantes
huestes combaten en la noche.
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