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1er premio del 'III Concurso de Relato Corto “Fantasma de Masegoso“'; Soria (España). Os lo dejo tal cual lo envié, con sus fallos y virtudes, a este concurso que me dio tantas alegrías.
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Sobre presentado con el ttulo del relato.
Nota: Otra versin del conocido cuento popular que se representa en
Pozalmuro.
No lo recuerdo si me preguntas, no lo recuerdo ya nadie retiene en la memoria una fecha certera o aproximada que les acerque a la verdad perdida. Somos nicamente
cuentos, leyendas y mitos en la mente de los pueblos de una vieja Castilla. Pero fuimos
reales en un lugar y en un tiempo.
Y si me preguntas, no lo recuerdo.
Ni mi alma inmortal, apegada a unas piedras que antes, en carne, fueran mas,
rememora el inicio del tormento slo sus relmpagos y sus truenos y quizs el sabor amargo del veneno.
Mi nombre, aunque poco importe, era Vidcula. En tiempos remotos reparta
ungentos, elixires y otros remedios. Pali los dolores de las reglas de las muchachas,
baj fiebres resistentes y cur ms de una pulmona. Pero no slo eso era capaz de
hacer. Mis artes iban ms all de la esfera curativa. Mi magia, como algunos decan ante
mi ttulo de bruja, llegaba al plano inmaterial de la muerte. Doblegaba almas y
quebraba cuerpos, mas a pesar de poseer tales conocimientos, jams los emple para algo que no fuera llegar a entender sus misterios jams, hasta poco antes de mi muerte, cuando olvid, por estratagemas de un destino caprichoso, que bruja no era aquel demonio que lanzaban a un fuego entre maderos forrados del licor ardiente de la
resina.
Las que poseamos el don ramos hijas de la tierra, pero alguien nos meti en la cabeza que pertenecamos al legado de un diablo que quizs nunca ha existido ms
all de nosotros mismos. Y creyendo en el mal cedimos a l pero s que son excusas, pues al final la decisin no la tom una Santa Inquisicin o un fantico pueblerino que me acusara con el dedo. Cruc la lnea por mi propio pie, y aqu sigo para cumplir
mi castigo. Ahora s que peor que la muerte en el fuego, es la eternidad desendolo.
Dos familias enfrentadas unos Capuleto y unos Montesco pertenecientes al Masegoso que ha concluido su lucha entre ruinas. Orozco eran los unos, lvarez los
otros.
La Julieta de nuestra historia, Adela, hermosa, frgil, con un cabello negro
azabache que llegara a su cintura en ondas que danzaban al son de la brisa, y unos ojos
grises que mostraban la ms bella imagen de las nubes cargadas agua salada en su mirada en una lluvia que pareca retenida, reservada . Una delicada mueca de porcelana cuya hermosura nos condenara a todos, al igual que una terrible Elena de
Troya.
Y su Romeo Manuel, que aunque no suene a nombre de cuento de princesas y de hadas, luchara como aquellos caballeros que, con su lanza, atravesaban los casi
impenetrables corazones de unos alados reptiles que apresaban a dulces damas.
Aunque esta triste narracin comenzaba antes de que su amor naciera, en el seno
de la familia de ella, en la cama de un anciano agonizante. La maldicin se desatara
ante el juramento que profesara el moribundo, promesa aterradora que yo conoca.
.
Y los aos hicieron que el rencor fuera alimentando sus vsceras, y que su
sangre, y el linaje que engendraba en el vientre de su esposa, se llenaran de odio ante el
apellido enemigo.
Pero bajo el puente, a orillas del Rituerto, comenzara un sutil cambio que, como
una mariposa que orquestara tempestad al agitar sus alas, tumbara todas las piezas de
un domin con nombre de pueblo.
Slo una pieza y un golpecito tenue en el aire, casi imperceptible, y un mar de
fichas caera en cascada.
Embelesada en la ribera, contemplando las aguas frescas cercanas a la antigua
calzada, no vio venir las gotas que cubriran el paisaje, cayendo desde los manantiales
de un cielo cubierto de gris. Adela chapoteaba agitando sus deditos jvenes en el fresco
lquido que corra bajo ella. Tan limpia y fra era, como la tmida lluvia que comenzaba
a caer y la despertaba poco a poco de su ensoacin.
No llegara a casa a tiempo de resguardarse, ya conoca hasta los segundos que
tomaban sus idas y venidas, y la lluvia se haca a cada instante ms violenta y
desesperada. Pero el puente estaba cerca, a un pequeo trote de distancia, y corri
descalza entre el barro que se formaba para cubrirse bajo su techo.
Al verse bajo el primero de los tres ojos del paso de piedra, una sbita risa se
apoder de ella. Se haba internado en el agua clara de su amado Rituerto para cubrirse
de la misma que caa del cielo. Al menos eran nicamente sus pies los que se
empapaban pens, y sigui riendo.
Manuel haba llegado tambin al puente, con la misma idea aun sin saberlo, y
entre tropezones y desabrochndose las botas, se meti en el ro echando hacia atrs el
cabello castao y espeso, donde crey que escuchaba la risa de alguna ninfa tras las
piedras que miraba ya bajo techo. Pero entonces volvi a orla y se le antoj demasiado
real para ser la un hada del lugar, y sali de nuevo ante un torrente desbocado para
encontrar a su duea en la mirada profunda del paso de la calzada.
Sin embargo, se haba equivocado en su ltimo dictamen, pues s que era una
ninfa lo que observaba la miel contenida en sus ojos. Y la ms bella que hubiera
aparecido en las leyendas, aquellas que como las sirenas encantaban al viajero que la
contemplaba.
Y la conoca.
Y saba que no deba amarla como en ese momento la amaba.
Pero algo le dijo que ya era tarde, y que el error ya estaba hecho.
Adela se llev la mano a la boca en un gesto de sorpresa y vergenza, ante una
figura que la miraba bajo la tormenta, dejando de rer para adivinar de quin se trataba.
El Montesco. El enemigo de su padre y de su difunto abuelo.
Pero Adela guardaba en su espritu la misma bondad de Andrs, y no pudo
mirarlo con odio, sino con el cario de una joven que miraba de frente a su amor
platnico, y quizs la prohibicin de tenerlo haca que se acrecentara el sentimiento por
momentos.
Volvi l a protegerse de las inclemencias naturales, esta vez cerca de Adela,
girando ella la cabeza para no poder verle, negndole palabra alguna que pudiera hacer
romper un antiguo juramento.
Pero Manuel quiso insistir, porque ya no tena remedio la enfermedad que creca
en su alma, y el sudor que manaba en cada poro superaba con creces el agua de la lluvia
y el cubrimiento de sus piernas.
-No, no te gires Adela. Quizs sea el destino el que quiera acabar con esto las palabras brotaron solas, sin necesidad de ser pensadas, comprendidas nicamente al ser
expuestas Es que acaso la ira no ha empaado demasiado ya a nuestras familias?
-No puedo corresponderte, Manuel, mi abuelo Adela se mordi el labio inferior en una mueca lastimera debo acatar la promesa que pesa sobre mi padre, pues ahora tambin es la ma.
Pero Manuel consigui que Adela le mirase y el no poder y las promesas quedaron vacos, pues sin deber se correspondieron.
Y yo, una bruja de pueblo, los vi, los o, y se me encogi el corazn.
Volveran los nuevos amantes a verse en el mismo lugar casi cada da, olvidando
a cada paso las enemistades de sus parientes. Cada vez los rencores cobraban menos
sentido, las promesa se vean difusas y distantes, como si aquella historia no fuese con
ellos y con un idilio que ya no pareca prohibido.
Ante s mismos, slo era lo que era la realidad de dos jvenes enamorados.
Hasta que las palabras de los amantes entre el agua susurraron campanas de
boda.
Casarse? Cmo? No era prohibido? Y de sbito reapareci el obstculo en el
camino.
-Iremos a la Iglesia dijo Manuel hablaremos con el prroco, l podra guiarnos.
-Est bien, ir yo la mirada de Adela anunciaba tempestad, esta vez no saba seguro si volvera a unirles la tormenta, bajo un puente de piedra, o los separara a
traicin no dejando huella ir en confesin.
El sacro edificio jams le haba resultado tan inmenso, ni haba hecho tan
minscula su presencia. Tapado su rostro casi por completo por un pauelo frgil del
color de la hierba, Adela tembl y se agit su voz ante el hombre que tena frente a s.
El ropaje oscuro del prroco ensombreci su alma y le llen de incertidumbre, pero sac
la fuerza de su madre y se enfrent a lo que pareca un desenlace.
-Padre
-Lo s, querida, lo s.
-Qu? Cmo sabe usted lo que me aflige? Es posible que nuestro Seor haya
hablado por m antes de llegar?
El hombre, ya mayor, sonri abiertamente y una esperanza brot en el busto de
Adela, quien pareci poder respirar nuevamente.
-No, jovencita, la seora Vidcula me cont. Os ha visto juntos y ha escuchado
palabras de amor, las palabras ms sinceras y hermosas que haba odo nunca, segn me
dijo. Pidi gua, y mi nica respuesta fue que debais ser vosotros los que encontrarais el
camino.
-Vidcula? Recordar agradecerle pero sigo sin saber qu hacer.
-Enfrenta el obstculo directamente, nia. Qu crees t?
-Las familias deben saber, y no slo nosotros, agazapados en las sombras como
delincuentes.
Y l asinti.
Lo que vino despus pareci terrible, pero era la respuesta esperada entre sus
parientes. Cuando supieron lo que ocurra entre los hijos, el campo de batalla cobr una
vida que haca muchos aos que no contena.
Julin lvarez y Andrs Orozco como generales de una guerra con nombre de torren, escupieron odio en sus gritos y en sus gestos. El pueblo lloraba en su fuero
interno, porque nunca haban comprendido las razones y los lamentos, pero poco podan
hacer.
-Jams te casars con ese! Es el hijo de Julin, Adela! Acaso tu fin es herir a tu familia? Cmo te ha embaucado ese demonio?
Quiso decirle muchas cosas a su padre, pero Adela sinti una punzada de culpa
que saba que no deba sentir. Pero no fue capaz de hablarle, o de mirarle, o tan siquiera
de llorar. A sus diecisiete primaveras sera la primera vez que sintiera tal vaco, pero en
sus corta historia le ocurrira una segunda vez, y ni yo misma, con mis poderes y mis
dones, lo hubiera vaticinado, pues la culpa sera ma.
El prroco sin embargo, consultndolo en sus oraciones, crey que deba
implicarse en el desarrollo de lo que aconteca en su tierra, y al siguiente da de misa, el
cura habl de amor, de familias, de pueblos, y de perdn.
-Recordad lo que dice nuestra fe, pues es sagrado, si no perdonis, no seris perdonados.
Y otra pieza fue derribada en el tablero. Pues Julin y Andrs comprendieron
que sus hijos deban casarse, y sus rencores deban ser dejados atrs.
La fecha de la boda fue fijada y pareca que en Masegoso volva a reinar la paz
tras dcadas de odio.
Pero Lzaro regres al pueblo. Mi nieto. El sargento que haba luchado tan lejos
de su tierra.
Cuando sus padres dejaron este mundo me ocup de l como si de mi propio hijo
se tratara. Conoca algunas de mis artes, saba curar heridas que otros hubieran dado por
perdidas. Pero su corazn haba dejado de ser puro, las batallas le haban dejado una
secuela que mi cario me impidi reconocer.
Al llegar, uniformado, con su pelo oscuro hacia atrs, su mirada firme, su piel ya
curtida volvi a casa a abrazar a su abuela y dar rienda suelta a la que deba ser su nueva vida. Yo no lo saba, pero desde nio haba estado enamorado de la princesa del pueblo, y quera hacer de ella su esposa, la mujer del gran sargento.
En su viaje slo haba estado obsesionado con una idea, una idea que le haba
permitido regresar con la vida y la energa con la que volva Adela. Y cuando la volvi a ver cuando la observ en el pueblo vio tambin a su prometido. Cmo era posible? Adela y Manuel? Jams!
-Abuela! Slo vivo por ella! Esquiv a la muerte por regresar a por su
corazn! Adela me pertenece!
Su sufrimiento cre un fuego de culpabilidad que ceg mi buen juicio. Mi pobre
nio haba sufrido tanto por volver y llevar hasta sus brazos a la joven, que slo poda ver su dolor. Pero, cmo ayudarle? Yo misma haba querido unir a los jvenes que hoy
estaban prometidos. La culpa sigui avivando el fuego, y record el juramento que un
anciano haba hecho a su hijo en el lecho de muerte.
Lzaro haba trazado su plan rpidamente, sin que moral alguna pudiera
detenerle.
-Abuela, si falla qu he de hacer?
-Hijo mo no lo s. En qu ms podra yo ayudarte? Ya he hecho suficiente.
-No, ha de haber algo ms. Si fallara he de tener otra oportunidad Lzaro trag saliva tus hierbas y venenos abuela, debo sacar a Manuel de este juego. S que ocultas en tus pcimas el veneno de unos sapos dnde estn, cules son
Lzaro estaba ido, loco en aquel momento, la desesperacin guiaba sus
movimientos uno a uno, sin que su mente cuerda pudiera parar la locura desatada.
Su locura me contagi, su desesperacin se convirti en la ma y le mostr el frasco negro que buscaba como ltima alternativa.
Quedaba una semana para la boda. Siete das interminables en los que el pueblo
se sumira en un terror de ultratumba.
Desde el torren, alumbrado por una luna que haca de siniestra sonrisa en el
firmamento, se escuchaban pasos y cadenas. Algunos susurros masculinos y risas que
helaban la sangre. El apellido Orozco volaba por Masegoso, el de uno ya fallecido haca
tiempo.
Entonces la familia de Adela record promesas y maldiciones: pues si es menester ante vosotros, arrastrando las cadenas de los fantasmas del mundo, aparecer
y vengar la traicin cometida por mi propia familia.
Y cada noche las cadenas rugan ms fuerte, y hasta las nubes parecan bajar
hasta el torren bereber para cubrirlo de escalofros.
La cuarta noche desearon parar los preparativos, por si ocurra alguna desgracia
que no slo terminara con el amor de sus hijos sino con sus tiernas vidas. Pero
continuaron, porque la voluntad de la pareja permaneca frrea, prefera enfrentar
cualquier aciago destino que apareciera.
Y Adela rezaba cada noche, nombrando a su difunto abuelo, hablndole de
ternura, de compasin, de perdn, como lo hiciera el cura en la iglesia aquel hermoso
da de reconciliaciones.
Pero las respuestas parecan ser ms ruidos, ms protestas, ms fantasmales
advertencias.
En la vspera del enlace, Manuel decidi ir al torren, si era verdad que el
anciano moraba ahora entre sus paredes quera verlo y gritar que amaba a su nieta.
Adela no poda dejar que fuera solo y corri a acompaarle, pensaba que Manuel
ira ms seguro en su compaa, al fin y al cabo el fantasma haba sido sangre de su
sangre.
Manuel llevaba un arma de fuego que perteneca a su padre, Julin haba
insistido mucho en que la llevara consigo, a pesar de que Manuel saba que no poda
matar a un fantasma, pero lo cierto es que de alguna manera le haca sentir ms seguro,
y la asi en el interior del edificio con tanta fuerza que pens que sus manos se
quebraran.
Quisieron subir los cuatros pisos del torren, pues los ruidos se escuchaban
sobre sus cabezas, pero al llegar al tercero vieron al fantasma. Una figura humana, pero
demasiado joven, arrastraba una hilera de metales engarzados por el suelo ya
fragmentado, y Manuel, apresado por el pnico dispar el arma en su direccin.
Un grito de dolor y sorpresa surgi del fantasma, quien se frot el hombro y se
dirigi a Manuel mientras la luz de la luna daba en su cara. Los ojos de Lzaro
aparecieron ante la pareja, quien solt las cadenas y en una mueca de odio incontenible
sac su arma y dispar con certeza.
El veneno hubiera sido sutil, nadie hubiera sabido que haba sido l, ese deba
ser el plan si infundir terror entre las familias no surta el deseado efecto. Pero no pudo
pensarlo en ese instante. Y al disparar a Manuel y ver a Adela a su lado, su locura se
acrecent. La joven ya no podra ser suya.
Los padres de los prometidos haban seguido a sus hijos desde lejos, pues teman
lo peor. Y al escuchar disparos en la torre subieron las escaleras con la rapidez de un
pensamiento.
Lzaro se haba quedado paralizado ante el enorme error cometido. Adela perda
el gris de sus ojos, descargando una tormenta como no habra otra igual, mientras sus
iris se volvan cada vez ms azules, ms claros, tras la lluvia salada. Y Manuel de Manuel ya slo quedaba un cuerpo sangriento que no respiraba.
La maldicin segua su curso, aun sin verdadero fantasma.
Lzaro fue apresado de inmediato, pero logr un ltimo movimiento. Y esta vez
no fallara. Si Adela no poda ser suya, no sera de nadie.
Mi desquiciado nieto llevaba consigo la pcima venenosa, y l saba que slo
unas gotas eran suficientes al sacar a Lzaro a la fuerza del torren maldito, no observaron que entre sus manos, tras la espalda, se hallaba el frasco de la perdicin, y al
pasar por la fuente en el camino, Lzaro pidi beber, vaciando el resto de su odio en el
agua de Masegoso.
En el atardecer del da siguiente, los colores parecan apagados. Era cercana la
hora en la que Adela deba desposarse, pero su amado no acudira al altar, ni le pondra
un brillante anillo que simbolizara su alianza eterna, ni acariciara su cuerpo desnudo
por primera vez.
Pero Adela se puso el vestido de novia, enferma como se senta, vaca de nuevo,
recogi su cabello repleto de ondas en un moo perfecto, con sumo cuidado. Desliz
algo de carmn por sus labios, destacando el color nveo de su piel. El velo, largo y
sedoso, delatando en su procesin un luto blanco y desconsolado.
En su malestar y en su dolor, no vio que tras de s, al partir de la casa familiar,
sus padres caan a un suelo fro, ya inertes.
El pueblo haba quedado sin sonidos, sin melodas. No se oan risas, ni susurros,
ni llantos, ni palabra alguna. Algunos, tras una siesta, no parecan querer despertar, y no
lo hacan
Otros, en sus casas, trataban de beber agua para despejar su malestar, sin saber
que era precisamente ese lquido transparente el causante de su dolor mudo y su
agotamiento.
Yo haba empezado a sentir un febril mareo cuando vi a la muchacha, con su
blanco vestido, dirigirse paso a paso a la iglesia.
Un extrao sabor de boca se apoder de mi conciencia, que me deca que algo
andaba mal. Haba escuchados algunos quejidos tmidos desde las casas, que poco a
poco desaparecan el agua era el agua. Maldito seas, Lzaro! Maldita sea yo!
Mis ojos lograron abrirse de par en par en un espasmo de entendimiento, y trat
de ir tras la novia, viuda antes de tiempo, para pedirle perdn pero no escapaba ms que algn sonido atragantado que en nada se asimilaba a una palabra. Y anduve tras ella
insistiendo en mi intencin, ambas en un lento caminar que resultaba interminable.
Cuando mi cuerpo dej de hacerlo, segu, consiguiendo gritar un lo siento desesperado que Adela jams oy, porque lo que poda hablar no era mi boca, que haba
quedado a metros de distancia, yaciente en el camino.
Y Adela lleg a la iglesia, acercndose al altar. Algunos fieles se hallaban
sentados, como dormidos en la oracin. El cura, apoyaba la cabeza en una gran biblia,
aferrado a unas tapas de cuero, ante el tenue calor de una gran vela blanca.
Las notas musicales de una larga cola y un velo, el crepitar de un vela y el canto
de algn pjaro, eran lo nico que permaneca en el aire y Adela se sinti con sueo. El
cansancio la abraz con intensidad hasta que de repente pareci ms despierta que
nunca, y Manuel pona una alianza deslumbrante en sus finos deditos, y el cura
sonriente le permita besar a su esposa.
Al girar su cabeza inmaterial vio a sus padres, y a los padres de Manuel, y me
vio a m en la entrada con el semblante dolido.
Todo haba acabado, y parecan perdonarse sinceramente unos y otros, cruzando
a otro mundo que a m me ha esquivado todava, cuya luz no me permite el paso.
Un pueblo fantasma en el que quedaba vivo slo un individuo, un loco entre
barrotes que haba jugado a ser espectro, que haba reavivado una maldicin sin sentido
y haba condenado a un pueblo entero, a su propia tierra.
Y vio cmo caan quienes le vigilaban, encerrado como estaba, sin llave de
libertad que pudiera abrirle paso, sin comida que alimentara su cuerpo o alguien vivo
para llevrsela comprendi mi nieto entonces, en un asomo de lucidez, que no le haba hecho falta un slo trago de agua para cavarse un lugar eterno en la tierra
Y aqu permanece, como mi propio espritu. Yo buscando una luz clida que
perdone mis pecados, y l desintegrando cada rincn que le queda de ser humano,
burlndose de los visitantes de vez en cuando moviendo cadenas invisibles, riendo y
chillando. Algunos le escuchan aterrorizados y Lzaro olvida un poco sus tragedias.
Aunque de cuando en cuanto tambin suena algn llanto casi mudo, inocente,
lastimero las lgrimas del pobre nio que an reside oculto en su conciencia.
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