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Eduardo Elías Gómez
Las condiciones de trabajo en Inglaterra
durante la primera mitad del s. XIX
En 1841, tres años después de un derrumbe en una mina de carbón donde murieron 26 niños (11
niñas entre 8 y 16 años, 15 niños entre 9 y 12 años) y luego de una serie de denuncias anónimas
sobre las condiciones laborales en las que se encontraban miles de niños en fábricas y minas a lo
largo de Inglaterra, el gobierno británico aprobó la creación de las Children´s Employment
Commisions a cargo de Lord Ashley-Cooper, miembro del parlamento. Esas comisiones, bajo la
figura de inspectores, recorrerían los centros de trabajo industrial y minero de la isla recogiendo
testimonios y observaciones de las mujeres, ancianos y niños buscando signos de
sobreexplotación, maltrato y abuso. Las voces de esos niños saldrían parcialmente a luz ese mismo
año cuando se publicara el reporte de esas investigaciones (First Report of the Commissioners on
the Employment of Children) en círculos oficiales y en diarios de amplia circulación. Hoy son de
acceso público:
Patience Kershaw, diecisiete años “[…] la parte sin cabello sobre mi cabeza se hizo luego de
empujar los cestos (con carbón); mis piernas nunca se hinchan, pero las de mis hermanas sí
cuando van a la fábrica; cargo los cestos por poco más de una milla bajo tierra, ida y vuelta; pesan
3 cwt (centum weight/30 kgs) […]; los mineros con los que trabajo no usan ropa, sólo una gorra… a
veces ellos me golpean si no soy lo suficientemente rápida […] Preferiría trabajar en una fábrica en
vez de una mina de carbón.”
Philip Hughes: “Tengo cerca de nueve años, he estado trabajando en esta fábrica por dos años y
medio; vivo con mis padres; tengo buena salud, pero a veces tengo dolores de cabeza por los
ruidos de las máquinas y el olor del tinte; no me gusta el trabajo. Soy un amarrador (tierer), no es
un trabajo difícil; estoy obligado a venir a trabajar, mi madre me obliga; hoy estoy de descanso.
Voy a la capilla los domingos, no voy a la escuela, cerca de aquí hay una escuela dominical para
niñas; […]en esta época del año vengo a trabajar a las ocho en punto, un poco antes; voy por
desayuno a las diez; voy por la merienda a las cinco en punto, cuando anochece y trabajo hasta las
ocho; tengo una herida en la cabeza, no sé cómo llegó ahí, no fue por el trabajo; los apiladores
(blockers) a veces nos dan golpes en la cabeza, nos golpean en las manos con los cepillos; […] no
busco culpables por el trato, excepto a los apiladores golpeándonos con los sellos y los cepillos
[...]”
Samuel Peake: “Tengo ahora 63 años. He sido empleado aquí por casi 24, trabajo mezclando los
colores para los textiles y lo he venido haciendo por los últimos ocho años […] Soy un hombre
casado y tengo cuatro hijos […] Se considera a mi trabajo como el más insalubre de todos, tengo
cinco o seis trabajadores y no los escucho quejándose de su mala salud […] al principio el olor es
repugnante, pero cuando te acostumbras llega a no importarte. […] Estoy seguro de que en
nuestras labores no hay nada nocivo para la salud de los niños; las personas que trabajan aquí,
normalmente han sido trabajadores desde que eran niños. No conozco padecimientos o
enfermedades que los niños sufran en estos trabajos. Siempre podemos tener tantos niños como
queramos para hacer trabajar en estas fábrias.”
Un mes después de publicado el reporte, Lord Ashley pronunció un discurso en el parlamento
demandando una regulación para el trabajo de las mujeres y los niños en las minas. El diez de
agosto de 1842, luego de su aprobación en la Cámara de los Comunes, The Mines and Colleries
Acts (las Leyes de Minas) serían aprobadas estableciendo que ninguna mujer o niño menor de diez
años podría ser empleado bajo tierra.
La historia del trabajo infantil no nace ni termina en las minas de carbón de Inglaterra durante la
primera mitad del siglo XIX. La Revolución Industrial es el comienzo de una etapa en la historia
mundial que se encargaría de polarizar las diferencias en el lugar social de cada individuo en este
planeta.
Ninguna historia es impersonal. Ninguna historia es abstracta y tampoco ninguna historia es total.
El brillo de la Inglaterra del siglo XIX está construido sobre un matiz más opaco que la historia
social ha intentado rescatar. La bonanza cualquier empresa inserta en el modo de producción
capitalista siempre se debe a un impulso violento que, por lejano y silencioso, a veces se descuida
y se da por inexistente. Como imperio comercial, Inglaterra se nutrió de la fuerza de trabajo
subempleada de sus mismos habitantes; como imperio geográfico, la colonización multidireccional
ignoró la soberanía de regiones enteras (La India, Nueva Zelanda, Sri Lanka, Birmania, Malasia,
Hong Kong, Palestina, Sudáfrica, Ghana, Nigeria, Gambia, Guyana, Jamaica, Barbados; sólo por
mencionar unas cuantas), algunas veces creando dependencias de facto gracias a generosas
subvenciones humanitarias (préstamos impagables a países sin la capacidad de insertarse
justamente en el mercado mundial) y otras, desconociendo la existencia de naciones e impulsando
“protectorados” que desvanecían toda posibilidad de empoderamiento político, legítimo y real de
los habitantes esos territorios.
Ese es el marco que hizo posible el desarrollo de la ciudad moderna por antonomasia del siglo XIX:
Londres. La ciudad símbolo de la Inglaterra de la teoría atómica y John Dalton, pero también la
Inglaterra de Oliver Twist y del trabajo infantil.
Bibliografía
Thompson, E. P. The Making of the English Working Class. Random House. 1980.
Children's Employment Commission. Parte II. 1842. [Versión online origins.net]
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