View
264
Download
0
Category
Preview:
Citation preview
LAS GUERRILLAS DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA 1808-1814 ¿LA GRAN APORTACIÓN ESPAÑOLA A LA GUERRA? III PARTE
D. DAVID ODALRIC DE CAIXAL I MATA
Director del Departamento de Historia y Cultura Militar del CFICD (Centro de Formación Interactivo para la Cultura de la Defensa) Historiador colaborador del Instituto de Historia y Cultura Militar del Ejército. Historiador colaborador Foundation Ecole Militaire de Saint-Cyr. Historiador colaborador US Army Military History Institute. Historiador colaborador The Strategic Studies Institute of the Army War College. Historiador colaborador del Aula de Cultura de Defensa. Historiador Colaborador del Museo Nacional Militar del Dia-D (Universidad de Nueva Orleans-EEUU). Miembro de la Real Hermandad de Veteranos de las Fuerzas Armadas y Guardia Civil.
BRUTALIDAD Y DESHUMANIZACION DE LA GUERRA EN ESPAÑA
Hacia 1809, la guerra se extendió por toda la Península
con unas características brutales, sin convenciones ni
cuarteles al enemigo. Los ejércitos napoleónicos, como
todos los ejércitos de aquel entonces, “vivían sobre el terreno” de la depredación del campesinado, del pueblo
en general. Los soldados debían calentarse, alimentarse y
vestirse, de lo que robaban, del saqueo, de la rapiña. El ejército francés se comportó
en España, de la misma manera que lo hace cualquier ejército extranjero. Las
humillaciones, los desprecios, la insufrible arrogancia, el pillaje, las violaciones, el
maltrato a la población, alimentaban en el pueblo una sed de venganza y de rabia
contra el francés. Uno de los primeras pruebas detestables del comportamiento de los
franceses serían varios casos que detallaré a continuación; aunque hubo cientos de
ellos, he querido mostrarles algunos en particular, por su especial brutalidad. Tras la
toma de la ciudad de Córdoba, ordenada por el general Dupont en junio de 1808,
durante la campaña del 2º Cuerpo de Observación de la Gironda por Andalucía, un
mes y medio antes de su derrota en Bailén. Dupont entró con sus tropas en Andalucía,
para liberar al almirante Rossilly, que se encontraba cercado en Cádiz por los
españoles.
Los franceses se enfrentaron en el Puente de Alcolea al teniente coronel Echevarri y a
20.000 paisanos mal armados e indisciplinados que fueron derrotados por las fuerzas
francesas, los imperiales continuaron su camino hasta Córdoba y Dupont ordenó a sus
tropas entrar en la ciudad a degüello, los soldados franceses mataron, violaron y
saquearon la ciudad a placer, cientos de personas fueron brutalmente asesinadas por
las calles, en sus casas y otras quemadas vivas en algunas iglesias de la ciudad. Otra
de las acciones destacadas de brutalidad francesa, fue el 14 de julio de 1808, tras la
victoria del general Bessesieres en Medina de Rioseco, tras derrotar a dos ejércitos
españoles, el de Galicia y Castilla bajo el mando de los generales Blake y Cuesta. Las
fuerzas franceses entraron en la ciudad y se entregaron al más horroroso pillaje,
asesinando a los hombres, violando a las mujeres y a las niñas, no respetando ni a las
monjas de un convento que fueron violadas y colgadas de los árboles del convento,
mientras que otros religiosos de un monasterio cercano fueron degollados. Los
franceses se comportaron durante la invasión como un ejército de salvajes
irracionales, sin ningún comportamiento humano. Sin olvidarnos de lo que ocurrió en
la Villa de Chinchón, en 1809, en la venganza por la muerte de 3 soldados franceses,
150 personas fueron encerradas en la iglesia y quemadas vivas.
Otras de las matanzas llevadas a cabo por los franceses fue la de Pamplona, donde
más de 100 personas fueron colgadas de los árboles,
a la entrada de la ciudad, porque se presuponía que
eran familiares de guerrilleros, fue un espectáculo
atroz. Hubo represalias y matanzas como estas en
toda España. Las noticias de Medina, de Córdoba y
de otros tantos pueblos como es natural, encendieron
las iras y la sed de venganza de los españoles, cuyo
único objetivo se convirtió en masacrar a los
franceses. Se dio una tajante orden, que la guerrilla
cumplió a rajatabla, no hay que hacer prisioneros,
hay que matarlos a todos. Pero estarán pensando, y
que hacía la guerrilla, acaso los españoles no devolvían el golpe, pues si, la verdad y
vaya si lo devolvieron. La respuesta española a la barbarie francesa era igual o peor;
el “ojo por ojo” se devolvió hasta el último extremo. Algunos de ellos, por ejemplo:
Una partida de guerrilleros bajo el mando del Empecinado, entro en Villafranca en
1810, los guerrilleros capturaron a un destacamento de Granaderos acuartelados en el
pueblo, bajo el mando de un tal capitán Phillip Esclavier. Junto a los franceses había
una mujer, que cometió el fatal error de casase con el oficial. A los presos les llevaron
hasta la plaza, a la mujer la desnudaron y le dieron de palos, la torturaron y le cortaron
los pechos, la metieron en una jaula para que se desangrara hasta morir. A los
franceses les cortaron la cabeza y la empalaron a la entrada del pueblo. Hubo otras
partidas, como la del cura Merino, el cual capturó a un 100 soldados franceses y
ordenó que se les enterrara en el suelo, hasta la cabeza, alineados como un juego de
bolos, y con una bala de cañón comenzó el juego, hasta que los mataron rompiéndoles
el cuello. También hubo el caso de otra mujer, era amante de un coronel francés, que
había delatado a varios guerrilleros, finalmente la cogieron, la torturaron, le cortaron
la lengua y posteriormente clavaron a la mujer en la puerta de la iglesia. El salvajismo
y la brutalidad se adueñaron de un bando y de otro.
La actuación de las mujeres fue vital en muchos casos, como sucedió en el pueblo de
Olbera, cerca de Ronda en 1810: Un destacamento de 60 franceses se detuvo en el
pueblo a pernoctar, y mientras dormían, las mujeres y los hombres armados con
cuchillos, azadas y tijeras los mataron a todos, algunos aparecieron por la mañana con
las tijeras clavadas en los ojos. Los excesos de crueldad y sadismo eran la
manifestación más exacerbada de un pueblo invadido y saqueado cuya rebeldía y
coraje eran sus únicas armas para derrotar al invasor francés. ¿Como podíamos recibir
a los franceses con los brazos abiertos y a ese rey intruso?, si las tropas napoleónicas
estaban masacrando a la población española. Por lo tanto, podemos legitimar el
alzamiento del pueblo y de su ejército en la defensa a ultranza de nuestra patria, con
lo medios a su alcance para poder devolver al pueblo su ansiada libertad, ante la
injustificada agresión de un ejército extranjero. El pueblo y el ejército hicieron lo que
debían, defender la soberanía de España. Aunque la Guerra de la Península nada tenía
que ver con otras campañas napoleónicas. En España sucedía todo lo contrario;
cuantas más derrotas sufrían los ejércitos regulares españoles, la población se
mostraba más dispuesta a sublevarse y a tomar las armas. Cuanto más terreno ganaban
los franceses, su situación se volvía más peligrosa. Y para finalizar este análisis de la
guerrilla, me gustaría finalizar con el relato de un guerrillero de la Partida del
Empecinado que decía así: “No tengo Casa, no tengo familia. Mi padre, fue fusilado por los franceses en la plaza mayor del pueblo, mi madre, mi esposa y mis hermanas fueron violadas y torturadas hasta morir. Nuestra casa y las cosechas quemadas, y como tal no me quedan más que mi espada, mi fusil y mi patria. Yo no sirvo a ningún jefe en particular. Soy demasiado miserable y me siento poseído, asaltado por los deseos de venganza para aguantar cualquier disciplina. Yo voy donde creo que hay alguna acción contra los franceses. Si soy pobre a pie, y si el azar o el saqueo me
han hecho rico a caballo. Pero he jurado no plantar un viña, ni arar un campo, hasta que mate al último francés, y el enemigo sea arrojado de España”
Aunque tampoco tendríamos que olvidarnos del lamentable y sórdido
comportamiento de los soldados de los regimientos ingleses, saqueando, matando y
violando en muchas poblaciones que liberaron como Ciudad Rodrigo, Salamanca, San
Sebastián y Badajoz. La campaña de 1813, fue una campaña militar ejemplar: Las
eficaces guerrillas y los desorganizados ejércitos españoles incrementaron su
actividad golpeando, hostigando, sangrando al ejército francés. Una fuerza anfibia
desembarco en Tarragona, bajo el mando del general John Murria. Fue un fracaso
táctico y un éxito estratégico, no se pudo tomar la ciudad, pero lograron su objetivo:
dispersar la atención de las tropas napoleónicas. Desde Salamanca partió la
expedición del general Hill, pero el eje principal del ataque no sería desde Salamanca,
sino desde Zamora. Los generales franceses pensaron que se repetiría el mismo
escenario: Burgos. Se equivocaron. El general Wellington flanqueo Burgos por el
norte, buscando por Miranda de Ebro cortar la retirada del ejército francés
colapsándolo al sur de este río. Ello obligó a una retirada en masa de los ejércitos
franceses, del Rey intruso José I. El 21 de junio de 1813 se produjo la definitiva,
fundamental, batalla de Vitoria. La derrota francesa fue absoluta. 77.000 hispano-
anglo-portugueses se enfrentaron a 57.000 franceses nominalmente dirigidos por José
I, de hecho, bajo el mando del mariscal Jean Baptiste Jourdan. Pero de este hecho
surgirían dos preguntas: ¿Quiénes componían las tropas españolas? ¿Y donde estaban
los 250.000 soldados del ejército francés que había en España?
La respuesta es única: La guerrilla. Porque el ejército español se componía de
guerrilleros en sus soldados y en sus mandos. En el ala derecha, bajo el mando del
general Rowland Hill se desplegaba la 6º División del ayer herrero y hoy general Don
Francisco Longa, compuesta por guerrilleros alaveses de Espoz y Mina, bajo el
mando de Eustaquio y Fermín Salcedo. Y en el ala izquierda, dirigida por Sir Tomas
Graham, la división española del también guerrillero Pablo Morillo, constituida por
guerrilleros también alaveses de Espoz y Mina, lideradas por el campesino, ahora
coronel D. Sebastián Fernández de Lecea, junto a ellos se encontraban los guerrilleros
de Don Julián Sánchez el Charro, los míticos Lanceros de Castilla. Pero la pregunta
que nos hacemos es ¿Dónde se encontraban las fuerzas restantes francesas? ¿Cómo es posible que Jourdan solo pudiera alinear a 57.000 hombres? Había
20.000 soldados inmovilizados bajo el mando del general Clausel, que estaban
combatiendo contra partidas de guerrilleros y otros 30.000 se encontraban atrapados
en Tolosa, por un ex -pastor, ahora general llamado Jáuregui. Esos 50.000 soldados,
que presentes en Vitoria, hubieran dado neta superioridad sobre el campo de batalla al
mariscal Jourdan. Y muy posiblemente, la batalla de Vitoria no hubiera sido el
espectacular triunfo que fue para Wellington. Pero Vitoria resultó no sólo un combate
decisivo, sino también una pequeña guerra civil.
A los alemanes de la Confederación del Rin alineados con Francia se les enfrentaron
los hannoverianos de la Legión Alemana del Rey y los
soldados de la Legión de Brunswick, fieles a su soberano
inglés. A los propios soldados franceses de Jourdan, se
enfrentaron con sus compatriotas, los exiliados
Chaussers britaniques de Wellington y los soldados
franceses de los regimientos españoles (Legión de la
Reina, Regimiento Royal Rossellon, Regimiento Royal
Provence y el Regimiento de Infantería Borbón nº 1) y
entre los españoles, se enfrentaron las propias tropas
españolas del Rey José, los juramentados o josefinos
bajo el mando del general del marqués de Casa Palacio,
frente a sus compatriotas defensores de Fernando VII.
Tras Vitoria, las batallas de San Marcial, de
Roncesvalles, la toma de San Sebastián, fueron simples
ejemplos de una campaña agotadora y de gran desgaste
para los ejércitos enfrentados. 1814 vería a Wellington
ya en territorio francés hasta la final batalla de Tolosa. Su opinión de los españoles y
de sus ejércitos no había cambiado: “Están en un estado tan miserable que resultará inevitable que no se dediquen al saqueo. Sin paga ni comida y en pleno saqueo, su desorden será nuestra ruina” Tanto desprecio hacia los españoles, sin recordar el sórdido comportamiento de su soldadesca, de los regimientos ingleses
saqueando, robando y violando a la población española en ciudades y pueblos como
Badajoz, Ciudad Rodrigo, Salamanca o San Sebastián.
Y la victoria de Wellington, aunque el no quisiera admitirlo era debida a la chusma,
como él la clasificaba, al pueblo español, a la guerrilla que combatió al lado de los
ingleses hasta el último aliento para derrotar y expulsar a los franceses de España. La
guerrilla había luchado por sus propias vidas y sus haciendas, por sus familiares y sus
paisanos, sometidos a crímenes y humillaciones y también por aquella superestructura
ideológica que, aunque fue percibida como configuración moral, constituía la
columna vertebral de su conducta: la seguridad de los códigos de comportamiento
fijadas por la Iglesia Católica. La estructura religiosa del orden cristiano encajaba
perfectamente en el mundo sencillo, elemental, duro y miserable, lo cual constituía la
vida cotidiana del pueblo español a lo largo del siglo XIX.
LOS EFECTOS DE LA GUERRA DE GUERRILLAS
La importancia histórica de la guerra de guerrillas, cumplidamente exaltada en lo que
tiene de valores humanos, resulta infravalorada en lo que respecta a su decisiva
trascendencia militar. Los recientes ejemplos de guerras revolucionarias en las que
guerrilleros o partisanos han combatido y triunfado frente a fuerzas regulares más
poderosas numéricamente y posicionalmente, junto con la elaboración doctrinal que
de su experiencia nos han brindado sus caudillos, han permitido un nuevo
acercamiento y una más justa estimación histórica de la importancia de las guerrillas
en el victorioso desenlace de la guerra de la Independencia. Un estudio analítico de la
guerra en la que se trate más de valorar el número de bajas y los daños causados a los
franceses, que de descubrir batallas libradas de acuerdo con los principios académicos
de la táctica militar, habrá que estimar forzosamente la acción de los guerrilleros
como más decisiva que la de los ejércitos regulares español e inglés. En definitiva, los
imperiales no fueron obligados a evacuar el país por la derrota que sufrieron en los
Arapiles y todavía menos por la que posteriormente experimentaron en Vitoria. Antes
de estas batallas su dominio de la Península había alcanzado un punto crítico y bastó
un resultado adverso en un único combate para verse obligados a evacuar, primero
Andalucía y luego la totalidad del país. La primera importante misión estratégica en
que las guerrillas obtuvieron un éxito decisivo fue la fijación de fuerzas francesas. La
evolución que siguieron estos efectivos en los años de la guerra queda reflejada en el
siguiente cuadro:
Junio 1809 165.103
Octubre 1809 300.552
Febrero1809.......................................................288.552
Enero1810..........................................................324.996
Julio1811............................................................354.461
Octubre1812.......................................................258.898
Julio 1813...............................................................98.970
En realidad bajo el termino “guerrilla”, hubo una enorme variedad de grupos de
procedencia, origen y fines muy diferentes, que Alonso Baquer distingue en una lista
de la que conviene añadir algunos elementos más:
• Partida: Ciudadanos armados que se echan al monte para combatir al mando
de un líder o jefe • Cuadrilla: Término claramente policial que define a un grupo de
delincuentes, si bien muchos de ellos acabaron entrando en la guerrilla. • Somatén: Milicia de voluntarios propia de Cataluña, convocada en momentos
de peligro o amenaza para el pueblo. Actúan como defensa armada del
territorio. • Migueletes: Guardia Cívica que en Cataluña recibía el apoyo del Somatén. Se
distribuían en tercios o unidades de tipo paramilitar • Compañía de Honor u Honrada: En las fuerzas guerrilleras –que no en el
ejército, en donde tenía otro significado-- las unidades de honor u honradas,
eran las formadas por gentes que tenían algo de confianza o valioso que
defender y que se agrupaban para ello.
• Cruzada: Partidas formadas y lideradas por eclesiásticos y seminaristas.
Según una instrucción de la Junta Suprema de Extremadura 1809, debían de
llevar un cruz de forma visible. No obstante pronto fueron disueltas. • Cuerpo Franco: Denominación de los guerrilleros a partir de 1812, en el
primer intento general de ir militarizándoles. Casi siempre adoptaron la
denominación de “húsares” o “cazadores francos” • Corso Terrestre: Técnica por la que se decidió la aplicación a los caminos,
campos y senderos, de las reglas del corso marítimo. Fue una forma de regular
la lucha guerrillera. • Cazador Rural: Grupos de hombres
armados, similares a los cuerpos francos,
organizados, equipados por propietarios
rurales y al mando en ocasiones de
militares profesionales. Muchos formaron
con el tiempo unidades militarizadas de
gran eficacia, como los Húsares de
Burgos, de Cantabria o de Navarra. • Desertores: Los había en todos los
ejércitos en lucha y constituyeron en
ocasiones bandas armadas peligrosas que
se comportaban con una violencia brutal. • Dispersos: Restos de las unidades
militares españolas derrotadas. En ocasiones se unían a las guerrillas y en otras
malvivían en el campo y en la sierra. • Bandoleros y contrabandistas: Eran personajes fuera de la ley al comenzar la
guerra, pero muchos desempeñaron un papel importante en los guerrilleros,
por su conocimiento del terreno y sus contactos en los pueblos de su zona de
actuación.
Sin tener en cuenta la ocasional superioridad numérica que siguió a Bailén, las tropas
regulares aliadas debieron oscilar durante toda la guerra alrededor de los 160.000
hombres, siendo el número máximo de combatientes británicos poco más que 60.000
Las cifras totales distan enormemente de las que intervienen en las batallas. En
Talavera (28-VII-1809), Víctor dispone de 46.138 soldados. En Busaco (27-II-1810) ,
Massena manda 59.000 soldados. En Albuera (16-V-1811), Soult cuenta con sólo
23.000 combatientes. En los Arapiles (22-VII-1812), Marmont y Wellington mandan
cada uno ejércitos compuestos por 42.000 hombres. Finalmente, en Vitoria, (21-VI-
1813), la batalla más importante por el volumen de los efectivos que combatieron en
ella, José reúne bajo su mando 65.000 soldados. El resto de las fuerzas francesas,
superior siempre a los cuatro quintos del total, aparece destinado y se consume en una
misión de ocupación del país, de defensa de las comunicaciones, necesaria de resultas
de la multiplicación del número y volumen de las partidas. Para asegurar, en lo
posible, sus comunicaciones, los franceses hubieron de fortificar y cubrir de
guarniciones cada etapa del camino, y para mantener el contacto entre unas y otras les
fue preciso organizar columnas volantes que, a pesar de todo, no podían mantener
abiertas las comunicaciones sino en momentos aislados, en los que convoyes
fuertemente escoltados corrían a través de las rutas españolas. Solo el mantenimiento
de la ruta entre Bayona y Madrid consumía, de manera permanente, los efectivos de
un cuerpo de ejército.
Atacados por la permanente acción de los guerrilleros, las tropas francesas resultan
fijadas al terreno, y si conservan una relativa iniciativa táctica –la de perseguir a las
partidas-- es a costa de perder o cuando venos de ver profundamente afectada su
iniciativa estratégica de conjunto. Mantener un dominio aparente sobre el país y
controlar las ciudades y pueblos de mayor población bastaría para entretener a la
inmensa mayoría del ejército francés, el cual, a medida que se extiende y ocupe
mayores territorios, verá más limitadas sus posibilidades de acción. La iniciativa
militar se encuentra, por lo tanto, en razón inversa a la extensión territorial ocupada y,
además, nominalmente dominada. La práctica de la guerra de guerrillas tiene una
segunda consecuencia en lo que respecta al dominio del espacio geográfico, fórmula
que se diferencia esencialmente de la ocupación o dominio del terreno de batalla, que
en tantas ocasiones había servido para pretender el título de vencedor o justificar una
derrota. La nueva fórmula, mucho más elástica responde a
los principios estratégicos antes mencionados,
especialmente a la ubicuidad de la guerra. Todo el territorio
nacional es considerado como campo de batalla, y el
problema que resuelven las guerrillas es el de mantener un
dominio permanente sin verse obligados a una constante
defensa del terreno, sin caer en la necesidad de cubrir y
sostener una línea de frente. Los testimonios en que los
soldados franceses describen esta situación reflejan
claramente la obsesiva sensación de aislamiento
experimentada por los combatientes, perdidos en un país
ajeno y hostil. El control de las comunicaciones es una
consecuencia de lo anterior y constituye otro de los factores decisivos a la hora de
explicar las causas reales de la derrota francesa. La importancia de las
comunicaciones en el desarrollo de las operaciones militares resulta determinante, por
cuanto son un medio insustituible para la transmisión de informaciones, sin las cuales
un ejército, por poderoso que sea en efectivos y armamento, se convierte en una masa
ciega, estratégica y tácticamente ineficaz, y lo es también para el transporte de
abastecimientos y el traslado de refuerzos.
A comienzos del siglo XIX, el camino constituye en exclusiva estos tres elementos
vitales para la acción y conservación del ejército, que son información, refuerzos y
abastecimientos. La pérdida continuada del control de las comunicaciones conduce a
un ejército, en este caso al francés, a su total destrucción en un plazo de semanas o,
cuando más, de meses. La satisfacción de cada una de las tres necesidades antedichas
plantea un específico problema militar, que requiere soluciones distintas.
Evidentemente, no es lo mismo enviar un correo, un convoy o un destacamento. La
economía de esfuerzos impuesta por la escasez relativa de efectivos obliga a utilizar
en cada caso las fórmulas menos costosas en hombres, material y abastecimientos,
aunque en España, a diferencia de lo experimentado por el ejército francés en las
anteriores campañas, las soluciones resultaron siempre altamente costosas. El oficio
de los correos se convirtió en el más peligroso de los empleos que se podía
desempeñar en las filas francesas, y para garantizar una información era preciso
sacrificar la rapidez del correo aislado a la seguridad de la escolta, cuando no del
convoy. Este era el coste de la información para los franceses, y en cuanto a su
eficacia, basta con leer las gacetas españolas para hacerse una idea de número de
correos interceptados, de lo fragmentaria y lenta que resultaba la información militar
de los ejércitos imperiales.
El transporte de abastecimientos exige imperiosamente la utilización de convoyes
fuertemente escoltados, que marchan de etapa en etapa con la protección supletoria de
destacamentos volantes que enlazan una con otra. Era frecuente combinar este tipo de
transporte con el envío de refuerzos, con lo que se aprovechaba la fuerza para
proteger a aquellos. Para mantener este precario dominio de sus comunicaciones aún
hubieron los franceses de recurrir a la multiplicación de fuerzas, cuyas guarniciones
constituían una nueva merma de la fuerza operativa del ejército. El número de puestos
fortificados, aparte de las ciudades, era muy abundante. Solo en la región que operaba
Mina había más de 55 guarniciones, y en Navarra “venía a corresponder una guarnición por legua” A pesar de su indiscutible importancia, ninguno de los
resultados enumerados puede compararse con la que pudiéramos llamar erosión de los
efectivos enemigos, lo que constituye un método específico de modificar la relación
de fuerzas existentes entre los beligerantes, poniendo fin a la inicial superioridad del
invasor para terminar adquiriendo, no ya la superioridad cuantitativa, sino incluso la
cualitativa, al convertirse el guerrillero en soldado. Finalmente, la guerra de guerrillas
sirve para modificar la situación internacional. Aparte de su carácter ejemplar,
reflejado en su adopción por otros países, tuvo una decisiva importancia en la gran
estrategia europea al absorber e inutilizar la Grand Armée y permitir a los restantes
beligerantes mayores oportunidades. En 1812 se puso de manifiesto la incapacidad de
Francia para hacer frente a dos objetivos simultáneos de la importancia militar de
España y Rusia. Bastó que retirase unos cuantos miles de hombres y, sobre todo, que
dejase de atender al frente español, para que la situación de los ejércitos franceses en
la Península se hiciese insostenible. Arapiles fue el resultado táctico de la nueva
situación, y la evacuación de Andalucía, la más importante consecuencia estratégica
de la inferioridad francesa provocada por el terrible y desproporcionado desgaste que
habían sufrido las fuerzas imperiales en la Península.
Recommended