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les presentamos el capítulo 10 de la serie de cuentos de patojos y patojas
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La página de patojos y patojas, chavalas y
chavalos
LOS ZAPATOS
DE NINGUNA PARTE
Capítulo 1
Tiburcio llevaba una semana buscando
desesperado una zapatería. No es que
faltasen zapaterías en la ciudad, pero las que
habían no tenían calzado para él. En unas
era muy caros, en otra demasiado baratos y
no se fiaba. En unas eran demasiado
estrechos y le hacían daño, en otras no tenían
de su medida. En unas tenían zapatos
puntiagudos que no le gustaban, en otras
eran tan chatos que le hacían daño en el dedo
gordo.
Tenía libre aquella tarde y decidió buscarlos
por toda la ciudad, hasta los barrios más
lejanos. Tenía piernas fuertes y caminó,
caminó, deteniéndose en toda tienda que
parecía vender zapatos. Hasta entró en una
3
llamada “al paso, al trote, al galope”.
Preguntó si para dar pasos tendrían… Le
respondieron que sólo tenían herraduras.
Entonces se dio cuenta de que en esa tienda
sólo había sillas de montar, estribos, riendas
y todo tipo de herraduras a gusto de los
caballos y de sus dueños. Pensó que él había
sido un burro entrando allí. Salió
avergonzado.
Empezaba a anochecer. Un poco más
adelante, en un callejón algo oscuro vio un
extraño letrero. “TIENDA LA MISTERIOSA” .
En la vitrina, junto a la puerta, se
amontonaban cajas y objetos que no se
distinguían muy bien por la poca luz, pero
en un rincón descubrió varios pares de
zapatos, botas, caites… Entró y preguntó:
“¿Tienen ustedes zapatos para mí?, del
número 40?”
Se levantó de su banqueta una señora con
una pañoleta blanca en la cabeza. No era ni
muy joven ni anciana, sino todo lo contrario.
Se le acercó y le miró de pies a cabeza. Sí,
4
así, empezando por los pies. Al llegar la
mirada a su cara la mujer le clavó unos ojos
pequeños, negros, que parecían leer su
corazón. “¿Está usted seguro de lo que
quiere?”.
- “Claro, ya le digo, unos zapatos para
andar bien por las calles de esta
ciudad con tantos baches y tropiezos”
- La mujer sonrió con gesto misterioso:
“pues si quiere caminar lejos y seguro,
le recomiendo estos… ¿del número
cuarenta me dijo? Son ciento quince
pesos”.
En la moneda de aquel país ( no les digo
cuál es) ciento quince pesos no eran
mucho.
Los zapatos que le enseñó la vendedora
eran un poco extraños en su forma y
colorido.
“Pruébeselos” - le aconsejó. Se sentó
Tiburcio, se quitó los zapatos viejos, y
se probó los nuevos. Movió algo los
dedos de los pies, se levantó y caminó
5
un poquito. “¡Pues muy bien – exclamó
satisfecho – esto es lo que buscaba! Me
los, me losss…” Entonces se dio cuenta
de que la vendedora había
desaparecido.
-“¡Oiga señora, oiga!”. Miró por todas
partes en el comercio. .Nadie se asomó.
Ya estaba casi oscuro y su casa estaba
lejos. Decidió marcharse con los
zapatos nuevos.
Tiburcio era persona honrada. Dejó los
ciento quince pesos sobre el mostrador.
Gritó por última vez, por si ella estaba
en otra habitación: “¡gracias señora,
aquí le dejo el dinero!”. Agarró los
zapatos viejos bajo el brazo y se fue.
Estaba bastante oscuro. Al salir del
callejón ya en las calles más anchas de la
ciudad había farolas encendidas.
Aunque era un poco tarde, por el placer
de caminar con aquellos zapaos tan
cómodos volvió paseando a casa.
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Por el camino se cruzó con su prima
Carlota, que iba por la banqueta de
enfrente.
- “¡Adiós Carlota!”
La muchacha se detuvo y miró hacia
atrás.
- “¡Eh, que estoy aquí!”
Ella miró hacia donde él estaba. Pareció
que no lo veía. Tiburcio levantó la mano
saludando. “¡Muchacha que estoy
enfrente!”.
Ella miró a un lado y a otro, se encogió
de hombros y siguió adelante. Es verdad
que estaba un poco oscuro, pero no
tanto. “Esta chica necesita lentes”-
pensó Tiburcio- y siguió también su
camino de vuelta. Vivía en una casita de
un solo nivel, con sus padres y una
hermana más pequeña. Al llegar metió
la llave en la cerradura, abrió - “¿Hay
alguien?” – preguntó sin respuesta.
Habrían salido todos.
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Entro en su habitación. Dejó los zapatos
viejos en un rincón. Se acercó a su
armario que tenía un espejo de cuerpo
entero. Allí fue a ver qué tal le caían los
zapatos. Se puso enfrente del espejo,
miró… y ¡no vio nada! – “¿Eh? ¿Qué me
está pasando? ¿Estoy ciego?” -dijo en
voz baja. Pero él veía perfectamente
todo lo que le rodeaba. Veía el armario
y el espejo que reflejaba la habitación,
pero él mismo no se veía allí…
Temblando de nerviosismo volvió a su
cama y se sentó. El cansancio de la
tarde, el paseo y los nervios le dieron
ganas de tumbarse un ratito. Se quitó
los zapatos. Desde su asiento miró
hacia el espejo y dio un salto. ¡Ahora sí!,
allí estaba él reflejado en el espejo, con
cara de susto y… y descalzo.
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LOS ZAPATOS
DE NINGUNA PARTE
Capítulo 2
En el primer capítulo, ¿recuerdan?, dejamos
a Tiburcio, con la boca abierta viéndose en el
espejo cuando un rato antes no se veía.
También recordó entonces que, cuando pasó
cerca de su prima Carlota, tampoco ella le
había visto. Pues no le fue muy difícil sacar
consecuencias de lo que pasaba.
Para estar más seguro se sentó frente al
espejo, agarró los zapatos y empezó a
ponérselos. Se puso el primero y miró al
espejo. ¿Qué creen ustedes que pasó? ¿Se
veía?, ¿no se veía? Pues mita-mita, que dicen
en este pueblo. Se veía en blanco y negro,
como una película de las antiguas. Entonces
agarró el otro zapato se lo puso, y ¡zas! Lo
que ustedes están pensando. Había vuelto a
desaparecer totalmente del espejo porque él
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sí se veía y se tocaba. Estaba allí, pero
como en esas películas del hombre invisible,
nadie podía verle. No se lo acababa de creer.
O sea que esos zapatos eran
“invisibilizadores”, lo hacían invisible.
Miró el reloj. Eran las 9 de la noche. Estaba
cansado y nervioso de la impresión. Supuso
que sus papás y su hermana estaban en
alguna visita. Les dejó un aviso sobre la mesa
de la cocina. “Me acosté, hasta mañana”.
Volvió a su habitación y a dormir.
Seguramente esa noche soñó mucho, pero él
nunca se acordaba al despertar de sus
sueños.
Amaneció, sonó ese antipático aparato
llamado despertador y en cuanto Tiburcio
abrió los ojos, naturalmente, le volvió a la
cabeza la memoria de los misteriosos
zapatos.
- “Los tengo que probar, a ver si siguen
hoy como ayer”.
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Se los puso y salió a la cocina, donde estaban
sus padres desayunando. Doña Tina
preparaba los huevos revueltos. Don Toribio
estaba pasando las hojas del periódico
mientras se le escapaban exclamaciones:
¡Uff!... ¡huy!... ¡ah!... ¡qué bárbaro!... ¡menos
mal!...
- ¿Qué sucede? – le preguntó doña Tina.
- Sucede de todo – contesto Don Toribio-
y empezaron los dos a comentar las
noticias de la política nacional e
internacional y los problemas de los
emigrantes que estaban expulsando de
los “Estados” (unidos-de-Norteamérica,
se supone, pero los llamaban solo los
Estados, a secas).
- Tiburcio entró en ese momento,
despacito, procurando no hacer ruido
con los pasos, pero rozó con el codo
una cacerola vacía que se fue al suelo
estrepitosamente.
- Se volvió doña Tina - ¡huy!, la dejé al
borde y se habrá resbalado.
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- Tiburcio saltó silenciosamente y se
quedó en un rincón. Pensó que si los
padres sentían algo que no veían, el
susto podría ser tremendo. Doña Tina
recogió la cacerola y en aquel momento
entro Teresita, la pequeña de los “T”.
¿Se habrán dado ustedes cuenta?: eran
Tiburcio, Toribio, Tina y Teresita. La
broma de los amigos era: ¿Te vienes a
tomar el te a casa de los T?
- Teresita tenía10 años, ocho menos que
su hermano y era un rabo de lagartija,
traviesa y lista para todo menos para los
números, pues se le atravesaban las
matemáticas en la escuela.
- Mamá- preguntó la niña- , ¿dónde está
el dormilón de mi hermano?
- Déjale dormir; vendría anoche muy
cansado.
Entonces se dio cuenta Tiburcio de que
ya debía dar señales de vida.
Aprovechó que estaba la puerta abierta,
volvió a su habitación, se quitó los
12
misteriosos zapatos y ya empezó a
volver al mundo visible; se lavó, se
peinó, se vistió, se puso los zapatos
viejos y entró haciendo ruido a la
cocina.
- Entre los saludos, los ¿qué tal te fue? y
los ¿qué tal amanecieron? , la pregunta
de Doña Tina: Pero hijo, ¿no fuiste ayer
a comprar zapatos y todavía andas con
esos medio rotos?
- Sí mamá, no encontraba en ningún
sitio… Sólo vi unos pero no sé si me
quedaré con ellos… volveré hoy a ver
qué hago…
- Esa era de verdad la idea de Tiburcio.
Aquellos zapatos estaban siendo un
problema para él. Ir de Invisible por la
vida está bien para los cuentos, pero
para la vida real creaba muchos
problemas. ¿Ustedes no han hecho
nunca la prueba de volverse invisibles?
Pues Tiburcio sí y estaba asustado.
Cuando desayunaron, el volvió a su
13
habitación, metió en una bolsa de
plástico los zapatos misteriosos (es que
llamarlos in-vi-si-bi-li-za-do-res , es muy
complicado). Pues el muchacho, agarró
la bolsa y salió a la calle para devolver
esos zapatos invi… o hablar con la
señora que se los había vendido.
- Esta vez agarró un bus que pasaba cerca
de allí. Se bajó justo frente a la tienda
de las herraduras, la del “Paso, trote y
galope”, siguió hasta el callejón y buscó
la tienda de los zapatos. La buscó pero
no la encontró. En el sitio donde ayer
estaba la “tienda misteriosa” había un
edificio en construcción. Los albañiles
estaban levantando un segundo nivel,
con ayuda de una grúa.
- Tiburcio se acercó a uno de ellos:
“disculpe ¿aquí no había antes una
tienda de… de cosas?
- Pues no sé muchacho, hace tres
semanas que trabajamos en construir
14
esta casa. No tengo idea de lo que
había antes aquí.
- Tiburcio se quedó lo que se dice
patidifuso, es decir, de piedra, hecho un
lío, balanceando la bolsa de zapatos en
la mano, mirando a todos lados sin
saber qué hacer. Estuvo a punto de ir a
la tienda para caballos y comprarse unas
herraduras; pero al final lo pensó mejor
y…
Ya les contaré en otro capítulo lo que
hicieron el pobre Tiburcio y sus zapatos
invi…
- Mientras tanto vayan aprendiendo a decir
sin respirar: Tiburcio está invisibilizado
quién lo desinvisibilizará, el
desinvisibilizador que lo desinvisibilizare
buen desinvisibilizador será.
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L0S ZAPATOS DE
NINGUNA PARTE
Capítulo 3
Tiburcio dejó de balancear la bolsa con los
zapatos misteriosos y empezó a caminar de
vuelta a casa. Ya no pensó en montar en
ningún bus. Necesitaba pensar. Se daba
cuenta de que con aquellos zapatos en su
poder se le iba a complicar mucho la vida,
para bien o para mal. Pensó tirarlos en
un cubo de basura, pero menudo conflicto se
podía organizar. Si los encontraba un ladrón,
se los ponía y dejaba toda la ciudad pelada,
levándose todas las cosas de todas las casas,
hasta los quesos. Sería un caso curioso.
Pero ya que tenía allí los misteriosos zapatos,
y sabía cómo utilizarlos, se dijo:
“Voy a ver lo que puedo hacer con ellos.
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Entró en un jardincillo solitario a aquellas
horas, se sentó en un banco, miró alrededor
por si venía alguien y se los puso. Volvió a
la calle y empezó a pasear. No sabía qué hora
era. Se acercó a una señora que caminaba
por y la preguntó: “Buenos días, ¿me puede
decir por favor qué hora es? “La señora se
volvió hacia la derecha, hacia la izquierda.
Hacia atrás, se quedó pálida de susto, volvió a
mirar alrededor… dijo temblorosa:” laaas
dieez y veeeeinteee” y siguió caminando, casi
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corriendo, mirando hacia atrás de vez en
cuando.
-“Ya metí la pata – se dijo Tiburcio – a ver si
me convenzo de que aunque estoy, no estoy”
y siguió su camino procurando que nadie
tropezase con él. Al principio le fue fácil
porque a esa hora y en esa calle pasaba poca
gente.
Pero al cabo de 10 minutos, escuchó a lo
lejos gritos que se acercaban. Al llegar a la
esquina cercana, se dio cuenta del origen de
las voces-
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Por allí venía, ocupando toda la calle, con una
manta desplegada en primera fila, una
marcha, manifestación de campesinos. En la
manta estaba escrito con grandes letras el
motivo:
LA MINERÍA DESTRUYE NUESTRA TIERRA.
Recordó que la radio había anunciado la
marcha el día anterior. Decidió ir con los que
protestaban el pero ¿dónde se colocaría?,
¿entre todos? ¿detrás del gran grupo? “Iré
delante de los manifestantes -pensó-
donde llevan la manta desplegada.
Los campesinos portaban también banderas,
o pequeños afiches. Iban gritando consignas
como:”¡ ¡La tierra es nuestra vida y nadie nos
la quita!!”... o ”¡¡ Comemos maíz, no
comemos oro!!”. Tiburcio también empezó a
gritar. Su voz se perdía entre las demás y
nadie se daba cuenta de que el sonido salía
“de ninguna parte”.
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El grupo de varios cientos de campesinos,
mujeres y hombres se dirigía al ministerio de
energía y minas.
Tan animado iba Tiburcio que se decidió
mezclarse con los manifestantes. Aunque no
lo vieran no lo notarían, como iban todos
apretujados, hombro con hombro, codo con
codo. Se mezcló en el grupo, sin decir
siquiera “con permiso” y siguió caminando y
gritando consignas.
Así fueron llegando al ministerio. Pero allí se
encontró nuestro hombre invisible algo que
no se esperaba. Cerrando la calle, delante del
ministerio: una barrera de policía.
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¡Los “timotines” exclamó un viejito que
caminaba a su lado. No entendía lo que
quería decir “anti” ni “motines” sólo le
sonaba “Timotines”.
Los campesinos se detuvieron y uno de sus
líderes se adelantó a hablar con los policías.
- No pudo hablar mucho. Se notó que el
oficial tenía órdenes demasiado
concretas y sin hacer caso al dialogante
dio una orden. Los antimotines
levantaron las estacas, se protegieron
con sus escudos de plástico fuerte y
avanzaron sobre los manifestantes.
- El grupo de inconformes, pacíficamente
se sentó en el suelo manteniendo
delante la pancarta. Algunas mamás que
venían con sus niños, y hasta con el
tiernito a la espalda se apartaron
rápidamente y se echaron hacia atrás.
Tiburcio también se iba a sentar cuando
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recordó que a él no lo veían los polis.
Entonces se quedó parado esperando
reacciones.
- El grupo antidisturbios (aunque
disturbios allí no había) entró en las filas
de manifestantes como un rebaño de
elefantes en una cacharrería. Pisoteó la
manta y las banderitas, empezó a patear
y golpear a los manifestantes.
- Tiburcio se dio cuenta de que allí tenía
él trabajo. Se puso a la espalda de los
policías y con movimientos rápidos
empezó a quitarles garrotes y escudos
a los que podía, a poner a otros la
zancadilla, a empujar a quienes iban a
golpear a los caídos en el suelo y a
apartar a algún manifestante herido.
- El desconcierto fue grande, tanto entre
las fuerzas del orden que habían
empezado el desorden, como entre los
campesinos sintiendo que allí pasaba
algo raro pero no sabían qué.
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- En ese desconcierto, algunos de los
líderes de la manifestación entraron en
el ministerio con gesto pacífico y seguro.
Nadie les impidió el paso. Los
“timotines” se replegaron
desconcertados, sin saber qué estaba
pasando. También el grupo de
manifestantes se retiró por una de las
calles, a atender a los heridos, a
reunirse con sus esposas e hijos y a
comentar intrigados aquello tan extraño
que había sucedido. Los golpes habían
sido escasos para lo que se temieron.
Una extraña fuerza había dispersado a
los antidisturbios.
¿Y Tiburcio?
Tiburcio, contento, pensando que el
estar invisibilizado, sin que nadie lo
desinvisibilizase podía ayudarle, bien
panificado, a hacer buenas obras. Pero
en ese momento se dio cuenta de que
¡no tenía los zapatos viejos!. Los había
olvidado en el jardín!… Echó a correr
23
para buscarlos. Pero en el jardín donde
los dejó tampoco estaban.
- “¿Y ahora qué hago yo? “– se preguntó
Tiburcio.
- Y ustedes se preguntarán también…
Pues esperen hasta el próximo capítulo
que se lo contaremos.
24
LOS ZAPATOS
DE NINGUNA PARTE
Capítulo 4
O sea que nos encontramos con Tiburcio,
sentado en un banco del parque, allí donde
había perdido sus zapatos viejos, pensando…
¿y ahora qué hago yo?
Mientras pensaba no se dio cuenta de que se
acercaba por el paseo una señora con dos
niños. La señora, la mamá sin duda, iba
regañando a los pequeños.: “Les tiene que
dar vergüenza sacar esas malas calificaciones.
25
Yo cuando era pequeña tenía muy buenas
notas.
- “Pero mamá, si tú nos dijiste que de
pequeña, en tu aldea no había escuela ni
maestro”…
La mamá se mordió los labios…
- “Bueno no había escuela, pero cuando fui
mayor aprendí a leer y a hacer cuentas, y
ahora en el mercado no me engaña nadie
cuando compro”.
- Los pequeños se quedaron un poco
avergonzados. La maestra había dicho a la
mamá que sus hijos leían muy mal y así no
podrían estudiar bien.
- “Ahora - siguió diciendo la mamá - en vez
de jugar se van a sentar ustedes en ese
banco y van a ponerse a leer”.
- Tiburcio seguía sentado en el banco,
pensativo, cuando sintió que alguien se
sentaba encima de él.
- “¡Aaaay mamá que no me puedo sentar!
– gritó uno de los hermanos saltando
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fuera del banco,- aquí hay un fantasma o
no sé qué!”
- Naturalmente, en ese momento Tiburcio
también se levantó rápidamente y se puso
detrás de un árbol.
- “Niño no digas payasadas - le regañó la
mamá-, ven aquí a sentarte”. Claro, ya
estaba el terreno libre. Se sentó la mamá
en el banco e hizo sentarse a los
pequeños, que lo hicieron con mucha
precaución, aunque ya no había nadie
ocupando el lugar.
- Tiburcio no quiso saber más de los
pequeños estudiantes y con cuidado para
no tropezar con nadie, siguió caminando
por la calle. A los pocos pasos encontró
una zapatería: ZAPATOS LOS INVENCIBLES.
“¿Cómo? -pensó Tiburcio…- ¡ah
invencibles! no invisibles” Entonces se
decidió a entrar con cuidado, a ver qué
encontraba.
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- En una estantería a la izquierda había
muchos pares de zapatos. Todos tenían
una etiqueta con el número del tamaño y
el precio. Allí había varios pares del
número cuarenta. El precio 120 pesos.
Más caros que los invisibles y la verdad no
le gustaban mucho, pero no estaba para
elegir. Miró hacia los lados. Nadie se
fijaba en aquella estantería. Entonces
rápidamente agarró los zapatos y dejó en
su lugar los 120 pesos. Luego rápidamente
salió a la calle. Verán que Tiburcio seguía
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siendo persona honrada y no se
aprovechaba de su invisibilidad para no
pagar. ¡Qué ejemplo para la humanidad!
Sí, era honrado, pero un poco torpe,
porque al salir deprisa, rozó su codo con
un jarrón que había de adorno junto a la
puerta y ¡zás! o mejor: ¡cras, cric, chinc!
Porque se hizo mil pedazos, o por lo
menos novecientos noventa y nueve. No
tuvo tiempo de contarlos. Salió a la calle y
respiró.
- Sólo le faltaba ahora a nuestro amigo
cambiarse de zapatos para visibilizarse, o
sea, no andar por la vida invisible.
- Le fue fácil volver al jardín de antes. Allí
seguía la mamá dando sermones a los
niños. Pues el hombre invisible se fue
detrás de unos rosales y se cambió los
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nuevos zapatos por los todavía más
nuevos. Ya visible tomó el camino de su
casa.
Al llegar entró haciendo ruido para que
todos lo viesen.: -“Hola, buenas tardes”.
- “Hola –dijo la mamá - ¿ya compraste los
zapatos?”.
Se quedó mirándole los pies, mientras él
zapateaba para que todos se fijasen en su
calzado. Pero la hermanita curiosa se fijó
que llevaba en la mano otros y empezó el
conflicto:
- “Mira mamá, si lleva otros en la mano! Y
son más bonitos”.
- Tiburcio se puso nervioso; enrojeció. –“
No, no, estos no son, bueno, sí son pero
no… Los voy a devolver, porque no sirven,
claro que sí sirven pero… “ Se dio la vuelta
y se metió deprisa en su habitación. Cerró
la puerta y empezó a buscar dónde
esconder los misteriosos zapatos
invisivilizadores.
30
- Tenía miedo de que su traviesa hermana
se metiera en su recámara y se los
encontrase. Menudo problema si se les
volvía invisible la pequeña. No se le
ocurrió otra cosa a Tiburcio que volverse a
poner los zapatos conflictivos. Se los
puso, se quedó otra vez invisible, y
empezó a pasear por el cuarto mientras
pensaba: “Pues a ver qué puedo hacer yo
ahora para esconder esto. Aquí en casa
no es seguro. En menudo lío me he
metido. Me gustaría estar lejos, para no
complicarme la vida… Me gustaría estar
ahora… en la India…. En la India… y ¡zas!.
En ese mismo instante Tiburcio sintió que
su casa desaparecía.
Se encontró en un paisaje diferente.
Escuchó un sonido como de una trompeta.
Miró para atrás y allí, a dos pasos
levantaba su trompa un hermoso
elefante.
31
Pues en su tierra no existían esos
animales, así que Tiburcio estaba… en
donde él había dicho:
- ¡En la mismísima India!
((Aquí nos quedamos, porque esto se pone
complicado. El próximo capítulo sabremos
qué pasa con esos zapatos misteriosos que,
además de hacer a la gente invisible,
también parecen una agencia de viajes
gratuitos. Hasta el próximo capítulo, en la
India))
32
LOS ZAPATOS DE
NINGUNA PARTE
Capítulo 5
Ya recuerdan, verdad? Por obra y gracia de
esos misteriosos zapatos, Tiburcio se
encontraba…
Bueno sí, se encontraba asombrado, a la
sombra de la trompa de un elefante, y
pensando: “O sea, que estos locos zapatos
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además de hacerme invisible me hacen
turista. Si yo digo el nombre de un país, allí
me voy sin pagar pasaje de avión”.
Le dieron ganas de hacer la prueba y
empezar a decir a toda velocidad: “quiero
estar en….” Y nombrar todos los países del
mundo. Pero se aguantó las ganas porque
imagínense el mareo de saltar de un país a
otro. Además en el aterrizaje le podía fallar el
motor a alguno de los zapatos y darse un
golpe contra una palmera o caer al mar, o…
Se apartó prudentemente del trompudo y se
metió por las calles de aquella ciudad. No
sabía cuál era.
La India es muy grande,
con 1250 millones de
habitantes. No sabía si
estaba en Nueva Delhi,
Bombay, Calcuta o…
Bueno, que no sabía.
Tuvo que hacer un esfuerzo para darse
cuenta de que seguía invisible y además no
34
podía hablar con nadie, porque tampoco
conocía el idioma indio, o hindú como dicen
otros. De todos modos, ya que estaba allí
pensó : “me gustaría tomar contacto con la
gente, pero cómo?. Para eso me tienen que
ver”.
Se le ocurrió una idea. Aunque era un
muchacho honrado consideró que en caso de
necesidad… y la necesidad ahora era buscar
unos zapatos. La calle estaba llena de gente y
de puestos de venta, como en el mercado de
su ciudad (que sigo sin decirles cuál es). No le
fue difícil encontrar un puesto donde vendían
calzado.
Lo que encontró
por allí fue eso que
se llaman babuchas,
zapatillas sin
cordones ni nada y
con un pico como de
pajarito. El clima era
bueno; pensó que
eso le bastaría para no clavarse algún clavo
35
en la planta del pie. Calculó a ojo el tamaño
de unas babuchas de esas y se las guardó.
Nadie lo vio. Buscó un rincón apartado e hizo
el cambio de calzado. “¿Y ahora qué hago con
mis zapatos?” En aquel mercado había de
todo. Cerca del puesto de zapatos encontró
un sitio donde vendían bolsas, se acercó y
eligió una sencilla donde le cupieran los
zapatos. Ya tenía experiencia de llevarse
cosas desde su invisibilidad… Despacito la
agarró. Pero en ese momento volvió la cabeza
el vendedor y: ”¡Socorro que me roban!”.
Tiburcio no se había dado cuenta de que ya,
sin los zapatos, no era invisible. ¿A ustedes
no les sucede que no se fijan cuando son
invisibles y cuando no? Varias personas del
mercado se echaron a por él. El muchacho
tenía buenas piernas y mucho miedo. Salió
corriendo por las callejuelas, tropezando con
gente, con carros, con latas, con perros.
Metiéndose por los lugares más estrechos y
retorcidos que veía… hasta que se encontró
en un callejón sin salida.
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Se quedó temblando pegado a la pared. Pero
miró hacia atrás y respiró. No había rastro de
los perseguidores. Metió los zapatos en la
bolsa y se la colgó al cuello. – “¿A dónde
puedo ir ahora, si no conozco nada de aquí?”.
Miró alrededor. Cerca de él pasaban algunos
hombres y mujeres. Eran, ancianos y
enfermos. Tenían aspecto de ser muy pobres.
Unos cojeaban, otros medio se arrastraban
apoyados en ramas como bastón. Sus ropas
estaban sucias y desgarradas o iban casi sin
ropa. Llamaron a una puerta que se abrió
enseguida.
37
Allí se asomó una mujer vestida con una
túnica blanca, limpia aunque no demasiado.
“Este vestido – pensó Tiburcio – lo he visto yo
en algún sitio; mmm…¡ sí!, en un documental
de la tele que hablaba de”… - Le entró un
escalofrío por el
cuerpo -
“¡Ya recuerdo…
esas son monjas
de la madre
Teresa, la que
nombraron santa
hace poco.”
Pensó que lo mismo estaba en Calcuta,
aunque en toda la India y en otros países ya
había hermanas de esas por muchos sitios.
Mientras recordaba todo eso, vio cómo los
pobres que habían llamado a la puerta, iban
entrando en la casa acogidos cariñosamente
por la monjita. Entonces sin penarlo dos
veces se puso en la cola, detrás de los
mendigos. No tuvo que hacer mucho esfuerzo
38
para cojear un poco después de su huida. Iba
despeinado y sucio, pero la hermana lo
detuvo a la puerta. Le puso la mano en el
hombro : “Muchachito, ¿tú no eres de aquí
verdad?
El muchachito se quedó otra vez de piedra,
pro no de susto, sino de asombro. Resulta
que la hermana le hablaba en hindú ¡pero él
lo entendía todo!. Al mismo tiempo sentía en
su bolsa, donde tenía los zapatos guardados,
un temblor, igual que cundo le llaman a uno
por celular y el aparato vibra.
En ese momento Tiburcio ya no resistió más.
Entre la sorpresa de estar en otro país con el
elefante trompudo, el buscar y rebuscar en el
mercado, el susto de sentirse descubierto
robando, el cansancio, los nervios de la
carrera frenética huyendo y el descubrir
aquel maravilloso y a la vez miserable lugar
con la hermana que lo recibía, cayó redondo
al suelo, desmayado y agotado, aunque sin
perder del todo el conocimiento.
39
La hermana llamó a otras compañeras que lo
recogieron y pusieron sobre una pobre y no
muy limpia colchoneta. A su alrededor, en un
ambiente de olor a enfermedad y miseria,
otra pobre gente también acostada.
Tiburcio, con los ojos entornados y sin
fuerzas, se dejó atender. Pero su cerebro
funcionaba a toda velocidad: “Lo que me
faltaba: Estos zapatos me sorprenden a cada
minuto. Primero me hacen invisible, luego me
llevan de viaje por el mundo y, encima, tienen
40
traducción simultánea. Pero esto no se lo
puedo contar a las monjas porque no me
creerían y lo mismo me echan a la calle.
Mejor será hacerme el mudo. Sí, eso, aquí soy
mudo”
Cerró los ojos y se quedó dormido de verdad.
Buena ocasión para también hacernos
nosotros los mudos y no contarles más
aventuras de Tiburcio hasta el próximo
capítulo.
41
LOS ZAPATOS DE
NINGUNA PARTE
Capítulo 6
Cuando Tiburcio se despertó no sabía cuánto
tiempo había dormido. Vio que empezaba
lentamente a amanecer. Eso no le orientaba
nada, porque entre la India y su país había
una diferencia de algunas horas (al muchacho
no se le daba bien calcular las diferencias
horarias ente los países de la tierra)
Abrió los ojos y
miró a su
alrededor.
Todo estaba en
silencio. Los
acogidos a la
caridad de las
hermanas dormían. En un rincón alumbrado
por una luz pequeñita un monja leía. A veces
42
echaba una mirada vigilante a la sala. Todo
tranquilo.
Tiburcio tuvo que hacer el esfuerzo de
siempre para recordar cuenta si estaba visible
o no. Claro, Los “invis”, como empezaba a
llamar a los mágicos zapatos, colgaban de su
cuello en la bolsa de la que no se había
separado. Allí, descansado en esa colchoneta,
estaba muy bien pero tenía que hacer algo.
Se acurrucó bajo las sábanas, se fue quitando
las babuchas y poniéndose su maravilloso
calzado. Guardó las zapatillas indias en la
bolsa y se puso de pie. Despacito caminó por
la sala de aquel hospitalito. Se acercó al
rincón donde estaba la hermana e hizo un
poco de ruido. La monja levantó la vista, miró
a un lado y a otro y siguió leyendo.
Entonces nuestro amigo, caminando de
puntillas, se acercó a la puerta que sólo
estaba cerrada con una cadena, la
desenganchó con cuidado abrió y salió a la
calle. Dejó sin cerrar pero el viento se ocupó
de eso y la puerta sonó: ¡click!.
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Él dio un salto y, aunque no le hacía falta, se
escondió detrás de un árbol. Lo que esperaba:
Enseguida apareció la cara asustada de la
monja. Volvió a mirar a todos lados de la
calle varias veces y al fin cerró.
En ese momento a Tiburcio le entró en el
pellejo el espíritu turista. Con su bolsa de
zapatillas al cuello salió del callejón y
empezó a pasear. Hacia la derecha vió que el
camino se metía entre grandes árboles.
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Será algún Jardín pensó. Se acercó más y vió
que los árboles seguían cada vez más grandes
y más apretados entre ellos. Tenía que ir
apartando las ramas más bajas. Ya no había
camino sino zarzas y maleza. “Esto no es un
jardín – pensó – esto es ¡la selva! Un
escalofrío de emoción le recorrió el cuerpo.
Miró a todos lados. Selva por todas partes.
Oyó gritos por encima de él. Varios monos
saltaban entre las ramas. Quiso volver hacia
atrás… pero, ¿dónde estaba “atrás”? Ya no
había camino, solo grandes plantas y
enormes troncos. Había clareado y el sol se
metía entre las hojas mezclando luces y
sombras. Otro escalofrío, este de miedo, le
volvió a recorrer el cuerpo que ya lo tenía
escalofriado (¿se dice así?) pero en aquel
45
momento el pobre Tiburcio se quedó
escalo…helado de terror) porque a pocos
metro de él se escuchó un enorme rugido
que dejó en silencio a los monos y temblando
a Tiburcio.
La cabeza y las patas de un tigre con sus
garras, sus colmillos y sus rayas, el uniforme
completo del tigre de Bengala, aparecieron
en la espesa jungla.
“¡Estoy perdido -dijo en vos baja - Esto me
sucede por no estar donde debía, ¡en mi
casa!”.
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Sintió como si alguien le agarraba del pelo
(¿un mono?). Sintió luego como un viento
fuerte que azotaba su rostro y le cerraba los
ojos… y ya no sintió más que un suave golpe
en sus espaldas que rebotaban sobre un
mullido colchón. Abrió los ojos y se vió de
espaldas y patas arriba sobre su cama, en su
habitación, en su ciudad que sigo sin decirles
cómo se llama.
Se quedó un rato tumbado mientras se le
pasaban los escalofríos hindúes y hacía un
recuento de lo
sucedido.
Cuando se miró en el
espejo y vio… que no
se veía, lo primero
que pensó fue:
“¡Qué tonto he sido!
Podía haberme
paseado al lado del
tigre que tampoco
me podía ver! Claro
que no me veía, pero ¿y si me olía?, que esos
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bichos tienen muy buen olfato. Sí, sí, mejor
estoy aquí en casita”.
Se quitó los zapatos “invi” y se puso las
babuchas de la India.
En ese momento tocaron en la puerta. La voz
de su hermanita le gritaba: “¡Tiburcio,
Tiburcio llevas durmiendo 15 horas! ¿No te
vas a levantar? En la cabeza de Tiburcio se
enroscó una duda como una serpiente: “Y
ahora qué les cuento, para que no piensen
que estoy loco?”
Eso se preguntaba. Yo en este momento no
me acuerdo lo que contestó, así que
paciencia. Buscaré en mis archivos y en el
próximo capítulo se lo cuento.
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LOS ZAPATOS DE
NINGUNA PARTE
Capítulo 7
Ya me acordé de sigue la historia:
Pues cuando sonó el toc toc! Y la voz de su
hermana Teresita resonó llamándolo,
Tiburcio contestó poniendo voz de sueño:
“Hooola ahora voy, en cuanto me bañe”. Y
de verdad le hacía falta quitarse el sudor y el
polvo acumulado en sus correrías asiáticas. Se
duchó, se peinó, se echó un poco de colonia
para no oler a tigre, se vistió y se puso los za…
¡Ay no! Las babuchas bengalíes. Tenía que
estar visible.
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Salió a la sala, comedor, cocina donde hacía
la vida la familia.
Estaban viendo la televisión pero en cuanto
entró, Doña Tina echó la vista a sus pies. Ya
se los tenía controlados: “Qué zapatillas tan
curiosas ¿ dónde las has conseguido?”
Tiburcio ya tenía preparada la respuesta:
“Ayer estuve en una reunión en que se
trataban temas de la India y había una venta
de recuerdos típicos” (no mentía) – “Denme
algo de comer que tengo hambre”.
Mientras desayunaba, comía y cenaba, todo a
la vez - le cayeron preguntas de toda la
familia: “¿y de qué trataban en esa reunión
tan larga?
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- “¿Qué reunión? Ah sí, Nos han estado
presentando la selva, la situación de los
bosques y animales que está en peligro
de extinguirse, por la caza y la
destrucción porque”…
- Aquí le cortó el papá, don Toribio: Para
eso no hace falta hablar de la India. En
nuestro país nos están dejando sin
bosques por los madereros abusivos y
las minas de oro que han descubierto.
Vamos a tener que comer en vez de
papas y pollo, churrasco de oro.
- Don Toribio trabajaba en su
abarrotería. El hijo se daba cuenta de
que le iba aumentando la preocupación
por los temas sociales. Antes sólo se
preocupaba por el precio de los frijoles
y por los triunfos de su equipo de fútbol.
- Mientras hablaban, Teresita se había
sentado en el suelo y le iba quitando
poco a poco las babuchas a su hermano.
Cuando lo consiguió se las puso y
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empezó a caminar por la habitación
diciendo: “¡soy una cazadora india y voy
a cazar leones !”
- “Niña no sabes nada , en la india no hay leones, sólo tigres”
- “¿Y tú cómo lo sabes? ¿Acaso has visto algún tigre?”
- “¡Claro que lo he visto! (ya metí la pata- pensó)… lo, lo, lo vi en uuun libro que tengo de ciencias naturales.
- Teresita era la consentida de su hermano mayor.
- En los días de esta historia tenían una semana de vacaciones por ser las fiestas de San Epafrodito, patrono de aquella pequeña ciudad de… (sigo son decirles de que país).
- Teresita estaba en primaria. - Tiburcio, (esto tenía que habérselo
dicho antes) estudiaba periodismo en la facultad estatal.
- “Teresita –intervino Doña Tina– devuélvele las chancletas a tu hermano”
- “Déjaselas mamá. Tengo que salir y me pondré los zapatos, pero tú, Tere,
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cuídamelas. Son recuerdo de un viaje… ejem, de un viaje del avión que las trajo hasta aquí”
- Tiburcio siempre estaba a punto de descubrir sus aventuras.
- Volvió a su habitación se puso los zapatos feos que había comprado. Metió los “invis” en la bolsa india y se la colgó del hombro.
- “Al salir dijo: “No sé si vendré a cenar, a lo mejor vengo tarde”
- No les extrañó. Estaba acostumbrados a las extrañas aventuras de hijo mayor. Él no sabía si volvería tarde o pronto, pero por si acaso…
- Mientras se duchaba había recordado que tenía reunión con algunos compañeros de estudio. Con ellos
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habían fundado una asociación para acoger emigrantes. En esos días llegaban muchos a su país camino de otras naciones con más posibilidades de trabajo. Se llamaba la asociación “TODOS UNO”
- Llegas tarde- le dijeron los amigos al entrar
- Sí. Perdonen, es que me dormí porque ayer estuve en la In… ejem… en la cama un poco enfermo”.
- En la reunión estaban hablando de las dificultades de comunicación para ayudar a la gente. Aquellos días habían acogido a una familia, papá mamá y dos niñas refugiadas de Siria. Dos reporteros les habían encontrado, escondidos, amenazados de muerte. El papá era también periodista. Habían conseguido traerlos en avión hasta aquel país.
- - “El problema es, -comentaban en aquella reunión- que no tenemos medios para conectar con la familia, recoger sus documentos, avisar a sus
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compañeros. Les ha cortado todas las comunicaciones”.
- A Tiburcio se le encendió una lucecita: - ¿Tienen ustedes alguna dirección donde
se pueda ir?. - “¿Ir hasta Siria? “, - “Yo conozco a alguien que podría pero
no les puedo decir quién”. - Los compañeros le dieron la dirección
de un lugar en la capital Damasco. Se guardó el papel en el bolsillo.
- Cuando la reunión terminó, nuestro amigo que iba tomando ánimo con las posibilidades transmisoras de su calzado, se dirigió a un parque con
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árboles y plantas altas. Buscó un lugar solitario. Hizo el cambio de zapatos. Metió los otros en la bolsa. Se sentó en el suelo y dijo como en un suspiro: “Pues, qué se le va a hacer; ¡vámonos para Damasco!”
- ……………………
- El lugar donde aterrizo sentado, era una calle con algunos edificios en pie y otros con señales de destrucción - En aquel momento estaba sembrado de escombros de las casas cercanas, con arboles tronchados y algunas humaredas por las calles que lo rodeaban.
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- Aquí dejamos a Torcuato sentado, que descanse un poco, mas que del viaje, de la sorpresa en el nuevo campo de aterrizaje y de servicio social.
- En el próximo capítulo les informaremos cómo se manejó el joven aprendiz de periodista en aquel trágico lugar.
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LOS ZAPATOS DE
NINGUNA PARTE
Capítulo 9
Vámonos para Jerusalén – había dicho
Tiburcio.
De Siria a Israel, como ven en el mapa, no
hay más que un paso, sobre todo con ese
maravilloso calzado que salta fronteras y
aduanas.
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En cuando dijo
en Damasco
esa frase, el
muchacho
apareció
sentado en el
suelo, a la
puerta de un templo. No era grande y en el
muro se veía una inscripción. Cuando se iba a
acercar para leer lo que ponía, vio venir
detrás de él un grupo de personas, turistas,
seguro, cargados casi todos con sus cámaras
de fotos, siguiendo a alguien que parecía el
guía de la expedición. Tiburcio se apartó
deprisa. Recordó que estaba calzado de
invisible y podían tropezar con él.
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Escuchó al guía comentar, entre los “clic,”
de las cámaras: “como les decía: este es el
santuario de Dominus flevit, que en latín
quiere decir: “el Señor lloró”. (Afortunada-
mente los visitantes y el guía hablaban su
mismo idioma y se enteraba bien de la
explicación) Miren hacia abajo y admiren la
vista de Jerusalén. Esa misma que Jesús
contempló y se le saltaron las lágrimas,
pensando en que no quedaría de aquella
ciudad piedra sobre piedra”.
Los turistas leyeron el letrero, luego volvieron
la vista hacia el otro lado y exclamaron: ¡Oh,
ah!. También Tiburcio miró y no dijo nada.
Se quedó con la boca abierta.
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Allí estaba la ciudad santa. El había visto
fotos de ella en un libro de viajes que tenía
en su casa. Ahora estaba allí delante de él en
carne y hueso, digo, en piedra y tierra.
Recordaba que delante estaba la muralla por
su parte oriental y detrás la cúpula de una
mezquita, cuyo nombre no recordaba, donde
antiguamente había estado el templo. Detrás
se veían grandes edificios modernos.
Mientras contemplaba todo aquello, Tiburcio,
sentado en una piedra de aquel mirador
empezó a recapacitar: “Bueno ¿por qué he
venido yo aquí?... Claro, fue porque estaba en
Damasco, en la oficinas de <la voz de Siria>,
cuando entraban soldados y el periodista me
dijo que nos fuéramos… ¡No me hubiera
hecho falta irme; con ponerme estos
zaparos!… Ya. Pero me entró miedo, y como
Israel está cerca de Siria fue lo primero que
se me ocurrió. Pues ya que estoy aquí, voy a
darme una vueltecita por la ciudad. Pero
¿cómo, visible o invisible? Invisible- decidió
- Nadie sabe lo que puedo encontrar por ahí
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abajo” - Se levantó y empezó a descender
por el camino del valle de Josafat.
Vio ese lugar todo lleno de antiguas tumbas.
Dicen que cuando los muertos resuciten allí
nos vamos a juntar todos. Pequeño le
pareció aquel sitio para tanta gente.
Así llegó a la mismísima Jerusalén, a la parte
más antigua.
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Empezó a recorrer las callejuelas. Pasaba
mucha gente con vestimentas diversas.
Algunos con traje y sombrero negro. Mujeres
con vestidos que le recordaban a las que
había visto en su corta visita por las calles de
Damasco. Recordó que en la prensa y la
televisión comentaban los enfrentamientos y
los problemas entre judíos y palestinos.
Dando vuelta por un lado y por otro volvió
junto a las murallas que había divisado desde
arriba y encontró a los mismos turistas o
peregrinos, como quieran llamarlos, que
encontró en el “Dominus flevit”.
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Siguió detrás de ellos hasta entrar en un
amplio recinto que ya conocía por su libro de
viajes. En él había leído lo mismo que en ese
momento escuchaba explicar al guía: “Pues
ya ven que entramos en el símbolo más
solemne del antiguo templo de Jerusalén: el
muro de las lamentaciones, donde vienen a
hacer oración muchos creyentes. Hasta el
papa vino aquí. Pueden darse cuenta de que
arriba, detrás del muro está las mezquitas de
alAqsa y de la Roca donde antes estaba el
templo que los romanos destruyeron.
Tiburcio miró hacia arriba y allí vio la cúpula
dorada. Pero en aquel momento se fue
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dando cuenta de que era tarde, de que no
había comido y ya iba siendo la hora de
cenar. Los peregrinos y judíos piadosos se
iban retirando y, poco a poco, aquella gran
explanada se iba quedando vacía.
Pues – pensó Tiburcio – a ver qué hago yo
ahora.
Eso digo yo. ¿A ver qué va a hacer ahora ese
muchacho?.
Si quieren saberlo espérense al próximo
capítulo de las aventuras de Tiburcio y sus
zapatos, esos que son de ninguna pare y de
todas las partes. Pero como es tarde, buenas
noches.
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LOS ZAPATOS DE
NINGUNA PARTE
Capítulo 10
Anochecía en Jerusalén. Tiburcio estaba allí
hambriento y cansado. Vio que los
peregrinos a quienes seguía salían también
del muro de las lamentaciones y los siguió.
El grupo fue caminando otra vez por la vieja
Jerusalén llena de tiendas de comida, de
66
regalos y recuerdos para los turistas. No pudo
evitar la tentación de echar mano a una
naranja y empezó a pelarla, mientras el
vendedor que en ese momento miraba hacia
ahí se quedaba boquiabierto al ver que una
de sus frutas desaparecía misteriosamente.
Mientras comía con apetito la naranja israelí
pensaba que, seguramente donde ellos iban
encontraría un lugar para cenar algo y
dormir… tal como estaba, invisible.
En una de las callejuelas los peregrinos se
dirigieron a una puerta donde, bajo un
símbolo de cruces se leía: CUSTODIA TERRAE
SANCTAE. Aquello le sonaba, (aunque no
conocía el idioma,)
como
“Custodia – tierra-
santa. Debía de
ser portugués, o
latín o cualquiera
sabe.
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A la puerta les recibió amablemente un
fraile. Entró con ellos y cerró, pero Tiburcio y
sus zapatos ya se habían colado también en
la casa.
Los peregrinos tenían allí sus habitaciones.
Llevarían alojados varios días. Imagínense al
muchacho invisible mezclado entre el grupo
de visitantes, procurando no tropezarse con
nadie. Por lo que escuchó en sus
conversaciones venían de varios lugares de
América Latina; eran mexicanos, colombia-
nos, peruanos… estudiantes de sociología
que habían ganado un concurso en una
universidad internacional de Estados Unidos.
El premio a todos los ganadores había sido
ese viaje a los “Santos Lugares”.
Recorriendo los pasillos encontró una sala
entreabierta con un letrero en su puerta:
“internet”. Entonces recordó que su familia
no sabía nada de él hacía dos días y, aunque
estaban acostumbrados a su espíritu
aventurero, supuso que se sentirían
inquietos. Aprovechó que no había nadie,
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que todos se habían ido a cenar y
aguantándose el hambre se sentó y escribió
en la computadora un mensaje: “No me
esperen, estoy unos días fuera. Ahora no les
puedo decir por dónde ando”. Tampoco se lo
pensaba decir más tarde. Después de enviar
el mensaje, bajó al comedor. Cuidando de
que nadie notase que desaparecían platos,
cubiertos y comida de la cocina, se sirvió y se
sentó en un rincón, donde no podría tropezar
con nadie. Cenó y buscó una habitación
vacía para dormir. No le costó trabajo
encontrar la cama ni quedarse como un
tronco.
Le despertaron los
ruidos de los
peregrinos que ya
se preparaban
para salir. Iban
montando en un
microbús. Tiburcio
les escuchó que se
dirigían a la franja
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de Gaza. Le entró un escalofrío por el cuerpo.
Había visto en la televisión que ese era el
terreno del pueblo Palestino, en el que les
habían arrinconado los israelíes, pero que
tampoco les acababan de dejar en paz.
“Pues vamos allá”- pensó. Sentado dentro
del bus no podría ir. ¿O sí podía? En la parte
de detrás estaban amontonados los
equipajes. Se puso como equipaje
privilegiado encima de las maletas. El busito
arrancó. El guía comenzó una explicación que
le interesó mucho de cómo el pueblo
palestino sufría en esa zona la agresividad
de los israelíes que no querían convivir con
70
los árabes. Era un problema muy antiguo que
se había agudizado cuando el pueblo Judío
que había sido diezmado por los nazis en
Alemania, consiguió de la ONU, al fin de la
guerra mundial, un territorio en aquella
tierra donde entonces estaban los árabes.
Pero fueron los israelíes ensanchando sus
fronteras… Poco a poco les iban empujando
hacia la orilla del mar Mediterráneo…Seguía
hablando el guía cuando llegaron a una alta y
fuerte muralla. Allí estaba encerrado el
pueblo palestino.
El guía de los estudiantes, se bajó en la
aduana y enseñó unos documentos. Ya les
habían explicado que con una petición de la
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embajada norteamericana tendrían paso
libre, donde los palestinos encontraban
grandes dificultades para entrar y salir. Entró
el bus ante la mirada triste e indignada de
los palestinos que hacía cola para poder
entrar o salir, controlados por soldados
israelíes.
Cuando entraron en Gaza a Tiburcio le
entraron deseos de tomar contacto con
aquella gente y sus problemas. Se bajó del
bus, en un rincón se cambió de calzado
recordando que en su bolsa, al cuello,
mientras él ya era visible, sus zapatos le
servían de traductor automático, para
entender y hablar cualquier idioma.
Empezó a caminar por una ciudad con signos
de destrozos, bombardeos… Encontró a una
familia sentada a la puerta de su casa medio
en ruinas y se acercó a platicar con ellos. Se
presentó como un joven estudiante
latinoamericano. Lo de latino tranquilizó a
aquellas personas y empezaron a hablarle de
sus problemas, algo de lo que ya había
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escuchado al guía de la expedición
estudiantil.
“Pues hablas muy bien nuestro idioma”- le
dijo la mamá de esa familia.
- “Si les cuento por qué hablo así su lengua no me lo creerían-contestó Tiburcio, sin saber qué otra explicación dar, y siguió haciéndoles preguntas sobre su vida y el conflicto de los dos pueblos.
Pero poco después se escuchó ruido de aviones.
Toda la familia, mayores y pequeños se levantaron de un salto.
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“¡Al refugio – gritó el padre de la familia. La mamá agarró en brazos a la pequeñita. Salieron todos corriendo diciendo a Tiburcio que les siguiera. Tiburcio hizo ademán de
seguirles pero se sentó en el suelo, se cambió de zapatos y en el mismo momento que cerca de aquel barrio caía una bomba, exclamó con voz temblorosa:
¡Deprisa , zapatos, vámonos volando a…….!
…. ¿Que a dónde dijo que se iba? Pues
fíjense que no me acuerdo… Tendré que
consultar mis archivos.
En el próximo capítulo se lo cuento.
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