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3ras Jornadas de Historia de la Patagonia
Bariloche, 6-8 de noviembre de 2008
Mesa E.3: Políticas indígenas en Patagonia: una historia de dos siglos.
Coordinadores: Diana Lenton, Walter Delrio y Claudia Salomón Tarquini
“¿Ficciones de lo real o realidades de la ficción?
Las representaciones literarias de Saer y Aira acerca del Siglo XIX, el desierto y
el indígena.”
Mariano Nagy1
“Una época no preexiste a los enunciados
que la expresan ni a las visibilidades
que la completan”
Gilles Deleuze
Introducción
La intención del trabajo es analizar a partir de algunas de las obras de Juan José Saer
(1937-2005) y César Aira (1949), el espacio social denominado Pampa y Patagonia durante el
siglo XIX, haciendo especial hincapié en el actor social originario del lugar, el indígena, y en
sus relaciones con el estado nación en conformación, a través de sus agentes.
Ambos autores gozan de gran prestigio, han recibido distintos premios, sus libros han
sido traducidos a distintos idiomas y han dedicado gran parte de ellos a abordar esta temática,
sin embargo, poseen dos estilos bien diferenciados que se manifiestan en prosas tan opuestas
como inconfundibles.
El motivo de selección de estos escritores obedece a que tanto Saer como Aira
parecieran abordar el desierto y el indígena en el contexto del siglo XIX, desde la
ficcionalización de los relatos considerados como reales. Es decir, los escritos, las crónicas y
los ensayos de funcionarios estatales, intelectuales y viajeros realizados por hombres como
Sarmiento y Mansilla por ejemplo. Gran parte de la información y del imaginario sobre
aquella etapa está basada en las visiones y las opiniones de quienes tenían como función (y
deseo) acabar con ese mundo.
Así, a partir de estas obras contemporáneas a los hechos, ciertas nociones acerca de las
prácticas indígenas, de la relación con sus pares y con los blancos y sobre el avance estatal, se
han cristalizado y canonizado hasta tornarse asépticas e incuestionables, como un manto de
verdad que convierte al relato en historia, y a los protagonistas de esa historia en próceres.
Los escritores elegidos toman esos relatos en varios de sus libros y los resignifican
para crear un mundo ficticio, con personajes reales e inventados, y tal vez sin esa intención,
proponen un siglo XIX, un indígena, una frontera, un desierto y un entramado de relaciones,
con mayor complejidad y realismo del que brindaron las crónicas.
1 FFyL-UBA, e-mail: marianonagy@yahoo.com.ar
2
Las obras:
Juan José Saer
Los libros que se analizarán de Juan José Saer poseen una mayor amplitud temporal en
relación a los de César Aira, ya que el santafesino sitúa El entenado2 a principios del siglo
XVI, cuando un joven se alista como grumete para ir a Las Molucas y termina tomado
prisionero durante diez años por los indios Colastiné, en América. Según el propio Saer, el
personaje se llamaba Francisco del Puerto, grumete de la expedición de Juan Díaz de Solís, y
lo había encontrado en el viejo libro de historia argentina escrito por Juan José Busaniche,
quien le dedica 14 líneas a ese personaje3. A partir de allí inventó todo.
Luego se traslada al siglo XIX, precisamente a 1804, con Las Nubes4, historia en la
cual un médico viaja a Santa Fe a orillas del Río Paraná, a buscar a unos enfermos mentales
para trasladarlos a una clínica poco ortodoxa comandada por un siquiatra extranjero, el doctor
Weiss, a quien admira y para quien trabaja. Gran parte del relato transcurre durante ese viaje a
Buenos Aires, entre la hostilidad del desierto y la amenaza latente de un ataque de los
aparentemente crueles y salvajes indios del cacique Josesito. Sin embargo, la historia
comienza en el presente, cuando un personaje de una novela anterior de Saer (La pesquisa), le
envía un manuscrito, sin título, que había encontrado por casualidad, y al que llama “Las
Nubes” y justamente narra la historia transcurrida a principios de siglo XIX y que se
transcribe en el resto del libro.
El tercero de los libros que se abordará de Saer es La Ocasión5, publicación que le
valió el Premio Nadal en 1987, único argentino en recibir dicho galardón. Transcurrida en
1870 y protagonizada por Bianco, un ilusionista que se desempeñaba en Europa en la década
de 1850, quien al ser ridiculizado por un payaso de una supuesta “camarilla positivista”, llega
a la Argentina, se instala en la llanura, donde amasa una fortuna trayendo inmigrantes
italianos a partir de un contrato celebrado con el estado y gracias a una notable lucidez para
los negocios. Sin embargo esa lucidez se pierde en el plano familiar con desconfianzas,
elucubraciones sumamente intrincadas, en una novela donde la racionalidad europea que
conquista el desierto termina recurriendo a las visiones del tape Waldo, un niño con
propiedades mentales claramente irracionales.
A estas tres novelas de Saer, se le agrega el ensayo El río sin orillas6, en el cual el
autor reflexiona acerca de la identidad argentina y el ser nacional, revisando el devenir
histórico y sus relatos a partir de varios tópicos: desierto, indígena, inmigración. Al mismo
tiempo propone una caracterización y periodización de la historia Argentina en la que no
faltan repeticiones ni sinsentidos, sean éstos en 1536, 1870 o 1991, todas etapas sobre las que
incursiona en forma comparativa.
2 Saer, Juan José 1983 (2005). El entenado. Editorial Seix Barral. Buenos Aires.
3 Entrevista del diario Clarín a Juan José Saer. Memoria del río. Domingo 27/02/2008. Disponible en
http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2000/02/27/e-00501d.htm 4 Saer, Juan José 1997 (2006). Las Nubes. Editorial Seix Barral. Buenos Aires.
5 Saer, Juan José 1987 (2003). La Ocasión. Editorial Seix Barral. Buenos Aires.
6 Saer, Juan José 1991 (2006). El río sin orillas. Editorial Seix Barral. Buenos Aires.
3
César Aira
El espacio temporal al que se aboca César Aira es más acotado, ya que todas las
novelas que se analizarán en este trabajo, transcurren a mediados del siglo XIX, salvo los
casos en los cuales no se mencionan fechas exactas pero de todos modos, las mismas pueden
inferirse. Incluso podría afirmarse que todas abarcan desde las gobernaciones de Rosas (1829-
1852) y concluyen antes de la primera presidencia de Roca (1880-1886).
Esto no es casual, ya que Aira se centra en el mundo de relaciones de los espacios
sociales fronterizos, cuando el estado bonaerense y luego nacional, comienzan a avanzar
sobre territorio indígena, pero aún sin la posibilidad de establecer su hegemonía7, y se ve
obligado a establecer tratados, pactos y diversas estrategias para el sometimiento de los
pueblos originarios.
Es allí donde conviven comunidades nativas con desertores, viajeros, oficiales y
comerciantes, en el marco de un estado en formación, con una autoridad aún incapaz de
afirmar su pretendida soberanía, y ese es el espacio donde Aira plantea su obra, en un desierto
plagado de vida, de negocios, de personajes que van hacia el desierto porque todo está por
hacerse o para huir por todo lo que hicieron.
Ema La cautiva8, una de sus primeras y más reconocidas novelas, justamente se abre
con una tropa que transita muy lentamente por la pampa en la década de 1870. Como el título
lo expresa, se trata de la historia de Ema y sus constantes cambios de vida y de manos, en un
incesante ir y venir entre oficiales y blancos, quienes conviven, centralmente, en el fuerte de
Coronel Pringles, ciudad oriunda del escritor y epicentro de la historia.
Unos años más tarde escribiría Las ovejas y El vestido rosa9. La primera es una
novela, de las más fantasiosas de las que aquí se estudian, ya que está protagonizada por un
rebaño de ovejas gigantes, inmersas en una extensa sequía en la pampa, de la cual han
escapado todos los seres humanos. Los animales, todas hembras, logran sobrevivir gracias a
una notable adaptación y organización, a partir de la cual adoptan costumbres humanas,
modifican sus hábitos y realizan extensas disertaciones con un considerable nivel de
abstracción.
Ese hábitat desierto y seco de Las Ovejas, es opuesto al mundo colmado e intenso que
propone El vestido rosa, cuyo argumento cuenta cómo dicha prenda va pasando de manos y
es la culpable, entre otras cosas, de los grandes malones de 1875, cuando un cacique la
considera un objeto mágico que podía cambiar la historia. Es un relato de personajes
subordinados que sólo al final se torna circular, ya que los mismos ingresan en la trama
cuando se relacionan con el vestido y luego se pierden para siempre. No existe un
seguimiento de un personaje a lo largo de todo el cuento, salvo en el desenlace cuando
7 Esto está muy claro en la consideración de los pueblos indígenas por parte del Estado argentino, ya que una vez
seguro de poder establecer el sometimiento, en 1877 el ministro de Guerra, Adolfo Alsina firmó el fin de los
tratados de paz con las comunidades nativas. Ver Briones, Claudia. y Carrasco, Morita 2000. Pacta sunt servanda Doc. Nº 29 IWGIA; Buenos Aires. 8 Aira, César 1981 (2005). Ema La cautiva. Ed El otro mismo, Venezuela.
9 Aira, César 1984. El vestido rosa. Las Ovejas. Ada Korn Editora. Buenos Aires.
4
aparece Asís, un expósito de poco menos de 30 años, que a esa altura, ya es un prestigioso
juez de avanzada edad.
La liebre10
plantea, en cambio, el seguimiento de tres personajes en tiempos de Rosas:
Clarke, un naturalista supuestamente inglés, Carlos Alzaga Prior, un joven acuarelista y el
baqueano Gauna. Estos dos últimos acompañan a Clarke en busca de la liebre legibreriana, en
una historia cargada de personajes reales y en la cual la relación entre todos ellos es tan
cercana como desconocida. A diferencia de El vestido rosa, en La liebre, todos los
protagonistas tienen una relación entre sí, lo cual recién se devela en el final.
Así como en La liebre y otras novelas Aira recurre a personajes reales como Coliqueo,
Cafulcurá, o Rosas, en Un episodio en la vida del pintor viajero11
directamente se ocupa de
Johan Moritz Rugendas, el pintor y dibujante alemán, quien estuviera dos ocasiones en la
región, y en la cual, en una de ellas, se dedicó a retratar a los malones. Ese episodio es el que
Aira ficcionaliza, al centrarse en el viaje y la obsesión de Rugendas por dar con los indígenas
y acercarse a ellos para dibujarlos con el mayor realismo posible.
El mito de la protohistoria del estado nación:
“Cuando sopla el viento trae fuerzas que se meten en mi alma y estallan en mi garganta,
una extraña mezcla de memorias en pedazos de esta historia, trae el viento en su carcaza
ay, somos partes del viento en el sur, frío azul…”
“Al sur del viento”. Rubén Patagonia.
Si siguiéramos las interpretaciones de la historia tradicional, desde Bartolomé Mitre en
adelante, referirse a las costas del hoy denominado Río de la Plata, sería como enfocarse en la
protohistoria del estado nación argentino, ya que se privilegia una noción esencialista de la
nación, a partir de la cual, todo lo sucedido dentro de ese espacio social construido y señalado
como propio, formaría parte de nuestro devenir.
De este modo se dejan de lado los procesos sociales, políticos e históricos que se dan
en la conformación de un estado nacional, no sólo en la construcción de las fronteras, sino
también en la de las identidades, las propias y las ajenas, cuando se define quiénes formarán
parte del mismo y quiénes no, más allá de que se encuentren al interior del territorio.
Si se acordara con este relato, ubicaríamos a El entenado como la protohistoria de las
relaciones entre indígenas y estado nación12
. Apenas comenzado el siglo XVI, el encuentro
entre blancos e indios es violento, sin embargo enseguida, el cautivo empieza a ser tratado con
deferencia y cortesía, como puede leerse cuando es tomado prisionero y en el viaje hacia la
aldea es levantado de los codos para que no se canse corriendo.
Una vez allí, pasa diez años junto a ellos pero no llega a comprender ese mundo
complejo, repleto de significados, rituales y códigos, que incluso no parecen desaparecer en
los momentos de mayor éxtasis y perdición de los indígenas. Hay orgías y banquetes donde la
10
Aira, César 1991 (2004). La liebre. Emecé editores, Buenos Aires. 11
Aira César 2000. Un episodio en la vida del pintor viajero. Beatriz Viterbo Editora, Rosario. 12
Si bien esta clasificación lineal y arbitraria fue criticada en los párrafos anteriores, no se la debe soslayar si se
tiene en cuenta que diversos autores, de orientaciones opuestas, han considerado a la conquista del desierto como
el cierre de la conquista de América comenzada por los españoles. Ver Viñas, David 1982 (2003). Indios, ejército y frontera. Santiago Arcos Editor, Buenos Aires, o Walther, Juan Carlos 1970. “La conquista del
desierto”: Síntesis histórica de los principales sucesos ocurridos y operaciones militares realizadas en La
Pampa y Patagonia, contra los indios (años 1527-1885). Eudeba, colección: Lucha de fronteras contra el indio.
5
comida son los propios prisioneros, sus antiguos compañeros, pero a él lo resguardan, no lo
participan y lo invitan a comer pescado a la parrilla.
Saer de entrada propone una aldea que se desenvuelve a través de una aceitada
división social del trabajo, donde cada uno cumple su rol a la perfección, en el marco de una
organización que el cautivo no llega a comprender, no porque la considere salvaje sino por su
complejidad. Sus pobladores poseían un intrincado sistema lingüístico, que el entenado
apenas llega a manejar, con términos que tenían dos significados opuestos, manifestaban una
concepción dual y cíclica de su historia, y desde esa cosmovisión a un proceso o
acontecimiento positivo le seguía uno negativo y viceversa, y se preparaban para ello.
El protagonista observa y relata pero no llega a entender a los Colastiné, pero aprecia
más ese universo que su Europa cuando lo invitan a marcharse, siempre respetando los
mismos ritos que a su llegada. Se topa allí con el occidente lanzado a la conquista, con
interpretaciones eclesiásticas que vinculan el color oscuro de la piel con pueblos que están
más cercanos a un paraíso primitivo, y más tarde interviene en debates donde se cuestiona la
condición humana de los indígenas.
Conoce la soberbia del conquistador, quien se ofusca porque los nativos no salen a su
encuentro y se someten, como deberían hacerlo de acuerdo a la superioridad del cristiano.
Más tarde se reinterpreta a sí mismo en una versión teatral de su estadía en América, en una
obra que tergiversa los hechos pero que se convierte en un suceso y genera pingües ganancias.
A través de alegorías, Saer propone que Europa descubre a América a través de mitos
que se cristalizan en relatos históricos. El autor caracteriza a esa sociedad occidental como
ambiciosa y ciega, al punto de no distinguir su heterogeneidad, ya que todo es igual, no hay
matices, los indios son una estirpe inferior e incluso está en duda su condición humana y por
ello, son dignos de ser “descubiertos” por la cristiandad. Sin construir un alegato contundente,
a través de un personaje real, plantea un panorama en donde una América sumamente diversa,
con una multiplicidad de pueblos y culturas que sólo son percibidas por los americanos, es
contrastada por una Europa decadente, reaccionaria e imposibilitada de ver más allá de la
obtención de ganancias rápidas.
El estado en construcción
“…Cuando sientas en tu piel la brisa, date cuenta que montada en ella va nuestra esperanza,
de sueños postergados de muchos, que nos despojaron verdes pretensiones de unos pocos,
ay, somos partes del viento en el sur, frío y luz…”
“Al sur del viento”. Rubén Patagonia.
Es necesario aclarar que la caracterización de la sociedad occidental como
supuestamente racional y civilizadora, pero miope para discernir y entender al otro no es
exclusiva de El entenado, sino que es una constante en las obras de Saer. La antinomia razón-
locura o pensamiento racional-místico/espiritual suele aparecer no sólo en personajes
contrapuestos, sino también en el mismo sujeto, como es el caso de Bianco, en La Ocasión,
exitoso en los negocios y absolutamente irracional en sus relaciones personales.
En tal sentido, Bianco encarna a esa persona (podría ser un inmigrante europeo aunque
su origen es difuso) que con decisiones apropiadas y sentido de la oportunidad, llega a la
llanura, a un espacio vacío, al desierto para dominarlo y lo logra en un breve lapso. No existe
obstáculo natural que se lo impida, ya que su racionalidad lo hace saltar de en éxito en éxito,
pese a empezar casi desde la nada. Sin embargo esto ocurre al modificar su vida en forma
radical, ya que antes vivía en el viejo continente, dedicándose a la telepatía, hasta que, según
él, una “camarilla positivista” lo deja en ridículo ante el público.
6
No por casualidad, Saer presenta a un Bianco que pasa de la mística a lo racional,
pero que una vez dominador de la llanura gracias a esta última característica, nunca más logra
retomar sus dones telepáticos. Por otra parte, a medida que avanza el texto, su bipolaridad se
profundiza, lo cual se manifiesta en un notable desarrollo en los negocios que se ejemplifica
en cómo logra tener de socios y clientes a gauchos indómitos que atraviesan la pampa, a la par
de conductas al borde de la locura.
El tercero de los personajes en cuestión, el médico Antonio Garay López,
representante del conocimiento occidental, no está exento de morir de fiebre amarilla, es decir
que el más preparado muere por una epidemia de la cual, gracias a su preparación, debió saber
protegerse.
Su hermano Juan lidera una banda de gauchos errantes que azotan a los poblados, sin
ley y sin rumbo fijo aparente, simboliza ese espacio fronterizo a mediados del siglo XIX,
donde los agentes estatales pueden disponer de prebendas y dedicarse a negocios turbios, sin
temor a la represalia gubernamental. Ellos mismos representan al estado pero a su modo, a su
tiempo y apropiándose de sus recursos. En ese espacio semi autárquico que es todavía la
frontera, aún hay lugar para los Juan Garay López, especie de forajido que entra y sale de la
legalidad, diestro con el caballo, temido por sus seguidores, incendiario, pero que sobre el
final de la novela, cae seducido ante la propuesta de negocios de Bianco, en una clara
metáfora del avance del estado y el capital, y así, los gauchos, errantes a caballo, se
convertirán en vendedores de ladrillos para los inmigrantes que arriban a estas tierras. Se trata
de ese momento histórico de transición entre una realidad y otra, ejemplificada en la llegada
del alambrado, del avance de la propiedad privada sobre el desierto.
Bianco ve la ocasión, el negocio, el futuro gracias a su frialdad y raciocinio, y no le
teme a Juan Garay López. Lo recibe sin problemas y como personificación del capitalista, le
plantea el negocio que había tramado con su hermano fallecido, el doctor Antonio Garay
López. El autor plantea que Bianco lo hipnotiza y lo convence para fabricar ladrillos y que en
lugar de quemar campos sembrados para el ganado, ahora funcionará de intermediario entre
los campesinos y los exportadores. Lo maneja a la perfección y en forma literal logra uno de
los objetivos del estado con los gauchos: Bajarlo del caballo.
Es la inserción de este actor social al mercado de trabajo, a un mundo nuevo donde el
gaucho no tiene lugar y solo resurgirá como mito en el siglo XX a partir de la resignificación
que realizará la poesía gauchesca, sobre todo gracias a la pluma de Leopoldo Lugones. Así, el
enemigo del siglo XIX, es desensillado y se convertirá en un símbolo de la “argentinidad”,
del “criollismo” frente a los resultados no esperados del aluvión inmigratorio.
En La Ocasión, más allá de los distintos destinos de los hermanos Garay López, Saer
plantea los orígenes económicos de esta familia, en sintonía con la conformación de la clase
dominante en la Argentina, incluso con el estereotipo del doble apellido:
“…Los registros de propiedad, en la llanura, son imprecisos, y los ganaderos disponen de la tierra como
si toda la provincia les perteneciera. Desde hace un siglo, cuando empezaron a explotar el ganado
salvaje y a domesticarlo, las cosas pasan de esa manera. Y cuando logran hacer recular de unas leguas a
los indios, se reparten entre tres o cuatro familias las tierras conquistadas. De esas familias salen los
gobernadores, los jueces, los obispos, los militares. Sus miembros se casan entre ellos y se multiplican
del mismo modo que sus ganados…Multiplicarse ellos y el ganado, ensanchar sus tierras: es todo lo que
les interesa…”13
Este proceso de consolidación de la élite en la Argentina, que desde la historia
desarrollara Halperín Donghi14
, Saer lo resume en una sola familia, los Garay López, en un
13
Saer, Juan José. La Ocasión.Op. Cit. Pp. 64/65. 14
Halperín Donghi, Tulio 1972. Revolución y Guerra. Formación de una élite dirigente en la argentina
criolla. Siglo veintinuno Editores, Bs As.
7
procedimiento a través del cual en lo mínimo se puede ver el todo. En ella conviven
integrantes dedicados a múltiples actividades con gauchos reacios al avance inexorable del
estado y el capital. Clases sociales contrapuestas en la Argentina del siglo XIX, y donde una
disciplinará a la otra, se manifiestan en La Ocasión a través del devenir de una familia.
Un desierto sin nación
“…pero el viento sabe que de vientos va naciendo esta esperanza hecha piel en el desierto,
y que cruzando al sur del colorado, tan amado y tan golpeado,
entrás al reino del viento
ay, somos parte del viento en el sur, frío azul
y que cruzando al sur del Colorado, tan amado y tan golpeado
tantos sueños postergados, va naciendo esta esperanza”
“Al sur del viento”. Rubén Patagonia.
Varias décadas antes de que el proceso descripto en La Ocasión se desatara,
precisamente en 1804, en Las Nubes una caravana con cuerdos y locos atravesaba un desierto
al que aún era impensado dominar desde un estado.
Ese desierto es definido por Saer como siempre idéntico a sí mismo, con un cielo azul
como una cúpula bajo el cual todos los seres parecen realizar la menor cantidad de
movimientos posibles y sólo intercambian monosílabos para no fatigarse ante un calor
soporífero. La sensación de silencio, de inmovilidad, llena el espacio, donde la característica
más singular es el adormecimiento. La escasa vegetación que renace en el albor de la
primavera sucumbe calcinada a los dos días por las temperaturas extremas. El suelo agrietado,
los campos resecos, la tierra amarilla y el sol apabullante aún en etapa invernal borra los
límites, derriba las restricciones morales y los cuidados, las diferencias entre locos y cuerdos
desaparecen en el marco de un andar cansino y aletargado. Ya a nadie le importa desnudarse y
correr al agua a refrescarse ante la presencia de algún río, debido a que el medio había
redefinido las normas de la caravana, creando un universo exclusivo cada vez más diferente a
medida que la travesía se extendía.
Durante ese periplo, se toparán con la leyenda del cacique Josesito y luego con el indio
en carne y hueso. Definido como hosco, pendenciero y culpable de todas las muertes y
masacres de la región, su figura se va construyendo como un salvaje al que, de todos modos,
le encanta la música, y por ello cabalga el desierto cargando un violín en su espalda. Las
historias acerca de sus actos bárbaros resultan conocidas por todos los habitantes de la región
y no existe muerte o masacre que no le haya sido atribuida, lo cual acrecienta su supuesta
crueldad.
Tema seguro en los fogones, este indio señalado como mocoví dice ser conocido entre
los soldados, y siempre hay alguno dispuesto a narrar su historia de ex cristiano ferviente que
se habría escapado de una reducción al sur de Córdoba, como consecuencia de una querella
religiosa. Desde aquel entonces, siempre según los relatos, le habría declarado la guerra a los
cristianos. Sin embargo para Osuna, el baquiano de la caravana, Josesito sólo se movía por
interés y no reconocía más religión que los caballos, las mujeres blancas y el aguardiente. De
un modo u otro, el indígena respondía al estereotipo de la época y sus antecedentes como
criminal crecían aunque no hubiera ninguna prueba en su contra, como sucede más adelante
con la propia expedición del siquiatra y sus dementes:
“…Aunque lo veníamos temiendo desde antes de la partida, hubiésemos preferido que no sucediera:
unos viajeros se habían topado con la banda de Josesito, o de quien fuese, y nos tocó a nosotros la triste
8
circunstancia de encontrar sus restos…también los indios, todo lo que no habían podido llevar, se lo
habían dejado a un animal más feroz que todos los otros, el fuego”.15
La única evidencia eran los cuerpos y sus despojos, pero el primero de los sospechosos,
según el siquiatra, es Josesito o a lo sumo algún otro grupo de indios maloneros que
anduvieran por el lugar, y además ve al propio indio Sirirí, integrante del convoy,
arrepentirse y ofuscarse por la barbarie de los suyos. De este modo, todo lo trágico sucedido
en la zona pareciera ser responsabilidad de Josesito, como lo reconoce uno de los puesteros
con que se cruza el grupo y que decía conocer al indio desde hacía 30 años:
“…Era inteligente, y con la gente que apreciaba, pacífico. Como se había puesto de un modo voluntario
al margen de la sociedad, y como su mal carácter era legendario, la gente le atribuía todas las crueldades
que cometían los indios alzados, los desertores y los matreros”.16
Lo curioso es que a ninguno de los que habían escuchado al puestero les convenció el
relato, e incluso el propio Osuna le comenta al siquiatra que el relato muy favorable que había
pintado de Josesito, se debía seguramente a que comerciaba con él.
En definitiva hay una imagen trazada del indio, que no puede ser otra que la de un
salvaje, cruel y bárbaro, en guerra con los cristianos, borracho y pendenciero que infunde
temor en la llanura y por ello, lo mejor es no cruzarse en su camino. Una representación
proveniente de charlas de fogón por parte de supuestos actores que se encontraron con los
indios, que sin embargo, es muy efectiva y aceptada por quienes las escuchan.
Todo este panorama parece convertirse en leyenda cuando la caravana se da cuenta de
que uno de sus locos se había fugado para ir al encuentro de Josesito y proponerle la paz y la
conformación de una “Confederación indígena”. Con la segura expectativa de que si lograra
dar con el nativo, no le aguardaría más que la muerte, el siquiatra y un grupo parte en su
búsqueda y lo localizan impartiendo órdenes a los indios, y al propio Cacique, muy tranquilos
escuchándolo. Grande es la sorpresa cuando el siquiatra se acerca al grupo y el cacique se
ofrece a escoltarlo de regreso hasta el convoy, dando a entender que estaba al tanto de todos
sus movimientos.
En esta breve reunión, la leyenda de Josesito se hace añicos, y nace un indio muy
diferente a los relatos oídos en los fogones y es el propio siquiatra quien reflexiona acerca de
esto cuando soldados y nativos se encuentran separados por unos metros:
“…preparados para aniquilarse y habiéndose forjado mutuamente una imagen mítica del otro, ahora que
estaban frente a frente, descubrían que los que estaban a unos pocos metros de distancia, bien reales, eran
diferentes de la fábula que habían forjado sobre ellos”.17
Sin tratarse del tema central de la novela, Saer trabaja a lo largo de la misma acerca de
las ideas y mitos que se construyen acerca del otro, y como esos relatos contribuyen a forjar a
un actor social, que si bien en el contexto de Las nubes, aún no puede ser sometido y
disciplinado, brinda un panorama de ese proceso de creación de un indio bárbaro y salvaje, y
cómo ese estereotipo se cristaliza, sorprendiendo a los protagonistas, quienes al dar con ellos,
descubren que dichas concepciones estaban más cerca de la fábula que de la realidad. Esa
categorización será la que luego justificará sometimiento, al no ofrecer más que una
resistencia y un modo de vida que forma parte del pasado. Se está en presencia de lo que
15
Saer, Juan José Las Nubes. Op. cit. Pp. 171. 16
Idem. Pp 63 17
Idem. Pp. 183
9
Daniel Feierstein18
denomina “la construcción de la otredad negativa”, es decir la marcación
del sujeto como distinto a un supuesto colectivo que todos integraríamos, en este caso la
nación argentina y que por ello, el indio, señalado como amenaza social a esa entidad, como
“otro negativo”, merece ser eliminado y se justifica el accionar genocida estatal.
Identidad nacional
“En la ribera el chaperío revienta, crecen
más de la cuenta, el indio no desapareció”.
“En la Ribera” - Bersuit Vergarabat.
La construcción de la identidad nacional argentina, como tantas otras, ha resultado
exitosa para quienes llevaron adelante la organización del estado, y esto puede comprobarse a
partir de su naturalización en nuestro país, lo cual no es extraño ya que justamente no son las
ideas más complejas las que suelen penetrar y solidificarse en el imaginario colectivo. Por
ello, si se tiene en cuenta que la identidad es una construcción social, una operación en la que
se designa quienes pertenecen a esa entidad y quienes son los externos a ella, puede advertirse
que en la Argentina dicho proceso ha resultado tan arbitrario como victorioso.
En El río sin orillas Saer se detiene en la temática de la identidad argentina y plantea que
durante décadas nuestro país se ha interrogado sobre su identidad y justamente lo que la
define es su incertidumbre y que no acuerda con una identidad afirmativa, ya que existe una
imposibilidad de identificarse con una tradición única. Por lo tanto fustiga a las clases
dominantes por querer ser algo a toda costa, por pertenecer a una patria, a una clase o a una
tradición:
“En el Río de la Plata esa búsqueda fue una más de las tantas quimeras…sin saber que representaban la
triste primicia de un mundo en transformación, se imponían como modelo un pasado del que ellos ya eran
la negación”.19
Ese proceso marcatorio identitario que triunfa bien avanzado el siglo XIX, y que no es
exclusivo de la Argentina, tiene como principales protagonistas y olvidados, a los
inmigrantes provenientes de Europa, en la primera categoría, y a los indios y a los negros, en
la segunda. Al respecto es interesante reflexionar acerca de la cita de Tácito y la “pax
romana” que Saer introduce:
“Por donde pasan, los romanos dejan un desierto y lo llaman paz”.20
En el caso de nuestro país, la paz no llega al dejar o hacer un desierto, sino al ir contra
él. Se arriba a la paz gracias a la guerra contra los pueblos originarios, y es sólo para la
sociedad blanca. Paz para el capital, para unos pocos y un genocidio para quienes no formarán
esa identidad nacional. Ese desierto que se conquista, y sobre el cual nunca se cuestionó su
vacío, ya que pese a que se reconocía que había poblaciones, se las consideraba bárbaras, sin
18
Feierstein, Daniel 2007. El genocidio como práctica social. Entre el nazismo y la experiencia argentina. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires. 19
Saer, Juan José El río sin orillas. Op. Cit. Pp. 206. 20
Idem. Pp. 189
10
cultura y pasibles de ser avasalladas21
, no queda como en el caso de los romanos sobre
Cártago, sino a la inversa, el desierto ya existía y se debía conquistarlo.
Pero además, en función de las identidades, los vencidos van a ser expulsados de ese
crisol de razas en conformación, cuyo espacio estará reservado exclusivamente para los que
arriban del otro lado del Océano Atlántico. Pero como remarca Saer, esa negación no es tan
sencilla, ya que más allá de su triunfo en el campo de las ideas, no hace falta más que mirar
los rostros de los argentinos para notar su vigencia:
“Los indios y sus descendientes se confunden, a causa del mestizaje, con el pobrerío amontonado de las
villas miseria que rodean las ciudades del litoral: en casi todos esos pobres, los rasgos originales
aparecen inconfundibles, un poco borroneados por décadas de humillación y de miseria”.22
Con claridad, pese a que en otro apartado mencione la desaparición del indígena, aunque
más como actor social y político que como sujeto, el autor santafesino, critica ese proceso
“triunfante” y vertiginoso que encaró la élite argentina, y las concepciones que de allí
surgieron. Un país sudamericano con perfil europeo, en donde se repiten algunas constantes
de la región:
“un puñado de dirigentes que se reivindican toda una serie de privilegios, una mayoría de pobres
diablos de diversas nacionalidades a los que la miseria empujó a América con la intención de
enriquecerse, y una vasta masa anónima, los indios, relegada a las tinieblas exteriores”.23
Para Saer, esto no es exclusivo del siglo XIX, sino como se mencionó, una constante
que también se aprecia en 1991, en pleno auge menemista. Una muestra, pequeña pero
irrefutable de sus ideas, lo encuentra en la orilla del Paraná, paradójicamente al final de El río
sin orillas, cuando una familia de condición humilde, compuesta por madre y varios hijos, se
mete en el agua y él percibe que sus rasgos y el color de su piel denotan “la persistencia,
enterrada pero activa en sus programas genéticos, de los indios desaparecidos”.
Triste y recurrente concepto y política del estado argentino la de los desaparecidos, ya
que si bien las diferencias entre la última dictadura militar y la conquista del desierto son
evidentes, en ambos procesos, de formas distintas, se procuró la eliminación física y luego el
borramiento de todo lo que esos grupos significaban. Como sostiene David Viñas:
“Si en otros países de América Latina la voz de los indios vencidos ha sido puesta en evidencia, ¿por qué
no en la Argentina?… O quizá los indios ¿fueron los desaparecidos de 1879?”.24
Sin duda alguna, fue ese el objetivo, sin embargo el devenir histórico de los pueblos
indígenas ha logrado sobrevivir aunque aún su invisibilización en el escenario nacional siga
presente. El aporte de Saer, desde la ficción y desde sus ensayos, es presentar una mirada
sobre los pueblos indígenas más abarcativa, atenta a sus heterogeneidades, a comunidades con
matices y costumbres muy ricas, pero siempre desdeñadas e ignoradas por las grandes plumas
21
Al respecto Beatriz Sarlo toma a Bernardo Canal Feijóo: “territorio como desierto, pueden leerse varios
significados: se califica de desierta una extensión física que es sólo naturaleza, pero también es desierto un
espacio ocupado por hombres cuya cultura no es reconocida como cultura, en el caso los indios. Esta segunda
acepción de desierto–dice Sarlo- tiene, en su base, una amplia y victoriosa operación ideológica cuya coronación
es precisamente la llamada ‘conquista del desierto’ llevada a cabo por el general Roca en 1879, que supuso la
definitiva incorporación de la Patagonia como parte del Estado-nación y el desconocimiento del derecho de sus
ocupantes indios a los territorios en los que habían vivido hasta entonces”. Sarlo, Beatriz 2007. Escritos sobre
Literatura Argentina. Siglo Veintiuno editores, Buenos Aires. Pp. 25 22
Saer, Juan José 1991 (2006). El río sin orillas. Op. cit. Pp. 95. 23
Idem. Pp. 67 24
Viñas, David 1982 (2003). Indios, ejército y frontera. Santiago Arcos Editor, Buenos Aires, Pp 18.
11
de los cronistas de la época. Al mismo tiempo, también brinda una crítica lúcida y reflexiva
acerca de las prácticas que utilizaron el estado y sus agentes para instalar un modelo
excluyente que aún pervive.
Aira: El vertiginoso arte de escribir
Al igual que Saer, Aira también ha resignificado la temática indígena, pero existe una
notable diferencia entre ambos: El estilo. Mientras que el santafesino posee una prosa cargada
de subordinadas, reflexiva, muy corregida, como si toda su obra hubiera sido releída en
múltiples ocasiones antes de ser publicada, el oriundo de Coronel Pringles opta por una
redacción sin mirar hacia atrás, creador de un método que lo ha convertido en un escritor
prolífico (en la última década ha publicado un promedio de dos libros por año), mediante el
cual reconoce no corregirse y sostener que un buen escritor puede modificar su error o relato
en el párrafo siguiente. Si Saer es la observación, la reflexión, la redacción meticulosa, Aira es
siempre una fuga hacia delante, una máquina de escribir historias, procedimiento que no
obstante, no lo hace producir libros de menor nivel, más allá de la consideración de sus
detractores.
Si se explicara que un grupo se organiza para alimentarse y almacenar la comida, crea
jerarquías y convive, en el marco de un desierto a priori inhabitable, y que además modifica
sus costumbres, utiliza utensilios y herramientas de otras regiones y comienza a desarrollarse
cultural e intelectualmente a través de disertaciones y elaboración de doctrinas, podría
considerarse que se está en presencia de un estado en incipiente conformación.
Sin embargo esas referencias remiten a un grupo de ovejas hembras gigantes. Y no
hay ningún tipo de formación estatal, sino que los seres humanos han escapado a la ciudad
debido a una sequía que ha aniquilado a la mayor parte de los animales. La novela transcurre
en la llanura bonaerense, ya que la única mención es la ciudad de Azul, y tal vez sea una
alusión a la exploración del territorio encarada por distintos funcionarios a mediados del siglo
XIX. ¿Cuál es la relación? Un nombre. La oveja líder, la más capaz para la caza y la más
reflexiva e inteligente, se llama Moussy. Es evidente la alusión a Martín de Moussy médico,
geólogo y geógrafo francés, contratado por Justo José de Urquiza mientras era presidente de
la Confederación Argentina (1854-1860) para desarrollar un plan de exploraciones que le
terminaría llevando cinco años y concluiría con la publicación de la Descripcion physique,
geographique et statistique de la Confederation Argentine, que se editara en tres volúmenes
(aparecidos entre 1860 y 1864) y un Atlas (1869), que contenía treinta cartas físicas y
políticas de cada una de las provincias y territorios nacionales.25
.
Según el consenso acerca de los objetivos de Urquiza al contratar científicos extranjeros
(Además de de Moussy, convocó al historiador y geógrafo belga Alfredo du Graty y al
geólogo francés Augusto Bravard) estaba la mirada puesta en difundir una Argentina fiable
para las naciones europeas:
“El objetivo de Urquiza de lograr un acabado conocimiento de las riquezas geológicas de la Nación, de
su geografía y sus posibilidades productivas…la obra descriptiva que de Moussy debía realizar, además,
tenía que servir para mostrar a Europa la imagen de un país con grandes potenciales en cuanto a lo
25
Para profundizar en la obra, el contexto histórico-político y el legado de Martín de Moussy puede verse
Navarro Floria, Pedro 1999. Un país sin indios. La imagen de La Pampa y La Patagonia en la Geografía del
naciente Estado Argentino. Scripta Nova. Revista electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. Universidad de
Barcelona. N° 51
12
económico y la producción, y sin indios, de manera de atraer a la población europea que serviría de
basamento para la estructura social y productiva de la Argentina”.26
Ese campo liso y vacío, disponible para la exploración, para la creación de la doctrina
ovina y para instalar las imágenes de un paraíso ilusorio que nunca llega, un territorio del cual
brotan espejismos a cada paso, como profecía no cumplida, ¿Se tratará de una alegoría de lo
que podría haber sido la Argentina, según sus organizadores en el siglo XIX, y nunca llegó a
ser? Ese país fecundo por todos sus extremos que nunca termina de convertirse en eso que el
destino le había deparado.
Lo cierto es que ese desierto agonizante, extremo y deshabitado de Las ovejas se
contrapone al que Aira presenta en El vestido rosa. En este cuento y también en La liebre y en
Ema La Cautiva, el lugar aparece cargado, lleno de vida, de personajes que cruzan la llanura
en tiempos inverosímiles, como una gran paleta de colores donde interactúan blancos con
indios, y donde justamente, el autor intenta demostrar que el escenario natural de las obras
difícilmente pueda remitir a un desierto, cualquiera sea las interpretación que se realice del
término.
Incluso manifiesta esta idea de manera textual en boca de Manuel, el adolescente
miembro de la familia donde se inicia la historia. Es en esa casa donde Sara confecciona el
vestido rosa para la nieta de un compadre, y le encarga el recado a Asís, un expósito que vivía
con ellos. Manuel trama el robo de la prenda para su hermana Augusta e inicia un periplo que
lo tendría varios años vagando por la llanura, a veces con los blancos y en su mayor parte con
los indígenas. Es cuando regresa a la casa de su infancia, con el vestido rosa en su poder y
ante la inexistencia de su vivienda y de su familia, que reflexiona acerca de la contradicción
de la utilización del término desierto para definir el mundo que él acababa de recorrer:
“No obstante, descubrió que no podía hablarse de ‘desierto’: todo el mundo estaba habitado. Los
territorios eran grandes óvalos amojonados por nubes, y en cada uno de ellos una nación distinta hacía
caminos, alzaba herma momentáneos de fuego o acechaba venados”.27
Es necesario remarcar que la trama sigue el camino del vestido rosa y no el de un
personaje en particular. Es así que Asís es llevado con los indígenas después de que Manuel le
robara el vestido pero al contarle a un cacique la historia de la vestimenta, éste cree que es
mágica y que de poseerla concebiría una hija mujer que se convertiría en reina, el tiempo
correría al revés y se disiparía la melancolía de sus vidas. Por ello se vuelca al proyecto de
recuperar el vestido y lanza sus guerreros hacia la frontera.
Más allá del atrapante relato, cabe señalar que en El vestido rosa se asegura que a partir
de esta leyenda que el cacique había oído proveniente del otro lado del mar, surgió un amplio
mito: el mito del malón. Es decir que atribuye los mismos a una historia legendaria. Menciona
también al año de 1875 como fecha de comienzo de los grandes malones. Además, la
obsesión por la prenda habría obligado a concertar alianzas, pensar estrategias y originar un
gran imperio en los valles, con lo cual no sólo los malones, sino las entidades políticas
indígenas de la pampa bonaerense habrían sido producto de la leyenda. No menos importante
es que desde la parodia, Aira suscribe la idea de que los malones no eran producto del
salvajismo y de la barbarie de los nativos, sino de una lógica política que les permitiría
conseguir un poder hegemónico, de ese modo los emparenta notablemente a los intereses
bélicos, estratégicos y/o económicos de cualquier estado y no les adjudica una condición o un
26
Argiropolis. Periódico universitario conjunto de las Universidades de Quilmes, La Plata del Litoral. Ver en la
página web : www.argiropolis.com.ar . Visitado en junio de 2008.
27
Aira, César. El vestido rosa. Las Ovejas. Op. Cit. Pp. 39/40
13
accionar primitivo. De hecho, en otra parte del libro reflexiona acerca del tipo de gobierno
que poseen los pueblos indígenas, ya que Asís se asimila, aprende la lengua, mantiene
extensas conversaciones con uno de los reyes, pero menciona lo extraño de la existencia de
esta figura en el marco de “democracias salvajes”.
De todos modos, y más allá de los permisos que otorga la ficción, Aira incluye, como en
otras novelas, nombres y/o acontecimientos como recurso para validar o enriquecer el texto.
Es decir que inserta sucesos reales en una narración de ficción o bien ficcionaliza a personas
que existieron o hechos que pudieron haber ocurrido. En ocasiones recurre a esto como
indicador temporal para contextualizar la secuencia siguiente ya que rara vez utiliza títulos o
capítulos, o sea los emplea como mojones con datos verídicos dentro de la invención del
relato, que no tienen una injerencia directa en los sucesos pero que le permite ubicar al lector.
Por ejemplo tras desarrollar el mito del malón y antes de retomar el trayecto de Manuel hacia
su casa introduce:
“Mientras tanto, esos hábiles administradores de la ficción que eran los funcionarios del imperio de
Salinas Grandes pactaban con los militares de Buenos Aires, los ganaderos aprovechaban para presentar
reclamaciones sobre líneas de tierra transversales en meridianos abstractos al collar de pampas sobre los
arroyos del sur”.28
Puede interpretarse que se refiere claramente a uno de los múltiples tratados que el estado
concretó con distintas parcialidades durante su organización nacional (1862-1880), etapa en el
que celebró casi una decena de acuerdos, aunque también al mencionar a Salinas Grandes,
puede referirse específicamente al que involucró a Calfucurá en 1871. Briones y Carrasco29
señalan que a partir de esa década surgen modificaciones en los pactos, como por ejemplo que
los mismos comienzan a firmarse en Buenos Aires y no en el campo o frente de guerra, es
decir, que se traslada al centro político administrativo, donde se decide también el destino de
la tierras expropiadas, como se expresa en la cita a partir del reclamo de los ganaderos.
Es un mundo en transición y así lo perciben sus protagonistas. Ellos mismos comienzan a
objetar su propio origen y como sostiene Saer: “se imponían como modelo un pasado del que
ellos ya eran la negación” (Ver cita 18). Aira afirma que muchos soldados del ejército de Roca
son como mínimo, medio indios. En las tropas que él comanda confunden a Asís con un
indígena y lo despojan de sus pertenencias pero Pacuma, un recluta que luego deserta, se
queda con el vestido rosa y planea gastarle una broma a la mujer gorda de su ex compañero
Bibiano. Sin embargo, al llevarla a cabo éste reacciona mal, al otro día lo asesina frente a
cuatro reseros y arroja la prenda sobre el cuerpo de Pacuma. Uno de los reseros, toma el
vestido para su hija recién nacida que cree nena (aún no la conoce) debido a una disparatada
leyenda. Lo curioso es como Aira describe al resero y a sus reflexiones:
“Era un joven de unos veinte años, imberbe, medio indio. Estaba seguro de que sólo procrearía hijas…en
tiempos de guerra, sólo nacían varones. Pero ahora, según la gente, no habría más guerra porque los
indios habían desaparecido de la faz de la tierra. Los indios eran el emblema de la virilidad argentina y
se habían evaporado…Era curioso: él y su esposa eran indios, o al menos hijos o nietos. No sabía nada
de eso”.30
Así el escritor apela a una situación que debe ser la de miles de argentinos: La
invisibilización de los pueblos originarios de nuestro país, incluso para quienes poseen ese
origen en su propia familia. Paradójicamente, siendo ellos mismos nativos, muchos de los
28
Idem. Pp. 37. 29
Briones, Claudia. y Carrasco, Morita Op. cit. 30
Aira, César 1984. El vestido rosa. Las Ovejas. Op. cit. Pp. 64/65
14
protagonistas del cuento aseveran la eliminación de los indígenas, en una clara alusión del
pensamiento generalizado de este famoso origen europeo de la identidad argentina.
Aún más, recurre a personas reales para ambientar el texto, y en este caso se encarga de
dos próceres: Roca y Sarmiento. Se burla del general, quien desesperado por encontrar indios,
recae en cualquier recurso para determinar su existencia:
“El vestido rosa fue la prueba que necesitaba, inmejorable por indirecta, de la existencia de los salvajes.
La campaña, amenazada en ese punto por el vértigo que producía un avance demasiado fácil, tomo un
nuevo cariz, una nueva determinación, y ahora sobre la base del malentendido de un malentendido”.31
Si los malones habían comenzado por el plan de un cacique para conquistar la famosa
prenda mágica que encarnaba el vestido rosa, cómo a Roca no le bastaría dicha pieza para
comprobar que los indios existen, luego de que sus huestes avanzaran jornadas enteras por la
llanura y no se toparan con un solo indígena. A propósito de este hecho, Aira incluye a
Sarmiento, quien desde un diario de Buenos Aires sentencia exagerado que el indio no existe.
Por supuesto que una vez más es una insinuación directa acerca de una polémica que existió
en la realidad, ya que en diciembre de 1885 el sanjuanino, a través de las páginas del
periódico El censor que fundara ese mismo año, fustigó a Roca por el destino de las tierras
conquistadas, los negociados de su hermano Ataliva (Sarmiento inventó en su “homenaje” el
verbo “atalivar” como sinónimo de coima) y se burló de su rol en la conquista del desierto:
“El pensamiento de un paseo en carruaje a través de La Pampa cuando no había en ella un solo indio fue
un pretexto para levantar un empréstito enajenando la tierra fiscal…la famosa Expedición al desierto se
realizó sin batallas ni pérdidas de ningún género para el gobierno…Al paso que vamos, dentro de poco no
nos quedará un palmo de tierra en condiciones de dar al inmigrante y nos veremos obligados a expropiar
lo que necesitemos, por el doble de su valor, a los Atalivas”.32
En La liebre los personajes también se van topando con distintos actores reales del siglo
XIX, e incluso el libro es en gran parte, una obra de ficción sobre Una excursión a los indios
ranqueles de Lucio Mansilla, ya que se parodian esos largos encuentros diplomáticos que el
funcionario mantenía con los indígenas. En un tono grotesco, Aira describe esas reuniones
con interminables parlamentos, donde en el medio los interlocutores comen, beben y se
duermen.
Esos cabildeos interminables que Mansilla sufre antes de dar con Mariano Rosas, el autor
los reinventa con Calfucurá, Coliqueo y otros aborígenes, con sus propias prácticas y
conductas de cortesía. Normas como el ponerse bizco en señal de respeto y toda una serie de
costumbres empleadas en el día a día y en la relación política con otros grupos y con el
estado, manifiestan un mundo indígena sumamente complejo, diverso y heterogéneo.
La liebre desarrolla una historia circular, cuyos personajes a medida que avanza el
relato poseen más relaciones entre sí. Es casi ridícula más allá del entramado que remite a una
novela de la tarde, sin embargo, el análisis de las alianzas y tratados, el enfrentamiento ente
las parcialidades poseen, como ya se ha mencionado a lo largo del trabajo, elementos y
protagonistas reales, más allá de que estos terminen sirviendo para exponer una historia
disparatada. Un claro ejemplo de esto es el comienzo de la misma, en el cual Juan Manuel de
Rosas, se encuentra dictando una carta, justamente él, el dictador dictando unas líneas.
El escenario es ese desierto intenso, cargado de significados y ataviado que se ve
también en otras obras de Aira. Para Clarke, el personaje principal, un supuesto naturalista
31
Idem. Pp. 50. 32
Diario El Censor, 18 de diciembre de 1885. Tomado de Páez, Jorge 1971. La Conquista Del Desierto.
Centro Editor de América Latina (CEAL). Colección La Historia Popular/Vida y milagros de nuestro pueblo N°
10. Buenos Aires. Pp. 112.
15
inglés, es un laberinto sin laberinto, disponible, homogéneo, idéntico, sin embargo como casi
toda la novela se desarrolla en ese marco, llama la atención como todos pueden atravesar la
pampa en poco tiempo, las distancias se ven acortadas y a cada paso distintos personajes salen
al encuentro, con lo cual, se concluye que las ideas acerca del desierto y del indígena son muy
diferentes a las nociones que habitualmente se sugirieron en el siglo XIX.
Es un desierto multicolor con grupos en constante dinamismo, negociación y
enfrentamientos, todo se sucede en forma vertiginosa, la sensación es el de multiplicidad y no
de vacío. Las disertaciones entre los protagonistas son confusas y muy abstractas ya que el
idioma mapuche tiene un doble sentido, incomprensible para los cristianos:
“-Una ley –dijo Cafulcurá- es la que proviene del legislador; la otra es la que ya está en la naturaleza, y
que se llama ‘ley’ sólo por extensión.
-O viceversa –se atrevió a sugerir el extranjero que sabía que la palabra mapuche para ‘ley’ significaba
otras muchísimas cosas, entre ellas, sin ir más lejos, ‘atreverse’, ‘sugerir’, ‘extranjero’, ‘saber’, ‘palabra’
y ‘mapuche’.
El cacique asintió con modestia, como si lo hubiera dicho él…
-Nosotros tenemos una palabra para ‘gobierno’ que significa asimismo, además de toda clase de cosas, el
‘camino’, pero no un camino cualquiera sino el que siguen algunos animalitos cuando corretean,
zigzagueando ¿vio? y al mismo tiempo sin demorarse en esas desviaciones a la derecha e izquierda, que
por un efecto secundario de la práctica del trayecto dejan de ser desviaciones y se vuelven una forma
particular de la línea recta”.33
Este nivel de abstracción es el que los indígenas manejan en todo el libro, un esquema de
pensamiento y accionar complejo, desde un relato de ficción y más allá de los golpes de
efecto que condimentan la novela, como la reyerta entre dos grupos motivada por una
discusión acerca de hockey, permite observar las diferencias entre las comunidades, las
alianzas y sus estrategias, una política esquiva y de difícil comprensión para la sociedad
occidental, como lo ratifica el ejemplo de la liebre legibreriana, objetivo del viaje del
naturalista, pero que no solo nunca aparece, sino que además es un diamante de origen
europeo que Rosas pretendía.
En definitiva, a partir de una obra por momentos, desopilante, Aira presenta un mundo
de difícil aprehensión, que aporta una cosmovisión indígena y un entramado de relaciones,
que paradójicamente, puede resultar más realista que crónicas sesudas y supuestas
caracterizaciones, que aún en la actualidad, son consideradas muy precisas y citadas como
obras de referencia.
Por supuesto que esto tiene que ver con quién es el que posa la mirada y juzga el mundo
que percibe. Es lo que se trasluce en Un episodio en la vida del pintor viajero, que como su
nombre lo indica, se refiere a la travesía del artista europeo Johan Moritz Rugendas por
América del sur. Su objetivo: Dibujar los malones indígenas con la mayor exactitud y
minuciosidad posible en épocas en las cuales aún no existía la fotografía, así que su intención
no es tanto una obra artística libre como la aprehensión a través de los trazos, de una realidad
en movimiento.
Y es por ello que en todo el libro, aparece esta diferenciación de cosmovisiones y formas
de interpelar al medio y a los seres que lo habitan. Es evidente cuando tras transitar varios
días por campos chatos sin desniveles, por casualidad, al oír una conversación entre los
baqueanos en un fogón, los europeos descubren que aún no están en las famosas pampas
argentinas, que recién comenzaban pasando San Luis. Incluso creen que es un malentendido
producto del idioma:
33
Aira, César La liebre. Op. cit. Pp. 32 a 34.
16
“¿Acaso la ‘pampa’ era más llana que estas llanuras que estaban atravesando? No lo creía porque no
podía haber nada más llano que la horizontal. Y sin embargo el viejo se lo aseguró, con una sonrisa
satisfecha. Estaban un poco más adelante. Después de absorber una vasta llanura sin relieves, enterarse de
lo llano era algo más radical, constituía un desafío a la imaginación”.34
El propio paisano que le marca el error a Rugendas y a su acompañante Krause,
manifiesta que él encuentra bastante montañoso el terreno que atravesaban. Se trata del
mismo lugar pero la manera de interpretarlo y de concebirlo varía notablemente según quien
lo observe. A los europeos les resulta muy difícil distinguir las diferencias, intuyen que están
en una extensa “sábana bien tendida” y sospechan que en este lugar todo es más lento y el
tiempo se detuvo para siempre. Cuando Rugendas sufre un accidente y deben desandar las
cincuenta leguas que los separaban de Mendoza, se cruzan con las mismas carretas, los
mismos caballos, la misma gente, nada había cambiado, como si se tratara de un cuadro salvo
que ahora van en la dirección contraria.
Esa llanura casi quieta se alterará cuando llegue la oportunidad de pintar el malón. La
emoción invade el corazón del pintor, sin embargo la amenaza de un ataque indígena, no le
hará perder la naturalidad a la dueña de casa, quien felicitará al artista por la idea, pero al
mismo tiempo considerará que los indios no son tan especiales como para ser retratados:
“Los indios para ellos eran parte de la realidad. ¿El extranjero quería pintarlos? No le veían nada de
raro”.35
Para ir al encuentro de los mismos, el europeo pide una mantilla que utilizará para que
no se le vea el rostro, a manera de velo. Así retratará al malón, en una clara alegoría de cómo
se construye la visión que la sociedad occidental posee acerca de los pueblos originarios:
Detrás de un velo que les hace percibir otra cultura con el bagaje intelectual y con una
subjetividad que oscurece más de lo que aclara. Así que si bien los bocetos de Rugendas
representarán un fiel reflejo de los indígenas, Aira hace notar que esa mirada posee varios
filtros que deben tenerse en cuenta para entender la obra final. Europa conocerá el malón a
través de un velo, y de allí formará su opinión acerca de estas tierras, y de las personas que
habitan en ella.
Rugendas se había hecho un mito personal de la Argentina, y en el viaje, y sobre todo
en el tramo que contacta a los aborígenes, observa que en la praxis, los mitos no son más que
eso, mitos. Comienza a ver indios venir por todos lados, dice “como de los armarios, como
secretos mal guardados” aunque pareciera que esa frase Aira preferiría utilizarla en el
presente y no en el contexto del texto. ¿O será que siempre los pueblos originarios son un
secreto mal guardado en nuestro país?
Una vez que se encuentra como espectador del malón, lo ve como una coreografía, muy
plástica y asiste a la parodia de otra clave de los supuestos males de los indígenas. Así como
en El vestido rosa en forma burlesca critica lo que denomina el mito del malón, en Un
episodio en la vida del pintor viajero carga contra otro aspecto muy difundido: Las cautivas.
Aquí muestra como los nativos se burlan de dicho hecho ya que representan
coreográficamente la toma de una prisionera blanca, pero no es más que otro indio disfrazado,
y luego utilizan distintos animales, algunos totalmente fuera de contexto, en una actitud
desafiante y grotesca sobre la más temible de las consecuencias de la avanzada indígena,
según los relatos. Es decir, Rugendas se encuentra pintando un malón en donde además de
enfrentamientos con las tropas, aparece el objeto de su estudio parodiando una de las acciones
34
Aira César 2000. Un episodio en la vida del pintor viajero. Op. Cit. Pp. 32. 35
Idem. Pp. 63.
17
que supuestamente conduce a que se los caracterice como salvajes. Así define Aira a la toma
de cautivas:
“Este rasgo era uno de los más característicos, casi definitorio, de los malones, era el motivo de tomarse
la molestia. En la realidad era un hecho infrecuentísimo; funcionaba más bien como excusa y mito
propiciatorio”.36
Siempre desde la parodia, queda lugar para que el autor tome la relación entre sociedad
occidental y pueblos indígenas, haciendo hincapié en la crítica a los valores de la cultura
dominante. Cuando Rugendas sale disparado y busca acercarse hasta integrarse al grupo de
indios para dibujarlos bien de cerca, Aira sutilmente se burla de esos cánones cuando antes de
arremeter con el final del libro expresa:
“Esta parte final del episodio fue más inexplicable todavía que el resto. Pero no podemos dudar de su
realidad porque quedó documentada en el epistolario posterior del artista”.37
Aira jamás se preocupa por mencionar las fuentes en las que se basa, de hecho suele
intercalar personajes o situaciones fantásticas en acontecimientos que podrían pasar por
veraces, más allá de los recursos, como nombres reales o acontecimientos ocurridos, que
como se ha dicho, son utilizados para parodiar o criticar determinados aspectos de la política,
las personas o el pasado de la Argentina. Pero aquí, incorpora esta frase para determinar la
veracidad de los hechos subsiguientes, en un guiño para sus lectores, ya que se burla de la
ciencia positivista, que poco tiempo después del contexto de la obra, se consolidará como
metodología y policía del conocimiento, descartando todo conocimiento que no este basado
en fuentes escritas. No es casual que lo haga en este libro, en el cual es recurrente, siempre
desde la ficción, el abordaje de la visión europea y la construcción y cristalización de tópicos
sobre América y sus poblaciones.
El regreso de la cautiva (1845)
38
36
Idem. Pp. 74 37
Idem Pp. 87. 38
Rugendas, Johan Moritz 1845. El regreso de la cautiva En 100 Obras Maestras de 100 Pintores Argentinos.
Colección Artes Visuales/ 100 Obras Maestras. Fundación Konex. Imagen extraída en el sitio web
http://www.fundacionkonex.com.ar en Agosto de 2008.
18
Ese suceso, el de Rugendas en el medio de los nativos dibujándolos, que a priori y
como expresa la cita, es inexplicable y poco posible de ser real, ya que significaría la muerte
del blanco a manos de los indios bárbaros, es el final del libro. Y una vez más, la teoría no
concuerda con la práctica, ya que el artista es contemplado con miedo primero y con estupor
después pero en ningún momento hay una reacción para lastimarlo. En definitiva, esta
documentado que un europeo pudo acercarse a los indígenas y retratarlos en un banquete post
malón, tal vez porque su intención no era la de un ataque bélico, es decir no hay intención de
sometimiento. ¿Quién sabe? Lo importante es que el cuadro final de Un episodio en la vida
del pintor viajero invita a la reflexión a partir de una actitud de Rugendas que representaría a
la sociedad occidental, y sobretodo, propone una reacción indígena que no se concilia con la
que, en teoría, debería haber tenido una horda de salvajes regida por la barbarie.
Por su parte, en Ema La cautiva Aira compone a los grupos indígenas que habitan la
llanura bonaerense, con una sugestiva particularidad en torno a la forma de concebir los
rituales, las ceremonias y hasta los negocios: Sin puntos álgidos ni remates y con repeticiones
constantes. A lo largo del relato distintos personajes se exasperan y no comprenden dicho
proceder. Junto a Gombo, una de sus distintas parejas durante la historia, Ema es invitada a
una ceremonia indígena y así la viven ambos:
“La ceremonia no fue más que eso, es decir nada. Todo el tiempo estuvieron quietos y callados. El ritual no era más
que una disposición, pobre y fugaz, algo que exigía el máximo de atención y la volvía inútil. Cuando se retiraban, de
madrugada. Ema no ocultó su decepción. Gombo sonrió sin decir nada. Todas las ceremonias salvajes a las que asistió
más tarde fueron iguales, todas celebraban una suprema falta de desenlace, suprema porque no faltaba siquiera un
desenlace: en cierto momento habían terminado y cada cual se marchaba por donde había venido”.39
Esta situación se repite en una feria anual comercial, donde de repente todo concluye sin
una situación que permita establecer un desenlace y también así, Aira le da final al libro,
emulando este proceder, ya que no hay un acontecimiento especial que determine una
consumación del mismo. Ese último acto parece la reiteración de otros de los tantos que
aparecen en Ema La cautiva, y hasta podría trasladarse a otra parte del texto sin ningún
inconveniente. Cuando el lector arriba a ese desenlace, entiende que está inmerso en esa
lógica repetitiva y de situaciones sin momentos críticos que Aira les atribuye al procedimiento
indígena.
Ema es blanca, y la novela comienza cuando una tropa la traslada junto a otras prisioneras
para vendérselas a los indígenas, quienes las desean como objetos de intercambio, es decir
que son cautivas blancas de los propios blancos que las comercializan. El destino final es
Coronel Pringles, donde manda un coronel, medio indio y que no casualmente es la ciudad
donde nació Aira. El argumento además de la repetición de situaciones a la que ya se ha
aludido, sigue la vida de Ema y su periplo por distintos lugares y parejas, tanto blancas como
indias, hasta asentarse como dueña de un criadero de faisanes de distintas y prestigiosas razas,
actividad que según el autor es la segunda en importancia entre los indígenas.
Fusión de realidad con ficción, como en todas sus obras sobre estos tópicos, el mundo de
Ema La cautiva sugiere en forma directa o elíptica lugares y personajes conocidos pero con
interesantes variantes producto de las licencias que permite la literatura. Por ejemplo, Duval
encarna la figura del ingeniero Alfred Ebelot, quien contratado por un año, participa de la
caravana y sostiene que cuanto más al sur se viaja, más salvajes son las personas. Es curioso
que en la cena que mantiene el ingeniero con el coronel Leal, del fuerte de Azul, éste último
le realiza una crítica airada a la zanja implementada por Alsina. Aira juega con el idioma ya
39
Aira, César. Ema La cautiva. Op. cit. Pp. 70.
19
que aduce que Duval no entiende lo que se habla en la región, pese a saber castellano, porque
en la frontera se habla español, pero mezclado con un dialecto indio.
Constante alusión en sus obras la de la supervivencia indígena en la lengua, en la
descendencia y en las costumbres pero en el marco de un desconocimiento de sus personajes y
por supuesto, que se refiere a los argentinos en general. De hecho, señala que Ema no es
diferente a los indígenas pero éstos por su historia, la consideran blanca. También se
evidencia en la composición poblacional que propone para Azul, con sus indios mansos o
amigos, incluso señalada como un típico poblado del desierto, descripción bastante real pero
en otros pasajes no tanto, si se tiene en cuenta como la describe:
“Azul era una típica población del desierto: no más de cuatrocientos blancos, casi todos ellos aglutinados
en un fuerte palaciego, y entre cinco y seis mil indios mansos que lo hacían todo mientras sus amos
cultivaban un ocio poblado de ensoñaciones económicas o militares…en el centro se alzaba el fuerte,
originalmente un cuadrado de empalizadas con mangrullos en las cuatro esquinas, y ahora
desmedidamente estirado en todas direcciones por la necesidad de más y más criados internos”.40
Asentados ya en el fuerte de Pringles, la interacción entre indígenas y soldados es
absoluta, evidenciando una frontera menos como límite entre mundo civilizado y salvaje, y
más como zona de intercambio e interacción entre distintos agentes estatales, aborígenes y
criollos.41
A propósito de esto, el coronel Espina afirma poder sostener la paz con los
indígenas gracias a la emisión de dinero a partir de una imprenta que le fabrica Duval, una
moneda sin sustento estatal que permite que los indígenas tengan con qué comprar bienes,
hacerlos circular y crear un espacio fuera del control de las autoridades, pero que le resulta
sumamente efectivo. La intención, afirman tras arduos debates los indios mansos, es crear un
“clima” de dinero que evite el enfrentamiento bélico y consolide una paz duradera.
Gracias a ese dinero, Espina reparte tierra a los colonos y Ema obtiene veinte mil
hectáreas para instalar un criadero de faisanes. Los términos del crédito son ridículos,
amortizándose en cuatro siglos, y Ema concurre a la Feria Anual de Criadores, a la que asisten
las comunidades desde Carhué hasta Bahía Blanca. Su objetivo es crear un ecosistema propio,
como los criaderos indios, y lo logra con supuestas técnicas originarias como lo son la
inseminación in vitro, las incubadoras y la recría genética.
En este desopilante fragmento, Aira no deja de recurrir a especies reales de faisanes,
como el Lady Armherst, el cual en el siglo XIX el Conde William Pitt llevó a Londres en
1828 y aunque el animal no sobrevivió el viaje, sirvió para estudiar la especie. Además en la
feria se brinda un programa de campeones y reservados con ilustraciones, algo así como una
hilarante parodia de las exposiciones de la Sociedad Rural Argentina.
En definitiva, más allá de los elementos humorísticos que suelen condimentar sus
historias, Aira, como en otras obras, se centra en las poblaciones indígenas y en una región ya
penetrada por el avance capitalista, cristiano y occidental, y que más adelante se encargará de
borrar las huellas de los tiempos previos y del período en transformación. Ema La cautiva,
desde el grotesco, funciona como antídoto contra ese borramiento que convirtió al “desierto”
en desierto y al indio en poblador prehistórico y extinto.
Conclusión
40
Idem. Pp. 21. 41
Para la caracterización de la frontera pueden analizarse algunos de los estudios pioneros de Raúl Mandrini:
“Coincidimos en pensar la frontera más bien como un espacio que, históricamente construido, marcaba un
ámbito de interacciones complejas que, sin excluir la violencia, incluían múltiples formas de complementariedad
y convivencia y, en conjunto, abarcaban prácticamente todas las instancias de la realidad social”. Mandrini,
Raúl (ed) 2006. Vivir entre dos mundos. Las fronteras del sur de la Argentina. Siglos XVIII y XIX.
Colección Nueva Dimensión Argentina, Ed Taurus, Buenos Aires. Pp. 10/11.
20
Si bien mucho se ha escrito sobre el siglo XIX y la conformación estatal de la
República Argentina, la relación con los pueblos originarios, su sometimiento y su destino
final es un tema marginal en la historiografía nacional. Aún mayor es el desconocimiento (la
preocupación y el interés) por las formas de vida, las prácticas, la ideología, los sistemas
políticos y la religiosidad de estos grupos.
Los estudios acerca de los aborígenes y sus relaciones se reducen a los aportes que han
realizado las crónicas de viajeros, los partes de guerra de los militares y las descripciones de
distintos agentes estatales. En la mayoría de los casos, poseían como objetivo clasificar el
terreno, evaluar la potencialidad de la región para invertir en ella y caracterizar al enemigo
para su posterior sometimiento. Sin embargo, pese a semejante evidencia en cuanto a la
intencionalidad de los escritos, los mismos han consolidado una imagen del desierto y del
indígena que ha sufrido apenas leves variaciones a lo largo del tiempo.
Al mismo tiempo se han producido notables cambios en las formas de concebir la
historia, de producir los textos escolares y de diseñar los contenidos. Sin embargo las
comunidades nativas siguen siendo un terreno poco abordado, con la excepción de la
antropología, del interés personal de militantes políticos y por supuesto, de la agencia de los
propios pueblos originarios. La conquista del desierto sólo posee consecuencias para el estado
y para la nación argentina, y en el mejor de los casos, se reservan un par de renglones para
asegurar la eliminación de los pueblos indígenas de la Argentina.
En ese contexto, las obras de Saer y Aira realizan un aporte que tal vez sus propios
autores hayan ignorado. Pensar de qué modo la literatura, por medio de este tipo de relatos,
deconstruye y marca los límites de los discursos épicos del desierto y de la identidad nacional,
mostrando su carácter de ficción, sin proponerse, a la vez, como soportes de la “verdad” de
los hechos, sino como herramientas de análisis de los funcionamientos de los discursos.
Lo que la historia como disciplina ignora, la literatura toma sin miedo a través de estos
dos autores contemporáneos. Miles y miles de páginas no han sabido o querido ahondar en
cuestiones elementales acerca de las culturas originarias.
Es tan desalentador el rol de la historia en este rubro como reconfortante la lectura de
Aira y Saer. Sus descripciones acerca del desierto no sólo pueden diferenciarse entre sí sino
también de un libro a otro, y lo mismo ocurre con los indígenas. Las diversidades y
complejidades, el detenimiento y el discernimiento para entender un mundo complejo y
heterogéneo que ofrecen sus obras, permiten abrir un camino importante acerca de la
cosmovisión de los pueblos originarios, más allá de si todos los datos son reales.
Es decir, la idea no es que el olvido de los libros de historia es suplido por la literatura
de Saer y Aira sino que, al recurrir al siglo XIX como escenario de obras de ficción, cuyos
protagonistas son indígenas en muchos casos, abren paso a una historia relegada y que, no en
menor medida, el recurso de ficcionalizar hechos y personajes reales abren un abanico de
interrogantes acerca de la veracidad de dichos relatos. La aparición de Calfucurá, Pincén,
Catriel, Rosas, Roca, los fuertes de Azul, Pringles, Mendoza, San Luis, los pactos, los indios
Colastiné, el grumete de Solís, Francisco del Puerto, Johan Rugendas, entre otros personajes y
lugares, impulsan al lector a indagar en ellos y preguntarse si los hechos pudieron haber sido
de ese modo.
Y lo importante, no es la búsqueda de la ratificación o refutación de esos
acontecimientos, de esa masa de datos, es decir no la anécdota entre un personaje que se sabe
conocido, sino la contribución como herramienta para pensar de distinta forma a los pueblos
indígenas de la Argentina. Sin estereotipos, sin prejuicios acerca de sus prácticas, sin dejar de
lado sus incontables diferencias en diversos aspectos, y sobretodo, sin pensarlos extintos,
incapaces de existir y de generar su propia historia.
21
Sea esto desde la pluma corregida y reflexiva de Saer o desde el estilo desenfrenado y
veloz de Aira, ambos autores demuestran la riqueza de aquellos dominios que el estado
arrasó, pero al mismo tiempo resaltan la pervivencia de sus protagonistas. Y teniendo en
cuenta el minúsculo aporte de la historiografía al respecto, el aporte de ambos escritores,
desde la ficción, no puede resultar más realista.
“Cuando sopla el viento trae fuerzas que se meten en mi alma y estallan en mi garganta,
una extraña mezcla de memorias en pedazos de esta historia, trae el viento en su carcaza
ay, somos partes del viento en el sur, frío azul
Cuando sientas en tu piel la brisa, date cuenta que montada en ella va nuestra esperanza,
de sueños postergados de muchos, que nos despojaron verdes pretensiones de unos pocos,
ay, somos partes del viento en el sur, frío y luz
pero el viento sabe que de vientos va naciendo esta esperanza hecha piel en el desierto,
y que cruzando al sur del colorado, tan amado y tan golpeado,
entrás al reino del viento
ay, somos parte del viento en el sur, frío azul
y que cruzando al sur del Colorado, tan amado y tan golpeado
tantos sueños postergados, va naciendo esta esperanza”
“Al sur del viento”. Rubén Patagonia.
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