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PUNTO 1 DE LA DIAPOSITIVA 3 A LA 6POLARIZACION SOCIAL Y POLITICA EN VENEZUELA
Venezuela se ve envuelta en este concepto a raíz de la controversial situación
política actual, que ha fracturado de forma profunda la sociedad creándose así
dos grupos polarizados (que no incluyen a toda la sociedad) y en continuo
conflicto. En nuestro día a día se ve con preocupación como esto empeora y el
fenómeno de polarización se hace más acentuado; lo que nos lleva a investigar
y tratar de conocer más sobre este, en la búsqueda de una solución.
Se continúa con una serie de definiciones que servirán de abreboca en el
camino del conocimiento de la polarización.
La polarización del grupo se da en la toma de decisiones de este, ya que el
juicio grupal tiende a extremarse ante, cualquier situación, se va hacia la
postura inicialmente dominante aunque con una acentuación mucho mayor. La
polarización extrema es llamada Pensamiento De Grupo y ocurre cuando un
grupo muy homogéneo toma una posición unánime derivándose así un grave
deterioro de la percepción de la realidad. (León, Barriga, Gómez y cols., 1998)
La polarización social puede ser entendida como el resultado de la desigualdad
extrema de ideologías entre los grupos, tomando como base la definición de
ideología dada por Montero, (1984) donde esta es entendida como el sistema
de actitudes, valores, representaciones y creencias que buscan justificar una
situación política y socio-económica, distorsionando con tal esfuerzo, lo que la
contradice.
La polarización es entendida, no sólo como la acentuación en general de las
desigualdades, sino como un despliegue de esas desigualdades en una
dirección específica, que implica la multiplicación de las distancias entre los
individuos y entre los extremos del espectro social, con los polos de riqueza y
de pobreza reproduciéndose aceleradamente, alejándose el uno del otro y
creando con ello escenarios presentes y futuros de creciente conflictividad.
(Estay, 1998). Aunque es obvio que se hace referencia principalmente a la
polarización económica, este concepto también es aplicable a la polarización
política que es la que realmente se esta viviendo en Venezuela, y aunque no
este del todo relacionado con lo económico si se puede decir, de forma muy
general se podría ver que políticamente también han tendido ha agruparse
ricos y pobres.
Finalmente a manera de resumen se puede entender como polarización social,
la tendencia a extremar opiniones quedando eliminados casi por completo los
puntos medios.
A fines de los ochenta, la democracia venezolana sufrió una aguda crisis
económica y un profundo vacío de poder debido a la pérdida de la legitimidad
de los partidos políticos existentes. Esta situación desembocó en 1998 en la
elección presidencial de Hugo Chávez a la Presidencia, quien hizo aflorar la
gran desigualdad socioeconómica que encubría la polarización social y política,
y propuso un proceso constituyente que dio lugar a la Constitución de 1999. Tal
Constitución enfatizó la participación como la base de la legitimidad política e
incorporó un modelo de democracia «participativa y protagónica» que incluía
los valores asociados con la democracia social y de derechos (Art. 5); también
incorporó mecanismos de la democracia representativa y los valores asociados
con la democracia liberal, presentes en la Constitución de 1961.
De este modo, la Constitución de 1999 recogió dos visiones sobre la
democracia: la liberal-representativa y la participativa-protagónica. Cada una
fue favorecida por diferentes actores sociales y políticos, creándose graves
divergencias sobre los mecanismos democráticos para resolver los conflictos y
dirimir las diferencias en los valores que debían priorizarse a la hora de diseñar
las políticas públicas. La oposición y las élites políticas que detentaron la
hegemonía en la «cuarta república» siguieron dando prioridad a los valores de
la democracia liberal (la libertad de expresión y la propiedad privada entre
otros), mientras que el Gobierno y sus adeptos tendieron a priorizar valores de
la democracia social (la igualdad social, por ejemplo, que constituye uno de los
puntales de la denominada «quinta república»).
Este énfasis constitucional en la participación llevó al presidente Chávez a la
conclusión de que la legitimidad de las políticas públicas dependía de la
participación ciudadana, por lo que propuso un nuevo modelo de democracia
participativa en el cual «el soberano, la comunidad, el pueblo o la sociedad»
(términos equivalentes para definir a la sociedad o pueblo organizado) se
constituyen en el actor privilegiado de esta participación y en el termómetro de
la legitimidad del Gobierno.
Uno de los resultados no contemplados en este modelo de democracia
participativa fue el surgimiento de una dinámica de acción simbólica en la cual
los diferentes públicos se movilizaron masivamente para demostrar su poder y
legitimidad política y expresar su agrado o descontento con el Gobierno: tanto
los simpatizantes del Gobierno como los de la oposición tomaron las calles a lo
largo de los conflictos políticos ocurridos entre el 2000 y el 2009 realizando
marchas y contramarchas en un intento por persuadir al «otro» de su fuerza o
superioridad numérica.
Como consecuencia, se institucionalizó una dinámica social para enfrentar los
conflictos e intentar resolver los problemas que se basó en una matriz divisoria
de los espacios ciudadanos, los actores pro Gobierno y de la oposición
buscaron solucionar los problemas del país desde distintos grupos,
organizaciones, instituciones, visiones y perspectivas de la democracia. Ello dio
lugar a la creación de instituciones paralelas («Misiones») y nuevas
organizaciones (Círculos Bolivarianos, Comités de Tierra Urbana, Mesas
Técnicas del Agua, etc.) donde participaron fundamentalmente los afectos al
Gobierno; la oposición, o bien siguió participando en las organizaciones de la
sociedad civil preexistentes (Asamblea de Educación, la Escuela de Vecinos), o
creó nuevas organizaciones (Asambleas de Ciudadanos, Mujeres por la
Libertad, Gente de Petróleo).
Esta separación de los espacios ciudadanos y de participación tendió a
agudizar la dinámica polarizante entre la oposición y los adeptos al presidente
Chávez (García-Guadilla, 2007) y contribuyó a que el conflicto político en
Venezuela pueda ser interpretado mediante la narrativa de la «lucha
existencial». Acuñada por el autoproclamado intelectual del régimen nazi Carl
Schmitt (1996), la «lucha existencial» define el conflicto político como una
guerra entre enemigos lo suficientemente fuertes para enfrentarse. En
contraste con la definición pragmática de Max Weber que entiende la política
como una competencia entre intereses cuyo fin es garantizar el bien común,
según Schmitt, el conflicto político supone una lucha existencial o lucha por la
sobrevivencia de una forma de vida (wayof life). En el marco de la lucha
existencial las discusiones sobre políticas públicas, decretos presidenciales y
leyes orgánicas no se entienden como discusiones técnicas que podrían o no
llevar a cumplir un objetivo, sino como la transformación de un sistema de vida.
Si utilizamos a Schmitt para analizar la esfera pública venezolana, podría
decirse que la polarización y politización han llevado a una «lucha existencial»
donde el discurso y las acciones de los actores políticos y sociales son
interpretados desde su dimensión política y de forma antagónica (García-
Guadilla y otros, 2004). Esta interpretación del conflicto venezolano como lucha
existencial ha asumido diversas modalidades en el discurso político, entre las
cuales resaltan las dicotomías «pueblo-oligarquía», «proletariado-burguesía» y,
más recientemente, «socialismo-capitalismo». La distancia entre cada una de
estas categorías discursivas se define como irreconciliable y por lo tanto se
expresa en narrativas que interpretan el conflicto como un juego de suma-cero
donde la victoria de un grupo implica la derrota del otro.
PUNTO 2 DE LA DIAPOSITIVA 7 A LA 9
En sociedades plurales, los actos cotidianos, la apropiación de estilos
culturales y las relaciones sociales tienen múltiples interpretaciones pero en
sociedades polarizadas algunos actos, estilos culturales y relaciones con
organizaciones o centros de poder se interpretan dentro del marco del conflicto
político. Además, las dinámicas polarizantes o de lucha existencial dificultan
la expresión de la pluralidad y reducen la interacción social, restringiendo las
experiencias intersubjetivas de los públicos y la interpretación que estos hacen
de la realidad social. En el caso venezolano, el uso de ciertas pautas culturales
determina la posición ideológica del ciudadano en el conflicto político y reduce
a la ciudadanía a una representación social del «otro» que ignora la pluralidad
inherente a la sociedad. De hecho, el predominio del marco político ha
caracterizado la totalidad del conflicto venezolano por lo que la decisión de
vestir una camiseta roja (acto de banalidad cotidiana) deja de ser una simple
preferencia y se convierte en una declaración política que indica de forma
inequívoca el apoyo incondicional que un simpatizante del Gobierno da al
proyecto revolucionario o «rojo-rojito» del presidente Chávez.
En Venezuela, la afiliación política de la ciudadanía también puede deducirse
de los términos que se usan para evaluar las actuaciones de los actores
políticos, sin que sea necesario declarar la preferencia política o manifestar
simpatía por un partido político. En el discurso público, referirse a los eventos
del 11 de abril de 2002 como un «golpe de Estado» o como «una acción cívica
debido al vacío de poder» define la afiliación política del parlante en lugar de
constituir una opinión basada en el análisis de los eventos. De la misma forma,
referirse a la huelga general que hizo la oposición de diciembre de 2002 a
febrero de 2003 como un «paro cívico nacional» o como una «huelga
insurreccional» o interpretar el cierre de la señal abierta de RCTV en 2007
como un «cierre arbitrario» o como una «concesión no renovada» indica al
público venezolano la posición ideológica de su autor. En estas
interpretaciones asociativas, respaldar al Gobierno estadounidense, admirar la
cultura occidental, estar a favor del uso de los medios de comunicación
privados e internacionales, apoyar a las organizaciones no gubernamentales o
a la «sociedad civil», ejercer la ciudadanía movilizándose contra el Gobierno
significan un apoyo implícito a la oposición, además de que tales acciones se
asocian con el repudio al presidente Chávez. De la misma manera, simpatizar
con el Gobierno, apoyar las «Misiones» y otras organizaciones creadas por el
Presidente, mostrar simpatía hacia los medios de comunicación comunitarios,
alternativos o del Gobierno, declarar afinidad con los pobres y el Tercer Mundo,
ejercer la ciudadanía a través de la movilización del «pueblo», se identifica con
el apoyo incondicional al presidente Chávez y su proyecto político.
Las interpretaciones asociativas se fortalecen a medida que los espacios
públicos empiezan a definirse como territorio exclusivo de un público. En
Venezuela, desde fines de 2001 el espacio público se «balcanizó» entre dos
públicos antagónicos (García-Guadilla, 2003) cuyas diferencias sobre los
conflictos políticos se acentuaron a medida que las organizaciones e
instituciones se pronunciaron a favor del Gobierno o de la oposición. Un
ejemplo lo constituyen los medios de comunicación, que la ciudadanía identificó
como de oposición o del Gobierno según si eran privados o públicos y según su
línea editorial; otro fueron las protestas por el cierre de la señal abierta de
RCTV, que según los «estudiantes por la libertad» y la oposición se debieron a
que el Gobierno intentaba silenciar a un actor de la oposición, y según el
Gobierno a que el canal había violado la Ley de Responsabilidad Social en
Radio y Televisión.
Este diagnóstico polarizado, que fortaleció las interpretaciones asociativas del
discurso y acciones de la ciudadanía, se acentuó con la creación de
instituciones, «misiones» y organizaciones paralelas por parte del presidente
Chávez con el fin de contrarrestar la influencia de las instituciones y
organizaciones consideradas de oposición. Asimismo, en el año 2000 el
Gobierno modificó la Ley de Telecomunicaciones para invertir en medios de
comunicación comunitarios y alternativos a fin de contrarrestar la influencia
ideológica de editores, periodistas y medios de comunicación privados, la
mayoría de los cuales no apoyaban abiertamente el proyecto del presidente
Chávez.
Debido a la aguda polarización sociopolítica del periodo 2001-2009, las
interpretaciones asociativas resultantes de las representaciones sociales de los
simpatizantes y de los opositores del Gobierno tuvieron mayor impacto en la
representación social y construcción polarizada «del otro» que los argumentos
que esgrimieron los ciudadanos. Ello impidió la viabilidad política de la
propuesta discursiva de los «estudiantes por la libertad»: abrir un espacio
alterno al de los públicos antagónicos ya existente.
La intensidad del debate público y del enfrentamiento político al que asiste el
país desde 1998, ha logrado penetrar los espacios sociales más diversos,
incluso aquellos en los que se creía que estaban vedados asuntos tan
terrenales como los políticos, tenidos hasta la víspera como banales y de poca
monta. Tal es uno de los saldos más trascendentales del proceso de
transformación en curso hoy en Venezuela. Esto último es tan innegable, que
constituye una verdad compartida por los dos bandos en que fatalmente está
dividido el país.
De allí que no pocos de los encargados de reflexionar sobre los problemas
sociales, y su correspondencia con las transformaciones hasta el momento
operadas, han abdicado de su condición de estudiosos de lo social, para
trocarse en defensores acríticos de uno de los dos bandos que se disputan el
poder, y en consecuencia, la posibilidad de implantar alguno de los dos
modelos de sociedad hoy en pugna.
PUNTO 3 DE LA DIAPOSITIVA 10 A LA 13
Es importante destacar que En 2013 en el país se noto un gran cambio
político. Dos acontecimientos son el punto de inflexión en este cambio: la muerte del presidente de la República Sr Hugo Rafael Chávez y los resultados electorales del domingo 14 de Abril. Hoy el país se encuentra
más polarizado que nunca. La correlación de fuerzas ha cambiado y ambas
partes representan dos mitades del país con intereses contrapuestos. La
actual polarización es de carácter ideológico-político entre dos proyectos de
país antagónicos y aparentemente irreconciliables. El cambio que ha
acontecido consiste en que ya la polarización social, representada por la
brecha entre ricos y pobres, no se expresa en la polarización política.
No cabe duda que en el 2000 decir ‘chavismo’ era decir mayorías populares y
decir oposición era señalar al sector medio y alto de la sociedad. Para
entonces, la brecha social entre ricos y pobres se expresaba políticamente en
las urnas mostrando una desproporción en la correlación de fuerzas entre el
chavismo y la oposición; esta desproporción era favorable al oficialismo. Hoy,
14 años después, ninguno de los proyectos puede arrogarse para sí la
representatividad de los intereses de los pobres. Cualquier pretensión de este
tipo no es más que una ceguera ideológica que coloca de espalda a la realidad
al actor que lo pretenda.
Al hacer un recorrido por la historia electoral de estos años de revolución se
evidencia, tal como era de esperarse en un prolongado ejercicio de gobierno,
un progresivo desgaste en la credibilidad de quien está en el poder. Desgaste
que ha sido lento y prolongado gracias a la presencia carismática del finado
Presidente Sr Hugo Chávez quien interpretó y se conectó cabalmente con el
sentir de las mayorías populares. Este hecho se constata en el gráfico que
encabeza este artículo donde se muestra cómo la brecha entre la línea roja y la
azul va acortándose progresivamente, dando un salto imprevisto en el lapso de
octubre de 2012 a Abril de 2013, llegando a encontrarse ambas líneas en un
empate técnico.
Los resultados del domingo 14 de Abril revelan que la línea que divide a
Venezuela políticamente en dos mitades iguales, no se identifica con la línea
que separa a una clase social de otra. Dos mitades iguales significa que la
línea de las fidelidades políticas transversa a la mayoría de las familias
venezolanas por igual en todos los sectores sociales. Por ello, podemos
afirmar que estamos en un nuevo escenario político que exige a los actores
(chavismo y oposición) dos cosas, en primer lugar, una autocrítica y diálogo
interno para resituarse y responder adecuadamente al país en este nuevo
escenario, y en segundo lugar, reconocer a su contrario y abrirse al diálogo
para llegar a un acuerdo de convivencia democrática que garantice la
gobernabilidad, teniendo como marco la Constitución.
Autocrítica se refiere a que el chavismo debe auto- examinar su modo de gobernar y preguntarse por las razones que han llevado a miles de venezolanos a abandonar progresivamente sus filas. Los injustos
señalamientos de “apátridas”, “vende-patria”, “fascistas” para quienes han
dejado de creer en la propuesta revolucionaria indican ceguera e incapacidad
de ir a la raíz interna del problema. Un dato importante que tiene que ver con
este fenómeno, por ejemplo, es el hecho de que el porcentaje más alto de
protesta social viene de organizaciones y grupos fieles al proceso bolivariano
que desean una revolución que les escuche y sea más eficiente en la inclusión.
Este importante sector protesta exigiendo una auténtica revolución. Criminalizar
las protestas sociales aplicando la ley anti-terrorista como algunos voceros del
establecimiento parecieran proponer, en vez de escucharlas, va a ir generando
un mayor distanciamiento de las élites políticas del chavismo respecto a las
bases. Si no escuchan el clamor interno de sus bases, continuará el
desplazamiento hacia la oposición u otras alternativas políticas como la
abstención, y poco a poco, el partido de gobierno (PSUV-Polo Patriótico) será
sólo élite y maquinaria distanciada de las bases; un destino parecido a la
Acción Democrática (AD) de Alfaro Usero. El poder desgasta y más cuando se
ejerce en disonancia con la vocación originaria del propio proyecto y deja de
responder a los intereses de las grandes mayorías.
La oposición, por su parte, debe leer estos resultados sin triunfalismos y cómo un indicador para la auto- reflexión y un dialogo interno que busque reducir por la vía de la razón democrática a los representantes de la extrema derecha que aún perviven en sus filas. Debe convencer a los
sectores extremos que la vía democrática es la única vía legitima para llegar al
poder y que dada la vocación social del pueblo venezolano, más aún después
de Chávez, sólo tendrá legitimidad un gobierno y una oposición democrática
con vocación social. Es claro que el camino democrático al que le ha apostado
la MUD, después del fracasado golpe de 2002, le ha ido fortaleciendo y
legitimando al punto de representar la mitad del país.
En la actual crisis tiene la MUD como desafío convencer a la otra mitad del
país, por la vía de los hechos, que el modo democrático no es sólo una táctica
sino una convicción, por ello sus operadores políticos deben mantenerse
estoicamente en el marco democrático e insistir en condenar las muertes y los
hechos violentos que se les señalan como reacción ante los resultados de las
elecciones y pedir a las instituciones del Estado llevar el asunto a sus últimas
consecuencia exigiendo una investigación imparcial que haga justicia dentro
del marco del debido proceso. De igual modo, a lo interno debe dar señales a
sus seguidores que más allá de los resultados electorales hay un interés real
por la vida y la integridad de las personas, lo que implica un importante trabajo
de campo para fundamentar los señalamientos sobre detenciones arbitrarias,
torturas, acoso laboral y falsos positivos sobre los daños a las instalaciones de
los CDI.
Por lo que debido al actual conflicto venezolano se viene produciendo una
transformación del imaginario social referido al espíritu de convivencia que ha
caracterizado a los venezolanos en las últimas décadas. Ante la actual
situación de polarización y violencia política, la población sufre un proceso de
cambios que afectan su vida, asumiendo como normal, por habitual, lo que no
lo es. Ante la avalancha de sucesos de agresión, muerte y destrucción
material o simbólica se transforma en cotidiana la violencia, y en este proceso
de internalización y naturalización, se trastoca tanto la identidad del individuo
como sus relaciones sociales.
Así, cada sector incrementa su hermetismo como colectivo, percibiendo a los
grupos opuestos políticamente, como posibles enemigos. Ante el temor a ser
atacado, el cual es exacerbado por rumores, informaciones falsas, etc., se
generan acciones defensivas individuales o de grupos para «atacar» o
«salvarse», donde el lema explícito o implícito es: el Otro es el enemigo.
En este clima de conflictividad social se van generando situaciones límites,
que cambian nuestros conceptos de solidaridad, justicia, esperanza, paz,
verdad, confianza, dignidad, ética. De esta manera puede llegarse a justificar
la violación de los derechos humanos, homicidios, tortura, juicios populares o
la pena de muerte. Es decir, se legitima el recurso a la violencia como modo
de poder y control social y la guerra puede llegar a convertirse en un fin en sí
misma.
PUNTO 4 DE LA DIAPOSITIVA 14 A LA 19
POLARIZACION SOCIO-POLITICA EN OTROS PAISES
Dos formas de manifestarse la polarización política
En algunos países –como Alemania y acaso Holanda, en Europa; como Bolivia
y Venezuela en el Cono Sur—, esa polarización del comportamiento político
parece admitir una descripción politológica "normal": en Alemania, por ejemplo,
el progresivo adelgazamiento de las fuerzas del espacio político de centro,
visible en el sostenido retroceso electoral, en votos y en escaños
parlamentarios, de la suma de CDU-CSU (democracia cristiana
centroderechista) y SPD (socialdemocracia centroizquierdista) apunta
inequívocamente a una polarización política creciente de la población alemana.
El resultado más evidente de la cual, obvio es decirlo, es el surgimiento de una
nueva formación política de izquierda, la Linke, que no ha parado de crecer,
regional y nacionalmente, en los últimos 4 años. (Resultados menos evidentes
son, en cambio, la derechización del viejo partido liberal (FDP) y la patética
pérdida de norte político –y de base social— de los Verdes.) En la jerga
académica convencional, el paisaje político de la distribución de preferencias
políticas en un espectro que va de la derecha radical a la izquierda radical
estaría pasando de una distribución unimodal (en forma de dromedario: el
grueso de los votante se apiña en el centro del espectro político) a una bimodal
(en forma de camello: el grueso de los votantes se distribuye en dos montañas,
una a la izquierda y otra a la derecha del espectro político). Y ese cambio de
paisaje en la distribución de las preferencias políticas de la población es lo que
explicaría los cambios en la configuración de la representación política y,
consiguientemente, en el sistema de partidos.
Sin embargo, los estudios empíricos más sólidos han descubierto, no sin cierta
sorpresa, que en otros países se dan unas pautas de polarización distintas,
menos "normales", politológicamente hablando. En los EEUU de los últimos
años, por ejemplo, puede constatarse que la polarización, aparentemente, ha
sido un fenómeno que se ha dado sobre todo entre las elites políticas. El
aspecto más visible de eso ha sido la llamada cultural war o guerra cultural
lanzada por una nueva derecha recrecida contra algunas conquistas
"culturales" emblemáticas de los años 60: despenalización del aborto,
discriminación positiva, rubustecimiento de la laicidad del Estado, etc. Es fácil,
entonces, ceder a la tentación de pensar que, en ese caso, la polarización
política ha sido básicamente el resultado de una estrategia de combate
electoral destinada a inducir confusión en el campo adversario y, sobre todo, a
afianzar el voto de unas bases sociales consideradas propias, pero que
seguirían distribuyendo sus preferencias políticas en el marco de un paisaje
todavía unimodal, es decir, en un escenario político en el que todavía tendría
sentido estratégico pelear fundamentalmente por el "voto de centro" o
"moderado". Esa convicción explicaría, por ejemplo –dejando de lado la
hipótesis del cinismo— la insistencia, precisamente por parte de los más
conspicuos instigadores derechistas de las guerras culturales del Partido
Republicano, en que, a pesar de la victoria de Obama, los EEUU siguen siendo
un país de "centroderecha". (También explicaría los repetidos guiños
"bipartidistas" de la campaña de Obama.)
Se diría, pues, que mientras en un caso (Alemania) tenemos una polarización
política genuina, que parece echar sus raíces en una polarización social y
económica que transforma crecientemente el paisaje político de unimodal
(dromedario) a bimodal (camello), en el otro caso (EEUU, España, Italia) lo que
tendríamos es un paisaje político unimodal en el que lo racional seguiría
siendo, ciertamente, la lucha por el "voto de centro", pero en el que,
misteriosamente, los estrategas de una derecha enloquecida y extremista (un
Karl Rove, en EEUU; un Ángel Acebes, en España; un Berlusconi, en Italia)
lanzan guerras culturales destinadas a polarizar "artificialmente" la vida política,
a fin de rentabilizar la crispación causada por la introducción de asuntos
relativamente periféricos en relación con la dinámica básica de la vida
económico-social (creacionismo, confesionalismo, fundamentalismo "familiar",
guerra al terrorismo, patriotismo y unidad nacional, etc.)
Las dos dimensiones de la polarización política
Sin embargo, la polarización política tiene al menos dos dimensiones. Una,
evidente, es la radicalización de posturas en diversos asuntos ubicables en el
espectro político derecha-izquierda: hay polarización en ese sentido cuando,
pongamos por caso, una parte importante de la población sostiene una
posición muy terminante contra cualquier forma de eutanasia (o de
despenalización del aborto, o de laicismo público, o, en el Reino de España, de
reconocimiento del carácter plurinacional de nuestro país), mientras otra parte
también importante de la población es radicalmente favorable a la eutanasia (o
a la despenalización del aborto, o a la profundización del carácter laico del
Estado, o al reconocimiento del carácter plurinacional de España).
La otra dimensión de la polarización, menos evidente y atendida, pero en cierto
sentido más importante y de mayor calado, tiene que ver, no con la
radicalización respecto de uno o varios asuntos de debate político, sino con lo
la coherencia en la alineación de asuntos políticamente debatibles: una cosa es
la radicalización respecto de uno o varios asuntos políticamente debatibles –
pena de muerte, penalización del aborto, creacionismo, interferencia mínima
del Estado, o negativa a reconocer el carácter plurinacional de España,
pongamos por caso—; otra muy distinta, la coherente alineación de esos
asuntos. Supongamos que se es congruentemente conservador, si se está a
favor de todo eso, y coherentemente de izquierda, si se está en contra. Podría,
pues, darse una polarización política en la primera dimensión, porque hubiera
gran radicalismo en las encontradas posturas mantenidas por segmentos
importantes de población respecto de uno o más de esos asuntos, sin que, por
otro lado, se registrara la menor polarización política en materia de alineación
de asuntos, es decir, sin que se hubieran formado bloques congrua y
coherentemente enfrentados.
La señora Rosa Díez y su nuevo partido Unión Progreso y Democracia (UPyD),
por ejemplo, aspiran a ser una fuerza "transversal" sobre la base de radicalizar
su hostilidad a los nacionalismos (periféricos), es decir, apostando por una
creciente polarización del electorado español en torno a este asunto, pero
fiando su posible crecimiento futuro a la incogruencia en el alineamiento de las
preferencias políticas del electorado de la izquierda y de la derecha, es decir,
confiando en que no crecerá en España la dimensión de coherencia o
alineamiento de la polarización política.
Obama arrasó en California, particularmente gracias al voto de la clase obrera
blanca, de los afroamericanos y de los latinos (presumiblemente, por razones
económico-sociales centrales); sin embargo, ese mismo día y en ese mismo
estado, se perdía el referéndum sobre el matrimonio gay; la "guerra cultural" de
la derecha logró sacar provecho de la débil coherencia en el alineamiento de
las preferencias políticas de las bases sociales del adversario. Un resultado
firme de la investigación politológica empírica en los EEUU sostiene que uno de
los rasgos más llamativos de la polarización política en los EEUU de los últimos
años es la "disparidad entre la polarización de las elites y la polarización de las
masas": entre los "votantes más ricos y más sofisticados", las dos dimensiones
de la polarización –la radicalización por asuntos políticamente debatibles y la
coherencia en la articulación cognitiva de esos mismos asuntos— han crecido
en paralelo; no así en el resto de la población: "el tercio más rico de la
población norteamericana ha aumentado la coherencia de sus preferencias
políticas (…), mientras que las de los más pobres siguen siendo incongruas.
Pero no observamos ninguna pauta semejante cuando dividimos a la población
según la región en que vive o según su práctica religiosa"
Parece clara la relación entre polarización de la elite e incremento de la
desigualdad. Se ha sugerido que ambas dimensiones de la polarización, la
radicalización en las posturas políticas respecto de determinados asuntos
políticamente debatibles y la coherencia entre ellas, han crecido en el grupo de
los norteamericanos con más recursos y mayor poder: ·"la parte más rica del
electorado sabe bien lo que quiere" y, más aún que en el pasado, "está
resuelta a influir en el proceso político", lo cual, potencialmente, incrementa la
desigualdad en la representación de los intereses políticos, no sólo a través de
la actividad de los lobbies, sino también en el sufragio.
PUNTO 5 DE LA DIAPOSITIVA 20 A LA 22
Polarización política y crisis económica
No es, seguramente, aventurado generalizar estos resultados de la
investigación politológica empírica en los EEUU y afirmar que buena parte de la
hegemonía ideológica conservadora de las últimas décadas se ha sostenido
en ese proceso de desbaratamiento de la coherencia política cognitiva de las
clases trabajadoras y populares (uno de cuyos indicios empíricos más claros es
el espectacular declive en las tasas de sindicalización) y de paralela
rearticulación del ideario político-ideológico y de la capacidad de organizarse
socialmente, capilarmente, de los estratos dominantes de la población. En ese
contexto, la polarización "artificial" inducida en las campañas políticas por las
"guerras culturales" de la derecha cobra bastante sentido. Substrae del debate
político asuntos económico-sociales centrales, aprovechando, dicho sea de
paso, que una izquierda política completamente desorientada y acomodaticia
ha dejado de ponerlos en cuestión. Y trata de dividir al adversario (o al menos,
según famosamente declarara al Financial Times Gabriel Elorriaga, estratega
de la última campaña electoral del PP español, de "desmoralizarlo") en asuntos
más periféricos. Todo eso en la –fundada— convicción de que las bases
sociales de ese adversario adolecen de problemas de coherencia. Que esa
estrategia de "guerra cultural" pueda ser exitosamente resistida, por ejemplo,
con una contraestrategia "buenista" de "Maternidad y Desencaje" , como
verosímilmente han hecho el "bamby" Zapatero y el "bipartidista" Obama –a
quien el equipo de McCain llegó a presentar como "becario de Zapatero"— en
sus últimas campañas electorales, no afecta mucho al fondo de la cuestión,
que echa sus raíces, como dicho, en la desvertebración de la coherencia
política de las clases populares.
Comencé esta charla hablando de las distintas manifestaciones de la
polarización en países como EEUU, Alemania y España. La terminaré
observando cómo se reflejan esas diferencias en las distintas actitudes de las
poblaciones ante la crisis económica mundial.
Hace unos días, el Financial Times publicó una encuesta de opinión sobre la
crisis económica realizada entre las poblaciones del Reino Unido, Francia,
Italia, Reino de España, Alemania y los EEUU. Preguntaba por las causas de la
crisis financiera, con cuatro tipos de respuesta posibles: a) se trata de abusos
del capitalismo; b) se trata de fallos intrínsecos del capitalismo; c) Ninguna de
las dos cosas; d) No está seguro. He aquí los resultados:
ING FR IT ESP AL EEUU
Abusos del capitalismo: 52% 68% 65% 62% 46% 66%
Fallos del Capitalismo: 13% 17% 11% 15% 30% 7%
Nada de eso: 7% 5% 8% 9% 13% 10%
No está seguro: 28% 10% 16% 14% 10% 16%
Se pueden sacar varias conclusiones de esta encuesta, algunas enjudiosas.
Por ejemplo, ésta: la enorme desorientación de la población británica tras más
de una década de "tercera vía" y "nuevo laborismo" (28% de los encuestados
"no están seguros"). O esta otra: a pesar de tener el gobierno más derechista
desde el final de la II Guerra Mundial, con un presidente que ganó
abrumadoramente las elecciones prometiendo "americanizar" la vida
económica francesa (aunque ahora dice querer nada menos que "refundar el
capitalismo" mundial), el formato republicano de la vida política gala parece
todavía lo bastante robusto como para que un 17% de la población culpe
directamente de la crisis a los males endémicos del capitalismo.
Pero lo que me importa destacar aquí es ésto: se da la coincidencia de que el
país en donde la "guerra cultural" y la consiguiente polarización "artificial"
inducida por la derecha en las campañas electorales ha sido más baja –
Alemania— es también el país en el que el potencial de crítica al capitalismo
como sistema económico intrínsecamente irracional y desastroso es más alto
(30% de la población). Por el contrario, las actitudes más conformistas (¡en
pleno suicidio del capitalismo financiero, sólo un 7% de la población
norteamericana, un 11% de la italiana y un 15% de la española culpan al
sistema!) se dan entre las poblaciones de países que cuentan con una derecha
(los Bush, los Berlusconi, los Aznar) entregada a feroces "guerras culturales" y
enterquecida en una crispante polarización elitista de la vida política, capaz de
anestesiar políticamente el debate, o de distraer al menos la atención sobre la
tremenda polarización socio-económica objetiva a que se ha asistido en las
últimas décadas, y por lo mismo, capaz hasta ahora de frenar la polarización
política de masas que esa situación objetiva debería normalmente propiciar. Se
diría, pues, que las "guerras culturales" de la derecha son posibles sobre todo
en países en los que las clases populares han perdido buena parte de la
coherencia política cognitiva, y les resulta más fácil a las elites conservadoras
buscar estrategias de polarización basadas en la radicalización de asuntos
políticamente debatibles más o menos periféricos, pero capaces de dividir al
adversario.
Se insiste estos días en España en el fiasco y aun el suicidio de Izquierda
Unida y, en menor medida, de EUiA e Iniciativa per Catalunya-Verds, los restos
de una izquierda que, aun si tremendamente disminuida por sus graves errores
estratégicos en la llamada Transición democrática española, fue relativamente
fuerte hasta hace poco, y a la que todavía se asigna razonablemente un
potencial de voto superior a los 2 millones de votantes. A mí me parece fuera
de duda que sus fracasos recientes, además de con el esperpéntico cainismo
político de unos dirigentes sin otro oficio ni otro beneficio que el medro logrero
programáticamente inane, tienen que ver también con la incapacidad para
entender el peculiar modo en que se manifiesta la polarización política en el
Reino de España. Una incomprensión que les ha llevado a oscilar
epilépticamente entre, de un lado, la miopía de la subordinación a la (eficaz)
estrategia reactiva del PSOE a las chillonas "guerras culturales"
desencadenadas por los aprendices de neocon del PP (y por los
"transversales" de UPyD) y sus poderosos altavoces mediáticos y, del otro
lado, la ceguera de la atrabiliaria confrontación con un PSOE poco menos que
vituperado como enemigo principal.
Las dimensiones y la profundidad de la crisis del capitalismo en España, que
ponen un abrupto final a décadas de prosperidad ilusoria, a los odiosos alardes
propios del pésimo gusto de los nuevos ricos y, sobre todo, a las ridículas
fantasías neoimperiales en América Latina (¡había que ver a Zapatero pidiendo
en San Salvador apoyo a Lula y a la señora Kirchner para lograr una silla en la
reunión del G-20! ¡Hay que ver estos días al santo y seña del neoimperialismo
español, la compañía Repsol –neciamente privatizada en su día— a pique de
quedar a merced de los intereses geoestratégicos de Rusia!), deberían augurar
unas perspectivas razonables a la izquierda anticapitalista española. Pero el
futuro de una izquierda parlamentaria capaz de representar dignamente a cerca
de tres millones de potenciales votantes, capaz de consolidarse como tercera
fuerza política del Reino y capaz de crecer aupada por la evidente polarización
de la vida social y económica de la España actual –casi un 60% de asalariados
"mileuristas"; la mayor tasa de desempleo de la UE; la mayor tasa de
crecimiento de millonarios en la última década— pasa, entre otras cosas, por
comprender la peculiar dinámica de la polarización política en nuestro país.
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