View
4
Download
0
Category
Preview:
Citation preview
R e-v i s ión d e -v alo.-e s i\ntonio de Moragas Gallisá, arquite<to
Para el despliegue de cualquier actividad humana es indispensable una gran dosis de fe, o a falta de ella, poder disponer de unos puntos de referencia generosamente admitidos o de un código o de un reglamento. Dicho en otras palabras : de un estilo. La gestión del urbanista, por tanto, forzosamente ha de estar apoyada con la ayuda de unos modelos fácilmente aplicables en su compleja tarea y que pueden servirle de argumento en la defensa de su ciencia o teoría. La ciencia del urbanismo es joven. Hace escasamente poco más de un siglo a nadie se le había planteado problemas de tan difícil solución como son los de organizar sobre un papel algo, que en su fin, sea el espacio o lugar donde puedan vivir miles de hombres en varias generaciones.
Pasando por alto, hecho más hien de interés histórico, los orígenes de la necesidad del urbanismo y también el urbanismo monumental o r epresentativo, vemos que el urbanismo como fin social y como acto consciente aparece precisamente cuando empieza a evolucionar la idea de los derechos del hombre hacia una idea más humana que podríamos llamar necesidades fundamentales del mismo.
El urbanismo es técnica, ciencia o teoría, pero es indispensable que por su complejidad y alcance se hase sobre un ideario. No es posible r ealizar un urbanismo al día sin pensar que su misión es la de facilitar bienestar a todos los miembros de una comunidad a la que está vinculado y sirve, y que su labor debe estar encaminada a cubrir el grado de indigen cia de la misma, como diría Fernández de Castro.
La mayor dificultad de la labor urbanística deriva de la anchura del campo de su actuación, que se extiende desde el m ero mundo de las ideas, como hemos dicho, hasta la preocupación por el acabado t écnico de un detalle. No es una ciencia de especialización. No es tampoco una ciencia de aplicación directa al hombre, como tantas otras, la medicina por ejemplo, sino más hien una disciplina de determinación apriorística que intenta o tiene por fin r esolver el arduo planteamiento de cómo tien e que ser un aspecto muy importante de la insatisfecha vida del hombre como individuo y como miembro de l a comunidad.
El urbanismo, bien se ve, no es una ciencia exacta solamente que permita la especulación abstracta y fría, y en modo alguno tampoco una ciencia empírica, ya que un mayor número de casos investigados no permite formular conclusiones definitivas.
Las cuestiones que debe ir resolviendo esta ciencia forman como un sistema de varias ecuaciones, con más incógnitas que ecuaciones. La totalidad de las incógnitas es casi indeterminable. De aquí nace 1a conveniencia de establecer patrones de car áct er gen eral dentro de los cuales puedan t ener cabida y amoldarse todas las posibles soluciones, ya que es evidente que n o puede existir en el proyecto urbanístico una solución par a cada uno de los casos. Si a su vez las soluciones son muy elásticas, podrá amoldarse a ellas la infinita gam a de necesidades que tienen las familias de un lugar o de un país. En definitiva, es-
tamos llegando a un punto en el que se evidencia que el urbanismo tiene forzosamente que establecer unos principios generales que cubran aquellas n ecesidades que aludíamos antes, debiendo reconocer su impotencia para satisfacer toda la problemática que se ofrece al técnico urbanista.
Como decíamos al principio, es evidente que dicho técnico, técnico que la mayoría de las veces se halla desconectado de la realidad humana para la cual tiene que trabajar, desconoce no solamente los casos particulares que ésta ofrece, sino que incluso desconoce los casos generales debido a su falta de preparación humanística, que es indispensable para poder establecer las características que debe ten er el mundo que pretende crear.
Si hacemos un análisis, a rasgos gen erales, de cuáles son los capítulos que primordialmente debe considerar el urbanista, llegaremos, por eliminación de casos y aproximaciones su cesivas, a centrar nuestra atención a aquellos más fundamentales. Debemos eliminar, de entrada, todos aquellos aspectos que se plantean al técnico urbanista y que pueden colocarse dentro de lo que hemos llamado ciencias exactas; es decir, todos los problemas meramente técnicos que p ermiten acercarnos a conclusiones perfectamente definibles. Pongamos por caso el cálculo de una red de san eamiento. Es evidente que para un número conocido de u suarios, para un consumo determinado que puede establecerse, con unas características escogidas, unas fórmulas matemáticas sencillas pueden darnos unos números exactos, que fijen pendientes, seccion es, esp esores, etc., de esta red de saneamiento.
Si nos volvemos ahora hacia el lado más experim ental del tema, lo que h emos estimado en denominar aspecto empírico del urbanismo, veremos cómo m eticulosas estadísticas obtenidas sobre un amplísimo cañamazo pueden descubrirnos de modo muy aproximado el cuadro de n ecesidades de una población. E stamos ya entrando en soluciones menos precisas, en cuestiones de estadística y de cálculo de probabilidades.
Siguiendo por este camino, método lógico que nos h emos impuesto, veremos cómo vamos dejando atrás aquellas cuestiones y aquellos problemas fáciles de r esolver al urbanista, que son los correspondientes a los aspectos de ciencia exacta y ciencia empírica de la teoría urbanística, mientras vamos llegando al verdadero fondo del problem a, que es donde el urbanist a debe dej ar de ser un científico y empieza a ser un hombre intuitivo, para lo cual n ecesita forzosam ente poseer una amplísima y profunda formación humanística. H ay muchos problem as del urbanismo que sólo pueden resolverse mediante una profunda capacidad intuitiva del técnico que se ocupa de ellos. Es cuando el técnico urbanista entra en el campo del artista. No obstante, debe reconocerse que no es un m étodo del todo aconsejable el que cifra sus resultados a m edios m eramente irracionales y subjetivos, si bien en muchas actividades humanas se llega por eliminación de soluciones a este punto crucial en el que se h ace indispen sable la intuición. Esta, a pesar de todo, no se produce de modo espontáneo, sino que
17
está proyectada desde fuera por la cultura y la formación recibidas, así como los principios, verdadero sostén de la intuición, son debidos a influencias del pensamiento.
Si, como h emos visto más arriba, es posible alcanzar con precisión la solución de un problema m eram ente matemático como el cálculo de una red de desagüe, o resolver por procedimientos empíricos otros aspectos del urbanismo, no es posible establecer de modo preciso y definitivo cuál ha de ser el modo de vivir de una aglomeración humana en sus facetas psicológicas o espirituales. Aquí empieza el punto más apasionante de la técnica urbanística, donde ya tal vez no es justo llamarla t écnica, sino m ás bien intuición o arte urbanístico. Para progresar un poco en el camino de este m étodo que nos h emos impuesto, será conveniente echar una mirada hacia atrás y observar cómo en casi todas las épocas pasadas el problema de la vivienda o de la morada humana se r esolvió de m odo espontáneo y sin previsión alguna previa. Es patente que el r esultado, por este camino obtenido, no es en modo alguno satisfactorio; cualquiera de nosotros, urbanist as, nos turbamos ante las bajísimas condiciones de todo orden que ofrecen l as viviendas así construídas. Nadie puede estar conforme con el tamaño, la disposición, la falta de condiciones higiénicas, la falta de aislamiento, de insolación, de buenas vistas, e tc., que ofrecen la mayor parte de las viviendas rurales o suburbiales de nuestro país. A pesar ele todo, es conveniente que nos paremos a m editar sobre este singular hecho. Está claro que el hombre, por naturaleza, tiende a la complexibilidad y a la perfección. E s cierto también que muchas veces la rutina y las malas costumbres le privan de un desarrollo mejor ; dicho de otro modo, privan que se exploten hasta su máximo, gracias a la inteligencia y la organización, unas posibilidades, aunque éstas sean reducidas y m ediocres. Lo que no es rebatible es que las viviendas surgidas de esta forma espontánea responden completamente a unas posibilidades, posibilidades que, como acabamos de decir, una inteligente organización y un mejor aprovechamiento del esfuerzo que las crea podría hacerlas mucho m ejores, p ero la diferencia entre la m ejor calidad obtenida por un procedimiento organizado sobre la obtenida por l a simple espontaneidad será tanto más reducida cu anto m enores sean las posibilidades reales de todo orden. Lo que no es posible es hacer milagros ni sacar algo de donde n ada existe. Deb e ser motivo de inquietud para todos constatar que precisam ente en una época en la que existe una arquitectura desarrollada. una industria desarrollada, una técnica avanzadísima y una enfática ciencia urbanística, sea cuando aparece el p roblem a de la falta de viviendas en su forma m ás agudizad a. ¿No será que esta técnica o t eoría u rb aníst ica está divorciada de las reales posibilidades eco· nómicas y sociales del lugar donde opera?
E s fácil estar de acu erdo en que estos p oblados que se h an producido de una manera an árquica y espontánea son algo que d eb e combatirse como se pueda, al go que es u na vergüenza, n o sólo para quienes los han construído, sino también para quien ha permitido fuer an construídos. A pesar de todo, es doloroso tener que reconocer que este esfuerzo-de estadísti-
18
cas a mano no disponemos-h a tenido una importancia en la construcción de viviendas que no es en ningún modo despreciable. Viviendas que de no haberse construído por este procedimiento anárquico y espontáneo no existirían. Otro problema que presenta el técnico urbanista en E sp aña es el que se deriva de su lógico deseo de superación, much as veres. o casi siempre, desorbitado; es lo que podríamos llamar consecu encia de los viaj es y de la facilidad de información. Después de un período de ostracismo y de r epliegue dentro de nuestra casa, tal vez por reacción, se h a p asado una etapa de atracción por t odo lo exterior que nos tienta a aplicar a nuestras modestísimas posibilidades, soluciones que están fund ad as en unas realidades totalmente distintas a las nuestras, no ya desde eJ punto de vista económico, sino también de nivel social , así como de nuestros aspectos climatológicos, geológicos, topográficos, e tc. La actual facilidad de poder entusiasmarnos por cualquier r ealización situada a miles de kilómetros no sólo de nuestra l atitud, sino de nuestro nivel , es un elem ento m ás de despiste en la aplicación de nuestra balbuciente ciencia urbanística.
El impulso inicial que los arquitectos h emos tomado en estas cuestiones de urbanismo ha dado como resultado, a pesar de lo dicho, que éstas fueran tratadas de una forma b ast ante humanística, pues n o podemos olvidar que el arquitecto todo y los graves defectos de su educación, dignos de otro estudio, tiene una formación a la vez técnica y artística que le permite adquirir un concepto más bien universal de los problemas. No obstante, su incentivo se ha visto lamentablem ente frenado por una visión p olítica o administrativa del asunto. Hay muchas maneras de enfocar los problemas, pero desde luego no es la buena aquella que tiende a extremar demasiado un aspecto parcial del mism o. E s cierto que no puede h aher acción urbanística sin una previa preparación administrativa, p ero sería completam ente absurdo insinuar que el problema urbanístico es m eramente un problema administrativo, como lo sería en cualquier planteamiento empresarial conceder más valor a la contabilidad, por ejemplo, que a la producción.
H echas estas consideraciones de carácter general que h emos creído imprescindibles, podem os volver a tomar el hilo del m étodo que n os habíamos propuesto al principio, es decir, llegar a determinar o localizar la zona m ás difícil del amplísimo campo de acción de la gestión u rb anística que va del dilem a de elegir entre derecho y n ecesidad hasta el modo de encauzar o torcer las costumbres.
P reviamente deberemos señ alar, en líneas generales, las dos grandes tendencias del ideario urbanístico, y decimos ideario precisam ente porq ue en est e aspecto final estamos intentando destacar, separándolo, lo esencial de los problemas secundarios. P or u n lado, existe aquella tendencia que se propone establecer de un modo concreto y definitivo unas premisas, unos cri terios o unos principios invariables, frutos de l a r azón, qu e no tendrá p or verdadero si no a quello que clara y distintamente r econ ozca ser t al ; es lo que podríamos llamar el urbanismo utópico. Contrapuesta a dich a tendencia, se ofrece o tra m en os ambiciosa, m ás m ale able, m ás democrática podríam os decir, aun-
que escéptica, por estar poco convencida de que pueda existir una panacea decisiva que permita establecer un conjunto de reglas y de normas que permitan resolver de modo satisfactorio la totalidad de los problemas del urbanismo. Tendencia esta en cierto modo emparentada, sin que adopte su despótica solución, con el individualismo de Tomás Hobes que considera a los hombres tan fundamentalmente distintos entre sí, que un estado de la naturaleza equivaldría a un estado de guerra "de un hombre contra otro". Esta inclinación podríamos decir que está caracterizada por una especie de agnosticismo cultural, ya que estando fundamentada en un hondo conocimiento de todas las posibilidades, así como de todos los problemas, declara inaccesible al entendimiento humano toda noción de solución absoluta. Si por una parte esta doctrina lleva a un franco escepticismo, a una falta de fe, a un convencimiento de que no pueden alcanzarse las soluciones, no por falta de medios, sino porque la misma complejidad y constitución humana lo hacen imposible, en cambio, por contrapartida, tiene la ventaja de permitir, por su ductilidad, caminos más viables y reales. Además, la primera tendencia señalada, la que tiene fe ciega puesta en aquello que aparece "claro y distinto" que pretende conocer el mundo exterior, material, debe ponernos en guardia en cierta manera, ya que la adopción de una teoría aplicada sin inteligencia, como puede ocurrir en la mayoría de los casos, es inevitable que provoque la desastrosa consecuencia de estimular ciegas y románticas r eacciones que prefieren lo espontáneo y vivo, aunque desordenado y primitivo, a lo estereotipado y determinista que aparece como absurdo, muerto, demasiado materialista y difícilmente intuíble. Si rendimos culto, valga la paradoja, a lo que antes h e· mos calificado agnosticismo cultural y queremos establecer un código de valores negativos o de valores aunque posiblemente positivos, difícilmente asequibles, como es el concepto orgánico que propone una instancia psicológica y espacial de que el problema actual consiste en humanizar la arquitectura y el urbanismo, se llega fácilmente a admitir la imposibilidad de establecer un orden que permita su aplicación en todos aquellos casos muchas veces aislados y separados del contacto de un centro de inspiración y de pensamiento.
El urbanismo es ciencia a la vez abstracta y empírica y al propio tiempo actividad consciente que se propone circunscribir la vida del homhre al mundo presente y visible, pero que no puede olvidar que ést e también es un peregrino y un soñador.
En cuanto a sus dos primeros aspectos, el urbanismo se beneficia del progreso de la técnica, pero el pensamiento h a determinado los principios positivos o no sobre los cuales se asienta.
Es evidente que el pensamiento filosófico influye de manera concreta a toda actividad humana, del mismo modo que la propia evolución de esta actividad humana repercute asimismo sobre el pensamiento filosófico. Ahora bien: este pensamiento filosófico influye en distintos modos según la actividad humana sobre la cu al actúa. Existen algunas muy sensibles a la influencia del pen samiento. Son todas aquellas que para manifestarse requieren un mínimo de elem entos.
No hay duda que el hombre que coge una pluma para escribir con un papel completa el cúmulo de sus n ecesidades; o el pintor que toma su pincel o la espátula, o el escultor que con un pedazo de material y un cincel hace su obra, pueden acusar con brevedad las influencias del pensamiento, mientras que en la arquitectura y todavía mucho más en el urbanismo, que para manifestarse n ecesitan de un formidable conjunto de elementos de toda especie, la relación entre pen samiento y realización exige un vastísimo espacio de tiempo.
Como tesis del presente estudio podría concluirse que el urbanismo es tal vez, de todas las actividades humanas, aquella que llega a expresar con más retraso el pensamiento que la ha precedido. En consecuencia, el actual urbanismo debe estar impregnado d e ideas y de un pensamiento superado y evolucionado. En definitiva, debe estar anticuado. Precisamente la relativa juventud del urbanismo, sus pocas generaciones y su modesto "pedigree", permiten afirmar que no ha tenido tiempo de adquirir la ranciedad necesaria en cualquier actividad humana para ser estimable. Si exploramos en la vida de los antepasados del urbanismo actual, verdaderos fundadores del mismo, descubriremos que su reducido campo de actividades lo compensaron con una vastísima proliferación de ideas, seguramente perdurables en nuestros días. ¿ Cuáles fueron? Dejémoslo para un ulterior estudio. De momento, recelemos de una serie de tópicos y con ceptos que esta exposición nos ha encaminado a poder afirmar que son falsos.
¡ Cuántas de nuestras obras de urbanismo han sido concebidas pensando en el fotógrafo, en la revista, en el comentario entre compañeros, hueros seguramente de preparación adecuada para hacer una crítica responsable ! Hasta un escudo parecido a estos de los "hinchas" del club deportivo ha entronado un "slogan " propio de la publicidad: sol , aire y vegetación.
Es decir, que cuando España se expresa al mundo con una pintura desgarrada y una poesía lacerada, precisamente aquellos ademanes m ás sensibles a las influencias, nuestro urbanismo ha de t en er la tranquilidad, el nivel y los escrúpulos del urbanismo escandinavo! En España, cuando llegamos a un pueblo, pensamos desde la carretera : ¿ cómo será posible a estas gentes que t engan una intimidad. un recogimiento, una paz, que los aisle de la dureza del ambiente? ¡ Sol, aire y vegetación! ¿ Qué nos podrá librar del sol ? ¿ Qué nos podrá hacer respirable el aire? ¿Dónde se aclimatará la vegetación? A la fórmula : cielo, sol y verde se podría oponer el tríptico: sombra, intimidad, paredes. Sí, paredes; bellísimas paredes que nos aislen de la áspera realidad. Del polvo, del amarillo, de la miseria.
Nosotros los urbanistas debemos desenmara1íarnos de estos tópicos adoptados sin reflexión. Tenemos que suprimir de nuestros catálogos estos pueblos de planta baja o de planta y piso que sólo son soportables cuando son espontáneos, porque su poesía los salva, para proponer los pueblos en altura, cuanta m ás mejor, que nos aleje de la dura e insoportable realidad. Del sol , de la aridez y de l as piedras.
Si estas palabras son fruto de un pensar, descubrámoslo. ¡ No pensemos por cuenta ajena!
19
Recommended