Suplemento Cultural Contenido 28-03-15

Preview:

DESCRIPTION

Suplemento Cultural Contenido 28-03-15

Citation preview

DOMINGO 29 De MARZO De 2015 CONTENIDO 1

L as calles de Táuride y de Tver va-ticinan los cambios, marcan las diferencias entre las distintas épocas que se instalaron en el

silencio, en esa paz musgosa e inaltera-ble cuando las noches se pegan aún de los muros de la torre Ivánov.

Pero la paz nunca tocó el per� l de Ana Ajmátova, uno de los fantasmas de esta historia. Stalin se encargó de hun-dir el puñal en la carne de su poesía, en el cuerpo borroso de su hijo, en la mirada perdida de su esposo. La muer-te –entonces- fue esa paz. El crimen, la perfección de un sistema que todavía tiene seguidores a través de discursos abrasados por el odio.

(Acabo de descubrir a Lyane Guillau-me, La torre de los recuerdos, editorial Diagonal, Barcelona, España, 2002, una escritora y profesora que ha pasado parte de su existencia en San Petersbur-go y Moscú. Y la acabo de descubrir en una novela que dibuja la Rusia de co-mienzos del siglo XX).

2.-Se trata de una lectura sin tropiezos.

Capitulada según las agujas del reloj, con entradas y salidas de un diario que una tal Anastasia Borísnovna Dalmátov escribiera en sus tiempos de San Peter-sburgo, ambientado en la torre Ivánov, donde viviera Anastasia, nombrada Nastia, y que fuera heredado -el diario- por Luc Verdon, joven curioso que deci-de rescatar del olvido a quien por gracia y milagro invadió su existencia.

La paz, tan buscada, tan pisoteada. La paz, esa manera de encarar el opti-mismo. Para los personajes de esta no-vela la paz es el espejismo calcado por

el piso empedrado de las páginas por donde se pasearon y pasean Grigori Yefívomich Novij, alias Rasputín, tam-bién conocido como Grishka; Diaguilev, Marc Chagall, Vladímir Maiakoswki, Elsa Troilet, Coco Chanel, Bakunin, Nina Ber-berova, Lavrenti Beria, Alexandre Blok, Ivan Buin, Isadora Duncan, Iliá Ehren-burg, Máximo Gorki, Vasili Kandinski, Alexandre Kerenski, Mijail Lérmontov, Anatoli Lunacharski, Osip Mandelstam, Filippo Marinetti, Meyerhold, Nabokov, Nijinski, Anna Pavlova, Pushkin y mu-chos más, quienes conforman el mun-do de este imaginario donde se vuelca la señora Guillaume. Víctimas y verdu-gos. Artistas y bestias. Todos juntos en esta atmósfera donde el espanto tiene nombre y apellido.

3.-¿Qué es lo que nos atrae de esta no-

vela? La muerte, de� nitivamente. La violencia practicada por los comisarios políticos, por los comisarios del pueblo contra artistas, trabajadores e investiga-dores. En estas hojas desconocidas nos topamos con el dolor, el exilio, la cárcel,

el paredón, la burla, la humillación, todo practicado en nombre de una dictadu-ra, de un proletariado que fue también víctima de discursos y acciones crimi-nales, y que tuvieron su � n hace pocos años, sin necesidad de disparar un solo tiro.

La paz, asaltada por personajes os-curos, “salvadores” del mundo, mesías y profetas de verbos encendidos. La paz, esa formalidad que tiene en el poder su más artero “defensor”. La paz, co-mida por los bichos que se uniforman y pasean sus despojos sobre las insti-tuciones y se mofan de la sensibilidad humana. La paz, usada por aquellos revolucionarios que mataron, violaron, asaltaron, despojaron y vejaron a críti-cos y adversarios. La paz, tan nombrada por el poder, tan ansiada por los pue-blos.

¿En nombre de quién será la paz par-te de nuestros agobios? ¿En nombre de cuántos hambrientos seremos parte de una reforma, de un progrom, suerte de kommunalka, techo colectivo donde la sarna y la podredumbre de� nen la desesperanza, la pérdida del nombre, la desaparición de las aspiraciones perso-nales?

4.-Cuando hayamos terminado de leer

esta nota, el país que nos confunde, éste que decimos nuestro, que nos “entregan” en un logotipo, tendrá po-cas horas para seguir cercano a nues-tras libertades. La paz que nos ofrecen se acerca a un brasero. La paz que nos alcanzan tiene sabor amargo.

En este momento nos hacemos par-te de aquella anónima Anastasia que dejó escrito el crimen, el hambre, el sufrimiento, el frío, la muerte propicia-dos por el padrecito Stalin, uno de los profetas prometedores de la paz.

Crónicas del Olvido

La Torre de los RecuerdosALBERTO HERNÁNDEZ

1.-

2 DOMINGO 29 De MARZO De 2015CONTENIDO

Y a lo avisaba el célebre Manolito Gafotas cuan-do le tocaba hablar de

su hermano. «El Imbécil», con su inseparable chupete, aún hoy sigue conquistando a todos aquellos osados que deciden sumergirse en sus páginas. No obstante, si la realidad supera a la � cción, es preciso a� rmar que pocas veces nos encontraremos con un imbécil tan afable. Más bien, ninguna. Ya que el apelativo sirve para señalar al individuo que aúna dos cua-lidades indispensables: ser estúpido y tener mala leche.

Tal y como señala Pancra-cio Celdrán en «El Gran Libro de los Insutos», publicado por la editorial La Esfera, la ofensa alude también del sujeto que con su malasombra y mala baba acarrea problemas y causa daño. Un tipo alelado y débil mental, escaso de ra-zón, que empezó a ser nom-brado así desde principios del siglo XVI.

Sin embargo, fue el mallor-quín Ramón Llul a � nales del XIII en sus Proverbis quien usa el término de forma conceptual:

‘Imbécil es el asno que anda muy cargado y que pretende correr’.

Su origen etimológico deri-va del latín imbecillis (débil). «Flojedad que trasciende al espíritu, en cuyo caso el imbé-cil es un cretino, cabeza hue-ca, disminuido en su facultad de pensar. El Diccionario de Autoridades (1726) acentua-ba la palabra en la sílaba últi-ma: imbécil, y no le daba otro

signi� cado que el que tenía en latín», resume el autor.

Covarrubias dice en su Teso-ro (1611) referido a la mariposa:

Es un animalito que se cuenta entre los gusanitos alados, el más imbécil de to-dos los que puede aver. Tiene inclinación a entrarse por la luz de la candela, por� ando una vez y otra, hasta que � -nalmente se quema. Y por esta razón el griego le dio el nombre piraustes (…) Díxo-se mariposa, quasi maliposa,

porque se assienta mal en la luz de la candela donde se quema.

A pesar de su largo reco-rrido, Celdrán explica que no fue voz utilizada como insulto hasta mediados del XIX, por contaminación semántica del francés, lengua en la que el término tenía las connota-ciones modernas.

Serafín y Joaquín Álvarez Quintero escriben a princi-pios del siglo XX:

Mira el malaje; mira el mal

hombre. ¡Quién nos lo iba a decir! ¿Quién podía pensar que a la chita callando, eso es lo que de verdad era, eso: un imbécil...? ¡Vivir para ver!

Años más tarde, el célebre � lósofo José Ortega y Gasset, escribe en su prólogo a la edi-ción francesa de La rebelión de las masas una frase que ya es historia de la eternidad:

‘Ser de izquierda es, como ser de la derecha, una de las in� nitas formas que el hom-bre puede elegir para ser un imbécil’.

A. S. MOYA

Los imbéciles políticos que invadíanel pensamiento de Ortega y Gasset

‘Ser de izquierda es, como ser de la derecha, una de las in� nitas formas que el hombre puede elegir para ser un imbécil’

DOMINGO 29 De MARZO De 2015 CONTENIDO 3

En un excelente trabajo dedicado a la literatura fantástica producida en Venezuela (Cuatro mo-mentos de la literatura

fantástica en Venezuela, Fun-dación Centro de Estudios Lati-noamericanos Rómulo Gallegos, Caracas, 1986), dice Víctor Bravo, uno de los más notables inves-tigadores literarios de la actuali-dad venezolana, lo siguiente: En la literatura venezolana la crítica ha señalado, por un lado, los an-tecedentes de la narrativa fantás-tica: en los cuentos fantásticos que publicó Alejandro García, en Oro de alquimia, 1900 y sobre todo, en “Las divinas personas”, que publicó Pedro Emilio Coll en La escondida senda, 1925; por otro lado, la crítica ha señalado, fundamentalmente, a “seis narra-dores mayores”, en la producción de la narrativa fantástica vene-zolana: Julio Garmendia, Enrique Bernardo Núñez, Arturo Uslar Pietri, Ramón Díaz Sánchez, Pe-dro Berroeta y Alfredo Arman Alfonzo. A este grupo podríamos agregar los nombres de Guiller-mo Meneses (por la exploración de la causalidad fantástica de “La nube amarilla”, en la segunda arte de El falso cuaderno de Nar-ciso Espejo, (1952), y a Salvador Garmendia (por la producción de sus dos últimos libros donde la posibilidad narrativa de lo fan-tástico es explorada: Memorias de Altagracia, 1964, y El único lu-gar posible, 1981). (…) Entre Julio Garmendia y Pedro Berroeta se van a producir los grandes mo-mentos de la literatura fantástica venezolana, cuando la re� exión sobre lo fantástico se convierte en un elemento fundamental de las propuestas estéticas de Guillermo Meneses y Salvador Garmendia…Julio Garmendia, cuentista, y Pe-dro Berroeta, novelista, lo que convierte a Pedro Berroeta en

la expresión más importante de la literatura fantástica en la no-velística venezolana del siglo XX.Y cuando se re� ere especí� ca-mente a Berroeta, a� rma Bravo: Pedro Berroeta ha producido el corpus de narrativa fantástica más extenso de la literatura venezo-lana. Su � delidad a una narrativa que alcanza su � gura en el amplio espectro de lo fantástico lo vincu-la estrechamente a Julio Garmen-dia, el fundador, como hemos tra-tado de ver, de lo que podríamos llamar una estética de lo fantásti-co en la literatura de nuestro país.Y más adelante, luego de referirse a la “breve y densa obra” de Julio Garmendia, señala: El segundo gran momento de la literatura fantástica en Venezuela se va a producir, pensamos, en la ya ex-tensa obra de Pedro Berroeta. Es necesario agregar, sin embar-go, una diferencia fundamental: mientras que los textos de Gar-mendia, al acercarse a la alegoría, se salvan del estatismo de esta � -gura a través de la parodia y el hu-

mor (cristalizando así en un uni-verso fantástico que sólo acepta la reducción a la parodia), muchos de los textos de Berroeta sucum-ben a ese estatismo y a esa pobre-za del sentido que es la moraleja. Finalmente, Bravo concluye con las siguientes palabras: … la obra de Pedro Berroeta se presenta, en el contexto de la cultura venezo-lana, como uno de los grandes hallazgos de las posibilidades de lo fantástico en el hecho narrativo.Esta última a� rmación, puesta en tinta sobre papel por uno de los más destacados críticos acadé-micos de la literatura venezolana, debería ser su� ciente para darle a Berroeta la importancia que me-rece, pero en la realidad no ha sido así, y su obra es una de las que con mayor fuerza requiere un estudio y una verdadera revaluación, para ubicarla en el lugar que se merece.Porque si en propiedad no pue-de decirse que Berroeta fracasó como escritor, si puede a� rmar-se que, tal como Uslar Pietri, fue considerado un hombre de te-

levisión, un gran entrevistador, antes que un escritor notable.Nacido en Zaraza, en los llanos orientales de Guárico, en 1914, muy joven se trasladó a París, a estudiar en la Escuela de Altos Estudios Sociales de París. Luego de un breve período en su país, in-gresó al Servicio Exterior venezo-lano y represó a Europa. En 1945 había publicado su primer libro, Marianik (1945), que fue seguido por Instantes de fuga (1948), y las novelas La leyenda del Conde de Luna (1956) y El espía que vino del cielo (1968). También fue autor de las obras teatrales La farsa del hombre que amó a dos mujeres, Jonás y Los muertos no pueden quedarse en casa, y los poemarios Mientras las brasas duermen y La sagrada blasfemia. En 1993 ganó el Premio Municipal de Literatura de Caracas con La huella del pez, en el agua. Entre 1976 y 1979 fue Presidente de la empresa esta-tal Venezolana de Televisión, en la que trabajó como entrevista-dor durante varios años. Murió

en 1997, a los 83 años de edad.De su obra literaria dijo Domin-go Miliani: Pedro Berroeta (1914) publicó su primer libro, Marianik (1945) ilustrado por numerosos escritores de generaciones pre-cedentes. Obtuvo segundo pre-mio de El Nacional con Instantes de una fuga (1948). Maduró largo tiempo sus facultades para hilva-nar mundos fantásticos de escri-tura efectiva y las volcó en una novela artística de tema histórico: La leyenda del conde Luna (1956), con la cual obtuvo premio auspi-ciado por la Cámara Venezolana del Libro. La perfección de sus dotes se proyecta en los últimos años sobre otra novela: El espía que vino del cielo (1968). Toda su obra se mueve en resonan-cias sinfónicas alrededor de un mundo plenamente � cticio. No lo amedrenta volver a los espacios cosmopolitas en sus cuentos o a las remotas costumbres de una historia desleída. Para él, narrar es arte y arti� cio y en esa esfera produce su � cción, sin engaños. Por eso los seres enigmáticos que guardan bien escondido un � nal de historia abundan en sus narraciones. Por eso también el resorte humorístico va pues-to en lugar propicio dentro de las situaciones, para provocar la sonrisa del entendido que acep-ta el juego de la � cción como tal, sin pedirla más nada a cam-bio, como no sea dejarse atrapar en la sutileza de unos diálogos y unas acciones continuas que no importa a dónde nos llevan.A pesar de que está entre los que debieron sufrir las consecuencias de la falta de libertad de creación y de la muerte de la crítica literaria en Venezuela, en cierta forma, Be-rroeta fue una transición entre los novelistas que no alcanzaron el reconocimiento debido y los pri-meros que pudieron experimen-tar algo parecido al éxito literario, cuando las cosas se acercaron, en Venezuela, por un breve lapso, a lo que es normal en otros países de la antigua América española.

EDUARDO CASANOVA

Pedro Berroeta:novelista de transición

4 DOMINGO 29 De MARZO De 2015CONTENIDO

Si hay un resquicio po-sitivo que puede dejar la muerte este es ver-de. Al menos en Co-

lombia. “Lo único bueno que nos ha dejado la guerra es el rebrotar de la naturaleza”, ase-gura Héctor Abad Faciolince. Es el resultado de la vorágine de fuego enemigo, amigo e in-teresado, vivido allí durante las últimas décadas que ha ahu-yentado a la gente de muchas zonas, sólo pobladas por la ve-getación. De ahí que uno de los temas clave al día siguiente de la � rma de la paz, en caso de producirse, entre el Gobierno y la guerrilla, es la tierra, sostie-ne el escritor, al que le asaltan varias preguntas: “¿Sabemos, realmente, qué queremos ha-cer con la tierra colombiana? ¿Queremos volver a coloni-zarla? ¿Querrán los campesi-nos que han sido desplazados volver al campo? Es un miste-rio, pero ahí está. Tenemos que volver a pensar en la tierra”.

Son interrogantes que ro-dean la publicación de su nueva novela: La Oculta (Al-faguara). Una obra que puede ser leída como una metáfora de su país. “Cualquier novela ambiciosa quiere ser resumen de algo más grande. Metáfo-ra de algo más grande. Tierra y nación son palabras que se incluyen de alguna manera”, re� exiona Abad Faciolince (Medellín, 1958).

L a Oculta es una � nca en el departamento de Antioquia, que ha vivido durante 150 años las pasiones y violencias del país. Un pedacito de tierra por donde han peregrinado eter-nos miedos nacidos de sue-ños, ambiciones, robos, odios, amores, desamores, amena-zas, secuestros, incompren-siones, uniones, venganzas, rechazos, trampas, olvidos…

A la novela ha vuelto Abad

Faciolince ocho años después de El olvido que seremos, muy bien acogida por el público y la crítica. Esa crónica novelada, que le dio prestigio y proyec-ción internacional al abordar la impunidad del asesinato de su padre a manos de los pa-ramilitares en 1987, deriva en una hermosa manifestación de amor de un hijo por su pa-dre, mientras reconstruye los pasos de su familia.

Ahora, él, que en varias oca-siones ha dicho que cada vez le interesa “más la realidad y menos la � cción, aunque todo parezca más � cción”, vuelve a hechos reales para crear � c-ción: la de un pedazo de tierra. La de tres hermanos, Pilar, Eva y Antonio, que heredan una � nca en el suroeste de los An-des antioqueños, y la relación que cada uno de ellos tiene con esa tierra y sus antepasados. Sus voces tan distintas se relevan unas a otras en una procesión de hechos hasta dar la vuelta completa a la historia de la � n-ca, mientras desvelan piezas del puzle de sus vidas. Sobre esa disociación, Abad Faciolin-

ce reconoce que “el escritor de � cciones es esa persona capaz de salirse de sí mismo, al igual que el lector. El autor se sale, se extraña, y de alguna mane-ra se mete en otros al escribir”. Esta vez en Pilar, una mujer de tradiciones arraigadas; en Eva, una madre soltera con conti-nuas relaciones sentimentales, y en Antonio, un gay que vive en Nueva York.

Con La Oculta, el escritor ensancha su territorio creati-vo a la vez que lo convierte en la suma de su pasado literario. En la historia de esa � nca hay temas y ecos de sus otras no-velas: los sentimientos encon-trados de Fragmentos de amor furtivo, lo urbano de Angosta, la mirada culta y metaliteraria de Basura, la violencia y el do-lor de El olvido que seremos y la vena investigadora de Trai-ciones de la memoria.

“Soy un Catoblepas, como me dijo un día Vargas Llosa, ese animal mitológico que se devora a sí mismo, porque, dijo él, hay autores que se nu-tren de su propia historia. Solo que aquí es una relación fuerte

con la tierra, a la vez que ex-perimento una estructura y un tono con respecto a mis otros libros”, explica el escritor. Eso sí, aclara: “En cada nuevo libro tengo que explorar porque de lo contrario me aburro”.

Así es que en ese desaburrir del retrato de la � nca ancestral, ha colocado otros elementos esenciales: la familia, las dife-rentes familias de hoy; el amor, los diferentes amores a perso-nas o cosas; la fe, las diferentes formas de creer o no creer; y todo eso imbricado y revesti-do de un elemento más fuerte y trascendente: la memoria. Y tras ella y con ella, el recuerdo: “Como ya he dicho, más que la memoria, escribo con la mala memoria, y eso es fantasía. La memoria está llena de vacíos y la literatura los puede rellenar”.

Abad Faciolince se basa en la � nca La Oculta de su familia. En su historia, sobre la cual se documentó y habló con mu-chas personas, desandó su ori-gen que lo llevó hasta el siglo XIX cuando unos judíos con-versos, marranos, proceden-tes de Toledo “creyeron que la

tierra prometida estaba allá en el trópico. Ellos tumbaron selva, trabajaron la tierra, la sudaron, la enriquecieron, la hicieron suya. Después pasó a ser tierra de cafetales, luego de ganade-ría, hasta ser casa de campo. Y así muchas familias en Antio-quia. Por eso somos tan apega-dos a la tierra. Lo primero que yo hice cuando tuve plata fue comprar una � nca. Es así”.

E n Colombia hay muchos despojados o desplazados de la tierra, recuerda. Ricos y pobres. “Hace 50 años Colombia era puramente rural, hoy es urba-no. Todos tienen gran añoranza de la tierra. Y todos sienten que tienen derecho a ella. En Israel y Palestina es igual. Todos veni-mos de una tierra. Necesitamos pertenecer a algún lado, aunque sea para tener de donde irse”.

Y en Colombia en los últi-mos 150 años ha habido dos millones largos de kilómetros cuadrados surcados de balas y desplazados, ríos por donde bajan muertos y carreteras sin un alma durante mucho tiem-po por el miedo a ser asaltado. Ahora, dice Abad Faciolince, parece que la muerte tiene un lado bueno, y es de color verde.

Eso es La Oculta, la mirilla por donde se puede ver cómo el pasado ha peregrinado durante siglo y medio a través del miedo, las alegrías, las ilusiones y las frustraciones de una � nca-país. Es en lo que ha terminado el “no” de Héctor Abad Faciolin-ce. El no que anunció el año pasado en Lima: no iba a escri-bir más novelas. Los amigos lo emboscaron, los escritores lo cercaron, la gente se sorpren-dió. Lo espolearon. Entre ellos, Mario Vargas Llosa.

Abad Faciolince miró alre-dedor y lo que vio lo cuenta en su última novela: “A La Oculta estamos aferrados con garras y dientes, como si fuera la última tabla de salvación de unos náu-fragos a la deriva del mundo”.

“Lo único bueno que deja la guerra en Colombia es la vuelta de la naturaleza”

WINSTON MANRIQUE SABOGAL