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TEMA 29: EL INSTITUCIONALISMO Y EL PENSAMIENTO NORTEAMERICANO Prof.Dr. Eduardo Escartín González
HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
TEMA 29
EL INSTITUCIONALISMO Y
EL PENSAMIENTO NORTEAMERICANO
TEMA 29: EL INSTITUCIONALISMO Y EL PENSAMIENTO NORTEAMERICANO Prof. Dr. Eduardo Escartín González
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1.- GENERALIDADES
Estados Unidos, independiente desde 1776, se
dedicó a consolidarse y engrandecerse como nación en
las primeras décadas de su historia. Sus ciudadanos con
plenos derechos, emigrantes de los países europeos y
generalmente sin otros bienes de fortuna que sus brazos
y su acendrado espíritu emprendedor, se preocuparon
por sobrevivir y medrar aprovechando las posibilidades
de enriquecimiento que propiciaba la conquista del
oeste. No es de extrañar, pues, que en esas condiciones
el grueso de la población no se distinguiera inicialmente
por sus inquietudes culturales y científicas, y mucho
menos en el área económica.
La economía se prestaba a practicarla, primero
a base de esfuerzo personal y más tarde con la ayuda de
maquinaria. Los americanos enseguida vieron la utilidad
de las máquinas en un país con escasez de mano de obra
e inmensos recursos naturales para explotar. Además, la
abundante producción no presentaba dificultades para
ser vendida debido el gran incremento demográfico que
proporcionaba amplitud a los mercados. Por ello se
fomentó un acelerado desarrollo científico, tecnológico e
industrial a lo largo de todo el siglo XIX. Así, en poco
más de un siglo los Estados Unidos se convirtieron en la
primera potencia económica mundial.
La cultura evolucionó de una forma similar:
partiendo prácticamente de cero, a la vuelta de una
centuria y media los Estados Unidos se encontrarían en
todas las áreas a la cabeza de la investigación y con
universidades muy prestigiosas y eminentes científicos,
formados en ellas o atraídos de todo el mundo (lo que se
llamó «caza de cerebros»). A principios del siglo XIX se
impulsó la creación de universidades, en las que ya se
despertó la inquietud por el estudio de los temas
económicos. A título de ejemplo sirve la conocida
anécdota de la invitación del presidente Jefferson a Juan
Bautista Say –economista francés de principios del siglo
XIX, famoso por su libro Tratado de economía política
(1803)– para ocupar la cátedra de economía política en
la recién fundada Universidad de Virginia.
La falta de tradición docente impidió el
surgimiento de grandes economistas antes de mediados
del siglo XIX. Paulatinamente iría cambiando esta
situación. Al enriquecimiento cultural contribuyeron
algunos estudiantes americanos formados en Alemania y
que a su regreso accedieron al profesorado. Se trajeron
el historicismo que, al adaptarse a las peculiaridades
americanas, dio origen a la corriente de pensamiento
denominada «Institucionalismo». Los institucionalistas,
opuestos al marginalismo y a las conclusiones abstractas,
preconizaron el estudio de las instituciones más típicas
del capitalismo, las que encuadraban y encauzaban la
actividad económica. Tal estudio debía afrontarse de
forma objetiva, a la luz del análisis estadístico. Otros
economistas pretendieron una «revuelta pragmática»; es
decir, fundamentar la economía en la experiencia y la
evolución histórica, eludiendo así la pasividad implícita
en las leyes naturales y universales, y desvincular la
economía del excesivo formalismo de las teorías
abstractas y deductivas, para prestar más atención a la
acción del hombre y al desarrollo de los acontecimientos
económicos, (Spiegel, pp. 729 y 730).
Los institucionalistas y los pragmáticos, bajo la
influencia de Darwin, pero en contra del darwinismo
social y económico que propugnaba un feroz laissez
faire, se opusieron al liberalismo ya que, para ellos, la
adaptación a las cambiantes situaciones económicas se
podía realizar más rápida y eficazmente adoptando
deliberadas políticas económicas (Spiegel, p. 731).
2.- ECONOMISTAS NORTEAMERICANOS
DEL SIGLO XIX
Simon Newcomb (1855-1909), matemático,
astrónomo y economista aficionado, fue profesor del
Observatorio Naval de Washington y de la Universidad
Johns Hopkins (Baltimore, Maryland). Su principal obra
es Principios de economía política (1885).
Desarrolló la idea de la circulación de los
bienes económicos como un doble flujo circular: los
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bienes y servicios en un sentido y el dinero en el
opuesto. Distinguió entre flujos y fondos o acervos
(stocks). Se anticipó a Irving Fisher en la formulación de
una ecuación de cambios (Spiegel, p. 716).
En otros aspectos fue un ultraconservador
partidario del laissez faire y del darwinismo social, pero
mitigado en cuanto que defendía la intervención de las
autoridades públicas para impulsar la explotación de los
recursos naturales (ibídem, p. 716).
Francis A. Walker (1840-1897), hijo de un
profesor de economía política, colaboró con su padre en
la redacción del libro Ciencia de la riqueza (1866).
Participó en la Guerra de Secesión (1861-1865)
alcanzando el grado de general de brigada; terminada la
guerra, desempeñó varios cargos públicos y se dedicó a
la enseñanza de la economía política en la Universidad
de Yale (New Haven, Connecticut). Fue presidente del
Instituto Tecnológico de Massachusetts (Boston) y
dirigió la Asociación Estadística Americana y la
Asociación Económica Americana. Trató diversos temas
económicos en sus libros La cuestión de los salarios
(1876), La moneda en sus relaciones con el comercio y
la industria (1879) y Economía Política (1883).
Criticó la teoría del fondo de salarios porque,
según expone en su teoría de la distribución, los salarios
son más bien un residuo que queda tras retribuir otras
rentas, incluyendo en ellas los intereses y los beneficios
empresariales (Spiegel, p. 717). También criticó la idea
de fijar los salarios en el mínimo de subsistencia porque,
en su opinión, variaban en función de la productividad
de la mano de obra (James, 1959, p. 223).
En su última obra Bimetalismo internacional
(1896) abogaba por un aumento de la oferta monetaria
mediante la adopción de un patrón bimetálico para
favorecer el crecimiento económico con un moderado
aumento de los precios (Spiegel, p. 717).
John Bates Clark (1847-1938), profesor de la
universidades de Johns Hopkins (Baltimore, Maryland)
y de Columbia (Nueva York), estudió economía en
Heidelberg (Alemania) en la cátedra de Karl Knies. Pese
a la influencia del historicismo fue un marginalista. Sus
libros más importantes, desde el punto de vista del
análisis económico, son: Filosofía de la riqueza (1885);
Distribución de la riqueza (1889) y Fundamentos de
teoría económica (1907). Del resto de sus numerosos
escritos cabe citar a El control de los trusts (1901, y
reeditado en 1912 con una nueva redacción en
colaboración con su hijo), El problema del monopolio
(1904) y Justicia social sin socialismo (1914).
En su Filosofía de la riqueza, critica al
capitalismo por ser inherentes a él la deshumanización
de los mercados y la desigual distribución de las rentas.
Sin embargo, al analizar los temas económicos bajo el
principio de marginalidad en su Distribución de la
riqueza, cambiaría de opinión encontrando equitativa la
distribución que proporciona el sistema capitalista
mediante la remuneración de cada factor según su
productividad marginal. Este procedimiento retributivo
equivalía a la distribución de las rentas dando “a cada
cual según lo que produzca” (citado por Spiegel, p.
718). Esta forma de distribución es equitativa porque se
emplea el mismo principio para cada factor productivo y
además a todos ellos, cuando se convierten en escasos,
se les aplica el mismo concepto ricardiano1 de la renta
como excedente de una explotación intramarginal2 y
que, por lo tanto, no interviene en la formación del
precio del producto (James, 1959, p. 225 y Schumpeter,
1954, p. 949). Provisto de este bagaje teórico, se opuso
a la tesis de Henry George acerca del impuesto único
sobre la renta de la tierra, porque, según los resultados
de su investigación, todos los factores de la producción,
en especial el capital, están sujetos al concepto de renta
diferencial (Spiegel, p. 719).
1 Es interesante observar que este autor fue uno de los primeros en darse cuenta de las implicaciones del estudio de Ricardo de la renta, en la línea de la reflexión que a este respecto (concepto de cuasi-renta) se hace en el Tema 16
2 Empresa intramarginal, en competencia perfecta, es la que tiene, en términos económicos, unos costes medios inferiores al precio del producto.
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Clark pretendió que su teoría de la distribución
fuera una fiel descripción de la realidad. Por este motivo
y por el problema de la explotación de los trabajadores,
implícita en el principio de la retribución salarial según
la productividad marginal del último trabajador, tuvo
que enfrentarse a la crítica de otros autores (Spiegel, p.
718). La explicación de la renta salarial mediante el
principio de marginalidad no lograba justificar la
ausencia de explotación de la mano de obra asalariada,
porque el salario igual de todos los trabajadores quedaba
fijado en el nivel correspondiente a la menor
productividad marginal del último, según la ley de los
rendimientos decrecientes, sin tener en cuenta que todos
los anteriores eran más productivos. Creyó encontrar la
explicación de ese resultado teórico en la necesidad
práctica (que obedecía a la realidad empresarial) de
volver a estructurar la organización de la producción,
dado un capital fijo, cada vez que se contratara a nuevos
trabajadores. Por este motivo, el capital medio por
hombre desciende y por eso la productividad de todos
los trabajadores disminuye equiparándose en el nivel del
último. Por otra parte, si el capital aumentara
proporcionalmente al trabajo, entonces su productividad
marginal descendería y con ella su renta; mientras que el
trabajo, factor ahora relativamente escaso, pasaría a
obtener una retribución tipo renta diferencial y resultaría
así beneficiado (James, 1959, p. 225).
En su teoría del capital, distinguió entre los
bienes de capital concretos y un fondo permanente y
abstracto de capital; la productividad de los primeros
permitía el mantenimiento y sustitución del segundo de
una forma sincronizada con el consumo (Spiegel, p.
719). Esta tesis de la sincronización de los bienes de
capital (posiblemente inspirada en la teoría del capital de
J.B. Say, cuyo libro se usaba como texto en varias
universidades americanas) es netamente diferente de la
de los anticipos de capital y la espera expuestas por los
fisiócratas, David Ricardo y otros clásicos, porque no se
requiere la previa acumulación de todo el capital para
comenzar la producción, el consumo de los bienes
elaborados y la obtención de ganancias, con las que
mantener, entre otras aplicaciones, el fondo permanente
de capital. Como ejemplo, expone una explotación
maderera en la que la tala y siembra de árboles de un
bosque (fondo permanente de capital) se hace de forma
continua, sincronizada con el consumo, y no se necesita
esperar al crecimiento de los árboles recién sembrados
para iniciar las ventas de la madera y leña, de cuyos
beneficios se extrae lo necesario para el mantenimiento
del bosque (Spiegel, pp. 719 y 720).
En su libro Fundamentos de teoría económica
(1907) completa su análisis estático de la economía con
la introducción del concepto de análisis dinámico. En
realidad, no aportó nada esencialmente nuevo porque se
quedó en un análisis de estática comparativa (Spiegel,
pp. 720 y 721). Su intento de estudio dinámico no fue
fructífero debido a la limitación de las técnicas
estadísticas y de tratamiento de la información; él mismo
apreció que llevarlo a cabo sería labor de una generación
entera de economistas. En realidad, amplió un poco las
cinco causas de perturbación que dan pie a la dinámica
económica, las cuales ya había expuesto en su
Distribución de la riqueza: aumento de la población;
aumento del capital; progreso técnico; cambios en la
organización de la producción; y multiplicación de las
necesidades (James, 1959, p. 226). Pero sus inquietudes
dieron lugar a que nuevos economistas se preocuparan
por el desarrollo del verdadero análisis dinámico.
3.- IRVING FISHER
Irving Fisher (1867-1947), profesor de la
Universidad de Yale (New Haven, Connecticut), había
recibido una excelente formación matemática que aplicó
al estudio de la economía, en la versión de teoría
económica matemática y en la del análisis de datos
estadísticos. Por ello se le considera un precursor de la
econometría, a la que también contribuyó fundando, con
otras personalidades, la Econometric Society en 1930.
Sus obras más destacadas son: Investigación
matemática en la teoría del valor y de los precios
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(1892); Naturaleza del capital y de la renta (1906);
donde presenta una teoría económica de la contabilidad;
El tipo de interés (1907); El poder adquisitivo del
dinero (1911); y La teoría del interés (1930).
Fisher fue, según Kenneth Boulding (1992, p.
138), autor que se tratará en el Epígrafe 7, “el mejor
economista que haya dado Estados Unidos”, opinión
también suscrita por Schumpeter (1954, p. 954). Pero
ello no es óbice para que, dos semanas antes del
desplome financiero de la Bolsa de Nueva York en
octubre de 1929, tuviera un estrepitoso fracaso, que le
condujo a la ruina, al pronosticar que “los precios de las
acciones han alcanzado lo que parece ser un nivel
permanentemente alto” (citado por Spiegel, p. 722).
Sus aportaciones más sobresalientes son:
A) TEORÍA DE LA UTILIDAD
La expuso en su tesis doctoral Investigaciones
matemáticas en la teoría del valor y los precios (1892).
Llegó a unos resultados similares a los de Walras,
respecto a las ecuaciones del equilibrio general, y a los
de Edgeworth, en lo relativo a las curvas de indiferencia
(autores, que a principio de la década de los 90, eran
desconocidos para Fisher). Generalizó la función de
utilidad a la posesión de más de un bien (como
Edgeworth), pero también la amplió a las cantidades de
un bien consumidas por otras personas; es decir, tuvo en
cuenta el efecto demostración del consumo suntuario. Su
utilidad, interpretada en el sentido de satisfacción de
deseos, y despojada, por consiguiente, de cualquier
connotación no económica, era de tipo cardinal. Intentó
la difícil tarea de medirla, tomando como unidad el
"útil", equivalente a la utilidad marginal de una cantidad
arbitraria de un determinado bien de referencia. La
medición de la utilidad de otro bien la hacía Fisher
construyendo una tabla en la que relacionaba los
incrementos necesarios de ese bien a cambio de cada
una de las sucesivas unidades del "útil". Más tarde se
esforzó en perfeccionar el método de la medición de la
utilidad cardinal mediante la toma de datos empíricos
(Spiegel, p. 723).
B) TEORÍA DEL CAPITAL
Fisher parte de la preferencia temporal presente
y de la distinción entre flujo y fondo de Newcomb, en
La naturaleza del capital y la renta (1906), para
equiparar el valor del capital con el valor actual del flujo
de rendimientos futuros que proporciona dicho capital
(Spiegel, p. 724). O sea, recogiendo la concepción de
Böhm-Bawerk, relaciona los flujos de renta con el stock
de capital que los genera (Backhouse, 1985, p. 193).
Dado que el capital se forma con el ahorro,
propuso eximir a éste del impuesto sobre la renta
(Spiegel, p. 724) para fomentar su constitución y evitar
la doble imposición a la que estaba sometido: una en el
momento de percepción de la renta y otra a través de sus
rendimientos futuros. En esta idea se encuentra el origen
de concepciones posteriores referentes al impuesto que
debería recaer sobre el gasto, es decir, sobre la parte de
la renta destinada al consumo y que no genera
directamente más renta. Obsérvese que la propuesta de
imponer un gravamen sobre el gasto, pese a ser la
finalidad última de la economía la satisfacción de las
necesidades humanas, inclina la balanza hacia el
fomento de la inversión en perjuicio del consumo.
C) TEORÍA DEL INTERÉS
Fisher, teniendo en cuenta su concepción sobre
el valor del capital, considera el interés como un precio
que permite equiparar un flujo de renta con el valor de
un stock de capital. Los individuos pueden obtener
ingresos ofreciendo sus ahorros a cambio de un flujo
periódico de rentas, cuyo valor actual debe equipararse
al valor presente del capital ofrecido. Se trata de un
precio porque los inversores pagan una cantidad
periódica por el capital tomado en préstamo. De este
modo, el tipo de interés es un elemento de naturaleza
real que hace posible igualar la oferta y la demanda de
bienes prestables para que el mercado de capitales se
encuentre en equilibrio (Backhouse, 1985, pp. 193-194).
No obstante, para Fisher el interés no es
atribuible directamente al capital. Su idea, como ya se ha
dicho, es que el valor del capital debe ser igual al valor
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presente de la corriente de rendimientos que con su
ayuda se obtienen, pero que el capital por sí mismo es
incapaz de producir. Por eso, dice Schumpeter (1954,
pp. 1016 y 1017), que, al considerarse el interés como el
elemento de descuento aplicable a los rendimientos para
igualarlos al monto actual del capital, el interés está
originado por todos los servicios productivos que
contribuyen a generar un flujo de rendimientos, y no
exclusivamente por el capital. Schumpeter (1954, p.
716) opinaba que Fisher [en su obra Rate of Interest
(1907)] fue el primer economista en poner de manifiesto
de forma definitiva el siguiente hecho: “que lo que
arrojan los bienes de capital no es interés”. Los bienes
de capital en manos del empresario colaboran en
proporcionar rendimientos, pero estos rendimientos en el
sistema productivo no se pueden identificar con el
interés, cuyo ámbito es el sistema financiero y actuarial.
En relación con lo anterior, Fisher define “la
tasa de rendimientos sobre el costo”, que es el tipo de
descuento que aplicado para calcular el valor actual de
los rendimientos futuros de una inversión y para calcular
el valor presente de todos los costos iguala ambos
valores (citado por Keynes, 1936, p. 129). Como puede
apreciarse, este concepto es un nítido antecedente de la
eficiencia marginal del capital, según reconoció el
propio Keynes (ibídem, p. 129).
Fisher, lo mismo que Marshall (véase en Tema
26, p. 411), distinguió entre tipo de interés nominal y
real. Este último es el tipo de interés resultante de
corregir el primero de los efectos de las variaciones del
índice general de precios. A su vez, opinaba que el tipo
real de interés estaba fuertemente influenciado por la
inestabilidad del dinero (Spiegel, pp. 724 y 725).
D) TEORÍA MONETARIA
Fisher la formuló en términos de la teoría
cuantitativa en El poder adquisitivo del dinero (1911)
mediante la ecuación de cambios (de forma algebraica
siguiendo las ideas de Newcomb): PT = MV + M'V'
(Schumpeter, 1954, pp. 1189 a 1191).
Según esta ecuación, P⋅T, el valor de las
transacciones realizadas en un período es igual a la suma
de los productos de la cantidad de dinero en circulación
(M) y de los depósitos bancarios en cuenta corriente
(M') por sus respectivas velocidades de circulación (V y
V'). Con esta fórmula, Fisher pone una vez más en
relación flujos de transacciones, con fondos, sotcks, de
dinero y depósitos bancarios. Al considerar Fisher que
existía una relación directamente proporcional entre la
cantidad de dinero y los depósitos bancarios, la ecuación
de cambios indica que toda variación de MV implica un
cambio en el nivel general de precios, ya que la
variación del volumen de transacciones, previsiblemente
debe ser muy pequeña a corto plazo (Galbraith, 1987, p.
168 y Schumpeter, 1954, pp. 1191 y 1194).
Las variables de la ecuación de cambios son
agregados macroeconómicos que presentan grandes
dificultades a la hora de su definición y medición
estadísticas. Por ejemplo, en M y M’ no está claro qué
partidas se deben incluir en las distintas clases de dinero,
ya que medios de pago hay muchos más que los billetes
(o dinero legal) y los depósitos bancarios en cuenta
corriente (o a la vista); ni tampoco está claro si es todo
el dinero emitido o sólo el que circula, excluyendo, por
tanto, el atesorado en las arcas bancarias y en los cofres
privados. Asimismo en T tampoco está claro si se deben
incluir todas las transacciones o sólo las que tienen
contrapartida, quedando fuera la producción para las
donaciones y para el autoconsumo o los préstamos de
dinero que son transacciones consistentes en entregar un
dinero a cambio de la promesa de devolverlo más el
pago de un interés (Harrod, 1969, p. 194).
El agregado macroeconómico P⋅T se forma
sumando el producto de las cantidades objeto de la
transacción por sus respectivos precios: P⋅T = Σq⋅p. Esto
da el valor monetario de las transacciones durante un
periodo; para llevarlas a cabo se dispone de una
determinada cantidad de dinero que pasa de mano en
mano varias veces durante ese mismo periodo de tiempo.
Así, un euro puede emplearse en comprar una caja de
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pastas, y luego ese mismo euro puede utilizarse, en el
mismo día, para comprar cien gramos de carne. De este
modo tendríamos que, en un día, V = 2 y M = 1; a su
vez, P⋅T =Σq⋅p = 1⋅1 + 0,1⋅10 = 2.
Mediente un ejemplo similar a éste, Roy
Harrod (1969, pp. 193 a 195) considera que la ecuación
de cambios tiene una naturaleza tautológica, puesto que
ambos miembros tienen que ser necesariamente iguales
por definición: los dos miembros expresan exactamente
el mismo hecho de una transacción, contemplados
ambos desde dos puntos de vista (por un lado, la
cantidad y su precio, y, por otro lado el dinero que
expresa el valor). Pero, según dice Harrod, se trata de
una tautología especial, ya que nos dice más cosas; por
ejemplo, si ha habido cambios en M, P y T, de forma
que P⋅T/M haya experimentado una variación neta,
entonces V necesariamente ha debido tener un cambio
compensador. Ahora bien, lo que no dice la ecuación es
la causa que motiva los cambios en P, T o V. Según nos
refiere Schumpeter (1954, p. 1196), Fisher consideró
muchas causas indirectas que influyen en las variables
de su ecuación, entre las que destaca el tipo de interés
con su tendencia a ir desfasado en sus variaciones
respecto a los cambios de otras variables. Estas causas
indirectas cobraban especial relevancia en los “periodos
de transición”. Con esta nomenclatura Fisher daba a
entender que los periodos de transición eran situaciones
especiales por las que alguna vez pasaba la economía;
sin embargo, Schumpeter (1954, pp. 1195 y 1196) opina
que la economía continuamente se encuentra en periodo
de transición, por lo que siempre se ponen de manifiesto
fenómenos que parecen incompatibles con el teorema
cuantitativo.
Fisher, basándose en su ecuación y
considerando relativamente estables el volumen de las
transacciones y la velocidad de circulación del dinero,
propuso el control de la oferta monetaria para lograr la
estabilidad de precios. A tal fin, fundó, con Wesley C.
Mitchell y otros economistas y políticos, la Asociación
pro Moneda Estable (Galbraith, 1987, p. 218).
A raíz de la Gran Depresión de 1929, apoyó el
plan del dinero timbrado de Silvio Gesell, elogiado
por Keynes (1936, p. 315); consistía en la necesidad de
comprar mensualmente timbres en la oficina de correos
y adherirlos al dinero para que mantuviera su valor. Con
este plan se pretendía evitar el atesoramiento del dinero
que suponía una disminución de la oferta monetaria y,
por consiguiente, daba pábulo a la deflación.
A Fisher se le nombró en 1933 asesor del
Comité Nacional para la Reconstrucción de los Precios y
de la Capacidad Adquisitiva (Galbraith, 1987, p. 218).
Más tarde opinó favorablemente sobre el plan de
reserva del ciento por ciento, propiciado por los
economistas de la Universidad de Chicago, con la
finalidad de impedir la creación de dinero bancario, al
tener que estar respaldados con dinero en efectivo todo
el crédito bancario (Spiegel, p. 726).
Fisher también estudió los índices de precios en
La realización de los números índices (1922). El índice
que lleva su nombre es la media geométrica de los de
Paasche y Laspeyres3, consiguiendo así compensar la
minusvaloración o sobrevaloración que respectivamente
ambos índices proporcionan en los procesos
inflacionistas, y viceversa en caso de deflación (Rojo,
1970, Parte II, p. 12).
4.- LOS INSTITUCIONALISTAS
Thorstein Veblen (1857-1929), hijo de
inmigrantes noruegos, se crió en el área rural del medio
oeste americano (en el estado de Minnesota). Su padre
pudo costearle una buena educación en el Carleton
College, en la pequeña ciudad de Northfield, donde
recibió clases del profesor J.B.Clark. En la Universidad
Johns Hopkins (Baltimore, Maryland) inició sus estudios
de filosofía que terminó en Yale (New Haven,
Connecticut), donde se doctoró. Le costó mucho tiempo
abrirse camino en la docencia. En 1891, J. Laurence
3 El índice de Laspeyres es el que se usa para determinar el IPC, o índice de precios del consumo
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Laughlin, profesor de economía en la Universidad de
Cornell, (Ithaca, Nueva York) le consiguió una beca
para estudiar economía y cuando pasó a dirigir el
departamento de economía política de la Universidad de
Chicago, invitó a Veblen a irse con él. En esta
universidad accedió al profesorado. El difícil carácter de
Veblen, huraño, sarcástico y mujeriego, le impidieron
progresar en su azarosa vida académica de universidad
en universidad; rechazado, al parecer, de la Universidad
de Harvard (Cambridge, Massachusetts), enseñó en la de
Stanford (California) y en la de Missouri. Terminó su
carrera de economista en la New School for Social
Research de Nueva York, fundada, entre otros, por su
discípulo W.C. Mitchell.
A Veblen se le considera el fundador del
institucionalismo, corriente del pensamiento económico
seguida por otros economistas americanos. Pretendió
estudiar la Economía basándose en estudios empíricos
de las instituciones y desprendiéndose de todo prejuicio,
ya fuera de tipo sociológico, racionalista o hedonista.
Su primer libro, Teoría de la clase ociosa
(1899), es el que más fama alcanzó. Su concepción
básica, que también transmite en sus demás escritos, es
la de una vida humana en constante evolución selectiva,
según la capacidad de adaptación del hombre y las
instituciones (Veblen, 1899, p. 194). Éstas y los hábitos
mentales de los hombres tienden a perdurar. A su vez,
las situaciones actuales propician nuevas instituciones y
nuevos actitudes mentales mientras todavía perviven las
provenientes del pasado. El avance social sólo se
produce cuando se superan las heredadas y se ajustan a
las nuevas situaciones. En la modernización de las
instituciones ese ajuste o adaptación nunca llega a ser
total; es decir, siempre existen algunos elementos de
incompatibilidad más o menos acusados. Esa adaptación
se consigue en mayor o menor grado, de forma que los
desfases adaptativos generan tensiones y cambios
continuos. “Y puede decirse que, en último análisis, las
fuerzas que favorecen un reajuste de instituciones,
especialmente en la comunidad industrial moderna, son,
casi por completo, de naturaleza económica” (ibídem,
pp. 196 a 199). “Un avance en los métodos técnicos, un
aumento en la cifra de población o en la organización
industrial requerirá que, por lo menos, algunos de los
miembros de la comunidad cambien sus hábitos de vida
para poder adaptarse con facilidad y eficacia en los
nuevos métodos industriales; y al hacerlo así no podrán
seguir viviendo con arreglo a las nociones por ellos
recibidas acerca de cuáles sean los hábitos de vida
adecuados y bellos.” “[...] y es por la necesidad de
conseguir los medios de vida indispensables por lo que
los hombres se encuentran en tal situación. La presión
ejercida por el medio sobre el grupo, que opera en
favor de un reajuste del esquema general de la vida de
éste, actúa sobre sus miembros en forma de exigencias
pecuniarias; y debido a este hecho -debido a que las
fuerzas externas se convierten en gran parte en
exigencias pecuniarias o económicas- podemos ver que
las fuerzas que favorecen el reajuste de instituciones en
cualquier comunidad industrial moderna son fuerzas
económicas principalmente” (ibídem, pp. 200 y 201).
Ahora bien, todo cambio social origina
perturbaciones en la estructura económica y en la
mentalidad de las gentes, y, por eso, los reajustes son
molestos y dolorosos (ibídem p. 207). Además de un
esfuerzo mental, exigen un “gasto de energía [...]
superior al empleado en la lucha cotidiana por la
existencia” (ibídem, p. 209). De modo que los
extremadamente pobres, cuyo esfuerzo mental y sus
escasas energías se concentran en cómo sobrevivirán
hoy y a lo sumo mañana, están incapacitados para
afrontar las molestias y penalidades que supone el
cambio; por otra parte, los muy ricos, cuya existencia es
lujosa y placentera, no sienten ninguna necesidad para
desear el cambio. Ambos grupos son conservadores;
ambos se aferran a lo que tienen: los muy pobres para
mantener su precaria supervivencia y los ricos para
mantener lo mucho que poseen. “Se sigue de este aserto
que la institución de una clase ociosa opera en el
sentido de hacer conservadoras a las clases inferiores
al privarlas, hasta donde es posible, de los medios de
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subsistencia, reduciendo así su consumo y, por ende, de
la energía de que pueden disponer, hasta el punto de
hacerlas incapaces del esfuerzo exigido para el
aprendizaje y adopción de nuevos hábitos mentales. La
acumulación de riqueza en el extremo superior de la
escala pecuniaria implica privaciones en el extremo
inferior. Es un lugar común decir que donde quiera que
se presente un grado considerable de privaciones en la
masa del pueblo, ello constituye un obstáculo
importante a toda innovación” (ibídem, p. 210).
Estas cuestiones son las que verdaderamente
interesa estudiar, ya que la economía convencional no
tiene en cuenta los factores perturbadores del sistema
económico ni la modificación de las instituciones
económicas a través de las cuales la vida de la
comunidad entra en contacto con el medio material en el
que se desenvuelve (Spiegel, p. 733).
En su libro describe la actual civilización de los
negocios como un proceso evolutivo partiendo de las
culturas primitivas y salvajes. En todas las culturas que
evolucionan se producen cambios, y, sobre todo,
cambios mentales o espirituales. Así, Veblen dice
(ibídem, p. 27): “El cambio de actitud espiritual es el
resultado de un cambio en los hechos materiales de vida
del grupo y se advierte, de modo gradual, conforme se
van produciendo las circunstancias materiales
favorables a una actitud depredadora”. A partir de ellas
va surgiendo paulatinamente la propiedad privada y la
valoración de la riqueza y el ocio a modo de trofeo. La
propiedad privada surge de la captura de mujeres al
enemigo vencido. La apropiación de las mujeres es un
trofeo permanente que, al poderse exhibir, pone de
manifiesto la proeza guerrera. De este modo, apareció el
matrimonio por coacción que luego se extendió a las
mujeres de la propia etnia (ibídem, p. 30). Así, incluso
en la concepción actual, “la riqueza no ha perdido, en
modo alguno, su utilidad como demostración honorífica
de la prepotencia del propietario” (ibídem, p. 31). En
realidad, el móvil principal de la propiedad y de la
acumulación de bienes es la ostentación, puesto que “la
riqueza confiere honor” (ibídem, p. 32) y no es, como
dicen los economistas convencionales la satisfacción
primaria de las necesidades vitales mediante el consumo
de los bienes acumulados por parte del dueño y de los
miembros de la comunidad doméstica a él vinculada,
puesto que el desarrollo tecnológico, propio de cada
época, siempre se ha encaminado a producir más bienes
que los indispensables para la estricta supervivencia. La
naturaleza no es tan sórdida como para proporcionar
medios escasos suficientes únicamente para la mera
subsistencia, ya que, superado cierto estadio, la cantidad
de bienes disponibles permitió la aparición de clases
ociosas que no necesitaban dedicarse a las labores
directamente productivas (ibídem, pp. 31 a 33). Una
forma de manifestación de la riqueza, del poder y de la
ociosidad de los potentados es mostrar un consumo
específico, suntuario y ostentoso. Este tipo específico de
consumo se prohíbe a las clases bajas, las cuales deben
consumir lo indispensable para la subsistencia a base de
productos vulgares (ibídem, pp. 76 a 80). La necesidad
de ostentar lleva a los magnates a rodearse de un
conjunto de caballeros y siervos, exentos del trabajo
industrioso, que gozan de un ocio y consumo vicarios.
El ocio vicario se concede a las personas que no poseen
(o poseen en escasa cuantía) riqueza propia y pueden
mantenerse en la ociosidad a costa de un potentado a
quien prestan únicamente servicios personales (entre
ellos también se considera la mera compañía o, más
simplemente, la mera presencia). “Se convierten en
cortesanos o miembros de su séquito -servidores-, y al
ser alimentados y sostenidos por su patrón, son índices
del rango de éste y consumidores vicarios de su riqueza
superflua” (ibídem, pp. 83 y 84).
En la nueva civilización de los negocios, la
clase ociosa persigue su interés pecuniario y las
instituciones que confieren mayor eficacia a la obtención
de ganancias privadas. “La relación de la clase ociosa
(es decir, de la clase no industrial acaudalada) con el
proceso económico es una relación pecuniaria -una
relación adquisitiva, no productiva; de explotación, no
de utilidad- [...]. Las convenciones del mundo de los
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negocios se han desarrollado bajo la guía selectiva de
este principio depredador o parasitario” (pp. 214-215).
Con toda seguridad, Veblen no era marxista,
pero desarrolla los principios del materialismo histórico
bajo sus propias apreciaciones. Lo que no pretendió fue
ser un revolucionario, ni siquiera un reformador social.
Se propuso analizar el mundo moderno de los negocios
y su prototipo de clase social, la clase ociosa. Para ello
parte de la aparición en estadios sociales muy primitivos
de esa clase ociosa y la estudia en distintas etapas de la
evolución social. Pero se cuida mucho de no ofender a
sus miembros y advierte con alguna regularidad que:
“Lo que se dice no debe tomarse en sentido despectivo”
(p. 168). “Si empleamos la palabra como término
técnico y sin ninguna resonancia peyorativa” (p. 191).
“Naturalmente, todo esto no quiere decir nada que
suponga elogio o censura del papel de la clase ociosa”
(p. 212); “no se intenta, de ningún modo, despreciar la
función económica de la clase acaudalada” (p. 214).
En su Teoría de la empresa de negocios
(1904), insiste en este tema, pero, además, considera que
las recesiones económicas de corta duración abocarían
en depresiones más graves (Spiegel, p. 735). Esto es
debido a que hay una divergencia, en realidad un
conflicto, entre los ingenieros y científicos, capaces de
calcular e inventar lo más satisfactorio y mejor para la
sociedad, y los empresarios, motivados sólo por el
beneficio, en cuya consecución sacrifican cualquier
logro de los hombres de ciencia que redunde en mejoras
para la sociedad, si no les reporta un aumento de sus
ganancias privadas (Galbraith, 1987, p. 189).
Si en el momento de la publicación de sus
obras tuvieron gran resonancia social, después de la
Gran Depresión del 29 las tesis de Veblen se realzaron
(Spiegel, p. 735).
Wesley Clair Mitchell (1874-1948) fue un
economista americano que destacó en el estudio de los
ciclos de los negocios. Discípulo de J.L. Laughlin y de
Veblen en Chicago, sintió gran admiración por éste
último prosiguiendo el tipo de análisis económico que
Veblen había iniciado, en la que vino a denominarse
Escuela Institucionalista, mediante la introducción de los
métodos de investigación empíricos. Empezó su carrera
académica en la propia Universidad de Chicago, para
continuarla en la de Berkeley (California) y, durante
mucho tiempo, en la de Columbia (Nueva York). En
1918 tomó parte en la fundación de la New School for
Social Research (donde terminó su carrera docente
Veblen) y, en 1920, del National Bureau of Economic
Research (NBER), dedicado a la investigación de los
aspectos económicos susceptibles de un análisis
cuantitativo. En 1921 participó con Irving Fisher en la
fundación de la Asociación Pro Moneda Estable.
Sus obras más significativas sobre el ciclo de
los negocios son: Los ciclos de los negocios (1913),
Ciclos de los negocios: el problema y su enfoque (1927)
y ¿Qué pasa durante el ciclo de los negocios? (1951).
Otros libros suyos son: Historia del papel moneda
(1903), que contiene un estudio de la inflación durante
la Guerra Civil (de Secesión); Oro, precios y salarios
(1908); Tipos de teoría económica (curso académico
1934-35) y el ensayo El atrasado arte de gastar dinero
(1937), sobre la irracionalidad del consumo.
En el tema del ciclo de los negocios la idea de
Mitchell, influenciado por el institucionalismo de
Veblen, era la descripción antes que la explicación
teórica. Así, pretendió medir la amplitud y la frecuencia
de las oscilaciones cíclicas con la finalidad de intentar
predecir la tendencia de los nuevos ciclos. Encontró
ciclos decenales y otros «intercalares», cada cuatro o
cinco años aproximadamente. Según los datos que había
recogido, al parecer, las crisis, tras un período de
prosperidad, sobrevenían porque los costes crecían
relativamente más que los precios y, por lo tanto, el
beneficio unitario disminuía (James, 1959, p. 390).
No obstante, la prevención de los efectos de los
ciclos de los negocios era imposible, pues, según sus
datos, cada fluctuación tenía su propia peculiaridad que
la hacía diferente de los demás; es decir, la causa de los
ciclos no se encontraba en una única serie de
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acontecimientos, sino que cada uno de ellos tenía los
suyos propios, de modo que no existían dos secuencias
iguales. Por tanto, no había posibilidad de hallar ninguna
norma de carácter general para evitarlos o para superar
sus efectos negativos (Galbraith, 1987, p. 212).
El prestigio de Mitchell ayudó a que sus
opiniones fueran aceptadas por destacados economistas,
como Schumpeter (de Harvard, USA) y Lionel Robbins
(de la London School of Economics, Reino Unido).
Ambos profesores recomendaron no hacer nada para
superar la Gran Depresión del 29, ya que la recuperación
de la crisis únicamente podía ser efectiva si sobrevenía
espontáneamente, por sí misma, según refiere Galbraith
(1987, p. 213) que criticó esta idea tan peregrina, pues
proponer no hacer nada cuando la gente se muere de
hambre por causa de la crisis económica es lo mismo
que aconsejar no hacer nada para apagar el fuego de una
casa porque su extinción no sería efectiva si no ocurría
por sí misma (Galbraith, 1958, p. 65).
La idea fundamental de Mitchell sobre los
negocios era que la búsqueda de la ganancia privada
podía malograr la consecución del máximo bienestar
social. La causa se halla en la proclividad del moderno
sistema económico a "hacer dinero" antes que "hacer
productos" (citas según Spiegel, pp. 736 y 737).
La peculiaridad más notable de la economía
moderna es su carácter de economía monetaria, en la
cual, el dinero no se usa simplemente como medio de
cambio, sino como riqueza. Esta función del dinero
distorsiona y perturba la economía en general, ya que no
es más rico quien tenga más capacidad para producir
bienes, sino quien tenga más posibilidades de manejar
rentas monetarias y capitales financieros, dinerarios. En
la economía moderna hay muchas formas de hacer más
dinero, sin que se genere más bienestar social, y en
muchas ocasiones se origina un perjuicio al bienestar
nacional. Los hombres de negocio movilizan los
recursos reales de la economía sólo en la medida en que
obtengan ganancias monetarias; mientras puedan
adquirirlas moviendo capitales financieros las lograrán
así más fácilmente y no se preocuparán de poner en
circulación los recursos reales (Spiegel, p. 736). En esta
forma de proceder de los hombres de negocio, inherente
del sistema capitalista, encuentra Mitchell la principal
causa de la inestabilidad económica.
Aunque había estudiado meticulosamente las
diversas teorías de los ciclos, Mitchell pretendió afrontar
su estudio empírico sin tenerlas en cuenta, pues quiso
eliminar las valoraciones subjetivas, especialmente las
políticas, intentando así la mayor objetividad. Pero
según Koopmans, no es cierto que Mitchell realizara las
mediciones sin teoría, como se había dicho (Backhouse,
1985, p. 223). Así, Friedman detectó implícitamente en
las obras de Mitchell sobre los ciclos de los negocios
instrumentos analíticos: el multiplicador, el principio de
aceleración, las fugas de efectivo del sistema bancario,
el descenso de los rendimientos esperados de las nuevas
inversiones y otros (Spiegel, pp. 737 y 738).
John R. Commons (1862-1945), economista
americano que se distinguió en el campo de la economía
aplicada por su contribución a la creación del estado del
bienestar. Después de haber llevado una errabunda vida
académica, pasando por diversos colegios universitarios
y universidades en Ohio, Wesleyan, Oberlin, Indiana y
Syracuse, finalmente, en 1904, encontró la estabilidad en
la Universidad de Wisconsin, con la ayuda de su antiguo
profesor de economía Richard T. Ely (1854-1943),
cofundador de la American Economic Associaton.
Su afición por la historia y los temas laborales
le indujeron a escribir Zapateros americanos, 1648-
1895 (1909), Historia documental de la sociedad
industrial americana (1910, 10 volúmenes) e Historia
del trabajo en los Estados Unidos (1918, 4 volúmenes).
Sobre el institucionalismo y el estado del bienestar cabe
mencionar: Fundamentos jurídicos del capitalismo
(1924) y Economía política institucional (1934).
La esencia del pensamiento de Commons es la
decisiva influencia que las instituciones, y muy
especialmente las jurídicas y la normativa legal, tienen
en la vida económica.
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Las instituciones son las creaciones que la
sociedad ha establecido para resolver los problemas. A
medida que éstos van cambiando, las instituciones
evolucionan para afrontar las nuevas modalidades de los
problemas o a otras nuevas cuestiones y conflictos4.
En el ámbito económico los problemas surgen
por la escasez. Cuando los hombres no están sometidos a
ninguna limitación, los problemas se solucionan por la
ley del más fuerte, pero a costa de una gran merma en el
rendimiento (principalmente por la inseguridad y la
dificultad de previsión que provoca). Para aumentar la
eficiencia es preferible acudir a una acción colectiva,
creando instituciones, que procuren eliminar los
conflictos, limitando y encauzando las conductas
individuales para que otras personas también puedan
ejercer ciertas oportunidades. Es decir, las instituciones,
pese a la coerción que ejercen sobre las conductas
individuales, tienen la importante función de aumentar
las oportunidades de los miembros de la sociedad con la
finalidad de lograr un mayor rendimiento colectivo, sin
que sea necesario, en muchos casos, acudir a medidas
legislativas, basta la simple regulación consuetudinaria.
No obstante, para aumentar la eficacia de las
instituciones se precisan otras dedicadas a dirimir
pacíficamente las diferencias que puedan surgir entre las
partes, evitando que recurran a la violencia. Estas
instituciones especializadas se erigen en árbitro externo
(por ejemplo, los juzgados) y con sus sentencias
contribuyen a precisar el contenido de la normativa
vigente, las costumbres y, sobre todo, la consideración
de qué es lo razonable, no sólo desde el punto de vista
económico y jurídico sino del ético, fundamentalmente.
Para Commons la cuestión no estaba en
construir una nueva teoría económica, sino en encontrar
en ella el sitio adecuado para que el papel desempeñado
por la acción colectiva fuera fructífero. La misión de las
autoridades públicas era buscar las mejores formas
viables de resolver los problemas y conflictos.
4 Básicamente se seguirá a Backhouse (1985, pp. 281 a 286).
Commons, consecuente con sus ideas, desde su
posición en la cátedra de economía política, junto con
otros profesores de su departamento, llevó a cabo una
fructífera colaboración con el gobierno del Estado de
Wisconsin para poner en práctica todo un conjunto de
reformas legales, encaminadas a mejorar las relaciones
de la vida económica. A la legislación resultante se le ha
llamado el Plan Wisconsin (Galbraith, 1987, p. 234).
El Plan Wisconsin, pionero en la creación de
los fundamentos del estado del bienestar en los Estados
Unidos, consistió en una serie de medidas legislativas
que abarcaban un amplio y variado abanico de materias:
reforma de la función y administración públicas; tarifas
de los servicios públicos e impuestos rurales; limitación
de los intereses; valoración de la propiedad; impuestos
sobre las herencias y sobre la renta; fomento del
movimiento sindical; y relaciones laborales, tales como
las relativas a la indemnización por accidentes en el
trabajo y al seguro de desempleo.
Después de la Gran Depresión del año 1929,
economistas de la Universidad de Wisconsin, discípulos
de Commons y que intervinieron como coartífices del
Plan Wisconsin, por ejemplo, Edwin E. Witte (1887-
1960) y Arthur J. Altmeyer (1891-1972), participaron en
la redacción de leyes sociales de ámbito nacional e
inspiraron el proyecto de Ley federal de seguridad
social5 (Galbraith, 1987, p. 235).
La aprobación de esta ley en 1935 (Social
Security Act), y en el mismo año la de protección de los
sindicatos (National Labor Relations Act), en unión a las
leyes del New Deal (1933), la Triple A (Agricultural
Adjustement Act de 1933, que entre otras medidas
garantizaba precios e ingresos mínimos en determinadas
5 En esta ley, tanto las pensiones de vejez como los subsidios de desempleo se pagaban de los fondos constituidos exclusivamente mediante detracciones de los salarios de los trabajadores. Sin embargo, en los debates parlamentarios fue virulentamente criticada y solicitada su devolución a comisión (lo que hubiera supuesto su arrumbamiento definitivo), porque en la opinión de los congresistas tal ley destruiría los incentivos a trabajar; pero a la hora de la votación se impuso la cordura y se aprobó por aplastante mayoría: 371 votos a favor y 33 en contra: prácticamente la unanimidad. (Galbraith, 1987, p. 237).
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producciones agrícolas, creando silos para guardar los
excedentes y limitando las cosechas para hacer efectiva
tal garantía) y la ley de salarios mínimos y limitación de
la jornada laboral (Fair Labor Standard Act de 1938)
consolidaron la fundación del estado del bienestar en los
Estados Unidos (Galbraith, 1987, pp. 227 y 236).
John Maurice Clark (1884-1963), hijo de
John Bates Clark, fue profesor de economía en la
Universidad de Columbia y en la de Chicago.
Influenciado por la corriente de pensamiento de
la Escuela Institucionalista, intentó introducir el realismo
en la teoría económica y hacerla socialmente útil. Para
ello desarrolló el concepto de competencia viable, es
decir, una competencia efectiva que induce un
comportamiento social aceptable (Spiegel, p. 743).
Criticó al laissez faire porque, según él, no
existía una economía completamente libre, sino que, en
realidad, estaba sometida al control privado de las
grandes empresas. Para contrarrestar este tipo de control
y para corregir los desequilibrios, propios de una
economía dinámica, se necesitaba un control público.
J. M. Clark utilizó en 1917 el principio de
aceleración, que en 1909 ya lo había explicado el
economista francés Albert Aftalion (1874-1956), para
explicar el ciclo económico. Según el principio de
aceleración, la variación del consumo, que repercute en
la producción, provoca variaciones proporcionalmente
mayores en la inversión y en la renta.
5.- LA ESCUELA DE CHICAGO
El neoclasicismo, en su versión moderna de
neoliberalismo, se refugió (además de la London School
of Economics) en la Universidad de Chicago, cuyos
miembros mantienen una inquebrantable adhesión al
laissez faire y al conservadurismo político de una forma
dogmática6; o sea, más como profesión de fe que por la
6 “Los fanáticos del laissez faire de la escuela de Chicago” es como les llama Samuelson (1992, p.372).
consistencia lógica y empírica de sus razonamientos7
Los postulados básicos de esta escuela, que sus
miembros no cuestionan, a pesar de algunas evidencias
en contra, son (según Backhouse, 1985, pp. 447 y 448):
1º. Los precios, en la mayoría de las ocasiones,
se forman con independencia de las acciones
individuales de compra o venta de los sujetos
económicos, que actúan con racionalidad
económica. Es decir, la competencia perfecta
se presupone.
2º. Los precios así establecidos consiguen
vaciar los mercados. Es decir, se confía en la
Ley de Say.
3º. Los factores de la producción se remuneran
de acuerdo con su productividad marginal.
4º. Los monopolios y oligopolios no
distorsionan significativamente el agotamiento
del producto ya que retribuyen a los recursos
homogéneos según su productividad marginal.
La intervención del gobierno en asuntos
económicos es la que altera ese resultado.
5º. Conocer las medidas macroeconómicas que
adoptará el gobierno anulará sus efectos
porque los agentes económicos las tendrán en
cuenta al formar sus expectativas
microeconómicas de una forma racional.
6º. La regulación de la cantidad de dinero,
según criterios objetivos y automáticos, por
7 A este respecto es sintomático que Milton Friedman en Una historia
monetaria de los Estados Unidos, 1867-1960 (1963), escrita conjuntamente con Anna Jacobson Schwartz, se esforzara en probar empíricamente la relación directa entre el incremento de la oferta monetaria y el de los precios. De este estudio se desprendían dudas entre los factores que se podían considerar causas o efectos, ya que también era posible que la oferta monetaria se hubiera adaptado a las mayores necesidades derivadas del aumento de los precios y del volumen de las transacciones. Tampoco quedaba claro que siempre hubiera una vinculación entre cantidad de dinero y precios sin la intermediación de otros factores, por ejemplo el tipo de interés. Ante estas críticas, Friedman se defendió diciendo que también en la naturaleza y las ciencias naturales había relaciones verdaderas aunque se desconociera su explicación (Galbraith, 1987, pp. 297 y 298).
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una autoridad monetaria independiente del
gobierno es suficiente para garantizar la
estabilidad de los precios. Es decir, se confía
en la teoría cuantitativa, dentro de la
concepción de un dinero neutral.
Algún representante de esta escuela ya ha sido
estudiado, como Friedrich August von Hayek (1899-
1992) en el Tema 24 y en este tema ya se ha mencionado
al fundador del departamento de economía de la
Universidad de Chicago J. Laurence Laughlin.
Otros miembros de esta escuela son:
Frank H. Knigth (1885-1972), considerado el
fundador de la escuela desde su nombramiento como
catedrático de economía en 1928 (sucediendo a
J.M.Clark). Es autor, entre otras obras, de Riesgo,
incertidumbre y beneficios (1921), donde contempla el
riesgo como un coste porque es calculable, mediante las
probabilidades, y se puede asegurar; por el contrario, la
incertidumbre no es calculable y es la que da origen a
los beneficios empresariales (Backhouse, 1985, p. 196).
En su artículo Beneficio y función empresarial
(1942) trata de completar las tesis de su anterior libro
con la idea schumpeteriana del empresario innovador y
el móvil de los beneficios en una economía dinámica.
Junto con J.Viner editó de 1919 a 1945 el
periódico Journal of Political Economy.
Jacob Viner (1892-1970), economista
norteamericano de origen canadiense y profesor de las
universidades de Chicago y Princeton (New Jrsey),
ocupó importantes cargos como experto económico en la
Administración norteamericana. En su artículo Curvas
de costes y curvas de oferta (1931) realizó una
aportación a la teoría de los costes, en lo concerniente a
su representación gráfica y en su relación con los
ingresos marginales. Acerca del comercio internacional
escribió Estudios sobre la teoría del comercio
internacional (1937), Economía internacional: estudios
(1951) y Comercio internacional y desarrollo
económico (1952).
George Joseph Stigler (1911-1991),
economista norteamericano, profesor en las
universidades de Iowa, Minnesota, Brown, Columbia y
Chicago (desde 1958). Defensor de la economía de libre
mercado como sistema eficaz para establecer los precios
y asignar los recursos, contribuyó al desarrollo de la
teoría microeconómica con sus libros Teoría de la
producción y la distribución (1941) y Teoría de los
precios (1946). En 1982 se le concedió el Premio Nobel
de economía por sus estudios relacionados con las
estructuras industriales, funcionamiento de los mercados
y causas y efectos de las regulaciones públicas.
James Mc Gill Buchanan (1919), economista
norteamericano formado en las universidades de
Tennessee y Chicago, en la que también fue profesor,
desempeñó altos cargos de asesor en materia económica
para la Administración norteamericana. Muy crítico con
la intervención pública en la economía, creó la nueva
teoría de la elección pública (public choice). En su
opinión, las decisiones políticas no son exógenas, sino
que las actuaciones humanas (de los funcionarios,
burócratas, políticos, e, incluso, de los electores) en la
esfera de las administraciones públicas obedecen al
resultado de un cálculo racional de costes y beneficios
individuales, de clase o de partido. Por este motivo, las
propuestas políticas de los partidos y la demanda de los
electores no promueven el interés general ni conducen a
un óptimo económico, al contrario, la producción estatal
se realiza con grandes despilfarros.
Por sus aportaciones a la teoría de las
decisiones públicas y a la teoría de la economía pública,
se le concedió el Premio Nobel de economía en 1986.
Milton Friedman (1912-2006), profesor de la
Universidad de Chicago, desde 1948, y considerado el
máximo exponente de esta escuela, fue miembro del
Comité Nacional de Recursos, de la Oficina Nacional de
Investigación Económica, del Instituto Hoover sobre la
Guerra, la Revolución y la Paz y asesor económico del
Gabinete Nixon. Bajo sus auspicios se establecieron
políticas monetarias en Argentina y en Chile, durante los
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periodos dictatoriales de la década de los setenta, que no
dieron los resultados esperados8.
Muy crítico con las teorías macroeconómicas
keynesianas, intentó anular la intervención pública
divulgando sus tesis neoliberales y conservadoras. Lo
cual no le impidió ser, incomprensiblemente, el artífice
de una propuesta digna de un izquierdista político: el
impuesto negativo sobre la renta; es decir, garantizar a
los individuos más pobres de la sociedad unos ingresos
mínimos (Galbraith, 1987, p. 297).
Sus obras más destacadas son: La teoría
cuantitativa del dinero: una nueva formulación (1956);
Una teoría de la función de consumo (1957); Un
programa de estabilización monetaria y reforma
bancaria (1959); Teoría de los precios: un texto
provisional (1962); Inflación: causas y consecuencias
(1963); Capitalismo y libertad (1962); Historia
monetaria de los Estados Unidos: 1867-1.960 (1963, en
colaboración con Anna Jacobson Schwartz); Ensayos
sobre economía positiva (1966); Inflación y sistemas
monetarios (1969); Teoría de los precios (1976);
Limitación de la imposición, inflación y el papel del
gobierno (1978); Libertad de elegir: hacia un nuevo
liberalismo económico (1980, en colaboración con su
esposa Rose D. Friedman) y Política monetaria en
Estados Unidos y Gran Bretaña (1982, en colaboración
con Anna Jacobson Schwartz). En 1976 se le otorgó el
Premio Nobel de economía por su contribución a la
teoría monetaria.
La teoría monetaria de Friedman, en realidad,
se acoge al cuantitativismo simple de la ecuación de
cambios de Fisher, pese a su nueva formulación. Ésta se
basaba en formular una función de demanda de dinero;
pero, en sus supuestos, dicha función era muy estable,
8 Samuelson (1992, p. 375-376) dice: “En realidad, a partir de mediados de siglo, muchos de los mejores arquetipos de mercados
libres eficaces han sido sociedades casi o abiertamente fascistas, en
las que un solo dirigente o partido dictatorial impone un orden
político. Sin semejante imposición, el mercado no podría sobrevivir
políticamente. Chile, con su dictadura militar en comandita con los
chicos de Chicago, no constituye sino un ejemplo dramático”.
aun alterando la cantidad de dinero demandada según
cambiaran las variables independientes de la función.
Como resultado de la alteración de las variables
independientes (entre ellas la tasa esperada de inflación
o deflación, la renta permanente real, la riqueza, los
rendimientos de los bonos y acciones y las preferencias
o gustos), Friedman apreció que la demanda de dinero se
adaptaba a las fluctuaciones del ciclo económico y tenía
un comportamiento independiente de la oferta de dinero
(es decir, la demanda de dinero se ajustaba a las
variaciones de la renta, o bien a la T de la ecuación de
cambios). También apreció que existía un gran retardo
entre las modificaciones de la cantidad de dinero y los
efectos que se producían en otras variables de la
economía. Sin embargo, esos retardos eran menores
cuanto mayor fuera la alteración de la oferta monetaria;
por eso, para evitar que con el gran aumento de la oferta
monetaria se originara una inflación, propuso que la
oferta monetaria debía crecer a una tasa constante.
Como quiera que todas las variaciones de los precios
obedecían a fuertes alteraciones de la oferta de dinero, la
mejor forma de combatir la inflación era mediante el
establecimiento de un tipo de cambio en flotación y de
una política monetaria restrictiva (que no tenía que estar
dirigida por las autoridades públicas, sino por una
autoridad monetaria de acuerdo con criterios y
parámetros objetivos previamente determinados para
establecer la tasa constante de aumento de la oferta
monetaria). Friedman con Anna Jacobson intentaron
contrastar empíricamente su teoría (Backhouse, 1985,
pp. 388 y 389).
Una de las causas del fracaso de su política
monetaria se debió a la dificultad de controlar un dinero,
que no se sabe con exactitud en qué consiste (en la
economía moderna) con tantos activos financieros
líquidos a disposición del público (incluidos los cuasi-
dinero y los sustitutos del dinero o tarjetas de crédito).
Por otra parte, la política monetaria restrictiva derivó en
una gran alza del tipo de interés y, consecuentemente, en
la recesión económica, el paro y sin que la inflación
quedara controlada. Surgió un fenómeno económico
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nuevo: la estanflación, o sea, estancamiento económico
acompañado de inflación. A esta situación contribuyó
grandemente la imposición de altos precios del petróleo
practicada por la OPEP a partir de 1973 (Galbraith,
1987, pp. 298 a 300).
Al parecer, la evidencia empírica indicaba que
la cantidad de dinero y precios no se relacionaban tan
sencillamente como se había supuesto. Existía, al menos,
un intermediario: el tipo de interés9. Resultaba así que la
política monetarista defendida por Friedman, según
señalaban sus críticos, no era socialmente neutral, ya que
perjudicaba a los perceptores de rentas bajas y favorecía
a los ricos e instituciones poseedoras de gran cantidad
de dinero. O sea, obligaba a los prestatarios, entre ellos
muchos asalariados, a un ahorro forzoso que beneficiaba
a los prestamistas poseedores de grandes capitales. Por
eso, Galbraith (1987, p. 299) dice: “Los nutridos
aplausos que los conservadores ricos tributan al
profesor Friedman están muy lejos de ser inmerecidos”.
El tipo de interés, a su vez, incidía en la
variación de las posiciones acreedoras o deudoras de la
balanza de pagos (importación o exportación de
capitales) que afectaban al tipo de cambios y a la
balanza de mercancías y servicios; o sea, a la relación
real de intercambio (Galbraith, 1987, p. 301).
La simple percepción de los hechos, a los ojos
de un observador desapasionado, refutaba la hipótesis de
la neutralidad del dinero: entre otros efectos reales, las
variaciones de las cantidades de dinero causaban
redistribuciones de renta.
Ninguna de estas críticas inquietaron a
Friedman, puesto que en La metodología de la economía
positiva (1953) ya había expuesto que el realismo de los
supuestos e hipótesis de las teorías económicas no eran
una cuestión importante para ellas, siempre y cuando sus
conclusiones y predicciones fueran válidas (Backhouse,
1985, p. 314). A la postre, persistiendo denodadamente
9 Intermediación ya expuesta por Thornton (Tema 16).
en la aplicación de sus teorías monetaristas se llegó a
controlar la inflación; pero, eso sí, a costa del paro, un
nuevo padecimiento bastante peor que la enfermedad
que se pretendía curar (Galbraith, 1987, p. 301).
Las aportaciones de Friedman al análisis
económico se contienen en su Teoría de los precios. En
realidad, esta obra es un curso de microeconomía que se
hizo muy famoso y pasó a convertirse en el libro de
texto de numerosas universidades estadounidenses y
canadienses y todavía sigue siendo fuente de inspiración
de los cursos convencionales de microeconomía. Otra
contribución de Friedman, a raíz de las divergencias
encontradas empíricamente respecto a la función de
consumo keynesiana, está en su libro Una teoría de la
función de consumo. Las explicaciones de Friedman
giran en torno a su concepto de renta permanente, que
es la cantidad máxima que los individuos pueden gastar
cada año sin merma de su riqueza real a lo largo de su
vida; es decir, equivale a la media de los ingresos que se
esperan obtener durante toda la vida10.
6.- LA ECONOMÍA DE LAS DONACIONES
Cuando algún economista propuso al
Ministerio de Hacienda de su país que las viviendas
utilizadas por su propietario fueran gravadas en el
impuesto sobre la renta de las personas físicas (IRPF),
en realidad nos estaba ampliando el concepto de capital
productivo. Éste contribuye a producir bienes y servicios
que, por lo general, se dedican a la venta y, por tanto,
proporciona ingresos a su propietario. Pero también
puede producir bienes o servicios para el consumo
directo de su propietario y, por consiguiente, es como si
obtuviera un ingreso virtual equivalente a lo que hubiera
obtenido si en lugar de dedicarlo a su propio consumo lo
hubiera dedicado a la venta o al alquiler.
10 Esta teoría de la renta permanente de Friedman tiene cierta similitud con la teoría del ciclo vital de Franco Modigliani (Tema 28), y con la teoría de la renta relativa de J.S.Duesenberry (Tema 28).
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La analogía es la siguiente: una casa se puede
alquilar y, así, su propietario obtiene unos ingresos. La
casa es un bien de producción, aunque su propietario no
sea un empresario, el típico empresario contemplado en
teoría económica. Si el propietario habita la casa no por
eso deja de producir un servicio; la casa produce
alojamiento y confort que él mismo utiliza. De este
modo, el propietario que la usa personalmente ingresa,
por ficción legal, lo que la casa produce.
Analogías de este tipo (consideradas ficciones
legales por algunos, o ya sean consideradas realidades
por otros) se pueden ampliar todo cuanto se quiera. Por
ejemplo, un fabricante de automóviles regala uno de los
que ha producido, pero el Ministerio de Hacienda sigue
exigiendo el impuesto sobre el valor añadido (IVA). Lo
mismo ocurre cuando alguien dona algo a otro:
Hacienda exige el impuesto sobre las donaciones, que es
parecido al impuesto de transmisiones patrimoniales
cuando la transferencia de los derechos de los que
alguien es titular se realiza por compraventa.
Menos mal que todavía no se le ha ocurrido a
ningún economista del Ministerio de Hacienda proponer
el gravamen del autoconsumo familiar. En cada familia
suele haber alguna persona que lava y guisa. Tal persona
produce limpieza como en una tintorería y menús como
en un restaurante, y esa producción podría venderse en
el mercado, aunque se prefiera consumirla en la propia
familia. Ésta, al beneficiarse de estos servicios, podría
ser gravada con el IVA o con el IRPF, lo mismo que se
grava ese tipo de productos si los elaborara una empresa
en un restaurante o en una tintorería11.
Estas consideraciones nos introducen en dos
nociones. Una, que la economía no puede dejar de
contemplar los bienes inmateriales. Y la otra, que la
economía no puede constreñirse al reducido ámbito de la
producción, distribución e intercambio de bienes a
11 Otros ejemplos de servicios que se producen en el seno familiar y que también podrían ser producidos por empresas son: la atención de niños y ancianos; el cuidado de enfermos; confección y reparación de ropa; el bricolaje y otros más.
través del mercado. Fuera de los circuitos del mercado
existe una economía soterrada, para el PIB12, que
contribuye de una manera decisiva al bienestar de la
sociedad. Se trata de la economía que podríamos
denominar de las donaciones, de las subvenciones, o de
los regalos y el autoconsumo. En ella se incluyen todas
las actividades de producción, distribución e intercambio
de bienes que no se resuelve en el mercado. Por tanto,
abarca, además de los bienes públicos, las subvenciones
y las transferencias unilaterales de renta, los bienes y
servicios producidos o distribuidos de forma gratuita por
multitud de organismos privados sin fines de lucro y por
las economías domésticas. Muchos de estos bienes
económicos se producen mediante las reglas del
mercado (es decir, por empresas que cubren costes y
obtienen beneficios) pero que luego se distribuyen
gratuita o semigratuitamente.
La importancia de esta actividad económica es
grande; tan significativa como para tenerla en cuenta.
Nancy Baerwaldt y James Morgan han estimado que las
subvenciones en la economía familiar alcanzan el 30%
de la renta nacional en un país tan liberal como Estados
Unidos, según nos refiere Boulding (1992, pp. 137-138).
El interés de algunos economistas por
investigar este campo inexplorado de la Economía ha
ido en aumento. A mediados de los años setenta se creó
la Asociación para el Estudio de la Economía de las
Subvenciones (Asociation for the Study of the Grants
Economy). Posteriormente, a mediados de los noventa,
la Universidad Johns Hopkins (Baltimore, Maryland,
USA) fomentó estudios sobre el sector no lucrativo y en
España también fueron alentados por la Fundación BBV
(según una información recogida en el diario El País del
10 de mayo de 2000).
El autor más destacado en este campo es:
Kenneth E. Boulding (1910-1993) economista
estadounidense nacido en Liverpool (Inglaterra) en una
12 Dejando aparte la economía sumergida ilegal, que se desenvuelve en mercados clandestinos.
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familia humilde (estudió en el instituto de su localidad,
el Liverpool Collegiate), obtuvo una beca en 1928 para
estudiar química en Oxford (en el New College) debido
a su magnífico expediente escolar. Al cabo de un año
descubrió que no le gustaba esa materia y consiguió
mantener la beca para estudiar política, filosofía y
economía. Tras graduarse con honores (equivalente a
matrícula de honor) en 1931, prosiguió los estudios de
postgrado en Oxford mediante otra beca y se doctoró en
1932. Con otra beca se trasladó a la Universidad de
Chicago donde tuvo por asesor a Jacob Viner y por
profesores a Frank Knight y Enry Schultz. Al regresar a
Estados Unidos, tras un fugaz viaje a Inglaterra debido
al fallecimiento de su padre en 1933, trabajó en Harvard
con Joseph A. Schumpeter. En 1934 fue profesor en la
Universidad de Edimburgo, donde aprovechó el tiempo
libre para iniciarse en la teoría de la contabilidad. En
1937 viajó a Filadelfia para asistir al congreso mundial
de los cuáqueros, a cuya congregación pertenecía, como
representante por Escocia. Allí, un amigo de Chicago le
comentó algo sobre un trabajo en la Universidad de
Colgate, al norte de Nueva York; obtuvo el empleo y ya
no volvió a Gran Bretaña. Durante la II Guerra Mundial
trabajó para la Liga de Naciones (en Princeton) en
asuntos relacionados con la reconstrucción europea
después de la I Guerra Mundial y que sirvieron de base
para evitar errores en la reconstrucción que más tarde se
llevaría a cabo al terminar la II Guerra Mundial. Al
concluir ésta dirigió un departamento (que, como él
dice, era unipersonal) en la Universidad Fisk, en
Nachville (Tennessee). Fue profesor en el Iowa State
College de Ames, en la Universidad de Michigan, en la
Universidad de las Antillas (Jamaica), en la Universidad
Cristiana Internacional de Tokio y, desde 1967 hasta su
muerte, fue profesor jefe de su departamento de la
Universidad de Colorado (en Boulder). Perteneció al
Instituto de Ciencias de la Conducta y a mediados de la
década de los setenta fue miembro fundador de la
Asociación para el Estudio de la Economía de
Subvenciones. Su entrega a la economía no le impidió
hacer alguna incursión en la poesía: publicó dos libros
de sonetos.
Entre su bibliografía se encuentra: Análisis
económico (en cuya 1ª edición de 1941 seguía a Irving
Fisher y en la 2ª edición de 1948 seguía por completo a
Keynes); Reconstruction of Economics (1950), donde
reconstruye la economía bajo los conceptos del balance
de situación; Teoría económica: la reconstrucción
reconstruida (1957), en la que revisa y corrige algunos
errores que había apreciado en la obra anterior; La
revolución de la organización (1953), donde realza la
repercusión de los grandes descubrimientos de finales
del siglo XX en la organización empresarial y en el
rendimiento creciente debido a la escala de la
producción; La imagen: conocimiento de la vida y de la
sociedad (1956), sobre el mundo del conocimiento en el
que domina el imperialismo de la economía y del
comportamiento humano a través de la imagen del
mundo que se forman las personas en su conciencia; La
economía del amor y del temor: Una introducción a la
economía de las donaciones (1973); y Ecodinámica:
Una nueva teoría de la evolución social (1978).
A) TEORÍA DE LA PRODUCCIÓN
En ese último libro de 1978 expone una teoría
de la evolución social en términos similares a la
evolución biológica, que está determinada por la
selección (según la cual, dentro de un ambiente
ecológico, unas especies crecen mientras otras decrecen)
y por la mutación (es decir, por los cambios en los
parámetros del sistema, tales como el clima, los suelos,
etc.). Con la vida aparecen los ecosistemas, en los que
cada sistema está compuesto por poblaciones de
diferentes especies. Boulding (1992, p. 139) define muy
ampliamente las especies como “cualquier conjunto de
objetos con suficientes similitudes entre sí como para
conferirle interés propio”. Según su definición, “los
utensilios humanos, como las tijeras y los automóviles”
constituyen una especie. Es decir, los objetos producidos
por el hombre forman una especie que, como las demás,
tiene su estructura y evoluciona. Así, nos ofrece una
teoría de la producción que tiene su propia estructura
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genética del “saber cómo” [es decir, del saber como
producir los objetos útiles para el hombre], pero este
potencial de conocimiento está “limitado por cuatro
categoría de factores: materiales de índole muy diversa;
energía que se presenta bajo diferentes formas; y
tiempo”. Haciendo un símil con la especie humana, ésta
posee biológicamente un enorme potencial de energía
psíquica que Boulding (ibídem, p. 140) denomina “noo
genética” o capacidad de conocimiento debido a la
propia genética humana, que sólo es posible desarrollar
mediante un proceso de aprendizaje. Así, se transmiten
de generación en generación los procesos aprendidos, es
decir, el saber cómo hacer las cosas. Por consiguiente,
sólo es posible realizar la producción que sabemos cómo
llevarla a cabo, sujeta a las limitaciones de las cuatro
categorías de factores antes mencionadas.
Boulding (ibídem, pp. 139 y 140) considera tal
concepción de la producción opuesta a la clásica, que él
denomina “receta de libro de cocina” que consiste en
mezclar ingredientes, tierra, mano de obra y capital, para
obtener un producto. Según él, estos ingredientes tienen
el mismo valor científico que si se hubieran elegido
otros, por ejemplo, tierra, aire, fuego y agua.
B) TEORÍA DEL CAPITAL Y DEL INTERÉS
Boulding (1992, pp. 131 y 132) nos dice que
trató de reconstruir la economía partiendo del balance de
situación que nos ofrece la contabilidad. La empresa con
su actividad modifica la estructura de su balance; pero
ciertas partidas deben restablecerse obligatoriamente
para proseguir la actividad. Por ejemplo, las
disponibilidades de dinero disminuyen al contratar mano
de obra y realizar compras; pero, con ello, aparecen
otras partidas en el balance, cuya estructura se modifica
y también se altera con el resultado del trabajo. La
producción se detendría al cabo de poco tiempo si no se
restableciera la provisión de dinero mediante las ventas.
El restablecimiento de esta partida del balance de
situación es el que permite mantener la mano de obra
ocupada y evitar el paro.
Los beneficios, que distingue del interés como
hizo Fisher, cobran especial relieve para restablecer las
disponibilidades líquidas y para el sostenimiento de la
demanda de mano de obra. Es más, los beneficios tienen
gran importancia porque es el elemento que permite la
existencia futura del capitalismo. Ahora bien, el
beneficio está en pugna con el interés, porque éste tiende
a ser superior a aquél. Según su análisis de las
modificaciones de la estructura del balance de situación,
considera que el interés equivale a la tasa de crecimiento
del capital y critica la visión de la economía clásica del
tipo de interés al contemplarlo como un precio. Podemos
suponer que Boulding, no aceptó la consideración del
tipo de interés como tasa de descuento de valores futuros
a actuales, porque en otra parte Boulding dice haber
estudiado y criticado a Böhn-Bawerk (ibídem, p. 126).
Según Boulding (ibídem, p. 138), la teoría
económica clásica se ha ocupado del capital, pero se ha
olvidado del capital familiar. La familia es una
organización productiva de gran importancia: “es la
única organización que produce personas”. Además, es
un absurdo contemplar la familia sólo como una
estructura de consumo. La estructura familiar se asemeja
por completo a las empresariales. La diferencia estriba
en que las familias no llevan una contabilidad; pero si la
llevaran su balance de situación sería parecido al de las
empresas, donde la reposición del dinero gastado es
fundamental para la supervivencia de la actividad. Las
compras familiares, desde muebles hasta alimentos,
modifican su balance de situación: “Una compra
disminuye el dinero en el balance del comprador y
aumenta otra cosa y, naturalmente, en qué consiste esa
otra cosa es muy importante”.
Boulding (ibídem, p. 138) añade que “el
capital familiar [...] tiene unas dimensiones semejantes
a las del capital industrial y que constituye un elemento
crucial en la dinámica de una economía”.
C) TEORÍA DE LAS DONACIONES
Las donaciones (en el sentido amplio de
cualquier transferencia unilateral) son en realidad
intercambios de algún tipo (Boulding, 1973, p. 14).
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Ahora bien, si estamos familiarizados, como nos han
hecho creer, con el principio del homo economicus (o de
racionalidad económica), con que al hombre le mueve el
principio del do ut des, la pregunta que podemos
hacernos es qué se recibe a cambio de las donaciones13.
La respuesta es sencillamente que se reciben
bienes inmateriales; en economía no sólo existe el móvil
individual, sino también el social. La economía es, ante
todo, una cuestión social, y de ahí que se haya buscado
con ahínco la armonía de intereses públicos y privados.
Así, las donaciones elevan la satisfacción de la sociedad
en general y del individuo en particular. Desde esta
perspectiva, en la que asume un papel crucial el bien
inmaterial, nos encontramos que, teniendo en cuenta la
“contabilidad de la utilidad, la pérdida de utilidad del
donante que resulta de su separación del regalo se
supera con la ganancia de utilidad que surge de la
contemplación del aumento de bienestar del donatario”
(ibídem, p. 15). Así, subjetivamente, “un donante puede
estar mejor situado al hacer un regalo si su bienestar
aumenta más al contemplar el aumento de bienestar del
donatario, de lo que le disminuye al contemplar el
descenso en el valor de su propio valor neto” (ibídem,
p. 15n).
Por tanto, podemos considerar un tipo de bien
inmaterial, muy especial, que casi nadie ha tenido en
cuenta; este bien es la integración social. En cuanto ésta
pasa al primer plano de la atención nos percatamos de
que las donaciones, lato sensu, son un poderoso
“elemento integrador” (Boulding, 1973, p. 18).
Si reflexionamos sobre ello, reconoceremos que
las economías llamadas precapitalistas se basaban en la
distribución y redistribución de bienes y en las
relaciones de reciprocidad. Estos sistemas económicos
tenían como núcleo integrador de la sociedad las
transferencias unilaterales; eran unilaterales porque no
13 La pregunta se puede formular de otra forma, que aparenta ser un enigma: si no se recibe nada a cambio de una donación ¿por qué sigue habiendo donaciones?
se proporcionaban con ánimo de recibir una
contraprestación, aunque, indirectamente, existiera una
nueva prestación en sentido contrario, pero siempre bajo
la forma de una nueva transferencia unilateral y, por
consiguiente, no vinculada a la contraprestación de una
anterior prestación. También deberemos reconocer que
en las economías capitalistas modernas no puede
desaparecer la donación (o la subvención y los bienes
públicos) porque sin este elemento integrador
desaparecería “la legitimidad de la autoridad”;
autoridad que también ejerce la coacción e impone
tributos; y, por eso, sin “un mínimo de benevolencia
hacia aquellos que pertenecen a la misma comunidad,
es muy difícil organizar un sistema de coacciones más
allá de un campo muy limitado” (ibídem, p. 18).
Siguiendo a Boulding (ibídem, pp. 15 a 18), un
poco libremente, podemos hacer una clasificación de
las donaciones, o transferencias unilaterales, en dos
grandes grupos: dádivas y exacciones. En las primeras
predomina la benevolencia (o sea, el amor) y en las
segundas la coacción (esto es, el temor). Sin embargo,
como en el arco iris, no existe una nítida separación
entre una u otra tonalidad: a veces se regala algo con
benevolencia, pero para evitar un daño proveniente del
donatario, de terceras personas, o de la propia imagen,
con lo cual hay algo de coacción, y, por el contrario,
muchas exacciones se satisfacen voluntariamente sin el
concurso del temor coactivo a las represalias.
Las dádivas, a su vez, se pueden subdividir en
transferencias internas y en regalos. Las transferencias
internas están condicionadas a que el donatario realice
algo que el donante apruebe. Por ejemplo, la asignación
de un presupuesto entre los diversos departamentos de
una entidad. En este ejemplo de la distribución de un
presupuesto, se puede apreciar claramente que las
transferencias internas constituyen un organizador
esencial del comportamiento de una entidad. En cuanto a
los regalos, éstos son las dádivas propiamente dichas, ya
que no implican ni jerarquía ni condicionamiento de
ningún tipo entre donatarios y donantes.
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Las exacciones se pueden subdividir en
tributos y extorsiones. Los tributos son las transferencias
unilaterales que los poderes públicos reciben de los
ciudadanos y de las personas jurídicas a través de la
exigencia respaldada por la potestad sancionadora. La
extorsión es una cesión unilateral de bienes, provocada
por pura violencia, física, psíquica o de cualquier clase.
Por tanto, en la extorsión entra desde el robo a mano
armada hasta la exigencia de más horas de trabajo sin
retribuir que las acordadas en convenio o contrato,
pasando por cualquier tipo de presión (como, por
ejemplo, que debes trabajar más sin que se te remunere,
porque así podrás ascender o no te echarán al paro) o,
incluso, de chantaje14.
La economía de las donaciones, al igual que la
de mercado, tiene las siguientes funciones (ibídem, pp.
21 a 27):
Asignación de recursos: toda asignación de
recursos depende en realidad de un juicio de valor, de la
apreciación de lograr algo deseable, de obtener un
provecho, en definitiva, de la decisión de invertir en algo
y atraer hacia ese sitio los recursos. Tanto una empresa
con ánimo de lucro como sin ese ánimo (verbigracia,
una fundación), al obtener financiación e invertir, atraen
hacia sí recursos económicos, como mano de obra,
energía, capital, materias primas, etc. Las donaciones,
sin duda, canalizan recursos económicos hacia el
cumplimiento de determinados objetivos.
Distribución de rentas: toda atracción de
recursos mediante la inversión implica el pago a los
propietarios de esos recursos, con lo que se distribuye la
renta. Sin embargo, la donación puede jugar un papel
distribuidor de renta sin que alguien preste un servicio
productivo. De hecho, muchas donaciones han surgido,
y están encaminadas, para corregir la considerada mala
14 En las economías con predominio del móvil egoísta no puede olvidarse «el sector del crimen», o ilegal, que mueve ingentes cantidades de recursos por la vía de la extorsión y da origen a asignaciones presupuestarias públicas para combatirlo (policía y tribunales de justicia).
distribución de la renta que otros sistemas, como el de
mercado, originan. Boulding (ibídem, p. 23) opina que
“cualquier sociedad sin una economía de donaciones o
con una economía de donaciones [en teoría] neutral
respecto a la distribución, pronto cesaría de existir, ya
que sus miembros se morirían de hambre”. Pero esta
opinión no implica que Boulging se manifieste en todo
caso a favor de la economía de las donaciones; también
reconoce los grandes fallos de eficiencia de éste y otros
sistemas; es lo que él llama ‹‹la patología››, tanto de la
economía de intercambio como de la de donaciones
(ibídem, p. 28). Para medir el grado de eficiencia de las
donaciones establece que “la eficiencia es la relación
entre el beneficio percibido por el donatario y los costes
percibidos por el donante” (ibídem, p. 27).
Desarrollo económico: todo desarrollo
económico implica reasignar recursos y redistribuir
rentas a favor de los sectores dinámicos de la sociedad;
o sea, de las ‹‹ industrias del desarrollo›› (ib., p. 24) que
son las que acaban originando un verdadero incremento
de la renta real per cápita. El principal sector dinámico
es el de la investigación, el cual frecuentemente ha sido,
y es cada vez más, subvencionado directamente y
promovido por las donaciones públicas y privadas. Por
otra parte, para crecer económicamente se requiere un
clima adecuado de estabilidad política y social, así como
de una seguridad jurídica interior y exterior, todo lo cual
se logra principalmente por medio de la actividad
pública, la cual, como es sabido, obtiene y proporciona
los recursos a través de la economía de las donaciones
(impuestos y gastos presupuestarios).
Organización social: todo principio
organizador de la sociedad pretende que los miembros
de ella se relacionen entre sí de un modo no violento y
se encuentren básicamente conformes con la
organización social, sin que esto implique una ausencia
de deseos de mejora. Es posible organizar una sociedad
mediante un sistema económico de libre mercado;
también mediante un sistema de donaciones en lugar del
de intercambio simple. Sin embargo, un sistema puro de
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intercambio nunca ha existido históricamente; cuando ha
existido intercambio siempre se ha conjugado, en mayor
o menor medida, con un sistema complementario de
donaciones. Según Boulding (ibídem, pp. 26 y 27),
“Sería desastroso que las ciencias sociales se
unificaran únicamente alrededor del concepto de
intercambio [...] sin reconocer que el intercambio,
incluso en su forma más general, es sólo uno de los
organizadores sociales, y que la donación como
organizador es incluso más importante a medida que
nos movemos desde la economía hacia la sociología y la
ciencia política”.
Podemos concluir que toda actuación, tanto en
el sistema de libre mercado como en el de donaciones,
altera un supuesto equilibrio entre todas estas funciones.
Y también que no se debe presuponer que un sistema es
superior o mejor que el otro. Los dos contribuyen a
organizar la sociedad y colaboran en el crecimiento
económico y el progreso social. Ambos implican
alteraciones en la asignación de recursos y en la
distribución de la renta ante cambios de actuación en
uno u otro sistema; y con esas alteraciones se originarán
cambios en la estructura de precios relativos que harán
que unas personas (físicas o jurídicas) sean más ricas
que otras; es decir, se originarán “donaciones implícitas
de los que se hacen más pobres a los que se hacen más
ricos” (ibídem, p. 25). Esta idea es equivalente, en otro
contexto, a la del ahorro forzoso.
También se puede concluir que a la teoría
económica convencional le falta generalidad, puesto que
estos dos sistemas, el de libre intercambio y el de
donaciones, en realidad no están contrapuestos (como
así lo han visto muchos economistas que han tratado a
uno de ellos con suma hostilidad), sino que pertenecen a
un concepto económico más amplio que los engloba; por
consiguiente, ambos son casos particulares de una teoría
del intercambio más general. Para comprobar este
aserto, a continuación se expone un sucinto extracto de
la teoría microeconómica de las donaciones que nos
ofrece Boulding (ibídem, pp. 29 a 38):
Teoría microeconómica de las donaciones.
En realidad se trata de una teoría general del
intercambio, pues, como ya se mencionó, toda donación
es de algún modo un intercambio, en el sentido de
interactuar dos o más partes. En las donaciones, ambas
partes manifiestan de forma tácita o expresa su deseo de
establecer la relación, y también existen medios para
forzarla o alentarla. No se debe pensar que el donatario
desea siempre recibir el regalo, o ese tipo de regalo en
concreto, pues también es una persona dotada de gustos
y de dignidad. Por eso dice Boulding (ibídem p. 29) que
no es irracional que el donatario quiera mirar el diente
del caballo antes de aceptarlo como regalo.
El intercambio simple entre dos personas
(físicas o jurídicas) se ilustra en la Figura 1, donde se ve
que A entrega xa y recibe ya. Pero no siempre lo que A
entrega o recibe es exactamente igual a lo que B recibe
(xb) o entrega (yb). Por ejemplo, A da 50 litros que se
convierten en 49 al llegar a B, debido a pérdidas o
mermas. Por su parte, B da a cambio 50 euros, cuando
A sólo recibe 45 debido a que el Estado se queda con 5
euros en concepto de impuestos, o por el pago a un
intermediario (como puede ser el transportista u otros).
A B
xa xbxa xb
xa xbya yb
Figura 1.- Intercambio simple
El intercambio en general. Sin embargo, el
intercambio, por simple que éste sea, casi nunca consiste
en la transferencia de dos bienes x e y. Los bienes objeto
del cambio suelen estar acompañados de otros, sin los
cuales sería difícil llevar a cabo el intercambio; por
ejemplo, existe propaganda, exposición visual de las
mercancías, información, comunicación o mensajes, y
TEMA 29: EL INSTITUCIONALISMO Y EL PENSAMIENTO NORTEAMERICANO Prof. Dr. Eduardo Escartín González
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percepción de solvencia y seriedad, entre otros. Por
tanto, la x y la y representan en realidad conjuntos de
bienes en lugar de artículos en concreto. Este hecho se
pone de manifiesto en la Figura 2.
xa xbxa xb
xa xbya yb
A B
xax’ax’b
xa xby’a y’b
Figura 2.- Intercambio en general
En esta figura las x’ e y’ engloban todos los
bienes inmateriales que acompañan a las mercancías
objeto de intercambio. Para ilustrar el intercambio en
general, siguiendo a Boulding (ibídem, pp. 31 y 32),
podemos poner como ejemplo el caso del mercado
laboral. En él, A representaría al patrono y B al
trabajador. El empresario entrega dinero en concepto de
salario (xa) mientras que el obrero entrega horas de
trabajo (yb); por lo general, el dinero que recibe el
asalariado (xb) no es la misma cantidad que la pagada
por A, de la misma forma que el número de horas
empleadas por el trabajador no son las mismas horas
útiles que figuran en el contrato, ni las que, en realidad,
recibe el empresario (ya), bien sea porque el trabajador
pierde el tiempo durante su trabajo, bien sea porque está
más tiempo trabajando. Además, la significación de
estos bienes, aun en el caso de ser exactamente iguales
las cantidades entregadas y recibidas, es percibida de
manera muy distinta por ambas partes. El empresario
valora el dinero que entrega según las alternativas que
tiene de emplear su dinero, y el trabajador según los
bienes reales que con el salario puede adquirir. Por otra
parte, el trabajador valora sus horas en función del
esfuerzo que realiza, o del ocio que con el salario puede
disfrutar, y el empresario valora esas horas en función
del producto que con ellas obtiene. La significación o
valoración de estos bienes están representadas en la
Figura 2 con las líneas de trazos, por tratarse de bienes
inmateriales.
Cuando se tienen en cuenta estos bienes
inmateriales (y otros muchos más, como la eficiencia en
el trabajo o la cualificación personal) que intervienen de
forma implícita en los intercambios, estamos en
condiciones de comprender por qué se genera tanta
conflictividad en el intercambio: porque las esperanzas,
puestas en lo que se recibe a cambio de lo entregado,
quedan defraudadas por lo que en realidad se recibe. Por
este motivo, uno de los mercados más conflictivos es el
laboral, y en donde resulta muy difícil devolver el
artículo (o el servicio prestado) defectuoso.
La Figura 1, referente al intercambio simple,
pone de manifiesto que el intercambio convencional (el
considerado hasta ahora por la teoría económica
ortodoxa) es un caso particular del intercambio en
general, representado en la Figura 2.
La donación. La Figura 3 ilustra el otro caso
particular del intercambio en general; se trata de las
donaciones, que, al ser unilaterales, se caracterizan por
la ausencia de contraprestación (esto es, por la
inexistencia de una de las ramas de trazo continuo) del
donatario B al donante A.
xa xbxa xb
A
xax’ax’b
xby’a y’b
B
Figura 3.- La donación
Pero, desde el punto de vista de la teoría
general del intercambio, no deja de existir el flujo
circular de bienes inmateriales que se transfieren entre
ambas partes de la transacción.
TEMA 29: EL INSTITUCIONALISMO Y EL PENSAMIENTO NORTEAMERICANO Prof. Dr. Eduardo Escartín González
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