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Secretaría de Publicaciones
Materia: Teoría y Análisis Literario
Cátedra: Panesi
Teórico: N° 25 17/06/08
Tema: Paul de Man
Queridos alumnos: voy a tratar de ajusticiar lo más rápido que pueda a Paul De Man y
vamos a comenzar algo breve, porque Derrida ya está bastante asado y condimentado y
seguramente muy bien leído por ustedes. Por lo tanto, voy a ser un poco escueto con Derrida para
dedicarme, hacia el final de estas clases, al análisis de El juguete rabioso que no entra para el
parcial pero sí para el final. El parcial se lo entregaré el jueves y va a tener tres preguntas. En
realidad dos, pero una está subdividida en dos partes. La primera tiene dos preguntas sobre la
parte de poesía que dio Delfina y la última tutti fruti.
Alumna: ¿Hay una lista con la bibliografía obligatoria?
Profesor: Perdón, pero me olvidé de hacerla, aunque la podemos hacer juntos si quieren.
Yo no tengo inconveniente; creo, confío en la lucidez de los alumnos y no en mi memoria. Va
todo lo que vimos, excepto El juguete rabioso. Hagan la lista y después yo controlo y
certificamos esta lista que, por supuesto, puede estar sujeta a agregados, desde luego.
Señores, vamos a comenzar con dos acápites. Uno es un aforismo, en rigor, que dice lo
siguiente (esto viene a propósito del asunto de los maestros y los alumnos que estaba en buena
parte de lo que vimos con Paul De Man): “Quien es radicalmente maestro no toma ninguna cosa
en serio más que en relación a sus discípulos, ni siquiera a sí mismo”. Esto es de Más allá del
bien y del mal de Nietzsche, sección cuatro, parágrafo sesenta y tres.
Luego una pequeña historieta estructuralista de personajes que ustedes conocen.
“Procedente de la universidad de Sofía, tras haber acabado su ciclo universitario, Todorov
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buscaba en París un marco institucional para desarrollar una investigación sobre lo que llamaba
‘teoría de la literatura’. Es decir, una reflexión sobre el objeto literario que no parta de elementos
exógenos a él, psicológicos o sociológicos, lo mismo que buscar una aguja en un pajar. Provisto
de una recomendación del decano de la universidad de Letras de Sofía, seguro de obtener una
respuesta positiva, contacta con el decano de la Sorbona para informarse de lo que se hacía allí en
ese campo. ‘Me miro (dice Todorov) como si yo viniese de otro planeta y de forma muy fría me
dijo que no se hacía teorías literaria en su facultad y que ni hablar de hacerla.
Desconcertado, Todorov piensa que le ha entendido bien y pregunta si, a falta de eso,
habría un ciclo de formación en estilística, pero el decano quiere que precise en qué lengua. El
diálogo de sordos prosigue y Todorov siente un malestar creciente, ‘puesto que (dice Todorov) yo
no podía decirle que estilística del francés puesto que farfullaba ante él en un francés dudoso. Me
hubiera respondido que antes estudiase el idioma’. Se trataba, evidentemente, de estilística
general y el decano de la Sorbona reitera a Todorov la inexistencia de tal campo de
investigación”. Esto está tomado de un libro que es una historia del Estructuralismo francés obra
de Francois Dosse. Se llama Historia del estructuralismo, en dos tomos, y salió en francés en
1992 y en español, en Madrid, Acal, 2004.
¿Alguien me podría explicar por qué hice estas dos citas? La primera tiene que ver con la
relación intersubjetiva. La segunda tiene que ver con que la teoría literaria es un discurso que
puede estar o no. Ésa es nuestra posición. Todorov, evidentemente, es el introductor del
Formalismo ruso y forma parte de esta historia que se llama el Estructuralismo y que tiene que
ver con el Formalismo. Es un deudor del Formalismo ruso. Esto es así hasta el punto de que
Foucault propone, por su rechazo a ser llamado estructuralista, no hablar de Estructuralismo, ya
que le parece un pequeño subcapítulo dentro de lo que le parece interesante que es la historia del
Formalismo. Lo importante son los formalismos y no sólo el ruso. En principio, son dos, el ruso y
el checo, que siempre están atravesados por finales políticos, ése es el problema, medio
dramáticos que esconden por diez, veinte o treinta años lo que han sido estos movimientos. Yo
coincido plenamente con Foucault en esto.
Cuáles son las resistencias que aparecen en el artículo de Paul De Man. Yo las llamaría las
“resistencias institucionales a la teoría literaria” y son los cuentos que él relata a propósito del
rechazo que, en la academia norteamericana, produce la teoría literaria. Es decir, que es un tigre,
que no lo es, que hay reservas de orden ético y estético respecto de la teoría literaria, de la lectura
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que la teoría literaria propone, etc. Segundo, dice Paul De Man, se trata de una “resistencia a la
lectura”. No es porque los estudiantes de Letras, ni de aquí ni de Estados Unidos, no leen o leen
de una manera perversa. Más bien la resistencia a la lectura, tal como la entiende De Man, que es
la lectura retórica con todo lo que eso implica. Tercero (y conectado con lo anterior), Paul De
Man dice que la resistencia a la teoría literaria (para Paul De Man teoría literaria es su versión de
la reconstrucción) es resistencia a la dimensión retórica del lenguaje. En cuarto lugar, la
resistencia (es algo más complejo) que se da siempre que el lenguaje se vuelve sobre sí mismo y
habla de sí.
Alumno: Inaudible.
Profesor: Bueno, tendría como consecuencia eso. Ésta lectura que es retórica y que
significa entre otras cosas, el volverse autoreferencialmente del lenguaje sobre sí mismo
provocaría esta resistencia. Los que acusan a la teoría literaria dicen que es mero verbalismo
porque se dedica a esto: a ver la capa retórica del lenguaje, a ver cuando el lenguaje es
autoreferencial, etc.
Alumno: Inaudible.
Profesor: No, por cierto que no. Además, el tropo (como vamos a ver inmediatamente) no
es, para Paul De Man, un añadido. Para él, la base del lenguaje (o en el origen del lenguaje) está
en la capa tropológica, pertenece al lenguaje. La gramática, en cambio, en esta extravagante
oposición que trata de establecer entre retórica y gramática, es exterior al lenguaje. Lo originario
que está en la base del lenguaje son los tropos.
En quinto lugar, acá todo se retuerce y se complica, la propia teoría es resistencia a sí
misma, la resistencia a la teoría viene de la propia teoría. ¿Por qué? Por un movimiento doble. Si
la lectura reconstructiva tiene a atacar la arquitectura, la totalidad del sentido (cualquier tipo de
totalidad), evidentemente, si, como dice Paul De Man, la teoría literaria es un cuerpo de
conceptos que pueden enseñarse, es susceptible de totalización. Al mismo tiempo, en la misma
teoría literaria propuesta como lectura retórica, se va a desmontar todo eso. La teoría sería esa
posibilidad de apertura, de montaje, y al mismo tiempo (cosa que Paul De Man no piensa pero
que podemos pensar) tiene una base institucional. Esto lo repetimos hasta el cansancio. Dónde se
enseña o crece la teoría literaria: en instituciones de orden pedagógico y académico. Por lo tanto,
hay que sistematizar para enseñar. Mímicamente hay que totalizar y esto estaría en contra del
precepto de desmontaje del sistema y de las totalidades.
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¿Y las resistencias del propio Paul De Man? Ya vimos una: la resistencia a la historia.
Hoy vamos a mencionar otra que me parece muy evidente, insospechada, que es la resistencia al
psicoanálisis. Desde el mismo título de su artículo parece que Paul De Man exhibe y retacea un
vocabulario de orden psicoanalítico; resistencia es un concepto de orden psicoanalítico, pero no
solamente, hay otros que aparecen repartidos en el artículo. Por ejemplo, “sobredeterminación”,
“síntomas desplazados”, que coinciden con esta resistencia. ¿Por qué está el psicoanálisis? ¿Qué
es lo que sustituye a algo que parece estar allí que Paul De Man, obviamente, conoce y ha leído y
no quiere usar? No sé por qué no lo quiere usar, pero qué hay en lugar de la terminología
freudiana: el concepto de error. El sujeto se equivoca y no es un sujeto dividido, atravesado por el
inconsciente, sino que es un sujeto que se equivoca. Pero no es tan importante que el sujeto se
equivoque como que los errores, los espejismos, a que dan lugar las vacilaciones o indecisiones
de la capa retórica del lenguaje están en el lenguaje mismo. El lenguaje más que el sujeto es la
fuente del error para Paul De Man, se encuentra en esa tropología. Por lo tanto, es el modo que él
tiene de elidir la categoría de sujeto y sobre todo la del sujeto freudiano. Evidentemente, acá hay
un síntoma de que la terminología freudiana, de una manera bastante elocuente, aparece en lo que
acabo de sintetizar.
Entonces, Paul De Man sustituiría los conceptos de inconsciente y de sujeto que quedarían
reprimidos, digamos, y donde podría estar el concepto de inconsciente aparece el de error, mala
lectura, ideología, etc. No es una ideología del sujeto, es una confusión que sería propuesta por el
mismo lenguaje.
Alumna: Inaudible.
Profesor: Seguramente puede ser leído así, aunque no le ve la utilidad a esa comparación.
Lo tuyo parece un examen formulado por nosotros. Hay toda una serie de desplazamientos y
equivalencias, además de resistencias, la primera de las cuales sería que lo que se reprimen son
las escuelas coetáneas a Derrida; por ejemplo, el historicismo, los estudios culturales, el
feminismo, la sociología de la literatura, otras teorías de la lectura, etc. Ésa es una totalización:
toda la teoría literaria se reduce a la de Paul De Man sobre la lectura, a la reconstrucción. Por otro
lado, hay una igualación por la cual De Man nos dice que la retórica es igual a la literatura. Esa
capa retórica que se encuentra en el lenguaje traspasa la literatura. La literatura puede definirse,
así lo dice, de esta manera. En la literatura esta retoricidad del lenguaje aparece en todo su
esplendor.
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Alumno: ¿La retórica viene ser la literaturidad?
Profesor: Exactamente. Habría una especie de equiparación de la literatura con la
literaturidad. Esto es, lo diga o no, lo que llamamos lenguaje literario. El lenguaje literario
consiste en su retórica. Pero hay otra reducción: la retórica tiene una parte absolutamente
pragmática. No se agota en el discurso, sino que promueve un tipo de acción que es la persuasión,
cuestión que no entra en Paul De Man. Esto es alejado porque lo que le interesa es el tropo y la
retórica es reducida a los tropos, sin fijarse que esta reducción es posible porque hubo un
Nietzsche, una teoría postromántica de la retórica, y una historia de la retórica. La retórica es
histórica de cabo a rabo. Primero la retórica, con esta función persuasiva, se liga íntimamente con
contextos históricos concretos. No puede perderse su historicidad.
Que la retórica, a partir del siglo XVIII, decaiga (en cuanto a sus posibilidades
pragmáticas) nos hace pensar que la retórica, a partir del Romanticismo, puede ser tratada como
una mera colección tropológica como hace Paul De Man, dado que ha perdido su enclave de
discurso histórico actuante. Otra vez encontramos que el discurso de Paul De Man rehuye,
reprime, la historia y su propia historia de constitución como una teoría de la retórica. Pensemos
que este concepto de que la literatura es igual a su literaturidad (y esto es de los formalistas rusos)
y decir que hay un lenguaje específico, en un sentido, hace que la literaturidad no tenga que ver
con lo estético, ya que, según Paul De Man, la literatura supone el vaciado de categorías estéticas
por razones que ya hemos explicado. Si entrar en consideración algo del orden de lo estético falla
la base de su teoría del lenguaje y por lo tanto de su teoría con respecto a la lectura retórica.
Alumno: Inaudible.
Profesor: En otro momento dice Paul De Man, en otro artículo, muy místicamente o
mistificadoramente que la verdadera política debe encontrarse en la literatura. ¿Por qué? Porque
la literatura, a través de la literaturidad y a través de la capa retórica indecidible del lenguaje y de
la lectura retórica, es justamente un combate en contra de las aberraciones ideológicas. Pensemos
que este artículo se encuadra dentro de la institución pedagógico-académica. La literatura ya ha
perdido y sigue perdiendo su peso específico social y cultural (en los’60, ’70 y ’80 del siglo
pasado). Decirle a gente que se dedica al estudio de la literatura y que tiene una vaga conciencia o
mucha conciencia o nada, quizás, de la pérdida de anclaje social y de difusión que tiene la
literatura frente a otros fenómenos, que su estudio es tan importante que puede develar cualquier
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ideología, en el sentido demaniano del término, le da una relevancia a su propia profesión
totalmente insospechada. Es una mistificación profesional o ideológica.
Alumno: Inaudible.
Profesor: Justamente, en la literatura no está sólo su retoricidad sino también la exhibición
de la retoricidad en tanto tal. Por ejemplo, si yo quiero a convencer a este alumno de que estudie,
puedo decirle estudiá o te vas a sacar un cero o me parece que sos lo suficientemente inteligente
como para estudiar. Estoy diciendo lo mismo pero esas frases no son equivalentes una a la otra
pero, en realidad, dicen lo mismo en el sentido de que yo, el poder te digo que estudies. No hay
ninguna verdad en lo que estoy diciendo; escondo mi relación de poder sobre él, escondo una
relación de tipo institucional, etc. Eso lo puede hacer cualquier discurso no sólo la literatura. Acá
está la mistificación y el famoso problema sobre si hay diferencia entre el discurso literario y el
no literario. De Man acá es contradictorio. Por un algo dice que la teoría literaria sostiene que no
hay diferencias entre el lenguaje literario y el no literario, pero, por otro lado, al hacer esta
operación privilegia la literaturidad.
Quedamos en una contradicción de Paul De Man. Esta contradicción se explica por una
mistificación ideológica de su propia profesión, de la literatura, de las instituciones, etc. No en el
sentido de ideología que tiene Paul De Man sino en uno de los dos posibles sentidos, creo, de lo
que Marx entendía por ideología. La ideología es farsa, mentira, falsa conciencia, velo (versión
negativa) o en su versión positiva como la representación del mundo que tiene un grupo o clase
social, perspectivista en su propio interés. Estas definiciones clásicas de ideología no aparecen en
Paul De Man. No queda reducido a un efecto de error inevitable que produce el discurso mismo a
través de su capa retórica, pero lo que hace Paul De Man no es sólo producto del discurso que
dice como enseñante, sino que es una manipulación, consciente o no, de las propias
consecuencias de dedicarse a la profesión de enseñar literatura y teoría literaria.
Decíamos que la literatura, a través de esta literaturidad era igualada a la retórica y a los
tropos, y tenemos que aclarar que, en materia de tropos, y por eso mismo hay una definición
cognoscitiva en donde el lenguaje, respecto del conocimiento de la realidad, es falible. El
lenguaje, al que la retórica pertenece por derecho propio y originario, no es falible y lo que haría
la literaturidad es poner esto de manifiesto no sólo en la literatura sino también en cualquier
discurso que tenga retórica, o sea en todos los discursos. Lo que sugiere Paul De Man es que el
lenguaje literario, esto es Jakobson, no es una subparte del lenguaje sino su parte originaria a
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través de este nivel retórico. Lo que hace Paul De Man, leído desde la institución, es una especie
de elevación de una profesión que entra en la depresión ideológica. Fíjense lo que es esto para
alguien que estudia Letras y viene el gurú de la teoría literaria, esa nueva disciplina que está ahí
con rigor y cientificidad y pretensiones de verdad, pretensiones de poder.
Profesor: Exactamente. Desdije que apartaba por un momento el problema de la
persuasión. No la aparta, la reintroduce subsumiéndola, es algo eminentemente pragmático, en la
parte cognoscitiva que tiene la retórica. Siempre la persuasión es explicada por un tropo y no al
revés. Forma parte de lo cognoscitivo que es lo que subraya, por eso lo estoy llamando
“intelectualista”. La literatura, así magnificada, sería una dimensión del lenguaje.
Alumno: Ya que confunde la literatura con la retórica, qué vincule mantiene con la
estética.
Profesor: Para Paul De Man ninguna. Está diciendo que la literatura supone el
vaciamiento de las categorías estéticas y, por supuesto, aunque luego lo rechace, la semiótica, que
es un tipo de lectura así como la gramática, sirve para estos fines. Pero qué pasa con la lectura
gramatical: siempre el texto ofrece resistencia porque hay una capa de indeterminación que no
puede ser resuelta mediante los medios de la gramática. Es el reproche que le hace a las teorías de
la lectura con las que confronta que utilizan la Pragmática lingüística, los actos de habla, etc., que
él también utiliza y (Derrida con un sentido crítico). Está diciendo que la teoría de los actos de
habla es equiparable a cualquier gramaticalización del estudio del discurso. Es una gramática y
procede por su cercanía con la lógica.
En este sentido, Paul De Man introduce como una visión histórica, un tanto llena de
chafalonería a mi gusto. Resucita lo que él llama “la teoría más extendida en los estudios
lingüísticos”. No se si satisfice tu pregunta.
Alumno: Inaudible.
Profesor: Para Paul De Man, no. Él va a decir que el único rol que cumple la estética tiene
que desmitificado por la teoría literaria o la lectura retórica.
Alumno: Inaudible.
Profesor: Es la literatura misma. No hay que pensar con una terminología tan del
Formalismo ruso. En efecto, si ustedes hubieran leído bien a otro autor que, por esos años,
propone una teoría de la crítica literaria y una definición de la literatura misma que no está lejos
de esta autoreferencialidad que propone Paul De Man, este conocimiento de la literatura sobre sí
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misma y esto sería lo que hace la literaturidad. Quién propone esto es Foucault en Lenguaje y
literatura, un texto que está compuesto por dos conferencias. En la última hay toda una
proposición que por aquello que ve y en lo que participa, las polémicas críticas de la época
(Barthes y otros tantos), es semiológica: el signo y la autoreferencia. La literatura lo es a partir
del momento en que no tiene un fundamento (es decir, Dios ha muerto). Antes de morir Dios, el
lenguaje humano tenía una base que era el lenguaje divino.
Alumno: Inaudible.
Profesor: Dije que podía ser pero no con ese vocabulario. El vocabulario que utilizás es
del formalismo Ruso y el que propone Paul De Man es un vocabulario semiológico para negarlo.
Por eso me refería a Foucault que también propone n vocabulario semejante: el signo, la
referencia, etc. Lo que propone es totalmente estructuralista. Uno se puede preguntar qué hace De
Man. Lo que hace es un procedimiento de exhibición y escamoteo. Exhibe la semiología como
algo importante para el nacimiento de la teoría literaria y cuando uno se embarca en esto y piensa
que lo válido es el análisis semiológico, hasta ahí sería Foucault, se lo escamotea porque dice que
no alcanza, dado que el discurso tiene en sí mismo una capa retórica indecidible que no puede
reducirse a ninguno de los instrumentos que tiene la semiología que es igual a una gramática o a
la gramática directamente. Por favor, repasen el artículo de Foucault.
La crítica que puedo hacer a todo esto es que ningún lingüista diría que el “trivium” o el
“cuadrivium” es un intento de sistematización de los discursos de la Edad Media. Diría que es el
más expandido de los discursos sobre la Lingüística o la lengua. Pertenece a la historia de la
lingüística o a la historia de las ideas que la humanidad tuvo sobre el lenguaje. Pero decir que es
la más extendida me parece que es un error conceptual o lingüístico bastante grave. Después, las
alianzas que hay dentro y afuera del trivium y del cuadrivium con la lógica que sería la pieza
maestra que permite el acceso al cuadrivium, las ciencias de la naturaleza, me parece obvio. Se
trata de que el discurso y su estudio retroceda con respecto a cualquier referente. Eso está claro al
desempolvar esta antigualla del trivium y el cuadrivium. Hacemos un descanso.
Amigos y enemigos. Vamos a sumergirnos, aunque no nos vamos a hundir, en Derrida.
Por supuesto, doy por recontraleído y sabido “Firma, acontecimiento y contexto” que es uno de
los artículos más fáciles, menos juguetones, más serios en relación con algo que solía molestar
bastante que es cuando Derrida se pone a hacer juegos de palabras, retórica, etc. Éste es un
artículo que yo llamaría “serio, transparente y cristalino”. Recomendaciones para entender a
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Derrida. Primero, leerlo, cosa que el mismo Derrida no tiene la seguridad de que se haya hecho
con todos sus textos. Es cierto que Derrida es un poco latoso, retóricamente hablando; por
ejemplo, sus conferencias solían durar más de dos horas, incluso algunas luego aparecieron bajo
forma de libro. Tal vez fueran reducidos, quizás, pero son artículos o conferencias muy extensas.
Es un filósofo latoso y bífido. Mi recomendación para leer todo Derrida es Derrida en
castellano, un sitio muy completo y muy bueno. Les he recomendado Sobre la deconstrucción de
Jonathan Culler que es un libro superado, pero si no entienden nada, la estrecha mente jibarizada
de Culler explica todo Derrida. Habermas, uno de los filósofos que no lo leyó y que polemizó con
él (después se amigaron), se niega a leer Derrida porque, del mismo modo que Heidegger, no
trabaja con conceptos. Es como un devaneo no filosófico sino poético o retórico en el mejor de
los casos. Por lo tanto qué hace para oponerse a la reconstrucción: leer a Jonathan Culler, uno de
sus discípulos. Ahí tiene todo solucionado y Derrida, con razón, se pregunta si eso es leer. Es
como si ustedes decidieran preparar el examen de esta materia yendo a los resúmenes que
aparecen en INTERNET. Puede ser que tengan éxito en esto.
Algo más interesante es una autobiografía que escribió Derrida pero no la hizo solo. Esto
nos introduce en algo que tenemos que explicar sobre la firma, la propiedad, lo propio, el yo. La
paradoja sería que nadie puede escribir solo su biografía. En la autobiografía que cada uno
escribe está el otro necesariamente. Además una biografía no se escribe para la vida. Tiene nada
o poco que ver con la vida. Derrida llama a las biografías “Tanatografías” porque se escriben para
la muerte, la muerte de uno.
En principio qué deberíamos decir de un nombre propio. Dos cosas que simplifico lo más
que puedo y que dice Derrida. Primero que un nombre propio no tiene nada de propio; segundo,
adelante del nombre propio está la muerte del que lo lleva. El nombre propio que cada uno lleva,
el apellido y eventualmente hasta el nombre, es lo que perdura más allá de la vida y, por lo tanto,
en todo nombre está el nombre de un muerto. Es lo que arriba de la tumba, como inscripción y
escritura, va a perdurar por sobre la vida del que llevó ese nombre.
Derrida escribió una autobiografía que es uno de estos libros graciosos que compuso él.
Está dividido en dos partes; arriba, George Bennington, un inglés, escribe un compendió de
introducción al pensamiento de Derrida o algo así que me parece más convincente que el de
Culler, y abajo, como si fuera una nota que atraviesa todo el texto, Derrida cuenta su vida. Vida
que también es textual; sus lecturas de San Agustín, la obsesión que, en cuanto judío, le causó
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durante buena parte de su existencia la circuncisión. En francés el libro se llama CIrconfesión, o
sea un híbrido entre circuncisión y confesión. Por lo tanto en buera parte del texto aparece
mechado el texto latino de San Agustín, de Las confesiones, y una reflexión sobe esto. Por
supuesto, hay contaminaciones de un lado y del otro. Lo que les recomiendo, más que la
autobiografía de Derrida, es la parte de arriba del texto que escribió Bennington.
Si ustedes quieren, hay una versión abreviada de Derrida, hecha por él mismo, donde
responde a cuestionarios, por ejemplo, que le hacen Julia Kristeva y otros. Sobre esto tienen
Posiciones que fue publicado, en español, por la editorial Pre-textos de Valencia. Para los
interesados en filosofía, a mí me parece una cosa bastante seria y muy recomendable, tienen el
libro de Maurizio Ferraris titulado Introducción a Derrida. Fue publicado en Buenos Aires,
editorial Amorrortu.
Ustedes me sugirieron, obviamente no fue un clamor popular, que explicara qué es la
reconstrucción. Parece que, en esta cátedra todo el mundo ha hablado, yo mismo, de la
reconstrucción, pero nadie ha definido, ninguno de nosotros, qué cuernos es la reconstrucción, y
yo tampoco lo voy a hacer. Pero me voy a remitir a un artículo donde Derrida, no sé si de manera
consciente o no, adrede o en un juego involuntario, relee o parodia Heidegger. Heidegger tiene un
texto que se llama “Un diálogo sobre el habla”, donde dialoga con un amigo japonés, y Derrida
tiene un artículo que se llama “Carta a un amigo japonés”. La carta versa sobre dos cosas: sobre
la traducción de un texto de Derrida al japonés es una nota en el texto de Heidegger, el profesor o
Heidegger pregunta algo así: cómo se dice en ser en japonés. Estoy exagerando deliberadamente.
El amigo japonés, a su vez es profesor; le contesta: es el relámpago de la autora depositado en las
gotas de agua del limonero después de la madrugada. O sea algo que está “in nuce”, digamos, en
Heidegger reaparece en Derrida, pero subestimando lo que Derrida llamaría, criticando a
Heidegger, una posición típicamente logocéntrica.
Para empezar por ahí, qué es el logocentrismo. Uno de los pilares que hay que reconstruir
y atacar. Es el famoso “logos” griego con sus atributos, la conciencia, el origen, la presencia de
sí, la intencionalidad. Eso serían los atributos del “logocentrismo” que pone al habla en primer
lugar. Malinterpretando a Derrida, se puede decir que en el comienzo está la lengua, el lenguaje,
etc. Si hay un comienzo, un fundamento en Derrida (esto es lo atacable), se llama “huella”. La
huella de la experiencia, la huella de la escritura.
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En este artículo, el primer punto es la traducción y el segundo es qué es la reconstrucción,
cómo definirle a un japonés este asunto de la deconstrucción. El japonés le pregunta qué es la
reconstrucción y la respuesta de Derrida aparece en una revista bastante conseguible que es
Anthropos de Valencia. Dice Derrida: “La cuestión sería qué no es la deconstrucción o, más bien,
qué debería no ser”. Subrayo las palabras “posible” y “debería” dado que si bien es factible
anticipar las dificultades de traducción y la cuestión de la reconstrucción es, asimismo, de cabo a
cabo las cuestión de la traducción de la lengua y de los conceptos”. Da una definición si es
posible decir esto: deconstrucción es igual a traducción.
Él es bastante consecuente. Si leen unos cuantos artículos de Derrida, particularmente los
filosóficos, van a ver que Derrida siempre juega con la traducción; por ejemplo, aunque no es lo
más espectacular, también en El monolingüismo del otro. Tiene un texto cuyo título no se podría
traducir que, macarrónicamente, se podría traducir como Mis chances o Mis suertes en el sentido
de azar. Derrida juega con el traductor al inglés de un texto que está en francés y que tiene que
ser traducido. A cada rato interpela a su traductor preguntándole cómo se va a arreglar para
traducir esto intraducible. ¿Está planteando que una traducción es imposible? No. Está diciendo
que el problema de la reconstrucción es la traducción. No está diciendo que no se puede traducir
sino todo lo contrario. Está diciendo que se puede traducir tanto como no se puede traducir.
Por el sentido común, la mayor parte de las expresiones de una lengua pueden pasar a otra
en cuanto a su contenido. O pueden pasar de un código a otro código. Es decir, yo puedo
representar Madame Bovary en el teatro, lo puedo llevar al cine, lo puedo traducir a otra lengua,
etc. Tenemos este concepto de traducción que se da entre lenguas, la traducción del sentido
estricto, o se da entre distintos códigos (como vimos en el paso al teatral, cinematográfico,
historietístico, etc.) y Derrida sostiene una concepción de la traducción que es la intralinguística;
es decir, las operaciones que hacemos por ser hablantes de una lengua cualquiera. Traducimos
sectores de una lengua a otra. Alfonso Reyes, cuando era embajador en Buenos Aires, dijo que la
mejor traducción de un verso de Baudelaire era “Araca corazón callate un poco”. No hay, salvo
por el problema del registro, mejor traducción que ésa. Todo el tiempo se traduce dentro de una
misma lengua; en este caso, evidentemente, se ha traducido en dos niveles diferentes. Se ha
traducido el verso del francés al castellano, pero también, implícitamente, se ha traducido de un
registro estándar (“Se sabio, dolor mío” sería una traducción más o menos literal) a “Araca
corazón, callate un poco” a otro registro como es el lunfardo, con lo que hay una traducción ínter
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lingüística. Todo el tiempo hacemos estas traducciones. Cuando uno explica y alguien pregunta
qué dijo y trata de explicar, está haciendo un ejercicio de traducción.
Por eso los manuales pedagógicos son tan malos, dado que tratan de hacer lo imposible:
algo que existe en tanto y en cuanto es complejo tratan de reducirlo a una simplicidad. Es como si
pasara un tractor y aplanara absolutamente el terreno. “Es de cabo a cabo la cuestión de la
traducción (dice Derrida) y de la lengua de los conceptos, del corpus conceptual de la metafísica
llamada occidental”. Otro punto de guerra es el logocentrismo y toda la historia, que viene de los
griegos, de la filosofía y lo que Derrida, siguiendo a Heidegger, llama la “metafísica de
presencia” y la historia de la metafísica occidental. La metafísica occidental es aquello que hay
que reconstruir. “No por ello habría que empezar creyendo, eso resultaría una ingenuidad, que la
palabra deconstrucción se adecua en francés a alguna significación clara y unívoca”. Explica que
se resignó a esta palabra que no le gusta, pero debe reconocer que esa palabra traduce al francés
la palabra que utiliza Heidegger, también para la metafísica, que es “Destruktion”. Además
observa que cuando empezó a hablar de la reconstrucción dominaba el Estructuralismo, una
especie de arquitectura, e inmediatamente se vio, como vieron los americanos, que el discurso de
Derrida atacaba las estructuras, las jerarquías, las totalidades, etc.
Ésta, entonces, es una pregunta por la esencia. Es decir, qué es la literatura, por ejemplo,
y, como han visto ustedes en Foucault, a nadie se le ocurría preguntarse, antes del siglo XVIII,
qué es la literatura. Esto contrariaba todo un orden jerárquico, teológico, una representación de lo
que era la lengua de Dios, lo que era la lengua de los hombres, y ahí tenía su lugar la literatura.
Qué se respondía en el siglo XVIII: las “bellas letras”.
Entonces, ahora tenemos la caída de Dios (Dios está muerto, etc.), pero antes de que Dios
muriera había, según Foucault, dos lenguajes. El primer lenguaje es el divino; un lenguaje oscuro,
indecidible (como diría Paul De Man). Como si dijéramos el lenguaje de la Sibila de Cumas, el
lenguaje de las brujas. Un lenguaje que nadie entiende y por eso a la gente que consulta oráculos,
médicos o curanderos, siempre le va mal, dado que no entienden la receta, lo que la Sibila medio
alcoholizada o con azufre en el cerebro pronuncia ante el que la va a consultar. El lenguaje de los
dioses es oscuro, esto es el mundo clásico, y lleva al error a los pobres humanos. En cambio, el
lenguaje que hablan los humanos, a imagen y semejanza del lenguaje divino, es transparente. Ésta
es la concepción del mundo que Foucault, a grandes rasgos, llama el mundo del clasicismo. Pero
qué es lo que proyectaba un lenguaje sobre otro, qué comunicaba un lenguaje con otro. Ahí
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Foucault, de una manera bastante genial, ubica históricamente a la retórica. La retórica es una
proyección de la oscuridad del lenguaje divino, el lenguaje segundo y retorcido, sobre el lenguaje
de todos los días. Esto está en la primera conferencia de Lenguaje y literatura.
Entonces, qué no es la reconstrucción. Primero no es un análisis. Si la reconstrucción
tomara una totalidad, una estructura, un sistema y lo dividiera en partes simples, cada una de esas
partes puede ser un origen, puede quedar como el centro de un sistema. El martes les voy a pedir
un poco más de su tiempo. Lean los dos artículos de Derrida para la próxima.
FIN DE CLASE.
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