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Tercera ronda
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Una gota de sangreÁngela Hernández Núñez
INFANTIL Y JUVENILR E P Ú B L I C A D O M I N I C A N A
BIBLIOTECA
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ENCIA DE LA REPÚBLICA DO
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Una gota de sangre Ángela Hernández Núñez
El dedo recorrió la página de ocre poroso. Ninguna emoción de sintonía le ahuecó el tacto,
atrayendo paisajes de fénix, jardines con rocas y posos cristalinos, montañas suspendidas en el
vacío, cortejos gentiles de sensuales parejas tomando el té… Estas comarcas de plástica
vecindad distrajeron el corazón todavía habido de la administradora del museo. Aspiró a fondo,
sintiendo su cuerpo como una joven culebra, un arcano a la par, que se le deshacía sin
desciframiento; facultado, no obstante, para medrar en placentera resonancias.
La punzada de una imprevista grapa, cuya punta enmohecida se hundió en la yema del pulgar,
la sacó del agradable embelesamiento; comprobándole, una vez más, que en su vida toda
extralimitación tendría que ser truncada de algún modo ominoso. Al principio, un minúsculo
chorro de sangre brotó trabajosamente. Apretó con vehemencia el dedo, hasta que una gota
gorda y creciente, vaciló sobre la superficie pálida, derramándose en el cristal de la mesa,
donde lució como un punto distinguido entre la fulgurante orfebrería. En este brevísimo lapso,
estuvo completamente sola, entre destellos que el sol del atardecer hacía flotar en un ajeno
campo. Olvidó las vergüenzas. Olvidó el resto de su cuerpo y de sus líquidos.
Pensó que una gota de sangre es como una conjetura sobre la manta blanquísima de la primera
noche en que el vivir se aloca y precipita; de un lado, la maravilla; del otro, el chasco. Un ojo
enrojecido contemplando por la ventana la fiesta recién acabada; luego, pupila ansiosa que
atisba el sendero por donde debería arribar el que desperdiga los días en lechos diferentes,
buscando cerciorarse de que un cuerpo virgen no siempre suelta una gota de sangre, hasta que
la propia naturaleza se ha desgastado y ya no tiene gobierno sobre el hábito.
Una gota de sangre puede ser una vidriera, un río, un cascabel rotando entre las costillas de la
que mira en la ventana un punto acercándose, o alejándose.
Y pensó en la emperatriz del vaso de porcelana que siendo máxima, no era la favorita. Y se
observó a sí misma: consorte reverente figurando diademas y concubinas en relojes que no se
deben descubrir, pues traducen el tiempo vertiginoso que envejece.
Supuso que una gota de sangre tendía a ser como el antojo encarnado en la nuca de su esposo;
esquivo bajo la palma atribulada de su mano. Pensó en el árbol de ciruelo que gozó fugada,
impúdica bajo el resguardo de otra frente y otros dedos, desdeñadores de historias sobre
manchas de la primera noche. Representó papilas, poros y polen. Entonces despertaba con
melodías acuáticas en el cerebro; experimentando su naturaleza –escolopendra, azalea –los
exclusivos orgasmos, para regresar sorprendida al galipote malhumorado de las ideas y vueltas;
incomprendiendo el hombre –único otro de sus experiencias- esa renuncia terca dictada por la
responsabilidad. Una gota de sangre puede ser, efectivamente, un botón de rosas andándole en
el seno, una advertencia de escape, el báculo que clausura con un golpe la tarde o una vida.
Una gota de sangre es como un disparo como el reloj de arena, en la hora súbita en que hay un
llover sucediendo en todas partes, un diluvio del alma, una acción que revuelve. Y recordó
vestimentas de verdes plaquetas, los helicópteros, las paredes horadadas y el insomnio. En la
glorieta, el muchacho tocando la guitarra, luego de haber participado en un fusilamiento.
Syaren acechándole desde el balcón: precisa es la gota de azul ultramarino oscilando entre el
ojo. Precisa o bamboleante como el amanecer caleidoscópico en que, por un momento, se
olvidan relámpagos y trincheras.
Una gota de sangre es abertura al infinito, por donde un ojo se contempla, y un sueño refleja a
otro sueño. Y pensó que ese sueño discurriendo, como la arena en el reloj, solo podía
corresponder a Syaren, la niña de sus ojos atravesada por una bala loca.
Una gota de sangre puede ser la pupila escudriñando la nave imposible del retorno.
Pensó también que una gota de sangre podía ser una cosa viva y bella, como un augurio: la
cabeza de su primogénita avanzando por el canal de su vagina: dos grandes ojos, llevando aún
la raíz y el rumor de todos los lenguajes. El aura fronteriza de los peces pegada todavía a sus
contornos.
Una gota de sangre es tinta que apunta: ‘’riel’’, ‘’estela’’, debiendo cifrar lo que ella, absorbía
en la diaridad, no escribió ni escribiría; pues sus intentos creativos resultaban rosáceos, a la
manera tensa y tersa de la existencia que jamás estalla. Pero también puede ser un criadero de
mariquitas y caléndulas, como aquello que bullera sin salir de su alma.
En fin, una gota de sangre es una chispa que sale o queda inmanifiesta. Y pensó en el libro de
citas, en las polémicas audaces fluyendo por corredores bañados de ácido y en las venas del
cielo abriéndose en sombras. Los cercos y cerdos. El cráneo de Eduvigis sumido por la pedrada
de un camarada. Réquiem, fraternidades, laminados de sesos. Los extremistas tomando por
maestros a sus otrora carceleros, el rojo casi metafísico. Las consignas y requisiciones; el
summa cum laude desangrándose ante los hijos. Las manos blancas garabateadas sobre las
lápidas. Rivera, el espía esmirriado, entre los árboles oscuros sometido a juicio sumarísimo. Los
ciertos radicales procurando totos perfumados. La fuente, el parque, Regina Angelórum,
banderas en los bolsillos. Creyó que todo eso no era más que substrato de la época en que
todavía mecía a Syaren (Síndrome de Down) en sus piernas, acogiendo en su pensión a
universitarios y empleados públicos con sus mundillos o ínfulas, con sus especulaciones y
osadías. Y presumió que la memoria, y no la vida, era obstinadamente pesimista.
Una gota de sangre puede ser, a la postre, una baja, una época, el olor del armario donde se
esconden libros prohibidos o el encanto cómplice del pensionista que hubo de vencer todos los
peligros, salvo el de su propia aceleración.
Pero también, una gota de sangre puede ser un mapa de gorjeos. Y figuró cunas y dientecitos
irradiantes. Interferencia en la razón siniestra del que ignora y vive; su hombre anciano en
propiedad de jóvenes mujeres. Pensó en moras, huevos de cigua, granizos y humos acogedores
como rampas.
Pensó que su niñez había sido larga y que su vejez era demasiado larga. Pensó que toda su vida
estaba hecha de transacciones y transiciones. Un viaje de tránsitos que se detendría
abruptamente.
Una gota de sangre puede ser terminación, se dijo, sintiendo que su cuerpo se estremecía,
mientras un sabor a ciruelas inundaba su paladar.
Ángela Hernández
Poeta, narradora, crítica literaria e investigadora. Nació en Buena Vista, Jarabacoa, el 6 de mayo
de 1954.Graduada con honores de Ingeniería Química. Apasionada del cine y la fotografía.
Textos de su autoría se han traducido al inglés, francés, italiano, islandés, bengalí y noruego;
incluyéndose en importantes antologías. Es Premio Cole de novela corta por su novela
Mudanza de los Sentidos. Premio anual de Cuento 1997 por su libro Piedra de Sacrificio, Premio
Anual de Poesía al libro Alicornio y Premio Anual de Cuento 2012 al libro La secta del
crisantemo. Dirigió la revista literaria Xinesquema. Es Miembro Correspondiente de la
Academia Dominicana de la Lengua. Integrante del Consejo Nacional de Cultura 2004-2010.
Incluida en el libro Notable: Twentieth-Century Latin American Women. Premio Pluma de la
Excelencia. Premio Círculo Supremo de Plata. Premio Caonabo de Oro.
Desde muy joven se ha destacado en la defensa de los derechos humanos y civiles, con énfasis en las mujeres. Sus fotografías se incluyen en diversas revistas nacionales e internacionales y han sido expuestas en Santo Domingo, Santiago y en Roma.
Obras publicadas
Desafío, Las mariposas no le temen a los cactus, Emergencia del silencio. La mujer dominicana en la educación formal, Tizne y cristal, De críticos y creadoras, Alótropos, Libertad, creación e identidad, selección de ponencia Encuentro Mujer y Escritura, Masticar una rosa (1993), Arca espejada, Telar de rebeldía, Piedra de sacrificio, Mudanza de los sentidos, La escritura como opción ética, Charamicos.
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