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UNIVERSIDAD CRISTÓBAL COLÓN
MAESTRÍA EN GESTIÓN URBANA Y MEDIO AMBIENTE
HISTORIA Y TEORÍA DE LA CIUDAD II
DR. FERNANDO N. WINFIELD REYES
Casa Familia Puente, Calle Ibsen No. 7, Polanco Reforma, Arq. Francisco Serrano, 1939
URBANISMO A LA MEXICANA
Luis Guardado Sánchez
Mayo 2014
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URBANISMO A LA MEXICANA
Arq. Luis Guardado Sánchez
El objetivo del presente documento es explorar las características de lo denominado
“mexicano” en el arte, la arquitectura y el urbanismo del país, a través de aproximaciones a
los movimientos nacionalistas posrevolucionarios, sus manifestaciones artísticas y
arquitectónicas, el impacto de éstas en el urbanismo y su persistencia en los imaginarios
identitarios de principios del siglo XXI.
Definición de Nacionalismo. Idea de lo Mexicano.
Según Mauricio Tenorio Trillo, desde la década de los 1880 hasta la de los 1920, en México
se consolidó una estructura nacionalista, obtenida tras un largo proceso de ensayo y error
iniciado desde el siglo XVIII. El desarrollo de una imagen mexicana en los tiempos modernos
incluía una piedra angular histórica (esto es, el pasado indígena con una estructura
fundamental épico-mítica), una definición racial (criolla o mestiza), propiedades naturales
excepcionales (la belleza de la tierra, la “bendición” de su diversidad otorgada a los
mexicanos y la productividad de la misma), una posición económica (la protección de una
nueva clase burguesa industrial, la captación de inversión extranjera, la inmigración de mano
de obra especializada, la necesidad del reconocimiento internacional) y la búsqueda de una
cultura cosmopolita. Estos aspectos no eran más que una expresión particular del fenómeno
global del nacionalismo moderno.
El nacionalismo moderno surge como una voluntad que remodela las materias primas que se
ha apropiado: tradiciones y costumbres, ideas sociales y científicas, e historia. El
nacionalismo, naturalmente, se relaciona tanto con la patria, entendida como sentimiento de
pertenencia y apego a un sitio, a tradiciones o a una cultura particular, como con el Estado,
pero puede diferir de ambos. Y aunque el retrato de una nación moderna siempre la presente
como homogénea, natural, dominante y civilizada, una nación moderna es una expresión
particular del continuum de interacciones de los componentes principales del nacionalismo
moderno: el juego dinámico entre tradición y modernidad, entre tendencias occidentales y no
occidentales, entre intereses o expresiones populares y elitistas. Los parámetros universales
están dictados, por supuesto, por el modelo dominante de nación moderna que está presente
en la Historia Occidental desde la Ilustración (Tenorio Trillo, 1995).
Una de las invenciones más logradas de la ideología que se construyó en el Porfiriato fue la
definición del mestizo como la síntesis de lo mexicano. Aduciendo las teorías evolucionistas
de Charles Darwin, Auguste Comte y Herbert Spencer, los intelectuales y científicos
porfiristas construyeron la figura del mestizo como epítome de la mezcla étnica y social de
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los pueblos asentados en el territorio. Uno de los primeros en dar sustento a estas
concepciones fue Vicente Riva Palacio. En la “Historia del Virreinato 1521-1807” que
escribe para “México a través de los siglos”, enciclopedia sobre México publicada en 1884,
afirmaba que las inevitables mezclas entre los “indios” y los españoles, agudizándose más y
más, llegarían a formar, en el transcurso de uno o dos siglos, el verdadero mexicano, el
mexicano del porvenir, “tan diverso del español y del indio, como el italiano del alemán”
(Florescano, 2002).
Para Riva Palacio no había duda de que los mestizos eran el germen poderoso de un pueblo
nuevo sobre la tierra que, acumulando virtudes y vicios de las razas diversas a quienes debían
su origen, y multiplicándose con el transcurso de los años, llegarían a adquirir el indisputable
derecho de su autonomía, formando una nueva nacionalidad en aquel territorio que tantas
razas se habían arrebatado unas a las otras, y que por su posición geográfica y por sus
elementos naturales, estaba destinado a ser el asiento de una nación importante en el
continente americano.
Es quizá José Vasconcelos quien mejor define el proyecto ideológico del nacionalismo post
revolucionario. Vasconcelos habrá de sumarse a las fuerzas villistas para después exiliarse
en Estados Unidos, y volver para ocupar cargos importantes en el gobierno de Álvaro
Obregón. Su presencia en la vida nacional es fundamental, tanto para entender el rumbo que
tomarían las políticas educativas en México, como también para comprender la vaguedad
constante que envuelve a la construcción del discurso nacionalista en nuestro país.
El pensamiento vasconcelista, marcado por un “idealismo Romántico” centra también su
discurso en el mestizo como portador de todo lo mexicano; veía en “la supremacía burguesa
y en el darwinismo social” fieles representantes del sistema industrial norteamericano, y que
simplemente existían para dar justificación a la “fuente del capitalismo industrial y del
imperialismo económico”. Por su parte, abogaba por lo que llamó el “socialismo científico”,
donde “los frutos de la industria serían compartidos por la sociedad entera”. Para él, se
despuntaba una nueva era en que Hispanoamérica sería el centro, y donde la raza escogida,
era el mestizo. Vasconcelos descartó las teorías de Herbert Spencer sobre la degeneración de
las sociedades híbridas, tachándolas de mentiras imperialistas, y proclamó al mestizo primera
gran raza de la humanidad, formadora de una síntesis universal, mezcla última de los pueblos
de Europa, África, Asia y América. Más que justificar de manera evolucionista el ascenso
del mestizaje, Vasconcelos considera que es un tema de justicia social, casi divina. Sin
embargo, igual que los positivistas que lo precedieron, descartaba ambos componentes de
ese mestizaje, lo indígena y lo europeo, y elevaba a la raza mestiza, confiriéndole siempre
una mayor importancia a la herencia europea dentro de esta “nueva raza” (O’Farril, 2010).
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La idea del progreso a partir de la educación no es privativa de Vasconcelos. Hay
antecedentes en las obras de Gabino Barreda y de Justo Sierra desde la época del porfiriato,
donde se le daba un lugar privilegiado a la educación como un motor fundamental del
desarrollo del país. Bajo la responsabilidad que le imponen sus cargos, Vasconcelos imagina
un proyecto titánico, imbuido de un aliento nacionalista que, al unirse con el anhelo
revolucionario, impulsa un movimiento cultural cargado de generosidad y grandeza. Se
propone arrancar a la población de la barbarie que la hacía manipulable y explotable por
tiranos y hacendados, y de la cultura de la estupidez sumisa de las clases “provincianamente
cultas”. Bajo la sensación de que la Revolución era un parte aguas entre un pasado opresivo
y un futuro abierto, encendió la idea de que la sociedad era susceptible de regeneración y de
producir un hombre nuevo.
José Vasconcelos con
Aarón Sáenz, Vicente
Lombardo Toledano,
Álvaro Obregón, Alberto
J. Pani y Antonio Caso,
entre otros, durante la
inauguración de la Sala
de Discusiones Libres en
el ex convento de San
Pedro y San Pablo
Recuperado de:
http://www.Revistadela
universidad.unam.mx/
7910/images/
79garciadiego2.jpg
Con el total apoyo del presidente Álvaro Obregón, que puso a su disposición un soporte
financiero firme para abarcar hasta el punto más recóndito de la nación, se esforzó en dotar
a la Secretaría de Educación de facultades legales de alcance nacional: a finales de 1920
propuso al Congreso restaurar el ministerio suprimido por Carranza en 1917 y darle rango de
Secretaría de Educación Pública federal. El proyecto vasconcelista contenía dos programas
importantes: primero, el desarrollo de cuatro tipos de escuelas: “la escuela rural, la misión
cultural, la escuela indígena y la escuela de capacitación para maestros rurales”; segundo, un
fuerte impulso al trabajo editorial con el objeto de eliminar el analfabetismo, y propiciar un
sentido de identidad nacional en la población. Tales proyectos fueron los primeros de su tipo
en la historia de la educación en México y estaban muy ligados a la idea de la formación de
la nación mediante la prensa escrita.
Por otro lado, Vasconcelos idea un proyecto cultural que acompañó el proceso educativo y
que quedaría en manos de la plástica, principalmente de la pintura. En el momento en que
toma posesión de la Secretaría, convoca a varios artistas a sumarse en el esfuerzo por educar
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a las masas de manera visual, pero a la vez, por cimentar los preceptos de lo que se conocerá
por lo nacional, partiendo de los símbolos patrios, de los personajes principales de su
formación, los próceres, los intelectuales; a la vez, de la construcción de tipologías a partir
del arte del mexicano común, de su estética y de sus simbologías populares. Se sumarán a él,
en la Secretaría, algunos de sus compañeros del Ateneo de la Juventud, como Pedro
Henríquez Ureña, Vicente Lombardo Toledano, Daniel Cosío Villegas y Antonio Caso; los
escritores Carlos Pellicer, Jaime Torres Bodet, Enrique González Rojo; los pintores, Diego
Rivera, Jorge Enciso, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Fermín Revueltas,
Carlos Mérida, entre otros; los músicos Julián Carrillo y Joaquín Beristaín; y demás
licenciados, profesores, antropólogos, y arquitectos.
Lo cierto es que su visión para con los pueblos indígenas era exactamente igual a la de
muchos pensadores de la época, herencia del pasado liberal occidental. El mundo indígena
vivía en el atraso “debido a su propia voluntad” de no integrarse, y había que modernizarlo,
castellanizarlo. Para unificar a todo el país, en esa misma línea mestiza, había que eliminar
por completo todo aquello que fuera contrario al objetivo; por supuesto, la absorción de las
comunidades indígenas a partir de la educación y de la enseñanza de unos contenidos patrios
específicos, buscaba desintegrar creencias y tradiciones contrarias al sentido de las
necesidades del nuevo país, y del nuevo mexicano. Habría que reforzar algunos elementos
prehispánicos, otros pocos coloniales, y por supuesto, algunos hispanos, pero sólo aquellos
que pudieran adecuarse al nuevo modelo nacional. Después de todo, resulta muy conveniente
en el desarrollo de naciones modernas la cohesión que parte de conceptos universales, y un
sistema de educación pública es una condición para construir una nación, según las teorías
modernas del nacionalismo
Lo mexicano al final del siglo XX. Tradición y Modernidad
A partir del trabajo de los muralistas y los arquitectos modernos, el simbolismo empleado
por la Integración plástica, totalmente inspirado en el universo mestizo vasconcelista, se
incorporó al imaginario de lo “mexicano”, sin mucha resistencia. Durante las décadas de los
1940 y 1950, los edificios públicos se acompañaron de fachadas decoradas en mosaicos de
pétreos nacionales formando composiciones donde pasado y presente compartían la vigilia
ante una ciudad que crecía paulatinamente.
Un claro ejemplo de la mezcla de tradición y modernidad presente en la identidad nacional
sucedió durante la década de los 1960, con la organización de los XIX Juegos Olímpicos
México 68. En 1963 el Comité Olímpico Internacional anunció que México sería sede de la
olimpiada; sería el primer país de habla hispana y primero también del “tercer mundo”, en
organizar una olimpiada que, a excepción de las de St. Louis en 1904, Los Ángeles en 1932,
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Melbourne en 1956 o Tokio en 1964, siempre se habían llevado a cabo en Europa. Pero
además, lo hizo en plena Guerra Fría, y en un contexto de gran tensión internacional. Su
altitud de más 2,200 metros sobre el nivel del mar, y lo que esto implicaba para los
deportistas, era el corolario del escepticismo total. México, estaba claro, tenía que demostrar
al mundo que era un país plenamente “moderno” y capaz de llevar a cabo un evento
internacional de tal envergadura.
Para realizar el diseño de la olimpíada mexicana, se creó el programa de Identidad del Comité
Olímpico Mexicano (COM), dirigido por el Arq. Pedro Ramírez Vázquez, presidente del
Comité Organizador de los Juegos Olímpicos. El diseño urbano corrió a cargo del arquitecto
mexicano Eduardo Terrazas; el diseño gráfico fue realizado por el estadounidense Lance
Wyman. El principal objetivo del diseño olímpico era mostrar las tradiciones, riqueza,
diversidad y pluralidad cultural del país anfitrión; para ello, Wyman recurrió a dos temáticas
fundamentales: la artesanía huichola, lo tradicional, y la tipografía kinética del op art (optical
art), lo moderno.
Glifos de identificación para los XIX
Juegos Olímpicos México 68
Recuperado de https://moisesmansur
.files.wordpress.com/2012/08/
mexico68_10.jpg
Todo el concepto gráfico que se empleó fue ingeniosamente plasmado en símbolos gráficos
y pictogramas, bajo el eslogan "Todo es posible en la paz". Cada estadio, souvenir y equipo
perteneciente a los juegos empleaba el logotipo y colores oficiales y la paloma de la paz. La
identidad mexicana moderna se dirigió al público nacional e internacional empleando una
gramática visual comprensible. En sustitución a la representación tradicional del deportista
en acción, los pictogramas que indicaban los deportes y las instalaciones de los distintos
encuentros, mostraban un objeto o medio con los que se realiza cada deporte o actividad
cultural. Cada pictograma se inspiró en el sistema de comunicación prehispánico constituido
por glifos enmarcados en cuadrados con bordes redondeados.
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Otros ejemplos de la mezcla tradición-modernidad se manifestaron en algunos de los hoteles
más exclusivos, y en el flamante sistema de transporte colectivo de la Ciudad de México. El
recientemente terminado Hotel Camino Real albergó a los dignatarios durante los Juegos
Olímpicos. Independientemente de las formas y colores regionalistas que Ricardo Legorreta
empleara en el edificio, el logotipo del Camino Real se basó en formas prehispánicas
encontradas en Tula, y se fue aplicado tanto en la escultura monumental como en los detalles
de los uniformes del personal. El siguiente año comenzó la construcción del que habría de
ser el hotel más alto en Latinoamérica, el Hotel El Presidente Chapultepec, en Polanco. La
imagen de este edificio, grabado en sus muros de concreto aparente, es el del chapulín que
da nombre al histórico cerro.
Diseños de Lance Wyman Ltd. para el Sistema de Transporte Colectivo Metro de la Ciudad de México, 1970
Recuperado de http://www.lancewyman.com/
El metro de la Ciudad de México abrió en 1969. En la concepción de su imagen gráfica fue
utilizado el Zócalo, como centro simbólico de la ciudad: El logotipo del Metro fue diseñado
al cortar las tres líneas de la m minúscula dentro de un cuadrado, representando la manera en
que las líneas del metro cortan a la ciudad. El logo está rellenado en naranja, el color de los
trenes. Cada una de las estaciones del Metro de la Ciudad de México se identifica por un
nombre y un código de color. Los íconos, igualmente en forma de glifos mayas, fueron
diseñados para representar un aspecto importante del barrio donde se localiza la estación, una
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referencia a la historia, un hito importante o una actividad en el área de la estación, y permiten
reconocer el recorrido dentro de los mapas del sistema. En todas sus posteriores
ampliaciones, incluida la polémica línea 12, el sistema continúa en uso, contando con 195
estaciones, cada una con su glifo identificador
La arquitectura nacionalista. Neo “esto”, neo “lo otro” y una pizca de kitsch.
La terminación del movimiento revolucionario significó el inicio de una época de producción
constructiva intensa, que no se caracterizaría por ninguna morfología arquitectónica
específica, sino por la pluralidad de formas, materiales, colores y ornamentos, los cuales
resultaron de influencias provenientes de Europa y Estados Unidos, además de alguna otra
con la que se pretendió la recuperación del pasado arquitectónico. Algunas de estas
novedosas arquitecturas comenzaron a ser utilizadas en determinadas colonias de reciente
creación (Condesa, Chapultepec Heights, Polanco, etc.), dándoles una cierta imagen de
exclusividad, aunque, en muy poco tiempo, aparecieron también por diversos rumbos de la
ciudad (Ayala, 1996).
Vista aérea del fraccionamiento Polanco- Reforma. Recuperado de http://polancoayeryhoy.blogspot.mx/
Las nuevas tendencias sirvieron para los edificios construidos por los gobiernos post
Revolucionarios. En estos inmuebles, donde la carga simbólica era muy importante, se
adoptaron – en oposición al afrancesamiento del Porfiriato- formas que buscaban ser
representativas de la mexicanidad. Las correspondientes a la arquitectura mesoamericana del
pasado, como el neoindigenista basado en los paneles pétreos de Mitla, o el neomaya de
Amábilis, sustituyendo arcos mayas en fachadas neoclásicas, al no resultar prácticas, fueron
escasamente empleadas, por lo que se optó, principalmente, por las de corte virreinal. Esta
corriente nacionalista, el neocolonial, basada en la utilización de elementos expresivos, y en
ocasiones hasta espaciales, de las arquitecturas de los siglos XVII y XVIII, tuvo efecto en
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algunos edificios de departamentos, tales como el edificio Gaona (1922), de Ángel Torres
Torrija.
Pese a que las formas neocoloniales remitían a arquitecturas de épocas pasadas, los edificios
resultaban modernos en el interior debido a su distribución espacial y a la existencia de redes
internas de agua y electricidad, llegando a haber algunos, principalmente de oficinas, que
fueron dotados de ascensores. Asimismo, las técnicas constructivas y los materiales
utilizados en su edificación y acabados interiores eran los usuales en la época. Los materiales
pétreos o azulejos solamente servían para elaborar ornamentos y ciertos detalles de las
fachadas, lo demás se hacía con un nuevo y revolucionario material: el cemento gris.
Este material permitía la elaboración de piedras artificiales, a un costo menor que el material
natural, e incluso, permitía moldearse. Esta cualidad hizo posible la elaboración de múltiples
obras, no carentes de calidad artística, tanto en el nivel urbano de grandes edificios públicos,
como en el de la casa misma. De esta manera, muchas construcciones relativamente
económicas pudieron ser dotadas de ornamentos a bajo costo, por tratarse de elementos
modelados y producidos en serie.
Portada de la casa Urbina Flores. Recuperado de
http://polancoayeryhoy.blogspot.mx/
La influencia de la arquitectura
habitacional estadounidense comienza a
manifestarse en la ciudad precisamente al
finalizar la lucha revolucionaria. Es en
las colonias Chapultepec Heights (Lomas
de Chapultepec) y Polanco, donde
comienza a edificarse una nueva
modalidad habitacional, que por haberse
originado en el estado de California
recibe el nombre de colonial
californiano. Toma como punto de
partida a la herencia española de ese
antiguo territorio mexicano, los cascos de
haciendas y las antiguas misiones jesuitas
y franciscanas. Se reproducen en ella
muros estucados, con escasos vanos,
ornamentos profusamente labrados en
piedra de cantera alrededor de las
portadas y tejados de barro.
10
En el esquema en planta, el patio central ha sido cubierto, perdiendo así su función como
centro vital de la casa, y se transforma en un amplio vestíbulo. Al dejar de existir el patio,
por donde la casa tradicionalmente recibía luz y ventilación, se abren ventanas en el perímetro
del edificio, que ya se centraba en medio del lote desde las arquitecturas eclécticas de la
colonia Juárez. Se han perdido las cualidades espaciales de la casa española y la imagen solo
se mantenía en términos formales. Esta arquitectura tuvo una gran acogida entre muy
diversos sectores de la sociedad mexicana, no solo de la Ciudad de México, sino también del
resto del país, y se convirtió en sinónimo de comodidad y buen gusto.
Casa Slim Helú, 1941. Recuperado de http://polancoayeryhoy.blogspot.mx/
Casa californiana de Soledad Orozco de Ávila Camacho, 1946. Recuperado de http://polancoayeryhoy.blogspot.mx/
Tan novedosa tendencia pronto se extendió por toda la ciudad y en muchas de las nuevas
colonias se pusieron en venta casas de estilo californiano. Distintos sectores de la sociedad
optaron por ella y tuvo desde ejemplos muy elaborados hasta versiones más bien modestas,
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en las cuales el sello del estilo apenas se manifiesta en alguna cornisa, una ventana o en unas
cuantas tejas de barro sobre el volado que cubre la puerta de entrada (Casa Puente en portada),
única alusión a los tejados, mismos que en realidad fueron introducidos, por lo menos en el
paisaje de la ciudad de México, por esta arquitectura.
La casa californiana ha sido una de las modalidades habitacionales contemporáneas de mayor
trascendencia, no solo por el impacto en el paisaje de la ciudad, sino por la innovadora
propuesta espacial que simplificó la compartimentación centralizada en el patio de la casa
tradicional mexicana. La articulación y fusión entre los diversos espacios domésticos,
tuvieron en esta arquitectura sus primeros ejemplos. Curiosamente, es la casa de estilo
californiano, y no la neocolonial, la que se reconoce como de “estilo colonial mexicano”, o
mexicano simplemente, en el imaginario popular; de nuevo, la mezcla de la tradición y la
modernidad.
El problema de la vivienda en la segunda mitad del siglo XX
Alrededor de los años setenta la modalidad multifamiliar, desarrollada por los arquitectos
funcionalistas durante los años 50, comienza a mostrar sus deficiencias tanto a nivel
arquitectónico como urbano. Los multifamiliares no lograron satisfacer el problema
habitacional, ya que no se trata en realidad de una solución arquitectónica ni constructiva,
sino más bien una solución económica y de política populista. Las reducidas dimensiones y
la rigidez de los espacios hacían altamente insatisfactorias estas casas; la estructura y el gran
tamaño de los edificios imposibilitaban la ampliación o la personalización de la vivienda y
las monumentales escalas de los edificios colectivos no favorecían la apropiación por parte
de los usuarios.
Edificio en Rincón del Bosque No. 2, de Mario Pani, 1946 y Platón No. 445, de Vladimir Kaspé, 1958.
Recuperado de http://polancoayeryhoy.blogspot.mx/
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Solo se pretendía resolver el problema cuantitativo y la calidad de vida de los moradores era
deficiente. Adicionalmente, se le reprocha a esta arquitectura haber hecho tabula rasa con el
pasado, ya que en su nombre se demolió parte de la historia urbana y arquitectónica (como
el Estadio Nacional, para dar paso al Centro Urbano Benito Juárez, en la Roma); de igual
manera, en su diseño frecuentemente se omitió considerar las formas de vida y la cultura
tradicional. Sin embargo, ante la falta de mejores opciones de diseño se continuó con la
edificación de este tipo de conjuntos habitacionales ampliando el número de prototipos,
llegando a incluir casas solas, idénticas entre sí, a las que los usuarios de inmediato
transformaban para diferenciarlas de las vecinas.
Aunque todas esas deficiencias fueron ampliamente reconocidas durante los años setenta, el
modelo habitacional en serie no solo continuó siendo empleado por los organismos
gubernamentales encargados de la vivienda, sino que fue adoptado también por particulares
y organizaciones sociales constructoras. Sus escalas eran menores y carecían de servicios
públicos propios, por lo que sus usuarios debían que hacer uso del equipamiento destinado
al resto de la ciudad.
Desarrollos GEO y URBI, ésta última es vivienda de interés social con reminiscencias coloniales californianas. Recuperadas de
http://circulodeestudios-centrohistorico.blogspot.mx/ y http://images01.olx-st.com/ui/3/51/24/55764724_1.jpg
Una modalidad que se adoptó para garantizar la seguridad individual y colectiva de un grupo
restringido consistió en apoderarse de las calles de la ciudad, apropiación que en ocasiones
llega a abarcar colonias completas. Esta forma de proteger los bienes o la tranquilidad de un
lugar, que atenta contra el sentido público fundamental para un espacio urbano, fue, y ha
sido, tolerada por las autoridades en las principales ciudades del país. Así, muchas calles son
despojadas de su función pública mediante la colocación de rejas, plumas, bolardos y otros
obstáculos que no solo impiden el paso de vehículos, sino también de personas. Los accesos
son resguardados por vigilantes quienes exigen identificación para permitir el paso a esas
vías privatizadas.
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El Urbanismo mexicano. Características.
La estructura de las ciudades mexicanas actuales es resultado de las transformaciones que se
iniciaron desde el siglo XX, en el contexto de la Modernidad, desde el urbanismo ilustrado
del siglo XVIII hasta lo proyectos estatales de los años 50, 60 y 70. Durante estas décadas,
México se convirtió en una nación eminentemente urbana, y sus ciudades experimentaron un
crecimiento explosivo, provocando segregación, monotonía y contaminación.
Si bien no es posible acotar la definición de un modelo único de ciudad mexicana, si es
factible delimitar una diferencia entre los espacios urbanos tradicionales, surgidos de la
fusión de los dos orígenes que definen la cultura mestiza nacional, y los espacios
contemporáneos generados a partir de la transformación radical de esta “ciudad tradicional”
a lo largo del siglo XX, entendiendo por ciudad tradicional el conjunto de espacios urbanos
heredados del período colonial, incluyendo los primeros ensanches del siglo XIX, y que en
la mayoría de las localidades corresponden a lo genéricamente conocido como centro
histórico (Quiroz, 2008).
Como ya se mencionó anteriormente, la exaltación del pasado prehispánico representa solo
una de las facetas del discurso nacionalista posrevolucionario. En los espacios urbanos
actuales es muy difícil rastrear los antecedentes indígenas, ya que son excepcionales los
restos de este periodo que se han ·conservado sin profundas modificaciones dentro de la
estructura de las ciudades contemporáneas. Más allá de las disertaciones arquitectónicas que
buscan trasladar algunos elementos de la ciudad mesoamericana a la ciudad contemporánea,
la influencia de lo prehispánico podría manifestarse sobre todo en las pequeñas poblaciones
rurales, con una alta capacidad de integración al paisaje y la práctica de ciertos principios de
diseño ecológicos que caracterizan la arquitectura vernácula, incorporados al discurso
ambientalista tan de moda en el ámbito internacional. La población indígena que ha migrado
a ciudades como México, Toluca, Puebla o Mérida, en ocasiones puede adecuar su cultura al
contexto urbano. Así, en los barrios populares es posible detectar rastros de la vivienda
campesina, y reconocer formas de organización basadas en el trabajo colectivo, propio de las
comunidades rurales. La herencia indígena se encuentra más bien en los rostros, en el paisaje
y en la toponimia; se trata de una herencia discreta pero profunda.
Por otra parte y, por lo menos en cuanto al Urbanismo se refiere, la herencia española es en
sí misma mestiza, mezcla de lo visigótico romanizado identificado en el siglo XV como
Castellano, y lo mudéjar (árabe ibérico), con un leve toque de humanismo renacentista. La
cultura urbana que había iniciado con la fundación de colonias romanas, alcanzó un auge
excepcional en la época de la invasión musulmana, principalmente en ciudades como Sevilla,
14
Córdoba o Toledo. Tras la reconquista del reino de Granada en 1492, mismo año del
descubrimiento de América, se inició un proceso de repoblamiento y homogeneización de
los territorios reincorporados a la corona, durante el cual se establecieron políticas que
habrían de repetirse en las colonias americanas: la fundación de ciudades como base para el
control del territorio ocupado, la concesión de tierras y mano de obra a los conquistadores,
los movimientos masivos de población, la concentración de población indígena en puntos
predeterminados y la destrucción de templos paganos.
Así, la ciudad novohispana fue resultado del enfrentamiento entre dos formas y concepciones
del espacio urbano: la indígena y la europea. El modelo importado e impuesto por la fuerza
tuvo que adecuarse a las condiciones físicas y culturales particulares del nuevo territorio y
de sus habitantes. Las autoridades coloniales separaron a la población indígena de la blanca
mediante la definición de una ciudad trazada para los conquistadores y sus familias, rodeada
de barrios destinados a indígenas, desplazados del centro de su ciudad y concentrados en las
nuevas fundaciones. EI resultado espacial fue una ciudad central con calles rectas, plazas
regulares y construcciones de piedra para la población europea, rodeada de una periferia
desordenada, sin servicios y con viviendas construidas con materiales precarios, habitada por
indígenas. Los eventos que se realizaban en los espacios públicos de la ciudad virreinal, como
procesiones, desfiles, corridas de toros, autos de fe y fiestas religiosas, favorecían el
encuentro de los diferentes grupos que integraban la sociedad. Con el paso del tiempo, al
extenderse la ciudad mestiza, el carácter indígena de algunos barrios periféricos se perdió,
aunque siempre se mantuvo una clara distinción entre el centro consolidado y los arrabales
marginados.
La traza colonial, con pocas modificaciones en su estructura espacial, fue el punto de partida
para la expansión de las ciudades a partir del siglo XIX. Los primeros fraccionamientos
respetaron la retícula e incluso en ciertos casos se llegó a corregir el trazo por medio de la
alineación de las nuevas construcciones y la apertura de nuevas calles que continuaban el
esquema del damero. Las Leyes de Reforma, destinadas a garantizar la modernización del
país en el marco de una economía de libre mercado, incluían la Ley de Desamortización de
Bienes del Clero mediante la cual se obligaba a la Iglesia a incorporar todas sus propiedades
al mercado inmobiliario, lo que influyó en la transformación de la estructura e imagen de la
ciudad colonial. La demolición de numerosos conventos e iglesias o su reciclaje como
escuelas, bibliotecas y cuarteles, así como la apertura de nuevas calles en medio de la traza
colonial, dieron paso a la construcción de los primeros edificios "modernos": tiendas
departamentales, teatros y oficinas públicas. Como resultado de la venta de las propiedades
del clero surgieron también las primeras colonias en la periferia de la ciudad.
15
EI Segundo Imperio (1863-67) significo una apertura a la influencia del urbanismo y la
arquitectura académica europea. Inspirado en los bulevares parisinos, el emperador
Maximiliano trazó en la Ciudad de México el Paseo de la Emperatriz, y por primera vez
rompió con la traza colonial. Este paseo sirvió de modelo para otras avenidas que se
construyeron en varias ciudades de provincia, a lo largo de las cuales se organizó la expansión
urbana posterior. En esta misma época muchas plazas de origen colonial se transformaron en
jardines, siguiendo el modelo francés, se instalaron kioscos, bancas y fuentes, con lo que
adquirió el aspecto y las funciones que todavía hoy caracterizan a estos espacios
tradicionales. Paralelamente, se multiplico la construcción de mercados cerrados en
sustitución de los tianguis al aire libre. Con respecto a la imagen urbana, las calles de mayor
prestigio vieron surgir comercios exclusivos, casas de importación, oficinas, cafés y los
primeros cines, y adquirieron una apariencia europea o norteamericana que contrastaba con
la marginación de la mayoría de la población. EI crecimiento urbano favoreció la formación
de nuevas colonias divididas en dos categorías: las de tipo residencial y las populares
destinadas a la población trabajadora. La segregación socioespacial se mantuvo en este
modelo urbano.
La estructura de la ciudad mexicana contemporánea responde a un modelo con base en la
mezcla de zonas residenciales y populares en cada uno de los sectores básicos de su
estructura. Es decir, en la zona central se reconoce una zona popular en donde prolifera el
comercio ambulante y vivienda pauperizada, y una zona en donde se concentran las funciones
de gobierno y el comercio suntuario. La misma duplicidad se encuentra en la periferia en
donde colindan fraccionamientos exclusivos con asentamientos precarios. Adicionalmente,
presenta ejes comerciales jerarquizados que funcionan como centros lineales y una
distribución en franjas de usos industriales alrededor de ejes de circulación primaria,
generalmente contiguos a zonas populares. De forma paralela, dentro de la ciudad mexicana
contemporánea se reconocen dos tipos de espacios: los que han sido proyectados y los que
han surgido de manera informal como resultado de las necesidades de la población. La
coexistencia de estos dos modelos de ciudad implica un enfrentamiento de diferentes
ideologías, estilos de vida y formas de utilizar el espacio urbano (Quiroz, 2013).
16
A continuación se resume la distribución de los elementos más representativos de la ciudad
tradicional mexicana:
Rasgos de origen indígena Rasgos comunes Rasgos de origen español
La mayoría de las ciudades o
centros ceremoniales del Clásico
tienen un antecedente en el
Preclásico, es decir, su historia se
prolonga varios siglos.
Se reconoce un proceso cíclico de
auge, desocupación o abandono de
centros ceremoniales, acompañado
de migración y dispersión de la
población.
Durante el Posclásico, previamente
a la Conquista, prolifera un modelo
de ciudad fortificada, tipo
acrópolis.
En el altiplano central destaca un
modelo de ciudad de mayor
densidad (como Teotihuacán y
Tenochtitlan), con un gran recinto
ceremonial, arquitectura
monumental, grandes espacios
para el intercambio comercial,
calzadas rituales y barrios
especializados.
En el área maya la densidad de los
centros urbanos es menor.
Predomina el modelo de centro
ceremonial con una extensa
periferia de baja densidad poblada
por campesinos.
EI mercado al aire libre y el uso
intensivo del espacio público
forman parte tanto de la tradición
mesoamericana como
mediterránea.
Existe un sentido de privacidad en
el interior de la casa y su
organización en torno de patios,
tanto en las ciudades medievales
como en la organización de los
barrios residenciales de
Teotihuacán.
La organización de la ciudad en
barrios por origen, familia o
actividad económica, cuyos
miembros mantenían un código de
convivencia basado en el beneficio
recíproco.
La segmentación del espacio
urbano, la marcada separación
entre la clase gobernante residente
en los centros ceremoniales y la
masa de campesinos y artesanos,
situación que se repite en la ciudad
colonial.
La preponderancia en el paisaje
urbano, tanto en altura como en
volumen, de edificios religiosos,
es decir, basamentos piramidales e
iglesias que dominaron el perfil de
las ciudades precolombinas y
coloniales.
La organización del territorio a
partir de centros urbanos que
controlan una comarca.
La formación de un gobierno
municipal (ayuntamiento) que se
beneficia de los privilegios
(tierras y mano de obra)
concedidos por el rey a los nuevos
pobladores.
La fundación de nuevos centros
de población siguiendo un trazo
de retícula regular.
La imposición de la cultura
cristiana mediante la segregación
espacial de la población
conquistada. En la arquitectura
esta imposición se refleja en la
demolición o sustitución de
mezquitas por templos católicos.
Organización de la vida urbana
cuyo corazón físico y espiritual de
la ciudad era la catedral.
La delimitación del espacio
urbano mediante un cerco de
murallas.
La traza de las principales
ciudades estaba formada por
calles angostas y sinuosas, en
contraste con las retículas
regulares de las fundaciones
romanas originales.
Densidad constructiva
caracterizada por edificios de dos
o más niveles en donde
combinando la vivienda con los
talleres artesanales.
Núcleo comercial en torno de la
plaza del mercado. En la ciudad
musulmana predominaba el barrio
comercial, tipo bazar o zoco.
Aportaciones del urbanismo ilustrado a la ciudad tradicional
La plaza ajardinada
El paseo o alameda.
17
Conclusiones
El fraccionamiento “Rincón Mexicano” representa uno de los primeros desarrollos de
vivienda en serie realizada para una organización de profesionistas de clase media de la
Ciudad de Veracruz. Ocupado a partir de 1977 por profesores del Instituto Tecnológico
Regional de Veracruz, consta de 170 viviendas de dos niveles en aproximadamente 26,500
m2 de superficie (densidad de 64 viviendas por hectárea). Se ubica en las coordenadas 19°12'10"N 96°9'43"W.
Vista aérea del desarrollo “Rincón Mexicano”. Fuente: Googlemaps.
Presenta una estructura en damero, con manzanas rectangulares con orientación noroeste
sureste, y una plazoleta minúscula a manera de un kiosco al centro del conjunto. Es un
fraccionamiento con los espacios privatizados, con acceso controlado por la organización
vecinal. El acceso es por una esquina, como en los espacios abiertos de Teotihuacán; el
elemento de acceso presenta muros de tabique aparente (hoy pintados en blanco) con un perfil
ascendente de origen neocolonial.
Acceso y Glorieta central. Archivo personal.
18
Las viviendas ya han sido modificadas por los frentes, pero fueron desarrolladas con un
modelo único. Con rimbombantes nombres, muy mexicanos, tales como: Paseo de las jícaras,
Paseo de los sarapes, Paseo de las carretas, Paseo de los comales y Paseo de las macetas, se
refuerza en el imaginario local la identidad mexicana del desarrollo.
En términos espaciales la ciudad tradicional mexicana se caracteriza por una traza ortogonal,
la existencia de una plaza central (plaza de armas o zócalo) rodeada por la catedral o
parroquia, la sede del gobierno y los portales comerciales; el paisaje dominado por las torres
de las iglesias, los rincones pintorescos enmarcados por portales, los paramentos alineados
al eje de la calle y una tipología arquitectónica homogénea con algunas variantes locales.
Fuera de la ciudad tradicional se extiende la ciudad del siglo XX con sus colonias populares,
zonas industriales, fraccionamientos residenciales, centros comerciales y unidades
habitacionales, espacios de la modernidad que no corresponden con el modelo urbano
histórico descrito.
El trazo reticular se utiliza aún en asentamientos de fundación reciente, atendiendo a las
mismas razones prácticas que tuvieron los colonizadores del siglo XVI, sin embargo también
se reconocen variantes con deformaciones de la retícula resultado de adecuaciones al terreno.
La excepción de la regla, son las ciudades mineras, cuya traza irregular responde al relieve
del sitio, mientras que la ausencia de una plaza central es resultado de su origen informal,
como campamentos de las minas. A pesar de dicha excepción, ciudades como Taxco, San
Miguel de Allende, San Cristóbal de las Casas, Pátzcuaro o Guanajuato cumplen en el
imaginario colectivo con todas las cualidades de una ciudad tradicional; de hecho, son
destinos ampliamente reconocidos por el turismo nacional e internacional y, gracias a
exitosas campañas publicitarias, se han convertido en parte fundamental de la imagen urbana
de lo mexicano.
En cuanto a las aportaciones del siglo XIX a la definición de ciudad tradicional, en la mayoría
de los casos se encuentran plazas ajardinadas, excepto en la de la capital, tan usada para la
vida política del país, y en algunas ciudades del norte del país, mientras que el paseo o la
alameda se observan en las localidades que gozaron de mayor importancia en esa época.
Estos espacios abiertos de la ciudad tradicional constituyen el escenario privilegiado para las
muy diversas manifestaciones de la cultura popular mexicana, y dan lugar a una estrecha
relación entre el folklore, el imaginario colectivo y la identidad nacional.
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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REFERENCIAS ELECTRÓNICAS
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“Iconografía, Diseño y Difusión México 68” en Edificios de México.
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Lance Wyman Ltd. http://www.lancewyman.com/
Polanco. Las transformaciones de un barrio. http://polancoayeryhoy.blogspot.mx/
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