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El movimiento zapatista ha tenido implicancias en la vida de sus involucrados directos, en otras comunidades en México y Latinoamérica, en los activismos transnacionales, y también en la academia. La cantidad de tinta invertida por cientistas políticos, antropólogos, sociólogos, y otros académicos en analizar a este movimiento es considerable. Sin embargo, sigue resultando de interés dada su complejidad y dinamismo, y es por ello que en las páginas que siguen se presenta un análisis de la forma en que las teorías sobre los movimientos sociales se aplican (o no) al movimiento zapatista.
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Pontificia Universidad Católica de Chile
Instituto de Sociología
Sociología Política – SOL119
Primer semestre, 2014
ARTÍCULO:
Veinte años de zapatismo y las
teorías del movimiento social
Valentina Salvatierra
Profesor: Nicolás Somma
Ayudantes:
Nicolás Haefner
Cristina Marchant
Junio, 2014
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Introducción
“De la toma del poder de arriba a la construcción desde abajo. De la
política profesional a la política cotidiana. De los líderes a los pueblos. De la
marginación de género a la participación directa de las mujeres. De la burla
al otro a la celebración de la diferencia.”
(Subcomandante Marcos, 2014)
Este año se cumplieron dos décadas desde que el Ejército Zapatista de Liberación
Nacional (EZLN de ahora en adelante) emergió a la luz pública con la Primera
Declaración de la Selva Lacandona en que declaraban una guerra contra el gobierno
mexicano. Hace veinte años, 3,000 insurgentes en su mayoría de origen indígena
sorprendieron a la opinión pública mexicana e internacional al tomar una serie de
poblados en la región de Chiapas en el extremo sur de México. En el tiempo transcurrido
entre la irrupción de los zapatistas y hoy, este movimiento social se ha ido transformando
tanto a raíz de procesos internos como frente a los vaivenes políticos externos. El
zapatismo ha negociado y se ha desilusionado de la izquierda institucional del país. Ha
encontrado, re-encontrado y problematizado nuevas formas de organización. Se le ha
intentado aplacar con herramientas que han abarcado desde la violencia directa hasta
medidas gubernamentales. La constante, sin embargo, ha sido la inusual persistencia de
un movimiento que no se disipa, pero tampoco se institucionaliza en los esquemas
tradicionales de la política.
El caso zapatista ha tenido implicancias en la vida de sus involucrados directos, en otras
comunidades en México y Latinoamérica, en los activismos transnacionales, y también
en la academia. La cantidad de tinta invertida por cientistas políticos, antropólogos,
sociólogos, y otros académicos en analizar a este movimiento es considerable. Sin
embargo, sigue resultando de interés dada su complejidad y dinamismo, y es por ello que
en las páginas que siguen se presenta un análisis de la forma en que las teorías sobre los
movimientos sociales se aplican (o no) al movimiento zapatista.
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Pregunta de investigación
A partir del hito que representa que un movimiento social extra-institucional conmemore
veinte años de historia, y en conjunción con la teorización contemporánea sobre los
movimientos sociales en la sociología política y áreas afines, se buscará analizar la
evolución del zapatismo en estos años. Además, se intentará dilucidar qué hipótesis se
podrían formular sobre sus proyecciones futuras en base a los conceptos teóricos
revisados.
En este contexto, la pregunta que guiará el siguiente análisis es: ¿De qué manera y hasta
qué punto las principales teorías contemporáneas sobre los movimientos sociales
permiten comprender las dinámicas del zapatismo y sus posibilidades de desarrollo
futuro? Cabe mencionar que el trabajo se centrará en el desenvolvimiento de las
dinámicas socio-políticas del zapatismo. Las características y acciones militares del
EZLN, el brazo armado del zapatismo, se discuten en tanto influyen sobre esta
articulación socio-política. Lo anterior, porque la extensión del presente artículo y la
amplitud del movimiento zapatista exigen enfocar la atención en lugar de intentar
abarcarlo todo.
Discusión teórica: los movimientos sociales
Como se mencionó al plantear la pregunta, el foco de este artículo pretende centrarse en
las dinámicas socio-políticas del zapatismo: su forma de organizarse y articularse
políticamente en torno a sus demandas centrales de autonomía y dignidad. Para enmarcar
este análisis es relevante comenzar por una discusión en torno a las teorías que han
intentado explicar la acción colectiva expresada en los movimientos sociales.
Antes de dar cuenta de las diversas teorías que buscan explicar las dinámicas de los
movimientos sociales, resulta imprescindible precisar a qué se refiere el término. No toda
acción emprendida por un grupo de personas es automáticamente un movimiento social,
y los movimientos sociales son heterogéneos tanto entre sí como en su composición
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interna. Para Eckstein (2001) aquello que tienen en común es que involucran un esfuerzo
por parte de sectores desfavorecidos política y económicamente de resistirse a aquellas
condiciones que consideran injustas. A este carácter desafiante de los movimientos
sociales, Eckstein (2001) agrega además que se trata de acciones emprendidas de forma
pública y colectiva. Cabe mencionar que dicho esfuerzo se canaliza de forma no-
institucional, como evidencia Tarrow (1997) al afirmar que un movimiento social se
diferencia teóricamente de un grupo de interés. Esta distinción respecto a un grupo de
interés se basa en tres características de los movimientos sociales: sus miembros no están
allí solamente por motivos de utilidad marginal (sea económica o no-económica), carecen
de mecanismos concretos de afiliación, y sus líderes no son fácilmente identificables ni,
necesariamente, poseen una autoridad dada por una estructura formal de la organización
(Tarrow, 1997).
Con la comprensión antecedente de lo que constituye a grandes rasgos un movimiento
social bajo las teorías que se enfocan en ellos, es pertinente pasar a la revisión que hace
Tarrow (1997) de las teorías más antiguas en torno a la acción colectiva, y de qué forma
él postula la superioridad explicativa de la estructura de las oportunidades políticas en
explicar el surgimiento y mantenimiento de un movimiento social dado. Para este autor,
las tres preguntas básicas que debería responder una teoría del movimiento social son por
qué la gente se organiza y actúa colectivamente, por qué lo hacen cuando lo hacen, y qué
resultados trae esta acción colectiva (Tarrow, 1997). Bajo este marco general, la
explicación de Karl Marx de la acción colectiva contribuye a arrojar luces sobre la
primera de estas preguntas al afirmar que la acción colectiva revolucionaria se produciría
a raíz de la contradicción plenamente desarrollada entre los intereses de la clase social
subalterna y sus antagonistas (Tarrow, 1997). Sin embargo, para explicar al movimiento
zapatista, al igual que a otros movimientos del siglo 20 e inicios del siglo 21, se debe ir
más allá del marxismo clásico: el contexto histórico de Latinoamerica, con su
industrialización parcial y su fuerte componente agrícola (Eckstein, 2001) le resta
pertinencia al análisis de Marx.
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A su vez, marxistas posteriores contribuyen no solo a la teorización en torno al
movimiento social, sino también a los fundamentos ideológicos de los mismos: los
movimientos guerrilleros de los 60’s y 70’s en América Latina frecuentemente se
caracterizaron por hacer alarde de posturas marxistas (Wickham-Crowley, 2001). La
vanguardia propuesta por Lenin, que funcionaría como una elite que organizaría la
revolución desde abajo, es una idea que tuvo amplia resonancia en círculos intelectuales
revolucionarios de Latinoamérica (Wickham-Crowley, 2001). Por otro lado, Gramsci
también influyó no solo en la teoría sino también en la praxis de los movimientos sociales
al postular la insuficiencia de la organización postulada por Lenin: es necesario que las
masas del movimiento y no solo los cuadros directivos desarrollen conciencia de clase y
sean capaces de generar consenso amplio en torno a sus objetivos revolucionarios
(Tarrow, 1997).
Tarrow (1997) y Eckstein (2001) irán más allá de los enfoques marxistas descritos en el
párrafo anterior, aunque integran a sus teorías la noción que el proceso en que participan
los movimientos sociales es interactivo (Tarrow, 1997): su resultado no depende solo de
las características psicológicas de los individuos que lo conforman ni de un cálculo
racional que éstos realicen. Eckstein (2001) afirma que la teoría de la elección racional no
explica la forma en que valores no-racionales movilizan a las personas a actuar con
independencia de su interés individual. Además, afirma que aun si actuaran por auto-
interés, dicho interés solo se puede comprender en el marco de fuerzas sociales y
culturales más amplias (Eckstein, 2001). De esa forma, estos dos autores logran en
conjunto refutar de manera contundente las teorías basadas en explicaciones psicológicas
o de cálculo racional: el movimiento social, como lo indica su nombre, debe entenderse
en el marco de complejos procesos sociales. Para Eckstein (2001) estos procesos se
pueden desglosar analíticamente en a) bases sociales de la resistencia, de las cuales las
más relevantes pero no las únicas son las relaciones económicas cambiantes, b) factores
contextuales que moldean las formas de resistencia, y c) fuerzas externas que impactan
los resultados del movimiento.
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Bajo este enfoque general que Eckstein (2001) describe como histórico-estructural,
Tarrow (1997) plantea que la estructura de oportunidades políticas, entendida como
aquellas dimensiones consistentes del entorno político que fomentan o desincentivan la
acción colectiva, explicaría cuándo se producen los movimientos sociales y así también el
por qué lo hacen. Al poner su foco en los recursos exteriores del grupo, Tarrow (1997) da
cuenta de la forma en que incluso grupos débiles o desorganizados pueden explotar estas
oportunidades a su favor. Además, destaca la relevancia de la historia en que se enmarca
un determinado movimiento social para explicar las formas de acción colectiva que
adopta: “la acción no nace de los cerebros de los organizadores, sino que se inscribe y
transmite culturalmente” (Tarrow, 1997, p. 50). Inscritas en la cultura pública de una
sociedad se encuentran determinadas formas de acción y no otras; es lo que Charles Tilly
llama el repertorio de confrontación de un movimiento: “cada sociedad tiene una reserva
de formas familiares de acción (…) que se convierten en aspectos habituales de su
interacción” (Tarrow, 1997, p. 51). En ese sentido, será de interés ver qué elementos de la
historia del estado de Chiapas podrían contribuir a una explicación del surgimiento del
EZLN y sus asociados civiles en los años 90. Además de esta estructura socio-cultural de
raigambre histórica, Tarrow (1997) describe la importancia de los marcos de acción
colectiva para la coordinación de un movimiento social: éstos serían relevantes porque
“justifican, dignifican y animan la acción colectiva” (Tarrow, 1997, p. 57).
La tercera dimensión fundamental que plantea Tarrow (1997) en torno a las teorías del
movimiento social es su capacidad de explicar los desenlaces de estas acciones
colectivas. Aquí cabe mencionar que su concepto de los ciclos de acción colectiva lo
lleva a afirmar que los resultados de la acción colectiva en la esfera política tradicional
frecuentemente exceden a la influencia de los movimientos que comenzaron el ciclo
(Tarrow, 1997). Sin embargo, ¿qué sucede si esta influencia en el poder político
tradicional ni siquiera es un objetivo del movimiento en primer lugar? Este es un tema
que se deberá discutir al analizar el caso del zapatismo, pues en los análisis comparativos
de otros movimientos de guerrilla latinoamericanos (Wickham-Crowley, 2001) se ha
planteado una distinción analítica categórica entre movimientos revolucionarios exitosos,
competidores (also-rans es el término en inglés, de difícil traducción), y perdedores
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según si lograron llegar al poder o no. La pregunta es si ese esquema de análisis es
adecuado al momento de evaluar los resultados obtenidos por el zapatismo en sus veinte
años de existencia conocida.
Otro aspecto de relevancia para este análisis es la forma de organización de un
movimiento social, más allá de las razones para su surgimiento en un momento histórico
dado. En general, Tarrow (1997) distingue en la estructura del movimiento tres
componentes claves: su organización formal, la organización de su acción colectiva, y las
estructuras conectivas entre líderes y bases movilizadas. A partir de esta distinción y de
un análisis de los movimientos sociales nacidos en los años 60, Tarrow (1997) afirma que
la viabilidad y durabilidad de un movimiento se ven favorecidas por estructuras basadas
en redes sociales pre-existentes e interdependientes, que se vinculen por medio de
estructuras conectivas informalmente coordinadas. Sin embargo, esta hipótesis se ve
atenuada en tanto Tarrow insiste en que, independiente de la estructura que se adopte,
“las fuentes del poder de los movimientos, así como sus límites, son resultado de
oportunidades políticas” (Tarrow, 1997, p. 259).
Discusión: el movimiento zapatista
Para comprender el zapatismo en el marco de las teorías discutidas en la sección anterior,
es imprescindible repasar la historia de la región de Chiapas. Esta región, la más austral
de México, tiene una gran extensión y es heterogénea tanto en términos geográficos como
étnicos y socio-económicos. Tiene una población indígena mayor a la del resto del país,
con un 26% de la población perteneciendo a alguna etnia indígena de ascendencia maya,
según datos del censo nacional de 2005 (Baronnet y Ortega, 2008). Estas etnias diversas
ocupaban un sistema de propiedad social de la tierra cuyas unidades se conocen como
ejidos; este sistema se remonta a antes de la colonización española y, si bien se había
abolido por un tiempo, se reinstaura tras la Revolucón Mexicana que culmina en 1917.
Con este evento, en el cual Emiliano Zapata se erige como el símbolo de lucha que los
zapatistas adoptarían décadas más tarde, desemboca en la nueva constitución que
reinstaura los ejidos y promete entregas de tierra a indígenas y campesinos de todo el
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país. El reparto de tierras nunca se concretó de forma oficial en la región de Chiapas, pero
este hecho podría implicar que se mantuvo una esperanza de que sucediera
eventualmente, lo que quizás contribuyó a evitar levantamientos u otras formas de
protesta (Obregón, 1997). Además de este factor de una prometida y anhelada reforma
agraria, el contexto político en que se gesta el zapatismo está marcado por la absoluta
dominación del PRI en la democracia electoral del país.
En este contexto de dominación partidaria, se fueron dando diversos intentos y formas de
organización social. Por un lado, el gobierno crea en la década de los 50 el Instituto
Nacional Indigenista (INI) para “a través del cual se canalizó la ayuda económica a las
comunidades y se trató de integrar a los indígenas al sector campesino nacional”
(Obregón, 1997, p. 156). Además de esta labor, se empieza a ejercer un control político
sobre las comunidades indígenas en el marco de un sistema corporativista (Eckstein,
2001). Al INI se le suman la Confederación Nacional Campesina y la Confederación de
Trabajadores Mexicanos en la oferta de apoyo a las comunidades que se sometieran a su
control, a cambio de su apoyo al PRI. El resultado es el cultivo de relaciones de
cacicazgo clientelar, que fomentan a su vez una relación de dependencia (Eckstein,
2001).
Además de las redes entre líderes locales y el gobierno nacional, hay otras formas de
organización relevantes en la época pre-1994: grupos religiosos, tanto católicos influidos
por la teología de la liberación como protestantes, crean una red de relaciones entre
grupos indígenas que eventualmente contribuye a crear una red de relaciones de carácter
político. La influencia del obispo Samuel Ruiz y la organización por parte del mismo de
un Congreso Indígena en 1974 representan momentos de inflexión en las condiciones de
posibilidad del zapatismo (Obregón, 1997), al entregar un espacio a los mismos grupos
indígenas para discutir su situación y relacionarse entre sí mediante representantes electos
democráticamente. En esta época se fundan tres movimientos campesinos, en parte al
menos inspirados por la experiencia de este Congreso: la Unión de Uniones de Ejidos, la
Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos ligada al Partido Comunista, y
la Organización Campesina Emiliano Zapata.
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Posteriormente, llegaron al este de Chiapas grupos de jóvenes activistas de izquierda que
postulaban la necesidad de concientizar a las mismas bases de apoyo del movimiento
(Obregón, 1997). El mismo Samuel Ruiz se encargó de introducirlos a las comunidades
locales; se evidencia que estos grupos hicieron un uso directo e indiscutible de las redes
sociales que los pre-existían, de forma similar a la estrategia postulada por Tarrow
(1997). Para principios de los años 80 se conjugan en la zona todos estos actores que,
hasta ese entonces, empleaban técnicas no-militares: huelgas de hambre, bloqueos de
carreteras, e invasiones de propiedad colindante (Obregón, 1997). Sin embargo, la
respuesta gubernamental frente a la organización indígena que ellos no controlaban fue
represiva y violenta; al cerrarles otras vías de canalizar el conflicto, el gobierno
contribuyó a la militarización en la zona (Obregón, 1997). En las elecciones de 1988 se
evidenció tal fraude electoral que la vía política electoral también se empezó a ver como
algo inútil.
El contexto inmediato de la irrupción del EZLN fue uno de cambios al ordenamiento
político y económico vigente en el país mediante una agenda neo-liberal impulsada por el
régimen de Carlos Salinas de Gortari: por un lado, el gobierno aprobó una reforma a la
Constitución de 1917 que modificaba su artículo 27 al poner fin a la redistribución de
tierras y amenazaba con eliminar los ejidos (Stahler-Sholk, 2010), y por otro lado sus
políticas económicas condujeron a la firma del NAFTA, tratado de libre comercio con
Estados Unidos y Canadá que amenazaba la viabilidad del cultivo de maíz frente a las
importaciones del maíz subsidiado de Estados Unidos (Obregón, 1997). En conjunto, las
políticas económicas impulsadas por el PRI para “modernizar” al país, integrarlo al
escenario global y responder a la crisis económica de 1982 (Hilbert, 1997), son quizás la
causa eficiente que gatilla el levantamiento zapatista en el momento en que ocurre.
El movimiento social que se engloba en el término “zapatismo” no se reduce a los
campesinos armados: comprende no solo al EZLN, sino también a sus bases de apoyo
civil que viven en los 38 Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas (MAREZ) que en
total comprenden 5 Caracoles o agrupaciones administrativas de municipios, así como a
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una extensa red de simpatizantes y colaboradores en otras partes de México y en el resto
del mundo. Para captar la magnitud de la base civil del movimiento, estimaciones de la
prensa mexicana cifran en 250,000 el número de personas que al 2014 viviría en estos
municipios (El Universal, 2014). ¿Cómo se organiza esta población, en su mayoría
indígenas y campesinos, que desde 1994 se han declarado en rebeldía y han buscado
nuevas formas de hacer política, de forma autónoma y desligada de un Estado al que
consideran carente de legitimidad?
Los MAREZ se establecen en diciembre de 1994 bajo el alero directo del EZLN, el que
lleva al nombramiento de nuevas autoridades y la implantación de formas de
organización zapatista en estos municipios. Sin embargo, durante los primeros años el
foco del movimiento está en el diálogo con los gobiernos y las partidos políticos
mexicanos, estrategia que se abandona en 2001 cuando los Acuerdos de San Andrés
firmados en 1996 son ignorados en la promulgación de una nueva ley indígena (Martínez,
2008). Para los analistas, el zapatismo no alcanzó en las décadas pasadas ninguno de sus
objetivos políticos de reconocimiento jurídico y apoyo gubernamental (Pleyers, 2009).
Quizás por eso, en 2003 se produce una re-estructuración organizacional del zapatismo
que traslada el foco desde los intentos de negociación de la dirigencia militar con la
política institucional a la “construcción concreta y a veces problemática de la autonomía
local a través de las prácticas cotidianas” (Pleyers, 2009, p. 14). Esta nueva fase se
caracteriza por la creación de las Juntas de Buen Gobierno (JBG) que buscan gestionar la
política interna de los MAREZ, y los Caracoles que actúan como centros comunitarios y
enlaces con la sociedad civil nacional e internacional que apoya al movimiento zapatista
(Martínez, 2008). Las JBG se encargan de administrar escuelas, centros de salud, y
justicia comunitaria de corte restitutivo en las zonas bajo su control; forman a defensores
locales de derechos humanos (Reyes y Speed, 2005) y se cobra un “impuesto” a las ONG
transnacionales que buscan instalar proyectos en la zona (Stahler-Sholk, 2007). En este
nuevo esquema, el EZLN afirma restringirse a la labor de proteger a estos organismos
autónomos y auto-gestionados (Sexta Declaración de la Selva Lacandona, 2005). Este
proceso alcanza quizás su culminación con la reciente renuncia del simbólico
Subcomandante Marcos al liderazgo del EZLN, en mayo de 2014.
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Reflexiones teóricas en torno al zapatismo
La hipótesis de Tarrow (1997) sobre la relación entre la forma de explotar recursos
externos y la difícil durabilidad de los movimientos sociales, debe ponerse en relación
con las demandas de autonomía que ha hecho el zapatismo y también con su persistencia
en el tiempo. El zapatismo claramente ha hecho uso de recursos externos fundamentales
para Tarrow: “las redes sociales en las que tiene lugar la acción colectiva y los símbolos
culturales e ideológicos que la enmarcan” (Tarrow, 1997, p. 48). Los marcos de carácter
cognitivo mencionados por Tarrow (1997) forman la base teórica del trabajo de Olsen
(2006) que busca describir la estrategia de creación de marcos transnacionales por parte
de los zapatistas. Olsen (2006) explica este esfuerzo mediante cuatro conceptos clave: un
marco maestro de participación democrática, una extensión de marcos desde la
insurgencia a la diversidad, un marco de injusticia en torno a la re-estructuración
neoliberal, y una conmensurabilidad de la experiencia mediante Internet. Estas cuatro
estrategias representan una bajada concreta de la teoría de Tarrow sobre la forma en que
un movimiento social explota recursos externos a su favor.
Sin perjuicio de lo anterior, la durabilidad del zapatismo pese a cambios importantes en el
contexto nacional e internacional de oportunidades políticas, tales como la transición del
poder gubernamental desde el PRI hacia el partido de centro-derecha PAN y el lógico
desgaste de la simpatía e interés transnacionales con el paso del tiempo es algo que
merece analizarse. Esto, en tanto la hipótesis de Tarrow (1997) sobre el decaimiento de
los movimientos sociales es la siguiente, en base a su análisis de una marcha por los
derechos homosexuales en Washington D.C. el año 1993:
El mensaje teórico de esta historia es que, dado que los movimientos resuelven
su problema del coste transaccional por medio de recursos externos, les resulta
mucho más fácil convocar acciones colectivas que mantenerlas, especialmente
cuando el terreno de la disputa pasa de las calles a los pasillos de la política
(Tarrow, 1997, p. 63).
Si esto fuera cierto, el zapatismo podría haber desaparecido con los Acuerdos de San José
en 1996 o la promulgación de la nueva ley indígena en 2001. ¿Cómo cambia esta
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dinámica descrita por Tarrow (1997) si los iniciadores de la acción afirman ser un
movimiento armado que no quiere tomar el poder? Una posible explicación radica en la
flexibilidad y capacidad de adaptación del zapatismo: al ver truncada su posibilidad de
influir en la política institucional, se volcó a crear una nueva política. Al observar que el
Estado mexicano no tenía intenciones de concederle autonomía real tal y como ellos la
concebían, se volcaron a construirla por su cuenta (Diez, 2012). De esta forma, el proceso
político autonómico en que están inmersos impide el estancamiento y la disipación de la
actividad, pues sus principales actores están inmersos en un proceso de empoderamiento
desde abajo y de construcción de nuevas subjetividades e identidades (Stahler-Sholk,
2010).
En el proceso de autonomía, los zapatistas buscan llevar a la práctica su principio rector
de mandar obedeciendo a través de una serie de mecanismos inscritos en sus JBG: las
asambleas, la rotación de autoridades, el servicio público gratuito, y la posibilidad de
revocación del cargo de autoridad en caso de incumplimiento o corrupción (Martínez,
2008). Estas prácticas, si bien se han enfrentado con obstáculos en su implementación,
dan cuenta de una organización más formal que las flexibles redes de activistas que
Tarrow (1997) describe como óptimas. Sin embargo, al estar “arraigadas en lazos sociales
preexistentes, en hábitos de colaboración y en el deseo de planificar y llevar a cabo una
acción colectiva que derivan de una vida en común” (Tarrow, 1997, p. 258), sí presenta
algunos rasgos de lo que el autor define como una estructura de movilización
potencialmente exitosa.
Un último aspecto a discutir es la influencia de las respuestas estatales: en los veinte años
que han transcurrido, se han observado las tradicionales respuestas de contra-insurgencia:
elecciones, reformas rurales, medidas de bienestar tales como entrega de alimentos, y
programas de acción cívica-militar (Wickham-Crowley, 2001). Sin embargo, la
afirmación descriptiva de Wickham-Crowley de que estas medidas aumentan la
legitimidad gubernamental cuando los grupos armados no toman el poder político no se
ha dado en este caso, pues los zapatistas han continuado hasta hoy con su proceso de
construcción de autonomías.
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Conclusiones
Aparentemente, los zapatistas no buscan tomarse las estructuras de poder para cambiar la
organización social desde arriba, como lo han pretendido los movimientos de izquierda
desde la teoría de las vanguardias de Lenin hasta los movimientos de guerrillas
considerados exitosos en el análisis de Wickham-Crowley (2001). Esto lleva
necesariamente a un replanteamiento que puede adoptar dos formas: por un lado, cabo
cuestionarse si el zapatismo hoy sigue siendo un movimiento social, o si se ha
transformado en una estrategia de salida (Eckstein, 2001) y ha dejado de ser una
expresión de rebeldía. Sin embargo, este cuestionamiento carece de fundamento: los
zapatistas siguen buscando una transformación social y política mayor, solo que han
adoptado una estrategia desde las bases que no busca solo influir en las estructuras
formales de poder, sino que cuestionar el concepto mismo de poder mediante la
construcción de nuevas subjetividades sociales (Stahler-Sholk, 2010). Esto se ve reflejado
por ejemplo en su concepto de autonomía como algo más que descentralización y
desconcentración administrativa (Stahler-Sholk, 2010): no buscan una autonomía aislada
en el mundo tal y como es hoy, sino que una resignificación del concepto.
Por otro lado, si el zapatismo efectivamente es un movimiento social al compartir la
rebeldía e impulso de cambio fundamental a éstos, cabe preguntarse si es necesario o
incluso deseable hacer que calce a cabalidad con los esquemas teóricos discutidos. En ese
sentido, si bien los zapatistas han adoptado estrategias políticas y formas de organización
social que existían antes en la región y que además se enmarcan de cierta forma en los
marcos teóricos expuestos, presentan la particularidad de que sus estrategias políticas van
orientadas a la deconstrucción de la política como se concibe tradicionalmente hoy. En
sus veinte años de acción, el zapatismo ha obtenido más logros simbólicos que concretos.
Sin embargo es posible que la movilización global de recursos simbólicos que ha
alcanzado el zapatismo pueda tener en el largo plazo (quizás con la estructura de
oportunidades política adecuada) una repercusión mayor en la forma en que se hace
política en el siglo XXI.
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