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Volver a Ítaca
11b i b l i o t e c a c h i a pa s
premio regional de poesíarodulfo figueroa 2013
Arbey Rivera
v
Volver a Ítaca
— 2014 —
© arbey rivera utrilla
D.R. © 2014
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Paseo de la Reforma 175, Col. Cuauhtémoc, 06500, México, D. F.
Consejo Estatal para las Culturas y las Artes de Chiapas, Boulevard Ángel Albino Corzo 2151, Fracc. San Roque, 29040, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.
publicaciones@conecultachiapas.gob.mx
ISBN: 978-607-7855-78-1
impreso y hecho en méxico
CH861.44R621V944 Rivera, Arbey Volver a Ítaca / Arbey Rivera. — Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México : CONACULTA, CONECULTA, 2014. 148 p. ; 21 cm. (Colección Biblioteca Chiapas ; Serie Premio ; 11) ISBN 978-607-7855-78-1 Premio Regional de Poesía Rodulfo Figueroa 2013 I. POESÍA CHIAPANECA — SIGLO XX
Rafael Tovar y de Teresapresidente del conaculta
Manuel Velasco Coellogobernador del estado de chiapas
Juan Carlos Cal y Mayor Francodirector general del coneculta-chiapas
Susana del Pilar Utrilla Gonzálezcoordinadora operativa técnica
Marco Antonio Orozco Zuarthdirector de publicaciones
A mis padres y abuelos,a mis hijas,
a mis hermanos y hermanas (en especial para Anabelí).A la gente de mi pueblo.
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Presentación
He de confesar que siempre he sentido fascinación por la histo-
ria de Ulises y de su patria, Ítaca. Esa historia fantástica, llena
de aventuras y de peligros que Homero retrató en La Odisea
cuando “después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo
peregrinando larguísimo tiempo”. El comienzo del poema nos
presenta a Odiseo solo, y habrá de recorrer el mar y vivir todo
tipo de aventuras, conocer nuevos territorios, nueva gente, la
ira de los dioses y la obsesión de alguna diosa, incluso el canto
de las sirenas que hace que los hombres enloquezcan.
En la Ítaca de Homero hay preocupación del héroe por
el estatus social, el objetivo del héroe es conseguir el honor,
que se manifiesta a través de signos externos: la posesión
de riquezas, y lo hace porque “sería gran ventaja llegar a mi
propio país con las manos llenas y obtendría más afecto y
respeto de todos los hombres que me vieran llegar así a Ítaca”.
Pero el verdadero significado de Ítaca es algo mucho más
íntimo y sencillo, un espíritu que Kavafis, milenios después
de la historia de Homero, supo reflejar perfectamente en el
maravilloso poema “Ítaca”, del que Arbey Rivera incluye a
manera de epígrafe en este poemario. De aquí que haya que
mencionar que en Volver a Ítaca, de Arbey Rivera, se desarrolla
una transtextualidad a partir de la Ítaca de Homero y de la
“Ítaca” de Kavafis.
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Arbey Rivera
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Ítaca es el camino, Ítaca es la vida misma. La vida es lo mejor
que tenemos. El concepto de Ítaca encarna el concepto de
la sabiduría, de lo que aprendemos a lo largo de nuestro
camino y nuestra existencia, de lo que vamos acumulando
poco a poco con nuestras vivencias y nuestros recuerdos,
aquello que siempre llevamos con nosotros mismos.
En la Ítaca de Arbey Rivera, la aventura se realiza en tierra
firme, a lomo de caballo a veces, a veces a pie desnudo. La
consigna es recordar (del lat. recordare [cf. it. ricordare], con-
formado por el prefijo re ‘de nuevo’ y cordare que proviene
de cordis ‘corazón’), volver al corazón, para poder Volver a
Ítaca. Así recuerda “con los tallos secos de la milpa hacíamos
trampas para atrapar palomas” y como él mismo dice: “era
una especie de juego necesario de la infancia”. Volver a la
infancia para poder hacer poesía.
En Volver a Ítaca, de Arbey Rivera, Eolo llega a través de
la ventana, desordena las cosas y vuelven los recuerdos a
través de cada cosa que nombra: la luz, el café, la música, el
río, la casa, el mundo.
La niebla y la bruma traen “el sonido voluptuoso del re-
cuerdo”, de alguna Circe que se lee entre líneas, y hace que se
vuelva Hades el propio corazón hasta que “había llegado el
tiempo en que los dioses habían decretado que volviese a Ítaca”.
Ítaca es el camino y la mejor manera de leer el poemario
de Arbey Rivera, Volver a Ítaca, es dejándose llevar por la magia
del texto o enfrentándonos directamente a él.
mirtha luz pérez robledoComitán, Chiapas. Febrero, 2014.
Prólogo
Tengo la impresión de que quienes aman bajo el influjo pro-
digioso de la poesía son doblemente amados. Que abrazar a
un poeta es un misterio y, a su vez, leerlo es abrazarlo. Así,
con esa sensación de epopeya misteriosa, es que llegó hasta
mí la Ítaca de Rivera; un poeta que sin duda ha encontrado
el camino de ida y vuelta a las Ítacas más intrincables del
lenguaje y el silencio.
Volver a Ítaca es un viaje en el que el poeta nos invita a
adentrarnos en los laberintos míticos de una realidad que, de
tan antigua, se vuelve reciente. Ítaca también es la búsque-
da, la esperanza del encuentro, la meta de una utopía que
sucede desde las primeras páginas. Una epopeya, un canto a
la identidad.
Recuerdo que el día que conocí al poeta Arbey Rivera me
invitó a subir a lo alto de un faro. Era casi medianoche y no
había manera de escapar a tal propuesta. Llovía, la luna estaba
oculta, y las pocas luces que existían estaban a varios kiló-
metros de ahí. A mí me aterraba. Pero para él —como desde
entonces, ahora lo descubro— “los faros son relámpagos”, así
que fue fácil convencerme. Primero subimos lentamente aten-
diendo a mi inseguridad, pero no tardé en quedarme atrás por
el miedo a la noche y las alturas. Pretexté tomar una fotografía
desde ahí, a él eso pareció ya no importarle: cual marinero
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Arbey Rivera Volver a Ítaca
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experto en noches de tormenta, Arbey subía las escalinatas
y llegaba al final del faro con una facilidad digna de aplauso.
Desde ahí me gritaba: —Un día me iré a Ítaca navegando en
crines de caballo. Ahora veo que no mentía. Esa noche tomé
la foto de la que he perdido cuenta, pero lo que no he perdido
desde entonces, es la imagen de aquel poeta inquieto, esperan-
do con urgencia ver pasar los barcos para Volver a Ítaca, volver,
porque el recuerdo de haber crecido “a la orilla de un pueblo
que nació en la ribera de un río, que a su vez sigue naciendo
al pie de una montaña, que nace entre la sierra” lo alienta por
las noches como un lícito delirio, a volver a su adorada Ítaca.
Y así lo hizo, logró volver a Ítaca a través de cada una
de las letras de este poemario, y en su noble afán nos subió
a todos al barco para enseñarnos, en cada verso, la mítica
alegoría del pasado que se cruza con el presente; el poder
de los antiguos mares y los actuales ríos, la tenacidad de los
modernos Ulises y la timidez de las eternas Penélopes. Nos
enseñó a sortear a los cíclopes (amantísimos de sí mismos), a
ver la propia vida como varias vidas, y somos tan libres que
nos vamos con la facilidad de quien sube sobre un barco de
papel, a buscar nuestras propios Ítacas.
No había lágrimas en los ojos de los que se marchaban; atrás
quedaron sus muertos, ellos tampoco lloraban; sabían que los
pinos volverían a crecer sobre las tumbas.
Un peregrinar por el tiempo y la memoria, ¿o quizá la
desmemoria?, de las letras concebidas en el fuego, de una
palpitante migración donde el corazón va guiando cada
paso. Una conversación en pausa, retomada para descifrar
el crecer de uno mismo y desde otros. Un irse madurando
como la misma tierra:
todo era grande en aquel tiempo: los árboles, el río, las piedras,
también los colibríes con su ansiedad inmensa por beber en la
flor del platanar con su gran pico.
El poeta nos pinta con palabras la apacible serenidad del
pueblo y, a su vez, la bravía búsqueda de lo que se supone
perdido. Los hombres a lomo de caballo, las mujeres que sin
ser Penélopes eran Penélope, las piedras, las aves. Y de esa
manera tan augusta y sencilla a la vez desfilan, con la gracia
de un árbol que crece lentamente, los diversos personajes;
los habitantes con rostro y los muchos héroes: Anabelí,
don Gregorio, don Tasho (el oráculo que mira al cielo), un
incansable suceder de reales vidas dentro de esta aldea, que
el poeta hizo bien en rodear de misterio y montañas, para
que los amantes se pierdan en oscuridades deseables y “las
gitanas lean las manos de los indecisos”.
Y todo, visto desde la intimidad de las ventanas nutridas
de tiempo. Ventanas que visten de rojo las casas descoloridas.
Ventanas ojo que ven llover la vida desde afuera.
A través de las ventanas de una casa se puede ver hacia afuera
o hacia adentro del mundo… Y de uno mismo.
Y finalmente, el viaje que de tan anhelado: inconcebible,
de tan desconcertante: ansiado, de tan agitante: apacible. Los
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Arbey Rivera
valientes que van y vienen en una vorágine de caballos y
guerra; las niñas que huyen con los hombres mayores, y la
euforia, la vibrante escena de uno mismo como tripulante
de este portentoso viaje a Ítaca. Una Ítaca viva: una nueva
odisea esperando a todos los Ulises que vamos hacia ella.
Aída ValdepeñaCuautla, Morelos. Febrero, 2014.
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Cuando emprendas tu viaje a Ítacapide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.Kavafis
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Volver a Ítaca
Volver a Ítaca
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En un relincho iban montados los hombres; a pie iban los
caballos. Jalaban las mujeres a los jamelgos sin nombres.
Todos buscaban un pueblo entre aisladas montañas de la
Frailesca.
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Todos migraban de una tierra que ya no tenía Tierra, de una
casa donde los sueños se cayeron al pozo. Los árboles que-
daron resguardando gotas de rocío en su hoja más tierna.
No había lágrimas en los ojos de los que se marchaban; atrás
quedaron sus muertos, ellos tampoco lloraban; sabían que
los pinos volverían a crecer sobre las tumbas.
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Nací en tiempo de la maduración de los cafetos, época en
que las lombrices salen de la tierra para no morir de frío,
apretadas bajo las piedras. Mi madre tenía una herencia
de tristezas, mi padre un cafetal y la persecución de sus
hermanos. Nací a la orilla de un pueblo que nació en la
ribera de un río, que a su vez sigue naciendo al pie de una
montaña que nace entre la sierra; a pesar de su largo tran-
sitar sigue fluyendo aquel río. Mi pueblo es Ítaca sin nom-
bre; es una leyenda no escrita en grandes pergaminos.
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Le pregunté a mi madre sobre mi nacimiento; sus ojos se
llenaron de lágrimas.
—Fue una dura época —dijo— Ítaca viajaba en lomo de
caballos, iba de pueblos a ranchos aislados. Caminos reales y
veredas se abrían entre las poblaciones. Ítaca estaba en el camino,
Ítaca estaba en el corazón del caminante. En el lomo de los caballos,
montados, iban los hombres y las mujeres, por los caminos.
5
Ítaca está en el corazón del recuerdo. Ítaca es el corazón del camino.
Mi abuelo viajó un día, con otros abuelos que en ese
tiempo no tenían hijos ni tierras. No sabían de Ítaca pero
buscaban un pueblo que no existía. Lo hallaron a la orilla
de un río.
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6
Algunas mujeres también fueron a la lucha por la tierra que
buscaban; nadie se llamaba Penélope, pero todas tejían espe-
ranzas y batían pozol a la orilla del camino. Todas, junto a sus
hombres, iban como diosas de compañía entre la polvareda
que dejaban los caballos.
7
Mi madre aprendió a escribir en las cenizas. Trazaba cír-
culos y rayas en el fogón de tierra. Así aprendió también
a leer el fuego y a entenderlo. En el pueblo nadie había es-
cuchado hablar del ave fénix, pero sabían que el fuego es
el corazón de una casa. Por las noches, mi madre ocultaba
la última brasa en la ceniza; le habían enseñado a revivir
la llama, contándole en secreto el aliento de los sueños.
Redondas, como la primera letra de su nombre, salían las
tortillas del comal.
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Arbey Rivera Volver a Ítaca
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Mi padre supo desde niño que las semillas son el corazón de
esta tierra. Sembró el ombligo de sus hijas al nacer, junto a los
árboles frutales; los de sus hijos quedaron amarrados en las
crines de los caballos. La tierra y el camino pasaron por su
cabeza en aquellos momentos de embriaguez y necesaria luz.
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Con el paso del tiempo uno vuelve a recorrer ciertos cami-
nos, algunas vastedades por donde se nos fueron los ojos,
de tan lejanas. Este camino real, después de veinticuatro
años, sigue siendo travieso como un niño, deja piedras
por doquier para que el caminante se detenga, involunta-
riamente, a tragar polvo y recuerde que cuando era niño
Dios estaba en el camino para ayudarlo a levantarse.
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Cuando era niño el mundo comenzaba en el patio de la casa.
En las calles se hacía fiestas y peleas. Acontecía todo cerca de
la casa. El mundo terminaba ahí donde los cerros se unían
con el cielo; todo era grande en aquel tiempo: los árboles, el
río, las piedras, también los colibríes con su ansiedad inmen-
sa por beber en la flor del platanar con su gran pico. Un día
comenzamos a sentir que el mundo era más grande; se hizo
más angosto el río, dejaron de cantar los colibríes en el patio
y en mis ojos quedaron sólo huellas de pequeños recuerdos.
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Con los tallos secos de la milpa hacíamos trampas para
atrapar palomas. Era una especie de juego necesario de la
infancia para contribuir con el sustento: frutos, hierbas,
raíces y palomas. El cielo comenzaba donde los cerros
llegaban a su fin. Lo único que no tenía fin era el camino.
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A mi pueblo llegaron los gitanos y los circos, llegaron los
bandidos, llegaron los soldados. Magia, miedo y muerte ha
pasado por el pueblo y en sus calles todavía pasa el viento
levantando a los caídos.
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A mi pueblo llegaron los coyotes. Llegaron los mineros
y los insecticidas, a pesar de los contaminantes todavía
crece pasto en los potreros y en los campos de cultivo, las
sonrisas de las flores amanecen con aquella esperanza de
que un día, regresen las cigarras.
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A mi pueblo llegó la luz eléctrica y los cables se llenaron de
zanates. Mi pueblo tiene una hondonada donde cabe el co-
razón de los desesperados. Tiene una honda cicatriz donde
un día se hacinaron los muertos a festejar la vida. Mi pueblo
es un señor a caballo, es un niño que juega en el polvo de la
vida cotidiana. Es un gavilán que, de vez en cuando, silba a
las mujeres que lavan ropa en el río; las despluma en el agua,
las convierte en sirenas. Mi pueblo tiene voces de espuma, de
polvo y polen amarillo.
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Por aquí pasa un pueblo; un río a carcajadas zumba su
murmullo blanco entre las piedras. Por allá, una monta-
ña corre verde. A paso lento van los hombres rumbo al
cafetal, hacia la milpa que florece en el faldeado de los
cerros. En un relincho van los hombres, al despuntar el
alba, rumbo a Ítaca.
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Palomas y g itanos
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Anabelí
Anabelí es una paloma del campo, es una gitana que par-
tió de niña a las montañas. Lleva años viajando en el
recuerdo, en el aroma blanco del cafeto. Anabelí conoció
la playa sin estar nunca en el mar y se volvió sirena en el
llanto de su madre; era una niña y por su cuerpo nunca
pasó el tiempo. Se fue a cuidar los granos más pequeños
de arena, en el camino que da al sur, se fue a jugar a las
escondidillas debajo de las piedras. Anabelí no tuvo fan-
tasías, su vida fue tan breve y real como su muerte.
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Don Gregorio
Viejo y encorvado, don Gregorio, ya sin dientes, va silbando
en el camino. Espanta moscas con su mano y con su rostro
espantaniños va sonriendo por la calle. Imagina que arrea los
caballos, en su mente siempre mata vacas y las despelleja.
Don Gregorio ya no come carne, la piel es lo que le gusta y
no para cubrir del frío su propia piel envejecida. Es el primer
artesano del pueblo y ya está muerto. Ahora en los desfilade-
ros, algunos zopilotes han de extrañar que las desbarranca-
das vacas no estén tan suavecitas, al zamparles los primeros
picotazos.
El ciego
Don Tasho miró una nube y en ella a una muchacha.
Desnudas mujeres bajaban del cielo en los ojos de don
Tasho. Nada había en sus ojos y siempre tenía buenas
visiones. Un día cerró los párpados y dentro de ellos se
escondieron las muchachas, se desnudaron con él, mien-
tras dormía la eternidad por el camino.
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Betotonto
En su infancia alguna enfermedad no conocida le hizo sen-
tirse insecto y perseguir la miel de algunas flores. Un día
descubrió que el azúcar tenía un sabor similar y levantaba
uno por uno los granulitos blancos tirados en el suelo. Si lo
hubiera visto Dios, levantando con ternura y gratitud aquel
maná, no habría permitido que por dulce le llamaran Betoton-
to; le hubiera dado el nombre de Moisés o de algún israelita
de la Biblia.
Nahual
En mi pueblo aún se cree en los nahuales. Un día descu-
brieron a una vaca que mudaba de piel en un desfiladero;
era el tío Goyo con su ágil cuchillo; le ganaba el mandado
a las aves de rapiña.
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El jinete
Había un jinete sobre un caballo blanco, de vez en cuando se
escuchaba el calabaz, calabaz de los cascos. Las yeguas ama-
necían trenzadas de la crin. Huían las mujeres y los hombres,
si caminaban por ese mismo rumbo o se cubrían la cara con
la cobija si en las noches lo oían pasar por el camino en luna
llena. Nadie le vio nunca la cara, sólo un sombrero negro,
negro como el misterio.
Borromeo con rabia
Borromeo fue mordido por un perro. En mi pueblo los
perros ladran más con el calor sofocante de la primavera;
se ponen iracundos de calor y en ocasiones, a pedradas
fueron sacrificados porque tenían rabia. Amarrado en un
árbol, aquel hombre, se había puesto iracundo porque no
había doctores ni vacunas y comenzó a ladrar para que
las autoridades de salud pudieran socorrerlo.
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Arbey Rivera Volver a Ítaca
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Los novios
En tiempo de brama o de amor, hombres y mujeres salían
a noviar por la lomita de la iglesia. Si querían formalizar la
relación, en ocasiones, lo más fácil era robárselas de casa y
llevarlas al monte. Ahí se hacían el amor como los gatos o las
palomas, acurrucados en la hierba. A los tres días volvían,
con la cabeza baja; pedían perdón a los papás de la mucha-
cha, se ahorraban los gastos del festín y la luna de miel.
De gitanos y migrantes
Las gitanas iban de puerta en puerta, leían las manos de
los indecisos a cambio de un puño de granos de café. A
mi pueblo llegó el circo y se fueron los niños al monte;
trabajaban en el campo para hacerse hombres. Algunos
terminaron siendo gitanos o migrantes por el norte. La
tierra era pequeña y en los cerros, las piedras florecían
más que las semillas.
v
La primera casa
Volver a Ítaca
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A las escondidillas
En aquel tiempo llegaba el amanecer
en el silbido de los pájaros.
Por la tarde, la luz del sol entraba a través de la ventana;
se metía como una culebra amarilla
hasta el fondo del cuarto.
Ahí se quedaba un rato solo, debajo de la cama,
donde los ratones y los niños
jugaban los domingos a las escondidillas.
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Arbey Rivera Volver a Ítaca
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Señales
Frente a la puerta de la casa pasaban barcos,
grandes navíos de papel hacían de la calle
un río, un mar, un puerto.
Los aguaceros comenzaban cuando sonaba un trueno;
era una señal para los barcos.
Eran faros, los relámpagos.
Por la casa pasa un río
Por la casa pasa un río sin agua,
hay un canto de lirios bajo el cimiento de mi casa,
piedras redondas sacadas desde el fondo,
guardan en secreto los rumores.
De tanto en tanto, se escucha un crepitar;
son los años alojados en las puertas de madera,
en el barro colorado del adobe y en las vigas.
En las vigas de taray iban entrando las polillas
como entraban las mujeres al molino de maíz.
Por mi casa, ha pasado a voz de río un vocerío.
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Arbey Rivera Volver a Ítaca
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Casa rota
Un día la casa quedó rota;
los duendes que jugaban a tejer alegría,
cerraron las ventanas y comenzaron a jugar a los ahogados.
Como una barca hundida, la casa se quedó en el fondo.
El polvo de los años comenzó a jugar a los fantasmas
en las habitaciones.
Sombras
Los ratones de la casa abrieron agujeros
detrás de las paredes pero el sol ya no cabía.
Los insectos del jardín borraron las sonrisas de las flores.
La estancia se llenó de sombra y húmedas paredes
borraron el olor del café y la canela.
La casa sin jardín estaba muda; todavía me asombro
de todo lo que un día fue mi casa de la infancia.
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Arbey Rivera
En los confines
Ella tenía corazón de barro;
latían la tierra y el río, el pasto seco crepitaba en sus paredes,
figurillas de piedra se incrustaban en los adobes rojos.
Mi casa acorazada de recuerdos,
mi casa abandonada en los confines.
Ay, mi casa sola y blanca,
carcomida de ausencias.
v
Ventanas
Volver a Ítaca
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1
El tiempo ha pastado como un animal vivo en los escom-
bros del muro; se ha detenido en la mirada de esta casa; la
ventana es un ojo de cristales rotos; a veces la luna entra a
beber el vacío de la taza de café, en una mesa donde sólo
las polillas se reúnen. A veces alumbran las estrellas el
rincón favorito de la araña que teje en silencio, su trampa
silenciosa. Desde esta ventana, alguien ha visto la tarde y
ha llorado un instante, al ver pasar la vida en un abrir y
cerrar de ojos, en el galope luminoso de un relámpago.
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2
Desde esa ventana alguien ha visto el invierno; el humo blan-
co de la respiración intangible de los muertos, la mancha gris
de los recuerdos que se quedan adheridos al sonido de los
pasos que van y vienen por la avenida fría. Al invierno nadie
debe pedirle que deje de ser frío. Es su condición de niebla y
escarcha, el aura que le da la perfección de su blancura.
3
Por los ojos de esta casa se puede ver cómo nace la luz,
desde su primera sonrisa de niña iluminada, hasta su úl-
tima sombra estacionaria. El verano es un espejo de agua
que refleja la musicalidad líquida del día. Por la ventana
de estos ojos, basta mover pendularmente la mirada sobre
una gota de agua, para ver destellos de luciérnagas. El
llanto es la premonición de la nueva claridad. La algarabía.
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Arbey Rivera Volver a Ítaca
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4
He tirado semillas de la ventana hacia el jardín. Quiero que mi
última casa tenga un jardín de colibríes o palomas, da lo mis-
mo cuando se está solo en una casa con ventana grande y no
se mira algo en el vacío de su patio. Ningún pájaro se asoma a
comer alpiste ni las hormigas salen de su escondite por temor
a la lluvia que ya viene… en esa nube gris, inmensa.
5
La casa necesita una mano de pintura. No es posible que
los cuadros sólo sirvan para tapar agujeros y descarape-
ladas cicatrices. Si alguien quiere entrar a vivir en esta
casa, es necesario que traiga una ventana nueva en los
ojos, que venga con una brocha gorda en la mano y sus
heridas repelladas.
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Arbey Rivera Volver a Ítaca
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6
En esta casa ahora vive un monstruo que al amanecer agrade-
ce la luz, bebe café, escucha música y confía en el mundo con
la inocencia de un niño, con la obstinada maldad de un dios.
7
En esta casa no entra el viento. Suena afuera la tormenta
que silba, la lluvia golpea fuerte las tejas de barro y mu-
cho más adentro ya nada se escucha; ni siquiera silba
afuera el viento. Hay un aleteo de pájaros.
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Arbey Rivera Volver a Ítaca
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Las casas son maravillosas, te cubren de la lluvia y el calor, te
brindan una mesa, un sofá para el cansancio, una cama para
amar el cuerpo. Son maravillosas estas cavernas modernas
donde el mismo mono de hace siglos sale y entra todos los
días, huyendo de las fieras que ha llevado dentro de sí toda
la vida.
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A través de las ventanas de una casa se puede ver hacia
afuera o hacia adentro del mundo… Y de uno mismo.
v
Buscando casa
…De nosotros depende que el paso del tiempo
no estropee las señales que hay escritas en las piedras
y que el huésped que los años anuncian no encuentre
la casa abandonada, y oscura, y triste.
Miquel Martí i Pol
Volver a Ítaca
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Corazón
El corazón de mi casa no está aquí
ni lo llevo conmigo.
Ha de estar en un sitio,
en un lote baldío que no sabe mi nombre,
en un muro inconcluso donde chocan los sueños.
Un día ha de llover y, de seguro,
crecerán nuevas flores en un cántaro.
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Arbey Rivera Volver a Ítaca
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Casa en renta
Esta casa no se vende;
hay hormigas en los muros
y no hay luna adentro.
Las ventanas están rotas
y hay piedras destrozadas,
termitas invisibles devoraron los recuerdos.
Casa arrendada
Esta casa no se renta;
alguien que no soy yo ni eres tú
está soñando adentro.
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Arbey Rivera Volver a Ítaca
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Casa en renta 2
Esta casa no se vende;
fueron cancelados los recibos de luz
y la música en la radio ya no suena.
Nadie podrá entrar a esta casa embrujada de ausencia.
Nadie podría pagar el precio
de esta casa apagada.
Casa en renta 3
Se renta esta ventana
puedes mirar a solas, desde afuera,
el silencio que reina en las habitaciones,
puedes sentir el frío de la luna
que se cayó en las noches
y nadie supo, desde adentro,
devolverla a su sitio.
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Arbey Rivera Volver a Ítaca
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Casa en renta 4
Se renta esta ventana
con tardes rojas,
incluye lluvia y sol.
Usted deseará no irse nunca de esta ventana.
Módico precio:
se prohíbe llegar tarde a la tarde.
Casa en renta 5
Se alquila una silla
desde la cual usted podrá mecerse
como un niño de cuna;
los años pasan volando en esta silla.
Si usted tiene buena intuición
verá las huellas de los que alguna vez,
ahí soñando, transformaron su mundo.
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Arbey Rivera Volver a Ítaca
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Casa en renta amueblada
Se comparte la cama;
todas las noches usted puede dormir
a pierna suelta o bien acompañado;
algún canto de pájaro en las ramas
o nido de conejo en sus raíces
debió tener esa caoba.
El lecho es especial;
todos los días, si usted gusta,
puede levantarse con el pie derecho.
La perla
Mi casa es una concha de luz
que descubrió su perla,
hay un mar en la pared y allí
los barcos navegan verticalmente,
siguen el trayecto de las arañas
que alguna vez soñaron con ver el mar
y tender su tela de una palmera a otra,
de una orilla del cielo hasta la luz del faro;
yo las observo columpiándose en su tela
mientras una mujer duerme a mi lado
hamaqueándose en un sueño profundo.
Mañana despertaremos juntos y veré en sus ojos
los arañazos más tiernos y diáfanos del alba.
82
Arbey Rivera
Creación
Volveré a esta casa para desenterrar mi corazón.
Ésta es mi casa.
Ella vino una mañana, le puso nombre a las cosas;
dijo paz y cesaron los disparos,
dijo fuego y las sombras se rindieron,
dijo amor y floreció la tarde.
Acomodó las nubes y los cuadros,
instaló como traviesa niña
el canto de los pájaros en la ventana
y dijo música.
Abrió las puertas de esta casa
y la luz se hizo.
v
La odisea nueva
Volver a Ítaca
85
I
Hay caballos rodantes que viajan de mi pueblo,
repletos de jinetes, no es secreto ni táctica de guerra.
Son camiones que parten hacia el norte.
Les dijeron que allá existe otra Ítaca
más rica que la tierra donde yacen sus ancestros.
No sabían que en el río la vida suele irse.
No sabían que en el fondo del desierto
está la sed cantándole a la muerte.
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II
Hay silencios en el camino real
de los hombres que se fueron de mi pueblo.
Algunos ya no regresaron.
Se encontraron con un nuevo camino,
se tiraron a las aguas de otro río, sin un barco de papel.
Aquellos que pudieron llegar al otro lado
no volverán nunca o de seguro
están bordando el sueño del regreso en la frontera.
III
Hay corazones rotos como granos de maíz en la cocina;
son las niñas que un día huyeron con un hombre
por el camino real y se perdieron.
Se cansaron de encontrar abandonados
por todos los que de Ítaca se fueron
buscando barcos o caballos para cruzar el río y el desierto.
Se cansaron de esperarlos, de jugar a buscar el paraíso del
amor
que es otra Ítaca lejana a la que, a veces,
no se puede ir acompañado.
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IV
Hay nuevos Odiseos que cruzan las calles y caminos
sin encontrar a Ítaca.
Tal vez alguna niña de ojos tristes, con un beso,
les costuró la voz a algún silencio,
tal vez ya se olvidaron de la mirada dura de los cíclopes
y van hacia la milpa sin machete.
Y van sin el consejo de las diosas, a perderse.
V
Hay siluetas misteriosas que se ocultan
bajo la sombra ágata de las noches.
Junto al río,
los amantes cultivan el estruendo del agua
que va, que fluye y no regresa;
el deseo de los cuerpos es más grande
que el sonido voluptuoso del recuerdo.
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VI
Hay canciones de abandono que suenan en la radio.
Las mujeres se quedaron a tejer esperanzas junto al fuego,
a cuidar el corazón de la casa en sus recuerdos,
relatando a sus hijos los caminos de la odisea nueva.
Sabían que en la sierra cada día son extintos los caballos;
ya no pueden llevar a Ítaca en su lomo,
porque es grande y más ancha la tarea.
VII
Hay una plaza con arbolitos y niños en el centro del pueblo
donde los pájaros no han querido hacer nido ni canciones
por temor a ser blanco de las piedras,
por temor a ser blanco del hambre y la belleza.
Hay historias de amor que no se ha escrito en esta plaza.
De seguro vendrá la primavera
y verá florecer tulipanes y rosas
cuando el pueblo levante la cosecha.
Existe la gran piedra donde niños y niñas
descubrieron el secreto de un beso
pero todo se guarda, cual furtiva alegría,
debajo del recuerdo.
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VIII
Hay un cántaro lleno de colibríes en el patio de este pueblo;
florecen bajo la lluvia, enraizados en el aire.
Son arcoíris que zumban un instante en la mirada
y desaparecen llevándose el néctar de su canto,
su ternura de niños,
su espanto de gorriones movido por la luz de los relámpagos,
por el estruendo brutal de las pedradas.
IX
Hay silencios no descifrados por el río.
Hubo hombres que nunca se marcharon;
se quedaron a dormir en el principio del camino,
se quedaron abrazando en su mirada,
la flor blanca del cafeto,
la futura cosecha de las rojizas uvas.
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X
Hay burbujas de espuma
que el río deja en la raíz de los amates.
Los que encuentren el camino hacia este pueblo,
oirán el silencio si levantan una piedra.
Hay veredas donde el tiempo guarda los misterios;
los murmullos trashumantes de la vida.
XI
Hay ladridos lejanos en el hocico de los perros,
cazadores furtivos de la muerte.
Dueños de muchas calles, hay borrachos
que van contando su odisea de caminos.
Hay heridas que en la vida no se curan
y se hacen cada día más eternas,
son las huellas de la ausencia y del olvido;
la señal de que Ítaca está viva en su recuerdo.
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XII
Hay un canto de polillas en los pájaros
que carpinteros hacen con su pico un nido.
Hay un canto de palabras y olvidadas promesas
de los que se marcharon.
Las polillas son como los niños al nacer, indefensas y tiernas,
se alimentan de la leche en polvo de las vigas
que sostienen el peso de la casa.
En última instancia, la madera apolillada sirve
para avivar el fuego y perpetuar en la llama una esperanza.
XIII
Hay una campana rota que dejó su canción abierta al
viento
desde aquella mañana cuando todos se fueron.
Ya no hay frío,
quedó el calor de mayo merodeando las almas
que subían sudorosas el camino.
Quedaron los gritos del adiós,
las cristalinas lágrimas se unieron al río
como una procesión de peces invisibles.
Quedó la carretera con su grava gris invadiendo la cuenca
después del aquel incendio del roblar,
después de aquella inundación de la ciudad,
después de aquella migración
de todos los Ulises de mi pueblo.
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XIV
Hay ausencias en las calles empedradas
de los niños que se fueron de mi pueblo.
Algunos ya no regresaron.
Los atrapó una ola en el camino,
los conquistó otra Ítaca sin nombre
y se olvidaron de montar a los caballos.
XV
Hay huellas en las piedras del camino
de los que vuelven cada día a Ítaca
o de aquellos que de Ítaca se van;
siempre llevan en su pecho aquel relincho
y no descansarán esos caballos
hasta que bajen todos los jinetes,
a morirse de vejez o de imprudencia en los caminos.
Y se detenga el corazón, como un navío.
Y sepan que ya no hay Ítaca en sus ojos,
en esa mar llamada Muerte
y no Penélope o María.
Contenido
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Volver a Ítaca1 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
2 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22
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Palomas y gitanosAnabelí . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
Don Gregorio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40
El ciego . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
Betotonto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42
Nahual. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
El jinete . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44
Borromeo con rabia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
Los novios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46
De gitanos y migrantes. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
La primera casaA las escondidillas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
Señales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
Por la casa pasa un río . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
Casa rota . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54
Sombras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
En los confines. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56
Ventanas1 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
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Buscando casaCorazón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
Casa en renta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74
Casa arrendada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
Casa en renta 2 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 76
Casa en renta 3 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
Casa en renta 4 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78
Casa en renta 5 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
Casa en renta amueblada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80
La perla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81
Creación. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82
La odisea nuevaI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85
II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 86
III. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
IV. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 88
V . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
VI. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90
VII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91
VIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92
IX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
X . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 94
XI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
XII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 96
XIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
XIV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 98
XV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
La edición estuvo a cargo
de la Dirección de Publicaciones del CONECULTA-Chiapas
Corrección de estilo / Liliana Velásquez
Diseño y formación electrónica / Mónica Trujillo Ley
Volver a Ítaca
se terminó de imprimir en abril de 2014 en Talleres Gráficos
de Chiapas, en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez.
Los interiores se tiraron sobre papel cultural de 90 kg
y la portada sobre cartulina couché de 169 kg. En su
composición tipografica se utilizó la familia Nofret.
Se imprimieron mil ejemplares.
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