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Se supone que estoy aquí para decir las palabras típicas de una bienvenida, sin embargo, ello
conllevaría aburrir a la mayoría y dar pie a que algunos tuvieran comportamientos dignos de
reportarse en prefectura. Y aunque podría también, pararme frente a ustedes para darles la
razón a mis contemporáneos, diciendo que lo mejor sería que los adultos nos dejaran
comportar como queremos, no es lo correcto.
Y no porque no pueda hacerlo frente a las autoridades de la escuela, sino porque reclamar tal
libertad no es adecuado. Digo, ¿qué queremos exactamente? ¿Qué se nos “comprenda”?
Compañeros, pedir que los mayores nos “comprendan”, como solemos decir, es como pedir
ser inmortales; ingenuo e imposible.
La curiosidad propia de nuestra edad nos lleva una y otra vez a querer probar la adrenalina, el
peligro, el acaramelado sabor de meternos en problemas fuertes sólo para saber ‘que se
siente’, hacemos miles de tonterías a diario refugiándonos en la certeza de que Papá y Mamá
no permitirán que a su “pequeño” se le haga daño.
Y aunque pueda resultar divertido en un principio, lo cierto es que es una actitud realmente
cobarde aventar piedras y esconder la cara. Dicho en otras palabras, resulta muy cobarde
consumir drogas o tener sexo y no querer pagar las consecuencias. No digo esto por darles la
razón a los maestros que a diario nos repiten el tema exhaustivamente con las mejores
intenciones, lo digo porque es hora de empezar a ver sus palabras como algo real y no como
un gasto innecesario de saliva.
Compañeros, les doy la bienvenida. Les doy la bienvenida, pero no a este plantel. Les doy la
bienvenida a la etapa del ‘o maduras, o te quedas’. O abrimos los ojos de una vez para darnos
cuenta de que lo que se hace es por bien nuestro y de los que vengan, o nos quedamos atrás
para hacer de nuestra vida una porquería. Porque la realidad es que nadie vendrá a darnos
trabajo en el futuro ni a darnos de comer en la boca. Porque de lo que hagamos hoy
dependerá el tipo de cama en la que durmamos o el tipo de comida que llene nuestras bocas
mañana. Porque ni el Director de esta escuela, ni el personal docente vivirán el futuro que
nosotros viviremos, ellos no tienen responsabilidad alguna sobre la vida que nosotros
escojamos vivir.
Y aunque se sientan pequeños, despreocupados y aún dependientes de lo que sus padres les
den, en un par de años –o de meses, para quienes cursamos quinto semestre-, estarán,
llorando quizás, por lo que pudieron y decidieron no hacer; por las cosas que dejaron ir como
agua entre los dedos; por la vida que tendrían de tan sólo haber puesto un poquito de interés
en el estudio. O, para no ir tan lejos, del lugar agradable que tendríamos como escuela si tan
sólo un día despertáramos todos con las ganas suficientes de dejar de lado las diferencias y
unirnos, para hacer de este plantel el mejor lugar para albergar la etapa más bonita y corta de
nuestras vidas, la adolescencia.
Por último, el mejor empleo en el que puedan visualizarse, es creo, aquel en el que les paguen
por hacer lo que les gusta, lo que les llene como personas y los haga sentir felices. No pretendo
que me escuchen, ni que hagan caso a mis palabras, después de todo, quizás empiezo a pensar
como adulto porque dentro de poco tendré que ver por mí misma, como los otros que ya nos
estamos despidiendo de la prepa, de los amigos y de depender de Mami y Papi.
Lo cierto es, que deberíamos comenzar a prepararnos para lo que viene. Porque en definitiva
no será fácil, y porque de entre los que asistimos a esta preparatoria a estudiar, ni siquiera la
mitad habrá triunfado. Empezarnos a preocupar por ocupar un lugar digno el día de mañana.
Empezarte a ocupar y preocupar, tú, alumno de bachillerato; porque la única persona con la
que habrás de compartir el resto de tu vida, es contigo mismo.
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