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Agustín Fernández Paz nació en 1947 en Galicia y ha sido profesor de Lengua y
Literatura en el Instituto O Rosais de Vigo hasta el 2008, año en que se prejubiló. Su
ejercicio como escritor en lengua gallega denota su preocupación por la normalización
de su lengua materna así como su compromiso con está. Dicho compromiso va más allá
de estas cuestiones y deriva en otras más centradas en la Educación (ciencia en la que es
licenciado) o en la simple y sana intención de formar buenos ciudadanos, labor que, en
calidad de miembro, realiza a través de la participación en la Fundación Germán
Sánchez Ruipérez.
Entre 1988 y 1990, fue miembro del Gabinete de Estudios para la Reforma
Educativa y miembro de la Consejería de Educación y Ordenación Universitaria, donde
formó parte del equipo de lengua que preparó los diseños curriculares para las etapas de
Primaria y Secundaria. De 1990 a 1995, trabajó como Coordinador Docente del
Gallego. Ha desarrollado su labor didáctica a través, entre otras cosas, de la confección
de numerosos materiales como la serie Nobelos de papel.
En lo referente a su labor literaria, ha escrito unas 23 novelas, en lengua gallega,
dirigidas a lectores infantiles y juveniles, que luego han sido traducidas al resto de
lenguas del Estado español y al portugués. Ha recibido algunos de los premios más
importantes en el ámbito gallego y español: Merlín, Lazarillo, Edebé Juvenil, Rañolas,
Raíña Lupa, Barco de Vapor, Protagonista Jove, Edebé Infantil. Entre los títulos
publicados, destacan Cartas de inverno, Amor dos quince anos, Un tren cargado de
misterios, No corazón do bosque, Corredores de sombra, Contos por palabras,
Rapazas, Trece anos de Branca y El rayo veloz. Los temas recreados en las novelas
citadas, así como en el resto de sus obras, muestran un alto grado de compromiso social
que él entiende necesario dado el tipo de lector al que van dirigidas.
La labor escritora de Fernández Paz comenzó a los 42 años, edad que él juzga
tardía para comenzar a desarrollar este tipo de literatura. Se justifica apelando a sus
muchas ocupaciones y a que en su tiempo libre ha sido un “devorador” de libros. Como
escritor de LIJ, da gran importancia al cuidado del estilo y a no caer en los manidos
temas desarrollados por un gran número de escritores que escriben bajo la plantilla de
las editoriales. Se encuentra cómodo escribiendo novelas de misterio en las que
introduce notas de humor. Ahora bien, no considera que se deba escribir una literatura
únicamente dirigida a los jóvenes sino, más bien, otra que puedan leer los más jóvenes
pero con la que pueda disfrutar también un adulto.
Cartas de invierno, obra que nos ocupa, se encuentra en la línea de las novelas
de misterio y de terror a las que se ha hecho referencia. La tradición en la debería
insertarse no es española, ni siquiera europea, sino más bien americana, en línea con los
relatos de terror de H. P. Lovecraft; es más, uno de los narradores y protagonistas,
Xavier, se declara lector de este escritor nada más comenzar la novela. En este sentido,
debemos apreciar la honradez del autor que sigue los pasos de relatos como El árbol,
donde un personaje relata una serie de extraños y terribles sucesos sabiendo que es muy
difícil que el común de los mortales le de crédito. Este tipo de justificación ante la
inverosimilitud de lo que se va a narrar es uno de los elementos característicos de los
relatos de Lovecraft utilizados con el fin de generar misterio; la sugerencia de que algo
terrible va a suceder y de que ese algo tiene dimensiones sobrenaturales es otra de ellas.
Si hiciéramos un recorrido por los diferentes mecanismos que la literatura ha
puesto en marcha para la génesis del terror, nos encontraríamos con tres momentos
destacables, a saber: la generación, primero, del terror a través de fantasmas, castillos
encantados, apariciones, etc., donde perfectamente podríamos incluir las leyendas de
Gustavo Adolfo Bécquer; segundo, la génesis a través de la ciencia, donde es el
monstruo quien suscita nuestro pavor, lugar que ocuparían autores como Mary Shelley o
a Robert Louis Stevenson; tercero, la creación del terror a través de la mitología y la
magia, modelo que inaugura Lovecraft siguiendo los pasos de Lord Dunsany, donde la
existencia de un mundo paralelo que acecha provoca nuestra inquietud y desemboca en
nuestro horror.
Sin abundar más en el tema, Fernández Paz toma esta tercera vía. No da
demasiados datos de qué tipo de seres acechan en lo que podría ser una cripta, elemento
harto repetido en este tipo de historias, o una cueva a la cual se accede a través de una
casa maldita –recordemos relatos como Dagon-; estos seres, al igual que en la mítica de
Cthulhu, tan sólo se insinúan, son sólo sombras de un mundo perdido y olvidado; por
último, Fernández Paz da una pincelada propia al insinuar un origen celta para estos
seres.
El objeto maldito también está presente en Cartas de invierno; aquí es un libro
que muy bien puede recordarnos al tan llevado y traído Necronomicón. Mencionamos a
parte este elemento por el acertadísimo uso que de éste hace el autor, a saber, es nuestra
opinión que son dos y no uno los escenarios principales de esta novela. Para el lector
poco avezado en este tipo de lecturas, toda la trama se desarrollará en la casa pero es
nuestro parecer que la trama se desarrolla en el interior del libro, lugar al que se accede
una vez que la chica, que supuestamente se encuentra encerrada dentro de éste, te mira.
Son varios los motivos que darían peso a esta teoría (el que Xavier encuentre la casa tal
y como la dejaron los pintores, el que Teresa no encuentre ningún acceso a la cripta,
etc.) que convertiría a Bieito en todo un Caronte con acceso a los dos mundos. No
pretendemos, empero, asentar esta interpretación que es una de las muchas que se
podrían aducir pero sí intentamos poner de manifiesto que Cartas de invierto es una
novela con un espesor imaginario notable.
Por otro lado, la novela utiliza la técnica lovecraftniana de generar terror a base
de la acumulación de momentos inquietantes aunque no manifiestamente aterradores,
donde se busca más un tipo de terror psicológico que nos lleva a estar inquietos sin que
realmente suceda nada. Sin embargo, al acudir a elementos de gran efectismo más
propios del cine que de la novela (como el suceso del teléfono y el fax) es donde, en
nuestra opinión, Fernández Paz falla. Con todo, el resultado es óptimo y no deja de ser
una novela de sugerencias en la que, realmente, sólo una vez se apunta al hecho de que
la mujer de la pintura pueda ser “la mala de la película” -no queremos dejar de señalar,
en este punto, que esta mujer es descubierta por otra mujer, lo cual nos remite a un
proteccionismo mal entendido por parte de los personajes varones de la novela que les
impide darse cuenta de lo que ocurre realmente-.
La trama desarrollada no presenta gran complejidad: Adrián, un famoso pintor,
decide volver a Galicia para encontrarse con las raíces ancestrales del arte. Compra una
casa, para este fin, que según el anuncio donde se oferta está encantada. Xavier,
reputado escritor y amigo de la niñez de Adrián, se encuentra ausente durante los
primeros meses de estadía del pintor en la casa, período en el cual Xavier desaparece.
Las cartas que el artista ha escrito a Adrián a lo largo del invierno le ponen en
antecedentes de todo lo sucedido: un volumen de láminas encontrado en un desván
muestra una escena, que constantemente va cambiando, donde una chica pide auxilio al
pintor. Adrián, obligado por la amistad y el amor que siente hacia su amigo, no duda en
acudir a un rescate que sabe infructuoso y que le acarreará la muerte. Al igual que su
amigo, el escritor desaparece. Teresa, última destinataria de toda la correspondencia
habida entre los dos amigos, de los cuales Xavier es su hermano y Adrián un antiguo y
frustrado amor, tras leer las cartas, concurre al lugar de los hechos junto a un comisario
amigo de su hermano; al llegar, sólo encuentra el lugar arrasado por las llamas y ningún
rastro de la cripta donde se supone que han desaparecido sus seres queridos. Finalmente,
Teresa encuentra, inexplicablemente, el volumen de láminas entre las ruinas de un
antiguo poblado celta; comprende al mirar la lámina, perdición de su hermano y su
amigo, cuál es el origen del mal y destruye el libro maldito.
Desde el punto de vista de la estructura, esta novela desarrolla una trama que
muestra cierta complejidad: cada narrador se encuentra en un presente que no es, en
ninguna manera, el de los otros narradores. Utiliza además un recurso que le permite
separar y unir dos momentos diferentes con el fin de que los personajes tomen sus
propias decisiones sin que haya intercesión de los otros que se verán, sin embargo,
irremediablemente involucrados por dichas decisiones -me refiero, por supuesto, a la
estancia de Xavier en Canadá-. Este tipo de estructura recuerda a la desarrollada por
Bram Stoker en Drácula.
Destaca, por último, en lo referente al estilo las descripciones intimistas, la
puesta en escena de varias voces que poseen sus propias características psicológicas y
un uso cuidado y acertado del léxico. Sin duda, esta obra merece estar dentro del canon
de LIJ ya que, por un lado, nos permite trabajar con nuestros alumnos tanto la
complejidad de algunas estructuras narrativas como la diferenciación entre autor,
narrador, personaje, por otro, este tipo de lecturas que muestran destreza léxica y
descriptiva redundan en el enriquecimiento académico de nuestros alumnos y en su
formación como lectores.
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