Lápiz y Ratoncito

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Había una vez un lápiz en la meza de Vova. 

Un día, cuando el chico dormía, un ratoncito subió a la mesa. 

Él vio el lápiz, lo tomó y lo llevó a su ratonera.

– ¡Déjame, por favor! – suplicó el lápiz. – Soy de madera. No me puedes comer.  – Te voy a roer. Me pican los dientes. Por eso siempre necesito roer algo. Entonces el Ratoncito mordió fuerte al lápiz.

– Por favor, déjame dibujar algo por última vez. Y después haz lo que quieras conmigo. 

– ¡Vale! 

Suspiró dolorosamente el lápiz y dibujó un círculo.  – ¿Es queso? – le preguntó el ratoncito.

Podría ser queso, - le contestó el lápiz y dibujó tres pequeños círculos más.  – Pero claro, es queso con agujeros.

– Podrían ser agujeros, consintió el lápiz y dibujó otro gran círculo más. 

– ¡Es una manzana! – gritó el ratoncito. 

– Podría ser una manzana. Y dibujó algunos círculos ovalados. 

– ¡Yo sé, son salchichas! – gritó el ratoncito relamiéndose los labios. – ¡Termina, por fin! Me pican terriblemente los dientes.

– Espera un momento, - le dijo el lápiz. 

Y cuando él empezó a dibujar estos rincones.... ..... el ratoncito gritó: 

– Eso parece a un ga.... ¡No dibujes más! 

Pero el lápiz ya dibujó un gran bigote. – ¡Es un gato de verdad! – chilló el ratoncito asustado. ¡Socorro! Y se fue a su ratonera. 

Desde entonces el ratoncito no apareció nunca más. Y el lápiz siguió viviendo en la mesa de Vova, pero ya se hizo pequeño.