Instrumento de tu Paz

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Francisco, como otro Cristo, fue un hombre de oración. Oraba mucho desde su conversión.Y para orar buscaba también la soledad y el desierto, pues allí el alma se conoce mejor

y se orienta a Dios más fácilmente.

La oración es una necesidad del alma.Los evangelistas afirman que Jesús dedicaba mucho tiempo a la oración, retirándose a lugares solitarios.

Sin la oración seríamos como la higuera estéril; con la oración, en cambio, tendremos eficacia en nuestras obras y nuestras alforjas se cargarán de frutos.

La oración es un deber importante. Se funda en la comunión de vida y de amor con Cristo.

Ningún estudio, oficio, trabajo o empresa debe dispensar de la oración. Toda actividad debe subordinarse al espíritu de oración, es decir, a la unión con Dios.

Para él la oración está antes que el apostolado, y la contemplación antes que la acción. A los que tienen que cumplir en el pueblo de Dios alguna misión,

les recomienda la oración como medio principalísimo.

Nada pide para sí: no anhela riquezas, ni le atraen los honores, ni busca los placeres. Tampoco necesita la ciencia puramente humana. Su espíritu, sobrenaturalizado por la fe,

respira en la esperanza, y su corazón, henchido de amor, late satisfecho. ¡Dios es todo para él!

Uno de los lugares predilectos del Santo de Asís fue el monte Albernia. Allí su oración era más fluida y tierna. Sobre la roca más empinada, bajo un cielo salpicado de nubes, contemplemos a Francisco que,

puestos los brazos en cruz, eleva su oración ferviente.

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz;donde hay odio, ponga yo amor;

donde hay ofensa, perdón;donde hay discordia, unión;

donde hay error, verdad;donde hay dudas, fe;

donde hay desesperación, esperanza;donde hay tinieblas, luz;

donde hay tristeza, alegría.

Oh Maestro, no busque yo tanto,ser consolado, como consolar;

ser comprendido, como comprender;ser amado, como amar.

Porque,dando, se recibe;

olvidándose, se encuentra;perdonando, se alcanza el perdón;

muriendo, se resucita a la vida eterna.

Amén.

El santo, el poeta, el “heraldo del Gran rey”, ardiendo en celos de paz, cae de rodillas y recoge en una oración las lágrimas de sus cuencos y el amor rebosante de su alma:

Quienes todavía creemos tener un concepto exacto del bien y del mal anhelamos ardientemente un mundo mejor; deseamos que se sequen para siempre las fuentes de la iniquidad;

que los hombres vivan en paz y que haya paz en el corazón de los hombres; que se respeten la ley y las enseñanzas de Cristo; que brille el orden, el progreso material y espiritual,

la armonía entre las naciones, la justicia y la caridad sobre la tierra.

No puede ser de otra manera. Sólo Cristo es el fundamento de todas las cosas. Sólo Cristo es la Verdad, el Camino y la Vida. Y el espíritu franciscano es auténtico espíritu cristiano.

El gran Pontífice del siglo XX, el Papa Pío XII, de feliz memoria, nos lo indica: “El espíritu franciscano -ha dicho- renovará y dará la paz al mundo”.

Los apóstoles y discípulos comprendieron la lección del Divino Maestro: “El mismo Señor de la paz -decían- les conceda paz siempre y en todas partes.

La paz de Cristo reine en sus corazones.”

Cristo fue el gran restaurador de la paz. Desde el pesebre hasta la Cruz trabajó por ella reconciliando a los hombres con Dios por la expiación y la gracia, y uniendo a los hombres entre sí

por los lazos de la caridad fraterna.

Donde hay orden, donde las cosas están dispuestas de acuerdo con un fin, y las personas ocupan su lugar y hacen lo que deben, allí hay paz; si se produce el desorden,

surge inmediatamente la intranquilidad, la desavenencia o la guerra.

Según la clásica definición agustiniana la paz es la tranquilidad del orden.

Desaparece cuando la voluntad del hombre, contra el dictamen de la razón, se desvía de Dios, de su voluntad santísima, y va en busca del bien sensible, pequeño, que le ofrecen las criaturas.

La paz interior consiste en la orientación, tranquila y estable, de todas nuestras tendencias y apetitos a Dios, Creador y Supremo Ordenador de cuanto existe. Depende de nosotros y de la gracia de Dios.

Supone la tranquilidad de conciencia y el dominio completo de las pasiones.

La mala conciencia quita la felicidad y la paz. “No hay paz para el impío” advierte la Sagrada Escritura.

“Su corazón es como un mar en borrasca.”

Hay una paz verdadera y otra falsa. La paz verdadera es la orientación al bien verdadero. Lo malo, aunque parezca bueno, nunca podrá aquietar plenamente el apetito.

La búsqueda desordenada de riquezas, honores y placeres no da la paz, ni puede darla.

-El que se abandona a la voluntad de Dios -respondió el rey sabio- y recibe de su mano con igualdad de ánimo las cosas prósperas y las adversas.

Cierta vez le preguntaron a Alfonso el Grande, rey de Aragón, quién era el hombre más feliz del mundo.

Gran significación tiene el hecho de que Jesús despidiera a los pecadores arrepentidos diciéndoles: “Vete en paz, tus pecados te son perdonados.”

No hay peor enemigo de la paz que el pecado.

Por el contrario quien obra siempre de acuerdo con los dictámenes de su propia conciencia no será esclavo de la opinión ajena y, amigo de Dios, gozará de verdadera paz aun en medio de sufrimientos.

Los de mala conciencia huyen de la soledad y del silencio porque temen hallarse a solas consigo mismos. Buscan aturdirse en viajes, tertulias, espectáculos, drogas. ¡Todo en vano!

Hoy los hombres están debilitados espiritualmente por las comodidades que brinda la técnica o porque viven tan ocupados en los intereses materiales que no tienen tiempo para alimentar el alma.

Por eso la paz se aleja cada vez más de los corazones.

“Consiste -afirma Casiodoro- en practicar las virtudes y luchar contra los vicios.”La paz exige una guerra constante. Para mantenerla se requiere fortaleza y valor.

Evita en cuanto puedas disgustos y molestias al prójimo, y brinda con actitud de servicio favores y alegrías. Ten paciencia ante los defectos ajenos y recuerda la expresión de los Proverbios:

“Una respuesta blanda calma la ira; una palabra áspera enciende la cólera.”

El espíritu franciscano quiere, además, que tú seas instrumento de paz. la paz del alma deberás mantenerte en paz con tus semejantes. Para ello, sea tu trato amable y dulce, tu proceder recto y justo para con todos.

Quien de esta manera trabaja por ser instrumento de paz, será dueño del corazón de los hombres, pues los habrá conquistado con su amabilidad. Y será dueño también de la tierra de los vivientes, es decir,

del cielo, donde tendrá la felicidad eterna. Esto significan las palabras del Señor: “Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra.”

Como a nadie le agrada ser engañado, evita la mentira. No seas quisquilloso ni porfiado. Perdona las injurias. Aleja de tu corazón la envidia, los celos, la ira, el orgullo y la maledicencia.

“Concédeme, benignísimo Jesús, tu gracia. Dame que desee y quiera siempre lo que te es más acepto y agradable a ti.

Tu voluntad sea la mía, y mi voluntad siga siempre la tuya, y se conforme en todo con ella. Tenga yo un querer y no querer contigo, y no pueda querer ni no querer sino lo que tú quieres y no

quieres.”

Fray Alejandro F. Díaz, OFM

Y si me pidieran una oración para el mismo fin, no tendría otra mejor que la de Tomás de Kempis:

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