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Enseñanzas del Papa Francisco No. 200
El 14 de septiembre dijo en su catequesis: Durante este Jubileo hemos reflexionado muchas
veces sobre el hecho que Jesús se expresa con una ternura única, signo de la presencia
y de la bondad de Dios.
Hoy, nos detenemos en un pasaje conmovedor del Evangelio
(Cfr. Mt 11,28-30), en el cual Jesús dice: «Vengan a mí todos los que están afligidos y
agobiados, y yo los aliviaré. […] Aprendan de mí, porque soy
paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio» (vv. 28-
29).
La invitación del Señor es sorprendente: llama a seguirlo a personas sencillas y oprimidas por
una vida difícil, llama a seguirlo a personas que tienen muchas
necesidades y les promete que en Él encontraran descanso y alivio.
La invitación es dirigida en forma imperativa: «vengan a mí»,
«tomen mi yugo», y «aprendan de mí». ¡Tal vez los líderes del mundo pudieran decir esto! Tratemos de coger el
significado de estas expresiones.
El primer imperativo es «Vengan a mí». Dirigiéndose a aquellos que
están cansados y oprimidos, Jesús se presenta como el Siervo del Señor descrito en el libro del profeta Isaías. Y así
dice, el pasaje de Isaías: «El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para
que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento» (50,4).
A estos desconsolados de la vida, el Evangelio muchas veces une también a los pobres (Cfr. Mt 11,5) y los
pequeños (Cfr. Mt 18,6). Se trata de cuantos no pueden contar sobre sus propios
medios, ni sobre amistades importantes. Ellos sólo pueden confiar
en Dios. Conscientes de la propia humilde y mísera condición, saben que dependen
de la misericordia del Señor, esperan de Él la única ayuda posible.
En la invitación de Jesús encuentran finalmente respuesta a sus expectativas: convirtiéndose en sus discípulos
reciben la promesa de encontrar consolación para toda la vida. Una promesa que al final del Evangelio es extendida a todas las naciones: «Vayan – dice Jesús a los Apóstoles – y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos» (Mt
28,19).
Acogiendo la invitación a celebrar este año de gracia del Jubileo,
en todo el mundo los peregrinos atraviesan la Puerta de la Misericordia abierta en las catedrales y en los santuarios y en tantas iglesias del mundo; en los
hospitales, en las cárceles…
¿Para qué atravesar esta Puerta de la Misericordia? Para encontrar a Jesús, para encontrar la amistad de Jesús, para
encontrar el alivio que solo da Jesús.
Este camino expresa la conversión de todo discípulo que se pone en el seguimiento de Jesús.
Y la conversión consiste siempre en descubrir la misericordia del Señor. Y esta misericordia es
infinita e inagotable: es grande la misericordia del Señor.
Atravesando la Puerta Santa, pues, profesamos «que el amor está presente en el mundo y que este amor es
más fuerte que toda clase de mal, en que el hombre, la humanidad, el mundo están metidos». (Juan Pablo II, Enc. Dives in
misericordia, 7).
El segundo imperativo dice: «Tomen mi yugo». En el contexto de la Alianza, la tradición bíblica utiliza la
imagen del yugo para indicar el estrecho vínculo que une el pueblo a Dios y,
de consecuencia, la obediencia a su voluntad expresada en la Ley.
En polémica con los escribas y doctores de la Ley, Jesús pone sobre sus
discípulos su yugo, en el cual la Ley encuentra
su pleno cumplimiento. Les quiere enseñar a ellos
que descubrimos la voluntad de Dios mediante su persona:
mediante Jesús, no mediante leyes y
prescripciones frías que el mismo Jesús
condena.
Podemos leer el capítulo 23 de Mateo, ¿no?. Él está al centro de su relación con
Dios, está en el corazón de las relaciones entre los
discípulos y se pone como fulcro de la vida de cada uno. Recibiendo el “yugo de
Jesús” todo discípulo entra así en comunión con Él y es hecho
participe del misterio de su cruz
y de su destino de salvación.
Sigue el tercer imperativo: «Aprendan de mí». A sus discípulos Jesús presenta un camino de conocimiento y de imitación. Jesús no es un maestro que con severidad
impone a otros cargas que Él no lleva: esta era la acusa que Él hacía a los doctores de la
ley.
Él se dirige a los humildes, a los pequeños, a los pobres, a los necesitados porque Él mismo se ha hecho pequeño y
humilde. Comprende a los pobres y a los sufrientes porque Él mismo
es pobre y experimento los dolores. Para salvar a la humanidad Jesús no ha recorrido un camino fácil; al contrario, su
camino ha sido doloroso y difícil.
Come lo recuerda la Carta a los Filipenses:
«Se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte
de cruz» (2,8). El yugo que los pobres y los oprimidos llevan es el mismo
yugo que Él ha llevado antes de ellos:
por esto es un yugo ligero. Él se ha cargado sobre sus
espaldas los dolores y los pecados de la entera humanidad.
Para el discípulo, por lo tanto, recibir el yugo de Jesús significa recibir su revelación y acogerla: en Él la misericordia de
Dios se ha hecho cargo de la
pobreza de los hombres,
donando así a todos la posibilidad de la salvación.
Pero, ¿por qué Jesús es capaz de
decir estas cosas?
Porque Él se ha hecho todo en todos, cercano a todos, a los pobres.
Era un pastor que estaba entre la gente, entre los pobres. Trabajaba todo el día con ellos. Jesús no era un príncipe.
Es feo para la Iglesia cuando los pastores se convierten en príncipes,
alejados de la gente, alejados de los más pobres: este no es el espíritu de Jesús.
A estos pastores Jesús los amonestaba, y sobre estos pastores Jesús decía a la gente:
“pero, hagan aquello que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen”.
Queridos hermanos y hermanas, también para nosotros existen momentos de cansancio y de desilusión. Entonces
recordémonos estas palabras del Señor, que nos dan mucha consolación y nos hacen entender
si estamos poniendo nuestras fuerzas al servicio del bien.
De hecho, a veces nuestro cansancio es causado por haber
puesto la confianza en cosas que no son esenciales, porque nos hemos alejado de lo que vale realmente en
la vida.
El Señor nos enseña a no tener miedo de seguirlo, porque la esperanza que ponemos en Él no será
defraudada. Estamos llamados a
aprender de Él que cosa significa vivir de
misericordia para ser instrumentos de
misericordia. Vivir de misericordia para
ser instrumentos de misericordia:
vivir de misericordia, es sentirse necesitados de la misericordia de Jesús,
aprendamos a ser misericordiosos con
los demás.
Tener fija la mirada en el Hijo de Dios nos hace entender
cuanto camino todavía debemos recorrer;
pero al mismo tiempo nos infunde la alegría de saber
que estamos caminando con Él
y no estamos jamás solos. ¡Entonces, animo!
No nos dejemos quitar la alegría
de ser discípulos del Señor.
“Pero, padre, yo soy pecador, soy pecadora, ¿Cómo puedo hacer?
Déjate mirar por el Señor, abre tu corazón, siente sobre ti su mirada,
su misericordia, y tu corazón estará lleno de alegría, de la alegría del perdón, si tú te acercas a pedir el perdón”. No
nos dejemos robar la esperanza de vivir esta vida junto a Él y con la fuerza de su
consolación. Gracias.
El 18 de septiembre al presidir el Ángelus dijo: “El recorrido de la vida lleva una elección entre 2 caminos:
entre honestidad y deshonestidad, entre fidelidad e infidelidad,
entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal. No se puede oscilar entre uno y otro,
porque se mueven en lógicas distintas y que contrastan”.
“Es importante decidir qué dirección tomar y después, una vez elegida la justa, caminar con entusiasmo y
determinación, confiando en la gracia del Señor y en la ayuda de su
Espíritu”.
El Evangelio del día invita a reflexionar sobre 2 aspectos contrapuestos.
“el mundano y el del Evangelio” mediante la parábola del administrador infiel y corrupto.
“Este administrador no es presentado como un modelo a seguir,
sino como ejemplo de astucia. Este hombre es acusado de una gestión mala de los negocios de su jefe y antes de ser
alejado, busca de manera astuta de ganarse el favor de los
prestatarios, condonando su parte de la deuda para asegurarse un
futuro”.
“Ante tan astucia mundana nosotros estamos llamados a responder
con astucia cristiana, que es don del Espíritu Santo”. “Se trata de alejarse del espíritu y de los valores del
mundo, que tanto gustan al demonio, para vivir según el
Evangelio”.
“La mundanidad se manifiesta en actitudes de corrupción, de engaño,
de opresión, y constituye el camino más equivocado, el camino del pecado, aunque sea el más cómodo de
recorrer”.
“Por el contrario, el espíritu del Evangelio requiere un estilo de vida serio e constante, con el sello de la
honestidad, la corrección, el respeto por los otros y su dignidad, el
sentido del deber. ¡Esta es la astucia cristiana!”.
“Jesús hoy nos exhorta a hacer una elección clara entre Él y el espíritu del mundo, entre la lógica de la corrupción
y de la ambición y la de la rectitud y el espíritu de compartir”.
“Alguno se comporta con la corrupción como con las drogas:
piensa poderla usar y dejarla de usar cuando quiera” pero “también la corrupción produce adicción, y genera pobreza,
explotación, sufrimiento”.
Sin embargo, “cuando buscamos seguir la lógica evangélica de la integridad, de la claridad en las intenciones y en los comportamientos, de la fraternidad, nos convertimos en
artesanos de justicia y abrimos horizontes de esperanza para la humanidad. En la gratuidad y en la donación de nosotros mismos
a los hermanos servimos al jefe justo: Dios”.
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Y que permanezcamos unidos en el amor a Jesús.
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