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Festividad de los Fieles Difuntos
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Fieles Difuntos
2 de noviembre – ciclo A
Que no tiemble vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En casa de mi padre hay muchas estancias, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que adonde estoy yo estéis también vosotros.
Juan 14, 1-6.
La festividad de los Fieles Difuntos nos invita a rezar por los seres queridos que nos han precedido. Es una
continuación de la fiesta de Todos los Santos, los que ya disfrutan del abrazo eterno de Dios y han entrado
en la intimidad más genuina con él, en su mismo corazón.
Tras la muerte, los difuntos transitan por un camino hacia la luz, que los conducirá hasta Dios.
Se hallan en ese paso intermedio, en el que poco a poco se van adaptando a la luz potentísima de Dios, fuego ardiente de amor. Nuestras misas y oraciones los acompañan en este proceso.
La muerte es una situación vital que a todos, creyentes y no creyentes, nos interpela profundamente. Ante ella nos sentimos desconcertados e inseguros. Nos inquieta el dejar de existir. Nos asalta la cuestión
fundamental: ¿qué sentido tiene nuestra existencia mortal?
¿Qué hay detrás de la muerte, ese fino velo que separa la vida terrena del más allá? Ante este misterio, nos sentimos sobrecogidos e indefensos. Ni siquiera la ciencia puede aportar respuestas definitivas ante
ella. Pero los cristianos encontramos una respuesta…
Los cristianos encontramos la respuesta en Jesús: en la resurrección del cuerpo y del alma.
Para nosotros, la muerte es un paso necesario para un encuentro en el más allá, el abrazo de Dios
con su criatura. Porque Dios nos ama tanto que nos ha regalado una vida eterna para disfrutar
de su presencia sin fin.
No debería preocuparnos tanto la muerte, porque ya sabemos el final que nos regala Dios. Lo que ha de
preocuparnos es cómo vivir la vida. No hay que temer la muerte, sino vivir una vida equivocada, al margen de los demás, hinchada de soberbia y vacía por dentro, sin
sentido, apagada y sin amor.
Hemos de temer lo que nos engaña y nos hace
infelices, lo que provoca una vida llena de
enfrentamientos y conflictos de convivencia.
Con la perspectiva de la eternidad, nuestras
relaciones cambiarían radicalmente. Nuestra vida puede volverse mucho más
serena y fructífera. Tenemos un tiempo
limitado para hacer el bien, sin temor y sin dudar.
La victoria de Cristo es la gran respuesta al
interrogante sobre la muerte. Cristo quiere
salvarnos a todos: nos quiere dar a todos vida
eterna: «He venido para que tengáis vida, y vida en
abundancia». El camino más seguro para afrontar la muerte en paz es pasar
la vida haciendo el bien, entregándonos por amor a
los demás.
El deseo de Jesús es que no seamos cobardes: tengamos fe en él y en Dios Padre, porque en casa de su Padre hay
muchas moradas, y él nos hará un lugar. Solo es necesario nuestro sí para preparar el encuentro
definitivo, el abrazo eterno con Dios.
Jesús nos prepara una estancia: ya ocupamos un lugar en su corazón. San Pablo añade que la resurrección del
cuerpo de Cristo es promesa de la resurrección de nuestro cuerpo mortal. Esta es la dicha del cristiano:
viviremos para siempre en el gozo del Padre.
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