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Parábola del Hijo Pródigo
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La parábola del hijo pródigo podría llamarse más propiamente la parábola del Padre misericordioso dado que revela las entrañas misericordiosas de Dios.
Es quizá la más emotiva y sublime de todas las parábolas de Jesús en el evangelio.
Un fariseo, término que significa justamente “separado”, consideraba como “malditos”
a los que no conocían la Ley y por tanto no la ponían en práctica ( Jn 7,49).
Cuando los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para escucharle los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos porque procuraban observar
la pureza legal y mantenerse separados de los “impuros”, como eran los publicanos y
pecadores.
En esta parábola el hijo mayor representa a los fariseos y escribas, mientras que el hijo rebelde representa a los publicanos y pecadores.
El padre es Dios.
El Señor Jesús consciente de las críticas y murmuraciones de los fariseos y escribas,
propone la historia del “hijo pródigo” que expresa la alegría enorme que Dios experimenta
cuando un pecador se convierte y “es hallado” nuevamente.
Dejar el hogar significa ignorar la pertenencia a Dios, a su Palabra cuyos frutos son
la alegría, la paz, la solidaridad, etc. para escoger una vida de pecado que aunque al principio puede parecer tentador desemboca, en la tristeza, el vacío,
el abandono y la muerte.
El hijo menor pide su parte de la herencia para emigrar a un país lejano.Quiere independizarse, ser “libre”, vivir su vida a su manera,
sin que nadie le diga cómo tiene que vivirla.
El padre respeta su opción y obedece a sus demandas, dándole aún en vida la parte de la herencia que le corresponde y dejándolo
partir.
Las entraña misma del concepto de pecado supone siempre un alejamiento de Dios,
un distanciamiento y una ruptura de comunión y de amistad. Todo pecador es un hijo pródigo que abandona la casa del Padre.
Le va “bien” mientras le duran sus bienes, pero cuando se le acaba la herencia, todos lo abandonan y lo dejan solo.
Este hijo, en tierra extraña, derrocha toda su fortuna viviendo como un libertino.
Hasta este punto la historia que propone el Señor Jesús expone figurativamente las terribles
y tremendas consecuencias que trae al propio ser humano el pecado, el rechazo a Dios y a sus amorosos designios.
A la experiencia de abandono y soledad se añade la del hambre, que le lleva no sólo a asumir un trabajo que para los judíos era el más
degradante de todos, sino incluso a querer alimentarse de la misma comida que le daba a los cerdos.
No podía caer en una situación más baja ni deshumanizante.
El hijo está contrito y humillado. Ha comenzado la conversión. Ese es el proceso: sentir el pecado, admitirlo como propio, levantar la mirada a
Dios, confesar el delito. La desgracia acompaña al que abandona a Dios, la gracia al
que lo encuentra.
El hambre y el abandono le hacen al hijo reflexionar sobre su infortunio.El hombre que se aleja de Dios y no encuentra sino desengaño, miseria y
soledad.
El perdón de Dios no alcanza al hombre, mientras éste no se vuelva a Él, mientras no se arrepienta, porque Dios no puede menos de respetar la libertad
de la criatura.
Pero este hombre no está del todo perdido. Tiene capacidad de renovarse y de revivir.
Dios no lo abandona, y sabe que puede volver si sabe humillarse. Y lo hace.
Su espíritu vuelve a cobrar esperanza: Me levantaré e iré al, padre y le diré: He pecado contra el cielo y contra ti... y se contenta con ser admitido como un
jornalero más.El camino de la conversión es algo más que reconocerse pecador:
es emprender el camino que lleva a la vida.
Las imágenes del pasado feliz se le agolpan y amontonan en la mente. La parábola nos dice, que no basta aceptar como vana la ilusión de hallar la
felicidad lejos de Dios es necesario emprender el camino hacia el Padre.
Pero un día salta de repente su corazón, adivinando, en aquella figura andrajosa que se divisa a lo lejos, la persona de su hijo.
La figura del padre es conmovedora. Sintió su marcha. Desea su vuelta. La espera todos los días. Mira al horizonte, puede que venga y no lo encuentre a
él.
Lo estrecha entre sus brazos, el gozo del padre es indescriptible, su alegría sin límites.
Corre, lo abraza, lo besa y sus lágrimas de gozo se mezclan con las amargas de su hijo.
- “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”. Son las palabras que pronuncia en su interior
el hijo pródigo cuando recapacita y se convierte; expresan su dolor y su arrepentimiento.
De ellas se servirá el hijo para hacer su confesión ante el padre.
El padre se conmueve y queda evidente que Dios no trata al pecador como merecen sus culpas
y rebeldías, lo acepta no como siervo sino como el hijo de siempre, con la misma dignidad
(traje, anillo, sandalias, fiesta).
Jesús proclama que en Él la misericordia del Padre sale al encuentro de la miseria humana,
proclamándose así el triunfo del Amor sobre el pecado y la muerte.
El perdón de Dios es absoluto, perdona y olvida totalmente; todo recomienza, todo se ve con ojos nuevos llenos de alegría.
- “Celebremos un banquete”. Toda reconciliación es un acontecimiento gozoso por eso se corona con un banquete festivo, como la Eucaristía,
un banquete de reconciliación.
Toda la parábola está llena de elementos que facilitan una catequesis del sacramento
de la Penitencia: reconocer el pecado, confiar en el perdón, camino de conversión,
confesión del pecado, comunión con el amor de Dios (la penitencia desemboca en la Eucaristía).
El hijo mayor se enfada y no quiere entrar. Su padre sale a persuadirlo: «¡Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo! Pero tenemos que
alegrarnos y hacer fiesta, porque este hermano tuyo estaba muerto, ha vuelto a la vida;
estaba perdido y ha sido encontrado».
También él, como su hermano, debe emprender el difícil camino de la conversión.
Como contraste, el hijo mayor que nunca ha dejado la casa del Padre, representa la observancia exacta pero sin corazón, la obediencia farisaica que calcula y no
ve los valores de la misericordia,no ha aprendido a amar como el Padre, por eso tampoco sabe alegrarse como él.
Sólo la experiencia del Amor de Dios transforma verdaderamente nuestras vidas para que nosotros mismos podamos ser artífices de reconciliación, artesanos de
paz. Lc 15,11-32
Quien se ha encontrado verdaderamente con Dios, no puede actuar como el hermano mayor,
como aquellos fariseos que cierran su corazón a la compasión, que sin dar lugar a la misericordia quieren el castigo para aquellos a quienes ellos juzgan como
pecadores dignos de desprecio.
Pésame Dios mío y me arrepiento de todo corazón de haberte ofendido.
Pésame por el infierno que merecíy por el cielo que perdí.
Pero mucho mas me pesa porque pecando ofendí un Dios tan bueno
y tan grande como vos.
Antes querría haber muerto que haberle ofendido,
pero propongo firmemente ayudado por tu divina gracia,
no pecar más y evitar las ocasiones próximas de
pecado.
Amén
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