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Texto: José Román Flecha Andrés
Las bienaventuranzas resultarán extrañas a una sociedad que con frecuencia vive
en la superficialidad y parece haber perdido el gusto
por las cosas de Dios y del espíritu.
Sin embargo, estas palabras de Jesús revelan a toda persona, creyente o no creyente, la más honda verdad
del ser humano.
Los valores fundamentales de una sociedad
que quiera ser humana y humanizadora.
En ellas, Jesús nos decía cómo era Dios.
Un Dios que se acerca con gusto a los pobres
y a los mansos, a los que hambrean la
justicia y a los misericordiosos.
La solemnidad de Todos los Santos es un auténtico mensaje profético de: anuncio, denuncia y renuncia.
Una persona que, con la gracia de Dios, logra descubrir la honda realidad del ser humano.
Un mundo que confunde la satisfacción con la felicidad.
Un mundo que nos ofrece como valores lo que solamente son engaños.
“Estad alegres y contentos porque vuestra
recompensa será grande en el cielo”.
Así concluye Jesús la enumeración de los
caminos de la felicidad.
Las bienaventuranzas son sin duda sobrenaturales. Eso no quiere decir que sean antinaturales.
En realidad reflejan lo “super” de la naturaleza.
En ellas está la verdadera alegría.
La esperanza del más allá nos ayuda a construir el
más acá.
Los santos que hoy celebramos han tratado de seguir a Jesucristo adoptando el código
de las bienaventuranzas,
que les llevó a alcanzar la felicidad, que al fin coincide con la fidelidad al evangelio.
Señor Jesús, hoy nos alegramos por
tantos intercesores que nos han precedido en el signo
de la fe y del amor.
En ellos vemos alentada nuestra esperanza de seguir el camino de la
verdad que lleva a la vida que no acaba.
Amén.
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