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Cenicientas

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Cenicientas

¿Qué se siente ser culto?, me pregunta cenicienta. Ella cree que nació para servir a los que saben. Que el patrón es una persona respetada y la señora una dama. Ella friega los pisos y sirve el desayuno. Está impecable. Siempre perfecta en lo servicial. Con la cabeza inclinada ante lo superior. Con el miedo a ser castigada o a equivocarse. Qué se siente?. Nada!, poder valorar tu belleza!, le digo. Para ella los libros son sagrados como una Biblia. Los mira desde lejos y les relaciona con el saber. Con la autoridad. Con los que hacen y deciden a cada instante. Con la historia de la humanidad en donde ella cenicienta nació entre los esclavos del conocimiento de otros. No tuvo la posibilidad o el privilegio. Ya desde lo étnico. Fue conquistada, obnubilada como tantos por todo ello. Los ojos de cenicienta son el futuro. En ellos nada se corroe, no hay maldad ni ambición desmedida. Solo curiosidad y trabajo. Por eso se sorprende cuando al llegar a los besos le prometo algo que es indescifrable pero que ella intuye.

Casados con Guillermina

Guillermina llegó a trabajar a la casa de los Jiménez con 20 años apenas desde Perú. Y digo apenas porque parecía tener quince años y no veinte. Hoy, 23 años mas tarde, era una adicción y una dependencia total de su vida dedicada a sus patrones en que ya ella, de más de 45, seguía siendo una niña. Valentino su patrón siempre había sido muy afectivo con ella y mucho más a medida que sus cinco hijos se fueron yendo de la casa paterna. Con el tiempo Guillermina también sería una más de los hijos de Jiménez. La virginidad de Guillermina exaltaba su afecto y su conducta infantil que se ponía a la misma altura que sus sobrinos adoptivos, los nietos de Jiménez. En la familia Jiménez ambos patrones ya mayores veían partir a sus amigos hacia una vida de recuerdos. Lo insondable de que Mabel y Valentino vieran irse o perdieran a tantos a quienes Guillermina había tratado en 23 años de servicio le hacían ver a ella al morir como un viaje sin regreso. El duelo de Mabel y Valentino tan frecuente le anticipaba que a ella le tocaría ser huérfana de ellos en un futuro. Lo que Guillermina no soportaba era que se la viese como una carga y no como necesaria en la vejez de sus patrones. Ella, hacía diez años ya, se imaginaba cuidándolos cuando la vejez de ellos fuera más acentuada. Pero en cambio ellos le insistían desde hacía tiempo en que se independizase y tomara sus decisiones de adulta. Además Guillermina tenía ganancias de su trabajo de toda la vida y recibía unas cuantas rentas. Pero Guillermina no era exactamente adulta. Ella quería ser la niña de ellos y la amiguita de sus nietos. Fuera de

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la familia Jiménez sus afectos habían sido los vigilantes de las garitas de todos los sitios donde los Jiménez habían vivido. Hombres sencillos de estilo pueblerino que suelen ocuparse de ese tipo de trabajos. Ellos le daban charla y la escuchaban. Pero quizá la vida de empleada de cierto lujo de ella en lo de los Jiménez la hacía verse como parte de ello y ella sabía que no sería la esposa mucama de los otros en una casa pobre sino de sus patrones en la opulencia. Especialmente porque ni el deseo físico ni la maternidad eran algo de su interés. No sentía nada de lo que sus amigas también empleadas pero que se iban casando y eran madres. Era, eso sí, tiástra de los niños Jiménez. El amedrentamiento que ella de niña en su Perú había sufrido era una marca que le sentenciaba a no ser mujer para los hombres sino amiga inocente sin culpas ni deberes. Golpes despiadados e intentos de aprovecharse, de parte de un padrastro siendo ella púber, eran una hostil intermitencia. Sin embargo en la familia de Mabel, mas exactamente en la sobrina de ella, Guillermina encontró también una estrecha unión de mujeres damnificadas por la vida. Es que Yolanda había vivido casi guacha, muerta su madre en su parto y negada por su padre que en su segundo matrimonio le dio hermanastras que nunca llegaron a serle importantes como familia real y menos aun su potencial madrastra que nunca quiso serlo. Guacha. La habían criado sus abuelos, padres de Mabel, y, muertos ellos ambos, Guillermina y Yolanda entretejieron sus desgracias. La tía de Yolanda, la señora Jiménez, era parte de este hecho, hermana del padre de Yolanda también fallecido. Quizá los Jiménez en algo se identificaban con Yolanda y con Guillermina: eran parte de una generación guacha crecida en el rigor y la primera generación de hijos que accedían a la universidad desde familias humildes. Un choque de poder con sus padres y de posibilidades de conocer el mundo en lo académico y en el viajar acomodándose como profesionales y en lo económico. Victorio, hijo mayor de los Jiménez, acostumbraba como artista tener mujeres humildes cerca y esto hacía en ella, la adoptada Guillermina, también notarlo. Ella valoraba esta sensibilidad de Victorio porque tanto así no se sentía discriminada en un mundo de paños fríos y clases sociales. Guillermina decía que Victorio no trabajaba como ella y lo miraba como un hermano vago del que ellos, los Jiménez, mantenían sus vicios de artista. Es que a los Jiménez ella los sentía padres adoptivos. Sí, los Jiménez. Por lo que a Victorio lo veía ella casi como un hermanastro y en ello disparaba contra él comentarios autorizados por este parentesco suyo inventado por ella y las circunstancias. Victorio a su vez se destacaba en lo que hacía y gente de prestigio se refería a él con respeto y admiración y ella, Guillermina, enfurecía de celos porque se lo notaba más que a ella entre esa ¨ humildad de ambos ¨ compartida para a partir de ello competir con él. En este contexto Guillermina se había ¨ casado ¨ con la familia Jiménez. La enfermedad que llevaba a cuestas hacia su final era quizá la consecuencia de este casamiento fallido en el que tanto se había empecinado como definitivo de su vida que definitivamente se extinguía. Al menos eso opinaba Valentino que conocía los detalles de esta batalla interna y silenciosa o dramática en las puertas de su hogar entre él y Mabel con Guillermina. Una trama de película pero sin mayor misterio que en su aspecto de novela grotesca ponía intereses y fuerzas en juego. La muerte de Guillermina llegó y afilaba comentarios y desataba en la familia Jiménez un posible duelo con la verdad. La fatalidad, lo que estaba siendo plasmado en este hecho, era un desenlace de la impotencia de Guillermina. Y cuando alguien le dijese de los vecinos ¨ la mucamita ¨, ella enojada sacaba pecho y se sentía en verdad una Jiménez. Teófilo, el médico de la familia y hermano de Victorio, sangraba por dentro. Había sido casi criado por Guillermina como hijo menor Jiménez de pequeño. Desde su saber de médico le temblaban las piernas y sentía a su otrora ser niño de 7 años que tenía que rendir el examen de salvarla. Su mujer

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Mónica y sus hijos le recordaban ante ello que ya era grande. La película de alto dramatismo y dolor parecía rodarse en Estados Unidos salvo que esto iba en serio. La desesperación avanzaba día a día junto a la conciencia de que ella se les iba. Cada uno tomaba su propio papel secundario. Alejandra, psicóloga, también hija de los Jiménez, usaba su entrenamiento para comprender fricciones, choques y desajustes de los que buscaban expresarse o entender. El señor Jiménez sentía el rigor del hecho frente al cual ya manejaba el coche fúnebre. Miriam, esposa de Pedro Jiménez uno de los hijos Jiménez, se enmarcaba en la conciencia del peso de lo que Guillermina había sido para sus hijos, nietos de los Jiménez. Pedro trataba de coordinar y consensuar acciones. Y Jacinto, uno de los cuarto hijos varones Jiménez mantenía su espíritu practico: ¨ no hay nada que hacer ¨, y su mirada era atenta desde la distancia de las cumbres de Bariloche. Paula, su mujer, buscaba en las lecturas algo de paz y paciencia. La señora Jiménez se adentraba en otro enigma de su vida. Lo cierto es que nadie supo lo que en verdad pasó. Victorio dio a Guillermina confesión charlando con ella toda una tarde y a los dos días el cielo se le abrió como un paraguas. El mismo que dos días antes la había llevado bajo la lluvia a un restaurante peruano en busca de su última cena con sus compatriotas de testigos. Apóstoles de su cultura, costumbres y maneras. Es cosa de final abierto. Caso cerrado. Mary Poppins se muestra los días de viento y lluvia allá arriba. Sobre las cabezas de los Jiménez. Sí. Casados con Guillermina. Guillermina no murió soltera. Y fue madre de los que así lo quisieron. Llorar a nuestros muertos. Los relojes se detienen. El almanaque también y la impotencia de despedirlos como si se fueran de viaje a no sabemos dónde sabiendo que no van a volver. Un pañuelo rojo de sangre y uno blanco de esperanza. Uno negro de duelo y uno azul de cielo. Y en todos ellos las lágrimas, o el silencio. Todo se detiene. Porque el amor es eso. Un cariño suspendido que se adentra en el tiempo. Ese con el que Guillermina conquistó a los Jiménez.

La violencia

Ella era inteligente y pobre. Tenía la belleza. Nada le importaba. Qué podía perder si a él tampoco le importaba. El artista que no esperaba nada. Ella sí. Dejarlo algún día por un tipo con plata. La transición era difícil. Ella mintiendo o fingiendo o actuando encuentros con familia o amistades y él diciéndose que era una buena actriz. Acaso no la podía echar. Es que la violencia era extrema, la pobreza y la desgracia. De ello la hacían odiarlo hasta el extremo de usar lo que tenía al alcance para el durante. Pero estaba en su derecho. De donde venía la gente mataba por poca cosa y moría sin que a nadie le importase. Él tampoco lo podía cambiar. Pero ella odiaba que en el mundo de él la vida tenía un valor. Que el tener de su familia era prestigio y que los suyos tenían dignidad mientras que en su realidad nadie valía una mierda. Ella los quería pero ese mundo era una selva. No. Nada le importaba porque el dolor era tan grande que ya no sentía. Porque cuando la verdad poco importa entonces la locura es hacer cualquier cosa y engañar al que la quiere por un poco

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de frivolidad. Esa que le había llegado a sus seres queridos en la sociedad que para todos ellos tenía una mirada frívola. El odio era enorme. Casi no saber porqué se vivía. Pensar con el poder del deseo de otros y la belleza y despertar el engañoso tenerla cuando podía irse y venir o desaparecer en medio de esa violencia. Quizá buscaba infligir el dolor. Ver que los que eran el patrimonio de la sociedad se viesen humillados como en ella todo y todos los que conocía.

El miedo

Daba miedo saber que nadie estaba seguro de sí. Que lo que ocurría era una especulación. Que medían fuerzas y se trataba de engañar o sacar ventaja. Que la tolerancia era simulada y la actuación sobredimensionada. El desconfiar como si la moneda corriente pudiese pasar de mano en mano para linchar, hacer sufrir y herir hasta a los que dependían de la atención del afecto natural. De la afectación de los que se piensan como propios hacia el infierno de la falsedad en acción en procura de otra cosa sin ver nada como escollo. Con la tranquilidad del asesino y la maldad con que se mata a un animal para devorarlo. Con la cínica destreza del que en la caza se aventura con el oficio del que ya ha alguna vez fue cazado y ha confiado en su avidez la razón de su existencia. El manojo de las personas que se usan para conformar una determinación de el propósito de sacar del prejuicio cualquier valor, moral o ético, que infunda hasta siquiera detenerse en el desenfreno de la miseria de lo carcelario. Las rejas de lo espiritual como función unívoca del mandato divino de hacer justicia pero sin que esta sea universal sino según la voluntad de amarrarse a lo que sucede para poder ver cadenas en lo mal prefijado. Casi como el masacrar o torturar pero con el silencio de no condenar a nadie ni a nada implícitamente sino derramar la sangre en la medida en que se avanza hacia el fin de terminar como todo el dolor algún día.

Judíos

El judío no cree en nada. Solo en la ley heredada del fariseísmo. No tienen un profeta redentor o una promesa de mañana. Están como locos ganando premios en ciencia, física y química. Buscando bichitos y partículas. Inventando bombas atómicas. Generando caos en revoluciones sociales. Demostrándose que pueden entender lo que es mejor para los que los aborrecen. Son una reglamentación de la forma de vivir correctamente y adoran subsistir

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con lo material bien a cuestas. Y los hay que se independizan de los que siguen la huella y provocan a los que no la siguen con acciones que se entrometen en la vida de comunidades y países o regiones que tienen sus propias costumbres y verdades. Invaden inclusivamente territorios dándose por bienvenidos y van intentando y consiguiendo enquistarse en los lugares claves de su dominio. El orgullo colectivo de estos invadidos los sentencia y hasta los juzga, echa o mata. Entonces ellos van a lugares de libertad mayor para aborrecer esos crímenes y vengarse dominando los mensajes desde allá. Siempre con la estrategia de una organización que consigue lentamente absorber atención.

Ostracismo

Hay que estar muy dentro de las cosas para verlas desde dentro. La verticalidad de la caída no es el horizontal modo de recostarse sobre los problemas. El postergarse los fusibles que están quemando la vida de otros. La decencia de la decadencia y el horror al damnificado. El espanto de oír gritos y la furia de un altercado. Gente que se queda con la vena encendida de odio y mata por placer. Por vengarse de una ofensa o porque de todos modos nadie va a interceder. El tranquilo magma del volcán encendido que arrasa con la paciencia y gestiona tragedias para poder perder contacto con la realidad y justiciarse entre manos vedadas que se han de apropiar de la justicia donde el bien y el mal dan risa y la gravedad entra para apoderarse de cualquier criterio pacifico que no cambie las cosas. El laberinto de culpables y culposos que acecha y devuelve a los perdidos al llorar en sus paredes de cortante negatividad que radicaliza el dimensionar cada episodio dentro de miles. La forma en cadena de relacionar lo que justifica cualquier reacción como la epidemia del deseo de acabar con todo y morir en ello

Laclau

El tipo confrontaba animales sueltos que habían sido hombres y se sentía persona. Gravitaba en la versión de la película 3D que le daba dimensión a ser parte de algo mas bien vulgar en su vida de aburrimiento del que maneja títeres que se revuelcan como si él les indicase cuando. Darle un consejo a los contendientes para que se trompeen por igual. Verlos caer hechos trizas acostado él desde su cómoda butaca de primera clase. El era un VIP del pensamiento que sujeta de pies y manos a los que corren a su encuentro. Simulaba

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ser perfecto en el armado de su figura de superación de todo estigma de lo que se consideraba dignidad para que el conciliar opiniones tuviera un poco de energía de esa que se guarda para discutir a sangre fría. El dedo en el botón que pulsa cada decisión de una mujer loca en la aceleración del pulso del fatídico despegarse del resto de los que ya no saben lo que ella hace. Murió cuando un gitano le gritó un insulto en términos de maleficio para cortarle las venas al canal que escupía sobre su país. La lengua le sangró por la distancia que había provocado entre la madre y su hija patria. La saliva se la llevo la baba de una guillotina que lo dejó mudo como si se tratase de una conspiración que puso fin a la maldad. El pez por la boca se escapó y encontró su verdugo que de tanto escucharlo se le reveló. La cadencia de la fórmula del duelo no estuvo planificada y eso sorprendió por la pocas previscibilidad en su final que de todo hacía cinismo. Nadie quiere que en paz descanse quien hacía de la guerra una conquista de los demás sujetos a el juego.