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durero
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El soldado y el poeta José Acevedo Jiménez.
- Los horrores de la guerra, ¿cómo los he de olvidar?,
tanta penuria y tristeza, de mi mente no puedo sacar. –
Pensó el soldado taciturno, al ver de lejos su hogar. A pocos metros
le esperaba una esposa, un pequeño y aire fresco para respirar.
Pese al paso de los años, persistían los malos recuerdos; de los
horrores de la guerra era el soldado un prisionero.
- Por más que intento, trato, de mi amargo pasado no puedo escapar. Esta
carga,
esta agonía, ya no puedo soportar. – Pensó para sus adentros, mientras
veía jugar a su pequeño; única razón por la que se mantenía cuerdo.
Pero, un día conoció a un amigo inesperado. Sobre una vieja mesa había
un libro olvidado. Con ternura, cual bebé, lo tomó entre sus brazos; en un
susurro leyó el nombre de aquél libro apasionado. – “Versos de amor en
primavera”, “versos de amor en primavera”… - Leyó una y otra vez,
escuchando la voz del poeta que le decía: “anda y lee, desahoga tus
penas”.
Sin tiempo que perder, avivó el fuego de la chimenea. Y, libro en mano,
acomodado, leyó hasta el cansancio aquellos versos de amor de un poeta
magistral. Y dormido, en un sofá, no dejaba de soñar.
Era soldado en su sueño, llevaba fusil y casco puesto. ¡Estalló la guerra,
se cometían horrores!, pero, de su arma brotaban girasoles. Palabras, de
pasión, salían en vez de metralla y la voz del poeta aplacaba las almas
airadas que sucumbieron ante tanto amor.