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Entre la ventana y el fogón estaba Emma cosiendo…

Madame Bobary versión libre e ilustrada [email protected]

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Entre la ventana y el fogón estaba Emma

cosiendo…

Se celebró, pues, una

boda en la que

hubo cuarenta y

tres invitados,

Habían invitado a todos los parientes de las dos familias, se habían reconciliado con los amigos con quienes estaban reñidos habían escrito a los conocidos que no habían visto desde hacía mucho tiempo

¿Acaso un

hombre no debía conocerlo todo? Pero éste no enseñaba nada…

-¡Dios mío!, ¿por qué me habré casado?

En la ciudad llevaban unas vidas en las que el corazón se dilata y se

despiertan los sentidos.

Pero su

vida era fría

como un

desván

Tenía ganas de viajar o de volver a vivir a su convento.

Deseaba a la vez morirse y vivir en París…

Ella deseaba un hijo; un hombre, al menos, es

libre.

-¡Es una niña! –dijo Carlos.

Emma volvió la cabeza y

se desmayó.

-¡Es una cosa

extraña! –pensaba

Emma–, ¡qué fea es esta niña!

La convicción

que tenía el marido de

que la hacía feliz le

parecía un insulto

imbécil.

…había leído recientemente el elogio de un nuevo método para curar a los patizambos…

En efecto, Bovary podía triunfar; nadie le decía a Emma que su marido no fuese hábil…

…y qué satisfacción para ella haberlo comprometido en una empresa de la que su fama y su fortuna saldrían acrecentadas.

Ella no pedía otra cosa que apoyarse en algo más sólido

que el amor.

El tendón estaba cortado, la operación había terminado.

Carlos pinchó la piel; se oyó un crujido seco.

Cinco días después…

apareció un espectáculo horroroso. Las formas del pie desaparecían en una hinchazón tal que toda la piel parecía que iba a reventar.

Una tumefacción lívida

se extendía

por toda la pierna, de

la que salía un líquido negro

… el colega no se recató para reírse desdeñosamente cuando destapó aquella pierna gangrenada hasta la rodilla. Después, habiendo dictaminado claramente que había que amputar, se fue a la farmacia a despotricar contra los animales que habían reducido a tal estado a aquel pobre hombre.

Ella había

hecho esfuerzo

s por amarle, y se había arrepenti

do

Se repetía: “¡Tengo un amante!, ¡un amante!”,

deleitándose en esta idea, como si sintiese renacer en ella otra

pubertad.

Comenzar

on a amarse.

Incluso, a menudo, en medio del día…

Y fue así como se las arregló para conseguir de su esposo el permiso para ir a la ciudad una vez por semana a ver a su amante.

Él saboreaba por primera vez la indecible delicadeza de las elegancias femeninas.

-¡Llévame! –exclamó ella–.¡Ráptame!...

¡Oh!, ¡te lo suplico!

-Necesitaría un abrigo, no demasiado pesada, cómoda.

-Y un bolso de viaje.

Nunca Madame

Bovary estuvo tan bella

como en esta época:

tenía esa indefinibl

e belleza

que resulta del

entusiasmo.

ÉL Comenzaba a sentirla tiránica y se sublevaba contra la absorción, cada vez mayor, de su personalidad.

“Estaré lejos cuando lea estas tristes líneas; pues he querido escaparme lo más pronto posible a fin de evitar la tentación de volver a verla. ¡No es debilidad! Volveré, y puede que más adelante hablemos juntos muy fríamente de nuestros antiguos amores. ¡Adiós!”

-Por eso yo guardaré su recuerdo.

Todo, incluso ella misma,

le era insoportable.

Un algo belicoso la ponía fuera de sí. Habría querido pegar a los hombres, escupirles en la cara, triturarlos a todos; y continuaba caminando rápidamente hacia adelante, pálida, temblorosa, furiosa, escudriñando con los ojos en lágrimas el horizonte vacío, y como

deleitándose en el odio que la ahogaba.

Giró la llave en la cerradura de la farmacia, y Emma fue directamente al tercer estante, tomó el bote azul, le arrancó la tapa, metió en él la mano, y, retirándola llena de un polvo blanco, se puso a comer a11í con la misma mano.

-¡Calma! –dijo el boticario–. Se trata sólo de administrar algún poderoso antídoto. ¿Cuál es el veneno?

Carlos enseñó la carta. Era arsénico.

¡Ah, es bien poca cosa, la muerte! –pensaba ella–; voy a dormirme y todo habrá terminado.

-¡Ah!, ¡esto es atroz, Dios mío!