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Curso 2015/16 La envidia como emoción social y el papel de las emociones en la racionalidad Por: Gabriel Aragón Aranda Profesor: Dr. Manuel Toscano Méndez Filosofía Social; 4º de Grado en Filosofía

La envidia como emoción social

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Curso 2015/16

La envidia como emoción social y el papel de las emociones en la racionalidad Por: Gabriel Aragón Aranda

Profesor: Dr. Manuel Toscano Méndez Filosofía Social; 4º de Grado en Filosofía

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RESUMEN

En el presente trabajo nos proponemos mostrar la relevancia de las emociones

sociales mediante un análisis somero de las mismas para, posteriormente, centrarnos en

un caso concreto: el de la envidia. Emoción ésta típicamente social, pues la referencia al

otro es intuitivamente manifiesta. Para dicho análisis nos basaremos en su totalidad en el

tratamiento de tales cuestiones que realiza Jon Elster, reputado investigador en la materia.

Finalmente, siguiendo una línea cada vez más delimitada, terminaremos por atender al

papel que las emociones sociales pueden jugar dentro (o fuera) de la racionalidad. La

pretensión de síntesis se sostendrá en todo momento, pues, al ser un tema tan vasto y lleno

de matices, su tratamiento aquí exige una brevedad y simplicidad que solo me permitirán

bosquejar las cuestiones.

PALABRAS CLAVE

EMOCIÓN, SOCIAL, ENVIDIA, ELSTER, RACIONALIDAD

TRABAJO

I. Introducción: Caracterización somera de las emociones

Las emociones forman parte indisociable de la vida humana. De hecho, forman

parte imprescindible de la buena vida, ya que, tal y como nos recuerda Elster, “las

criaturas sin emociones no tienen razones para vivir ni tampoco para suicidarse”1. Sin

embargo, atendemos al hecho de que éstas han tenido un escaso tratamiento en la tradición

por parte de filósofos y científicos. Eso está cambiando. La relevancia del plano

emocional comienza a tener un peso cada vez más destacable en la comprensión de cómo

somos y de cómo actuamos. De hecho, llevando ese “cómo actuamos” al plano social,

Elster nos asegura que “emociones intensamente sociales tienen un rol importante en la

1 Elster, Tuercas Y Tornillos, 67.

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operación de [por ejemplo] las normas sociales”2, siendo éstas, debemos añadir, de

esencial relevancia para la vida social.

Una vez expuesta la importancia de las emociones para el plano social, pasemos

a examinarlas per se. Podemos comenzar por la vía más sencilla si acaso, pero más oscura:

la introspección. Sin embargo, tal procedimiento, aunque importante, no es suficiente por

varios motivos: (1) ciertos individuos pueden ser incapaces de experimentar alguna que

otra emoción, (2) se puede carecer de familiaridad con la emoción dada y (3) la intensidad

de la emoción en concreto puede hacer imposible el análisis cognitivo3. Mediante la

observación externa es posible corregir dichas limitaciones, pero nos volvemos a

encontrar escollos como el hecho de que ciertas personas son incapaces de mostrar total

o parcialmente tal o cual emoción4. Finalmente, Elster acaba por apelar a los dramaturgos,

novelistas, moralistas y filósofos como las fuentes más ricas a la hora de intentar dibujar

el panorama de las emociones humanas. Por supuesto, sin demérito de los aportes

historiográficos, antropológicos y científicos, que son de gran relevancia a la hora de

atender a la conducta emocional o a nuestros mecanismos emocionales. Pero este asumir

la necesidad de atenerse a un enfoque filosófico e, incluso, literario de la cuestión viene

dado por los lastres que penden de la investigación científica: de tipo ético, económico,

logístico, etc.

Jon Elster también parte de la premisa de que las emociones no son algo que

podamos entender universalmente. Más bien están circunscritas, aunque sea en términos

de grado, frecuencia o modo, a determinadas culturas o sociedades. Por ello nuestro

análisis versará sobre “las modernas sociedades occidentales”5.

Así, nos encontramos que las distintas emociones son susceptibles de encajar en

dos dimensiones: emociones fuertes (profundas) o débiles, por un lado, y emociones con

antecedentes cognitivos complejos o simples6, por otro.

El lenguaje jugará, dado el enfoque filosófico/literario antes mencionado, un papel

destacado en nuestro preanálisis. Aun así hemos de tener consciencia de que el lenguaje

en solitario adolece de ciertas limitaciones para el objetivo que nos interesa, y es que (1)

2 Ibid., 74. 3 “No podemos observar nuestra ira cuando estamos en sus garras y tampoco hay garantía de que

posteriormente nuestra memoria nos sirva de ayuda”. Elster, Sobre Las Pasiones, 24. 4 Ibid. 5 Ibid., 25. 6 Ibid., 29.

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no puede decirnos si determinadas palabras son o no términos para nombrar distintas

emociones, (2) no puede decirnos cuándo dos términos que designan alguna emoción son

o no sinónimos y (3) puede tener lagunas7.

Una vez advertidos, Elster pasa a caracterizar las emociones en positivas (se

experimentan como placenteras) o negativas (se experimentan como dolorosas). Así

encontramos un primer grupo que “suponen una evaluación positiva o negativa de nuestra

conducta o carácter, o de los de otra persona”8, donde encuadraríamos a la vergüenza, el

desprecio y el odio, la culpa, la ira, el amor propio o dignidad, la simpatía, el orgullo y la

admiración. Un segundo grupo, que se ajustaría a los cánones aristotélicos, agruparía a

aquellas emociones “generadas al pensar que alguien merecida o inmerecidamente posee

algo bueno o algo malo”9. Aquí entrarían la envidia (que posteriormente trataremos), la

indignación, la congratulación, la compasión, la crueldad y el regodeo. Una tercera

categoría, relacionada con las otras dos, tendría que ver con el pensamiento que uno tiene

acerca del tipo de cosas que le han sucedido o le pueden suceder.

Esta clasificación, empero, es una de tantas. Las fronteras muchas veces son

borrosas y no se sabe dentro de qué cae cada término. Es preciso a tender a que “la palabra

“emoción” puede tomarse en el sentido de un hecho que se da o considerarse en un sentido

disposicional”10. Así pues, para concluir nuestro bosquejo y siguiendo a Elster, se puede

proponer, dentro de un análisis fenomenológico, distinguir a las emociones mediante una

serie de rasgos comunes (no necesarios), que serían los siguientes:

1. Sensación cualitativa singular (el único rasgo que es necesario).

2. Aparición súbita.

3. Imprevisibilidad.

4. Corta duración.

5. Son desencadenadas por un estado cognitivo.

6. Están dirigidas hacia un objeto intencional.

7. Inducen cambios fisiológicos.

8. Tienen expresiones fisiológicas y fisionómicas.

9. Inducen tendencias a realizar determinadas acciones.

7 Ibid., 30. 8 Ibid. 9 Ibid., 31. 10 Ibid., 34.

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10. Van acompañadas de placer o dolor (valencia)11.

II. Un caso concreto de emoción social: La envidia

Con la envida estamos ante un caso preeminente de emoción social, pues no se

tiene envidia de los pájaros por ser capaces de volar. La envidia solo es posible en

sociedad: entre personas.

Siguiendo una clasificación de las emociones sociales proporcionada por Elster12,

al hablar de la envidia estaríamos hablando de una emoción social provocada por

comparaciones (no por interacciones); externa (no interna), pues no hay creencia alguna

respecto a la actitud del envidiado; no evaluativa del objeto de envidia y diádica (pues

solo involucra al envidioso con el envidiado, y no con más individuos).

Echando una mirada atrás y remontándonos hasta Aristóteles encontramos una

primera y útil fuente de elucidación de la envidia, donde dicha emoción posee un tinte

decididamente vil. Así, Aristóteles llega a identificar al envidioso y al maligno13, pues

“una misma persona es el que se alegra del mal ajeno y el envidioso, dado que quien

siente pesar de aquello que (alguien) llega a ser o poseer, necesariamente sentirá alegría

en el caso de su pérdida y destrucción”14, y continúa aseverando que tales pasiones

constituyen obstáculos para el desarrollo de la compasión. Así todo, llega a definir la

envidia diciendo que “consiste en un cierto pesar relativo a nuestros iguales por su

manifiesto éxito en los bienes citados, y no con el fin de (obtener uno) algún provecho,

sino a causa de ellos mismos. […] También (son envidiosos) los que poco les falta para

tenerlo todo”15.

Por su carácter maligno podemos admitir, con Elster, que “la envidia es única

porque es la única emoción que no queremos reconocer ante otras personas ni ante

nosotros mismos”16. Se manifiesta de tal manera el profundo componente social que

recorre a esta emoción: capaz de llevar al envidioso a reprimirla de tal manera que puede

11 Ibid., 35. 12 Véase Elster, Alquimias de La Mente, 175–179. 13 Cf. Rodolfo Mondolfo, El pensamiento antiguo, 122, cuando, a propósito del Timeo de Platón,

afirma que “nunca nace la envidia de un ser bueno”. 14 Aristóteles, Retórica, 362. 15 Ibid., 367–368. 16 Elster, Alquimias de La Mente, 203.

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llegar a transmutarse en ira o indignación, al otorgarle al objeto de envidia del envidioso

un carácter moral de ilegitimidad. Siguiendo en la línea de la malignidad, un envidioso

razonaría que está “dispuesto a ceder parte de su bienestar a cambio de un incremento en

el malestar de otra persona”17.

La ironía está en que, muchas veces, el envidiado puede experimentar una

sensación agradable que, en caso de ser envidiado por su felicidad, llevaría a una espiral,

pues el envidioso vería incrementado su objeto de envidia que, a su vez, crecería ante el

deleite de ser aún más envidiado. Esta sensación de “soy menos porque tengo menos”

correspondería con lo que Elster llama “dolor de primer orden de la envidia”18. En un

segundo orden de dolor encontraríamos otras emociones dolorosas, como la vergüenza y

la culpa al descubrirse que siento envidia. Y es que aparentemente, en toda sociedad, la

envidia es siempre ocultada, aunque con diferencias de grado. Así encontramos un primer

nivel reactivo frente a la emoción donde tendemos, como dijimos, a reprimirla, sin ningún

tipo de deriva posterior. Sin embargo hay más niveles de reacción: en un segundo nivel

se produce un reencuadre (reframing) cognitivo. En un tercer nivel, nos encontramos con

la transmutación de dicha emoción en otra que, esa sí, producirá un determinado

comportamiento. En el cuarto nivel, el más violento, encontramos una conducta dirigida

inmediatamente por la envidia pura, incluso reconocida como tal. Normalmente la

mayoría de los patrones caen bajo el tercer nivel19. En el cuarto nivel la tendencia típica

es la destrucción del objeto de envidia o, si este es parte del poseedor, al propio poseedor.

Esto es explicable por el deseo de reestablecer cierto equilibrio20.

Ideas importantes para la comprensión del fenómeno de la envidia y de sus

antecedentes cognitivos son, por ejemplo la “envidia por vecindad” (según la cual solo

envidiamos a aquellos superiores inmediatos, pero no a aquellos que distan mucho de

nosotros o de nuestras posibilidades) y la “inferioridad inmerecida”, muy ligada ésta al

sentimiento de indignación y, a juicio de Elster, poseedor de profundo carácter

moralizado en la línea de la “envidia excusable” de Rawls. Interesante es atender, sin

embargo a que, como Elster mantiene, “cuando las personas actúan llevadas por su

envidia, no se ven aliviadas de su infelicidad”21.

17 Ibid., 205. 18 Ibid., 207. 19 Ibid., 209. 20 Ibid., 211. 21 Ibid., 212.

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Muchas más consideraciones y ampliaciones se podrían realizar a propósito de la

envidia, pero ya entraríamos, siguiendo esta dinámica, más bien, en un ensayo de

psicología. Hasta aquí me he limitado en exponer lo justo para tener una idea

mínimamente suficiente de lo que la envidia representa y de su relación indudablemente

vinculada a la conducta social.

III. Sobre el papel de las emociones en la racionalidad

En un último lugar me gustaría exponer, ya de una forma muy breve, si las

emociones, del tipo que sea, tienen algún papel a la luz de las consideraciones de Elster

sobre la racionalidad y la toma de decisiones.

Es importante para la cuestión de la racionalidad atender a lo que nos dice Antonio

Damasio en El error de Descartes, pues Elster nos recuerda que dicho autor ya dijo que

era preciso “enfrentarse a la vieja concepción de que las emociones son un obstáculo para

la adopción racional de decisiones […], las emociones emergen más bien como una

precondición esencial para la racionalidad”22. Aunque el típico modelo de elección

racional que, en manos de los economistas (como Gary Becker), considera a la envidia y

a la malicia como externalidades en la función de utilidad, no sirven, según Elster, para

explicar las dinámicas emocionales de la envidia23.

Se puede decir que “las emociones nos ayudan a tomar decisiones funcionando

como factores que deshacen el empate en los casos de indeterminación”24, lo cual tiene

que ver con las corazonadas. Sin embargo, hemos de ver qué entendemos por

racionalidad. Aquí Elster sigue una concepción racional, moderna, de la racionalidad,

según la cual, para que una acción sea racional ésta ha de “constituir el mejor medio para

satisfacer los deseos del agente, dadas sus creencias”25. Tales creencias han de ser

entendidas como racionales en sí, para lo cual, el agente ha de contar con una cantidad

óptima de información.

Aquí lo interesante es no entender, como se suele hacer, que las emociones

constituyen la contrapartida de la racionalidad: eso solo es así cuando se describe el

22 Elster, Sobre Las Pasiones, 27. 23 Elster, Alquimias de La Mente, 221. 24 Ibid., 343. 25 Elster, Egonomics, 112.

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carácter. Las emociones pueden, por tanto, estar sujetas a criterios de racionalidad y

facilitar la cognición. Todo esto sin que se nos olvide que las emociones nos dotan de

sentido y motivación, lo cual es requisito, a los ojos de Elster, sine qua non para actuar,

puesto que es el objetivo final de todo proceso de elección, racional o no.

El papel de las emociones en esta maraña es más entendible de la siguiente

manera: las emociones son productos de creencias que a su vez lo son de información

recibida. Tales emociones producen deseos que a su vez también son capaces de

modificar las propias emociones e incluso la información que luego vaya a confeccionar

las distintas creencias. Finalmente, entre los deseos y las creencias (siguiendo el típico

esquema de la razón para la acción) surgiría la acción26.

IV. Conclusión

A lo largo de este trabajo hemos pretendido mostrar la relevancia de las emociones

en lo social. Para ello hemos comenzado abordando las emociones en sí mismas para

acabar profundizando en un ejemplo paradigmático: el de la envidia. Esto nos ha servido

para ir perfilando ese carácter social que puede estar presente en las emociones. De ahí

hemos pasado a un último punto donde hemos pretendido ver la posible vinculación de

las emociones con la racionalidad. Cuestiones, todas estas, que forman parte del más

actual debate en ciencia y filosofía social. De esta manera, esperamos haber aclarado, de

forma introductoria al menos, este panorama lleno de posibilidades y que, a mi juicio, irá

cobrando relevancia. Tras la caída del más frío racionalismo, las emociones empiezan a

emerger como una recluida faceta del ser humano que merece más explicación, pues es,

a su vez, más explicativa de nuestro comportamiento y manera de ser.

Así pues, finalmente, sería interesante cerrar el trabajo con una declaración de

nuestro omni-citado autor: “Las emociones importan porque nos conmueven y perturban

y porque mediante sus vínculos con las normas sociales estabilizan la vida social.

También interfieren con nuestros procesos de pensamiento, haciéndolos menos racionales

de cuanto pueden serlo de otra manera”27.

26 Véase la Figura 2 en Ibid., 129. 27 Elster, Tuercas Y Tornillos, 75.

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BIBLIOGRAFÍA

Aristóteles, Retórica (Madrid: Editorial Gredos, 1990).

Jon Elster, Alquimias de La Mente (Barcelona: Paidós Ibérica, 2002).

Jon Elster, Egonomics (Barcelona: Gedisa, 1997).

Jon Elster, Sobre Las Pasiones (Barcelona: Paidós Ibérica, 2001).

Jon Elster, Tuercas Y Tornillos (Barcelona: Gedisa, 1990).

Solo consultados:

Jon Elster, Juicios Salomónicos, 2nd ed. (Barcelona: Gedisa, 1995).

Jon Elster, Ulises Y Las Sirenas (México: Fondo de Cultura Económica, 1989).

Jon Elster, Uvas Amargas (Barcelona: Ediciones Península, 1988).