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Consejo editorialMiguel Ángel Luna García

Federico Díaz TineoMáximo Sagredo Sagredo

Título de la obraIMPERIO INKA: I. GUERREROS DE PIEDRA

Gerente EditorialGiuliana Abucci InfantesJefe EditorialNelly Suárez CastroCoordinadora de ArteJeannie Urbano GutiérrezCoordinadora de PreprensaEva Salas Lozano

Ilustración de carátulaAntonio PomarDiseño y diagramaciónJeannie Urbano GutiérrezCoordinación de producciónTeófilo Fuertes ChamorroJuan José Pérez Hoyos

Primera edición 2016© Derechos de autores reservados: Iván Bolaños, Juan José Miranda, Manuel Miranda© Registro Indecopi: 01998-2013© Derechos de arte gráfico reservados: Asociación Editorial Bruño© Derechos de edición reservados: Asociación Editorial Bruño

Esta novela es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes, son producto de la imaginación del autor o han sido usados ficticiamente.

Av. Arica 751 Breña Ap. 05-144 Lima–PerúTelefax: 202-4747www.editorialbruno.com.pe

Esta obra se terminó de imprimir en junio de 2016 en los talleres gráficos de la Asociación Editorial Bruño Av. Alfonso Ugarte 1860, Ate Lima 3 – Perú

Prohibida la reproducción, comunicación pública y/o cualquier forma de distribución, comercialización y demás actividades relacionadas con el contenido de esta obra –sea de forma total y/o parcial, con independencia del medio y/o soporte material que la contenga– sin contar con la autorización previa y expresa de Asociación Editorial Bruño.

Índice

Introducción ............................................................................................................................ 5

Capítulo 1: Yachay ............................................................................................................ 11

Capítulo 2: Destino de guerrero ....................................................................... 21

Capítulo 3: El nuevo Hijo del Sol ....................................................................... 36

Capítulo 4: El más duro entrenamiento ................................................... 61

Capítulo 5: La magia del sumo sacerdote ............................................... 94

Capítulo 6: Nace un heredero del Tahuantinsuyu .......................... 109

Capítulo 7: La fiesta del Sol ................................................................................... 119

Capítulo 8: Batalla en el mar verde ............................................................... 125

Capítulo 9: ¿Quimera, o sueños oscuros? ............................................... 161

Capítulo 10: Atuq ................................................................................................................ 165

Capítulo 11: La voz de Pachacamac ................................................................ 175

Capítulo 12: La mariposa más hermosa ...................................................... 180

Capítulo 13: Germinando una adoración prohibida ......................... 208

Capítulo 14: Los príncipes Hanan ....................................................................... 221

Capítulo 15: Piedra de fuego ................................................................................... 249

Capítulo 16: Piedra de hielo ..................................................................................... 287

Capítulo 17: Piedra de sangre ................................................................................ 318

Capítulo 18: Sucesión ..................................................................................................... 359

Glosario .............................................................................................................. 365

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El río quedó atrás y dos días después de abandonar Limatambo, Yachay llegó a Curahuasi. En esa oportunidad pernoctó en un tambo. La cama era cómoda, y el abrigo suficiente, pero en medio de la oscuridad extraños sueños lo asaltaron, hablándole sobre lo que parecía una traición, un hecho confuso que agitaría con fuerza su mente y su corazón.

w w w

—Hoy es un buen día para buscar al cóndor —se dijo, tras abandonar el tambo muy temprano. Seguía inquieto por el sueño de la noche anterior, decidió solicitar la sabiduría del espíritu de los cielos.

Las majestuosas aves solían volar aprovechando las primeras corrientes cálidas, seguramente no le sería muy difícil divisar alguna. Utilizando un poco del agua de su odre, que mezcló con algo de sus polvos especiales, se preparó para establecer el contacto con los reyes de las alturas. El cañón bajo sus pies era muy profundo, tanto, que había lugares a los que el Sol solo llegaba durante el mediodía, cuando caía a plomo y apenas durante breves momentos.

Subió al parapeto que resguardaba el camino y se detuvo en el borde mismo del precipicio. Yachay permanecía tranquilo, si por alguna razón llegaba a resbalar y caer al vacío, siempre podría invocar al espíritu del cóndor para que le prestara sus alas. Aquel era un poder que dominaba desde hacía ya varias lunas, uno que a veces había sabido emplear incluso mejor que su maestro.

No pasó mucho tiempo, hasta que una pareja de aves rompió con la monotonía de aquel cielo tan azul y aquellas empinadísimas laderas, salpicadas de piedras y una vegetación

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verde amarillenta. Especialmente grandes, con su envergadura de más de dos hombres, y el fuerte contraste de sus plumas negras y cuello blanco, aquellos majestuosos guardianes de las alturas empezaron a volar en círculos cada vez más estrechos, más y más cerca de Yachay.

Cuando uno de ellos pasó apenas por sobre la cabeza del mago, inspeccionándolo cuidadosamente, este levantó los brazos hacia el cielo, y repitió un par de veces:

—Kuntur masi… kuntur masi.

La imponente criatura volteó la cabeza y clavó su mirada en el hombre que parecía saludarla. Luego, cortando el aire con su característica elegancia, y siempre en silencio, empezó a formar un nuevo círculo a su alrededor. La segunda ave pronto se encontró haciendo lo mismo, mientras Yachay, con una sonrisa de satisfacción, alzaba nuevamente los brazos y cerraba los ojos. Debía mantenerlos así. Si su concentración era buena, pronto participaría de una muy fuerte conexión con aquellos espíritus, amos de la celeste inmensidad.

El profundo estado de trance duró lo que le tomó a su corazón dar casi dos centenares de latidos, y durante todo ese tiempo los cóndores no dejaron de volar alrededor suyo.

Finalmente abrió los ojos, una expresión de preocupación dominaba su rostro. Las aves se alejaron de la misma forma como habían aparecido, con majestuosidad y casi sin aletear.

—Eso fue muy extraño —fue la frase con la que una voz muy joven rompió el largo silencio que se había alternado únicamente con el ocasional sonido el viento.

—¿Quién eres tú? —respondió Yachay, evidentemente molesto.

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Para entonces la figura de los cóndores apenas se distinguía contra las inmensas paredes de roca.

—Mi nombre es Waywacha —contestó una muchacha que apenas había entrado en la edad de las corotasque. Como la mayoría de hatun-runa, vestía guara y uncu, ambos de piel de llama. Completaban su indumentaria un par de sandalias hechas con el cuero proveniente del pescuezo del auquénido y la típica vincha de la región.

—¿Waywacha? Mmm, ¿y eres tan ágil como tu nombre lo sugiere? —dijo el primero, ya más cordial, examinando detenidamente a la advenediza joven.

—¡Por supuesto! Soy como la ardilla, rápida, y con una inteligencia igual de aguda.

—Dime, Waywacha… ¿qué fue lo que te pareció tan extraño?

—Primero me llamó la atención que se ubicara tan peligrosamente en el mismo borde del cañón. Pero luego me di cuenta de que no estaba buscando acabar con su vida.

—Pareces una muchacha inteligente.

—Lo que sí fue raro es que los cóndores volaran en círculos alrededor suyo, y tan cerca, mientras levantaba los brazos. ¿Es acaso algún tipo de mago, o sacerdote? Porque está vestido como un chaski, pero no se comporta como tal. Además ya lo veo un poco viejo para ser un mensajero real.

—Tienes razón, Waywacha —ignorando el espontáneo atrevimiento de la muchacha—. No soy un chaski. Mi nombre es Yachay, y estoy en una misión muy importante, una que me llevará a lugares muy distantes… y hasta peligrosos.

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—Suena como una aventura, algo interesante. Yo podría acompañarlo. De esa manera contaría con alguien que lo ayudaría y cuidaría sus espaldas en todo momento.

A Yachay le pareció divertida la manera en que se expresaba su joven interlocutora:

—Agradezco tu ofrecimiento, pero debo hacer este viaje solo. Además, si vienes conmigo tus padres te extrañarían.

—Ellos no están —dijo Waywacha, sin dejar de jugar con algunos pequeños guijarros y cantos rodados que llevaba en su gastado bolso de cuero.

—¿No están? ¿Te refieres a que ya murieron?

—Partieron hace mucho, como mitmaq, destinados a trabajar los nuevos campos de cultivo del sapan-inca. Yo quedé al cuidado de nuestras tierras y de mis abuelos, que por cierto no me necesitan. Es que son sumamente sanos y fuertes.

—Ya veo. ¿A qué crees que se deba eso? —cada vez más divertido con la conversación.

—Sin duda, por la dieta rica en quinua. Además nunca han dejado de trabajar el campo.

—Yo creo que tendrías que pedirles permiso para acompañarme. ¿Qué les dirías? —preguntó Yachay.

—A veces he acompañado a los chaski brevemente en sus recorridos. En trayectos cortos puedo correr casi tan rápido como ellos —exclamó la muchacha con orgullo, mientras estiraba exageradamente sus piernas.

—Bueno, en ese caso hoy serás un chaski —sintiendo de alguna manera que la joven podría serle útil en la difícil

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misión que enfrentaba. Había notado en ella una resolución y seguridad muy firmes, hasta la hacían parecer mayor—. Anda ve, conversa con tus abuelos y deja tus asuntos en orden, y prepárate para un largo viaje.

Ella se mostró muy complacida por la respuesta:

—Se sorprenderá de mi carrera, ya verá.

—Estoy seguro de ello. Te esperaré en la bifurcación del camino, tras esa colina. No demores —pensativo, no lamentó que los cóndores se hubieran alejado. Siempre podría recurrir a ellos en caso de necesidad.

w w w

En compañía de Waywacha, Yachay continuó el largo camino de la sierra, alcanzando sucesivamente Abancay, Pichirhua, Tintay y Sañayca. Pronto llegarían a Puquio, en el límite de la cordillera con la región yunga.

Las pampas desérticas los esperaban más adelante, como árido marco del inmenso océano.

Cuando el mago divisó la costa su corazón se alegró mucho. Aquella geografía compartida por tres de los cuatro suyu siempre lo había recibido con gentileza y buenos aires. Para Waywacha en cambio era la primera vez que veía el mar, se llenó de dicha y de sorpresa.

—¡Caray, nunca había visto tanta agua junta! —exclamó la jovencita.

—El Sol descansa cada final del día en los extremos de su inmensa extensión. Solo los dioses conocen su verdadero tamaño. Vamos, debemos llegar al camino costero.

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—¿A dónde iremos primero?

—Visitaremos las líneas y luego de realizar una ofrenda ante ellas, continuaremos hacia el norte —respondió Yachay.

—¿Las líneas?

—Me olvidaba que aún no has visitado esta región. Menos aún podrías conocer los magníficos trazados sobre sus antiguas pampas.

—¿Qué clase de trazados?

—No son fáciles de reconocer, al menos no en su verdadera forma. Tendrías que subir a las colinas circundantes, o mejor aún, volar como el cóndor para apreciarlos en toda su magnificencia.

—Tú los has visto desde las alturas, ¿no es cierto?

—Sí, Waywacha. Gracias al poder que el majestuoso rey de los cielos nos presta de vez en cuando, es que algunos hemos podido observarlos en todo su esplendor.

—Quizá algún día yo también pueda maravillarme con esa vista.

—Nada me daría mayor gusto. Las líneas permanecen inmutables desde hace incontables lunas. Se dice que un gran poder se desprende de ellas, uno que no solo las preserva intactas en este ya de por sí propicio clima, sino que además hace que de cada una de las figuras emane una magia muy especial, una que permite a los hijos de esta tierra estar en contacto con otra clase de apus.

Los viajeros descansaron esa noche en un tambo que se levantaba muy cerca del mar, apenas a un día de camino de los enigmáticos trazados en la arena.

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Luego de ser convidados con una generosa porción de charqui de pajarillos, algo de papa seca y la mejor chicha que probaran en varios días, el mago se apartó un poco de la muchacha y repitió en voz baja unas palabras que Waywacha apenas pudo escuchar.

Parecía ser el calmo llamado a algún espíritu, o tal vez la muestra de agradecimiento por un día de buena marcha y mejor alimento.

Cuando Yachay terminó sus plegarias, Waywacha lo miró directamente a los ojos y dijo:

—Hasta ahora he contenido mi gran curiosidad y no te he preguntado qué harás en el norte. Pero creo que esta noche no podré pegar un ojo si no me cuentas cuál es el propósito de nuestro viaje.

El mago la observó detenidamente, con expresión casi paternal. Le pareció valiente y decidida. Le sacudió cariñosamente la cabeza un par de veces y exclamó:

—Me esperan tres grandes retos. Si sobrevivo a ellos conseguiré algo que mi maestro necesita para acercarnos más a las deidades principales. Algo que traerá mucho bien al Imperio.

Yachay no diría más. Se acostó en silencio, sumiéndose rápidamente en un profundo sueño.

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Con el cuerpo descansado y con el ánimo renovado, retomaron el viaje hacia el norte. Realizarían una pequeña pero muy importante parada en el camino. Yachay sabía que bien valía la pena visitar aquel lugar lleno de una energía tan especial. Ahí podrían contemplar los magníficos geoglifos de la importante

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cultura que dominó alguna vez aquella parte de la extensa costa que delimitaba al Tahuantinsuyu por el oeste.

Una vez más la joven acompañante mantuvo el exigente paso que impusiera el mago. Waywacha parecía realmente incansable.

Finalmente se detuvieron en un lugar de la árida pampa que lucía particularmente llano, un lugar donde reinaba el suave sonido del viento. La orilla del mar distaba casi un día de camino, pero hasta allí llegaba el murmullo de las olas que parecía confundirse con el persistente silbido.

—¡Hemos llegado! —sonrió Yachay, señalando algunos lugares en donde se podía apreciar lo que parecían enormes trazos sobre el terreno. Estaban hechos con un tipo diferente de tierra, más clara que la rojizo amarillenta del entorno.

Waywacha las contempló en silencio por un buen rato, hasta que con cierta frustración en el rostro exclamó:

—Estas líneas deben formar figuras, como dices, pero me es imposible adivinar cuáles pueden ser.

—Acércate… te prestaré por un momento la visión del cóndor.

La muchacha lo miró con evidente sorpresa. Algo confundida, no terminaba de entender lo que había escuchado.

—No temas, no te pasará nada —el mago intentó calmarla.

—No tengo miedo. Solo una sensación muy fuerte que no puedo explicar.

—Es por tu mente aguda, que presiente lo que está a punto de ocurrir.

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Yachay repitió unas palabras en voz baja, arrojó unos polvos al viento y luego tapó los ojos de la muchacha con su mano derecha.

—Mantente en silencio y concéntrate. Luego me dirás lo que ves.

Al comienzo Waywacha no se atrevió a decir nada, como temiendo perturbar aquella magia con el sonido de sus palabras, pero finalmente exclamó cargada de emoción:

—¡Puedo verlas! ¡Sí… puedo verlas! Tenías razón, son figuras gigantescas, su tamaño me abruma.

—¿Logras identificar alguna?

—¡Un colibrí… es muy hermoso, y también un cóndor! —Waywacha apenas podía contener la agitación.

—¿Qué más logras ver?

—Una araña… y un mono, es muy gracioso, tiene una cola muy larga y toda enrollada.

Yachay le seguía tapando los ojos, pasándole parte de su energía, pero pronto la muchacha se empezó a sentir muy cansada. Aquella magia poderosa podía agotar al más fuerte, por lo que tuvo que soltarla, justo antes de que llegara a desmayarse.

—Ahora descansaremos un poco. Luego retomaremos nuestro camino.

—Me parece una buena idea —concordó jadeante Waywacha, mientras recobraba el aliento.

—A lo lejos distingo una caravana de viajeros —advirtió

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Yachay—, seguramente mercaderes que hacen la ruta yunga.

—Son muchos, nunca había visto tantos hombres viajando juntos.

—Apuremos el paso. Nos conviene alcanzarlos.

—¿Continuaremos el viaje en compañía de otros? —preguntó la muchacha, evidentemente sorprendida.

—Nos será útil enterarnos de las últimas noticias de la región costera.

Los mercaderes eran famosos en todo el Tahuantinsuyu. Sus rutas de intercambio los llevaban desde el altiplano y el borde del lago Titicaca, por el sur, hasta los límites septentrionales del Chinchaysuyu. Aquellos hombres utilizaban el cobre como medio de pago en sus transacciones con los habitantes de los cálidos mares del norte. Estos últimos los proveían del mullu, concha marina de color rojizo y de un gran valor por ser considerada sagrada, ya que se utilizaba en las ofrendas para las huacas, empleándose además en antiguos rituales donde se llamaba a la lluvia.

Tras reconocerlos como viajeros provenientes de las alturas, los comerciantes los recibieron con gran hospitalidad, y les invitaron un poco de pescado seco, muy sabroso.

A diferencia de las ropas de Waywacha, hechas con la tosca fibra de la llama, o de las prendas de Yachay, confeccionadas con la piel más fina de la vicuña, el atuendo de los mercaderes costeños estaba hecho de algodón, mucho más ligero y fresco, ideal para el clima caluroso y seco de aquellos enormes desiertos interrumpidos por fértiles pero contados valles.

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El jefe del numeroso grupo de viajeros y el mago ataviado como chaski se apartaron un poco del resto. Pronto ambos intercambiaban palabras en el runa simi costeño, lengua que Waywacha no conocía pero el antiguo soldado sí dominaba.

De lo que la muchacha pudo percatarse, fue la manera formal y respetuosa en la que ambos hablaron. Sonrisas de aprobación sirvieron de epílogo a la rápida y amena conversación.

—Hemos sido honrados con un obsequio muy especial —dijo Yachay, apoyando la mano derecha en el hombro de su joven compañera. Finas prendas de algodón les fueron regaladas. Ahora podrían continuar su viaje con más comodidad.

Tras un breve descanso, el líder de los comerciantes se puso de pie y sopló reiteradamente a través de un hermoso caracol marino. El sonido alertó a todos de que era momento de continuar.

Entusiasmada por seguir recorriendo la costa, Waywacha apenas podía esperar. Los caminos en esa región tenían la fama de ser amplios y mantenerse siempre muy limpios. Presentaban altos muros que los delimitaban por ambos costados, con interminables filas de árboles que brindaban una agradable sombra al viajero.

Por esa cómoda vía avanzaron buena parte del día, hasta que la vegetación del valle finalmente empezó a rendirse ante las persistentes arenas del desierto. El camino ahora estaba marcado por mojones hechos con piedras.

—Yachay, ¿conoces al dios Pachacamac? —preguntó Waywacha, que momentos antes se había adelantado un poco en la caravana para escuchar a aquellos que guiaban

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al numeroso grupo. Algunos hablaban su lengua. El mago se había mantenido algo retrasado, contemplando la majestuosa inmensidad del mar.

—Es una divinidad muy importante en esta región y en otras partes del Tahuantinsuyu. Controla los repentinos y violentos movimientos de los suelos y las montañas —respondió con serenidad.

—Debe ser uno de los más poderosos.

—Sí, en efecto es muy poderoso. Pero no olvides que el dios Inti lo es aún más.

—Los comerciantes no dejan de hablar de Pachacamac —exclamó Waywacha.

—Pronto llegaremos a su huaca, un gran centro de adoración al que acuden fieles no solo de la costa. También es un importante centro de acopio de alimentos e infinidad de otros productos.

—¿Y qué hacen con todo ello?

—Una buena parte es llevada al Cusco, cada vez que los enviados del sapan-inca así lo disponen. El resto se distribuye en la región.

—Creo que me interesará mucho visitar la huaca.

—Haces bien en pensar así, Waywacha. Fuera de la capital, en ese lugar reside uno de los oráculos más importantes. Las predicciones de Pachacamac son tan requeridas, por nobles y hatun-runa, que el dios de los temblores tiene muchas tierras dedicadas a él en otros valles, algunos incluso en regiones muy lejanas. Solo el santuario dedicado al Sol en el lago Titicaca tiene mayor importancia.

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En ese momento Yachay recordó las palabras de su maestro y su permanente afán por elevar la importancia al dios yunga.

—¿Alguna vez ha usado su poder en favor del hombre? —preguntó la muchacha.

—Veo que tu curiosidad nunca se detiene. Te voy a relatar una historia del tiempo del gran Túpac-Yupanqui. Por muchísimas lunas un grupo de pueblos había desafiado al inca, resistiendo una y otra vez el embate de las fuerzas cusqueñas.

El soberano reunió entonces a las deidades costeñas en la plaza de Huakaypata y ahí, en el corazón del Imperio, pidió a Pachacamac que acabara con sus enemigos.

—¿Cuál fue la respuesta? —preguntó intrigada.

—El dios de los temblores advirtió que si intervenía para ayudar al inca no solo destruiría a los rebeldes, sino también al gran Señor del Cusco y a muchísimos habitantes del Tahuantinsuyu.

—Yachay, ¿es Pachacamac enemigo del dios Inti?

—El Sol rige el destino de todos en el Imperio. Pachacamac es una fuerza muy importante, pero subyugada a él desde los tiempos en que el Cusco se impuso a los demás valles, montañas y también desiertos. Sin embargo hay quienes desean que eso cambie, colocando a la deidad de la costa a su mismo nivel. La misión que debo cumplir definirá en buena parte el futuro de los habitantes de los cuatro suyu.

A pesar de su juventud Waywacha pareció entender la trascendental importancia de las palabras de Yachay, sin dejar de notar en su rostro un recurrente gesto de preocupación que apenas podía ocultar. El mago se había sentido incómodo

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desde el sueño en el que el inca Pachacútec le advirtiera de una traición. Empezaba a pensar que si quería conocer a fondo las intenciones de Phawak debía continuar con su misión.

Lo que sabía muy bien, era que no podía permitir que alguien más obtuviera las piedras sagradas que su maestro le había encargado.

Los mercaderes continuaron su viaje por algunos días, hasta que llegaron a la huaca más importante de toda la costa. Pachacamac los esperaba rodeada de infinidad de visitantes provenientes de los valles vecinos, así como de la regiones más apartadas del Imperio. En ese punto se podía identificar claramente el trazo de más de un camino que avanzaba siguiendo el contorno del litoral. El primero era usado para transportar el pescado que se intercambiaba con los curacazgos vecinos, otro era la vía de los mercaderes que llegaban hasta los lejanos mares del norte, un tercero servía para que los chaski recorrieran la región con total libertad.

Al amanecer del día siguiente Yachay aprovechó la breve estadía para realizar una ofrenda a la huaca. Esta consistió en el sacrificio de un auquénido, un par de cuyes y la quema de algunas de las hojas sagradas que llevaba consigo. La llama era un animal viejo, que pudo intercambiar fácilmente por algunas de las conchas marinas que los mercaderes generosamente le habían obsequiado al poco tiempo de acogerlos en su caravana. No era una ofrenda particularmente importante, pero el experimentado mago empleó aquellos bienes para llevar a cabo un ritual muy distinto al de la gente común, uno que le permitió conectarse con el dios Pachacamac de una manera muy profunda.

Inspirado en la época del Imperio incaico, en 2012 Magia Digital lanzó al

mercado mundial el exitoso videojuego Inka Madness.

Ahora, en Imperio Inka: I. Guerreros de piedra podrás conocer mucho más

acerca de los orígenes de sus personajes y sumergirte en la espectacular

aventura épica que pondrá en movimiento fuerzas sobrenaturales que

sacudirán al Tahuantinsuyu desde sus cimientos.

Acompaña a Yachay mientras intenta cumplir el sueño de convertirse en

soldado del invencible ejército del sapan-inca. Sé testigo del papel que se

verá obligado a desempeñar el joven príncipe Atuq para salvar a su familia y a

su pueblo, ya que desde el corazón mismo del imperio una sombra empezará

a propagarse incontenible por los cuatro suyu, una magia oscura y muy

antigua que parece amenazar al mismísimo Hijo del Sol y a su descendencia.