75

mariaelopez.files.wordpress.com …  · Web viewLagrimita Joe era un niño con una habilidad especial: podía ponerse a llorar en menos de un segundo. Si algo no le gustaba, o le

  • Upload
    others

  • View
    0

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

CUENTO LAGRIMITA JOE

Lagrimita Joe era un niño con una habilidad especial: podía ponerse a llorar en menos de un segundo. Si algo no le gustaba, o le resultaba difícil, o si alguien le contrariaba, Lagrimita Joe no tardaba en poner cara de pena y mostrar grandes lagrimones rodando por sus mejillas. Así conseguía prácticamente todo lo que quería, porque no había quien resistiera la pena que daba su carita llena de lágrimas.

Pero un día, Lagrimita Joe conoció a Pipo. Se lo encontró pidiendo unas monedas a cambio de ayudar en lo que fuera a las personas que caminaban por la calle. Pipo era muy pobre, y no tenía casa ni familia, así que se ganaba la vida como podía. Sin embargo, siempre mostraba una gran sonrisa de oreja a oreja.

A Joe le cayó simpático aquel niño, así que decidió echarle una mano para conseguir algo de dinero. Se acercó al lugar en que estaba Pipo, se quitó el sombrero, lo puso junto a sus zapatos, y comenzó a llorar poniendo su penosísima cara de pena.

¡Menudo éxito! En unos pocos minutos, el sombrero de Lagrimita Joe estuvo lleno de monedas y golosinas. Pero cuando se lo ofreció a Pipo, éste lo rechazó.

- Prefiero merecerme lo que tengo- respondió con su habitual sonrisa-. Es mucho más divertido esforzarse por conseguir las cosas. ¿Sabes? Hoy he bañado a un perro, he recogido cientos del clavos con un imán, he ordenado un armario de pinturas, he acompañado a una señora ciega por el parque... puede que no haya conseguido todo lo que quería, pero he hecho muchas cosas interesantes ¿Y tú? ¿te lo has pasado bien?

Lagrimita Joe no contestó, y se marchó triste. Había conseguido todo lo que quería, pero no había hecho prácticamente nada interesante en todo el día. Ni siquiera se lo había pasado bien: casi todo el tiempo había estado llorando.

Aquella tarde, ya en su casa, Joe pidió cenar un riquísimo pastel. Cuando su mamá le dijo que no, trató de echarse a llorar, pero al recordar al alegre Pipo y ver su propia cara de pena reflejada en el espejo, no pudo hacerlo. ¿Cómo desaprovechar aquella ocasión de hacer algo interesante?Así que trató de conseguir el pastel de otra forma. Y para sorpresa y alegría de sus padres, dedicó toda la tarde a ayudar a su mamá a ordenar y etiquetar la despensa, a regar las plantas y a colocar los libros de la biblioteca.Sin embargo, al final no hubo pastel. Pero tampoco fue tan terrible, pues Joe descubrió que había sido mucho más divertido hacer todas aquellas cosas, que haber pasado la tarde llorando sólo para conseguir cenar un pastel que ni siquiera se habría merecido.

Cuento la extraña pajarería

El señor Pajarian era un hombrecillo de cara simpática y sonriente que tenía una tienda de pajaritos. Era una pajarería muy especial, en la que todas las aves caminaban sueltas por cualquier lado sin escaparse, y los niños disfrutaban sus colores y sus cantos.Tratando de saber cómo lo conseguía, el pequeño Nico se ocultó un día en una esquina de la tienda. Estuvo escondido hasta la hora del cierre, y luego siguió al pajarero hasta la trastienda.

Allí pudo ver cientos de huevos agrupados en pequeñas jaulas, cuidadosamente conservados. El señor Pajarean llegó hasta un grupito en el que los huevecillos comenzaban a moverse; no tardaron en abrirse, y de cada uno de ellos surgió un precioso ruiseñor.

Fue algo emocionante, Nico estaba como hechizado, pero entonces oyó la voz del señor Pajarian. Hablaba con cierto enfado y desprecio, y lo hacía dirigiéndose a los recién nacidos: "¡Ay, miserables pollos cantores... ni siquiera volar sabéis, menos mal que algo cantaréis aquí en la tienda!"- Repitió lo mismo muchas veces. Y al terminar, tomó los ruiseñores y los introdujo en una jaula estrecha y alargada, en la que sólo podían moverse hacia adelante.A continuación, sacó un grupito de petirrojos de una de sus jaulas alargadas. Los petirrojos, más creciditos, estaban en edad de echar a volar, y en cuanto se vieron libres, se pusieron a intentarlo. Sin embargo, el señor Pajarian había colocado un cristal suspendido a pocos centímetros de sus cabecitas, y todos los que pretendían volar se golpeaban en la cabeza y caían sobre la mesa. "¿Veis los que os dije?" -repetía- " sólo sois unos pobres pollos que no pueden volar. Mejor será que os dediquéis a cantar"...

El mismo trato se repitió de jaula en jaula, de pajarito en pajarito, hasta llegar a los mayores. El pajarero ni siquiera tuvo que hablarles: en su mirada triste y su andar torpe se notaba que estaban convencidos de no ser más que pollos cantores. Nico dejó escapar una lagrimita pensando en todas las veces que había disfrutado visitando la pajarería. Y se quedó allí escondido, esperando que el señor Pajarian se marchara.

Esa noche, Nico no dejó de animar a los pajaritos. "¡Claro que podéis volar! ¡Sois pájaros! ¡ Y sois estupendos! ", decía una y otra vez. Pero sólo recibió miradas tristes y resignadas, y algún que otro bello canto.Nico no se dio por vencido, y la noche siguiente, y muchas otras más, volvió a esconderse para animar el espíritu de aquellos pobre pajarillos. Les hablaba, les cantaba, les silbaba, y les enseñaba innumerables libros y dibujos de pájaros voladores "¡Ánimo, pequeños, seguro que podéis! ¡Nunca habéis sido pollos torpes!", seguía diciendo.

Finalmente, mirando una de aquellas láminas, un pequeño canario se convenció de que él no podía ser un pollo. Y tras unos pocos intentos, consiguió levantar el vuelo... ¡Aquella misma noche, cientos de pájaros se animaron a volar por vez primera! Y a la mañana siguiente, la tienda se convirtió en un caos de plumas y cantos alegres que duró tan sólo unos minutos: los que tardaron los pajarillos en escapar de allí.

Cuentan que después de aquello, a menudo podía verse a Nico rodeado de pájaros, y que sus agradecidos amiguitos nunca dejaron de acudir a animarle con sus alegres cantos cada vez que el niño se sintió triste o desgraciado.

En una pequeña aldea vivía un niño llamado Leo. Era un chico delgado y bajito, y vivía siempre con el miedo en el cuerpo, pues algunos chicos de un pueblo vecino acosaban del pobre Leo y trataban de divertirse a su costa.Un día, un joven mago que estaba de paso por la aldea vio las burlas. Cuando los chicos se marcharon, se acercó a Leo y le regaló una preciosa cola de león, con una pequeña cinta que permitía sujetarla a la cintura.

- Es una cola mágica. Cuando la persona que la lleva actúa valientemente, esa persona se convierte en un fierísimo león.

Habiendo visto los poderes de aquel joven mago algunos días antes durante sus actuaciones, Leo no dudó de sus palabras, y desde aquel momento llevaba la cola de león colgando de su cintura, esperando que aparecieran los chicos malos para darles un buen escarmiento.

Pero cuando llegaron los chicos, Leo tuvo miedo y trató de salir corriendo. Sin embargo, pronto lo alcanzaron y lo rodearon. Ya iban a comenzar las bromas y empujones de siempre, cuando Leo sintió la cola de león colgando de su cintura. Entonces el niño, juntando todo su coraje, tensó el cuerpo, cerró los puños, se estiró, levantó la cabeza, miró fijamente a los ojos a cada uno de ellos, y con toda la calma y fiereza del mundo, prometió que si no le dejaban tranquilo en ese instante, uno de ellos, aunque sólo fuera uno, se arrepentiría para siempre, hoy, mañana, o cualquier otro día... y siguió mirándolos a los ojos, con la más dura de sus miradas, dispuesto a cumplir lo que decía.

Leo sintió un gran escalofrío. Debía ser la señal de que se estaba transformando en un león, porque las caras de los chicos cambiaron su gesto. Todos dieron un paso atrás, se miraron unos a otros, y finalmente se marcharon de allí corriendo. Leo tuvo ganas de salir tras ellos y destrozarlos con su nueva figura, pero cuando intentó moverse, sintió sus piernas cortas y normales, y tuvo que abandonar esa idea.

No muy lejos, el mago observaba sonriente, y corrió a felicitar a Leo. El niño estaba muy contento, aunque algo desilusionado porque su nueva forma de león hubiera durado tan poco, y no le hubiera permitido luchar con aquellos chicos.

- No hubieras podido, de todas formas- le dijo el mago- Nadie lucha contra los leones, pues sólo con verlos, y saber lo fieros y valientes que son, todo el mundo huye. ¿Has visto alguna vez un león luchando?

Era verdad. No recordaba haber visto nunca un león luchando. Entonces Leo se quedó pensativo, mirando la cola de león. Y lo comprendió todo. No había magia, ni transformaciones, ni nada. Sólo un buen amigo que le había enseñado que los abusones y demás animalejos cobardes nunca se atreven a enfrentarse con un chico valiente de verdad.

EL PEQUEÑO COLIBRÍ

El pequeño colibrí azul se sentía triste y cansado. Se perdió cuando viajaba con su familia en busca de un lugar más cálido donde pasar el invierno, y cuando entró la noche, después de mucho tiempo buscándolos sin ninguna suerte, se resguardó en una pequeña cueva que encontró en la montaña. Dentro solo había unas cuantas ramas y hojas secas llevadas por el viento. Aunque alimentarse no era algo que a él le preocupara, ya que siempre había sido muy hábil para esta tarea, el no saber si volvería a ver a sus seres queridos le entristecía profundamente.

-No te alejes de nosotros cuando migramos a otro lugar-, le repetían siempre sus papás. Pero él se emocionaba con todas las cositas que descubría durante sus viajes, y se quedaba boquiabierto contemplando esas maravillas, batiendo sus pequeñas alitas encima de cada tesoro, mientras los demás seguían su camino sin percatarse de su falta. Aquel día mientras volaban vio un destello de luz, un reflejo que salía de entre los árboles y sin darse cuenta fue perdiendo altitud y acercándose para ver que era aquella hermosa luz. Entonces descubrió un enorme y precioso lago de aguas cristalinas que le dejó totalmente sorprendido.

-¡¡¡Uauuu!!!- Exclamó, viéndose reflejado en el agua. -¡¡¡Que maravilla!!!!-

Él nunca había visto nada igual. El sol empezaba ponerse y sus rayos en el agua aparecían como brillantes reflejos dorados que casi cegaban, convirtiéndolo en un cuadro espectacular.Allí correteó por encima del agua jugando con su reflejo, utilizando como espejo las quietas aguas donde contemplaba las blancas nubes deslizándose por el cielo. No se dio cuenta que el tiempo pasaba y cuando de pronto alzó su vuelo llamando a su familia para enseñarles lo que había descubierto, vio que su llamada no era respondida, y que sus papás y sus hermanos habían seguido su vuelo, y donde estaban ahora ya no podían oírle.

De pronto un enorme temor se adueñó de él. De sus ojos desapareció toda esa belleza y solo escuchaba ruidos extraños que cada vez aumentaban más su miedo y su malestar. Unos gritos de aves desconocidas resonaban por el bosque, y todo lo que antes parecía bello se convirtió en algo tétrico y fantasmal. El sol ya casi no alumbraba y temía quedarse solo en el bosque, así que salió volando en busca de su familia. Pero la noche entró y el seguía solo. Buscó entonces un lugar donde cobijarse y allí pasó la noche. Con las hojitas que había en la cueva se hizo una camita un tanto ruidosa, ya que las hojas estaban secas pero por lo menos le dieron un poquito de calor para esa noche. Al día siguiente cuando despertó no recordaba que se había perdido, pero pronto al levantarse recordó lo que había sucedido, y empezó a preocuparse.

-¡Oh, Dios mío! ¿Qué voy ha hacer aquí solo?, ¿Dónde está mi familia?- Y pronto descubrió cómo les echaba de menos.

Sus papás siempre le repetían que si algún día se perdían lo que tenía que hacer es no alejarse del ultimo lugar por donde habían pasado todos juntos, ponerse en un lugar suficientemente alto como para que pudieran verle cuando volvieran a buscarle, y que nunca dejara que el miedo le impidiera ver la realidad.

-¡¡¡Es verdad!!!!- Dijo cuando recordó. -Mis papás me dijeron qué tenia que hacer si me perdía así que no tengo nada que temer, mi familia me está buscando y pronto nos reuniremos-

Así que salió de su cuevecita despidiéndose de ella y dándole las gracias por haberle ofrecido cobijo esa noche. De nuevo todo volvía a ser hermoso, y la seguridad de que encontraría a su familia le hacia volar feliz y alegre por unos parajes totalmente desconocidos para él. Pronto encontró de nuevo el lago por donde volaron la última vez y allí buscó el árbol más alto y se posó en una de sus ramas. Mientras esperaba, empezó a canturrear y poco a poco se fueron añadiendo a su canción todos los pajarillos que habitaban por esos entornos. Él les contó que se había perdido, y decidieron cantar muy muy fuerte para que todo el que pasara pudiera oírles. Pronto su canción se podía escuchar desde muy lejos, lo que ayudó a su familia a encontrarle más rápidamente.

Después de aquel día, nuestro pajarillo se había hecho más sabio. Ahora sabía que tenía que advertir siempre a su familia cuando se alejaba de ellos durante sus viajes. Sabía también que durante el camino de la vida encontraría a quienes le ofrecieran su ayuda, y lo más importante de todo, descubrió que cuando el miedo se apoderaba de él las cosas más hermosa podían parecer las más terribles.

EL LABERINTO DE KRATÓN

En lo más profundo de la gran montaña, en un gran laberinto de túneles creado por los grandes magos, vivía encerrada la peor de las fieras, una bestia horrible a quien todos conocían por el nombre de Kratón. Había sido encerrado allí tras aterrorizar a todos los pueblos, en un laberinto mágico con una única entrada y salida que cambiaba de lugar cada día.

Pero ocurrió que llegó a aquellas tierras un hombre de corazón malvado, perverso hasta el extremo, cuyo único deseo era someter a todos los hombres del reino. Se llamaba Jafa, y tanta prisa sentía por cumplir sus deseos, que al enterarse de la existencia de Kratón, pensó en liberarlo para que le ayudara a completar sus planes, por muy peligroso que fuera el monstruo.

Así, Jafa marchó hacia la gran montaña con todos sus sirvientes. Eran tantos y tan temerosos de su amo, que no tardaron en encontrar la entrada del laberinto. Uno de sus esclavos, gran sabio, ideó la forma de mostrarle la salida cada día, desde fuera, una vez que el hombre estuviera en el interior de la montaña.

- Sólo una cosa más, mi señor- dijo el esclavo tras explicarle el sistema-. Cuando vayáis a salir del laberinto, debéis esperar a que sea de noche. Por nada del mundo salgáis a plena luz del día...

Y sin querar escuchar más, Jafa se introdujo en el laberinto. A gritos, en medio de una gran oscuridad, comenzó a llamar al monstruo, explicándole sus intenciones. Él le sacaría del laberinto si a cambio Kratón permanecía a su servicio, aterrorizando al pueblo, durante al menos diez años.

El monstruo, también a gritos, estuvo de acuerdo con la oferta del malvado, pues sólo quería salir de allí para vengarse. Cuando tras varios días se encontraron en medio de la más negra oscuridad, celebraron su terrible pacto. Y siguiendo el sistema que Jafa había acordado con su esclavo, no tardaron en encontrar la salida. Al acercarse, la brillante luz del sol asomaba a la entrada del laberinto, y Jafa recordó las palabras del esclavo. Lleno de impaciencia, el malvado se sentó a esperar, pero la bestia, viéndose libre, no quiso ni oír hablar de más esperas, y olvidándose del pacto, salió corriendo del laberinto.

Desde dentro, Jafa oyó los terribles gemidos de dolor de Kratón. Sentía un gran miedo, pero también la necesidad de salir a ver lo ocurrido con su bestia. Y aunque seguía recordando las palabras de su esclavo, decidió salir.

Nada más asomar su rostro Jafa, la luz del sol y la de otros mil espejos dispuestos por el sabio esclavo para iluminar aquel punto atravesaron sus ojos. Ojos que, indefensos por la oscuridad en la que habían vivido durante días, se quemaron al instante, dejando ciego de por vida al impaciente Jafa, como poco antes había ocurrido con Kratón. Y así, ambos malvados, ciegos, torpes e impacientes, ni siquiera pudieron ver cómo fracasaban sus planes, quedando para siempre castigados a una vida de oscuridad, junto a las demás criaturas de la noche.

Valor Educativo Paciencia

EL JARDÍN NATURAL

Hubo una vez un rey que tenía un gran palacio cuyos jardines eran realmente maravillosos. Allí vivían miles de animales de cientos de especies distintas, de gran variedad y colorido, que convertían aquel lugar en una especie de paraíso del que todos disfrutaban.

Sólo una cosa en aquellos jardines disgustaba al rey: prácticamente en el centro del lugar se veían los restos de lo que siglos atrás habia sido un inmenso árbol, pero que ahora lucía apagado y casi seco, restando brillantez y color al conjunto. Tanto le molestaba, que finalmente ordenó cortarlo y sustituirlo por un precioso juego de fuentes.

Algún tiempo después, un astuto noble estuvo visitando al rey en su palacio. Y en un momento le dijo disimuladamente al oido:

- Majestad, sois el más astuto de los hombres. En todas partes se oye hablar de la belleza de estos jardines y la multitud de animales que los recorren. Pero en el tiempo que llevo aquí, apenas he podido ver otra cosa que no fuera esta fuente y unos pocos pajarillos... ¡Qué gran engaño!

El rey, que nunca pretendió engañar a nadie, descubrió con horror que era verdad lo que decía el noble. Llevaban tantos meses admirando las fuentes, que no se habían dado cuenta de que apenas quedaban unos pocos animales. Sin perder un segundo, mandó llamar a los expertos y sabios de la corte. El rey tuvo que escuchar muchas mentiras, inventos y suposiciones, pero nada que pudiera explicar lo sucedido. Ni siquiera la gran recompensa que ofreció el rey permitió recuperar el esplendor de los jardines reales.

Muchos años después, una joven se presentó ante el rey asegurando que podría explicar lo sucedido y recuperar los animales.

- Lo que pasó con su jardín es que no tenía suficientes excrementos, majestad. Sobre todo de polilla.

Todos los presentes rieron el chiste de la joven. Los guardias se disponían a expulsarla cuando el rey se lo impidió.

- Quiero escuchar la historia. De las mil mentiras que he oido, ninguna había empezado así.

La joven siguió muy seria, y comenzó a explicar cómo los grandes animales de aquellos jardines se alimentaban principalmente de pequeños pájaros de vivos colores, que debían su aspecto a su comida, compuesta por unos coloridos gusanos a su vez se alimentaban de varias especies rarísimas de plantas y flores que sólo podían crecer en aquel lugar del mundo, siempre que hubiera suficiente excremento de polillas... y así siguió contando cómo las polillas también eran la base de la comida de muchos otros pájaros, cuyos excrementos hacían surgir nuevas especies de plantas que alimentaban otros insectos y animales, que a su vez eran vitales para la existencia de otras especies... Y hubiera seguido hablando sin parar, si el rey no hubiera gritado.

- ¡Basta! ¿Y se puede saber cómo sabes tú todas esas cosas, siendo tan joven?- preguntó.

- Pues porque ahora todo ese jardín ahora está en mi casa. Antes de haber nacido yo, mi padre recuperó aquel viejo árbol arrancado del centro de los jardines reales y lo plantó en su jardín. Desde entonces, cada primavera, de aquel árbol surgen miles y miles de polillas. Con el tiempo, las polillas atrajeron los pájaros, y surgieron nuevas plantas y árboles, que fueron comida de otros animales, que a su vez lo fueron de otros... Y ahora, la antigua casa de mi padre está llena de vida y color. Todo fue por las polillas del gran árbol.

- ¡Excelente! -exclamó el rey-. Ahora podré recuperar mis jardines. Y a tí, te haré rica. Asegúrate de que dentro de una semana todo esté listo. Utiliza tantos hombres como necesites.

- Me temo que no podrá ser majestad- dijo la joven-. Si queréis, puedo intentar volver a recrear los jardines, pero no viviréis para verlo. Hacen falta muchísimos años para recuperar el equilibrio natural. Con mucha suerte, cuando yo sea anciana podría estar listo. Esas cosas no dependen de cuántos hombres trabajen en ellas.

El rostro del anciano rey se quedó triste y pensativo, comprendiendo lo delicado que es el equilibrio de la naturaleza, y lo imprudente que fue al romperlo tan alegremente. Pero amaba tanto aquellos jardines y aquellos animales, que decidió construir un inmenso palacio junto a las tierras de la joven. Y con miles de hombres trabajando en la obra, pudo verla terminada en muchísimo menos tiempo del que hubiera sido necesario para reestablecer el equilibrio natural de aquellos jardines en cualquier otro lugar.

Valor Educativo Cuidado del medio ambiente y los espacios naturales

LA COLA DEL LEON

En una pequeña aldea vivía un niño llamado Leo. Era un chico delgado y bajito, y vivía siempre con el miedo en el cuerpo, pues algunos chicos de un pueblo vecino acosaban del pobre Leo y trataban de divertirse a su costa.Un día, un joven mago que estaba de paso por la aldea vio las burlas. Cuando los chicos se marcharon, se acercó a Leo y le regaló una preciosa cola de león, con una pequeña cinta que permitía sujetarla a la cintura.

- Es una cola mágica. Cuando la persona que la lleva actúa valientemente, esa persona se convierte en un fierísimo león.

Habiendo visto los poderes de aquel joven mago algunos días antes durante sus actuaciones, Leo no dudó de sus palabras, y desde aquel momento llevaba la cola de león colgando de su cintura, esperando que aparecieran los chicos malos para darles un buen escarmiento.

Pero cuando llegaron los chicos, Leo tuvo miedo y trató de salir corriendo. Sin embargo, pronto lo alcanzaron y lo rodearon. Ya iban a comenzar las bromas y empujones de siempre, cuando Leo sintió la cola de león colgando de su cintura. Entonces el niño, juntando todo su coraje, tensó el cuerpo, cerró los puños, se estiró, levantó la cabeza, miró fijamente a los ojos a cada uno de ellos, y con toda la calma y fiereza del mundo, prometió que si no le dejaban tranquilo en ese instante, uno de ellos, aunque sólo fuera uno, se arrepentiría para siempre, hoy, mañana, o cualquier otro día... y siguió mirándolos a los ojos, con la más dura de sus miradas, dispuesto a cumplir lo que decía.

Leo sintió un gran escalofrío. Debía ser la señal de que se estaba transformando en un león, porque las caras de los chicos cambiaron su gesto. Todos dieron un paso atrás, se miraron unos a otros, y finalmente se marcharon de allí corriendo. Leo tuvo ganas de salir tras ellos y destrozarlos con su nueva figura, pero cuando intentó moverse, sintió sus piernas cortas y normales, y tuvo que abandonar esa idea.

No muy lejos, el mago observaba sonriente, y corrió a felicitar a Leo. El niño estaba muy contento, aunque algo desilusionado porque su nueva forma de león hubiera durado tan poco, y no le hubiera permitido luchar con aquellos chicos.

- No hubieras podido, de todas formas- le dijo el mago- Nadie lucha contra los leones, pues sólo con verlos, y saber lo fieros y valientes que son, todo el mundo huye. ¿Has visto alguna vez un león luchando?

Era verdad. No recordaba haber visto nunca un león luchando. Entonces Leo se quedó pensativo, mirando la cola de león. Y lo comprendió todo. No había magia, ni transformaciones, ni nada. Sólo un buen amigo que le había enseñado que los abusones y demás animalejos cobardes nunca se atreven a enfrentarse con un chico valiente de verdad.

Valor Educativo Valentía y hacer frente al abuso y el acoso

EL TESORO DE BARBA MELON

Barba Melón era el pirata más feroz y temible de los siete mares. Decían que en sus asaltos y abordajes por todo el mundo había conseguido reunir un tesoro fabuloso, el mayor que se conocía. Como buen pirata, Barba Melón no se fiaba de nadie, y siempre llevaba su tesoro bajo sus pies, en la enorme bodega de su barco.

Un día, oyó el pirata hablar de un magnífico tesoro que iba a cruzar el mar en uno de los barcos más poderosos de la tierra. Era un galeón tremendamente grande y estaba muy bien armado, pero nada le gustaba más a Barba Melón que hundir los barcos más grandes y seguir aumentando su tesoro, aunque en el fondo ya era tan rico que necesitaría muchas vidas para gastar tanto oro y joyas como guardaba.

Así, el pirata preparó cuidadosamente el asalto en mar abierto. Como siempre, el abordaje fue un éxito y en poco tiempo estaban transportando el fabuloso tesoro del galeón al barco de Barba Melón. Ciertamente, era un tesoro formidable, casi tan grande como el del propio pirata, y éste se frotaba las manos sólo de pensar en seguir multiplicando sus riquezas.

Cuando hubieron cargado todo el tesoro, acabaron de hundir el galeón, y los piratas prepararon una gran fiesta para celebrar la hazaña. Borrachos como estaban, no se dieron cuenta de que el barco se hundía poco a poco, pues el tesoro que llevaba era tan grande, que no podía seguir a flote.

Para cuando se dieron cuenta, ya no había nada que hacer. El barco se marchó al fondo del mar con todos sus malvados piratas y con Barba Melón al frente, quien aún permanece allí atrapado junto a aquel tesoro que llegó a ser gigantesco, pero no tan grande como la avaricia y estupidez del pirata.

Valor Educativo Evitar la avaricia y la codicia

LA COLA DE LEON

En una pequeña aldea vivía un niño llamado Leo. Era un chico delgado y bajito, y vivía siempre con el miedo en el cuerpo, pues algunos chicos de un pueblo vecino acosaban del pobre Leo y trataban de divertirse a su costa.Un día, un joven mago que estaba de paso por la aldea vio las burlas. Cuando los chicos se marcharon, se acercó a Leo y le regaló una preciosa cola de león, con una pequeña cinta que permitía sujetarla a la cintura.

- Es una cola mágica. Cuando la persona que la lleva actúa valientemente, esa persona se convierte en un fierísimo león.

Habiendo visto los poderes de aquel joven mago algunos días antes durante sus actuaciones, Leo no dudó de sus palabras, y desde aquel momento llevaba la cola de león colgando de su cintura, esperando que aparecieran los chicos malos para darles un buen escarmiento.

Pero cuando llegaron los chicos, Leo tuvo miedo y trató de salir corriendo. Sin embargo, pronto lo alcanzaron y lo rodearon. Ya iban a comenzar las bromas y empujones de siempre, cuando Leo sintió la cola de león colgando de su cintura. Entonces el niño, juntando todo su coraje, tensó el cuerpo, cerró los puños, se estiró, levantó la cabeza, miró fijamente a los ojos a cada uno de ellos, y con toda la calma y fiereza del mundo, prometió que si no le dejaban tranquilo en ese instante, uno de ellos, aunque sólo fuera uno, se arrepentiría para siempre, hoy, mañana, o cualquier otro día... y siguió mirándolos a los ojos, con la más dura de sus miradas, dispuesto a cumplir lo que decía.

Leo sintió un gran escalofrío. Debía ser la señal de que se estaba transformando en un león, porque las caras de los chicos cambiaron su gesto. Todos dieron un paso atrás, se miraron unos a otros, y finalmente se marcharon de allí corriendo. Leo tuvo ganas de salir tras ellos y destrozarlos con su nueva figura, pero cuando intentó moverse, sintió sus piernas cortas y normales, y tuvo que abandonar esa idea.

No muy lejos, el mago observaba sonriente, y corrió a felicitar a Leo. El niño estaba muy contento, aunque algo desilusionado porque su nueva forma de león hubiera durado tan poco, y no le hubiera permitido luchar con aquellos chicos.

- No hubieras podido, de todas formas- le dijo el mago- Nadie lucha contra los leones, pues sólo con verlos, y saber lo fieros y valientes que son, todo el mundo huye. ¿Has visto alguna vez un león luchando?

Era verdad. No recordaba haber visto nunca un león luchando. Entonces Leo se quedó pensativo, mirando la cola de león. Y lo comprendió todo. No había magia, ni transformaciones, ni nada. Sólo un buen amigo que le había enseñado que los abusones y demás animalejos cobardes nunca se atreven a enfrentarse con un chico valiente de verdad.

Valor Educativo Valentía y hacer frente al abuso y el acoso

LAS PRINCESAS DEL LAGO

Había una vez dos bellas princesas que siendo aún pequeñas, habían sido raptadas por un rey enemigo. Éste había ordenado llevarlas a un lago perdido, y abandonarlas en una pequeña isla, donde permanecerían para siempre custodiadas por un terrible monstruo marino.

Sólo cuando el malvado rey y su corte de brujos y adivinos fueron derrotados, pudieron en aquel país descubrir que en el destino estaba escrito que llegaría el día en que un valiente príncipe liberaría a las princesas de su encierro.

Cuendo el viento llevó la noticia a la isla, llenó de esperanza la vida de las princesas. La más pequeña, mucho más bella y dulce que su hermana, esperaba pacientemente a su enamorado, moldeando pequeños adornos de flores y barro, y cantando canciones de amor.La mayor, sin embargo, no se sentía a gusto esperando sin más. "Algo tendré que hacer para ayudar al príncipe a rescatarme. Que por lo menos sepa dónde estoy, o cómo es el monstruo que me vigila." Y decidida a facilitar el trabajo del príncipe, se dedicó a crear hogueras, construir torres, cavar túneles y mil cosas más. Pero el temible monstruo marino fastidiaba siempre sus planes.

Con el paso del tiempo, la hermana mayor se sentía más incómoda. Sabía que el príncipe elegiría a la pequeña, así que no tenía mucho sentido seguir esperando. Desde entonces, la joven dedicó sus esfuerzos a tratar de escapar de la isla y del monstruo, sin preocuparse por si finalmente el príncipe aparecería para salvarla o no.Cada mañana preparaba un plan de huída diferente, que el gran monstruo siempre terminaba arruinando. Los intentos de fuga y las capturas se sucedían día tras día, y se convirtieron en una especie de juego de ingenio entre la princesa y su guardián. Cada intento de escapada era más original e ingenioso, y cada forma de descubrirlo más sutil y sorprendente. Ponían tanto empeño e imaginación en sus planes, que al acabar el juego pasaban horas comentando amistosamente cómo habían preparado su estrategia. Y al salir la luna, se despedían hasta el día siguiente y el monstruo volvía a las profundidades del lago.

Un día, el monstruo despidió a la princesa diciendo:- Mañana te dejaré marchar. Eres una joven lista y valiente. No mereces seguir atrapada.Pero a la mañana siguiente la princesa no intentó escapar. Se quedó sentada junto a la orilla, esperando a que apareciera el monstruo.- ¿Por qué no te has marchado?- No quería dejarte aquí solo. Es verdad que das bastante miedo, y eres enorme, pero tú también eres listo y mereces algo más que vigilar princesas. ¿Por qué no vienes conmigo?- No puedo- respondió con gran pena el monstruo-. No puedo separarme de la isla, pues a ella me ata una gran cadena. Tienes que irte sola.

La joven se acercó a la horrible fiera y la abrazó con todas sus fuerzas. Tan fuerte lo hizo, que el animal explotó en mil pedazos. Y de entre tantos pedacitos, surgió un joven risueño y delgaducho, pero con esa misma mirada inteligente que tenía su amigo el monstruo.

Así descubrieron las princesas a su príncipe salvador, quien había estado con ellas desde el principio, sin saber que para que pudiera salvarlas antes debían liberarlo a él. Algo que sólo había llegado a ocurrir gracias al ánimo y la actitud de la hermana mayor.Y el joven príncipe, que era listo, no tuvo ninguna duda para elegir con qué princesa casarse, dejando a la hermana pequeña con sus cantos, su belleza y su dulzura... y buscando algún príncipe tontorrón que quisiera a una chica con tan poca iniciativa.

Valor Educativo Iniciativa y proactividad

EL INVISIBLE REY DE LA SELVA

En la selva del Maluba vivía Muskatá, la mosca que rugía como un león. Descubrió su particular habilidad siendo muy pequeñita, y cuando se hizo mayor, viajó a las lejanas tierras de Maluba, donde nadie pudiera conocerla. Nada más llegar, lanzó sus temibles rugidos aquí y allí, asustando a todos, haciendo siempre lo mismo: se escondía tras unos matojos y rugía amenazante; luego volaba rápidamente tras la espalda de su víctima y volvía a rugir:

- ¡GRRRRAUU!

Esperando ver un temible león, nadie reparaba en la pequeña mosca, que repetía esta y otras cosas parecidas, al tiempo que se burlaba diciendo:

- Jamás me llegarás a ver. Soy Rután, el más rápido y fuerte de la selva.- ¿Ves? Podría destrozarte de un zarpazo antes de que te dieras cuenta.- ¿Tienes miedo? Haces bien, porque soy el león más fiero que existe.

Finalmente, aterrorizados, todos los animales terminaron aceptando al león Rután como rey de la selva de Maluba.Muskatá se dedicó entonces a vivir alegremente. Tenía todo lo que quería, y cuando algo le faltaba o buscaba diversión, no tenía más que rugir ferozmente y realizar un par de trucos.

Pero un día apareció por allí Tuga Tuga, una tortuga un poco loca. Según contaban, había estado años trabajando en un circo con los humanos, y aquello la había dejado majareta perdida. Muskatá no dejó pasar la ocasión de burlarse de la recién llegada, y preparó sus habituales sustos.Pero nada más oír los rugidos y amenazas del invisible león, Tuga Tuga comenzó a morirse de la risa...

- ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Un león fantasma! Yo conocí un león fantasma, y un burro calvo, y una comadreja coja... ¡qué divertidos eran cuando bailaban! ¡Venga, vamos a bailar, leoncito!

Todos los animales se echaron a temblar, llenos de lástima por la pobre Tuga Tuga. Era la primera vez que alguien se atrevía a tratar así al temible Rután, y seguro que el ferocísimo león no tendría piedad de ella.

Muskatá, sin embargo, como no podía morder ni golpear a la tortuga, no tenía otro remedio que seguir rugiendo y amenazando. Pero la loca tortuga seguía riendo, sin hacer caso de las furiosas advertencias del león. En unos minutos, quedó claro que el león no iba a hacerle nada nada de lo que decía, y un atrevido pajarillo se unió a los chistes de Tuga Tuga sobre el león. Muskatá también trató de asustar al pajarillo con sus amenazas, pero tampoco pudo cumplir nada, y poco a poco otros animales se fueron uniendo al grupo de burlones. Finalmente, todos se reían del invisible Rután, llamándole cosas como: "el león que asustaba pero no mordía", "un rey con mucho rugido y pocas nueces" o "el gran león rey fantasma, ése que nunca hace nada"...

Y así acabaron los felices días de Muskatá, la mosca que rugía, que amenazó y mintió tanto, tanto, que cuando llegó el momento de cumplirlo, no podía.

Valor Educativo Sinceridad y credibilidad

LA ROSA BLANCA

En un jardín de matorrales, entre hierbas y maleza, apareció como salida dela nada una rosa blanca. Era blanca como la nieve, sus pétalos parecían deterciopelo y el rocío de la mañana brillaba sobre sus hojas como cristalesresplandecientes. Ella no podía verse, por eso no sabía lo bonita que era.Por ello pasó los pocos días que fue flor hasta que empezó a marchitarsesin saber que a su alrededor todos estaban pendientes de ella y de superfección: su perfume, la suavidad de sus pétalos, su armonía. No se dabacuenta de que todo el que la veía tenia elogios hacia ella.Las malas hierbas que la envolvían estaban fascinadas con su belleza yvivían hechizadas por su aroma y elegancia.

Un día de mucho sol y calor, una muchacha paseaba por el jardín pensandocuántas cosas bonitas nos regala la madre tierra, cuando de pronto vio unarosa blanca en una parte olvidada del jardín, que empezaba a marchitarse.

–Hace días que no llueve, pensó – si se queda aquí mañana ya estarámustia. La llevaré a casa y la pondré en aquel jarrón tan bonito que meregalaron.Y así lo hizo. Con todo su amor puso la rosa marchita en agua, en un lindojarrón de cristal de colores, y lo acercó a la ventana.- La dejaré aquí,pensó –porque así le llegará la luz del sol. Lo que la joven no sabíaes que su reflejo en la ventana mostraba a la rosa un retrato de ella mismaque jamás había llegado a conocer.

-¿Esta soy yo? Pensó. Poco a poco sus hojas inclinadas hacia el suelo sefueron enderezando y miraban de nuevo hacia el sol y así, lentamente, fuerecuperando su estilizada silueta. Cuando ya estuvo totalmente restablecidavio, mirándose al cristal, que era una hermosa flor, y pensó: ¡¡Vaya!!Hasta ahora no me he dado cuenta de quién era, ¿cómo he podido estar tanciega?La rosa descubrió que había pasado sus días sin apreciar su belleza. Sinmirarse bien a sí misma para saber quién era en realidad.Si quieres saber quién eres de verdad, olvida lo que ves a tu alrededor ymira siempre en tu corazón.

Este cuento es una colaboración de Rosa María Roé

Valor Educativo Autoestima

DOS DUENDES Y DOS DESEOS

Hubo una vez, hace mucho, muchísimo tiempo, tanto que ni siquiera el existían el día y la noche, y en la tierra sólo vivían criaturas mágicas y extrañas, dos pequeños duendes que soñaban con saltar tan alto, que pudieran llegar a atrapar las nubes.

Un día, la Gran Hada de los Cielos los descubrió saltando una y otra vez, en un juego inútil y divertido a la vez, tratando de atrapar unas ligeras nubes que pasaban a gran velocidad. Tanto le divirtió aquel juego, y tanto se rió, que decidió regalar un don mágico a cada uno.

- ¿Qué es lo que más deserías en la vida? Sólo una cosa, no puedo darte más - preguntó al que parecía más inquieto.

El duende, emocionado por hablar con una de las Grandes Hadas, y ansioso por recibir su deseo, respondió al momento.

- ¡Saltar! ¡Quiero saltar por encima de las montañas! ¡Por encima de las nubes y el viento, y más allá del sol!

- ¿Seguro? - dijo el Hada - ¿No quieres ninguna otra cosa?

El duendecillo, impaciente, contó los años que había pasado soñando con aquel don, y aseguró que nada podría hacerle más feliz. El Hada, convencida, sopló sobre el duende y, al instante, éste saltó tan alto que en unos momentos atravesó las nubes, luego siguió hacia el sol, y finalmente dejaron de verlo camino de las estrellas.

El Hada, entoces, se dirigió al otro duende.

- ¿Y tú? ¿qué es lo que más quieres?

El segundo duende, de aspecto algo más tranquilo que el primero, se quedó pensativo. Se rascó la barbilla, se estiró las orejas, miró al cielo, miró al suelo, volvió a mirar al cielo, se tapó los ojos, se acercó una mano a la oreja, volvió a mirar al suelo, puso un gesto triste, y finalmente respondió:

- Quiero poder atrapar cualquier cosa, sobre todo para sujetar a mi amigo. Se va a matar del golpe cuando caiga.

En ese momento, comenzaron a oír un ruido, como un gritito en la lejanía, que se fue acercando y acercando, sonando cada vez más alto, hasta que pudieron distinguir claramente la cara horrorizada del primer duende ante lo que iba a ser el tortazo más grande de la historia. Pero el Hada sopló sobre el segundo duende, y éste pudo atraparlo y salvarle la vida.

Con el corazón casi fuera de su sitio y los ojos llenos de lágrimas, el primer duende lamentó haber sido tan impulsivo, y abrazó a su buen amigo, quien por haber pensado un poco antes de pedir su propio deseo, se vio obligado a malgastarlo con él. Y agradecido por su generosidad, el duende saltarín se ofreció a intercambiar los dones, guardando para sí el inútil don de atrapar duendes, y cediendo a su compañero la habilidad de saltar sobre las nubes. Pero el segundo duende, que sabía cuánto deseaba su amigo aquel don, decidió que lo compartirían por turnos. Así, sucesivamente, uno saltaría y el otro tendría que atraparlo, y ambos serían igual de felices.

El Hada, conmovida por el compañerismo y la amistad de los dos duendes, regaló a cada uno los más bellos objetos que decoraban sus cielos: el sol y la luna. Desde entonces, el duende que recibió el sol salta feliz cada mañana, luciendo ante el mundo su regalo. Y cuando tras todo un día cae a tierra, su amigo evita el golpe, y se prepara para dar su salto, en el que mostrará orgulloso la luz de la luna durante toda la noche.

Valor Educativo Reflexionar antes de actuar. Compañerismo

LAS SEMILLAS

Hubo una vez 4 semillas amigas que llevadas por el viento fueron a parar a un pequeño claro de la selva. Allí quedaron ocultas en el suelo, esperando la mejor ocasión para desarrollarse y convertirse en un precioso árbol.Pero cuando la primera de aquellas semillas comenzó a germinar, descubrieron que no sería tarea fácil. Precisamente en aquel pequeño claro vivía un grupo de monos, y los más pequeños se divertían arrojando plátanos a cualquier planta que vieran crecer. De esa forma se divertían, aprendían a lanzar plátanos, y mantenían el claro libre de vegetación.

Aquella primera semilla se llevó un platanazo de tal calibre, que quedó casi partida por la mitad. Y cuando contó a las demás amigas su desgracia, todas estuvieron de acuerdo en que lo mejor sería esperar sin crecer a que aquel grupo de monos cambiara su residencia.

Todas, menos una, que pensaba que al menos debía intentarlo. Y cuando lo intentó, recibió su platanazo, que la dejó doblada por la mitad. Las demás semillas su unieron para pedirle que dejara de intentarlo, pero aquella semillita estaba completamente decidida a convertirse en un árbol, y una y otra vez volvía a intentar crecer. Con cada nueva ocasión, los pequeños monos pudieron ajustar un poco más su puntería gracias a nuestra pequeña plantita, que volvía a quedar doblada.

Pero la semillita no se rindió. Con cada nuevo platanazo lo intentaba con más fuerza, a pesar de que sus compañeras le suplicaban que dejase de hacerlo y esperase a que no hubiera peligro. Y así, durante días, semanas y meses, la plantita sufrió el ataque de los monos que trataban de parar su crecimiento, doblándola siempre por la mitad. Sólo algunos días conseguía evitar todos los plátanos, pero al día siguiente, algún otro mono acertaba, y todo volvía a empezar.

Hasta que un día no se dobló. Recibió un platanazo, y luego otro, y luego otro más, y con ninguno de ellos llegó a doblarse la joven planta. Y es que había recibido tantos golpes, y se había doblado tantas veces, que estaba llena de duros nudos y cicatrices que la hacían crecer y desarrollarse más fuertemente que el resto de semillas. Así, su fino tronco se fue haciendo más grueso y resistente, hasta superar el impacto de un plátano. Y para entonces, era ya tan fuerte, que los pequeños monos no pudieron tampoco arrancar la plantita con las manos. Y allí continuó, creciendo, creciendo y creciendo.

Y, gracias a la extraordinaria fuerza de su tronco, pudo seguir superando todas las dificultades, hasta convertirse en el más majestuoso árbol de la selva. Mientras, sus compañeras seguían ocultas en en el suelo. Y seguían como siempre, esperando que aquellos terroríficos monos abandonaran el lugar, sin saber que precisamente esos monos eran los únicos capaces de fortalecer sus troncos a base de platanazos, para prepararlos para todos los problemas que encontrarían durante su crecimiento.

Valor Educativo Constancia y tesón. Aprovechar las contrariedades para crecer

LAS SIETE PRINCESAS

Cuando la malvada Bruja de las Cumbres encerró a las 7 princesas en los 7 castillos de las 7 montañas, custodiadas por 7 halcones, 7 ogros y 7 dragones, nadie pensó que se las pudiera volver a ver con vida. Pero años después, el valiente Sir Pentín juntó un aguerrido grupo de nobles caballeros que cabalgaron hasta las Grandes Cumbres, vencieron a halcones, ogros y dragones, y acudieron a liberar a las princesas.

Los caballeros fueron entrando a cada uno de aquellos castillos para rescatar a las jóvenes. Eran unos lugares tan fríos y oscuros que parecían muertos, y los valientes se preguntaban qué clase de terrible maldad debía poseer el negro corazón de la bruja para hacer encerrado allí a las princesas. Las jóvenes liberadas se mostraron enormemente agradecidas a sus salvadores, pues su vida en aquel encierro era la más vacía y aburrida que se pudiera imaginar. Y sonrientes, escuchaban las hazañas de los caballeros, enamorándose de su valentía y de su arrojo.

Pero al llegar al último de los castillos, que en nada parecía diferenciarse de los anteriores, descubrieron un interior precioso, primorosamente cuidado y adornado, lleno de luz y color. Podía incluso oírse una bella música de fondo, como si se tratara de un lugar mágico. Y cuando corrieron a rescatar a la princesa de su alcoba en la torre más alta, como habían hecho con las demás, no la encontraron allí. La buscaron por todas partes hasta que siguiendo la mágica melodía, fueron a parar a una pequeña salita. No encontraron en ella nada más mágico que una alegre princesa tocando un arpa con gran destreza.

Nada desconcertó tanto a los caballeros como la actitud entusiasmada y alegre de la joven. Era culta, ingeniosa, elegante y con un especial don para las artes, y al contrario que el resto de princesas, en quienes el efecto de su encierro era bien visible, esta última parecía haber vivido una vida mucho más activa e interesante. Pero tras mucho preguntar e indagar, los caballeros concluyeron que había estado tan encerrada y solitaria como todas las demás.

Extrañados, recorrieron el palacio buscando una explicación, hasta llegar a la biblioteca. Faltaban muchísimos libros, y sólo entonces se dieron cuenta del motivo: el castillo entero estaba lleno libros. Sobre cada mesa y cada mueble era fácil encontrar algún libro. ¡La princesa no dejaba de leer! Y así había podido aprender y vivir tantas cosas que parecía que nunca hubiera llegado a estar encerrada, viviendo su encierro entre múltiples actividades que nunca dejaron paso al aburrimiento.

El viaje de vuelta fue un viaje extraño. Salvo ésta última, las demás princesas resultaron tan sosas y aburridas, que ninguno de los caballeros pudo corresponder su amor. Al contrario, todos ellos estaban prendados del encanto de la joven Clara, quien sin dejarse llevar por el brillo de las hazañas y las armaduras, pudo elegir su amor verdadero mucho tiempo después. Pero eso, es otra historia.

Valor Educativo Iniciativa y amor por la lectura

EL DRAGON NUBE

En las oscuras tierras de las brujas y los trolls, vivía hace mucho tiempo el dragón más terrible que nunca existió. Sus mágicos poderes le permitían ser como una nube, para moverse rápido como el viento, ser ligero como una pluma y tomar cualquier forma, desde una simple ovejita, a un feroz ogro. Y por ser un dragón nube, era el único capaz de lanzar por su boca no sólo llamaradas de fuego, sino brillantes rayos de tormenta.

El dragón nube atacaba aldeas y poblados sólo por placer, por el simple hecho de oír los gritos de la gente ante sus terribles apariciones. Pero únicamente encontraba verdadera diversión cada vez que los hombres enviaban a alguno de sus caballeros y héroes a tratar de acabar con él. Entonces se entretenía haciendo caer interminables lluvias sobre su armadura, o diminutos relámpagos que requemaban y ponían de punta todos los pelos del valiente caballero. Luego se transformaba en una densa niebla, y el caballero, sin poder ver nada a su alrededor, ni siquiera era consciente de que la nube en que estaba sumergido se elevaba y echaba a volar. Y tras jugar con él por los aires durante un buen rato, hasta que quedaba completamente mareado, el dragón volvía a su forma natural, dejando al pobre héroe flotando en el aire. Entonces no dejaba de reír y abrasarlo con sus llamaradas, mientras caía a gran velocidad hasta estamparse en la nieve de las frías montañas, donde dolorido, helado y chamuscado, el abandonado caballero debía buscar el largo camino de vuelta.

Sólo el joven Yela, el hijo pequeño del rey, famoso desde pequeño por sus constantes travesuras, sentía cierta simpatía por el dragón. Algo en su interior le decía que no podía haber nadie tan malo y que, al igual que le había pasado a él mismo de pequeño, el dragón podría aprender a comportarse correctamente. Así que cuando fue en su busca, lo hizo sin escudo ni armaduras, totalmente desarmado, dispuesto a averiguar qué era lo que llevaba al dragón a actuar de aquella manera.

El dragón, nada más ver venir al joven príncipe, comenzó su repertorio de trucos y torturas. Yela encontró sus trucos verdaderamente únicos, incluso divertidos, y se atrevió a disfrutar de aquellos momentos junto al dragón. Cuando por fin se estampó contra la nieve, se levantó chamuscado y dolorido, pero muy sonriente, y gritó: “ ¡Otra vez! ¡Yuppi!”.

El dragón nube se sorprendió, pero parecía que hubiera estado esperando aquello durante siglos, pues no dudó en repetir sus trucos, y hacer algunos más, para alegría del joven príncipe, quien disfrutó de cada juego del dragón. Éste se divertía tanto que comenzó a mostrar especial cuidado y delicadeza con su compañero de juegos, hasta tal punto, que cuando pararon para descansar un rato, ambos lo hicieron juntos y sonrientes, como dos buenos amigos.

Yela no sólo siguió dejando que el dragón jugara con él. El propio príncipe comenzó a hacer gracias, espectáculos y travesuras que hacían las delicias del dragón, y juntos idearon muchos nuevos trucos. Finalmente Yela llegó a conocer a la familia del dragón, sólo para darse cuenta de que, a pesar de tener cientos de años, no era más que un dragón chiquitito, un niño enorme con ganas de hacer travesuras y pasarlo bien.

Y así, pudo el príncipe regresar a su reino sobre una gran nube con forma de dragón, ante la alegría y admiración de todos. Y con la ayuda de niños, cómicos, actores y bufones, pudieron alegrar tanto la vida del pequeño dragón, que nunca más necesitó hacer daño a nadie para divertirse. Y como pago por sus diversiones, regalaba su lluvia, su sombra y sus rayos a cuantos los necesitaban.

TUTÓN EL COMEPLANETAS

Para hacerse una idea del tamaño de los molokos, hay que mirarlos desde muy lejos. Si te pusieras a su lado, ellos ni siquiera te verían, y si el mayor de nuestros gigantes de cuento se pusiera a su lado, probablemente los gigantescos molokos seguirían sin poder verlo. Quizá la mejor forma de saber cómo son, es conociendo su comida favorita. Y para un buen moloko, nada está más rico que un enorme planeta, con sus océanos, sus desiertos y sus montañas.

Y de todos ellos, nadie como Tutón, el gran Tutón. Grande como una estrella, podía zamparse un planeta mediano de un solo bocado. Era, además, excelente descubriendo los planetas más deliciosos, y había llegado a convertirse en el más famoso de los molokos. Pero aún más grande que su fama de descubridor, era su fama de egoísta, pues nunca jamás compartía ni un trocito de sus fabulosas comidas, de modo que los demás molokos sólo llegaban a probar algunas pequeñas migajas de aquellas deliciosas montañas.

Durante miles de años, porque los molokos viven muchísimos años para que les dé tiempo a crecer tanto, Tutón degustó los mejores planetas. Pero ocurrió que uno de aquellos planetas, uno precioso de color rojo, azul y amarillo, cuya corteza tenía el mejor sabor que se pueda imaginar, resultó tener el centro del acero más duro del universo, y los indestructibles dientes del famoso moloko se rompieron en mil pedazos.

Jamás un moloko había vivido algo parecido, pero resultó ser la más horrible de las desgracias. Tantos riquísimos planetas a su alcance, y ni siquiera tenía un diente que poder hincarles. Y cuando pidió ayuda a otros molokos, todos le recordaron su antiguo egoísmo, y no le dejaban otra cosa que las migajas de planetas de mucho peor sabor que aquellos a los que estaba acostumbrado Tutón.

Y el hasta entonces colosal y famosísimo comeplanetas, se convirtió en un mendigo, pasando todo tipo de penas y calamidades. Sólo sabía llorar, pedir, exigir… y pasar hambre. Y aún tuvo que pasar mucho tiempo viviendo así, hasta que se dio cuenta de que si quería recibir algo, tendría que ser el primero en dar, por muy pobre y mísero que fuera.

Y buscando entre lo poco que tenía para dar, descubrió que aún seguía siendo un brillante descubridor de planetas exquisitos. Así que habló con otros molokos, y se ofreció a enseñarles dónde se escondían las mejores delicias ¡Qué gran alegría para todos!, que descubrieron entonces sabores que ni siquiera sabían que existían. Y los molokos, agradecidos a Tutón por compartir con ellos su gran habilidad, comenzaron a mostrarse mucho más atentos con él, y ya nunca faltó quien le pulverizara unas montañas, o le hiciera un buen zumo de desierto.

Valor Educativo Generosidad

EL VALIENTE JEFE COBARDE

Cuando el joven Nerino fue nombrado jefe de la tribu, todos esperaban que, tal y como era costumbre en la isla, dedicase sus esfuerzos a luchar contra la gran bestia del ojo de fuego, el malvado ser que los aterrorizaba desde hacía cientos de años. Nerino había prometido derrotar a la bestia, y aunque era un buen luchador, no parecía mejor que los que habían fracasado antes que él. Calculaban que no duraría mucho más de un año como jefe de la tribu. Era más o menos el tiempo que se tardaba en preparar y entrenar un grupo de guerreros para viajar hasta la cima del volcán, donde vivía el terrible enemigo. Una vez allí, sin importar lo valientes y fuertes que fueran, todos los del grupo eran aniquilados en unas pocas horas.

Pero no ocurrió nada. Nerino no preparó un ejército, ni entrenó más de lo habitual, ni inventó nuevas tácticas de lucha. Se limitó a cambiar el asentamiento de la tribu cuando en verano la bestia lanzaba sus más feroces ataques, inundando todo con el abrasador fuego de su ojo.

Todos le miraban con insistencia y preocupación. Le pedían que luchara, que hiciera algo, que fuera tan valiente y cumpliera con su destino como jefes, pero Nerino se limitaba a decir: “Venceré a la bestia, pero aún no es el momento”.

Así pasaron tantos años que Nerino se convirtió en un anciano. Y aunque le respetaban como jefe, pues su estrategia de ir cambiando de lugar en la isla había permitido salvar muchas vidas, todos le tenían por un cobarde.

Pero cuando ya nadie lo esperaba, Nerino preparó un grupo de guerreros. Lo hizo de pronto, sin avisar, una fría noche de invierno. La nieve, rara en aquella isla, cubría el suelo, y el grupo tuvo que marchar descalzo, con los pies helados, camino del volcán, a toda prisa. Junto a la cima del volcán encontraron la cueva de la bestia. Nerino entró decidido, mientras sus compañeros realizaban los rituales típicos de despedida y se disponían a morir...

Cuando entraron, el anciano estaba en pie junto a la bestia. Ésta estaba tendida en el suelo, hecha un ovillo, tamblando y gimiendo, al borde de la muerte. Nerino y sus guerreros no tuvieron problemas para apoderarse del ojo de fuego y encadenar fuertemente a la bestia.

De vuelta al campamento de la tribu, todos deseaban escuchar la aventura de Nerino y su combate con la bestia. Ni siquiera el bebé más pequeño faltaba cuando el jefe inició su relato:

- Jamás he pensado luchar con algo tan terrible, y hoy tampoco lo he hecho.” -dijo, creando un sentimiento de extrañeza y expectación. Y prosiguió- ¿Ninguno os habíais fijado en que la bestia nunca atacaba en los peores días del invierno, y que después de alguna época especialmente fría, su fuego no era tan intenso, ni sus ataques tan temibles? Durante muchos años he estado esperando una nevada como la de hoy, pues lo que necesitábamos no eran guerreros, sino frío. Cuando llegamos al volcán, la bestia estaba tan débil que no pudo ni luchar. Por fin hemos acabado con siglos de luchas y muertes, y tenemos a la bestia y su ojo de fuego a nuestro servicio.

Todos aclamaron la sabiduría de su jefe, y más le felicitaban quienes más le habían criticado y despreciado por su supuesta cobardía. Y hasta el más impaciente de la tribu aprendió que, a veces, la paciencia puede llegar a ser mucho más útil que la acción, aunque tengas que ser tan valiente que permitas que te traten como un cobarde.

Valor Educativo Paciencia

EL MAGIVIRUS

El magivirus fue el primer virus mágico que existió. Era un encantamiento que iba pasando de persona a persona, y bastaba con que dos hombres, mujeres, niños o ancianos se tocasen, para que el virus cambiara de uno a otro. Los efectos de este hechizo cambiaban dependiendo del enfermo, pero solían ser pequeñas desgracias mágicas, como quedarse calvo de repente, estornudar cubitos de hielo, llorar por los pies o tener las manos tan pegajosas que era imposible soltar nada que se hubiera agarrado.

Como no todo el mundo tocaba a otras personas con la misma frecuencia, resultó que algunos pasaron la mágica enfermedad de forma muy suave, pero otros, aquellos que menos contacto tenían con otras personas, llegaron a estar verdaderamente graves, sobre todo cuando pasaban más de 3 días con el virus.

Por supuesto, nadie pensaba que esas pequeñas desgracias fueran provocadas por un virus, y echaban las culpas a algún duende travieso o una bruja viajera. Sólo el doctor Toymu Malo, el médico del lugar, comenzó a sospechar algo después de haber sufrido él mismo la enfermedad más de veinte veces, casi siempre tras alguna de sus visitas. De modo que empezó a hacer pruebas con sus pacientes y consigo mismo, y en unos pocos días ya estaba seguro de saber cómo se transmitía la enfermedad.

El doctor reunió a todo el pueblo y les comentó que su enfermedad duraría tan poquito tiempo como tardaran en tocar a otra persona. Y así, el pueblo se convirtió en la capital mundial del “pilla-pilla” el famoso juego en que uno corre tras los demás, y cuando toca a alguien dice “tú la llevas”. Hasta los más viejetes jugaban, y la salud de todos los del pueblo mejoró tantísimo con aquel deporte, que el doctor recibió muchos premios y medallas.

Lo más gracioso es que, aunque todo sigue igual, hace ya muchísimo tiempo que el magivirus cambió de pueblo sin que nadie se diera cuenta. Se lo llevó un señor que estaba de visita, cuando tropezó con él un niño “contagiado” que corría tras otros niños.

Al regresar a su pueblo la historia fue un poco distinta, y en lugar del pilla-pilla, se convirtió en la capital mundial de los abrazos: abrazo viene y abrazo va, todo el que pasaba por allí recibía un fuerte abrazo y la mágica enfermedad. Por eso mismo el virus tampoco tardó mucho tiempo en cambiar de pueblo otra vez. Y en el lugar al que fue, la gente terminó besándose a todas horas.

Y así, uno tras otro, el magivirus fue cambiando los hábitos de todos los lugares por los que pasaba, convirtiéndolos en sitios más divertidos y amistosos, donde la gente se sentía mucho más cercana. Y es tal el efecto, que a nadie le importa si el virus sigue allí o si se ha ido, porque todos están encantados con el cambio.

Valor Educativo Cercanía y amistad. Prevenir la soledad

LOS SUPERPODERES DE LUCA LISTILLO

La vida de Luca Listillo en el cole de los dibujos animados era horrible. Luca era un personaje de un cómic normalito sobre un niño muy listo, y eso era todo. Pero sus compañeros de clase, ellos sí que eran personajes: unos eran increíbles superhéroes y otros grandes magos o aventureros galácticos, todos con unos poderes tan alucinantes que hacían quedar a Luca como un pardillo ridículo. Tan espectaculares eran sus poderes y sus aventuras, que el mundo de los dibujos animados se les hizo pequeño.

- “Esto es un rollo”, decían, “aquí siempre ganamos, y los malos son penosos. ¡Queremos malos de verdad, para que se enteren de nuestros poderes!”.

A Luca todo aquello le daba pánico ¿Cómo enfrentarse al mundo de verdad, si ya en el mundo de los dibujos animados las pasaba canutas?

Pero sus compañeros de clase consiguieron su objetivo, y un día todos ellos amanecieron en el mundo real. Ese mundo corría un gravísimo peligro, pero cuando quisieron salvarlo y trataron de utilizar sus poderes, se dieron cuenta de que ¡el mundo real estaba embrujado! Debía ser un hechizo terrible, porque todo parecía del revés: era imposible saltar de casa en casa, volar por los aires o utilizar la visión láser; cualquier pequeño golpe les dejaba terriblemente doloridos, las armas galácticas no funcionaban, y ninguno de los hechizos que conocían tenía efecto alguno. ¿Cómo iban a salvar al mundo si no podían usar sus poderes?

Pero entonces apareció Luca. A él parecía que no le afectaba el hechizo, pues seguía siendo un chico muy inteligente, y no tardó en comprender lo que pasaba. Y junto a él, aparecieron también otros personajes que no habían perdido sus cualidades: habían sido dibujos animados del montón; niños y niñas alegres, divertidos, creativos, simpáticos , trabajadores o cariñosos, que podían seguir viviendo como siempre en aquel mundo embrujado. Y mientras sus “poderosos” compañeros no hacían más que preguntarse qué habría pasado con sus poderes, el nuevo grupo de héroes puso en práctica todas sus habilidades para tratar de salvar al mundo de aquel gran peligro.

Y tuvieron un gran éxito, porque el peligro que acechaba al mundo real no era otro que llenarse de niños que se quedan sin hacer nada, esperando recibir algún mágico y misterioso poder que todo lo arregle.

EL VALIENTE JEFE COBARDE

Cuando el joven Nerino fue nombrado jefe de la tribu, todos esperaban que, tal y como era costumbre en la isla, dedicase sus esfuerzos a luchar contra la gran bestia del ojo de fuego, el malvado ser que los aterrorizaba desde hacía cientos de años. Nerino había prometido derrotar a la bestia, y aunque era un buen luchador, no parecía mejor que los que habían fracasado antes que él. Calculaban que no duraría mucho más de un año como jefe de la tribu. Era más o menos el tiempo que se tardaba en preparar y entrenar un grupo de guerreros para viajar hasta la cima del volcán, donde vivía el terrible enemigo. Una vez allí, sin importar lo valientes y fuertes que fueran, todos los del grupo eran aniquilados en unas pocas horas.

Pero no ocurrió nada. Nerino no preparó un ejército, ni entrenó más de lo habitual, ni inventó nuevas tácticas de lucha. Se limitó a cambiar el asentamiento de la tribu cuando en verano la bestia lanzaba sus más feroces ataques, inundando todo con el abrasador fuego de su ojo.

Todos le miraban con insistencia y preocupación. Le pedían que luchara, que hiciera algo, que fuera tan valiente y cumpliera con su destino como jefes, pero Nerino se limitaba a decir: “Venceré a la bestia, pero aún no es el momento”.

Así pasaron tantos años que Nerino se convirtió en un anciano. Y aunque le respetaban como jefe, pues su estrategia de ir cambiando de lugar en la isla había permitido salvar muchas vidas, todos le tenían por un cobarde.

Pero cuando ya nadie lo esperaba, Nerino preparó un grupo de guerreros. Lo hizo de pronto, sin avisar, una fría noche de invierno. La nieve, rara en aquella isla, cubría el suelo, y el grupo tuvo que marchar descalzo, con los pies helados, camino del volcán, a toda prisa. Junto a la cima del volcán encontraron la cueva de la bestia. Nerino entró decidido, mientras sus compañeros realizaban los rituales típicos de despedida y se disponían a morir...

Cuando entraron, el anciano estaba en pie junto a la bestia. Ésta estaba tendida en el suelo, hecha un ovillo, tamblando y gimiendo, al borde de la muerte. Nerino y sus guerreros no tuvieron problemas para apoderarse del ojo de fuego y encadenar fuertemente a la bestia.

De vuelta al campamento de la tribu, todos deseaban escuchar la aventura de Nerino y su combate con la bestia. Ni siquiera el bebé más pequeño faltaba cuando el jefe inició su relato:

- Jamás he pensado luchar con algo tan terrible, y hoy tampoco lo he hecho.” -dijo, creando un sentimiento de extrañeza y expectación. Y prosiguió- ¿Ninguno os habíais fijado en que la bestia nunca atacaba en los peores días del invierno, y que después de alguna época especialmente fría, su fuego no era tan intenso, ni sus ataques tan temibles? Durante muchos años he estado esperando una nevada como la de hoy, pues lo que necesitábamos no eran guerreros, sino frío. Cuando llegamos al volcán, la bestia estaba tan débil que no pudo ni luchar. Por fin hemos acabado con siglos de luchas y muertes, y tenemos a la bestia y su ojo de fuego a nuestro servicio.

Todos aclamaron la sabiduría de su jefe, y más le felicitaban quienes más le habían criticado y despreciado por su supuesta cobardía. Y hasta el más impaciente de la tribu aprendió que, a veces, la paciencia puede llegar a ser mucho más útil que la acción, aunque tengas que ser tan valiente que permitas que te traten como un cobarde.

LAS 7 PRINCESAS ENCERRADAS

Cuando la malvada Bruja de las Cumbres encerró a las 7 princesas en los 7 castillos de las 7 montañas, custodiadas por 7 halcones, 7 ogros y 7 dragones, nadie pensó que se las pudiera volver a ver con vida. Pero años después, el valiente Sir Pentín juntó un aguerrido grupo de nobles caballeros que cabalgaron hasta las Grandes Cumbres, vencieron a halcones, ogros y dragones, y acudieron a liberar a las princesas.

Los caballeros fueron entrando a cada uno de aquellos castillos para rescatar a las jóvenes. Eran unos lugares tan fríos y oscuros que parecían muertos, y los valientes se preguntaban qué clase de terrible maldad debía poseer el negro corazón de la bruja para hacer encerrado allí a las princesas. Las jóvenes liberadas se mostraron enormemente agradecidas a sus salvadores, pues su vida en aquel encierro era la más vacía y aburrida que se pudiera imaginar. Y sonrientes, escuchaban las hazañas de los caballeros, enamorándose de su valentía y de su arrojo.

Pero al llegar al último de los castillos, que en nada parecía diferenciarse de los anteriores, descubrieron un interior precioso, primorosamente cuidado y adornado, lleno de luz y color. Podía incluso oírse una bella música de fondo, como si se tratara de un lugar mágico. Y cuando corrieron a rescatar a la princesa de su alcoba en la torre más alta, como habían hecho con las demás, no la encontraron allí. La buscaron por todas partes hasta que siguiendo la mágica melodía, fueron a parar a una pequeña salita. No encontraron en ella nada más mágico que una alegre princesa tocando un arpa con gran destreza.

Nada desconcertó tanto a los caballeros como la actitud entusiasmada y alegre de la joven. Era culta, ingeniosa, elegante y con un especial don para las artes, y al contrario que el resto de princesas, en quienes el efecto de su encierro era bien visible, esta última parecía haber vivido una vida mucho más activa e interesante. Pero tras mucho preguntar e indagar, los caballeros concluyeron que había estado tan encerrada y solitaria como todas las demás.

Extrañados, recorrieron el palacio buscando una explicación, hasta llegar a la biblioteca. Faltaban muchísimos libros, y sólo entonces se dieron cuenta del motivo: el castillo entero estaba lleno libros. Sobre cada mesa y cada mueble era fácil encontrar algún libro. ¡La princesa no dejaba de leer! Y así había podido aprender y vivir tantas cosas que parecía que nunca hubiera llegado a estar encerrada, viviendo su encierro entre múltiples actividades que nunca dejaron paso al aburrimiento.

El viaje de vuelta fue un viaje extraño. Salvo ésta última, las demás princesas resultaron tan sosas y aburridas, que ninguno de los caballeros pudo corresponder su amor. Al contrario, todos ellos estaban prendados del encanto de la joven Clara, quien sin dejarse llevar por el brillo de las hazañas y las armaduras, pudo elegir su amor verdadero mucho tiempo después. Pero eso, es otra historia.

EL PEQUEÑO BOSQUE JUNTO AL MAR

Había una vez un pequeño poblado separado del mar y sus grandes acantilados por un bosque. Aquel bosque era la mejor defensa del pueblo contra las tormentas y las furias del mar, tan feroces en toda la comarca, que sólo allí era posible vivir. Pero el bosque estaba constantemente en peligro, pues un pequeño grupo de seres malvados acudía cada noche a talar algunos de aquellos fuertes árboles. Los habitantes del poblado nada podían hacer para impedir aquella tala, así que se veían obligados a plantar constantemente nuevos árboles que pudieran sustituir a los que habían sido cortados.

Durante generaciones aquella fue la vida de los plantadores de árboles. Los padres enseñaban a los hijos y éstos, desde muy pequeños, dedicaban cada rato de tiempo libre a plantar nuevos árboles. Cada familia era responsable de repoblar una zona señalada desde tiempo inmemorial, y el fallo de una cualquiera de las familias hubiera llevado a la comunidad al desastre.Por supuesto, la gran mayoría de los árboles plantados se echaba a perder por mil variadas razones, y sólo un pequeño porcentaje llegaba a crecer totalmente, pero eran tantos y tantos los que plantaban que conseguían mantener el tamaño de su bosque protector, a pesar de las grandes tormentas y de las crueles talas de los malvados.

Pero entonces, ocurrió una desgracia. Una de aquellas familias se extinguió por falta de descendientes, y su zona del bosque comenzó a perder más árboles. No había nada que hacer, la tragedia era inevitable, y en el pueblo se prepararon para emigrar después de tantos siglos.

Sin embargo, uno de los jóvenes se negó a abandonar la aldea. “No me marcharé”, dijo, “si hace falta fundaré una nueva familia que se haga cargo de esa zona, y yo mismo me dedicaré a ella desde el primer día”.

Todos sabían que nadie era capaz de mantener por sí mismo una de aquellas zonas replantadas y, como el bosque tardaría algún tiempo en despoblarse, aceptaron la propuesta del joven. Pero al hacerlo, aceptaron la revolución más grande jamás vivida en el pueblo.

Aquel joven, muy querido por todos, no tardó en encontrar manos que lo ayudaran a replantar. Pero todas aquellas manos salían de otras zonas, y pronto la suya no fue la única zona en la que había necesidad de más árboles. Aquellas nuevas zonas recibieron ayuda de otras familias y en poco tiempo ya nadie sabía quién debía cuidar una zona u otra: simplemente, se dedicaban a plantar allí donde hiciera falta. Pero hacía falta en tantos sitios, que comenzaron a plantar incluso durante la noche, a pesar del miedo ancestral que sentían hacia los malvados podadores.Aquellas plantaciones nocturnas terminaron haciendo coincidir a cuidadores con exterminadores, pero sólo para descubrir que aquellos “terribles” seres no eran más que los asustados miembros de una tribu que se escondían en las laberínticas cuevas de los acantilados durante el día, y acudían a la superficie durante la noche para obtener un poco de leña y comida con la que apenas sobrevivir. Y en cuanto alguno de estos “seres” conocía las bondades de vivir en un poblado en la superficie, y de tener agua y comida, y de saber plantar árboles, suplicaba ser aceptado en la aldea.

Con cada nuevo “nocturno”, el poblado ganaba manos para plantar, y perdía brazos para talar. Pronto, el pueblo se llenó de agradecidos “nocturnos” que se mezclaban sin miedo entre las antiguas familias, hasta el punto de hacerse indinstinguibles. Y tanta era su influencia, que el bosque comenzó a crecer. Día tras día, año tras año, de forma casi imperceptible, el bosque se hacía más y más grande, aumentando la superficie que protegía, hasta que finalmente las sucesivas generaciones de aquel pueblo pudieron vivir allá donde quisieron, en cualquier lugar de la comarca. Y jamás hubieran sabido que tiempo atrás, su origen estaba en un pequeño pueblo protegido por unos pocos árboles a punto de desaparecer.

LAS SEMILLAS

Hubo una vez 4 semillas amigas que llevadas por el viento fueron a parar a un pequeño claro de la selva. Allí quedaron ocultas en el suelo, esperando la mejor ocasión para desarrollarse y convertirse en un precioso árbol.Pero cuando la primera de aquellas semillas comenzó a germinar, descubrieron que no sería tarea fácil. Precisamente en aquel pequeño claro vivía un grupo de monos, y los más pequeños se divertían arrojando plátanos a cualquier planta que vieran crecer. De esa forma se divertían, aprendían a lanzar plátanos, y mantenían el claro libre de vegetación.

Aquella primera semilla se llevó un platanazo de tal calibre, que quedó casi partida por la mitad. Y cuando contó a las demás amigas su desgracia, todas estuvieron de acuerdo en que lo mejor sería esperar sin crecer a que aquel grupo de monos cambiara su residencia.

Todas, menos una, que pensaba que al menos debía intentarlo. Y cuando lo intentó, recibió su platanazo, que la dejó doblada por la mitad. Las demás semillas su unieron para pedirle que dejara de intentarlo, pero aquella semillita estaba completamente decidida a convertirse en un árbol, y una y otra vez volvía a intentar crecer. Con cada nueva ocasión, los pequeños monos pudieron ajustar un poco más su puntería gracias a nuestra pequeña plantita, que volvía a quedar doblada.

Pero la semillita no se rindió. Con cada nuevo platanazo lo intentaba con más fuerza, a pesar de que sus compañeras le suplicaban que dejase de hacerlo y esperase a que no hubiera peligro. Y así, durante días, semanas y meses, la plantita sufrió el ataque de los monos que trataban de parar su crecimiento, doblándola siempre por la mitad. Sólo algunos días conseguía evitar todos los plátanos, pero al día siguiente, algún otro mono acertaba, y todo volvía a empezar.

Hasta que un día no se dobló. Recibió un platanazo, y luego otro, y luego otro más, y con ninguno de ellos llegó a doblarse la joven planta. Y es que había recibido tantos golpes, y se había doblado tantas veces, que estaba llena de duros nudos y cicatrices que la hacían crecer y desarrollarse más fuertemente que el resto de semillas. Así, su fino tronco se fue haciendo más grueso y resistente, hasta superar el impacto de un plátano. Y para entonces, era ya tan fuerte, que los pequeños monos no pudieron tampoco arrancar la plantita con las manos. Y allí continuó, creciendo, creciendo y creciendo.

Y, gracias a la extraordinaria fuerza de su tronco, pudo seguir superando todas las dificultades, hasta convertirse en el más majestuoso árbol de la selva. Mientras, sus compañeras seguían ocultas en en el suelo. Y seguían como siempre, esperando que aquellos terroríficos monos abandonaran el lugar, sin saber que precisamente esos monos eran los únicos capaces de fortalecer sus troncos a base de platanazos, para prepararlos para todos los problemas que encontrarían durante su crecimiento.

EL BOSQUE DE LOS LAMENTOS

Hubo una vez un bosque de árboles pequeñitos que crecían todos a la vez. Había sido plantados por un anciano labrador que cuidaba de que todos crecieran rectos y sanos. Pero aquel lugar era un sitio de fuertes vientos, y los pequeños árboles preferían evitar las molestias del aire encogiéndose y torciendo sus troncos y ramitas.

El anciano, sabiendo que de aquella manera no podrían crecer bien, se esforzaba en enderezarlos, y dedicaba horas y horas a atar sus finos troncos a las estacas y varas que plantaba junto a cada árbol, con la esperanza de que comprendieran que hacía todo aquello por el bien de sus amados árboles.

Pero aquellos árboles caprichosos no tenían ganas de aguantar el viento. Daba igual que el viejo les prometiera que cuando fueran altos y rectos el aire no les molestaría. Siempre se las apañaban para doblarse y retorcerse, y seguir escondiéndose del viento. Sólo uno de aquellos árboles, uno que estaba situado justo en el centro del bosque, se esforzaba por seguir creciendo erguido, y aguantaba con paciencia las travesuras del fastidioso viento.

Pasaron los años, y el viejo murió. Y desde entonces, los árboles pudieron crecer a su aire, torciéndose y protegiéndose del viento como quisieron, sin que nadie les molestara. Todos, excepto aquel árbol del centro del bosque, que siguió decidido a crecer como debía hacerlo un árbol.

Pero a medida que el bosque crecía, y los árboles se hacían más gruesos y robustos, comenzaron a sentir crujidos en su interior. Sus ramas y sus troncos necesitaban seguir creciendo, pero los árboles estaban tan retorcidos que ese crecimiento imparable sólo les provocaba un dolor y sufrimiento aún mayor que el que se habían ahorrado evitando el viento. Cada día y cada noche, en lo profundo del bosque, podían escucharse los ruidos y chasquidos de los árboles, como si fueran quejidos y sollozos. Y en los alrededores comenzaron a conocer aquel lugar como el bosque de los lamentos.

Y era un lugar con un encanto especial, pues justo en el centro, rodeado de miles de árboles de poca altura, llenos de nudos y torceduras, se alzaba un impresionante árbol, largo y recto como ninguno. Y ese árbol, el único que nunca crujía, siguió creciendo y creciendo sin tener que preocuparse del siempre travieso viento y sus amigas las brisas.

LA JUSTICIA EXACTA

Pancho había conocido a su amigo Zero-Zero en un chat interplanetario, y en cuanto pudo, compró un billete espacial para ir a visitarlo. Pero mientras Zero-Zero le mostraba las maravillas de su planeta Pancho tropezó, y fue a dar un tremendo cabezazo contra una esfera que había junto al camino. Con el golpe, la esfera se abrió, y de ella surgió un pequeño hombrecillo. Tenía un enorme chichón el cabeza, y un enfado aún más grande.

Zero-Zero se puso muy nervioso, tanto que apenas podía hablar. Y antes de que Pancho pudiera pedir disculpas, aparecieron dos enormes robots con uniforme. Sacaron unos pequeños aparatos y rastrearon toda la zona. Al terminar, del aparato surgió una pequeña tarjeta metálica que uno de los robots entregó al accidentado. Y sin decir nada más, agarraron a Pancho y al hombrecillo y se los llevaron de allí a toda velocidad.

Cuando Pancho quiso darse cuenta, estaba encerrado en una gran esfera con el hombrecillo y otro robot de aspecto muy serio vestido con una toga negra. Antes de saber lo que pasaba, escuchó al robot decir: “adelante”. Y sin más, el hombre le dio un buen golpe en la cabeza. Tras el golpe, el robot sacó uno de esos aparatos, revisó la dolorida cabeza de Pancho, y terminó entregándole una tarjetita metálica.

- Demasiado fuerte. Es su turno. No se exceda de lo marcado en la tarjeta.

Pancho no entendía nada. Miró a su alrededor. A través de las paredes pudo ver numerosas esferas, cada una con su robot y su toga, y gente dentro dándose golpes y empujones, todos con sus tarjetitas metálicas. El hombrecillo, enfrente de él, le miraba con miedo, y el robot seguía expectante a su lado.

- Puede golpear. Recuerde, no más de lo que marca la tarjeta- insistió el robot.

Pancho no se decidía. El robot de la toga le explicó impaciente:

- Este es un proceso de justicia exacta. No debe preocuparse de nada. Ambos recibirán exactamente el mismo daño. Si uno se excede, se le entregará una tarjeta con el valor exacto para que todo quede nivelado.

¿Justicia exacta? Aquello sonaba muy bien. Nadie podía salir más perjudicado que el otro y todos recibían lo mismo que habían provocado. Pancho estaba sorprendido de lo avanzados que estaban en aquel planeta. Tenía tantas ganas de comentarlo con Zero-Zero, que corrió hacia la puerta.

- No puede irse- dijo el robot impidiéndole el paso. - Debe completar el proceso, debe acabar los puntos de su tarjeta.

Pancho quedó pensativo. No le apetecía golpear otra vez a aquel pobre hombre, aunque la verdad es que él se la había devuelto bien fuerte...

- Está bien. Le perdono- dijo finalmente.- No- volvió a decir el robot- debe terminar los puntos de la tarjeta. Esto es un proceso de justicia exacta.

¡Qué pesado! ¿Cómo no iba a ser posible perdonar a alguien? Pancho empezó a sentirse molesto con aquel robot tan estirado, así que tomó su tarjeta, la partió por la mitad, y dijo.

- ¡Mira! Ya no quedan puntos.

El robot pareció descomponerse. Empezó a emitir pitidos, se le encendieron mil luces y perdió el control de sus movimientos. Y cuando parecía que iba a explotar, todo volvió a la normalidad y dijo tranquilamente:

- Es correcto. Ahora pueden irse. Gracias por utilizar el sistema de justicia exacta.

La puerta se abrió, pero antes de poder saludar al asustado Zero-Zero, Pancho tuvo que quitarse de encima al hombrecillo, que no hacía otra cosa que abrazarlo y darle las gracias como si le hubiera salvado la vida.

Al salir de la esfera, Pancho empezó a comprender. Aquí y allá podían verse usuarios del sistema de justicia exacta retirados en camillas, o extremadamente agotados y cansados. Zero-Zero le explicó mientras volvían que el único problema de la justicia exacta era que resultaba casi imposible devolver el daño exacto, y los juicios e intercambios de golpes llegaban a durar días y días. Tal miedo tenían todos de tener algún juicio, que muchos vivían aislados en pequeñas esferas de cristal, como el hombrecillo de su accidente.

Pancho se fue a los pocos días, pero su nombre no se olvidó nunca en aquel planeta. Nadie antes había perdonado nada, y gracias a él habían descubierto que el perdón es una parte necesaria de la justicia.

Valor Educativo Justicia y perdón

MI PAPA ESTA MUY OCUPADO

El papá de Alberto era un hombre importantísimo y muy ocupado que trabajaba tantas horas, que a menudo debía trabajar los fines de semana. Un domingo Albertó se despertó antes de tiempo, y al escuchar que su papá abría la puerta de la calle para salir hacia la oficina, corrió a preguntarle:

- ¿Por qué tienes que ir hoy a trabajar, papi? Podríamos jugar juntos...- No puedo. Tengo unos asuntos muy importantes que resolver.- ¿Y por qué son tan importantes, papi?- Pues porque si salen bien, serán un gran negocio para la empresa.- ¿Y por qué serán un gran negocio?- Pues porque la empresa ganará mucho dinero, y a mí es posible que me asciendan.- ¿Y por qué quieres que te asciendan?- Pues para tener un trabajo mejor y ganar más dinero.- ¡Qué bien! Y cuando tengas un trabajo mejor, ¿podrás jugar más conmigo?

El papá de Alberto quedó pensativo, así que el niño siguió con sus preguntas.

- ¿Y por qué necesitas ganar más dinero?Pues para poder tener una casa mejor y más grande, y para que tú puedas tener más cosas.- ¿Y para qué queremos tener una casa más grande? ¿Para guardar todas esas cosas nuevas?- No hijo, porque con una casa más grande estaremos más a gusto y podremos hacer más cosas.

Alberto dudó un momento y sonrió.

- ¿Podremos hacer más cosas juntos? ¡Estupendo! Entonces vete rápido. Yo esperaré los años que haga falta hasta que tengamos una casa más grande.

Al oír eso, el papá de Alberto cerró la puerta sin salir. Alberto crecía muy rápido, y su papá sabía que no le esperaría tanto. Así que se quitó la chaqueta, dejó el ordenador y la agenda, y mientras se sentaba a jugar con un Alberto tan sorprendido como encantado, dijo:Creo que el ascenso y la casa nueva podrán esperar algunos años.

LA GRAN CARRERA DE COCHES SALVAJES

En un lejano país existía una raza de pequeños coches salvajes que circulaban libremente por el campo. No necesitaban carreteras ni gasolina, pues para moverse les bastaban los buenos pensamientos y deseos, una original idea de su excéntrico inventor.

Aquellos coches se hicieron famosísimos, y las carreras de coches salvajes eran el pasatiempo favorito de todos. No había niño que no soñara con pilotar uno, pues su poco peso y su sinceridad les convertía en pilotos ideales. Y como encontrar niños ligeros y de buen corazón que supieran mantener buenos sentimientos durante toda una carrera era difícil, frecuentemente se celebraban pruebas para descubrir nuevos talentos, en las que cada chico tenía una única oportunidad de demostrar su habilidad con los coches salvajes.

Así, la caravana de pruebas llegó a la pequeña ciudad en que vivía Nico, un niño bueno y alegre que, como muchos otros, no durmió esa noche mientras hacía cola esperando su turno para pilotar uno de aquellos coches. Durante la espera, muchos niños ensayaban y practicaban sus buenos deseos y pensamientos pero en cuanto se abrieron las puertas, una gran carrera de codazos y empujones descubrió que no todos eran tan buenos como parecían. Sin embargo, los organizadores ya lo debían tener previsto, y tras unas pocas pruebas tan sencillas como dar las gracias por una chocolatina, ayudar a preparar el material de las carreras o atender respetuosamente a una viejecita un poco pesada, sólo quedó un grupito de niños verdaderamente bondadosos, entre los que se encontraba Nico.

Así, los niños fueron subiendo a los coches por turnos para dar unas vueltas al circuito. A Nico le tocó el último turno, pero no le importó mucho, pues disfrutó de lo lindo viendo de cerca cómo aceleraban los coches salvajes. Cuando le llegó el momento, el corazón le latía a mil por hora. Con la emoción, apenas podía correr, y fue el último en subir a su coche. Tan contento estaba, que tardó un poco en darse cuenta de que aún quedaba un último niño por subir; uno que caminaba usando muletas y no había podido llegar antes. Y a su lado, escuchó cómo el jefe de las pruebas decía:

- Lo siento muchísimo, chico, ya no quedan coches y ésta es la última prueba de hoy. Los coches tienen que descansar ya. Venga, ya tendrás tu oportunidad otro día...

Al recordar el brillo emocionado que despedían un rato antes los ojos de aquel niño, y ver ahora su profunda tristeza, Nico respiró hondo, bajó del automóvil y dijo:

- No pasa nada. Yo le dejo mi coche.

El motor del coche salvaje rugió como nunca, mientras el niño accidentado subía lleno de alegría. Nico se quedó satisfecho por lo que había hecho, aunque un pelín desilusionado. Pero antes de arrancar, el otro niño descubrió en Nico ese puntito de tristeza y, agradecido, le tendió la mano diciendo.

- Sube. Iremos los dos juntos, aunque vayamos un poco más despacio.

Nico subió de un salto. Los niños se abrazaron alegres, pero apenas pudieron hacer nada más. ¡Su coche tronó como un cohete, y salió a la velocidad del rayo!

Aquella carrera rompió todos los récords conocidos y, durante esa misma temporada, Nico y su amigo arrasaron en cuantas competiciones participaron, convirtiéndose en ídolos de grandes y pequeños, y paseando felices su amistad y sus buenos sentimientos por todos los rincones del mundo.

EL HEROE QUE IBA A SALVAR EL MUNDO

Estaba Totó, un niño totalmente normal, caminando por la playa, cuando un erizo de mar le picó. En ese preciso instante, al sacudir el pie, le atacaron a la vez una medusa, un mosquito y un pez loro, mientras pisaba la cola a un ornitorrinco y le caía en la cabeza una cagarruta de gaviota... Total, que de todas aquellas coincidencias sólo podía surgir un superhéroe, con impresionantes superpoderes: ¡Superpower Ultra Man!

Tales eran los poderes de aquel fenómeno, que inmediatamente pensó que no podría malgastarlos en cosas pequeñas, y Superpower Ultra Man comenzó a buscar los peligros y amenazas que acechaban al mundo para salvarnos a todos de los malos más malísimos.

Pero por más que buscó con su supervisión, por más que recorrió el mundo con su hipervelocidad y escuchó los cielos con su oído digital multifrecuencia, no encontró a nadie tratando de co